ES SALUD LEER
La importancia de científicos, médicos y farmacéuti cos es innegable en el desarrollo de la humanidad. La prolongación de la expectativa de vida a través del paso de los siglos, sin duda, es tributaria de su labor. No vita per la farmacia intenta rescatar los avances y los logros del ámbito de la salud a lo largo de la historia, así como su impacto en la cultura cotidiana. ¿Cómo fue el paso de los remedios na turales a los químicos? ¿Quién fue el creador de la primera va cuna? ¿Qué rol cumplía Homais, el famoso boticario de Madame Bovary? Las respuestas a estas y otras preguntas las desarrolla mos en esta especie de blíster de papel. Lo invitamos a transitar por estas páginas y probar la medicina de la lectura.
DE
HIERBAS QUÍMICA LAS A LA
Si la Edad Media fue sinónimo de oscurantismo, el Renaci miento –que surgió en Italia en el siglo XIV y se extendió a lo largo de doscientos años por toda Europaretomó el espíritu de Roma y Grecia clá sicas. Impulsados por los ricos mece nas –los Médici en Florencia, los Sforza en Milán, los Gonzaga en Mantua-, el arte, la literatura, la música cobraron un impulso notable. También los es tudios humanísticos y el desarrollo de la astronomía, la física, la matemática y, por supuesto, la medicina, una dis
ciencia, apostaba también por el misti cismo y la astrología.
Paracelso –que había sido, ade más, cirujano militar- aportó el término “sinovial”, que aún hoy se utiliza para denominar al líquido que lubrica las ar ticulaciones del cuerpo. Además estu dió y describió la sífilis y el bocio, entre otras enfermedades. Para atacarlas, se valió del azufre y el mercurio. Según su teoría, la enfermedad no era un estado general del cuerpo sino un desequili brio localizado que podía tratarse con componentes químicos. Suponía que
Algunos historiadores lo califican como un personaje controversial, porque mientras se oponía a las medicinas tradicionales y bregaba por el desarrollo de una nueva ciencia, apostaba también por el misticismo y la astrología.
ciplina que comenzó a cuestionar los saberes existentes y elaborar nuevos conocimientos.
El nombre clave de la época para cambiar el rumbo de la medicina y la farmacia fue el polifacético suizo Theo prastus Bombastus von Hohenheim. Formado como médico, filósofo, al quimista y astrólogo, rechazó la teoría de los cuatro elementos aristotélicos y también a la de los humores de Galeno, quien en la antigüedad sostenía que el cuerpo humano estaba compuesto por bilis, bilis negra, flema y sangre y que del equilibrio de ese cuarteto de líqui dos dependía el buen estado de la sa lud.
Von Hohenheim se opuso también a Celso, un médico romano del siglo I, quizá el hombre más prestigioso hasta entonces en el arte de la curación. Por eso, decidió cambiarse su nombre por el de Paracelso, que significaba “igual o mejor que Celso”. Algunos historia dores lo califican como un persona je controversial, porque mientras se oponía a las medicinas tradicionales y bregaba por el desarrollo de una nueva
existía una medicina –elaborada sobre todo por alquimistas- específica para cada mal. Aparecieron, entonces, las técnicas de destilación, se incrementa ron los usos de esencias, aceites y co menzó a emplearse el ácido nítrico y al agua fuerte (aceite de vitrolo).
El suizo se convirtió en un precursor de la Yatroquímica, una rama de la his toria de la ciencia que entremezclaba la medicina y la química. La disciplina había sido fundada por el fisiólogo Jan Baptista Van Helmont, considerado el padre de la Bioquímica al ser el prime ro en aplicar principios químicos en sus investigaciones sobre la respiración, la digestión y la nutrición. La incorpora ción de la química resultó una verdade ra revolución en la farmacología, hasta entonces reducida a la elaboración de medicamentos con hierbas y vegetales.
Ya en el siglo XVII, el alemán Fran ciscus Sylvius –cuyo verdadero nombre es François de Boe- postuló que tras la ingesta alimenticia el cuerpo pro ducía fermentaciones determinadas por la temperatura del organismo y los niveles de ácido en el cuerpo. Para el
médico, la enfermedad dependía de los desequilibrios de la alcalinidad. La salud, a su vez, se recuperaba a través del empleo de sustancias farmacológi cas químicas.
Más allá de los avances de la farma cología química no se abandonaron los tratamientos naturales. La conquista de nuevos territorios a los que se lan zaron los europeos les permitió, entre otras muchas cosas, conocer nuevas plantas y hierbas para aplicar a la me dicina. Felipe II, de España, encomen dó al médico Francisco Hernández, por ejemplo, que efectuara un relevamien to de plantas y semillas con cualida des medicinales en los territorios que, hasta entonces, eran desconocidos en el Viejo Continente. El médico viajero recopiló y describió tres millares de ve getales, los clasificó y le adjudicó sus efectos terapéuticos. El alcanfor, el jen gibre, el ruibardo, la jalaba, el guayaco fueron algunos de los hallazgos que in corporó la ciencia de curar. En el siglo XVII, ante las epidemias de paludismo, los jesuitas descubrieron las propieda des curativas de la quina.
Hubo, además, otro invento -pro veniente de otra disciplina- que hizo mucho por la farmacología y la medi cina renacentista: la imprenta de ti pos móviles que desarrolló Johannes Gutenberg. La nueva tecnología per mitió publicar y difundir nuevas ideas y conocimientos a través de libros que llegaban a trabajadores de la salud. En 1608, por ejemplo, se publicó en Frankfurt Basílica Chymica, de Oswald Croll, que se reimprimió más tarde en Suiza, Inglaterra y Francia. Ese mismo
año, pero en París, apareció Tyrocienum Chymicum, de Jean Beguin, que se tradujo al francés y al inglés y fue ree ditado medio centenar de veces. Tam bién existen registros del año 1477 de los primeros herbarios impresos y un lustro después ya aparecen algunos que no solo eran escritos sino también ilustrados, una manera de ayudar en su trabajo a los boticarios. Uno de esos trabajos -muy traducido y reeditado- se llamaba De materia médica, de Dioscó rides. Por aquellos años, además, pro liferaron las farmacopeas, volúmenes que recogían fórmulas protocolizadas por las autoridades, brindaban normas de elaboración para el boticario y da ban a los médicos información sobre la composición y potencia de farmacos. La primera farmacopea de la que se tie nen conocimientos apareció en 1498, el Recetario Florentino
En las imprentas también se edita
dades ya contaban con cátedras sepa radas de Farmacia y Medicina.
La universidad francesa de Mont pellier adquirió gran prestigio en la for mación de farmacéuticos. Estudiantes de todas partes se trasladaban a esa localidad de eminentes boticarios para tomar clase. Entre aquellos que se des tacaron se puede mencionar a Beguin –que descubrió la acetona-, Seignette –que introdujo el tártaro sódico potási co-, Glaser –que aportó el sulfato potá sico- y Le Fevre, quien inventó el oleó metro. Ante la proliferación de cursos privados, una ley de 1550 los prohibió y estableció la obligatoriedad de la for mación pública tanto en la farmacolo gía como en la cirugía.
Con el surgimiento de los Estadosnación, las normativas para la forma ción de farmacéuticos y también su labor fue cambiando de país en país. Lo mismo ocurrió con las regulaciones
Hubo, además, otro invento -proveniente de otra disciplina- que hizo mucho por la farmacología y la medicina renacentista: la imprenta de tipos móviles que desarrolló Johannes Gutenberg.
ron los manuales que se convirtieron en obras específicas para la labor far macéutica. El Manual de Saladón se convirtió en el más importante de la época y se transformó durante mucho tiempo en un modelo para obras poste riores. Por aquella época, la medicina y la farmacéutica ya se encontraban completamente escindidas y precisa ban literatura específica. De hecho, hacia mediados del 1500, las universi
para las boticas. Mientras que en Italia y Alemania la responsabilidad de la normativa caía en las autoridades gu bernamentales oficiales, en España era facultad de los gremios. En Francia, a su vez, la legislación generó disputas entre farmacéuticos y médicos, quie nes no reconocían los saberes de los boticarios. Será la modernidad la que aporte las soluciones a estas tensio nes.
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El 14 de mayo de 1796 fue un día clave en la medicina: Edward Jenner inventó la pri mera vacuna para los humanos. Cuenta la historia que en aquel hallazgo hubo mucho de intuición y sentido común que sus vecinos de Berkeley confundie ron, en su momento, con locura.
El físico y científico inglés había escuchado a los campesinos asegurar que aquellas personas que ordeñaban vacas que estaban enfermas de viruela no contraían jamás la viruela humana, una enfermedad que en el siglo XVIII se había transformado en una temible epidemia y que recién en 1979 la Orga nización Mundial de la Salud declaró erradicada del planeta. Enterado de este saber popular, Jenner –considera do hoy el padre de la inmunología- se propuso investigar qué había de cierto y cuánto de mitología en esos corrillos.
Después de observar que en un im portante número de casos se cumplía la afirmación de los campesinos, se le ocurrió que esos conocimientos po dían utilizarse para evitar contagios de viruela también entre personas que no ordeñaran vacas. Y cuatro años antes de que terminara el siglo realizó un experimento que marcó para siem pre a la ciencia: extrajo pus de la mano de una mujer que ordeña ba vacas y se la inyectó a James Phipps, un niño de ocho años sano que se había ofrecido como voluntario.
Nueve días después de la inocula ción, el niño amaneció con frío, dolor de cabeza y se mostraba inapetente. Pero 24 horas más tarde, todos los sín tomas habían desaparecido y lucía de buen estado general. Jenner decidió, entonces, continuar con la segunda etapa de su experimento: le inyectó al pequeño pus de un niño enfermo. Y tal como había predicho, James jamás se contrajo la viruela.
A lo largo de su investigación, Jen ner no la pasó nada bien. Sufrió cues tionamientos tanto de sus colegas de
la comunidad científica como de los clérigos de la Iglesia. Mientras que en los púlpitos se predicaba que la vacuna era una acción anticristiana, un folleto
sión de lo que la enfermedad significa ba en aquella época basta mencionar que, por entonces, en Francia morían 15.000 personas al año a causa de la
Cuenta la historia que en aquel hallazgo hubo mucho de intuición y sentido común que sus vecinos de Berkeley confundieron, en su momento, con locura.
firmado por el doctor Rowley mostraba una viñeta en la que se veía a un niño con cabeza de buey. Según el autor, la mutación de su cuerpo había ocurrido tras haberse vacunado.
Una vez que el descubrimiento de Jenner fue validado, el científico vacu nó gratis a todos los pobres de Berkeley en un pabellón que montó en el jardín de su vivienda al que todos llamaban el “Templo de la Vacuna”. Hasta los habitantes de los pueblos vecinos se acercaban para ser inoculados. Ante la evidencia del éxito, el propio sacristán de la parroquia terminó de autorizar el procedimiento, convencido de que era la única forma de com batir la epi demia. Para tomar real dimen
viruela, en Alemania 72.000 y, según algunas estimaciones, en Rusia las víc timas llegaron al pico de dos millones anuales.
Muy rápido, la vacuna antivarióli ca se propagó por Inglaterra, Francia e
El experimento sirvió, entre otras cosas, para motivar a los investigadores a estudiar y teorizar sobre qué había sucedido en el cuerpo del pequeño James.
Italia. Después se extendió al resto de Europa y América. Jenner recibió títulos y honores de las más prestigiosas insti tuciones de todo el mundo. Su hallazgo fue revolucionario para la ciencia médi ca en un momento en que poco y nada se conocía sobre el sistema inmunoló gico, los mecanismos de contagio y la vida de los microorganismos. El expe rimento sirvió, entre otras cosas, para motivar a los investigadores a estudiar y teorizar sobre qué había sucedido en el cuerpo del pequeño James. Louis Pasteur fue uno de ellos, quien se dedi có a experimentar con animales y des cubrió la vacuna para el cólera de los pájaros, el ántrax del ganado y la rabia. La contribución científica de Jenner generó, además, un aporte colateral en el lenguaje: la palabra vacuna, un en tonces neologismo proveniente del la tín vacca, un término que en castellano pierde una de sus “c” para denominar al mamífero que habita las pampas. De allí proviene también el vocablo vacu nación, que significa “aplicar el virus vacuno”, algo que hoy hacen millones de personas en el mundo que están en su sano juicio y buscan garantizarse la salud física.
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BOTICARIO MÁS FAMOSO DEL
SIGLO
XIX
Madame Bovary es la obra cumbre del escritor fran cés Gustave Flaubert. La novela, publicada en entregas por primera vez en 1857, cuenta la vida, la pasión y la muerte de una mujer infiel que, estimulada por las lecturas ro mánticas sale en búsqueda de aven turas amorosas “como un Quijote con faldas”, tal como la definió el ensayista español José Ortega y Gasset. Ema, la soñadora e insatisfecha protagonista, está casada con el bondadoso médico Charles, un hombre resignado y con formista que es casi su contracara. El tercer gran personaje se llama Homais, uno de sus vecinos, un boticario anti clerical, progresista y arribista. “Es el gran ganador de la novela”, asegura
Joan Esteva de Sagrera, catedrático de la Universidad de Farmacia de Barcelo na. “En ese personaje –agrega- vertió el autor su rencor y su fascinación por la burguesía, y su retrato es tan certero que Homais se ha convertido en uno de los farmacéuticos más famosos del siglo XIX.”
Homais luce petulante, se muestra como un orador grandilocuente que ha bla todo el tiempo sobre procedimien tos clínicos y técnicas médicas. No obs tante, su gran secreto es que carece de
credenciales oficiales para ejercer, por eso trata de seducir a todo el mundo, de manera que nadie desconfíe, lo denuncie y le clausuren su botica -la más importante de su localidad, Yon ville-, en cuyo frente tiene grabado su propio nombre en letras de oro. Está convencido que el desarrollo científico devendrá en progreso social y cree que el avance industrial modificará las rela ciones humanas. Por eso, anhela para sus hijos un futuro prometedor en el mundo científico.
Homais luce petulante, se muestra como un orador grandilocuente que habla todo el tiempo sobre procedimientos clínicos y técnicas médicas.
Como disiente con la Iglesia católi ca y rechaza a los jesuitas, Homais po lemizaba a menudo con el padre Bour nisien, con quien tiene puntos de vista antagónicos. Mientras que el religioso sostiene que la música y la literatura son ofensivas para las costumbres, el farmaceuta las defiende. El boticario reconoce en sus parlamentos a sus
necesita realizar una importante contri bución a la ciencia. Siente que su pue blo le quedaba chico, lo subyuga, por eso añora conseguir un cartel nacional. Una vez, leyó un artículo que mencio naba un novedoso tratamiento para los pies deformes y se propuso para reali zar esa cirugía en su pueblo. Conside raba que era una manera de colocar a
El autor eligió a Homais como arquetipo del burgués pseudocientífico y trabajó con tanto acierto su personaje que casi lo convirtió en el protagonista de su obra más emblemática.
verdaderos dioses: Sócrates, Frankiln, Voltaire. A su vez, descree de la resu rrección de Cristo y del Todopoderoso que los clérigos dicen que habita en el cielo: “Son estas cosas absurdas en sí mismas y, por otra parte, completa mente opuestas a todas las leyes de la física”, exclama el personaje.
El boticario es padrino de la hija de Emma y Charles. Para agasajarla y con graciarse con ella, suele obsequiarle pastillas para la tos, agua de azahar y otros medicamentos que encuentra arrumbados en los anaqueles de su farmacia, en una demostración de que lo suyo no es, precisamente, un acto de desprendimiento.
El farmacéutico también ejerce en su comercio algunas prácticas médi cas, algo que estaba expresamente prohibido por la legislación de la épo ca. Entre otros tratamientos, atiende una vez al mes a los curas, a quienes hace sangrar para evitarles tentaciones y debilidades.
Homais –que era corresponsal del periódico El faro de Ruán- sueña con obtener la Legión de Honor y, para eso,
su terruño a la altura de la ciencia de su época. El boticario convenció a Charles para realizar la operación de manera conjunta, pero fracasaron estrepitosa mente. Debieron llamar a un médico, quien debió amputarle el pie a su pa ciente. Sin embargo, con astucia, Ho mais logró que la responsabilidad re cayera solo sobre el esposo de Emma.
Hacia el final del relato, el matrimo nio Bovary muere: Emma se suicida, angustiada por las deudas contraídas, ingiriendo arsénico en la botica de Homais. Charles no resiste mucho tiem po más ni las deudas ni la soledad. El farmacéutico, en cambio, consigue su ansiado objetivo: el rey lo nombra au toridad local y le concede la Legión de honor. Flaubert muestra así como una persona mediocre y egoísta sale triun fante, mientras que los apasionados y los humildes quedan en el camino. El autor eligió a Homais como arquetipo del burgués pseudocientífico y trabajó con tanto acierto su personaje que casi lo convirtió en el protagonista de su obra más emblemática.