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Todos hermanos

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Vida sana

Vida sana

Un sueño a partir de la historia

Tuca Vieira Folha de Sao Paulo

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El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti (Todos hermanos) sobre la fraternidad y la amistad social, retoma el sueño del santo de Asís e invita a toda la humanidad a soñar con él. Es un sueño grandioso el suyo: “Todos hermanos”.

En ese documento, Francisco muestra su vocación, su misión y, en su función de “signo de la unidad de la Iglesia” y referente de la humanidad. Nos indica el camino, abriendo puertas, superando obstáculos, imaginando y concretizando novedades antropológicas, sociales, institucionales. A lo largo de este año, propondré al lector de Ciudad nueva una serie de reflexiones sobre puntos decisivos e innovadores de su propuesta. Nuestro deseo es que rápidamente le den ganas de leer la encíclica entera.

Dada la extensión del texto, fue necesario hacer “elecciones”, “opciones”, y privilegié algunos tópicos, sobre los cuales intentaré una rápida profundización, dejando al lector la posibilidad de una reflexión personal y la aplicación en el contexto social del país y del mundo y, sobre todo, en su vida personal y comunitaria.

El primer capítulo de Fratelli tutti está dedicado a un análisis del mundo de hoy. La mirada del Papa es severa y realista, pero es también amorosa. Ve en los desafíos las oportunidades, muestra las heridas para que sean sanadas, revela lo que está camuflado para que sea curado. Ve las posibilidades de transformaciones drásticas y necesarias ante la aproximación de una nueva era.

Sus indicaciones son puntuales y nada escapa a su atención. Muestra todas las distorsiones de la vida social y ciudadana. Son “señales de regresión”: •el regreso de visiones ideológicas extremistas que producen polarización y contrastes radicales, sin posibilidades de diálogo y mucho menos de acuerdo; •un modelo cultural único que esconde el deseo de manipular las consciencias y las culturas de los pueblos y

de las naciones para obtener intereses personales y grupales; •el olvido de la memoria histórica, tan necesaria y valiosa en la formación de la identidad personal y nacional, con la finalidad de criar personas robotizadas e idénticas; •el alarmante aumento de las desigualdades sociales generado por la “cultura del descarte”, que hace reaparecer y aflorar vicios antiguos que se creía que estaban superados o por lo menos reducidos, como el racismo, o que estaban en decadencia como el hambre, las guerras, los genocidios, la esclavitud. Hasta parece que la sociedad de hoy olvidó o extravió las grandes y sufridas conquistas de los derechos humanos fundamentales de los siglos pasados.

•Un deterioro de las costumbres que llega a la corrupción sistemática de la ética y de los valores espirituales.

La causa y la raíz de estos nefastos efectos está en un “déficit de humanidad”, en la pérdida del sentido de pertenencia a la humanidad, de la interdependencia y de la solidaridad.

En ese escenario, la cuestión de la comunicación alcanza un punto crítico inconmensurable. Los nuevos y potentes instrumentos de comunicación digital borraron la frontera entre lo público y lo privado. Desaparecieron los momentos imprescindibles para una verdadera comunicación: el silencio, la escucha atenta, la gentileza en el hablar, la actitud receptiva y el respeto. Desapareció la sabiduría que da sabor a la conversación y al diálogo, que no es mera información sino intercambio, interacción.

En el fondo del túnel que la actual pandemia amplía y dilata, enfatiza y enfoca, el Papa entrevé “caminos de esperanza”.

Esos caminos no están fuera de las personas, de las comunidades, de las sociedades políticas y de la realidad histórica. Están “dentro”, tal vez encubiertos pero reales, y aguardan emerger y explotar para relanzarnos en la caminata. Son caminos liberadores, terapéuticos, difíciles, que exigen esfuerzo, diligencia, compromiso personal y colectivo. Pero caminando la esperanza crece, madura y comienza a dar frutos. En los próximos capítulos Francisco nos invitará a descubrir estos caminos.

La historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales. (11)

Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos». (12)

Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración, es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras como “democracia”, “libertad”, “justicia”, “unidad”. (14)

El descarte asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo […] demostrando que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre. (20)

Mientras una parte de la humanidad vive en la opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. (19)

Todavía hay millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. (24)

Reaparece «la tentación de hacer una cultura de levantar muros […] para evitar el encuentro con otras culturas, con otras personas. Y quien levante un muro terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad» (27).

Los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva a una especie de cinismo. (30)

Si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial (la pandemia) no tenga relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores absolutos de la propia vida y de todo lo que existe. (34)

Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. […] El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo. (42)

Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. […] La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad. (43)

Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana. (49)

La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada. De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. […] Un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales. (50)

A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. (54)

Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano [...]. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». ¡Caminemos con esperanza! (55). Carta Encíclica Fratelli Tutti

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