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Mundo
La era Biden
No sólo la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca sino también la salida de Donald Trump han generado de por sí expectativas acerca de lo que será el futuro del gigante norteamericano. Un mandato que estará signado por los desafíos dentro del país y en recuperar el liderazgo a nivel internacional
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Pese a sus millones de seguidores, el haber regresado Donald Trump a su club de golf ha provocado una sensación de alivio dentro y fuera de Estados Unidos.
No es solo un tema político, sino de sentido común: una cosa es disfrutar de la película sobre el Dr. Strangelove (Dr. Insólito, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba), otra cosa es verlo instalado en la Casa Blanca, con el maletín de los botones nucleares a su alcance y conduciendo en modo delirante el país.
La imagen del Capitolio invadido por fanáticos convocados por él, jactándose de esa ruptura del orden democrático, no puede sino ser inquietante.
Eso explica buena parte de las expectativas generadas por Joe Biden. Su primer discurso ha dado, creo, una clave de lectura que habrá que tener presente. Solemos leer la realidad de Estados Unidos desde su política exterior. Sin embargo, el primer mensaje de Biden ha sido en clave casi exclusivamente doméstica. Y lo más probable es que, al menos en una primera etapa,su política se concentre principalmente en temas internos. La razón, a mi entender, es que habiendo sido vice de Barack Obama, Biden sabe perfectamente qué significa no disponer de los votos en el Congreso. Gran parte de la desilusión suscitada por el expresidente se debe precisamente a la imposibilidad de convertir en leyes proyectos esenciales.
Biden cuenta hoy con una mayoría menguada en la Cámara de Representantes y con paridad de bancas en el Senado, donde decidirá el voto de su vice, Kamala Harris, que preside la Cámara Alta. Eso hace que sean clave las próximas elecciones de medio término, cuando en dos años se deba elegir a la totalidad de los diputados y un tercio de los senadores. En este tiempo, Biden deberá consolidar su apoyo. Para ello es necesario ser eficiente en los resultados, generar la percepción de que se están produciendo cambios. El tema no son sus partidarios ni los republicanos fieles a su partido, sino aquellos votantes que fluctúan entre un polo y otro. Hay que tener presente que, a menudo, una amenaza común a lo que se considera básico para la vida democrática –Trump era esa amenaza– suele concitar apoyos que, luego, se dispersan. ¿Cuáles serán las áreas de política doméstica que ocuparán los primeros lugares de su agenda? Biden anunció en enero que lo peor de la pandemia no había pasado. Deberá por tanto dedicar a la emergencia sanitaria tiempo y recursos, luego de la catastrófica gestión de su predecesor. A comienzos de febrero, el país todavía contaba más de 100 mil contagiados diarios, al tiempo que los muertos superaban los 450.000. Trump nunca pudo entender que la emergencia sanitaria tiene ella misma un efecto económico, porque si las empresas son focos de contagio ¿qué economía podemos sostener? Una cosa es convivir con
el virus, otra cosa es ignorarlo.
El otro tema son las políticas sociales. Biden percibe las profundas desigualdades que se han producido en el país. Pero tiene un nudo crucial: por un lado, está una cultura individualista en la que una equivocada concepción de la meritocracia se opone a las políticas sociales. Estas son entendidas como una caridad a la que el Estado obliga mediante el uso de los impuestos y una intervención indebida sobre la propiedad privada, puesto que cada uno debiera procurarse con su esfuerzo los recursos que necesita. La solidaridad social es, por tanto, mala palabra. Por otro lado, la realidad muestra que no todos ingresan al mercado en condiciones de igualdad, por lo que hay quienes nunca podrán con su solo esfuerzo alcanzar una vida digna. Del sueño americano queda muy poco luego de aceptar el mito del mercado como equilibrador social. Los pobres en el país son muchos más de lo que los propios estadounidenses se imaginan.
Antes de la pandemia, se estimaba que alcanzaban los 90 o 100 millones, un tercio del país. Al mismo tiempo, existe el problema de 11 millones de indocumentados, los que a menudo son mano de obra barata.
Cómo intervenir en este delicado contexto sin generar urticarias en los devotos del esfuerzo individual, pero generando perspectivas de un futuro más amigable en millones de personas será posiblemente el objetivo del flamante presidente, camino a la prometida reconciliación.
No obstante, habrá una política exterior. El objetivo es recuperar el rol de líder mundial amigable, que la errática política de su predecesor ha hecho añicos.
Aquí aparece el tema ambiental. Biden sabe que no hay economía futura sin sustentabilidad y que esta no es posible sin mitigar el cambio climático. Por lo pronto es, además, el principal punto de coincidencia con China, con la que es temprano anunciar mejores relaciones. Pero es también la principal coincidencia con el resto del mundo, que ha comenzado a manejarse prescindiendo de Washington. De los últimos 20 años, 12 se caracterizaron por un unilateralismo que ha quebrado la credibilidad y la confianza en su liderazgo. Por ello, es muy posible que asistamos a un prudente regreso al multilateralismo, en la ONU, la Organización Mundial de la Salud, la Unesco... más que a un espectacular regreso al escenario global.
Las incógnitas sobre la democracia interna del país y sus relaciones con el mundo siguen irresueltas. Solo hay alguien más razonable en el despacho Oval. No es poco.