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Editorial
Divisiones, encuentros y Navidad
Las divisiones están creciendo cada vez más en el mundo. Somos testigos de todo tipo de fracturas sociales, políticas y económicas. Entre naciones, comunidades o individuos vemos que las diferencias han cobrado mayor protagonismo que las coincidencias y se utilizan para polarizar posiciones más que para reconocerlas como ladrillos para construir renovadas relaciones.
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Incluso muchas veces corremos el riesgo de convertirnos no ya en meros espectadores de esas “rivalidades” sino en mismísimos provocadores de divisiones más profundas. Una palabra inoportuna o mal expresada puede caer como una bomba en vínculos ya tensados por el fogoneo constante de medios masivos de comunicación, redes sociales, etcétera.
La humanidad necesita fraternidad. No hay vueltas. Y así lo entendió el Papa Francisco con la reciente encíclica Fratelli tutti, la cual traza una hoja de ruta para todos: cristianos, personas de diferentes religiones y sin referencias religiosas. Es una responsabilidad y un desafío a la vez, sobre todo para quienes adherimos al Ideal de la Unidad de Chiara Lubich, una verdadera maestra del diálogo.
No es casualidad que en esta tercera encíclica del pontificado de Bergoglio, que tiene como punto de partida las palabras de san Francisco de Asís, el término “diálogo” se repita casi tantas veces como “fraternidad”. En el párrafo 48, el Santo Padre describe una actitud de “sordera” que todos, al menos alguna vez, seguramente hayamos tenido: “El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo”. Pero “el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no ha terminado de hablar. No hay que perder la capacidad de escucha”.
San Francisco de Asís “escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transformó en un estilo de vida. Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones”. Esa actitud, el poverello de Asís la tomó, evidentemente, de Jesús. El evangelio da cuenta de algunos largos diálogos de Cristo, como los que entabló con la Samaritana y con Nicodemo, y de muchos intercambios con sus discípulos y personas diferentes.
Hoy ese “escuchar” también podemos reemplazarlo por “leer” al otro, sobre todo en este año de pandemia y aislamiento, en el que el contacto físico se redujo notablemente.
“La fraternidad no es una cuestión de cercanía –decía el copresidente de los Focolares, Jesús Morán, en una entrevista a Vatican News en la que comentaba algunos puntos de la encíclica–, sino de proximidad en el sentido del buen samaritano, de hacerse prójimo con quien sufre”.
Por allí pasa el desafío de ser puentes en esta sociedad separada. Y un puente sin dudas es transitado –incluso a veces pisoteado– dejando alguna que otra marca. “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar”, escribe Francisco al inicio del capítulo sexto de Fratelli tutti. Y agrega: “No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y valiente no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta”. Recordémoslo, en esta Navidad tan peculiar. Que sea una oportunidad para dialogar, en familia, con quienes hemos roto los lazos, con quienes necesitan cercanía.
Como el Papa resume poéticamente, cuando cita al músico-poeta Vinicius de Moraes: “La vida es el arte del encuentro aunque haya tantos desencuentros en la vida”. Se necesita coraje, pero valdrá la pena.
Acerca de
Envejecer (II)
Venimos comentando desde la columna anterior argumentos en torno a la vejez, a partir del recomendable film Lucky, que es un muy buen disparador para el diálogo.
Seguramente, cuando empezó su carrera como actor, a mediados de los años 50, a Harry Dean Stanton ni se le pasaría por la cabeza que su testamento profesional, seis décadas después, sería uno de los personajes más memorables de su prolífica trayectoria (junto al Travis Henderson de Paris, Texas). Este nonagenario Lucky, iconoclasta, escéptico y entrañable, que vive en un pequeño pueblo del Medio Oeste estadounidense, tras sufrir un pequeño accidente da un giro a su vida para encontrar la paz espiritual ante el inminente viaje sin retorno que se le presenta y del que acaba de tomar conciencia.
El personaje derrocha socarronería, humanidad y bonhomía en la composición de un hombre parco en palabras
Diálogo entre personas de diferentes convicciones
aunque de hondas reflexiones. Pero ha envejecido.
Envejecer es vivir. Comenzamos a envejecer desde el mismo momento de nacer. Unas células mueren antes que otras, y la vida es un continuo nacer y morir. Es raro morir por ser viejo; de hecho, durante la vida se van acumulando agresiones externas que causan enfermedades, y al final, de una de ellas se muere.
Como decía ya hace muchos años el médico alemán Rudolf Virchow, “No todos los tejidos del cuerpo nacen al mismo instante ni mueren todos al mismo tiempo; se encuentran tejidos juveniles en la extrema vejez y tejidos ya en senescencia en el feto”.
Se podría decir que el envejecimiento debe verse como un proceso inevitable de involución que puede conllevarse con un buen grado de serenidad y conformidad.
El hombre necesita 20 años para crecer y vive cinco veces 20 años, es decir, 100. El camello crece durante ocho años y vive el quíntuple de esos ocho, es decir, 40 años. El caballo crece durante cinco años y vive el quíntuplo de cinco, es decir, 25 años. Esta ley sólo se aplica a los mamíferos.
En Estados Unidos el porcentaje de niños de 0 a 9 años y el de ancianos de 70 a 79 años es el mismo: 9 %. En el año 2020 hay muchos países con más de 20 % de personas mayores de 60 años. Las consecuencias de estos hechos serán de tal magnitud que es muy posible que muchas de las conquistas logradas con el Estado de bienestar se verán muy comprometidas. También los parques y las viviendas sufrirán modificaciones. ¿Podríamos decir que toda la vida es un proceso de envejecimiento? Sí. Teóricamente toda la vida es un proceso de envejecimiento, pero obviamente existen etapas en la vida del hombre que se diferencian mucho entre sí. Durante los primeros 20 años, aproximadamente, el crecimiento y desarrollo dominan la escena; más tarde el período entre los 20 y 60 años corresponde al proceso reproductivo y a partir de entonces comienza la involución, que por cierto en el ser humano es un proceso largo. Casi todos los animales mueren después del período reproductivo, menos el hombre que prolonga su vida muchos más años. No sabemos por qué. (continuará)
(Cinedebate del 16/11/19)
Próxima columna: “Envejecer (III)”.