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Cultura de la unidad
Las dos Europas
Un viaje reciente a algunos países de Europa del Este me hizo reflexionar sobre la diferente sensibilidad que se puede encontrar, entre personas e intelectuales, en naciones que han sido forjadas, aunque de forma variada, por la civilización cristiana.
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Hasta el punto de que a algunas les cuesta reconocer sus raíces culturales cristianas.
Simplificando, Europa occidental se muestra orgullosa de la distinción entre la esfera laica y la esfera religiosa -distinción que, por otra parte, fue una conquista del cristianismo latino desde el alta Edad Media. Baste pensar en las tesis de Tomás de Aquino y otros teólogos. En efecto, el Dios de Jesucristo se muestra muy respetuoso de la libertad que concedió a su criatura por excelencia: la persona humana. Con el avanzar del tiempo, sin embargo, de la distinción entre esferas (laica y religiosa) se pasó a una separación real, hasta el punto de que en Occidente se tiende ahora a relegar lo religioso a un ámbito estrictamente privado, quitándole así a la fe cualquier posibilidad de manifestación o influencia a nivel público. Es la famosa tesis de laicidad y a-confesionalidad del Estado y, en general, de la política en sentido amplio.
Las cosas son un poco diferentes en Europa del Este. La tradición eslava, por ejemplo, y el cristianismo de extracción griego (católico y ortodoxo), no conciben una separación neta entre lo laico y lo religioso, con el riesgo contrario: en determinadas situaciones la sana distinción de esferas puede desdibujarse, con consecuencias negativas.
El hecho es que el hombre europeo eslavo o húngaro tiende a ser religioso en todos los momentos de la vida, lo que no quita que también haya amplias franjas de ateísmo en el Este. Es la famosa “concepción rusa” de existencia, idea central de un célebre ensayo del gran teólogo jesuita Tomáš Špidlík. Para los “rusos” (rusos en sentido cultural y no necesariamente nacional), de hecho, la Trinidad no es un postulado abstracto como a menudo encontramos en Occidente, sino el paradigma de la comunión personal; es más: es el modelo de toda auténtica socialidad.
En mi opinión, no hay duda de que estas dos “Europas” cristianas se precisan mutuamente. La Europa occidental necesita el impulso místico-contemplativo de la parte oriental para superar esa asfixia inmanentista que muchas veces la asalta, causando una recaída en una tristeza congénita, que acompaña el paso del tiempo marcado por días sin grandes horizontes. Días para llenar con el consumismo y el bienestar como fin en sí mismo. La Europa de oriente, en cambio, necesita el genio especulativo-racional de la parte occidental, que puede li-
Christophe Meneboeuf Wikipedia
berarla de fundamentalismos inútiles y trampas identitarias.
Ambas Europas -si se me permite afirmarlo, como español que soy-, necesitan el sol. Es decir, el calor y la sabiduría que viene de los pueblos del Sur, bañados por el Mediterráneo. Pueblos que durante siglos, aun en medio de innumerables conflictos, supieron interactuar con los pueblos del norte de África y de Oriente Medio, amantes de la vida, de la belleza y de la corporalidad.
Por mi parte, me siento orgulloso de ser cristiano porque el cristianismo está en la raíz de las cualidades arriba mencionadas, distribuidas por todo el continente.
Viviendo el mensaje de Jesús, soy laico en mi religiosidad, religioso en mi laicidad, amante de lo humano y de lo divino, abierto a la trascendencia y plenamente comprometido con la construcción de un mundo mejor.
No podía ser de otra manera: una religión que tiene como fundador a un hombre que se proclama hijo de Dios, tenía que traernos el don de superar todo dualismo.