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Palabra vivida
Al inicio del año nos tocó con mi esposo acompañar a nuestra hija en su embarazo. Ella vive en otra ciudad, que dista unos 190 km de la nuestra. Un aspecto positivo de esta situación de pandemia (soy docente, y estamos dando clases online) fue que pudimos acompañarla físicamente, estar presente antes, durante y después del parto. Por otro lado, el hecho de trabajar desde casa con las clases virtuales también me permitió hacer con mis estudiantes experiencias muy fuertes. Pude saber más de ellos, conocer mejor sus realidades —sobre todo familiares— y descubrí que no eran muy fáciles. Me dispuse entonces a “dar la vida” por cada uno en cada clase, como nos invita a hacer Jesús en el Evangelio. Traté de ofrecerles ayuda a través de whatsapp y con llamadas personales. Por ejemplo, mensajes de aliento a algunos que deseaban abandonar el estudio. Con eso lograba que me confiaran un poco sus dificultades. Incluso algunas mamás me abrían el corazón contándome las dificultades que vivían en el hogar. Prácticamente estábamos residiendo en la ciudad donde vive nuestra hija. En nuestras oraciones agradecíamos este hermoso presente: Dios Amor nos proporcionaba la oportunidad de estar con nuestra hija en esta situación, y queríamos retribuirle haciendo algo concreto. Fue así que un día hablando con una amiga del Movimiento, ella nos compartió el servicio que realizaba en una obra social en la ciudad, cerca del vertedero municipal. Es realmente periferia, física y existencial, como diría el Papa Francisco. La gente que vive allí se dedica a la recolección y al reciclaje de residuos. A ese centro social asisten chicos y adolescentes en edad escolar cuyos padres trabajan en el vertedero. Ahora que las clases presenciales están suspendidas, nuestra amiga estaba preocupada por esos chicos, pues estaban muy expuestos a los vicios y a los peligros propios de su ambiente. Ella nos mencionó que contaba con algunas personas que podían seguir reuniendo a esos chicos, además de proveerles algunos alimentos diarios. La idea era brindarles momentos de formación o talleres. Decidimos involucrarnos y aportar nuestro granito de arena por esta causa. Empezamos a reunirnos con ellos una vez por semana. Llevamos como primera propuesta el “Dado del Amor”, que incentiva a vivir el “arte de amar” que Jesús enseñó, y animamos con canciones y juegos, además de compartir la merienda y el almuerzo. A pesar de las dificultades que vemos en ellos y en la relación entre ellos, estamos seguros de que nuestra labor es solo “sembrar” el bien, y tener esperanza y confianza en que estamos haciendo lo correcto. Con esta acción comprobamos una vez más que la felicidad está más en dar que en recibir y verdaderamente ver tanta necesidad de amor en estos niños, que sufren además todo tipo de carencias, incluso de estímulos y de acompañamiento, nos motivan día a día a seguir apostando por las nuevas generaciones, no importa donde estemos. Sentimos que lo importante es que lo hagamos totalmente desprendidos de nosotros mismos, para poder ir al en-
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cuentro del otro de verdad, darle cabida y transmitirle amor. En esto, nos acompaña nuestra sobrina Clara, de 11 años, que les cuenta lo siguiente: “Conociendo la realidad de estos niños del vertedero, quise hacer un acto de amor por ellos, y les doné todos mis juguetes -que, por cierto, tenía muy bien cuidados- y, juntos con los míos, también pensé que podíamos donar los que pertenecían a una prima que vivió con mis tíos antes que yo y que tiene mi misma edad. Con mi tía decidimos hacerle una video-llamada para contarle mi intención y proponerle esa idea. Ella inmediatamente aceptó, y fue así que llevamos a los chicos una cantidad de juguetes que los dejaron muy contentos. Acomodando mi armario, separé la ropa que ya no me cabe y se la regalé también. Nos hizo muy felices ver la alegría con la que recibieron lo que habíamos llevado. Por otro lado, como ejecuto la guitarra, estoy ensayando algunas canciones para acompañar a mis tíos en los próximos encuentros con esos chicos y así donarles también mi tiempo y algo de lo que sé hacer y cantar con ellos”. Victoria y Mario (Encarnación, Paraguay)