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Cultura
Diplomacia, mezquindad y valentía
En los complejos enredos de la política y de la diplomacia en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos sudamericanos mantuvieron posiciones a veces embarazosas. Pero varios diplomáticos de misión en Europa ayudaron a salvar a algunos miles de judíos de la violencia nazi. Publicamos dos aportes al respecto
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Con pasaporte paraguayo
Entre las muchas historias curiosas de la Segunda Guerra Mundial, hay una en la que, gracias a pasaportes falsificados, de un día para otro muchos judíos de Amsterdam, Varsovia y hasta Berlín se convirtieron en nativos haitianos y bolivianos. Si eso suena gracioso, vamos al detalle.
Los soviéticos de un lado y los nazis del otro habían invadido Polonia. El gobierno casi entero estaba exiliado en Londres.
Su representante en Suiza, Aleksandr Lados, no podía usar título de embajador, pero sí de encargado de negocios. En 1940, alentado por su canciller y “alterando” documentos, salvó unas treinta personas en riesgo de muerte bajo la ocupación soviética. Y entre 1942-43, su “Grupo de Berna” se agenció papeles en blanco de diversos países americanos, los llenó a su gusto y los reenvió a unos 3.000 judíos con sus familias.
El cónsul honorario de Paraguay (un suizo) cobró 500 marcos cada documento firmado, sellado y legalizado en su oficina. El embajador de El Salvador, en cambio, colaboró gratuitamente.
Con esos pasaportes, los beneficiados se salvaban de ir a un campo de concentración. Pero algo les sonaba raro a los nazis: ¿desde cuándo vivían tantos judíos sudamericanos en Sosnowiec y Varsovia? Rápidamente hubo que confesar el delito a los embajadores de los países afectados, y encima rogarles complicidad para que certificaran que esos papeles eran enteramente legales. Monseñor Filipo Bernardini, amigo de la causa, convenció sobre todo al gobierno paraguayo. Después de la guerra, Polonia cayó en manos comunistas. Lados volvió a su país solo cuando ya se sentía morir. Sus colaboradores prefirieron tomar otros rumbos, como el asesor Stefan Ryniewicz, que terminó sus días en 1988 como argentino naturalizado, empresario y directivo del Club Polaco de Buenos Aires. Así lo cuenta el documental de Robert Kaczmarek Pasaporte paraguayo, que Cine Club Núcleo difundió este año gratuitamente.
Cabe recordar aquí a otros embajadores que se arriesgaron para salvar vidas en aquellas épocas, como el portugués Arístides de Souza Mendes, que salvó a miles de judíos pese a las órdenes del dictador Salazar, y luego murió pobre, o el mexicano Gilberto Bosques Saldívar, que salvó a cientos de republicanos y judíos, y luego fue honrado por su gobierno, evocados en sendos documentales: O cónsul de Bordeus (Correa y Manso, 2011) y Visa al Paraíso (Lilian Lieberman, 2010). O el cónsul sueco Raoul Nordling, que apelando al don de la palabra, los contactos y el savoir-faire convenció al general Dietrich von Choltitz de entregar París a los Aliados sin hacerla saltar en pedazos como ordenaba Hitler. Ese hecho fue debidamente representado por Orson Welles y Gert Froebe en ¿Arde París? (René Clement, 1966), y con más detalle por André Dussolier y Niels Arestrup en Diplomatie (Volker Schlondorff, 2014). Daniel Sendrós
Cronista de cine, periodista y profesor universitario argentino. Parte de un artículo originalmente publicado en la revista argentina Criterio, edición de octubre-noviembre 2020, con el título: “Diplomáticos latinoamericanos en tiempos de guerra”.
Diplomáticos latinoamericanos que salvaron judíos
En las disposiciones de los países de América Latina respecto a los judíos —antes, durante y después de la Shoá— se pueden distinguir dos tipos de actuaciones: una, referente a la inmigración de refugiados judíos que trataban de huir de Europa y la actitud a extenderles visas; y la otra, referente a la posibilidad de protección de víctimas judías por medio de la entrega de documentos de nacionalidad (pasaportes o “promesas”).
Comúnmente, en ambos casos, las personas a las que acudían los refugiados eran cónsules –de carrera u honorarios– que se ocupaban de la emisión de la documentación correspondiente. Detrás de ellos, en sus países de origen, estaban la Cancillería y su ministro y el jefe de gobierno. Todos ellos eran funcionarios públicos conocidos, que debían cumplir con las instrucciones emitidas por sus gobiernos.
La investigación realizada en las últimas décadas en los archivos diplomáticos de varios países latinoamericanos indica que ninguno de estos países sancionó leyes o decretos que limitaran expresamente la inmigración de judíos. Sin embargo esta restricción existió y fue transmitida como instrucciones de trabajo a los cónsules en Europa. Así es como tenemos en nuestras manos copias de circulares que instruían a los cónsules a investigar detenidamente a los solicitantes de visas y denegárselas en el caso que descubrieran su identidad de judíos. Estas circulares fueron emitidas por las cancillerías de Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, México, Ecuador y Paraguay.
Sin embargo, y a pesar de estas instrucciones expresas, son conocidos los casos de varios cónsules que emitieron, ya iniciada la guerra, visas de inmigración a judíos. Algunos de ellos lo hicieron eludiendo estas instrucciones o interpretando algunos aspectos de la política de su gobierno e, inclusive, influyendo sobre la misma.
Otros cónsules hicieron lo mismo otorgando un número mayor de visas y arriesgando su posición y su seguridad personal al actuar abiertamente en contra de la política de su gobierno. Uno de los casos es el del embajador brasileño en Francia, Luis Martins de Souza Dantas, quien emitió cientos de visas diplomáticas a refugiados judíos, contrariando las instrucciones de los funcionarios de su ministerio y del propio ministro.
En estos casos y muchos otros, los nombres de quienes otorgaron visas, de los que las vendieron y de los que las negaron son mencionados en miles de testimonios en diversos archivos.
Otro tipo de actuación se refiere a la entrega de documentos de protección a judíos. El caso más conocido es el de diplomáticos extranjeros en Budapest que salvaron decenas de miles de judíos a partir de octubre de 1944, bajo el gobierno fascista del partido Cruz de Flechas apoyado por los alemanes. Entre los documentos utilizados por estos diplomáticos había miles de pasaportes y certificados de ciudadanía de El Salvador emitidos por su consulado en Ginebra (Suiza) y distribuidos por el cónsul suizo en Budapest, Charles Lutz.
Dos casos menos notorios son los referidos a la utilización de pasaportes como documentos de protección en los países ocupados por los alemanes o en países aliados de los éstos en los que se aplicaron disposiciones anti judías. El primero es el de la utilización de pasaportes y “promesas”, que brindaban protección a los judíos que los recibían convirtiéndolos en posibles candidatos a operaciones de canje de prisioneros entre los Aliados y Alemania. El segundo caso se refiere a la emisión de documentos chilenos en Rumania con el objetivo de proteger a sus portadores de su deportación a Transnistria. Pasaportes y “promesas” para un posible canje de prisioneros.
Estos documentos fueron emitidos por diplomáticos latinoamericanos en su mayoría apostados en Suiza (Berna y Ginebra) y Suecia (Estocolmo), países neutrales. Los pasaportes […] portaban las fotografías de las personas en cuyo nombre se habían emitido, que podía llegar a ser una familia entera en un pasaporte. A veces se adjuntaba una certificación notarial para que se vieran más convincentes.
Las “promesas” eran documentos que certificaban que su portador estaba bajo la protección del país emisor y que se le había prometido que al presentarse en un consulado de ese país recibiría su pasaporte.
El propósito de estos documentos no era el de permitir la emigración al país emisor sino que servían como documento de protección en distintas siguientes situaciones. Al comienzo de la ocupación
alemana en Europa oriental y de la implementación de medidas de segregación hacia los judíos, los portadores de documentos extranjeros estaban exentos de la obligación de portar un signo distintivo en sus ropas como ser una estrella de David, o de la obligación de permanecer en zonas circunscriptas para judíos (los guetos). A mediados de 1942, los alemanes decidieron que los judíos que no tenían ciudadanía serían los primeros en ser enviados a campos de exterminio. En esta categoría estaban los judíos alemanes que habían emigrado durante los años 30 y que por las leyes de Nuremberg habían perdido la ciudadanía alemana. Estos documentos les otorgaban una ciudadanía y una eventual protección. A fin de 1942, y con la intención de promover el canje de prisioneros con los Aliados, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán propuso concentrar 30.000 prisioneros que podrían servir como rehenes para el canje por alemanes en poder de los Aliados. Ese plan, aprobado por el Ministro de Relaciones Exteriores, Joachim von Ribbentrop y por el del Interior, Heinrich Himmler, consideraba la concentración de judíos con ciudadanía –verdadera o ficticia– de los países Aliados o neutrales. Dada la importancia de estos “rehenes”, ellos debían ser mantenidos en condiciones razonables, infinitamente mejores de las que sufrían la mayoría de los judíos en campos de concentración. Por supuesto, estaban a salvo de los campos de exterminio. Para este fin fue acondicionado el campo de Bergen Belsen como campo de transición.
El primer transporte de judíos a Bergen Belsen se realizó a mediados de 1943 desde Polonia [...]. Muchos de ellos portaban pasaportes de Paraguay y Honduras y, en menor cantidad, de Ecuador, Perú, Haití y Guatemala, aunque la mayoría tenían “promesas”. Las esperanzas de que se acercaban a la liberación, en esos judíos se desvanecieron al poco tiempo. En octubre de 1943, las SS requisaron todos los pasaportes para verificar si eran reconocidos por los países emisores. Como no lo estaban, casi todos fueron enviados a Auschwitz. Sólo 350 se salvaron de esa deportación. El mismo proceso sufrieron los judíos que fueron enviados desde el sur de Polonia al centro turístico de Vittel, en Francia y 3.670 judíos con pasaportes latinoamericanos y otros documentos, que fueron internados en la sección Campo Estrella (Sternlager), aunque algunos cientos lograron ser canjeados por alemanes o sobrevivieron la derrota nazi. Esto se debió al cambio en la política de Estados Unidos -y, en consecuencia, de los países de América Latina- respecto al reconocimiento de estos pasaportes y a la posibilidad de realizar canjes de prisioneros. El marco en el cual se tomaron las decisiones fue el Comité Asesor de Emergencia de Defensa Política de las Américas, en cuya sesión de mayo de 1943, en Montevideo, se decidió que no se reconocerían estos documentos ni se realizaría canje de prisioneros dado que no querían recibir refugiados. Detrás de esta decisión, además del mencionado rechazo por parte de estos países a la inmigración de judíos, estaba también la posición de Gran Bretaña y Estados Unidos, contraria al traslado de mano de obra calificada a Alemania y la de recibir refugiados.
La modificación mencionada en esta política comenzó con el cambio que se registró en Estados Unidos a comienzos de 1944 respecto a los judíos. En enero se estableció el Consejo de Refugiados de Guerra, que intentó ayudar en el salvamento de refugiados judíos. Este cambio fue acompañado de una nueva decisión del Comité Asesor de Emergencia, que reconocía a estos pasaportes como documentos de protección pero con la condición expresa de que no sirvieran para la inmigración al país emisor. Con esta decisión se llegó a un canje de prisioneros en enero de 1945.
Los pasaportes latinoamericanos fueron conseguidos o adquiridos en consulados de países latinoamericanos en Berna y Ginebra, en Estocolmo, en Lisboa y, en algunos casos, en Estados Unidos y algunos países de América Latina. Los países en cuyo nombre se emitieron fueron: Paraguay, Honduras, El Salvador, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Perú, Haití, Venezuela, Costa Rica y tal vez algún otro. Efraim Zadoff
Extraído de “La actuación de diplomáticos latinoamericanos en el salvamento de judíos en la Segunda Guerra Mundial”, en Cuadernos Judaicos Nº 32, diciembre de 2015.