PICNIC CON HORMIGAS
Reflexiones sobre gestión del conocimiento y desarrollo (sostenible)
Rodrigo Tarté P.
A Ana María, Andrés, Martín, Rodrigo, María de Lourdes, Fernando y Carlos Antonio.
Presentación
Algún día -espero- el calificativo sostenible caerá en desuso cuando se trate el tema del desarrollo. Por eso lo he puesto entre paréntesis en el título de este libro. Algún día se entenderá que el desarrollo necesariamente deberá ser sostenible, porque en el concepto mismo estará implícito que éste deberá ser más justo en la distribución de los beneficios del crecimiento económico, más respetuoso del medio ambiente, más equitativo en la utilización y aprovechamiento de los recursos naturales, y sobretodo, más ético desde una perspectiva global. Se entenderá que el único desarrollo posible habrá de incluir la satisfacción de las necesidades básicas de todos los seres humanos y de las especies con las que compartimos el mundo natural.
Sin embargo, esto no será posible si la humanidad no adquiere conciencia de que el conocimiento es la base para impulsar esta idealización del desarrollo, y que ha llegado la hora, no solamente de actuar localmente y pensar globalmente, como afirma el popularizado “slogan”, sino de actuar simultáneamente local y globalmente. En tiempos en que abunda la información y su fácil acceso, es importante entender que, por sí misma, ella no garantiza el conocimiento que requieren nuestras sociedades para efectuar las transformaciones que aseguren la satisfacción de sus necesidades básicas y legítimas aspiraciones.
La gestión para convertir la información en conocimiento realmente útil a los que toman decisiones en materia de desarrollo constituye la base de la tan anhelada sostenibilidad. Por eso, las numerosas paradojas que hoy atentan contra el paradigma de la sostenibilidad deberán enfrentarse y resolverse, a partir de una gestión integrada de los múltiples sectores que producen y utilizan el conocimiento que la humanidad ha ido acumulando a lo largo de su existencia, y a partir de un compartir global de esa gestión.
Sobre ese compartir y esa gestión, tan multilateral como integrada, es de lo que trata este libro, construido en su mayoría a partir de ensayos escritos durante más de una década de experiencias, inquietudes y reflexiones sobre el tema.
R. Tarté P.Hormigas para el Picnic
Guillermo Castro H.
Este es, en muchos sentidos, un libro extraordinario. No se trata sólo de que haya sido escrito por un científico para quienes no lo son, como para sus colegas. Ni de que se refiera al reto más vasto y complejo que ha enfrentado nuestra especie en su desarrollo, que es el de enfrentar las consecuencias de las formas de relacionarse con el mundo natural que han sostenido ese desarrollo a lo largo de cuatro millones de años. Se trata, sobre todo, de que es un libro a la vez valiente, sencillo – que no simple -, y marcado en cada línea por una tenaz vocación de servicio del autor a sus semejantes, y a las verdades que eventualmente podrán llevar a los humanos – a todos los humanos, incluyendo los que compartimos este rincón del mundo al que llamamos Panamá – desde el reino de la necesidad al de la libertad.
El valor demostrado por el autor al escribir y publicar esta obra tiene múltiples facetas. La primera y más visible consiste en la confianza que demuestra en el deseo de conocimiento de sus semejantes. Esto no es poca cosa, en una sociedad mercantilizada hasta el tuétano, en la que la cultura aparece a menudo subordinada a una mentalidad publicitaria que banaliza todo lo que toca, en la que un mercantilismo tan anticuado como pretencioso, valora el conocimiento –cuando lo hace –por su capacidad para producir ganancias inmediatas, en el mejor de los casos, o para dar lustre a la vida social, en el más triste.
Esos vicios de nuestra cultura, tantas veces denunciados ya, adquieren en nuestro tiempo un significado nuevo y peligroso. Nuestra especie, en efecto, atraviesa por una circunstancia sin precedentes en su historia, que es a fin de cuentas la de sus relaciones con el entorno natural del que ha dependido para su desarrollo. Esa circunstancia es la de una crisis ambiental, esto es, la de un deterioro de esas relaciones que ya ha adquirido visos amenazantes.
No se trata de la primera crisis de este tipo en nuestra historia. Las ha habido en cada ocasión en que nuestra especie ha logrado crear medios capaces de incrementar su capacidad para intervenir para su propio beneficio en los ecosistemas de los que depende su existencia. La conquista del fuego dio lugar a la primera gran masificación de esas intervenciones, cuyas consecuencias se han venido haciendo sentir en nuestro Istmo, por ejemplo, a lo largo ya de once mil años. Y la conquista de la agricultura – esto es, de la capacidad para simplificar los ecosistemas para llevarlos a producir un número cada vez más limitado de especies vegetales de interés para los humanos -, acentuó ese poder y generó, también, problemas de relación con el mundo natural que en Panamá nos han acompañado ya por unos siete mil años.
La crisis de hoy, sin embargo, es distinta a todas las anteriores en su carácter, como en sus implicaciones. Las anteriores fueron, en esencia, crisis locales, y afectaron uno u otro conjunto de ecosistemas cada vez, pero nunca todos al mismo tiempo. La de hoy, en cambio, es una crisis global. Las anteriores fueron particulares, en el sentido de que afectaron a unas sociedades más que otras, y a cada una en distintos momentos. La de hoy, en cambio, es una crisis general. Las de ayer fueron graduales: los cambios que desembocaron en cada crisis se acumularon a lo largo de períodos muy extensos de tiempo, como en el caso por ejemplo de la Mesopotamia bíblica, tan fértil, que antecedió al Irak estéril de hoy. La crisis nuestra, en cambio, es de una intensidad cada vez mayor, que en menos de dos siglos nos ha llevado una y otra vez a callejones sin salida en nuestra relación con la naturaleza.
Por último - sobre todo-, las crisis anteriores fueron ambientales, pero la de hoy empieza a ser ecológica. Aquellas, en efecto, afectaron el ambiente creado por sociedades específicas en lugares específicos, y desembocaron en la restauración – a menudo degradada, sin duda - del viejo orden natural. Así ocurrió por ejemplo con en el Darién deforestado anterior a la Conquista europea, transformado en los siglos siguientes de nuevo en la selva que fue, que con tanto empeño hemos venido convirtiendo de nuevo en sabanas de medio siglo acá. Ahora, en cambio, nuestra especie ha alterado un número creciente de condiciones de funcionamiento del mundo natural, alterando la composición de la atmósfera de un modo que favorece un incremento en la variabilidad climática; desgastando la capa de ozono – e incrementando con ello la radiación ultravioleta a la que están expuestos todos los seres vivos - ; liberando en la biosfera enormes masas de productos artificiales, e interviniendo en todos los ecosistemas del planeta a una escala y con una intensidad sin precedentes.
Estamos alterando, en breve, los términos en que hasta ahora ha operado la evolución de la vida en la Tierra, que incluye nuestra formación y desarrollo como la especie que somos. Y el impacto gradual que ello va teniendo en nuestras relaciones con las demás especies con las que compartimos el mundo se expresa ya en nuestra conciencia en formas nuevas del pensar. Una de esas novedades consiste, por ejemplo, en la importancia creciente que adquieren formas nuevas de interrogar a la realidad, precisamente porque necesitamos como nunca antes respuestas innovadoras ante problemas sin precedentes.
Contra el optimismo ingenuo de nuestra fe de ayer en el poder de la tecnología, por ejemplo, se alza la evidencia de algunas verdades para las que quizás no estemos aún del todo preparados. Como la de que los problemas derivados de la crisis en nuestras relaciones con el mundo natural no tendrán soluciones rápidas, ni sencillas, ni permanentes, por ejemplo, ni podrán esas soluciones forjarse a partir de las formas del saber que precedieron al descubrimiento de esos problemas, y de sus implicaciones. Y esto abre a un tiempo una demanda de rupturas, y otra de continuidades. Rupturas con formas esclerosadas del saber, que de súbito parecen tan obsoletas como las del Iluminismo del XVIII, y continuidades en la gran tradición de reflexión crítica sobre el lugar de nuestra especie en la historia natural, que del Iluminismo acá se han prolongado en la obra de Alejandro de Humboldt como en la de Carlos Darwin, Federico Engels y Vladimir Vernadsky, el gran ruso que en 1925 culminó en la noción de noosfera – el ámbito de la capacidad humana para conocer y transformar el mundo - el conjunto mayor integrado además por la geósfera – el ámbito de la materia inanimada – y la biosfera, el ámbito de la vida biológica.
En lo que tiene de más universal, este libro se suma a la gigantesca empresa de rescate de esa gran tradición de pensamiento que, a lo largo de las primeras seis o siete décadas del siglo XX, fue remitida a los márgenes de nuestra civilización por el impulso tecnológico derivado, a un tiempo, del descubrimiento del motor de combustión interna y de la organización de la primera economía de escala realmente mundial en la historia de la Humanidad. En el marco de esa empresa de renovación cultural, el autor nos remite a los grandes problemas de nuestro tiempo desde las realidades más inmediatas de nuestro entorno, y nos devuelve una y otra vez a los motivos de esperanza que se desprenden de nuestra capacidad para aprender a trabajar con la naturaleza, y ya no contra ella.
Desde esa perspectiva, cambia de manera no por sutil menos sorprendente la visión que podemos tener de nuestro país, de sus recursos, y de las posibilidades para el desarrollo humano que puede revelar un abordaje de sus problemas fundamentado en el conocimiento de su naturaleza. En cada uno de los elementos fundamentales de esa naturaleza – agua, aire, tierra,
fuego – encara el autor la tarea de comprenderlo en la complejidad de las relaciones que lo definen, y permiten asignarle un lugar y un valor en el orden del universo. De ese modo, también, nos acerca de manera poco usual el problema de la sostenibilidad de nuestro propio desarrollo, no como mera declaración oficiosa, sino como el resultado que podamos llegar a obtener enfrentando el desafío de cambiar, a un tiempo, las relaciones que mantenemos con el mundo natural y las que nos vinculan a nuestros semejantes.
El desarrollo – ese tema tan central a la cultura latinoamericana desde hace más de medio siglo, heredero a su vez de los temas anteriores de la civilización y el progreso -, de súbito, ya no se presenta aquí como mera obra humana que tiene por escenario el mundo natural. Se empieza a comprender aquí que el objetivo mayor del desarrollo – la creación de aquel círculo virtuoso de crecimiento económico sostenido que se transforma en bienestar social creciente que se expresa en participación política cada vez más amplia – sólo puede ser logrado en la naturaleza y con ella, no a su margen, ni mucho menos contra ella. Los medios para lograrlo ya están a nuestra disposición. Lo que hace falta cambiar, dice el autor, es ante todo a nosotros mismos.
El siglo del petróleo, que ahora se desgrana ante nuestros ojos, no pudo concebir esto de esta manera. Proclamó en cambio, como una verdad evidente en sí misma, la separación entre los humanos y la naturaleza, y la necesidad evidente del dominio de los primeros sobre la segunda. En el interior de nuestra propia especie, esto se tradujo a su vez en la separación entre el hacer de las ciencias naturales, y el soñar de las Humanidades. Todo eso se desgrana hoy también, abriendo paso a un diálogo nuevo entre el hacer y el soñar, como las dos dimensiones fundamentales del ser humano, como lo somos.
Nada resulta del conocimiento científico, dice el autor, sin la guía del imperativo ético. Pero nada puede la ética, tampoco, sin la fundamentación de la esperanza en los hechos que revela el conocimiento producido por la ciencia. Ese diálogo, tan raro aún entre nosotros, permea todo este libro, y confirma con ello, justamente, lo sólido de la formación científica de su autor. En nuestra gran tradición cultural latinoamericana, pensar, como decía José Martí, es servir. Y conocer, añadía, es resolver. Visto desde esa luz, este es sin duda alguna un libro martiano. Desde la América nuestra, no cabe un elogio mayor.
ÍNDICE
Prólogo. Hormigas para el picnic, por Guillermo Castro........................................................
Introducción. Diversidad, complejidad, trópico y desarrollo sostenible................................
Capítulo 1. Más preguntas que respuestas..........................................................................
Capítulo 2. Impacto de los patrones de consumo sobre el ambiente y la sociedad.....................................................................................................
Capítulo 3. Minería y desarrollo rural................................................................................
Capítulo 4. Desafíos, opciones y estrategias para la agricultura tropical dentro de una gestión de desarrollo sostenible................................................
Capítulo 5. Ambiente y desarrollo: una cuestión de ética...................................................
Capítulo 6. Oportunidades para el desarrollo de una industria ambiental en Panamá............................................................
Capítulo 7. Los ecosistemas y la gestión del desarrollo......................................................
Capítulo 8. La historia ambiental: una visión desde las ciencias naturales en la perspectiva de desarrollo sostenible........................................................
Capítulo 9. Gestión integrada del conocimiento: ciencia para el desarrollo sostenible....................................
Introducción
DIVERSIDAD, COMPLEJIDAD, TRÓPICO Y DESARROLLO SOSTENIBLE
Picnic con hormigas
Me viene a la mente una tarde de verano en Stewart Park, un parque a orillas del lago Cayuga, al norte del Estado de Nueva York. Era el año 1973 y acababa de conocer a Ana María (ahora mi esposa), a quien había invitado a un picnic en ese sitio encantador para disfrutar de un asado tipo argentino con la mejor tecnología norteamericana. Tendimos el mantel sobre el bien cuidado césped, colocamos los utensilios, la ensalada y algunos “snacks” con los que nos entreteníamos mientras conversábamos y esperábamos a que la carne estuviese en su punto. En medio de la conversación, y con esa cualidad observadora que la caracteriza, me comenta con un tono de sorpresa: -¡Qué maravilla! en estos parques gringos no hay ni hormigas- A lo que yo le respondo, tratando de disimular mi ignorancia sobre el tema:Seguramente las tienen controladas para que no molesten a las personas. -En el trópico- pensécasi siempre hay que espantar a las hormigas y otros bichos; acá, lo más probable es que algún producto químico u otra tecnología impida su relación fastidiosa con los humanos-.
En ese momento no estaba tan consciente de las enormes diferencias en diversidad biológica existentes entre los trópicos y los climas templados. Estaba más interesado en disfrutar de mi picnic sin hormigas en tan grata compañía.
Pasaron los años, y de vuelta en Panamá, luego de finalizar mis estudios de doctorado, me fui apartando de mi super-especializada profesión (fitonematología), para incursionar en el mundo real del trópico, donde la diversidad era la regla del juego: el mundo, cuya complejidad natural habíamos ignorado por tanto tiempo en un afán por intervenirlo a nuestro antojo, sin imaginar las consecuencias de tal intervención.
En Panamá, según una referencia científica que encontré hace algún tiempo1, se encuentran más de 18,000 especies de hormigas en una hectárea de bosque lluvioso. Suena como una cantidad exagerada, pero, aun si la cifra real fuese 10 o 100 veces menor, son muchas hormigas como para pretender que un picnic en medio de un campo pudiera hacerse sin su presencia. Pero, ciertamente las hormigas no son insectos fastidiosos, ni son plagas que ocasionen problemas a la salud de los seres humanos, por ahora. Su abundante número de especies debe hacernos reflexionar sobre su papel en la naturaleza, su relación con otras especies y sobre lo poco que conocemos acerca del mundo natural real al cual pertenecemos.
A pesar de ese enorme camino por recorrer en la búsqueda del entendimiento del mundo natural, creo que algo estamos aprendiendo de los golpes que hemos recibido por nuestro trabajo contra la naturaleza a través de los últimos siglos. La factura que nos pasa la naturaleza cada tanto ha hecho que muchos en el trópico ya no duden que es mejor tener un picnic con hormigas que sin ellas.
1 Edward O. Wilson , en su libro The Diversity of Life, publicado en 1992, citando un artículo de Terry L. Erwin, titulado Tropical Forests: their richness in Coleoptera and other arthropod species, el cual fue publicado en 1982 en Colleopterist’s Bulletin 36(1): 94-95.
El entorno tropical es un laboratorio ideal para entender el concepto de desarrollo sostenible y darle forma a su gestión, porque la dinámica compleja que mantiene su estabilidad, a pesar de su alta diversidad, está condicionada por leyes naturales que gobiernan las múltiples asociaciones e interacciones que ocurren entre sus componentes biológicos, químicos y físicos.
Conocer y entender el mundo que habitamos es una de las mayores necesidades humanas. La historia de la humanidad ha documentado muchos avances que nuestra especie ha ido adquiriendo en materia del conocimiento de su entorno. Muchas leyes que norman los fenómenos de la naturaleza han sido descubiertas, y de ellas se han derivado importantes aplicaciones prácticas que se han traducido en nuevas y mejores formas de producción de bienes y servicios. La búsqueda de una ley universal que explique y relacione todos los fenómenos sigue siendo una aspiración de un notable grupo de científicos. Pero, la diversidad y complejidad del mundo es tal, que apenas sentimos que comprendemos una pequeña parte de él.
Se afirma que el más maravilloso misterio de la vida puede muy bien ser el medio por el cual se generó tal cantidad de diversidad a partir de tan poca materia física2 . Compartimos la biosfera con millones de especies de otros organismos que interactúan entre sí, y cuya mayoría aún no conocemos – se asume que apenas conocemos alrededor de 1.4 millones de especies de un estimado que varía, según diferentes autores, entre 10 y 100 millones. En los diversos ecosistemas de la biosfera se asume que cada especie es parte del ambiente de, por lo menos, otras cuatro, pero que en una escala mayor hay especies que están indirectamente conectadas, no solamente con cuatro, sino con cuatro mil otras especies3. Con toda seguridad, todas las especies existentes están, de una forma u otra, conectadas, y forman parte de la frágil trama de la vida. Se estima que los trópicos, aunque ocupan solamente el 6% de la superficie terrestre, tienen más del 50% de la flora y fauna existente, incluyendo más del 70% de los insectos conocidos – este grupo contiene más de la mitad de todas las especies conocidas. Asimismo, Centro y Sur América poseen más del 50% de los bosques tropicales del mundo. En Panamá, con apenas un 0.05% del total de la superficie terrestre, se ha registrado un 10% de la diversidad total de especies de aves, tanto migratorias como endémicas. En apenas 15 km2 de la Isla de Barro Colorado, se han registrado más especies de plantas con flores que en toda Europa. La causa de la mayor diversidad biológica de los ecosistemas tropicales constituye uno de los mayores
2 Ver pag. 35 de E. O. Wilson. 1992. The Diversity of Life. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Mass. 424 pp.
3 Ver pag. 207 de J. Wiener. 1990. The Next One Hundred Years. Bantam Books. New York. 312 pp.
problemas teóricos de la biología evolutiva4, y puede encontrar su explicación en la mayor cantidad de energía solar y en la mayor estabilidad climática que los trópicos poseen en comparación con otras latitudes. Sea cual fuese la razón, lo cierto es que esa diversidad supone un mayor número de interacciones complejas entre las especies biológicas y los procesos naturales. En el marco de tales interacciones, el ser humano no puede escapar a sus efectos, ni tampoco dejar de afectarlas.
Las relaciones entre las especies vivientes y su hábitat han sido motivo de estudio de numerosos científicos, prácticamente desde que el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) inventó el término ecología5. Pero el estudio de la complejidad de tales relaciones en un contexto ecosistémico y biosférico, que enfatice la síntesis y comprensión del todo más que el estudio de los pedazos, se ha venido fortaleciendo a partir de las influencias ejercidas por James Lovelock (teoría o hipótesis de Gaia)6 y Stuart Kauffman (teoría de la complejidad)7, entre otros. Estos autores han ido más allá de expresar necesidades sentidas desde la primera gran síntesis de la ciencia que hiciera Charles Darwin, para proponer, atrevidamente, nuevos esquemas para abordar el entendimiento del mundo que habitamos. Estos esquemas han sugerido una desviación del tradicional enfoque reduccionista de la ciencia, para incorporar otro más difícil y más integrador, como única forma de entender la vida y su evolución.
Para muchos científicos, la especialización se nos ha ido de las manos. Existen más ramas en el árbol del conocimiento que en el árbol de la vida8. Daré algunos ejemplos relacionados con mi área de especialización profesional, la Fitonematología. Un fitonematólogo estudia los nemátodos, que por lo general habitan en el suelo parasitando las raíces y otras partes de las plantas, y los separa de otros microorganismos que constituyen el objeto de estudio del microbiólogo de suelos, que a su vez es un especialista distinto de un microbiólogo general o de un bacteriólogo, o de un virólogo, dependiendo del tipo de organismo de que se trate. Ambos especialistas (el fitonematólogo y el microbiólogo de suelos) separan a estos organismos del suelo que los contiene para estudiarlos mejor bajo condiciones controladas. El suelo de donde provienen, a su vez, es el objeto de trabajo del edafólogo que lo estudia desde la perspectiva de su relación puramente química y física con los cultivos, dejando a un lado los componentes biológicos que contiene. El genetista fitomejorador desarrolla nuevas variedades de cultivos para obtener mejores rendimientos o resistencia a una plaga en particular, como si estas variedades existieran en un contexto aislado y no coexistieran con una multitud de otros organismos, ni interactuaran con diversas composiciones químicas y físicas del entorno biogeofísico. Solo ocasionalmente, algunas de estas disciplinas convergen por accidente, o por convicción, hasta donde lo permita el inusual y no institucionalizado tratamiento sistémico de los problemas, lo cual dificulta tremendamente el trabajo de ese especialista “integrador” que llamamos agrónomo.
4 Ver pag. 199 de E. O. Wilson. 1992. The Diversity of Life. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Mass. 424 pp.
5 Ver pag. 44 de L. Margulis y D. Sagan. 1995. What is Life?. University of California Press. Berkeley. 288 pp.
6 J. E. Lovelock. 1979. GAIA: A New Look at Life on Earth. Oxford University Press. Oxford. 157 pp.
7 S. Kauffman. 1995. At Home in the Universe. Oxford University Press. New York. 321 pp.
8 Ver pag. 198 de J. Wiener. 1990. The Next One Hundred Years. Bantam Books. New York. 312 pp.
Es cierto que la especialización ha permitido desarrollar numerosos avances científicos trascendentales, y por ello, no puede ni debe ser desechada del todo. Pero también es cierto que los tiempos actuales demandan una gran síntesis del conocimiento que le permita a todas las profesiones especializadas un mejor entendimiento del mundo, para poder evaluar mejor los riesgos que corremos en los procesos de transformación de nuestras sociedades. Quizás deba enfatizarse aquí una gestión integrada para la búsqueda del conocimiento que se requiere para interactuar con la naturaleza, antes que impulsar transformaciones de la naturaleza sobre la base de conocimientos fragmentados. Quizás, también a partir de esa necesaria síntesis, podamos incorporar en nuestro vocabulario la noción de aprender a habitar nuestro entorno, más que la de aprender a modificarlo.
La búsqueda del desarrollo sostenible debe encaminarse a partir de esta realidad. El entorno tropical es un laboratorio ideal para entender el concepto de desarrollo sostenible y darle forma a su gestión, porque la dinámica compleja que mantiene su estabilidad, a pesar de su alta diversidad, está condicionada por leyes naturales que gobiernan las múltiples asociaciones e interacciones que ocurren entre sus componentes biológicos, químicos y físicos. Esta dinámica, apenas entendida, constituye una fuente permanente de inspiración para los estudiosos del desarrollo sostenible, que consideran su base ecológica como el núcleo articulador de todos sus componentes. Por eso, entender el entorno natural y sus asociaciones adquiere en el trópico un sentido más revelador y útil a los propósitos de quienes creemos que el desarrollo sostenible es lo que el desarrollo debería ser, no solamente más equitativo en la distribución de los beneficios del crecimiento económico y más respetuoso de los intereses de la sociedad en su conjunto, sino también, y esencialmente, más comprometido con la integridad de los ecosistemas naturales que sustentan nuestra propia existencia.
Diversidad, complejidad, trópico, ecosistemas, y gestión integrada del conocimiento para el desarrollo sostenible, son los temas que, a través de diferentes ensayos, son tratados en este libro. Es mi esperanza que contribuyan, no solamente a cuestionar nuestros estilos de desarrollo, sino a descubrir las preguntas y respuestas que aún debemos encontrar para convencernos de que el desarrollo sostenible en el trópico “sub-desarrollado” es posible.
Bibliografía
• Kauffman, S. 1995. At home in the universe. Oxford University Press. New York. 321 pp.
• Lovelock, J. 1979. Gaia: a new look at life on earth. Oxford University Press. Oxford. 157 pp.
• Margulis, Lynn & D. Sagan. 1995. What is life? University of California Press. Berkeley. 288 pp.
• Wiener, J. 1990. The next one hundred years. Bantam Books. New York. 312 pp.
• Wilson, E.O. 1992. The diversity of life. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Mass. 424 pp.
Capítulo
MÁS PREGUNTAS QUE RESPUESTAS
“Nunca antes había visto esta enfermedad...”
A finales de la década de 1980, recibí en mi oficina (en ese tiempo estaba al frente de un organismo internacional dedicado a la investigación y enseñanza agropecuaria conocido como CATIE9) a un experto en enfermedades de la macadamia. Resultó ser un colega y amigo mío que trabajaba como profesor investigador en la Universidad de Hawai, y quien había sido contratado para que asesorara a una de las grandes empresas productoras de esa nuez, recientemente introducida como cultivo comercial en el país.
La aparición de una enfermedad en las plantaciones de macadamia de las tierras bajas de Costa Rica estaba ocasionando serios daños al cultivo. Un experto en las enfermedades de esta nuez que residía en Hawai, el principal productor y exportador en ese entonces, era sin duda la persona indicada para realizar un diagnóstico y recomendar las medidas requeridas para combatir la enfermedad.
Con un aire de incertidumbre, me dijo: -Nunca antes había visto esta enfermedad... en Hawai no existe.- Yo no dudaba que tenía razón; pero era claro que la tarea a él encomendada sería más difícil de lo imaginado.
Ambos concordábamos en que las causas de ese extraño hallazgo estaban en la exposición de un cultivo exótico (la macadamia es originaria de Australia y cultivada por décadas en Hawai) a un ambiente de distinta biodiversidad y complejidad, como es el del neotrópico. La presencia de la macadamia en ese ambiente la expondría a nuevos organismos con quienes debía interactuar, entre ellos potenciales patógenos. Habría sido útil investigar el comportamiento del cultivo bajo distintas condiciones ecológicas, antes de invertir en el establecimiento de costosas plantaciones. Pero ahora era necesario investigar las causas de la nueva enfermedad, sus relaciones ecológicas y su comportamiento frente a distintas alternativas de control, antes de poder prescribir un remedio que, sin tener la certeza, fuera económica y, ojalá, ambientalmente viable.
La historia de las intervenciones de los seres humanos sobre la naturaleza está llena de ejemplos parecidos. Continuamos acumulando preguntas, pero no pasa igual con las respuestas.
9 Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza
¿Cómo construir sociedades sostenibles cuando la mayoría de ellas participa en una desenfrenada carrera consumista?
¿Cómo construir sociedades sostenibles a partir de la distribución desigual de los recursos naturales?
¿Cómo promover un libre comercio entre países que subsidian su producción exportable y aquellos a quienes éstos le exigen desproteger la suya? ¿No es ésta una cuestión de ética?
¿Cómo construir un mundo sostenible a partir de lo que parece ser un déficit ecológico global?
¿Puede la nueva disciplina de la economía ecológica convertirse en la impulsora de una nueva economía orientada a la sostenibilidad?
¿Hasta dónde, con los actuales conocimientos, podemos impulsar el nuevo modelo de desarrollo que llamamos sostenible?
¿Cómo intervenir los ecosistemas sin ocasionar perturbaciones a la aparente estabilidad de las comunidades biológicas, y sin ocasionar efectos sociales y económicos negativos?
¿Seremos capaces de disminuir significativamente la inequidad social y la creciente pobreza absoluta, al mismo tiempo que salvaguardamos el capital natural?
¿Cómo pueden los recursos del capital natural ser valorados económicamente en función de su rol sustentador de la vida sobre la Tierra?
¿Pueden los países ricos en agua y biodiversidad conformar una base económica sólida y sostenible alrededor de estos elementos?
No hay desechos en la naturaleza extrahumana
En los ecosistemas naturales, donde la intervención humana ha sido mínima o no ha existido, no se producen desechos. Los desechos de una especie constituyen el alimento de otra. En una formidable red de interacciones, donde predominan las relaciones de cooperación sobre las de antagonismo, millones de especies sostienen su existencia a través de una cadena interminable de reciclaje de nutrientes, minerales y compuestos orgánicos. Este es un hecho fundamental de la vida.
La especie humana parece haberse apartado de las leyes que rigen esta convivencia del mundo natural. Ha utilizado los recursos de la naturaleza para modificarlos en la producción de
su propio y aparente bienestar. Pero, en el proceso, ha olvidado este hecho fundamental. Ha construido sociedades generadoras de desechos y productos peligrosos. Ha sobrepasado la capacidad de asimilación de los mismos por parte de los ecosistemas y no ha ayudado a estos en el proceso. Las consecuencias son obvias. Hemos construido comunidades y sociedades que no saben qué hacer con los desechos provenientes de las industrias, particularmente aquellos que la propia naturaleza no puede reciclar sin sufrir serias alteraciones; aquellos que constituyen un peligro para nuestra propia existencia.
Desechos tóxicos y peligrosos se acumulan por doquier. Algunos países industrializados buscan transportar materia radioactiva fuera de sus fronteras. Otros hacen caso omiso del transporte natural a través del aire y el agua de los contaminantes producidos en sus fábricas. Los ejemplos abundan. Desde los efectos nocivos y persistentes a través del tiempo del DDT producido como insecticida después de la segunda guerra mundial, hasta los residuos de mercurio10 provenientes del uso de combustibles fósiles y la incineración de basuras, que han contaminado los mares, lagos y ríos, haciendo que el consumo de peces ya no sea tan seguro como antes.
Quizás ya es tiempo de que comencemos a aprender acerca del funcionamiento de los ecosistemas y a construir economías basadas en sus principios, donde la colaboración y complementación entre las actividades productivas predominen sobre la competencia, donde los desechos de una industria sean la materia prima de otra, donde el servicio que presta un producto sea más importante que el producto mismo, y permita un ciclo continuo de materias primas y componentes técnicos entre fabricantes y usuarios (Capra, 2002)11
Lo sostenido de lo insostenible
La especie humana no se ha convertido en una especie productora de desechos de la noche a la mañana. Más bien, éstos la han sobrepasado en su afanosa carrera para lograr más bienestar y consumo, particularmente durante los últimos 200 años. La acumulación de desechos que no se degradan naturalmente, de contaminantes tóxicos que viajan a través del aire, el agua y los medios de transporte, y la degradación y extinción de recursos vitales para sostener la vida humana, han sido la tónica de una civilización que parece haber sobrepasado el umbral de su sostenibilidad. Esto ha ocurrido al tiempo que sus poblaciones han venido creciendo, y quizás sobrepasando los límites de regeneración de los recursos naturales que demandan, y los de asimilación de los desechos que producen. Y lo peor es que la producción de bienes y servicios que demandan las sociedades humanas no incorpora los costos de contaminación y degradación de los recursos, algunos de los cuales se habrán arruinado para siempre. Esta realidad global ha comenzado a percibirse tanto en países ricos como pobres, al punto de que durante las últimas dos décadas nos ha hecho meditar mucho acerca de la sostenibilidad de nuestros estilos de desarrollo. La respuesta, se dice, es desarrollo sostenible, o sea, aquél que permite a las sociedades satisfacer sus necesidades del presente sin disminuir las oportunidades para las futuras generaciones. Pero ¿cómo construir sociedades sostenibles cuando la mayoría de ellas participa de una desenfrenada carrera consumista?
10 El mercurio es una potente neurotoxina cuyos efectos sobre los seres humanos van desde dolores de cabeza, irritabilidad y fatiga, hasta cáncer y anormalidades reproductivas. Su bioacumulación en los peces es hoy motivo de gran preocupación.
11 Ver capítulo 7 de F. Capra. 2002. The Hidden Connections. Anchor Books, New York. 300 pp.
La respuesta no es fácil porque el concepto conlleva una serie de restricciones. Quizás la más importante de ellas sea la de la distribución desigual entre los países, de los recursos necesarios para la producción, amén de los recursos necesarios para sustentar la vida humana. Hay países ricos y pobres en agua, biodiversidad, petróleo, minerales, tierras agrícolas, etc. Esto impone límites desiguales a su utilización. Entonces, ¿cómo construir sociedades sostenibles a partir de tales desigualdades?
Obviamente, los recursos naturales no pueden redistribuirse equitativamente. La necesidad que tienen algunos por recursos que otros poseen ha desencadenado innumerables guerras. En el contexto del comercio global, la producción de bienes por parte de unos ha requerido de la utilización de los recursos de otros como materias primas, y en ese devenir, el consumo que realizan muchas sociedades del planeta sobrepasa su capacidad ecológica, arrastrando así un significativo déficit entre los recursos disponibles y los requeridos para la producción, que va en detrimento de otras sociedades menos favorecidas. Este déficit, sin embargo, no detiene a las sociedades que poseen el mejor capital tecnológico y humano, quienes a la larga, son las favorecidas en una competencia desigual por los recursos. No obstante, en el balance global, parece haber un déficit ecológico que hace pensar a muchos que hemos sobrepasado en dos o tres veces nuestra capacidad de sostener los actuales niveles de consumo (Wackernagel y Rees, 1996)12. ¿Cómo construir un mundo sostenible a partir de lo que parece ser un déficit ecológico global?
Mientras no nos percatemos de que dependemos de los ecosistemas naturales para desarrollar nuestras actividades productivas y asegurar nuestra existencia, de que debemos entender su funcionamiento para extraer de ellos valiosas lecciones, y de que calidad de vida y equidad social tienen preponderancia sobre las consideraciones de una economía que subordina el bienestar social a la lógica del mercado, no podremos encontrar las respuestas a las interrogantes que nos plantea el concepto de desarrollo sostenible. Estas respuestas deben buscarse en el entendimiento de lo ecológico como paradigma central de un nuevo modelo de desarrollo. A partir de ese entendimiento, algunos han comenzado a sugerir un cambio de rumbo en la economía que eche por tierra los supuestos de la economía neoclásica con respecto a la racionalidad de los seres humanos que los impulsa a maximizar las utilidades de sus negocios, a las ilimitadas bondades de la tecnología en cuanto a su capacidad para resolver los problemas futuros y a la casi perfección de los mercados, entre otros.13 ¿Puede la nueva disciplina de la economía ecológica convertirse en la impulsora de una nueva economía orientada a la sostenibilidad?
El entendimiento de lo ecológico debe generar una nueva conciencia que guíe las intervenciones de los seres humanos sobre la naturaleza. Este entendimiento contribuiría a desarrollar una nueva forma de utilizar los recursos de la tierra donde haya cabida para una agricultura y minería más sostenibles, donde se proteja la biodiversidad y las valiosas funciones y servicios de los ecosistemas, y donde haya lugar para la convivencia armónica entre los seres humanos y su entorno natural.
12 Wackernagel y Rees señalan que si todas las personas sobre la Tierra disfrutaran de los mismos estándares ecológicos que los norteamericanos, se requerirían tres planetas Tierra para satisfacer la demanda material adicional utilizando la tecnología prevaleciente. Wackernagel, M. y W. Rees. 1996. Our Ecological Footprint. New Society Publishers, Canada. 160 pp.
13 Ver Constanza, R. 2004. A paradigm shift in Economics. En: Adbusters 57. Adbusters Media Foundation. Washington
Las contradicciones en el desarrollo sostenible
Se dice que para poner en práctica este modelo de desarrollo hay que resolver una serie de paradojas y contradicciones que se derivan de la manera tan sectorizada como los seres humanos hemos enfrentado nuestras acciones y problemas. Algunas de estas contradicciones se presentan en las opciones aparentemente antagónicas que nos inducen a tomar decisiones que van en contra de los intereses y derechos de la sociedad en su conjunto y de la integridad de nuestro entorno natural. Por ejemplo:
- Entre ganancias a corto plazo y beneficios a largo plazo
- Entre necesidades humanas y necesidades de los ecosistemas
- Entre conocimiento científico y tradicional
- Entre escalas humanas y ecológicas
- Entre los intereses de los negocios y las necesidades de la sociedad
- Entre los intereses de los negocios y la salud ambiental
- Entre globalización y fronterización
- Entre seguridad alimentaria y libre comercio de alimentos
- Entre derechos individuales de propiedad y derechos de la sociedad
- Entre límites políticos y ecológicos
- Entre centralización y descentralización en la toma de decisiones
- Entre gobierno y sociedad civil en la toma de decisiones
- Entre percepciones y realidades
- Entre objetivos sociales, económicos y ambientales
Muchas de las anteriores contradicciones ocurren como consecuencia de la promulgación de políticas no armonizadas en función de los objetivos del desarrollo sostenible. Políticas formuladas para un sector con frecuencia chocan en sus resultados esperados con las diseñadas para otros sectores. Ello es consecuencia del tratamiento individual de los temas que atañen a la sociedad en su conjunto, y de la ausencia de una planificación integrada de los recursos de la tierra. Pero también es consecuencia del desconocimiento del funcionamiento de los ecosistemas, quizás por lo complejo que nos resulta el entendimiento de las relaciones que ocurren en el mundo natural. Este desconocimiento no ha permitido ver el bosque más allá de los árboles individuales. No ha permitido entender el alcance de nuestras intervenciones de la naturaleza. Si ello es así, ¿hasta dónde, con los actuales conocimientos, podemos impulsar el nuevo modelo de desarrollo que llamamos sostenible? ¿Dónde están nuestras limitaciones? ¿Qué hace falta? ¿Dónde están las oportunidades?
El trópico es especialmente sensitivo. Su abundante diversidad biológica lo hace elástico y adaptable, más no inmune, a los cambios y alteraciones inherentes a su dinámica compleja. E.O. Wilson (1992) caracteriza muy bien esta dinámica al referirse a las complejas interacciones biológicas tropicales. Señala Wilson que “cuando los jaguares y pumas desaparecieron de la isla de Barro Colorado debido a que el bosque ya no era lo suficientemente grande para sostenerlos, las especies que constituían sus presas comenzaron a incrementarse aceleradamente (10 veces). Los efectos de este cambio de balance han ido moviendo a las especies hacia abajo en la cadena alimenticia. Los coatís, los ñeques y los agutís se alimentan de las semillas grandes que caen del dosel del bosque. Cuando sus poblaciones son superabundantes, estos animales reducen la capacidad reproductiva de las especies de árboles que producen tales semillas. Entonces, otras
especies de árboles, cuyas semillas son demasiado pequeñas para que sean del interés de esos animales, se benefician al encontrar una menor competencia. Sus semillas y plántulas florecen y un gran número de árboles jóvenes alcanza su madurez y edad reproductiva. Con los años, la composición del bosque cambia en su favor. Parece, entonces, inevitable que prosperen las especies animales que se alimentan de ellas, al igual que los depredadores que atacan estos animales. También prosperan y se diseminan los hongos y bacterias que parasitan las semillas pequeñas de árboles, al igual que los animales asociados y los organismos microscópicos que se alimentan de los hongos y bacterias. Los depredadores de estos organismos microscópicos aumentan, y así sucesivamente a través de la cadena alimenticia, ida y vuelta, mientras el ecosistema permanece en efervescencia luego de la desaparición de las especies grandes (jaguares y pumas) y, al menos en teoría, hasta que eventualmente llega a estabilizarse”. En otras palabras, cuando en una comunidad biológica estable desaparece o se remueve una especie, por las razones que fuere, esa comunidad puede experimentar avalanchas de eventos de extinción de unas especies y proliferación de otras a través de reacciones en cadena. La especie humana es parte de esa cadena de interconexiones, y la está rompiendo o alterando constantemente sin que nos haya afectado mayormente en nuestra supervivencia. Hasta ahora. No hemos sido capaces de entender la relación entre las necesidades humanas y las necesidades de los ecosistemas y de distinguir entre los recursos que los seres humanos necesitan extraer de los ecosistemas y los que estos ecosistemas necesitan para mantener sus valiosas funciones y servicios.14 ¿Cómo intervenir los ecosistemas sin ocasionar perturbaciones a la aparente estabilidad de las comunidades biológicas y sin ocasionar efectos sociales y económicos negativos?
Pobreza, riqueza, consumo, población, recursos, ecosistemas, economía, forman parte de una ecuación, ciertamente compleja, que debemos resolver de manera urgente. No podemos seguir coleccionando indicadores negativos en materia de desarrollo, ni pretender que con soluciones parciales podemos esperar cambios significativos. Quizás algunas cifras basten para hacernos entender que no podemos seguir concibiendo el desarrollo como lo conocemos. Según el Banco Mundial, entre 1990 y 1999, el número de pobres que viven con menos de $ 1.00 al día aumentó en América Latina de 74 a 77 millones. De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano 1999, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la diferencia en ingresos entre la quinta parte de la población mundial más rica y la quinta parte más pobre era 30:1 en 1960, 60:1 en 1990 y 74:1 en 1995. Y el medio ambiente global continúa deteriorándose. ¿Seremos capaces de disminuir significativamente la inequidad social y reducir drásticamente la creciente pobreza absoluta?
La cornucopia del trópico húmedo: biodiversidad y agua
Panamá es un país rico en biodiversidad y agua. Pero, a pesar de poseer los dos más importantes elementos sustentadores de la vida, las desigualdades entre ricos y pobres son alarmantes. ¿Acaso ellas no serán el fermento de una inestabilidad social cuyas consecuencias no queremos imaginar?
14 Algunas funciones y servicios de los ecosistemas son los siguientes: regulación de gases atmosféricos, regulación del clima, abastecimiento de agua, control de la erosión y retención de sedimentos, formación de suelos, reciclaje de nutrientes, control biológico, producción de alimentos, producción de materias primas, y recursos genéticos.
En nuestras civilizaciones, la riqueza de recursos vitales no está directamente relacionada con su riqueza económica. Hay recursos que, en la economía actual basada en combustibles fósiles, hemos valorado más que otros que constituyen el vital capital natural. En la economía actual se valora más el capital producido por el hombre. El agua y la biodiversidad, al igual que otros importantes servicios ambientales, no tienen asignado aún un valor de “mercado”, y por ello, no intervienen para nada en las mediciones de riqueza de los países. ¿Pueden estos recursos ser valorados económicamente en función de su rol sustentador de la vida sobre la Tierra? ¿Pueden los países ricos en agua y biodiversidad conformar una base económica sólida y sostenible alrededor de estos elementos de su capital natural?
Panamá, con solamente el 0.05% de la superficie terrestre, posee el 3.5% de todas las especies de plantas conocidas (más de 10,000), el 4% de las especies de anfibios (alrededor de 175), el 4.8% de las especies de serpientes (alrededor de 126), el 13% de las especies de murciélagos (alrededor de 120), y más del 10% de las especies de aves (más de 950). Además, posee más de 10,000 especies de escarabajos. Pero más importante aún, Panamá es uno de los países con mayor cantidad de especies vegetales por unidad de área; tiene 41 veces más que Brasil y cuatro veces más que Colombia. Si a ello se añade la biodiversidad marina que existe a lo largo de sus casi 4,000 km. de costas, Panamá podría ser muy bien el país de mayor diversidad por unidad de área del mundo.
La riqueza biológica de Panamá puede ser fuente valiosa de bienes y servicios para la economía, algunos de los cuales ya han comenzado a explotarse sosteniblemente. En esta riqueza hay un potencial para nuevos medicamentos, desarrollo del ecoturismo, nuevos productos alimenticios y textiles, así como la inspiración para nuevos métodos de sistemas agrícolas y nuevas biotecnologías para la producción de materiales. Algunos esfuerzos serios en el campo de la búsqueda de medicamentos provenientes del bosque tropical han comenzado a darse. Un grupo de 33 científicos pertenecientes a cuatro instituciones (Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, Universidad de Panamá, Instituto de Investigaciones Avanzadas y Servicios de Alta Tecnología e Instituto Conmemorativo Gorgas de Estudios en Salud) se ha articulado en torno al programa denominado Grupos Cooperativos Internacionales para la Biodiversidad, para incursionar en este formidable campo de investigación. Por otra parte, Panamá es un país rico en agua. Mientras el abastecimiento de agua per capita en el mundo es de 6,800 metros cúbicos, el de Panamá es de 51,616 metros cúbicos. De esa cantidad, apenas se usan 685 metros cúbicos por habitante15. Esa cantidad, no obstante, corresponde al uso combinado de agua en agricultura (70%), industria (2%), y uso doméstico (28%), y no incluye el uso requerido en la operación del Canal de Panamá16. Pero la abundancia de agua ahora no significa que la tendremos en abundancia en el futuro. La considerable disminución de su abastecimiento per capita a nivel mundial durante los últimos 50 años17 debe
15 A manera de comparación, el uso de agua por habitante es de 1,932 m3 en Estados Unidos y 42 m3 en Etiopía. Idem. Ver State of the World, 2004, W. W. Norton and Company, New York, 245 pp.
16 De acuerdo con Zárate (2005), la sola operación del canal destinada al transporte de barcos consume un total de 3,737,236,904 m3/año de agua en promedio, representando un uso per capita equivalente a 1,245 m3 por año (cifras de 2003).
17 La cifra bajó de 16,800 m3 por habitante en 1950 a 6,800 m3 en 2000. Ver Recursos Mundiales 2000-2001. La gente y los ecosistemas. Publicado por PNUD, PNUMA, Banco Mundial e Instituto de Recursos Mundiales.
ser motivo de serias reflexiones18 que conduzcan a mejorar la productividad del agua y a utilizarla de manera más racional, reduciendo las fugas en los acueductos, el consumo excesivo y, sobretodo, manejando apropiadamente las cuencas hidrográficas.
El manejo integrado de las cuencas hidrográficas es una exigencia de todos los planes y procesos de desarrollo que se califiquen como sostenibles. Es esencialmente una gestión por ecosistemas (ver capítulo 7) sobre la que Panamá ha adquirido vasta experiencia, particularmente ante el reto que significa el manejo de la cuenca hidrográfica del Canal de Panamá, aunque en este campo aun hay mucho camino por recorrer. La experiencia de Panamá en el laboratorio viviente que es la cuenca del Canal contiene un acervo valioso de conocimientos que puede ser utilizado internacionalmente como estudio de caso en la búsqueda de mecanismos innovadores de gestión integrada del conocimiento para el desarrollo sostenible. (ver capítulo 9)19 .
En Panamá se han hecho esfuerzos importantes para lidiar con las funciones de los ecosistemas y las necesidades humanas en materia de biodiversidad y agua. A ello han contribuido el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, con sus más de 80 años ininterrumpidos dedicados a la investigación de la biología y ecología de los trópicos; la Autoridad del Canal de Panamá y el Plan Regional de Usos del Suelo de la Región Interoceánica, aprobado por ley en 1997; el establecimiento de la Ciudad del Saber, que ha permitido la afiliación a ella del Centro del Agua del Trópico Húmedo para América Latina y el Caribe (CATHALAC), la Secretaría de la Red Interamericana de Información sobre Biodiversidad (IABIN) y la sede del Sistema de Visualización y Monitoreo Ambiental para Mesoamérica (SERVIR), que con apoyo de la NASA, ha sido ubicado en CATHALAC. A estos esfuerzos se añadirá próximamente el Museo Panamá: Puente de Vida, dedicado a la biodiversidad y diseñado por el internacionalmente reconocido arquitecto Frank Gehry y el no menos destacado diseñador Bruce Mau.
Ecoalfabetismo y consumo
A través de los capítulos de este libro se intentará explorar los caminos que permitan encontrar las respuestas a muchas de las interrogantes planteadas, o al menos formular nuevas preguntas. Esta no es una tarea fácil porque debe asumirse a partir de un cambio de mentalidad que nos lleve a utilizar un pensamiento sistémico en el entendimiento de lo que nos rodea y en el diseño y ejecución de nuestras actividades productivas. Por ejemplo, no es posible imaginar estrategias de desarrollo sostenible si no se entiende a la naturaleza en cuanto a sus relaciones de convivencia entre todas las especies y donde el ser humano es apenas una de millones. El ecoalfabetismo es esencial en todos los procesos educativos del ser humano. Saber de ecología es ya una necesidad para todas las profesiones, para los graduados de primaria y secundaria y, por supuesto, para nuestros políticos y tomadores de decisiones.
18 Las causas de la disminución de las fuentes de agua incluyen: incremento de la población, sobrebombeo de aguas subterráneas, secamiento de los ríos, reducción de las áreas en humedales, extinción de los peces de agua dulce y contaminación de las fuentes de agua.
19 “El área de la Cuenca del Canal de Panamá representa, quizás, uno de los más complejos ecosistemas administrados del mundo. La abundancia de importantes servicios provistos por los recursos naturales de la cuenca y las múltiples instituciones involucradas en la vigilancia de esta región hace de éste un caso clásico de administración sostenible de recursos naturales. M. Ashton, J. L. O’Hara y R. D. Hauff. 1999. Protecting Watershed Areas: Case of the Panama Canal. Food Products Press, New York. 214 pp.
Para muchos, reducir el consumo excesivo de bienes y servicios es una condición necesaria, aunque pareciera que todas las gestiones globalizadoras de hoy apuntan exactamente hacia lo opuesto. Si al menos en ese marco se intentara reducir el uso de combustibles fósiles a partir de un mejoramiento en la ecoeficiencia de los servicios públicos, se habría ganado algo. En muchas ciudades, si los servicios de trasporte públicos fueran más efectivos, no habría necesidad de que sus ciudadanos adquirieran tantos automóviles. Los casos de Curitiba y Bogotá son ejemplares en este aspecto. ¿Y qué pasaría si nuestras sociedades no contribuyeran a promover el consumo de alcohol y tabaco? ¿Y qué decir del negocio y consumo de armas? Un mundo donde la satisfacción de necesidades se ha confundido con los deseos y ambiciones ciertamente va camino a un despeñadero.
Pero, ¿qué tal si se reduce el consumo convenciendo a los actores económicos acerca de la necesidad de redirigir la economía actualmente orientada por productos hacia una economía orientada a los servicios que brindan esos productos (service-and-flow economy)? Por ejemplo, Capra (2000)20 señala que no tiene sentido comprar productos como televisores y automóviles si tenemos que botarlos al final de su vida útil; tendría mayor sentido comprar sus servicios alquilándolos (o mediante “leasing”) a sus fabricantes, quienes al final de su utilización por el comprador del servicio, los reducirían a sus componentes básicos, los cuales serían utilizados en la manufactura de nuevos productos, o serían vendidos a otros negocios. Estos otros negocios usarían los desechos21 de aquellos como materia prima, igual que ocurre en la naturaleza.
Tal economía requeriría un cambio de paradigma que iría más allá de la modificación de los supuestos de la economía neoclásica que ignora los costos por deterioro o contaminación ambiental ocurridos durante su manufactura. En la actual economía, esas externalidades simplemente se pasan a las generaciones venideras. En este cambio de paradigma tendrían cabida los esfuerzos que actualmente realizan numerosos economistas ecológicos para contabilizar todos los costos de todos los productos que consumimos.
Hay una necesidad de volver a los procesos de planificación ecoregional. Digo volver, porque en el caso panameño parece ser que hace mucho tiempo aquellos procesos se dejaron de lado. Es preciso planificar todos los usos de la tierra de manera integrada como se indica en la Agenda 2122. El desarrollo sostenible no puede ser objeto de improvisación. Por eso, la gestión del conocimiento tiene que desempeñar en su búsqueda un papel de suma relevancia; muy particularmente, una gestión integrada que permita sistematizar la información existente, desarrollar investigaciones científicas con enfoques interdisciplinarios, convertir la información resultante en conocimiento, y transferir ese conocimiento a todos los que toman decisiones en materia de desarrollo. Este proceso de gestión se tratará en capítulos posteriores.
20 Ver Fritjof Capra. 2002. The Hidden Connections. Anchor Books, New York. 300 pp.
21 La disposición de desechos de computadoras constituye un problema serio, y al mismo tiempo, ético hoy día. Empresas de reciclaje de EEUU donan o venden equipo inutilizable a países en desarrollo como una manera de evitar el gasto de tener que reciclar el equipo adecuadamente. Como resultado, muchos países en desarrollo cargan con un peso desproporcionado del desecho tóxico de productos tecnológicos del mundo. De los 63 millones de computadoras que quedarán obsoletas en EEUU en 2005, entre el 50 y el 80% será enviado a países en desarrollo. Si se estima que un monitor computacional promedio puede contener más de 3.6 kilos de plomo, además de cadmio y plástico retardadores de fuego, que pueden ser dañinos para el medio ambiente y los seres humanos, advertiremos que el basurero digital exportado es de enormes proporciones y consecuencias. (Ver Laurie J. Flynn, 2005).
22 La Agenda 21 fue el documento principal que acordaron los países durante la Cumbre Mundial de Ambiente y Desarrollo, mejor conocida como la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992. El documento es en sí, un plan de acción para todas las sociedades del planeta.
Hay también necesidad de preparar el camino para adoptar una ética global. Para muchos, la ética es el eslabón faltante en todos los procesos de desarrollo sostenible. Sin ella, ningún esfuerzo que se haga por adoptar nuevos paradigmas para la economía y el desarrollo sostenible irá muy lejos (ver capítulo 5). Después de todo, el desarrollo sostenible es también, esencialmente, una cuestión de ética.
Bibliografía del Capítulo 1
• Ashton, M., J.L. O’Hara & R.D. Hauff. 1999. Protecting watersheds areas: case of the Panama Canal. Food Products Press. New York. 214 pp.
• Capra, F. 2002. The hidden conections. Anchor Books. New York. 300 pp.
• Constanza, R. 2004. A paradigm shift in economics. En: Adbusters 57. Adbusters Media Foundation. Washington.
• Flynn, L.J. 2005. Computadoras contaminan en países pobres. En selección semanal de The New York Times ofrecida por el diario La Prensa de Panamá. 30 de octubre, 2005.
• PNUD. 1999. Informe de desarrollo humano.
• PNUD, PNUMA, Banco Mundial e Instituto de Recursos Mundiales. 2001. Recursos Mundiales 2000-2001. La gente y los ecosistemas.
• Sitarz, D. (ed.) 1994. Agenda 21: the Earth Summit Strategy to save our Planet. Earthpress. Boulder, Colorado. 321 pp.
• State of the World. 2004. W.W. Norton and Company. New York. 245 pp.
• Wackernagel, M. & W. Rees. 1996. Our ecological footprint. New Society Publishers. Canada. 160 pp.
• Wilson, E.O. 1992. The diversity of life. Harvard University Press. Cambridge, Mass. 424 pp.
• Zárate, M.F. 2005. El agua y el desarrollo del Canal de Panamá. En: El Canal de Panamá, otras voces ante la ampliación. Panamá, octubre 2005. Programa Plurianual Democracia y Derechos Humanos. P. 12-15.
Capítulo 2
IMPACTO DE LOS PATRONES DE CONSUMO SOBRE EL AMBIENTE Y LA SOCIEDAD23
“Una de mis tres lanchas”
Hace un par de años comenzó a subir dramáticamente el costo del combustible. Ello disparó también los precios de un sinnúmero de productos, tanto básicos como de lujo. Creo que no hubo quien no se quejara de una situación que encarecía aceleradamente el costo de la vida. Los pobres, una mayoría frecuentemente olvidada en un país que tiene una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo, sufrían una vez más el impacto de una economía global contra la que no podían reaccionar. Los ricos sufrían, y también los semi-ricos. ¿Cómo?
Recuerdo que un amigo semi-rico de un amigo mío se quejaba ante él con estas palabras: -¡Qué barbaridad! En este país ya no se puede vivir. Voy a tener que vender una de mis tres lanchas-
Marzo de 2005
23 Texto revisado de la conferencia presentada en noviembre de 1998 con motivo de la presentación en Panamá del Informe sobre Desarrollo Humano 1998 elaborado por el PNUD, titulado Consumo para el Desarrollo Humano.
Muchos países industrializados y “en desarrollo” arrastran un significativo déficit ecológico. Ello quiere decir que su prosperidad material depende fuertemente de la ecoproductividad extraterritorial porque el área requerida para satisfacer, tanto sus necesidades de consumo de recursos (y su utilización en energía, alimentación, urbanización, bosques, pastos, etc.), como de asimilación de desechos, sobrepasa el área disponible dentro de su propio territorio, es decir, sobrepasa su propio capital ecológico. Esta situación plantea al menos una gran interrogante: ¿cómo asegurar, a nivel global, un balance entre el consumo de recursos, la conservación del capital natural y la producción de bienes y servicios de manera que satisfaga las necesidades de todas la sociedades del planeta?
El camino hacia un mundo insostenible
El Informe sobre Desarrollo Humano 1998, elaborado por el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo sobre el tema Consumo para el Desarrollo, permite reflexionar en torno a tres consideraciones importantes que se señalan a continuación:
• El insuficiente conocimiento del funcionamiento de los ecosistemas y los límites ecológicos dentro de los cuales debe construirse el desarrollo, lo cual plantea una necesidad urgente de encontrar un nuevo entendimiento entre el ser humano y la naturaleza;
• La poca atención al balance apropiado que debe existir entre las dimensiones económicas, sociales y ambientales que conforman el concepto de desarrollo sostenible, y que sugiere que la sociedad en su conjunto estructure y comparta una nueva visión que las armonice e integre, y
• La casi nula consideración de los límites éticos al enriquecimiento personal y al consumismo material que llama a la necesidad de promover una nueva ética del consumo.
Aun cuando el Informe sobre Desarrollo Humano 1998 no las identifica directamente, las anteriores consideraciones están implícitas en los siguientes párrafos:
“Parecemos estar en un tren de consumo desbocado.”
“Cuando el consumo merma los recursos renovables, contamina el medio ambiente local y mundial.”
“El consumo actual... exacerba las desigualdades. Y se está acelerando la dinámica del nexo consumo – pobreza – desigualdad – medio ambiente.”
“Los pobres y los países pobres necesitan acelerar el crecimiento de su consumo, pero no necesitan seguir el camino trazado por las economías ricas y de elevado crecimiento.”
“A escala mundial, el 20% de los habitantes de los países de mayor ingreso hacen el 86% del total de los gastos en consumo privado, y el 20% más pobre, un minúsculo 1.3%.”
“Una sexta parte de la superficie terrestre del mundo (casi dos mil millones de hectáreas) se ha degradado como resultado del apacentamiento excesivo y de malas prácticas de cultivo.”
“Los bosques del mundo se están reduciendo en tamaño. Desde 1970 la superficie forestal por mil habitantes se ha reducido de 11.4 kilómetros cuadrados a 7.3.”
“A escala mundial sólo se replanta una hectárea de bosque tropical por cada seis cortadas.”
“Las existencias de peces se están reduciendo, y cerca de la cuarta parte está actualmente agotada o en peligro de agotamiento.”
“Las especies silvestres se están extinguiendo de 50 a 100 veces más rápidamente que lo que lo harían en forma natural, amenazando con dejar grandes huecos en la red de la vida.”
“Los pobres se ven obligados a desplazarse en número cada vez mayor a tierras ecológicamente frágiles.”
“La globalización está integrando los mercados de consumo de todo el mundo y abriendo oportunidades. Pero está creando además nuevas desigualdades y nuevos problemas para la protección de los derechos del consumidor.”
“No menos de 100 países – todos en desarrollo o en transición – han experimentado una declinación económica grave en los últimos tres decenios. Como consecuencia, el ingreso per capita de 100 de esos países es inferior a lo que era hace 10,15, 20 o incluso treinta años atrás.”
A pesar de los hechos descritos, el informe no deja de reconocer que se han logrado avances en materia de desarrollo humano. No obstante las desigualdades entre pueblos y países, según el informe, el estado del desarrollo humano está mejorando, a juzgar por los indicadores utilizados en materia de salud, educación, nutrición, empleo, acceso a la información, etc.
También se han venido haciendo notables progresos en materia de tecnología ambiental en las últimas dos décadas. Por ejemplo, señala el informe, es posible reducir a la mitad el consumo de energía en las instalaciones industriales actuales y hasta en un 90% en las nuevas. En los países industrializados la tasa de reciclaje de papel es actualmente alrededor del 45%, y la del vidrio, del 50%, mientras que a mediados del decenio de 1980 esas tasas eran del 33% y el 26% respectivamente. En la mayoría de los países de la OCDE24 las emisiones de plomo, dióxido de carbono y dióxido de azufre se han venido reduciendo constantemente desde 1980. Al respecto, señala el informe que hay lecciones ambientales que se han de aprender de los países industrializados.
Pero todos estos avances no son suficientes. Los indicadores globales de deterioro ambiental continúan en una escalada alarmante. Por una parte, el desarrollo tecnológico actual y su aplicación aún no bastan para impedir el deterioro ambiental acelerado. Y por la otra, por si fuera poco, la gran desigualdad social que existe constituye la mayor amenaza contra la sostenibilidad ambiental. Hay necesidad de resolver la dinámica de la relación: recursos –consumo – deterioro ambiental – pobreza. Hay necesidad de ordenar el mundo social para que pueda ordenarse la relación entre el ser humano y su ambiente.
Producción, consumo y límites
El consumo de bienes y servicios tiene su sustento en el consumo del capital natural. Este capital, expresado en términos de recursos naturales renovables y no renovables, se degrada, se agota y se contamina, si se utiliza a una tasa mayor que su capacidad de regeneración y de absorción de los desechos que se producen durante los procesos productivos.
La degradación de los recursos naturales, la contaminación y la acumulación de desechos son signos de un consumo insostenible que no toma en cuenta los límites naturales en el desarrollo de sus actividades productivas. Los efectos a corto plazo los estamos viviendo; los efectos a más largo plazo pueden sorprendernos si no actuamos concertadamente y dentro de un marco global de cooperación y solidaridad. Riqueza y pobreza extremas son frecuentemente manifestaciones de un consumo insostenible de los recursos del capital natural, pues las desigualdades sociales, al ser perpetuadas, también perpetúan la insostenibilidad del consumo y el desarrollo.
El consumo del capital natural constituye el punto de partida del llamado ciclo de los recursos. El capital natural es la materia prima del proceso productivo. En ese punto de partida consumo y producción son sinónimos y, por lo tanto, al dar lugar a la producción de bienes materiales consumibles, no pueden separarse como dos actividades independientes. De allí que el consumo sostenible de un bien material no podrá tener lugar si su producción no se sustenta en un consumo sostenible del capital natural, es decir, en un consumo que no sobrepase los límites ecológicos.
Pero, ¿cuáles son estos límites? ¿hasta dónde podemos seguir creciendo y consumiendo? Y lo más importante, ¿a qué costos? La Tierra, al menos con la tecnología existente hasta el momento, tiene una capacidad limitada para sostener la vida humana, y menos capacidad para mantener el desenfrenado consumismo de sus pobladores.
Si bien ha habido muchas especulaciones en cuanto al número de personas que puede sostener nuestro planeta, con toda certeza aún no hemos alcanzado el umbral si de satisfacer sus necesidades básicas se trata. Pero cuando se trata de satisfacer opciones materiales más allá de las necesidades básicas, las cuales constituyen buena parte del consumo de las sociedades más privilegiadas, y se trata de proyectarlas a la totalidad de los habitantes del planeta, entonces el panorama puede ser bastante diferente.
Un libro reciente (Our ecological footprint, por Mathis Wackernagel y William Rees, 1996) plantea el concepto de huella ecológica para estimar el consumo de recursos y requisitos de asimilación de desechos de una determinada población humana (o economía) en términos de un área correspondiente de tierra/agua25. Bajo este concepto sería posible estimar el consumo material de cualquier población, comunidad o ciudad en términos del área requerida para satisfacer las necesidades o requerimientos de energía, alimentación, urbanización y asimilación de desechos, entre otros, y medir esta área por persona. Mediante cálculos matemáticos, los autores señalan que la huella ecológica de un norteamericano o canadiense promedio es de 4 a 5 hectáreas, mientras que hoy día únicamente existen 1.5 hectáreas por persona para estos usos en todo el planeta. Obviamente, concluyen los autores, si todas las personas de la Tierra vivieran como el norteamericano o canadiense promedio, se necesitarían al menos tres planetas similares para vivir dentro de los parámetros de consumo de estos últimos.
Lo mismo ocurre con muchos otros países industrializados, los cuales arrastran un significativo déficit ecológico. Ello quiere decir que su prosperidad material depende
25 Área de ecosistema utilizada para mantener los requerimientos de determinada sociedad.
fuertemente de la ecoproductividad extraterritorial porque el área requerida para satisfacer sus necesidades de consumo sobrepasa el área disponible dentro de su propio territorio. Pero más grave aún, no solamente una parte del mundo consume los recursos de otras sociedades, sino que también está consumiendo los recursos que necesitarán las generaciones futuras. Comienza a ponerse de relieve un aspecto importante de la dimensión ética del dilema de la sostenibilidad. Aunque el modelo parece demasiado simple y no ha dejado de tener algunas críticas, lo cierto es que introduce una dinámica que ayuda a comprender la esencia de las relaciones entre el ser humano y la naturaleza; si por una parte la tecnología es capaz de incrementar significativamente la eficiencia en el uso de los recursos, lo cual en teoría disminuiría la huella ecológica de los países más consumidores, por la otra, en la medida en que aumente el entendimiento de los ecosistemas y sus complejas interacciones y aprendamos a manejarnos mejor en ellos, se podría, también en teoría, acortar la brecha en la huella ecológica entre los que más consumen y los que menos consumen, y entre esta generación y las que vendrán en el futuro.
Patrones de consumo en Panamá
El desarrollo, si se construye sobre la base de un consumo “a toda costa” plantea un desafío urgente a todos los países por igual, y en el caso de los países en desarrollo, no solamente en materia ambiental sino muy especialmente en materia social. No puede desestimarse el derecho de los países en desarrollo a impulsar vigorosamente su desarrollo, pero ello no puede hacerse a costa de un desmejoramiento de la calidad de vida ni de un descuento de los recursos que requerirán las sociedades del futuro, ni mucho menos a costa de la equidad social. Panamá ha hecho esfuerzos importantes para proteger su medio ambiente y para impulsar un mejoramiento del nivel de vida de sus comunidades. Pero, al igual que la mayoría del mundo en desarrollo, es más lo que falta por hacer.
Los bosques continúan desapareciendo a un ritmo mayor que su capacidad de regeneración y que el aporte de los programas de reforestación. Ese ritmo se origina principalmente para incrementar la frontera agrícola y continuar con el ciclo: deforestación –quema – siembra – barbecho – potrero – deforestación, lo cual constituye un patrón de conducta que caracteriza el efecto de una relación insostenible entre ser humano y naturaleza. Con los bosques desaparece buena parte de la diversidad biológica y con ella se va buena parte de los sistemas necesarios para sostener la vida y la salud humana.
La deforestación indiscriminada, en tanto contribuye a reducir la diversidad biológica y a perturbar los ecosistemas, conduce a desbalances que pueden contribuir a la aparición de enfermedades emergentes y re-emergentes. Para un país que pretende utilizar parte de su capital natural en proyectos ecoturísticos, esta es una consideración de mucha relevancia.
Los suelos se erosionan en las tierras altas y laderas, disminuyendo su fertilidad en el corto plazo y quizás perdiendo su capacidad agrológica en el largo plazo. La literatura y la historia están plagadas de ejemplos de la pérdida de los suelos que a la larga han traído, como consecuencia, la desaparición de civilizaciones enteras.
Y desde otro ángulo, los efectos de la contaminación del aire, el agua, el suelo, la fauna y la flora no se quedan atrás en nuestro país. La contaminación por agroquímicos tóxicos, gases de invernadero y desechos sólidos se ha hecho sentir constantemente. A ello contribuye el abuso de los plaguicidas en la agricultura, el cual no solo ha producido problemas de toxicidad en suelos y seres vivos, sino que además ha inducido resistencia en muchas plagas que han intentado
combatirse con ellos. Es notorio, además, el impacto ambiental negativo ocasionado por el ineficiente servicio de transporte público, la descarga de desechos y efluentes de las actividades industriales, las contaminaciones ocasionadas por las actividades mineras y extractivas, la disposición de la basura y los desechos sólidos, y el tratamiento que se ha dado a la bahía de Panamá.
Si utilizáramos aquí el concepto de huella ecológica, seguramente hallaríamos que todavía no estamos usando los recursos que necesitan otras sociedades que se encuentran fuera de nuestro territorio. Pero sí encontraríamos que estamos utilizando y contaminando, tanto recursos a los que no tienen acceso los más desposeídos, como recursos que deberán utilizar nuestras futuras generaciones. Lamentablemente, la gran mayoría de los servicios que presta el capital natural no tiene (aún) un valor monetario y, quizás por ello, los dilapidamos gratuitamente y no los descontamos de nuestras cuentas nacionales26
La sociedad desigual
La desigualdad en la distribución de los ingresos y beneficios del crecimiento económico es un factor determinante del consumo insostenible. Al parecer, Panamá ocupa el tercer lugar entre los países de América Latina con peor distribución de sus ingresos. Esta situación influye de manera negativa en la utilización de los recursos naturales y en el deterioro ambiental pues disminuye la capacidad de consumo necesario de los pobres y las posibilidades que ellos tienen para utilizar más eficientemente los recursos del capital natural. Al respecto, el Informe de Desarrollo Humano 1998 señala que los vínculos entre el consumo y el desarrollo humano se están rompiendo a medida que el aumento global del consumo no se ha difundido a los que más lo necesitan. No hay que tener una bola de cristal para darse cuenta que una situación como ésta constituye un detonante de malestares sociales en cualquier sociedad del mundo.
Los esfuerzos que ha hecho Panamá para mejorar el desarrollo humano no han sido pocos. Pero ahora se plantea un desafío que necesariamente debe trascender el ámbito de un gobierno para que tanto sociedad civil como el sector privado adquieran verdaderos compromisos con nuestra calidad de vida y con nuestro futuro. Ello es necesario para asegurar la armonía social requerida para que los esfuerzos de protección ambiental tengan éxito. Se trata de hacer lo que Barbara Ward27 hace 20 años consideró como un requisito para enfrentar los límites internos de la sostenibilidad. Esto cobra hoy día mayor vigencia que en el pasado porque, como señala el informe, a medida que el mercado asume cada vez más los servicios que antes prestaba el Estado, existe una complementariedad entre bienes públicos y privados, y por lo tanto, debe evitarse un desequilibrio grande y malsano entre ellos, como está ocurriendo en muchos países y regiones.
El consumo sostenible de los recursos
A mi juicio, hay cuatro temas que deben tratarse simultáneamente para enfrentar como sociedad el reto del desarrollo humano y, por ende, asegurar el consumo sostenible de los recursos:
26 Constanza, R. et al (Nature, 1997) estiman en 33 trillones de dólares el valor de los servicios de los ecosistemas y el capital natural, de los cuales 22 trillones están fuera del mercado.
27 Barbara Ward fue una destacada economista política, periodista y educadora inglesa fallecida en 1981.
• Promover la búsqueda constante de conocimientos que permitan, por una parte, desarrollar tecnologías e innovaciones ambientalmente sostenibles, tanto en la agricultura como en la industria y los servicios, y por la otra, progresar en nuestro entendimiento del entorno natural para que aprendamos a manejarnos con respeto dentro de nuestros ecosistemas tropicales.
• Desarrollar políticas que no subsidien la destrucción y que incentiven la aplicación de tecnologías y procesos ambientalmente amigables. Un balance apropiado entre ecoimpuestos e incentivos debería intentarse en el marco de una perspectiva de desarrollo integral.
• Asegurar una participación social amplia partiendo de esfuerzos integrados a nivel de comunidades para que éstas sean saludables y sostenibles. Aquí se requerirá fomentar la participación equitativa de las comunidades en la conservación, utilización y aprovechamiento de sus recursos naturales y en la distribución de los beneficios obtenidos.
• Y por último, asegurar que las actividades de desarrollo respondan a una política de manejo integrado de recursos naturales, sin la cual las consideraciones anteriores no pasarán de constituir esfuerzos aislados.
En cada uno de estos campos se han hecho grandes esfuerzos. Pero como se indicó anteriormente, no son suficientes ni lo serán si la sociedad no enfrenta el reto del desarrollo humano con una visión integradora.
Por ejemplo, se ha promovido la búsqueda de conocimientos a través de proyectos importantes como el de la SENACYT (Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación) y la Ciudad del Saber. Pero hace falta que las instituciones a las que corresponde generar los conocimientos impulsen vigorosamente, con la participación del sector privado y la sociedad civil, estrategias acordes con los requerimientos de sostenibilidad ambiental y equidad social. Y hace falta también que estas instituciones se organicen e integren en el marco de una estrategia de manejo integrado de recursos naturales. El conocimiento de la complejidad de los ecosistemas tropicales, que sistemáticamente hemos venido simplificando a través de nuestros esquemas de desarrollo, requiere de esfuerzos investigativos integrados que permitan entender las interacciones que ocurren entre el ser humano y la naturaleza y programar mejor las intervenciones que hacemos de ella.
Se han desarrollado políticas y normas importantes en materia ambiental. La recién promulgada Ley de Ambiente es un ejemplo de ello. Pero hay que trabajar más en el rubro de incentivos y analizar la posibilidad de establecer eco-impuestos. Por ejemplo, la gasolina sin plomo no debe ser más costosa para el consumidor que la gasolina con plomo28; el transporte colectivo contaminante no debe ser subsidiado; la generación privada de conocimientos que mejoren la eficiencia en la utilización de los recursos naturales debe ser incentivada, etc. Y también hay que trabajar más en la aplicación efectiva de las normas, de manera que ellas cumplan con el cometido para el que fueron promulgadas.
Se han hecho esfuerzos para promover la participación comunitaria y la descentralización gubernamental, a través del programa Municipios Siglo XXI y otras iniciativas. Pero todavía hay
28 Con posterioridad a la preparación de este texto se eliminó el plomo de la gasolina que se expende en Panamá.
un camino muy largo por recorrer para que las comunidades adquieran realmente el poder que necesitan para cuidar de sus propios recursos.
También se han hecho esfuerzos en el desarrollo de estrategias de manejo integrado de recursos y ordenamiento territorial. El Plan Regional de Usos del Suelo de la Región Interoceánica y el Programa de Desarrollo Sostenible de Darién son ejemplos de ello. Pero, la ejecución de estas estrategias requiere que se coordinen y concerten esfuerzos entre múltiples organizaciones que deberán atender actividades en las distintas categorías propuestas para la zonificación del uso del suelo de acuerdo con su potencial y limitaciones, las cuales identifican las zonas más aptas para desarrollar las actividades agrícolas, la producción forestal, la industria, el turismo, la protección de los bosques y la biodiversidad, las viviendas y el desarrollo urbano, entre otras.
La cuenca del canal de Panamá es un excelente laboratorio para implementar estrategias integradas de manejo de los recursos. Habiendo perdido un 43% de su cobertura boscosa en los últimos 24 años, hoy día estamos preparados para hacer un alto a la destrucción puesto que conocemos las opciones de uso del suelo que han sido recomendadas por el Plan Regional y, por lo tanto, no solamente estamos en capacidad de ejercer una gestión efectiva para impulsarlas, sino que también podemos anticipar los riesgos y amenazas que podrían restringir su efectiva aplicación. Por ejemplo, podemos anticipar un peligro sobre las aproximadamente 30,000 hectáreas de bosque que quedan fuera de las áreas protegidas, si persiste la tasa de incremento poblacional del 4% que existe actualmente, y si persiste la actual tasa de deforestación estimada en algo más de 500 hectáreas anuales.
Con lo que pareciera ser una política de atracción hacia las oportunidades que ofrece la cuenca del canal para el desarrollo nacional, es importante que el Estado haga lo posible para que no se pongan en peligro recursos vitales por efecto de patrones insostenibles de consumo de los mismos y para que este desarrollo no esté desbalanceado con respecto al del resto del país. Es obvio que una gestión de manejo integrado de recursos requiere ir más allá de la formulación de un plan de ordenamiento territorial para adentrarse en la estructuración de mecanismos y arreglos institucionales concertados que permitan ponerlo en práctica con efectividad, y darle un mejor seguimiento a la dinámica de las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. La estructuración de mecanismos y arreglos institucionales concertados es una tarea que todavía tiene un largo camino por recorrer, particularmente a nivel de estrategias eco-regionales.
Pero fundamentalmente hace falta generalizar el concepto de que las estrategias de desarrollo tienen que integrar más efectivamente las dimensiones económicas, sociales y ambientales. Esta integración únicamente podrá lograrse si se introduce una dimensión ética dentro del esquema, si se adquiere un mejor entendimiento de las relaciones entre las actividades humanas y la capacidad de uso de los recursos, y si la participación y el desarrollo comunitario se toman como punto de partida de toda gestión ambiental.
El consumo sostenible de los recursos no puede continuar poniéndose a prueba con experimentos ambientales basados en ensayo y error, ni mucho menos con experimentos sociales que no tomen en cuenta una relación sostenible entre economía global y equidad.
Nota posterior:
La cooperación y la otra cara del consumo sostenible
La tecnología predominante hoy día ha hecho que el consumo de bienes y servicios sea algo tremendamente atractivo y tentador. ¿A quién no le gustaría tener un televisor de pantalla
plana que pueda colgarse en la pared como un cuadro? ¿O un teléfono móvil que tome fotos, filme, navegue en internet, haga operaciones de cálculo y otras cosas más? ¿O un automóvil con sistema de posicionamiento geográfico satelital? A mí me gustaría –pienso- aunque de pronto no encuentre un uso utilitario para tales accesorios. Para muchos, lo tentador y atractivo predomina sobre lo útil y necesario.
El incremento del bienestar que la tecnología ha traído consigo, no ha alcanzado a la mayor parte de la humanidad y no se prevé que lo logre a corto o mediano plazo. Nos hemos dedicado a diseñar el mundo utilizando y transformando los recursos que la naturaleza nos ha provisto, sin percatarnos de que estamos sujetos a sus leyes y poderes. Por momentos pareciera que hemos comenzado a tomar conciencia de la paradoja de esta nueva posición en la que nos encontramos, es decir, la de diseñar una naturaleza (Mau, 2004) a sabiendas de que ésta tiene leyes que no controlamos o que, en el mejor de los casos, escasamente conocemos. Y es que la afluencia de consumismo ha significado una sobre-explotación de los recursos globales del planeta. Esta sobre-explotación no ayuda a resolver el problema del empobrecimiento de nuestras sociedades, sino que muy por el contrario, lo agrava, pues este empobrecimiento únicamente podrá ser reversible dentro de un contexto global de cooperación que debe concebirse como una respuesta viable (quizás la única) para intentar la reducción del consumo innecesario y garantizar que nuestras innovaciones tecnológicas atiendan el bienestar de las mayorías.
El consumo de bienes y servicios, utilitarios o no, continuará en ascenso, beneficiando a minorías que estarán siempre dispuestas a adquirirlos, y para quienes quizás no importe tanto la desigualdad en recursos e ingresos de la mayoría de las sociedades del mundo. Se justifica en razón de la naturaleza humana que algunos vinculan con un predominante y hasta genético comportamiento egoísta que el pensamiento darwiniano hasta mediados del siglo pasado interpretó de forma dogmática en términos de competencia o lucha por la existencia, sin percatarse de que la evolución es tanto o más acerca de cooperación que de competencia, y cada día hay más evidencia de ello (ver capítulo 8).
En la carrera por producir para consumir o crear más bienestar, las economías modernas de mercado se han focalizado más en el elemento competitivo, basadas en la premisa de que todos estamos dominados por deseos adquisitivos y competitivos. Pero, ésta no es la única manera de armonizar nuestra naturaleza humana con el bien común (Singer, 2000). Tenemos que trabajar más en el lado social y cooperativo de esa naturaleza. Por eso (Singer, 2000) se ha planteado que debe iniciarse cuanto antes el desarrollo de un campo de investigación social que muestre el camino hacia una sociedad más cooperativa, que favorezca incluso el comportamiento altruista que ciertamente existe en nuestras sociedades humanas, aquél que significa dar sin esperar beneficios a cambio. ¡Qué formidable campo de investigación para un sociólogo sería éste!
El consumo sostenible de recursos, bienes y servicios, junto con su otra cara, la eliminación de la pobreza, no pueden lograrse sin una verdadera cooperación entre sociedades que poseen mucho y sociedades que poseen poco. Según Sachs (2005), la mayor parte de la cooperación que otorgan los países desarrollados a los países en desarrollo, se queda en aquellos. Por ejemplo, de los apenas US$ 30.00 que recibió en ayuda externa un africano sub-sahariano (cifras de 2002), casi US$ 5.00 se destinó a consultores de los países donantes, más de US$ 3.00 fue a ayuda de emergencia, alrededor de US$ 4.00 se destinó al servicio de la deuda y US$ 5.00 se destinó a operaciones de alivio de deuda. El resto, apenas US$ 12.00 fue directamente a
África29. En Kenya, por su parte, la ayuda externa para inversiones en el sector rural es de unos US$ 100 millones, apenas una décimoquinta parte de lo que se necesita, mientras su servicio de la deuda al mundo rico es de varios cientos de millones de dólares por año.
¿Y dónde está la verdadera cooperación?
Bibliografía del Capítulo 2
Marzo de 2005
• Autoridad de la Región Interoceánica. 1996. Plan Regional para el Desarrollo de la Región Interoceánica. Panamá, R.P.
• Constanza, R. et al. 1997. The Value of the World’s Ecosystems Services and Natural Capital. Nature 387: 253-260.
• Mau, Bruce. 2004. Massive Change. Phaidon Press Limited. New York. 240 pp.
• PNUD. 1998. Informe de Desarrollo Humano: Consumo para el Desarrollo Humano. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
• Sachs, Jeffrey D. 2005. The End of Poverty. Extracto del libro. Revista Time, marzo 14, 2005, Vol. 165, No.11.
• Singer, P. 2000. A Darwinian Left. Yale University Press. New Haven. 70 pp.
• Wackernagel, M. y W. Rees. 1996. Our Ecological Footprint. New Society Publishers, Canada. 160 pp.
29 Según Jeffrey D. Sachs (2005), en el año 2002, los Estados Unidos de América dio en ayuda US$ 3.00 por cada africano sub-sahariano. Descontando las porciones que se destinaron a consultores y cooperación técnica de USA, los alimentos y otra ayuda de emergencia, así como los costos administrativos y de alivio de la deuda, la ayuda por africano fue de unos seis centavos de dólar.
MINERÍA Y DESARROLLO RURAL30
“No hay que ser muy científicos en los proyectos de desarrollo rural”
Bill es un consultor internacional amigo mío. De esos que, al igual que yo he hecho en algunas ocasiones, ha trabajado integrando y conformando equipos de trabajo para formular y ejecutar proyectos de desarrollo rural. Proyectos que muchas veces son mal llamados sostenibles, pero que gracias al financiamiento de agencias financieras internacionales y a la experiencia de amigos como Bill, logran implementarse siguiendo un patrón previamente establecido. En ese patrón no hay lugar para la investigación. Solamente hay lugar para “hacer desarrollo”; desarrollo que casi nunca se ve cuando finalizan los proyectos.
Bill me pidió que integrara un equipo como experto ambiental en la formulación de una propuesta de proyecto para el desarrollo rural con un enfoque de manejo integrado de cuencas hidrográficas. Como él ya me conocía, durante la primera reunión con el equipo de trabajo, puso su primera condición. -No hay que ser muy científicos en los proyectos de desarrollo rural, y menos con este enfoque de manejo de cuencas. Es una cuestión de sentido común-. En realidad no sabía por qué me había invitado a participar, ya que yo siempre intentaba incorporar un componente de investigación en los proyectos en los que participaba, el cual era siempre eliminado durante la etapa de evaluación de la formulación. No estoy seguro que así se llame, pero ésta es la etapa en que una misión evalúa la formulación del proyecto que hizo otra misión, y le hace ajustes antes de proceder a su implementación. Al menos así ocurre con algunas agencias internacionales de cooperación técnica y financiera.
No ganamos el proyecto por el que competíamos con otras firmas consultoras, aunque tampoco pude convencer a Bill. Su escuela era la de armar los componentes de los proyectos aunque faltara alguna pieza importante. Los proyectos tenían que ser “problem solving” y no se podía “perder” tiempo en investigación. Mi escuela era la de promover por todos los medios posibles la investigación científica como único medio para generar conocimiento aplicable al desarrollo de los trópicos, aunque ésta constituyera un componente muy pequeño de los proyectos formulados.
El desarrollo rural en los trópicos tiene sus complicaciones. Los trópicos son diferentes. Recuerdo que un amigo de nacionalidad argentina me decía que en ese país no era tan necesaria la investigación agrícola. -En cereales– me decía –podemos copiar los resultados de las investigaciones que hacen en el norte-. En los trópicos, esto no es posible. Son tan diversos y complejos que lo que se hace en un lugar puede no ser replicable en otro.
Si no se hace investigación ¿cómo pueden recomendarse las mejores alternativas de uso de la tierra si no se conoce su potencial real? ¿cómo pueden evaluarse las decisiones sobre el uso de los recursos del capital natural si no se entienden las interacciones que, en lo social, económico y ambiental, ocurren en el marco de una cuenca o ecosistema? Bill piensa que sí se puede. Yo pienso que no se debe.
30 Texto de una conferencia presentada el 28 marzo de 1998 ante la Conferencia Anual de Ejecutivos de Empresa organizada por la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresa.
Y... después de todo, ¿dónde encaja la minería en este contexto? El deterioro ambiental del río Pacora es un ejemplo de cómo puede un recurso valioso sucumbir a la extracción “minera” de arena por parte de intereses egoístas cortoplacistas, como si ese fuera su mejor uso utilitario.
Abril de 2005
En un marco eco-regional de desarrollo sostenible, ninguna actividad económica debe ser excluyente de otras o manejarse como si estuviera en un contexto aislado. Si la minería ha de desarrollarse en una región ¿debe hacerlo al margen de otras posibles actividades económicas y competir por recursos humanos con otras actividades? Uno podría pensar que se trata de un asunto de escogencias y efectivamente así es, pero no de escogencias entre actividades que compiten en función de beneficios en el corto plazo, sino de escogencias entre opciones de desarrollo que permitan formular la mejor estrategia posible de desarrollo sostenible, es decir, para el largo plazo y para beneficiar a las sociedades y comunidades por entero en un contexto de equidad social y sostenibilidad ambiental.
Una fuente de conflictos
No cabe duda de que, entre todas las intervenciones del ser humano sobre la naturaleza, la actividad minera ha sido, a través de su historia, una fuente constante de conflictos y opiniones encontradas. En un momento donde numerosas actividades económicas no parecen estar conscientes de sus efectos sobre el medio ambiente ni de sus consecuencias en materia social, conviene dedicar algunas reflexiones al tema de la minería a la luz de lo que debe ser un aprovechamiento sostenible de los recursos naturales, por una parte, y de la búsqueda de oportunidades para impulsar el desarrollo rural desde una perspectiva regional integrada, por la otra. Desde esta óptica, es importante prestar atención a las consideraciones de largo plazo que deben prevalecer en un proceso de toma de decisiones para impulsar el desarrollo de actividades sostenibles y que tienen que ver con el alcance de la conservación y utilización del capital natural en el marco de estrategias de desarrollo que permitan analizar objetivamente las implicaciones de un desarrollo minero en un contexto de desarrollo rural.
El valor del capital natural
Las actividades económicas dependen de la utilización de los recursos naturales que constituyen el patrimonio o capital natural. Pero el ser humano, a lo largo de su historia, y muy particularmente, a lo largo de los últimos dos siglos, ha utilizado este capital natural más allá de su capacidad de regeneración, sobrepasando muchas veces la capacidad de absorción o asimilación de los desperdicios que ha generado como consecuencia de sus actividades económicas. Hemos sido buenos para cuantificar el valor económico de ese capital natural, desde una óptica puramente extractivista, pero no lo hemos sido tanto para cuantificar su valor real luego de descontar la pérdida o disminución de la capacidad futura de los recursos que de él utilizamos.
Últimamente se ha logrado establecer una diferencia, cada vez más clara, entre aquellos recursos, tanto renovables como no renovables, que se han utilizado comercialmente, ya sea directa o indirectamente, y aquellos que aún no tienen asignado un valor económico porque no se les ha identificado un valor de mercado. Esto es lamentable porque es precisamente esta parte del capital natural la que inconscientemente hemos ido deteriorando a través de su uso irracional en las actividades de desarrollo económico. Le hemos asignado valor a la madera que extraemos de un bosque y a los recursos minerales que explotamos, pero no le hemos asignado valor a un sinnúmero de servicios ambientales, ya sea porque hasta ahora han sido considerados como bienes gratuitos, o porque no les hemos encontrado un uso comercial.
Lo anterior es comprensible por cuanto, en una economía de mercado, no resulta fácil discriminar entre bienes que han sido gratuitos y ahora pueden comercializarse, como el carbono que fijan nuestros bosques y la biodiversidad de nuestros ricos ecosistemas tropicales, y los que deben seguir siendo gratuitos, como el aire puro y la belleza escénica, pero cuya conservación tiene un costo que alguien tiene que pagar o responsabilizarse, y por cuya contaminación o deterioro alguien debe asumir el costo de su mitigación o recuperación.
En la edición de la revista científica NATURE correspondiente al mes de mayo del 1997, un grupo de científicos, ecólogos y economistas presentó un interesante artículo sobre el valor del capital natural y los servicios que prestan los ecosistemas. En aquel artículo, los autores estimaron el valor económico de 17 servicios que prestan los ecosistemas. Ellos calcularon el valor de estos servicios para toda la biosfera, los cuales en su mayoría están fuera del mercado, en unos 33 trillones de dólares anuales. Según estos mismos autores, el producto bruto global es alrededor de 18 trillones de dólares anuales, lo cual significa que los servicios que presta el capital natural son 1.8 veces el producto bruto global actual. Entre estos servicios destacan los siguientes: la regulación de los gases atmosféricos, la regulación del clima, el abastecimiento de agua, el control de la erosión y retención de sedimentos, la formación del suelo, el reciclaje de nutrientes, el control biológico, la producción de alimentos, la producción de materias primas, y los recursos genéticos, entre otros.
Si bien estamos descontando y reduciendo buena parte de este capital natural, desde un punto de vista estrictamente económico podríamos pensar que en la medida que vaya escaseando, su valor irá aumentando. Lo preocupante es que cuando este capital se haya agotado y su valor se acerque al infinito, nuestra propia existencia estará a punto de desaparecer. Pero lo interesante es que el estudio apunta a un área donde, sin duda alguna, deberán conducirse importantes esfuerzos de investigación durante muchas décadas en el futuro. Y ciertamente, en la medida en que avancemos en las investigaciones podríamos encontrar que lo que ahora valoramos en alto grado tenga menos valor que otros servicios ambientales que ahora nos parecen poco relevantes. Desde la perspectiva de la explotación minera, es importante tomar en cuenta estas consideraciones.
La valoración de los servicios ambientales comienza ya a perfilarse como uno de los temas más relevantes de investigación para la toma de decisiones. Por ejemplo, una riqueza minera submarina coexiste con extrañas formas de vida en aguas territoriales termales de Papua Nueva Guinea. Recientemente, una compañía minera australiana obtuvo una concesión de exploración de 2,000 millas cuadradas, ante la fuerte objeción de científicos y de propios geólogos marinos que vieron en la inusual biodiversidad de la zona, particularmente en organismos unicelulares resistentes a altas temperaturas, la posibilidad de utilizarla vía ingeniería genética, en la producción industrial de productos de mayor valor que el mineral. Si bien en este caso un uso de mayor valor potencial, y quizás con menos riesgos ambientales, es capaz de sustituir a otro, lo cierto es que la motivación principal de la mayoría de las economías sigue, y posiblemente seguirá siendo por algún tiempo, la generación de ganancias y riquezas en el más corto plazo posible. De allí que la valoración del capital natural sea vista como un requisito indispensable para el diseño de estrategias de desarrollo sostenible.
El deterioro relativo del capital natural
Si la motivación por lo ambiental es capaz de aumentar en la medida en que le descubramos nuevos valores económicos de mercado al capital natural, ello podría inducir a las economías a prestar más atención a los asuntos ambientales. Ante diferentes opciones de uso de alto valor económico para un mismo recurso, se podría optar entonces por aquella que fuera más respetuosa del medio ambiente. No obstante, ello no debe soslayar la necesidad de que las actividades económicas humanas se rijan por principios ambientales básicos que han sido acordados en numerosos foros internacionales.
Es sabido que distintas actividades económicas tienen distintos efectos sobre el medio ambiente y la base de recursos. La minería ocupa un lugar preponderante entre las que mayores deterioros ambientales ocasionan. Aun cuando pareciera que existen y se están desarrollando nuevas tecnologías ambientales para la industria minera, lo cierto es que casos de contaminación severa y deterioro de recursos ocurren en distintas partes del mundo, por efectos de esta explotación. Por ejemplo, existe información sobre una mina en California que reduce 200 toneladas de montaña para producir una onza de oro31. Los casos de multas millonarias impuestas a empresas mineras en los Estados Unidos que descargan desechos tóxicos a los ríos son también notorios.
Pero si la minería mal ejecutada tiene efectos nocivos sobre el medio ambiente, también la agricultura, a lo largo de la historia, y muy particularmente la agricultura moderna, ha desempeñado un rol altamente destructivo de numerosos ecosistemas. En Panamá, para citar un solo ejemplo, es ampliamente conocido el abuso y los efectos de las aplicaciones masivas de agroquímicos para combatir las principales enfermedades que afectan al banano. ¿Y qué decir del abuso de los agroquímicos en muchas plantaciones de cultivos hortícolas en las tierras altas? Pareciera, no obstante, que una de las diferencias ambientales básicas entre ambas actividades (agricultura y minería), que hace a la minería más notoria en cuanto al grado de deterioro del medio ambiente, consiste en el agotamiento exhaustivo por parte de esta última de un recurso natural no renovable en un plazo muy corto de tiempo. Y por si fuera poco, al final de este período de tiempo, muchos pueblos que han basado su sustento económico en la explotación minera, han visto deteriorar sus economías y convertirse en pueblos fantasmas.
31 Se requieren 27 toneladas de roca para producir los 28 gramos de oro que contiene un anillo. Ver Perlez y Johnson, 2005.
La conservación del capital natural y el desarrollo integrado
Es obvio que la conservación del capital natural es uno de los requisitos fundamentales de un estilo de desarrollo que sea sostenible. Aún los fundadores de la ciencia económica reconocieron que el mundo natural le imponía límites al crecimiento económico (Adam Smith, Thomas Malthus y David Ricardo), y si bien este reconocimiento fue abandonado a lo largo de los dos últimos siglos, no fue sino hasta hace unas tres décadas cuando Kenneth Boulding volvió a poner en perspectiva a la base de recursos naturales en la gestión de la economía.
Hoy día se reconoce que el llamado desarrollo sostenible es un estilo de desarrollo que, por una parte debe tener su sustento en las acciones comunitarias o locales, pero que por la otra, es fundamentalmente un desarrollo integrado desde todo punto de vista. Así las cosas, resulta obvio que este concepto busca armonizar las variables económicas, sociales y ambientales y por ello, desde esta perspectiva, ninguna actividad productiva humana puede concebirse en un contexto meramente económico.
En el marco de un ecosistema o una eco-región todas las actividades humanas que lo comparten están relacionadas y se afectan mutuamente. Aunque algunas afectan negativamente a otras y todas utilizan o afectan en mayor o menor grado al capital natural, resulta obvia la importancia de conocer y entender la complejidad de las interacciones entre ellas, así como sus relaciones de causa y efecto. De ese entendimiento depende que podamos contrarrestar los efectos negativos de una actividad humana sobre otra o sobre los recursos que utiliza otra actividad humana, y disminuir los efectos nocivos al ambiente y a las sociedades de una manera integral.
En un contexto amplio de desarrollo sostenible es importante echar una mirada a esas interacciones. Por ejemplo, un estudio efectuado recientemente para demostrar la factibilidad de establecer un proyecto de desarrollo rural sostenible en la costa abajo de la provincia de Colón, reveló que la población económicamente activa del distrito de Donoso equivale a la población que sería empleada durante la explotación de la mina de Petaquilla, la cual está ubicada en dicho distrito. Muy probablemente esta situación, unida a la poca garantía de conservar uno de los recursos boscosos más valiosos con que cuenta el país, hizo que la agencia cooperante decidiera excluir a buena parte del área de este distrito de los beneficios del proyecto. Lo grave de esto es que si, por razones de fluctuaciones en los precios del mineral, la mina no iniciara operaciones, los pobladores del área quedarían excluidos de lo que podría ser un proyecto de desarrollo sostenible relativamente bien concebido.
Si los impactos sociales de una actividad económica sobre otra pueden constituir obstáculos para la ejecución eficaz de una estrategia de desarrollo sostenible, los impactos ambientales suelen ocasionar efectos que pueden ser devastadores. La aplicación de agroquímicos o la deforestación en las zonas altas de las cuencas pueden afectar a los manglares o a la vegetación que ocurre en las zonas bajas de las mismas y ocasionar problemas serios de sedimentación de los suelos aguas abajo.
En un marco eco-regional de desarrollo sostenible, ninguna actividad económica debe ser excluyente de otras o manejarse como si estuviera en un contexto aislado. Si la minería ha de desarrollarse en una región ¿debe hacerlo al margen de otras posibles actividades económicas y competir por recursos humanos con otras actividades? Uno podría pensar que se trata de un asunto de escogencias y efectivamente así es, pero no de escogencias entre actividades que compiten en función de beneficios en el corto plazo, sino de escogencias entre opciones de
desarrollo que permitan formular la mejor estrategia posible de desarrollo sostenible, es decir, para el largo plazo y para beneficiar a las sociedades y comunidades por entero en un contexto de equidad social y sostenibilidad ambiental.
Minería y desarrollo rural.
Visto de esta forma, es posible que lleguemos al convencimiento de que la minería puede ser compatible con el desarrollo rural. Pero esta compatibilización no puede darse sin ninguna restricción y sin algunas condiciones básicas que comiencen por valorizar el capital natural en toda su dimensión.
Por una parte, es importante que el desarrollo de la actividad minera ocurra en el marco de una estrategia o programa de desarrollo sostenible que permita que ella se dé en un contexto de economía diversificada. Por la otra, es importante que la actividad minera apoye dicha estrategia a través de mecanismos de compensación de daños o mitigaciones de los impactos ambientales nocivos que ella pudiera ocasionar. La aplicación del principio de “quien contamina, paga”, adoptado por primera vez a nivel internacional en 1972 por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), parece tomar cada vez más vigencia a nivel global. Este principio significa que las personas o empresas responsables de una contaminación deben pagar por los gastos o medidas para reducir dicha contaminación. En la actualidad, también está cobrando interés en la comunidad internacional la necesidad de establecer medidas para compensar o indemnizar por daños ambientales causados por actividades contaminadoras, de manera que recaiga en el contaminador la responsabilidad por las consecuencias dañinas de sus actos.
Si bien es cierto que estas medidas deben tener asideros legales en los propios países, particularmente porque también existe otro principio, más bien moral que normativo, conocido como el de “la voluntad de pagar”, que implica que si la cuantía de los pagos por compensaciones no está bien determinada legalmente, ella únicamente ocurrirá como resultado de procesos de negociación, no es menos cierto que el debate internacional, particularmente en el marco de importantes convenciones como la del cambio climático global y biodiversidad, está obligando a las empresas a adoptar voluntariamente algunos mecanismos de compensación.
Basado en el principio anterior, los pagos por compensaciones de daños ambientales pueden hacerse simplemente en la forma de medidas restauradoras cuando la explotación minera haya terminado, pero tendrían mayor sentido si ellos tuvieran un fuerte componente social y de beneficio económico para las comunidades afectadas y ocurrieran a lo largo de la vida del proyecto minero.
En 1994 se llevó a cabo en Washington, DC, una conferencia internacional sobre desarrollo, ambiente y minería, la cual fue organizada y co-auspiciada por el Banco Mundial, el Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Uno de los principales puntos tratados en dicha conferencia fue el relativo a la necesidad de que las empresas mineras respondan a las necesidades de desarrollo de los países e implementen enfoques que tomen en cuenta las tradiciones y valores locales.
Esta necesidad debe destacarse en las estrategias de desarrollo sostenible que se identifiquen. Si bien, hasta el momento, las empresas mineras que se encuentran en etapa de exploración o explotación están conscientes de que deben compensar los posibles daños que ocasionan con programas ambientales, y de hecho lo están haciendo, por lo general sus
programas se orientan a la reforestación, en buena medida de sus propias fincas o plantaciones. Otras, como el caso de Panacobre, S,A. que opera el proyecto minero de Cerro Colorado (ubicado en la comarca Ngöbe-Bugle), asegura que ha destinado B/.1.8 millones para obras sociales en las comunidades indígenas. La mina de Santa Rosa, por su parte, la cual está ubicada muy cerca de la misma comarca, y cuya influencia trasciende sus límites, parece estar comprando tierras para reforestar.
Sin entrar a analizar el mérito que estas actividades pueden tener, lo cierto es que ambas empresas mineras pueden contribuir al desarrollo de la comarca Ngöbe-Bugle, siempre que ellas se hagan en respuesta a planes de desarrollo de la misma. Precisamente, el Proyecto de Desarrollo Rural de las Comunidades Ngöbe-Bugle, ejecutado por el Fondo de Emergencia Social (FES)32, con el apoyo financiero del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), se encuentra ejecutando un plan de acción que puede ser apoyado por las empresas mineras.
El proyecto podría entrar en una etapa de negociación con las empresas mineras de manera que se pueda lograr el financiamiento de actividades ambientales y sociales ya programadas. Por una parte, ello le ahorraría a las empresas mineras el trabajo de formular y ejecutar por sí solas programas socio-ambientales que quizás no tengan el impacto esperado en las comunidades, y por la otra, el proyecto se beneficiaría con recursos adicionales para la ejecución de programas que han sido concertados previamente con los propios beneficiarios. Por ejemplo, se estima que en el área del proyecto existen más de 50,000 hectáreas con buen potencial para la reforestación. El impulso a un programa de esta naturaleza se facilitaría enormemente a partir de la experiencia exitosa con plantaciones de alrededor de 2,000 hectáreas de pino, que fueron establecidas hace aproximadamente 20 años en Los Valles y Buenos Aires en la provincia de Veraguas, las cuales han permitido recuperar el sotobosque nativo y la reintroducción de fauna silvestre en el área. Las comunidades indígenas podrían tener en las plantaciones forestales y en la utilización de especies de la fauna silvestre actividades económicamente rentables que contribuirían a impulsar un desarrollo rural efectivo para ellas.
En un contexto de desarrollo integral, las plantaciones forestales como las indicadas presentan una oportunidad adicional para impulsar el desarrollo rural. Estas oportunidades pueden ubicarse en al menos uno de los servicios ambientales del capital natural que recientemente ha comenzado a adquirir un valor en el mercado. Se trata del aprovechamiento de la capacidad de secuestro de carbono que tienen los bosques naturales o plantados. En términos generales, el mecanismo que permite aprovechar este servicio ambiental consiste en lograr contribuciones de la industria contaminadora de países desarrollados a la mitigación de gases de invernadero como el CO2, a través de la compra de bonos o certificados de carbono que serían invertidos en el establecimiento de plantaciones forestales, manejo de bosques naturales o proyectos de energía alternativa en países en vías de desarrollo. A manera de ejemplo puede señalarse que en Japón y la Unión Europea, la reducción de las emisiones de CO2 puede costar más de US $100.00 por tonelada, mientras que los pagos por captación del mismo no alcanzan, hasta ahora, los US $10.00 por tonelada. La industria minera podría complementar los recursos que se obtengan por esta vía, contribuyendo así a un esfuerzo integral de desarrollo. Ciertamente, el valor de compensación por daños ambientales aún dista mucho de aproximarse al valor real del recurso afectado o perdido. Mientras no se realicen estudios de valoración económica de los recursos naturales sobre bases científicas, los esquemas de compensación seguirán dependiendo de “la voluntad de pagar”, o de estimaciones poco realistas.
32 Hoy día Fondo de Inversión Social (FIS).
Si por una parte es urgente que nuestros países impulsen vigorosamente los estudios de valoración del capital natural y que dichos valores se incorporen en las cuentas nacionales, también es urgente que hagamos un esfuerzo para darnos cuenta, ojalá más temprano que tarde, que en nuestros frágiles ecosistemas tropicales, quizás su mayor valor está más en los servicios ambientales que ellos prestan que en el uso o explotación de recursos no renovables que descuentan aceleradamente el futuro. Mientras tanto, debemos trabajar con el raciocinio de que si ante la rentabilidad en el corto plazo la explotación de un recurso natural resulta muy difícil de desechar, al menos debe hacerse el máximo esfuerzo para que el desarrollo en el largo plazo no salga seriamente perjudicado.
Bibliografía del Capítulo 3
• Constanza, R. et al. 1997. The value of natural capital and ecosystem services. NATURE. Mayo 1997.
• Perlez J. y K. Johnson. 2005. Mundo en desarrollo sufre con la implacable explotación de oro. En el suplemento del New York Times aparecido en el Diario La Prensa, Panamá. 30 de octubre 2005
Capítulo
DESAFÍOS, OPCIONES Y ESTRATEGIAS PARA LA AGRICULTURA TROPICAL DENTRO DE UNA GESTIÓN DE DESARROLLO SOSTENIBLE33
“Perdone señor, pero...”
El año 2002 fue desastroso para la industria cafetalera de América Central. Una sobreproducción a nivel mundial, motivada por un incremento desproporcionado de la siembra de café en Viet Nam, ocasionó la ruina de muchos pequeños productores de este cultivo. Nicaragua fue uno de los países más golpeados.
-En una carretera de este país– me contaba un compatriota que trabajaba allá en un organismo regional - un grupo de campesinos que había quedado en la ruina se dedicó a asaltar a los que transitaban por allí-. Con armas en mano detuvieron al vehículo de este compatriota quien al detenerse tras ser encañonado fue sorprendido con estas palabras: -Perdone señor, no somos asaltantes, solo queremos comer y alimentar a nuestras familias; no hemos podido vender nuestro café; perdone señor, pero...-
¿Quién gana y quién pierde en un mercado global donde las reglas del juego parecen no ser iguales para todos y donde obviamente es la agricultura campesina la que siempre sale más perjudicada?
El año 2000 fue devastador para Honduras. Estuve allí tres meses antes de que la azotara el huracán Mitch. En esa ocasión me tocó hacer un recorrido por las tierras dedicadas a la agricultura campesina de laderas. Integraba un equipo que formulaba una propuesta de desarrollo rural para el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola. – Para ser agricultor en estas tierras se necesita ser alpinista – pensaba. Las pendientes eran tan pronunciadas que daba la sensación de que un ligero resbalón haría rodar cuesta abajo al pobre campesino que cultivaba en esas tierras. Allí las prácticas de conservación de suelos recomendadas para laderas no podían jamás dar buenos resultados con la siembra de cultivos anuales. La erosión estaba a la orden del día. Mitch hizo desaparecer muchas de esas fincas y con ellas el poco suelo que sobre ellas descansaba. Los campesinos que las utilizaban habían sido desplazados años antes, décadas antes, por latifundios que ocupaban las tierras bajas de los fértiles valles.
La agricultura campesina siempre es la más perjudicada... ¿Quién gana y quién pierde?
Mayo de 2005
33 Texto de una ponencia presentada en septiembre de 1994 en Río de Janeiro, Brasil, con motivo de una consulta efectuada por la Cátedra UNESCO de Desarrollo Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
La pobreza y la inequidad en la generación y distribución de riqueza son extremos que atentan contra la sostenibilidad de cualquier sociedad, tanto por sí mismos, como por su efecto sobre la integridad de los recursos naturales. Es dentro de este contexto donde la agricultura hoy día enfrenta grandes desafíos, particularmente la agricultura campesina de los países menos desarrollados.
Los desafíos
Parece obvio que la sostenibilidad de toda sociedad humana dependerá de su capacidad para utilizar eficientemente sus recursos naturales, es decir, de su habilidad para no extraer y desechar materia y energía a un ritmo superior que la velocidad con que los ecosistemas terrestres pueden reponer los recursos utilizados y reciclar los desechos producidos (Rifkin, 1989). Vista así, una sociedad sostenible pudiera ser fácilmente realizable y su desarrollo muy simple de lograr. Bastaría con crear una gran conciencia conservacionista, orientada a que dicha sociedad utilizara sus recursos naturales de una manera más eficiente y racional. No obstante, a partir de la era industrial, las relaciones entre hombre y naturaleza fueron seriamente alteradas al punto de que la economía mundial moderna se ha construido sobre la base de la utilización de recursos de la tierra como si el ser humano fuera capaz de franquear cualquier obstáculo impuesto por la naturaleza y como si los recursos disponible fueran ilimitados. Estos recursos han sido transformados en bienes y servicios, los que a su vez han generado enormes cantidades de desechos cuya disposición no puede hacerse sino a costos sumamente elevados. También hemos desaprovechado y contaminado muchos recursos valiosos. La magnitud de los desechos y la eficiencia en la utilización de los recursos naturales son indicadores de la salud ecológica de una sociedad.
Sin embargo, no es fácil establecer con precisión la relación entre recursos utilizados y desechos producidos o entre bienes producidos y recursos degradados. Un ejemplo es la utilización del recurso suelo en la agricultura y las pérdidas del mismo ocasionadas por la erosión, producto de los vientos y las aguas. Por ejemplo, un estudio del Servicio de Conservación de Suelos de los Estados Unidos de América estimó en nueve toneladas por acre por año (22.5 ton/Ha./año) las pérdidas de suelo ocasionadas por la erosión en aquel país. Dicho de otra manera, cada 16 años se pierde una pulgada de suelo o mantillo cuya reposición le tomaría a la naturaleza entre 300 y 1000 años (Jackson, 1985). Esto contrasta con algunas cifras provenientes de otras fuentes. Según Bailey (1993), a pesar de que el mismo Servicio de Conservación de Suelos de EEUU estima que el suelo se regenera a razón de cinco toneladas por acre por año (12.5 ton/Ha./año), existen estudios que muestran un ritmo de regeneración de 12 a 60 toneladas por acre por año (30 a 150 ton/Ha./año).
En América Central y el Caribe, las pérdidas de suelo parecen ser mayores que en los Estados Unidos de América. Un análisis reciente (Lutz et al, 1994) reveló que estas pérdidas oscilan entre 35 y 340 toneladas por hectárea por año en Panamá, dependiendo de los sitios estudiados; entre 18 y 42 en Honduras, entre 8 y 45 en Haití, entre 137 y 230 en El Salvador y entre 2 y 2,154 en la República Dominicana. Algunas de ellas se encuentran por debajo y otras por encima de los estimados sobre regeneración de suelos, dependiendo de la fuente en cuestión. La especulación en torno a este tema, ante la aparente carencia de datos más precisos, ha llevado a algunos a calificar de exageradas las crecientes preocupaciones por la ecología. Lo mismo está ocurriendo en otros campos como el del calentamiento global y la desaparición de la capa de ozono. Pero hay un hecho irrefutable: a nivel global ya hemos comenzado a sentir los efectos del irrespeto a la integridad de los ecosistemas y del deterioro que hemos ocasionado a los recursos naturales. La historia nos brinda los mejores ejemplos de los efectos nocivos ocasionados al medio ambiente por antiguas civilizaciones que fueron sumamente avanzadas para su época, como es el caso de los sumerios de la antigua Mesopotamia, donde en el sitio que habitaron muy poco o nada crece hoy día (Jackson, 1985), luego de haber estado cubierto por una vegetación abundante llena de árboles de cedro. Hoy el planeta tiene una población mucho mayor que hace 5,000 años y muy probablemente existen numerosas “Mesopotamias” distribuidas por toda la faz de la tierra.
Límites ecológicos y producción agrícola
Desde hace algún tiempo los economistas ecológicos han argumentado que la producción agrícola debe ser vista en el contexto de los límites biofísicos o ecológicos de los ecosistemas. Mientras que para algunos la capacidad de carga de la tierra llegará a su tope cuando la población alcance los 10 o 12 mil millones de habitantes, para otros (Brown y Kane, 1994), los límites ecológicos en la agricultura ya se han alcanzado y más bien excedido (Pimentel, 1994). Por otra parte, lo economistas en la tradición neoclásica rechazan este enfoque sobre los límites, bajo el argumento de que el progreso tecnológico permitirá incrementar los rendimientos y extender la capacidad de carga global mucho más allá de los estimados actuales. No faltan los que predicen que la tierra puede sostener a más de 30 mil millones de habitantes. Podríamos decir que de un lado están los pesimistas neomalthusianos y del otro los optimistas tecnológicos; pero lo cierto es que ambos parecen aceptar el concepto de límites ecológicos, y como bien apunta Harris (1994), la naturaleza del debate está cambiando y hoy nos encontramos en una etapa de transición entre un período de incrementos constantes de la producción a un período de límites ecológicos. Este mismo autor sugiere que se debe colocar un énfasis mayor a temas como mejorar la eficiencia en el consumo (por ejemplo, menos consumo de carne), mejorar la equidad en la distribución de alimentos y establecer mejores políticas de población que a tratar de presionar la capacidad de carga a costa de incrementos crecientes en los costos ambientales. En consecuencia, las tecnologías agrícolas deben adaptarse a escala global para que sean compatibles con los límites ecológicos.
La pregunta que ahora surge es si realmente estamos impedidos para incrementar significativamente los rendimientos sin violar la integridad de los recursos naturales y el medio ambiente, porque si así fuera no tendríamos más remedio que dedicar nuevas tierras a la producción de alimentos para poblaciones futuras, y esto podría tener costos ambientales desastrosos. Lo cierto es que a nivel global, el impacto combinado del crecimiento poblacional y el aumento en el consumo per capita de los países en desarrollo, requerirá un aumento de un
50% en la producción de cereales para el año 2025. El propio Harris (1994) expresa que para ese año habrá un deficit global de 250 millones de toneladas métricas de cereales, lo cual “no es tan malo” comprado con el déficit de 526 millones proyectado por Lester Brown para el 2030, o el de 475 millones estimado por Peter Hazel del IFPRI34 . En cualquiera de los casos, las predicciones no son alentadoras. ¿Qué hacer?
Si los cereales son nuestros indicadores, quizá sea cierto que pronto habremos llegado a un tope en cuanto a rendimientos. Pero al hacer esta suposición, muy probablemente estamos subestimando el rol de la ciencia, incluyendo los logros recientes en genética y biotecnología, que hacen suponer que aún hay un potencial para incrementar los rendimientos respetando al mismo tiempo la integridad de los recursos naturales. Estaríamos desconociendo también la posibilidad de producir otros alimentos distintos a los que hoy conocemos y consumimos, así como otras formas de producción diferentes a los monocultivos de cereales anuales. La producción monocultural ha sido una creación humana que se intensificó con la revolución industrial. Esta forma de cultivar, que contrasta fuertemente con la forma natural de arreglo espacial de comunidades de plantas y animales, ha simplificado los ecosistemas, ha reducido la base genética de los cultivos limitando su adaptabilidad a condiciones locales y haciéndolos más vulnerables a las plagas y las enfermedades, y ha incrementado su dependencia de los combustibles fósiles. Pero, hemos olvidado que hay otra forma de cultivar que muchas comunidades han utilizado durante siglos; se trata de los policultivos y sistemas mixtos de muchos campesinos tradicionales, tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, hacia los cuales la ciencia y la tecnología no han canalizado esfuerzos de importancia. Hay también un potencial inexplorado en materia de producción de otros rubros hasta ahora poco conocidos, como numerosas plantas perennes “cultivadas de natura” que, como apunta Jackson (1985), podrían tener la capacidad de generar altos rendimientos, con ahorros sustanciales en mecanización, energía, plaguicidas y fertilizantes y, por supuesto, en pérdidas de suelo. Después de todo, el ser humano apenas consume unas pocas docenas de las miles de plantas comestibles conocidas.
Las dimensiones económicas y sociales
Pero el deterioro de los recursos y la capacidad de carga de los ecosistemas no constituyen nuestra única preocupación en la búsqueda de un desarrollo y sociedades sostenibles. La sostenibilidad de una sociedad depende además de que haya un crecimiento económico que permita satisfacer sus necesidades y aspiraciones esenciales y de que haya equidad en la participación en la generación de riquezas y en la distribución de los beneficios de este crecimiento, y esto es lo que nos hace justificar una mayor tolerancia en nuestras intervenciones de la naturaleza. Después de todo, argumentan algunos, podríamos dejar la invención del futuro en manos de las generaciones venideras, quienes seguramente, con mayores conocimientos que los nuestros y con la disponibilidad de mejores tecnologías, habrán de encontrar nuevas formas de satisfacer las necesidades humanas sin rebasar los límites ecológicos de los ecosistemas y devolviéndole a la naturaleza lo mismo o más de lo que necesiten extraer de ella. La pobreza y la inequidad en la generación y distribución de riqueza son extremos que atentan contra la sostenibilidad de cualquier sociedad, tanto por sí mismos, como por su efecto sobre la integridad de los recursos naturales. Y es dentro de este contexto, donde la agricultura hoy día se enfrenta a serios problemas, particularmente la agricultura campesina de los países menos desarrollados. Pero más allá de la agricultura, tenemos que pensar en desarrollo rural porque la ruralidad
involucra un modo de vida que supone obtener el beneficio directo de recursos y servicios de la naturaleza, ya sea para producir alimentos o para otros fines.
La globalización de la economía ha permitido concentrar el capital y la tecnología en unas pocas grandes corporaciones marginando a las comunidades y a los pobres que no pueden ser actores efectivos en mercados globales (Kalaw Jr., 1994). Muchos analistas han comenzado a plantear la existencia de una crisis que puede traer consecuencias funestas. Se habla ya de colocar la economía al servicio de la vida y no del consumo, lo cual requerirá, sin duda, de una nueva ética en las relaciones entre las sociedades. En una economía global, los pequeños podrán salir perjudicados a menos que se adopten medidas especiales de protección. En efecto (Giampietro, 1994), las sociedades de subsistencia con bajas densidades de población, aunque son ecológicamente compatibles, han demostrado no ser sostenibles económicamente cuando interactúan con economías más avanzadas, mientras que las sociedades desarrolladas que han basado su economía en los mecanismos de mercado, son ganadoras en el aspecto económico, aunque no sostenibles a largo plazo en el aspecto ecológico. De nosotros depende si queremos que los pequeños participen en una economía de mercado o si debemos buscar otro rol para ellos. Asumamos que queremos lo primero. Si es así, tenemos que concluir que no podrá haber agricultura sostenible en América Latina si no resolvemos el problema de la agricultura campesina (Altieri, 1994).
Según Giampietro (1994), la situación de muchos países en desarrollo como China, India o América Central es aterradora. Cuando la presión demográfica es alta y el capital tecnológico bajo, las economías luchan por un mejor ingreso, el cual debe provenir de una mayor productividad del trabajo y no del capital natural cada vez más escaso. En esos países, la tierra arable por trabajador agrícola es a menudo una fracción de la que está disponible en los Estados Unidos de América, de manera que la única manera de poder competir es manteniendo la función de bienestar baja. Si se quiere elevar el bienestar, entonces los agricultores deben ser protegidos de la competencia internacional garantizándoles precios más altos, vía tarifas o subsidios, o bien reducir sus números a un nivel tal que la cantidad de tierra arable por agricultor sea similar a la de un agricultor norteamericano. Pareciera que no tenemos opciones, al menos con el tipo de agricultura como la conocemos hoy.
Por si fuera poco, las políticas de ajuste estructural no parecen haber tenido el impacto deseado. Un estudio del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) realizado en Costa de Marfil, México y Tailandia concluyó que el impacto ambiental del ajuste estructural no ha sido óptimo en ninguno de estos tres países; tampoco ha aliviado la pobreza ni ha frenado la inequidad social; tampoco consideró obstáculos institucionales y sociales, como tenencia de la tierra, lo cual ha impedido la ejecución efectiva del ajuste. En varios países de América Central, los pequeños agricultores están desapareciendo aceleradamente. No hay duda que la aplicación de las políticas de ajuste estructural ha encontrado serios obstáculos a lo interno de los países en razón de sus estructuras institucionales, mecanismos y leyes poco orientadas a beneficiar las mayorías.
Si la cantidad y calidad de la tierra son un factor limitante para la producción agrícola, los precios y mercados son un factor determinante en la rentabilidad de los sistemas de producción para pequeños campesinos. Tal es el caso de los sistemas agroforestales establecidos a lo largo de varios años en la América Central en un intento por mejorar la productividad y sostenibilidad de los sistemas campesinos. Estos sistemas combinan árboles maderables, de uso múltiple y rápido crecimiento, con cultivos anuales y perennes. Un estudio reciente del Banco Mundial y el CATIE35 (aún sin publicar) reveló que la rentabilidad de los sistemas depende más de las
35 Comunicación personal de Dean Current.
condiciones específicas de disponibilidad de recursos, sitios y mercados que de los sistemas específicos utilizados. Belaúnde y Rivas (1994), al narrar las experiencias del proyecto
MADELEÑA (cultivo de árboles de uso múltiple y rápido crecimiento, solos o en combinación con otros cultivos) en América Central señalan la necesidad de desarrollar mercados para los productos de los raleos y para los árboles de diámetro pequeño, a fin de asegurar que el agricultor pueda derivar un beneficio económico de la venta de estos productos forestales. Varios estudios han demostrado que tierra, precios y mercados parecen conformar una trilogía que los países deberán resolver si verdaderamente quieren impulsar la agricultura campesina. Pero si ella ha de ser integrada a la economía global de libre mercado, con toda seguridad se requerirá de algo más para que pueda ser competitiva. Requerirá elevar sus rendimientos y la productividad de la tierra y del trabajo, requerirá buscar ventajas competitivas y crear nuevos mercados; todo ello sin afectar la integridad de los ecosistemas, lo cual no es fácil de lograr. Y todo ello también mientras debatimos si acaso para que una sociedad sea sostenible, el consumo debe seguir siendo el propósito final de la actividad económica, y si es así, (Daly, 1994) ¿cuál es la concepción de consumo apropiada para una economía ecológica y cuáles son las políticas que deben implantarse para lograrlo? Incrementar el consumo y mejorar la calidad de vida parecen ser condiciones antagónicas. Esta es una de las tantas paradojas que el paradigma del desarrollo sostenible deberá resolver.
Si bien es generalmente aceptada la necesidad de impulsar el crecimiento económico como prerrequisito para erradicar la pobreza, algunos opinan que el desarrollo consiste en incrementar la calidad de vida y no en incrementar el crecimiento económico. Pero, ¿es posible lograr aquella sin esto último?
Tenemos que concluir que en el fondo, la sosteniblidad es una idea moral. Desde la perspectiva ecológica, cuando la regeneración natural de un recurso degradado ocurre al mismo ritmo o a un ritmo mayor que el de la capacidad de destrucción por el ser humano, no se necesita una ética ecológica; pero cuando las poblaciones han crecido y se han ido “civilizando”, y han comenzado a agotar rápidamente sus recursos, entonces el concepto de ética ecológica entra en el juego. Y esta ética es complementaria al concepto de equidad social, que envuelve también una dimensión ética muy fuerte. Como afirma Castro (1994), no es posible ordenar el mundo natural sin ordenar el mundo social, puesto que la crisis de la biosfera, o crisis ambiental contemporánea es una crisis de civilización. Puede añadirse que la crisis ambiental es parte de la crisis de desarrollo que nos impone la urgente tarea de darle forma al nuevo paradigma que llamamos desarrollo sostenible y que recién estamos aprendiendo a descubrir cómo se hace.
Las lecciones
Los objetivos económicos, ecológicos y sociales del desarrollo sostenible pueden resultar conflictivos entre sí (Dourojeanni, 1994) si no empleamos una visión holística en la interpretación de los problemas y utilizamos un enfoque sistémico en la búsqueda de las opciones de solución. Esto es importante porque pareciera que no estamos enfocando adecuadamente los desafíos tan vitales que debemos enfrentar. Pareciera que somos cortos de vista en momentos en que se requiere una visión global para intentar establecer una nueva ética mundial. Convendría analizar algunos conflictos o contradicciones que se dan en la actualidad antes de imaginar una estrategia para la agricultura dentro de una gestión de desarrollo sostenible.
La revolución verde de los años 60, aún hoy día es motivo de cuestionamientos con respecto a su rol en la relación con el medio ambiente. Sus detractores la acusan de haber contribuido a incrementar los problemas de contaminación y abuso de agroquímicos, y de marginar a los pequeños que no tenían posibilidades de mecanizar ni de invertir en fertilizantes y otros costos adicionales que requerían las nuevas variedades de trigo y arroz de altos rendimientos. Sus defensores la justifican como un aporte a la conservación de los recursos naturales, ya que evitó incorporar una mayor cantidad de tierras boscosas a la producción que, de otra forma, se hubiera necesitado para producir la misma cantidad lograda en menores extensiones de terreno.
Otra contradicción ocurre en el campo forestal. Ante el auge de los programas de reforestación para la explotación de madera que de lo contrario provendría de los bosques naturales, en muchos sitios se ha establecido el sistema de plantaciones monoculturales forestales que utilizan altas cantidades de insumos que a ratos recuerda el estilo de las plantaciones de banano de la América Central. Por una parte, se protege un recurso natural valioso; por la otra, se continúan deteriorando recursos a la usanza de las prácticas de la agricultura moderna cuyos efectos negativos sobre el ambiente son incuestionables.
Las pérdidas por erosión de los suelos como consecuencia de la labranza en la agricultura se han tratado de atenuar con nuevas metodologías de labranza mínima o cero labranza, donde la labor de arar el suelo se reemplaza por la de utilización de herbicidas para eliminar las malezas con anterioridad a la siembra de las semillas, evitando así que aquellas compitan con las plántulas germinadas. Por una parte se protege el recurso suelo disminuyendo considerablemente el riesgo de erosión; por la otra, se contamina químicamente.
Y ¿qué decir de la contradicciones entre el producto de los genetistas de los centros internacionales de investigación agrícola y de numerosos agricultores tradicionales que han aprendido a través de los siglos a manejar la agricultura utilizando a la naturaleza como madre y maestra? Por ejemplo, los policultivos de arroz en Asia que utilizan mano de obra abundante y obtienen una alta productividad por área versus los monocultivos de arroz cuyas variedades, producidas por el IRRI36, aún cuando se están desarrollando para bajos insumos, continúan generándose para ser utilizadas en monocultivos y para utilizar menos mano de obra porque según el Director de aquel centro “en las áreas más pobres de Asia, la próxima generación no querrá trabajar en el campo y se moverá a las ciudades” (National Geographic, mayo de 1994).
Lo anterior contrasta con la aseveración de Francesca Bray (1994), antropóloga de la Universidad de California que, refiriéndose a los sistemas de cultivo de arroz en China, define un sistema agrícola sostenible como “aquel que sea capaz de crear empleo al igual que de producir alimento. Este sistema debe ser flexible y diversificado, capaz de contribuir no solamente a la subsistencia, sino también a la obtención de excedentes comercializables, debiendo sostener un intercambio rural interno de bienes y servicios en vez de depender fuertemente del mundo externo, tanto para insumos como para mercados”.
Obviamente, hay dos puntos de vista diferentes que necesitan ser conciliados porque, según esta definición, pareciera que la sostenibilidad no puede lograrse con una agricultura comercial extensiva. Por una parte, la investigación agrícola internacional, al menos en el caso mencionado, promueve la intensificación a base de reducir mano de obra; por la otra, el punto de vista de F. Bray, basado en las experiencias de los agricultores tradicionales de China, sugiere la creación de empleo como una necesidad para que un sistema agrícola sea sostenible. Si tomamos en cuenta que la industria manufacturera se está desligando de la mano de obra, es obvio que la
mano de obra desplazada de la agricultura no podrá ser absorbida por la industria. Según Drucker (1992), en 1988 era posible producir el mismo volumen de bienes que en 1973 con solo 2/5 de los hombres hora de trabajo. De manera que un despoblamiento de los campos a favor de las migraciones a las ciudades no pareciera ser una opción muy sostenible a menos que encontremos nuevas ocupaciones en las ciudades o le asignemos valor al ocio. Pero ¿quién pagará por él?
Creo que hay algunas lecciones que aprender de los ejemplos anteriores. En primer lugar, no puede generalizarse la necesidad de incrementar el trabajo humano para que un sistema agrícola sea sostenible; en muchos lugares aún escasea la mano de obra que requieren diversas labores agrícolas, de manera que, enhorabuena si estas labores se hacen más llevaderas. Lo que sí es cierto es que las limitaciones de tierra no pueden compensarse intensificando su uso con tecnologías que presionan y contaminan el recurso suelo, como en el caso de los agricultores de la Unión Europea que poseen un promedio de 9 Ha. por agricultor vs. 64 Ha. en los Estados Unidos de América (Giampietro, 1994) y utilizan el doble de insumos que estos últimos. Enhorabuena si se encuentran tecnologías que permitan reducir sustancialmente el uso de insumos.
En segundo lugar, no debe cambiarse un problema ambiental por otro, aunque quizá, en algunos casos, resulte conveniente cambiar un problema mayor por uno menor. En tercer lugar, no debe cambiarse un problema social por uno ambiental y viceversa, porque a la larga la insostenibilidad de uno atentará contra la sostenibilidad de todo el sistema. Y lo que es más importante, no puede atenderse un sector desconociendo lo que ocurre en otros sectores de la economía.
Si estas contradicciones generadoras de conflictos no logran aclararse, se aumenta el riesgo de formular políticas equivocadas. Por ejemplo, muchos de los llamados mercados verdes, concebidos con alto sentido conservacionista, no han beneficiado realmente a las comunidades “poseedoras” de recursos naturales que se pretende conservar y utilizar sosteniblemente. Dove (1994) cuenta una anécdota al respecto sobre los nativos buscadores de diamantes del río Kalimantan en Borneo; los nativos tienen un dicho: “el que encuentra un diamante grande, eventualmente sufrirá”, es decir, cuando hay algo muy valioso, no son los pequeños los que obtienen los beneficios sino más bien el Gobierno o algún gran empresario; a ellos se les deja que exploten lo menos valioso.
Esta anécdota ejemplifica muchas situaciones que se dan en la actualidad motivadas por políticas equivocadas, aun cuando originalmente hayan sido concebidas como buenas. En unos casos, las políticas han sido contraproducentes para la economía del país y en otros han ocasionado verdaderos desastres nacionales. Por ejemplo, la prohibición absoluta de la tala de árboles en algunos países, con el propósito de contener la deforestación, trajo consigo la paralización de toda actividad de siembra de árboles y no detuvo la deforestación.
En Indonesia (Panayotou, 1993), los fuertes subsidios a los insecticidas requeridos en la producción de arroz, establecidos en 1976, incrementaron su uso en un 76%, lo cual contribuyó a eliminar los enemigos naturales de una plaga benigna que luego se convirtió en una seria amenaza para la producción arrocera. Solamente en un año se perdieron más de 350,000 toneladas de arroz valoradas en US $ 100 millones. Ello indujo al gobierno a eliminar en 1986 el subsidio a los insecticidas para el cultivo de arroz y gradualmente la producción volvió a la normalidad.
Las contradicciones y la formulación de políticas equivocadas se han dado y se siguen dando por el poco conocimiento y la falta de capacidad para manejar las interacciones entre las dimensiones y objetivos del desarrollo sostenible. Estamos aprendiendo a entender los
ecosistemas tropicales; distamos mucho de conocer las interacciones entre los elementos bióticos y abióticos que los conforman, y mucho más de conocer las interacciones entre el medio complejo y las intervenciones humanas. Entonces, la gestión del conocimiento debe constituir un componente primordial de toda estrategia para la agricultura en el marco del desarrollo sostenible. La complejidad es la regla del juego y por ello, la búsqueda del desarrollo sostenible debe partir de una gestión del conocimiento que nos permita entender y movernos dentro de la complejidad. Se afirma que la gran tarea para la ciencia durante los próximos 50-100 años consiste en entender cómo funcionan los “sistemas complejos adaptables” (Waldropp, 1992). Para ello se necesita una gran síntesis en la ciencia que involucre muchísimas disciplinas y que nos lleve a darle un giro al enfoque científico reduccionista predominante que nos ha conducido a simplificar ecosistemas de naturaleza compleja. Por ello, se dice que estamos en un proceso de transición hacia el desarrollo sostenible. Quizá nunca lleguemos a ese estado ideal que nuestra imaginación concibe como sostenible, pero quizá sí aprendamos a manejarnos en la complejidad y a interactuar de manera más positiva con la naturaleza que como lo hemos hecho hasta ahora.
Las opciones y estrategias
En medio de este panorama complejo se encuentra la agricultura campesina que busca afanosamente cómo salir adelante y sobrevivir. Creo que hay esperanzas si re-enfocamos los procesos de generación, transferencia y utilización de conocimientos. Hay dos caminos que podemos tomar: el camino de re-inventar la agricultura usando la naturaleza como modelo, o el camino de reorientar la agricultura argumentando con la naturaleza.
a) El camino de re-inventar la agricultura usando la naturaleza como modelo. Este es un camino largo, más no imposible. De hecho, no estamos partiendo de cero, puesto que en diversas partes del mundo existen sistemas agrícolas que han sido cultivados por siglos, muchos de ellos imitando los ecosistemas tropicales ricos en biodiversidad. Habría que dedicar recursos a estudiarlos y a desarrollar tecnologías que sean capaces de mejorar su productividad; estas tecnologías estarían fundamentadas en el incremento de los rendimientos sin reducir la adaptabilidad de los componentes del sistema, y por lo tanto, no requerirían de altos insumos, respetarían la integridad de los recursos naturales y serían más eficientes en el uso de energía. Para ello, no bastaría con depender de la incorporación y mejoramiento de las prácticas de cultivo; habría que incorporar rigorosamente un programa de mejoramiento genético especialmente diseñado para la estructura de tales sistemas. Es prácticamente una combinación de alta tecnología con prácticas tradicionales (Tarté, 1990, 1991), (Gallopin, 1994). Al mismo tiempo, esta nueva tecnología requeriría de una articulación entre las ciencias naturales y las ciencias sociales y de estudios transdisciplinarios de las interacciones que ocurren a todos los niveles del entorno y de las relaciones entre el hombre y la naturaleza.
b) El camino de reorientar la agricultura argumentando con la naturaleza, tratando de manejarla mitigando o neutralizando sus reacciones a nuestras intervenciones. Este es un camino más corto que el anterior; es el camino que parece haber seguido el nuevo enfoque post revolución verde que, aun cuando busca incorporar nuevas tecnologías más respetuosas del ambiente y menos dependientes de insumos externos, concentra el desarrollo tecnológico en el monocultivo de cereales y plantaciones. También está basado en el desarrollo de nuevas variedades como núcleo de paquetes de tecnologías colaterales. Quizá no enfatiza tanto el estudio de las interacciones entre los procesos biofísicos y entre ellos y el ser humano, pero utiliza la capacidad de inventiva del ser humano para mitigar las reacciones de la naturaleza ante
las intervenciones humanas. Este es el caso de LEISA37 y de otras tecnologías que podemos concebir utilizando los instrumentos tecnológicos disponibles y dando rienda suelta a nuestra imaginación. Por ejemplo, podríamos imaginar el hallazgo de algún compuesto inocuo que al ser aplicado a un suelo arado reduzca la tasa de erosión; o quizá podríamos imaginar el desarrollo de tecnologías limpias que permitan cultivar en plataformas de suelos artificiales regados con agua de mar desalinizada. La imaginación y capacidad del ser humano para modificar los ecosistemas y adaptarlos a su conveniencia son inherentes a su naturaleza y seguirán teniendo cabida en la búsqueda de un desarrollo sostenible. Este segundo camino es el que han tomado los países desarrollados; hay razones históricas para ello. En cuanto al primer camino... creo que nos tocará inventarlo a los países tropicales en desarrollo; también hay razones históricas para ello.
Nuevos conocimientos para una nueva visión
A mi juicio, ambos caminos son necesarios. En ambos, la tecnología desempeña un importante papel. Esencialmente, la agricultura sostenible requerirá de una transformación tecnológica y de nuevos conocimientos que articulen las dimensiones ecológicas, económicas y sociales del desarrollo sostenible. Se necesitará entonces fortalecer la investigación agropecuaria orientando los esfuerzos, tanto hacia la agricultura comercial, como a los aspectos de seguridad alimentaria y a aquellos relativos a la agricultura campesina, todos componentes importantes del desarrollo rural. Si no se generan nuevas tecnologías y conocimientos habrá pocas esperanzas para el desarrollo rural campesino. Estos nuevos conocimientos deberán orientarse al mejoramiento de la productividad del trabajo sin menoscabo de la función de bienestar, de la productividad de la tierra respetando la integridad de los recursos naturales y de la productividad de los cultivos sin reducir su base genética. Al mismo tiempo deberán ser más eficientes en el uso de la energía.
Ventajas y restricciones
La búsqueda de nuevos conocimientos deberá basarse en un análisis cuidadoso de las ventajas comparativas y competitivas, en la capacidad de uso de los recursos naturales y en la necesidad de adecuar los sistemas de tenencia de la tierra a la capacidad de carga de los ecosistemas. En los trópicos, las ventajas competitivas tienen que ver, entre otras, con el potencial de su riqueza biológica, con la posibilidad de producir todo el año y con el desarrollo de metodologías de producción más acordes con el funcionamiento de los ecosistemas.
La capacidad de uso de los recursos tiene que conducir al ordenamiento territorial, lo cual supone clasificar las tierras y recursos según su aptitud, de manera que su utilización responda a criterios técnicos. Es claro que en varios países de América Latina hay un uso inadecuado del territorio que no permite su utilización óptima por cuanto ubica a las grandes masas campesinas en las tierras menos aptas para la agricultura; esto, derivado de una situación de la tenencia de la tierra poco equitativa, constituye un serio obstáculo para el mejoramiento de los sistemas campesinos. No obstante, hay algunas luces que permiten mirar hacia el futuro con algún grado de optimismo, y que sugieren concentrar y concertar esfuerzos de investigación en áreas como: tecnología agroforestal o de policultivos, mejoramiento genético de los sistemas agrícolas tradicionales y sistemas agroforestales, tecnología de bajos insumos y utilización sostenible de la biodiversidad.
Tecnología agroforestal o de policultivos
El árbol constituye el núcleo de un sistema que combina cultivos anuales, perennes y hasta especies animales en una misma finca. Las experiencias de estos sistemas en América
Central durante más de diez años han resultado promisorias (Belaúnde y Rivas, 1994), si bien los precios y mercados constituyen una limitante para la rentabilidad de los sistemas. Un estudio reciente reveló que el valor neto presente fue positivo a una tasa de descuento real del 20% para la mayoría de los ecosistemas analizados en 8 países de América Central y el Caribe. De acuerdo con este estudio, el valor de los sistemas agroforestales puede deberse, según el caso a: a) el valor de los productos maderables que provee, b) la protección y subsecuente aumento en la producción agrícola que provee, ya sea por efecto de los árboles utilizados como rompevientos o como sombra de algunos cultivos perennes, c) la contribución al mejoramiento de los suelos a través de la fijación de nitrógeno, materia orgánica y mejoramiento de la estructura del suelo, o d) una combinación de las anteriores.
Existe buen potencial para mejorar la productividad de estos sistemas; hay muchos ejemplos de ello; no obstante, creo que este potencial debe buscarse más dentro del campo del mejoramiento genético que en el de combinaciones de árboles, plantas anuales y herbáceas, y prácticas de cultivo y labranza (Tarté, 1991). En efecto, es conocido que los cultivos intercalados con árboles, como en el caso de los sistemas “taungya”38 y “alley-cropping”39, particularmente este último, reciben beneficios por el incremento en el contenido de materia orgánica y nutrientes en el suelo. Por ejemplo, investigadores del CATIE (Beer et al., 1990) demostraron que el sistema agroforestal de Erythrina poeppigiana (un árbol leguminoso) con cacao y Cordia alliodora (laurel) con cacao, mantuvo la producción de este cultivo en una ton/Ha/año con una cantidad mínima de fertilizante durante cinco años consecutivos (1983 a 1988). El promedio de América Central es de 0.35-0.45 ton/Ha/año. La reserva de materia orgánica del suelo (0-45 cm) aumentó en 10 años de 198 a 240 ton/Ha con E. poeppigiana y de 168 a 184 ton/Ha con C. alliodora. Este sistema (Imbach et al, 1989) tiene una lixiviación de nutrimentos muy baja (menos de 10 kg/Ha/año), lo cual es equivalente a sostener un ecosistema natural, lo que significa que, con muy bajos insumos, es posible una producción a largo plazo; por lo tanto, puede constituir una alternativa para campesinos de escasos recursos en zonas tropicales húmedas. Otro investigador (Sánchez, 1989) demostró que E. poeppigiana y Glriricidia sepium en un sistema de cultivo en callejones (alley cropping) con maíz y frijol contribuye a incrementar los rendimientos de frijol y a estabilizarlos en el tiempo. Igualmente, en siete años de experimentación, se encontró una disminución significativa del deterioro de los rendimientos de maíz bajo este sistema de cultivo. No obstante, hasta donde tengo conocimiento, no existen investigaciones sobre mejoramiento genético para incrementar los rendimientos de cultivos bajo estos sistemas agroforestales o de policultivo. Los genetistas deberían trabajar más cerca de los expertos agroforestales y vice-versa. Por ejemplo, los genetistas de café deberían trabajar en el desarrollo de variedades aptas para ser cultivadas en un sistema agroforestal (Ej. con Erythrina) más que en el desarrollo de variedades de café aptas para el monocultivo. De la misma manera, los genetistas de maíz y frijol deberían considerar la sostenibilidad ecológica del cultivo en callejones (Ej. con
38 Los rubros agrícolas son cultivados hasta que la sombra de los árboles interfiere con su crecimiento.
39 Los rubros agrícolas son cultivados entre árboles plantados en hileras.
E. poeppigiana y G. sepium) en el desarrollo de variedades que sean capaces de tener una alta productividad bajo este sistema. Pero, seguimos enfocando la investigación en mejoramiento genético al estilo de la revolución verde, para desarrollar variedades de arroz, maíz, frijol, etc. adaptables a siembras monoculturales más que a sistemas que permitan conservar energía y recursos.40
Mejoramiento genético de los sistemas agrícolas tradicionales
Lo anterior puede aplicarse también al mejoramiento de cultivos dentro del marco de sistemas tradicionales que han demostrado su sostenibilidad ecológica a través de los siglos. Un ejemplo de ello es el caso del frijol tapado que utilizan los campesinos de Costa Rica. Este método consiste en esparcir las semillas de frijol sobre rastrojo o maleza, el cual es luego cortado y dejado como un mantillo que cubre el suelo y las semillas; este mantillo, al descomponerse, provee nutrientes a las plántulas de frijol, además de que al no removerse el suelo se reducen las pérdidas por erosión. Pero hay una ventaja adicional de este sistema que algunos científicos pudieron comprobar. En los años ochenta ocurrió una epidemia de un hongo (Thanatephorus cucumeris) que dañó seriamente la producción nacional de frijol, exceptuando la producción de los campesinos tradicionales que utilizaban el método del frijol tapado (Thurston, 1992). El frijol que se cultivaba libre de malezas, con la lluvia era salpicado y atacado por el hongo. Sin embargo, con el sistema del frijol tapado, cuando el frijol germinaba, las lluvias no lo salpicaban con partículas de suelo infestadas con el hongo; por lo tanto, las plantas de frijol no se enfermaban. Estos campesinos que usaban el método tradicional fueron los únicos que salvaron su cosecha. Pero una desventaja de este método tradicional era que en la ausencia del hongo, las variedades mejoradas provenientes de campos experimentales no rendían tan bien como cuando eran cultivadas libres de malezas, y esto, por supuesto, no contribuyó a popularizar la práctica. Pienso que a ningún investigador o genetista se le ocurrió la posibilidad de desarrollar variedades capaces de producir altos rendimientos bajo el sistema de frijol tapado. Después de todo, ésta es solo una de tantas prácticas agrícolas tradicionales que no han logrado influir en la concepción de la investigación agrícola de los centros internacionales. Irónicamente, ante el cambio de las políticas hoy día en Costa Rica, las cuales no apoyan como antes la producción de granos básicos, ha ocurrido un descenso en los niveles nacionales de producción, incluyendo el frijol, y ha hecho que los pequeños agricultores cultiven ahora más frijol tapado y menos frijol “sembrado” cuyo cultivo resulta más costoso (York, 1994). Al mismo tiempo, ha hecho que ellos cultiven ahora más frijol para la subsistencia y menos para la venta. ¿Será que ahora, ante los cambios en políticas y el caos imperante en la agricultura mundial, los investigadores agrícolas podrán ser más imaginativos? ¿o más bien se dedicarán a mejorar genéticamente los llamados productos no tradicionales para que sean sembrados en grandes extensiones monoculturales porque éstos poseen ventajas competitivas que no tienen los granos básicos?
Existen muchos ejemplos de prácticas tradicionales que no han logrado impactar en nuestros genetistas. Thurston (1992), señala que en Puebla, México hay agricultores que cultivan
40 “Un genetista no opera en un vacío económico y social. Su criterio de selección varía según la categoría de campesino en cuestión y sus sistemas de producción. Más aún, él puede trabajar en un laboratorio sin mantener contacto con las masas rurales, pero muy cerca de los intereses industriales. Cuando este es el caso, él optará por proponer soluciones universales que no toman mucho en cuenta las condiciones ecológicas, económicas y sociales”
Pierre Spitz, 1985, Director para Asia del Food Systems and Society Research Project. En: Ending Hunger. 1985. Praeger Publishers, New York. 430 pp..
en hectárea y media 17 tipos diferentes de frijoles. Algunas de estas variedades o tipos crecen mejor en años secos; cuando los insectos atacan algunas sobreviven el ataque mientras que otras son consumidas. El agricultor tiene siempre una buena cosecha de frijol no importa la adversidad que le afecte. En el oeste de Java y en el Monte Kilimanjaro en Tanzania, los campesinos cultivan pequeños huertos caseros que contienen más de setenta especies de plantas que utilizan como alimento, madera, leña, medicina y ornamento; cada planta tiene su lugar en el huerto, y estos huertos imitan el ecosistema tropical de Java. Los agricultores tienen un conocimiento ecológico que les permite acomodar las plantas en los sitios más apropiados para obtener sus requerimientos. Me pregunto si estos sistemas, o parecidos, se podrían intentar acá en áreas de bajo potencial agrícola. Quizá un estudio más profundo de nuestra ecología podría brindarnos la respuesta. Lo paradójico es que conocemos el beneficio de muchas de estas prácticas, pero la agricultura de los trópicos se sigue desarrollando según los patrones del Norte (Tarté, 1994). Las áreas de bajo potencial agrícola, abundantes en los trópicos, parecen estar destinadas al abandono, a juzgar por las políticas actuales. Y creo que así será mientras la investigación agrícola no apunte hacia ellas. En un sistema de libremercadismo parece lógico que las prioridades de la investigación agrícola deben dirigirse hacia las áreas de mayor potencial. Pero, como indica la Agenda 21 (1992), ¿no sería también necesario conservar y rehabilitar los recursos en áreas de bajo potencial a fin de mantener una relación sostenible hombre:tierra?
Tecnología de bajos insumos
Existen numerosas posibilidades orientadas a conservar los recursos y ahorrar insumos costosos. Por ejemplo, el uso de métodos biológicos para el combate de plagas y enfermedades incluyendo las técnicas de manejo integrado de plagas, la fijación biológica de nitrógeno, el uso de abonos orgánicos y verdes y la rotación de cultivos. Algunas de estas prácticas son viejas conocidas; otras permiten el desarrollo de nuevos paquetes de tecnologías que están siendo impulsadas por la investigación agrícola internacional en el marco de lo que se conoce como LEISA (Low External Input Sustainable Agriculture) o LISA (Low-Input Sustainable Agriculture). Este enfoque está orientando también las investigaciones en mejoramiento genético de los centros internacionales, aunque bajo el mismo marco del monocultivo. Esta área es parte del cambio tecnológico que requiere la agricultura a todos los niveles, aunque ha sido concebida con un claro enfoque de conservación y respeto por los recursos naturales más que para atender necesidades sociales. Si bien estas prácticas son neutras en cuanto a escala, sus ventajas no serán apreciables para mejorar la agricultura campesina por sí mismas, a menos que se incremente al mismo tiempo la productividad de los rubros y de la tierra en los sitios donde cultivan los pequeños agricultores, y esto solo podrá hacerse reorientando los esfuerzos de investigación en mejoramiento genético al mismo tiempo que se trabaja en el mejoramiento de las prácticas de cultivo. De lo contrario, los pequeños campesinos estarán cada vez más limitados para participar en una economía de mercado, a menos que decidamos que su participación en el proceso de desarrollo debe darse de manera diferente.
Utilización sostenible de la biodiversidad
En los ecosistemas tropicales existe un potencial aún no explorado extensamente que puede constituir una fuente inimaginable de riquezas. La abundante diversidad biológica de especies vegetales y animales contiene el germen de nuevos medicamentos, alimentos, fibras y
otros productos hasta ahora desconocidos, incluyendo información genética vital para nuestra relación con la naturaleza. Su búsqueda debe permitirnos también adentrarnos en el entendimiento de los complejos ecosistemas tropicales. Hay en ellos un reservorio de oportunidades y ventajas competitivas que pueden ejercer una influencia significativa en el desarrollo de nuevos sistemas agrícolas tropicales, particularmente si se respetan, como se establece en la Convención sobre Diversidad Biológica, los derechos de los países que poseen la biodiversidad.
En síntesis, hay vías promisorias para impulsar la agricultura campesina. Estas vías son suficientemente complejas como para evitar improvisar las acciones que se requieren. Un desarrollo de la agricultura basado en nuevas tecnologías y conocimientos necesita de un esfuerzo integrado transdisciplinario y multi-institucional. Ciertamente, la nueva investigación genética será más compleja y requerirá del concurso de múltiples disciplinas e instituciones; será participativa en cuanto a la gestión concertada entre investigadores (científicos) y campesinos (conocimiento tradicional). Una investigación de este tipo tendría que comenzar por los componentes de aquellos sistemas más simples que han probado su efectividad en lo ecológico (Ej. alley cropping, frijol tapado, etc.), más que por aquellos de sistemas más complejos como son los policultivos.
Reconozco que el campo de la genética para el mejoramiento de los sistemas agrícolas campesinos puede resultar controversial. Podría argumentarse que los campesinos cultivan bajo condiciones locales muy específicas y diversas; pero ¿no es ello también cierto de las condiciones donde los genetistas seleccionan las nuevas variedades, por lo general en estaciones experimentales y bajo situaciones óptimas en cuanto a requerimientos de suelo, insumos y agua? El mejoramiento genético es esencialmente una actividad local o específica en cuanto a sitio, y su centralización en estaciones experimentales y campos de agricultores que cultivan en ambientes favorables conduce a la desadaptación local (Simmonds, 1985). Por eso, la adaptación de variedades en las fincas, en el marco de los propios sistemas de siembra de la agricultura tradicional o agroforestal, es un aspecto crucial para el desarrollo de nuevas tecnologías para la agricultura campesina. Puede argumentarse también que los centros de investigación genética (CGIAR) hace años vienen desarrollando líneas intermedias para que los programas nacionales seleccionen a partir de ellos, sus variedades adaptadas a condiciones locales. Cierto, pero muchas de estas líneas ya tienen un comienzo en condiciones ecológicas muy específicas como son las de una estación experimental.
Ordenando la búsqueda del conocimiento
Se requiere articular numerosos componentes que intervienen en un enfoque sistémico multidimensional para construir un nuevo modelo integrado de generación de conocimientos que en lo tecnológico combine la investigación en mejoramiento genético con el mejoramiento de prácticas culturales y sistemas agrícolas tradicionales, y en lo social considere las necesidades, limitaciones y aspiraciones de las comunidades del campo. Los resultados que se obtengan deberán ser ecológicamente respetuosos, económicamente viables y socialmente aceptables. Ello requerirá de esfuerzos concertados entre centros internacionales de investigación (Ej. centros del CGIAR41 que liderizan las investigaciones en el mejoramiento genético en el Tercer Mundo), centros regionales (como el CATIE, que orienta sus investigaciones al diseño de sistemas de producción pero que no dedica esfuerzos de importancia al aspecto genético) y programas
nacionales (que incluyen investigación en distintos tipos y transferencia de conocimientos). Requerirá también de esfuerzos articulados a distintos niveles espaciales: rubro, finca, agroecosistema, eco-región o cuenca, etc.
Puede resultar conveniente ordenar los componentes en algún tipo de arreglo espacial que facilite su comprensión. Para ello, necesitaríamos identificar las variables que caractericen las dimensiones económicas, biogeofísicas y sociales de la agricultura dentro de una gestión de desarrollo sostenible para cada uno de los sistemas (naturales o artificiales) en sus distintos niveles de agregación (rubro, finca, agro-ecosistema, eco-región o cuenca, etc.), así como también disponer de alguna forma de evaluación de cada variable. Algunos sugieren la utilización de indicadores para medir los cambios en el capital natural, humano y manufacturado, entendiendo que una condición necesaria para el desarrollo sostenible es que el capital sea mantenido de una generación a la siguiente (Victor, 1994). Otros (Gupta, 1994) advierten sobre el uso de indicadores, ya que la percepción de la escasez de un recurso y su consiguiente precio implica hacer juicios de valor sobre nuestras propias preferencias; y estos juicios son relativos puesto que diferentes estratos de la sociedad tienen opiniones diferentes. Por otra parte, hay valores intrínsecos del medio ambiente que no pueden medirse en términos cuantitativos. Igualmente, resulta difícil medir con indicadores algunas características o cualidades de la dimensión social, como son valores democráticos, calidad de educación o valores cívicos y morales. En todo caso, aun cuando sea inadecuado tratar de definir “indicadores universales” de sostenibilidad (de Camino y Müller, 1993), existe una tendencia a establecerlos, particularmente porque en el campo ecológico cada día se requiere más estar seguro del impacto que sobre el medio ambiente tendrán las intervenciones humanas, de manera que los juicios se hagan objetivamente y no de manera caprichosa. Pero aún así, en muchos casos, los indicadores no reflejan relaciones de causa y efecto, sino únicamente condiciones existentes o efectos “downstream”.
Desde nuestra perspectiva, creo que interesa más conocer las principales variables a considerar para cada dimensión (económica, biogeofísica y social) a fin de que ellas nos orienten acerca de los esfuerzos y acciones que en gestión del conocimiento es preciso emprender y ejecutar de manera integrada para alcanzar el objetivo de sostenibilidad. Por eso, más que nada, resulta conveniente ordenar los grandes componentes de este enfoque sistémico (sistemas por niveles de agregación vs. dimensiones del desarrollo sostenible) en una matriz que identifique las variables de cada dimensión para cada nivel de agregación del sistema; una matriz que nos facilite la comprensión de la complejidad, permitiéndonos visualizar las entradas y salidas de cada sistema, las interacciones entre ellos y entre las tres dimensiones de la sostenibilidad, así como el entendimiento de las relaciones de causa y efecto y las posibilidades de integrar esfuerzos institucionales. Una matriz que sirva de guía para la evaluación y estudio de problemas y opciones para la agricultura dentro de una gestión de desarrollo sostenible (Cuadro 1).
Cuadro 1. Matriz guía para la evaluación y estudio de problemas, necesidades y opciones para la agricultura en el marco de una gestión de desarrollo sostenible
Dimensiones y variables a evaluar
Sistema
Rubro o cultivo
Sistema de finca
ECONÓMICA (1) BIOGEOFÍSICA (2) SOCIAL (3)
Agroecosistema
Ecoregión o cuenca
(1) Ejemplos de variables a evaluar en la dimensión económica: costos, producción, productividad, ingresos, ganancias, inversiones, competitividad, mercados, riesgo, equidad
(2) Ejemplos de variables a evaluar en la dimensión biogeofísica: salud del ecosistema natural, capacidad de carga, disponibilidad de recursos, capacidad de asimilación de desechos, potencial agroecológico
(3) Ejemplos de variables a evaluar en la dimensión social: bienestar, tenencia o acceso a recursos, empleo, organización social, participación, conocimiento tradicional, género, destrezas, población y migraciones
Ejemplos de variables aplicables a las tres dimensiones: concientización pública, conocimiento científico, desarrollo institucional, externalidades, disponibilidad de recursos humanos, disponibilidad de infraestructura, disponibilidad de recursos financieros, políticas favorables, acceso a servicios
La matriz puede constituir una guía para visualizar rápidamente las principales variables que conforman los distintos elementos que es preciso tomar en cuenta para desarrollar un modelo de gestión integrada del conocimiento para una agricultura sostenible. La matriz puede utilizarse, tanto para evaluar problemas o necesidades que se identifiquen dentro de cada sistema, como para analizar las opciones propuestas para la solución de los mismos. Así, cada problema u opción considera su efecto o contribución sobre cada variable y viceversa. Este efecto o contribución puede ser positivo, negativo, neutro o desconocido. Lógicamente, un problema será mayor que otro si tiene más indicadores negativos, mientras que una opción será mejor que otra si cuenta con más indicadores positivos. Los investigadores agrícolas podrán hacer uso de este método al planear sus investigaciones, pero muy pronto se darán cuenta de que no podrán hacerlo sin la participación de otros actores que necesariamente tendrán que producir aportes a un esfuerzo que tiene, por naturaleza, que hacerse en el marco de una amplia concertación y participación.
La matriz puede también utilizarse como base para el desarrollo de modelos de simulación (modelación) de sistemas complejos que permitan evaluar distintas opciones e imaginar escenarios dentro de una gestión de desarrollo sostenible. Es una guía simple para un problema complejo, y como puede deducirse, el grado de complejidad aumenta con el nivel de agregación de cada sistema; así, el rubro es parte de una finca que puede contener uno o más rubros, la finca es parte de un agro-ecosistema conformado por un sinnúmero de fincas y actividades humanas, el agro-ecosistema es parte de una eco-región conformada por un conjunto de ecosistemas, y la eco-región es parte de un área geográfica mayor, y así sucesivamente. Para fines prácticos, la eco-región o cuenca puede considerarse como la unidad de planificación, porque en ella podemos visualizar mejor las interacciones entre las actividades humanas y los recursos que utilizan y comprender mejor las relaciones de causa y efecto. La propia Agenda 21 (1992) pone énfasis en la necesidad de adoptar, en los procesos de planificación y manejo, enfoques integrados de área a nivel de cuenca hidrográfica o eco-región.
Enfoque ecosistémico para la gestión del conocimiento
En una cuenca hidrográfica o eco-región no es posible lidiar con problemas río abajo si se desconocen los problemas río arriba (Robert, 1994). El enfoque sistémico a través de eco-región permite adentrarnos en la temática de las interacciones entre los problemas río arriba y los efectos río abajo, lo cual es un argumento a favor de su utilización como unidad de planificación de la investigación, aunque otros autores (citados por S. Müller, 1994) proponen el agroecosistema como unidad apropiada para la investigación. No obstante, hay que tener presente que necesitamos inventar sistemas agrícolas mejor adaptados a nuestras características tropicales que los que hasta ahora hemos estado impulsando, y ello significa aprender de la naturaleza, conocer las interacciones en el espacio y en el tiempo entre los organismos que coexisten, cooperan y compiten y descifrar la complejidad de los ecosistemas terrestres. Por ello, la visión holística es un prerequisito central para planificar la producción sostenible (Gill, 1994), visión que nos sugiere ir más allá de los límites espaciales aparentemente manejables. Fernández de Oviedo (1959) en su Historia General y Natural de las Indias, al referirse a la mayoría de las especies del nuevo mundo decía que ellas eran cultivadas de la Natura, madre y maestra de la agricultura, y no con el sudor de hortelanos y agricultores. La naturaleza tiene mucho que enseñarnos, y es por ello que en los trópicos, donde el capital natural posee una riqueza extraordinaria, una considerable parte de él debe mantenerse intacta en la eco-región que
constituya la unidad de planificación de todos los esfuerzos que se realizan en pro del desarrollo sostenible y, por supuesto, de la investigación que habrá de generar los nuevos conocimientos y tecnologías que requiere la agricultura campesina para su transformación.
Imaginemos una eco-región o cuenca hidrográfica con todos sus componentes: bosques naturales, plantaciones, agricultura y ganadería, actividades industriales, comunidades, etc.
Imaginemos también las interacciones entre sus componentes, por ejemplo, los efectos de la deforestación y la labranza en las tierras altas sobre las tierras más bajas; o los efectos de las actividades industriales sobre los bosques naturales y plantados; o bien, los efectos de las aplicaciones de agroquímicos utilizados en las labores agrícolas sobre la flora y fauna silvestre, etc. Imaginemos que una acción de este tipo requerirá de sitios específicos de investigación ubicados en lugares representativos de cada componente y actividad productiva existente o potencial, de manera que en toda la cuenca o eco-región haya 10, 15 o más sitios experimentales donde participen conjuntamente diversas instituciones, comunidades, productores y organizaciones no gubernamentales según su área de interés o campo de acción. Imaginemos que las acciones de investigación que se ejecutan en cada sitio están adecuadamente articuladas con las que se ejecutan en los demás sitios de manera que se complementen y no dupliquen esfuerzos innecesarios. Este conjunto de acciones conformaría un sistema de investigación eco-regional que intercambiaría información y experiencias con otros sistemas similares en otros países configurando una gran red de áreas piloto para la acción integrada. El enfoque de áreas piloto fue propuesto por el CATIE para la América Central en su plan estratégico para 1988-1997 (CATIE, 1988) con el propósito de concentrar acciones que se ejecutaban de forma dispersa y aislada, y de mejorar el impacto de los resultados de la investigación agropecuaria. El concepto fue posteriormente revisado y elaborado (Tarté, 1990, 1991) para consolidar en torno a ellas las acciones de un recién creado sistema pluri-institucional para la cooperación horizontal regional conocido como REDCA42, una red heterogénea conformada por instituciones de investigación, universidades públicas y privadas, ministerios de agricultura, instituciones de recursos naturales y organizaciones no gubernamentales, entre otras. REDCA tendría entonces un laboratorio en cada país a nivel de una eco-región seleccionada en atención a las necesidades y prioridades de desarrollo en cada uno. Lo interesante de este esquema es que REDCA no es una red organizada por producto, o por disciplina o por área temática como parece ser la norma. REDCA es una red tan heterogénea y diversa como los ecosistemas tropicales, y eso la hace única y apta para enfrentar los retos del desarrollo rural sostenible en los trópicos. REDCA y las áreas piloto se fueron consolidando, aunque con relativa lentitud, producto de la escasez de recursos propios de las organizaciones miembros y de la falta de apoyo de su institución creadora, el CATIE, durante 1992 y 1993, como consecuencia de cambios en la política institucional. El CATIE ejerció desde los inicios de REDCA la secretaría general de la misma. Afortunadamente, las instituciones tomaron la firme decisión de fortalecer la red y, más adelante, el CATIE cambió su política para continuar vinculado a ella con un rol tan relevante o más que en el pasado.
La escasez de recursos ha afectado el avance de las acciones concertadas en áreas piloto en América Central porque la investigación recibe poco apoyo nacional y porque el apoyo de los organismos y países donantes no funciona para un programa compartido; es decir, para financiar piezas de un rompecabezas que tienen que articularse unas con otras. Ellos desean financiar el juego entero, con la menor cantidad de piezas posibles. Por ejemplo, el 80% del presupuesto del
42 Red Regional de Cooperación en Investigación y Educación Agropecuaria y de los Recursos Naturales Renovables. Más de 90 organizaciones son miembros de REDCA hoy día.
CATIE proviene de más de una veintena de donantes que le financian varios juegos independientes; esto ha conformado en el CATIE una estructura de federación de proyectos que sus administradores han querido deshacer en favor de una acción mejor articulada que le permita enfrentar con mayor efectividad los desafíos de la región en sus áreas de mandato. Los países están listos; los donantes/cooperantes aún no lo están, salvo unas pocas excepciones. Lo impactante es que las áreas piloto para la acción integrada y REDCA están funcionando con los escasos recursos locales de las propias instituciones, que al unirse multiplican su efectividad, a diferencia de los proyectos financiados externamente que, por lo general, desaparecen cuando termina el convenio de financiamiento.
Las investigaciones que pueden hacerse en un área piloto para la acción integrada son múltiples y pueden ir desde lo más básico a lo más aplicado y de lo más elemental a lo más complejo. Pero creo que lo que hace interesante al modelo es su capacidad para mejorar la comprensión de los problemas, acrecentar la eficiencia en el uso de los recursos humanos e institucionales, fortalecer las capacidades locales, tanto institucionales como comunitarias y aumentar la flexibilidad de las actividades de investigación agropecuaria. La naturaleza ciertamente se utilizará como modelo, pero la transformación tecnológica ocurrirá gradualmente lo mismo que los cambios que tendrán que hacerse. No es posible cambiar el monocultivo de la noche a la mañana por otro sistema mejor. Tampoco es posible asegurar que en el corto plazo no se encontrará un sistema que cumpla con los objetivos del desarrollo sostenible y que no sea un monocultivo. Aun éste, bajo algunas circunstancias y con tecnologías de sustitución de insumos externos, podría ser un logro interesante cuya temporalidad habría que evaluar científicamente. Lo importante es que la investigación aplicada se haga en los propios predios de los campesinos y atendiendo las interacciones que ocurren en el tiempo y en el espacio. No obstante, es preciso trabajar con tenacidad hacia el objetivo de re-inventar la agricultura utilizando como modelo la naturaleza; pero, como conocemos muy poco acerca de ella y sus interacciones, necesitaremos mucho tiempo para lograrlo y ésto, ante la urgencia de encontrar nuevas formas de producción para la agricultura campesina, nos exigirá, en el corto plazo, hacer algunas concesiones al menoscabo de la naturaleza que podrían ir en detrimento de nuestra meta final. Ojalá estas concesiones, si resultare imprescindible hacerlas, se realicen con el mínimo deterioro ambiental posible y durante el menor tiempo posible, porque a fin de cuentas la invención de un futuro sostenible es la tarea más grande que tiene hoy día la humanidad.
Septiembre de 1994
Nota posterior:
Frank o la sostenibilidad de la agricultura comercial
Frank es un ganadero importante en Panamá. En sus aproximadamente mil hectáreas de tierra que posee en una de las provincias del centro del país se ha esmerado por incrementar la rentabilidad de su producción ganadera al mismo tiempo que por proteger sus recursos naturales de suelo y agua. Con pastos mejorados resistentes a la sequía que cubren la casi totalidad de su finca, Frank ha logrado una mayor producción de su ganado lechero durante los meses de sequía. Ha construido acequias y utilizado métodos que le permiten aprovechar de una manera más
eficiente el agua que fluye por una quebrada que cruza su terreno. Su finca es un modelo para todas las que colindan con ella, que, por cierto, en nada se le parecen.
Hace un tiempo, el dueño de una finca vecina le ofreció la suya en venta. Frank no lo pensó ni un instante. – No me interesa – le dijo – no deseo acaparar tierras para hacer ganadería; y creo que Frank pensó: - tampoco para especular con ellas -. Frank cree en la producción sostenible en los trópicos; de hecho, lo ha demostrado tanto en lo ecológico como en lo social. Pero, además, sabe que para lograr de a poco lo que él ha logrado, hay que observar mucho y, sobretodo, estudiar y experimentar, porque, como él mismo lo afirma: - las condiciones son muy variables en el trópico; mi finca está en Montijo, mientras que la de mi hermano está en Azuero, a apenas 100 kilómetros de distancia; lo que yo hago aquí no necesariamente se aplica a las condiciones de allá; allá es diferente y mi hermano lo sabe.
Ojalá hubiera más productores agropecuarios como Frank. Pero, ojalá también, su producción pueda comercializarse y “competir” libremente, porque en esta era del “libre” mercado “protegido” nunca se sabe.
Conservar contaminando
Entre Buenos Aires, Argentina y Colonia, Uruguay hay unos 300 kilómetros de distancia; aproximadamente dos terceras parte ubicadas en territorio argentino. Mi cuñada y su esposo Carlos, quienes viven en Buenos Aires, tienen una casa veraniega a orillas del mar en Colonia, adonde viajan con bastante frecuencia durante el año. A lo largo del recorrido entre una ciudad y otra existen numerosos campos cultivados. -Últimamente he notado– me decía Carlos a principios de este año -que en todo el trayecto hasta cruzar la frontera que separa a Argentina de Uruguay, no se pega ni un bicho en el parabrisas del auto-. -Ello se debe– continuaba diciendo –a que en la parte Argentina están usando el método de siembra directa (o cero labranza), es decir, sin arar o remover el suelo para con ello reducir la erosión a un mínimo; pero resulta que el método requiere de la aplicación de herbicidas para “quemar” las malezas evitando que éstas interfieran y compitan con las plántulas que habrán de nacer-. Además de los herbicidas, seguramente usarán otros químicos que matan todos los bichos, los buenos y los “malos”. En Uruguay no utilizan este método, al menos en el trayecto entre la frontera con Argentina y Colonia. Por eso hay tantos bichos en la carretera. Obviamente, la siembra directa es una práctica que conserva el suelo (y además ahorra costos al no invertir en preparar el suelo), pero que contamina químicamente el entorno. El alcance y consecuencias de la contaminación estarían por verse.
Recuerdo que en 1981 se iniciaron los primeros experimentos en cero labranza en los cultivos de frijol de Caisán en la Provincia de Chiriquí, Panamá. Las tierras no eran planas y, por lo tanto, susceptibles de erosionarse de no tomarse medidas de protección de los suelos. Por eso, la cero labranza se ofrecía como una alternativa de conservación. Pero eso sí, había que controlar las malezas de alguna manera durante el nacimiento de las plántulas y la mejor era mediante el uso de herbicidas. Nadie cuestionaba la práctica en ese entonces. Era una práctica moderna, tecnológicamente viable y, sobre todo, económicamente rentable. Eso era lo que importaba. Se estaba cambiando un problema ambiental por otro. Se estaba conservando el suelo al mismo tiempo que se lo contaminaba.
Desconozco si con los años se dejó de usar. De lo que si estoy seguro es de que si aquellos productores de frijol tienen ahora que competir en esta era del “libre” comercio
mundial, seguramente optarán por aquellas prácticas que les permitirán reducir costos, aunque los beneficios sean únicamente para el corto plazo. ¿Cuán corto?
Abril de 2005
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AMBIENTE Y DESARROLLO: UNA CUESTIÓN DE ÉTICA43
“No digas nada... quédate callado”
La ética es una virtud extraña cuando tiene que competir con intereses egoístas. No lo creía así en 1967, cuando regresé a Panamá después de tomar un curso intensivo de tres meses sobre Fitonematología en la Universidad de Wageningen en Holanda. Estando allá me di cuenta que el nematodo dorado de la papa estaba presente en la casi totalidad de las plantaciones de papa de ese país, alimentándose de sus raíces y ocasionándole severos daños al cultivo cuando aquél no era controlado. El combate de ese nematodo era allá una práctica de cultivo obligada que significaba grandes costos para la agricultura holandesa. También me di cuenta estando allá que Holanda era el principal proveedor de semilla de la papa que se producía en Panamá. Habiendo estudiado los métodos de detección del patógeno, no tuve que pensar mucho para darme cuenta de su posible introducción por esta vía en los cultivos de papa de Panamá.
Me fui a la zona productora de papa de Cerro Punta; me detuve en una finca; extraje unas raíces, las observé detenidamente y... allí estaba el nematodo en cantidades abundantes. No voy a contar los detalles del hallazgo ni de cómo hice la comprobación en el laboratorio, excepto que mi emoción era tan grande que mi primera reacción fue divulgar y publicar su presencia en el país, como lo haría cualquier científico que trabaje desinteresadamente por la ciencia. Era el primer registro en Panamá de esa importante plaga de la agricultura y como tal consideraba una obligación moral reportar su presencia en el país. Me dirigí inmediatamente a una de las máximas autoridades del Ministerio de Agricultura en ese entonces, a quien le conté sobre el hallazgo. Me escuchó detenidamente y cuando terminé, inmediatamente me dijo: - No digas nada... quédate callado -. Él sabía que la presencia de la plaga en Panamá podía echar por tierra cualquier intento futuro de exportar papa a otros países que no la tenían. Aunque me molestó muchísimo su reacción, me sentí, por otra parte, más estimulado a apresurarme a preparar la publicación que divulgaría el hallazgo en una revista científica internacional. Así fue; el artículo científico apareció ese mismo año sin que aquella alta autoridad pudiera impedirlo.
Ciertamente no se puede tapar el sol con las manos. En esa ocasión, aquella alta autoridad seguramente pensó que se podía. Después de todo, la ignorancia de otros nos da cierta ventaja. Pero cuando esa ignorancia no existe, los intereses egoístas utilizan otros trucos que no dejan alternativas. Por ejemplo, en las negociaciones sobre tratados de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, no pueden ser ignorados los subsidios cuantiosos de este país a sus agricultores; subsidios que le dan una ventaja enorme a sus exportaciones agrícolas sobre las nuestras, y peor aún, sobre nuestra propia producción para uso doméstico, particularmente cuando se nos pide la desprotección de nuestros propios rubros agrícolas. Entonces, se ponen
condiciones previas a la negociación: – Si quieren TLC no hablemos de subsidios; ésta es una precondición que no admite discusión¿Ética? Inexistente en ninguno de los dos ejemplos...
Junio de 2005
La desigualdad en la distribución de los recursos que sustentan la vida y el consumo, entre y dentro de las distintas sociedades humanas, exige que aquellos se compartan de manera equitativa, lo cual quizás únicamente podrá lograrse en el marco de un acuerdo ético global.
Del ambientalismo al desarrollo sostenible
Al aproximarse el inicio del tercer milenio, la búsqueda de un futuro sostenible para la humanidad es, más allá de toda duda razonable, el mayor de los desafíos a los que se enfrentan las sociedades de todos los rincones del planeta. Hemos comenzado a darnos cuenta de que ese futuro no será posible si continuamos amenazando el ambiente natural y los sistemas que soportan la vida misma, como lo hemos venido haciendo hasta ahora, particularmente durante las últimas tres o cuatro décadas. Aunque la magnitud de la crisis ambiental es claramente visible para muchos, para otros aún dista mucho de ser entendida, y en consecuencia, aceptada como una verdadera crisis.
Fue en las décadas del 60 y 70 cuando el ambientalismo contemporáneo emergió en Norteamérica y el llamado mundo desarrollado. Ese ambientalismo tenía una motivación muy simple derivada de un razonamiento lógico: para salvar el mundo, se decía, únicamente debíamos poner un límite al crecimiento poblacional, a la tecnología contaminante y a nuestros apetitos y ambiciones. El impacto sobre el ambiente podía identificarse como una función del número de personas, multiplicado por la afluencia de bienes que cada persona usa y por la cantidad de desperdicios o contaminantes producidos durante la manufactura y consumo de dichos bienes. Desde una estricta perspectiva ambiental, era obvio que el consumo de recursos, bienes y servicios desempeñaba un rol importante y que lo que se necesitaba era un cambio en el patrón de desarrollo para reducir los impactos negativos sobre el ambiente. Pero ¿qué decir de aquellos países y sociedades cuyos hábitos y consumos distan mucho de aquellos de los países industrializados y, sin embargo, causan un impacto negativo al ambiente?
Los ambientalistas estaban profundamente preocupados por la contaminación y la extinción de especies animales y vegetales como consecuencia de la crisis ambiental provocada por el ser humano, pero seguramente estaban poco conscientes del rol de la pobreza, el hambre y la extinción de la propia gente, dentro de la crisis ambiental global que emergía en aquellos días. Esos problemas sociales eran vistos como problemas propios del sub-desarrollo de países del
Tercer Mundo que no tenían ni los recursos económicos ni la tecnología para utilizar con eficiencia su capital natural y ponerlo al servicio de sus crecientes poblaciones. Era obvio entonces, que se necesitaba, además, limitar el crecimiento poblacional para resolver la ecuación ambiental. No obstante, para muchos líderes de países en desarrollo, el crecimiento poblacional no era visto como un problema que necesitaba ser controlado para mantener un balance con la capacidad de carga de los ecosistemas. Su control solamente era necesario para ponerse a tono con su lento ritmo de desarrollo, el cual, a toda costa, había que acelerar. Para estos países, entonces, el desarrollo era más que un objetivo inmediato a alcanzar. Lo que había logrado el Norte se convirtió en una necesidad impostergable para el Sur; necesidad que cobraba mayor fuerza al mismo tiempo que el Norte aumentaba sus preocupaciones ambientales. Fue entonces cuando en la década del 80, el ambientalismo y el desarrollo se combinaron en el nuevo concepto de desarrollo sostenible. La Estrategia Mundial para la Conservación por la Unión Mundial para la Naturaleza (1980), Construyendo una Sociedad Sostenible (Lester Brown, 1981), Gaia: Un Atlas para el Manejo del Planeta (N. Myers, 1984), Nuestro Futuro Común (1987), y la Agenda 21 (Cumbre de Río, 1992), todos comenzaron a describir este concepto que permitió ligar la agenda ambientalista del Norte con la desarrollista del Sur.
¿Objetivos conflictivos?
El concepto de desarrollo sostenible incorpora objetivos ecológicos, sociales y económicos en el diseño de estrategias que son válidas tanto para el mundo desarrollado como para el mundo en desarrollo. La armonización de estos objetivos es difícil y, como resultado de estrategias no muy bien articuladas, por lo general, el énfasis en uno de ellos se hace a expensas de los otros. Su aparente naturaleza conflictiva ha conducido a una creciente polarización entre ambientalismo y desarrollo, o incluso, entre ecología y economía. Esta polarización se manifiesta en Norteamérica en la aparición de movimientos antagónicos como son el llamado “ecología profunda” y el conocido como “uso prudente”; el primero plantea un ambientalismo ecocéntrico que disiente del ambientalismo antropocéntrico característico de los seguidores del desarrollo humano sostenible, mientras que el segundo promueve una relación más permisiva entre el ser humano y la naturaleza.
En la actualidad estamos presenciando en el Norte cambios legislativos que atentan contra los valores ambientales norteamericanos compartidos durante éste y los siglos pasados. En mayo de 1995, la Cámara de Representantes y el Senado de los Estados Unidos pasaron resoluciones de presupuesto permitiendo la venta de activos nacionales tales como Parques Nacionales, bosques, praderas y refugios de vida silvestre, incluyendo la concesión del Refugio Ártico Nacional de Vida Silvestre para exploraciones petroleras. La razón: balancear el presupuesto federal. Enmiendas a las actas de Agua Limpia y Especies en Vías de Extinción también son parte de esta nueva tendencia del Congreso de los EE.UU. hoy día.
En muchos países del Sur, la carrera para implementar medidas urgentes de protección ambiental se puede perder ante la igualmente urgente carrera para combatir los problemas económicos y sociales de la pobreza, el desempleo y el hambre. Muchos aún creen que estos problemas únicamente pueden ser combatidos con urgencia a expensas de inquietudes ambientales “románticas”. Aún más que en el Norte, el conflicto entre la ecología y la economía está presente en el Sur como nunca antes. En América Central estamos presenciando la expansión de la frontera agrícola a una tasa de 400,000 hectáreas por año. Recientemente
presenciamos en Panamá una enmienda a la ley que creó el Parque Natural Metropolitano para que se construya una carretera que dividirá el parque en dos; una medida aclamada por la mayoría de los desarrollistas y condenada por la mayoría de los ambientalistas.
Las razones para la polarización
¿Cuáles son las razones para la polarización existente entre ambientalismo y desarrollo?
1. En primer lugar, hay mucha gente que aún no se da cuenta de que no podemos sobrevivir si continuamos descontando nuestro futuro; es decir, consumiendo recursos que necesitarán las fururas generaciones. Muchos todavía creen que la crisis no es real porque en el pasado algunos problemas que se esperaba iban a ocurrir y traer consecuencias catastróficas, de hecho no ocurrieron. Tales predicciones inexactas alimentan las dudas sobre la seriedad de la crisis ambiental, a pesar de la creciente evidencia que se acumula cada día. Pero aun entre aquellas personas que sí creen, hay un convencimiento de que la inteligencia humana proveerá en el futuro cercano las tecnologías ambientalmente amistosas necesarias para contrarrestar los problemas ambientales actuales.
2. En segundo lugar, en ambos, el Norte y el Sur, los objetivos desarrollistas son generalmente alcanzados a expensas de la salud ambiental. En los países en desarrollo, por ejemplo, hay una mayor preocupación por luchar contra la pobreza que por el cuidado de los recursos naturales y el ambiente. Las dimensiones ecológicas y socioeconómicas continúan siendo tratadas como temas separados. No parece haber conciencia de que la pobreza y la destrucción de los recursos naturales son causa y efecto una de la otra. En los países industrializados, sin embargo, la presión se debe a otro tipo de necesidad: el deseo de continuar el crecimiento económico y mantener el mayor nivel de vida posible, lo cual está muy asociado con los patrones de consumo existentes.
3. Una tercera y muy importante razón es que todavía estamos muy lejos de comprender la complejidad de los ecosistemas y la función de los sistemas que soportan la vida sobre el planeta y, por lo tanto, dudas sobre la magnitud de la crisis encuentran excusas válidas fácilmente. Siempre hemos enfatizado el enfoque reduccionista en nuestros estudios de organismos y procesos biológicos. Recién ahora estamos comenzando a usar enfoques más holísticos en nuestro entendimiento de la complejidad del mundo y las diferentes interacciones entre los organismos vivientes y los fenómenos naturales. Esa falta de conocimiento comprensivo contribuye a la liberación de información que intenta explicar situaciones no suficientemente estudiadas y a especular sobre la relación entre el ser humano y el mundo natural. Por ejemplo, la Lechuza Moteada del Norte en California y otros estados del noroeste de los Estados Unidos fue declarada una especie en extinción y protegida bajo el Acta de las Especies en Extinción de 1973. Para algunos taxónomos, ésta es una especie válida; para otros, cuando más, es una subespecie de un grupo mucho más numeroso de lechuzas moteadas que tiene un alcance geográfico mucho más extenso. Si esto fuese verdad, esta lechuza no sería una especie en extinción como se pensaba originalmente, así que ¿por qué continuar previniendo el uso de bosques maderables valiosos que ahora están protegidos como hábitats para estas lechuzas? Muchos ambientalistas y ecólogos argumentarán que aun si la Lechuza Moteada del Norte es una subespecie o una variante intraespecífica, es posible que tenga genes únicos que se perderían si se destruye su hábitat. Pero, ¿no estarán presentes estos genes, aunque de modo recesivo, a lo largo de la distribución geográfica de esta lechuza?
Más dudas se originan cuando los mismos científicos no parecen ponerse de acuerdo sobre la magnitud de la crisis. Por ejemplo, sobre la base de la tierra arable disponible, la capacidad de carga del planeta, es decir, la cantidad de seres humanos que éste puede sostener, se ha estimado entre 10 y 16 mil millones de personas. Otros ponen como límite hasta 30 mil millones anticipando avances tecnológicos y patrones diferentes de uso de recursos que seguramente ocurrirán en el futuro. Un estudio reciente puso el límite en 2 mil millones, claramente sugiriendo que hemos excedido significantemente los límites ecológicos de los ecosistemas de la Tierra. Estas cifras divergentes no contribuyen mucho a la clarificación del debate. Al contrario, existe una tendencia a aceptar los límites más altos como factibles para que podamos justificar un tratamiento más permisible de nuestro ambiente y recursos naturales. Este es otro indicador de que necesitamos desesperadamente lograr un mejor entendimiento de la complejidad de nuestro mundo. Esta complejidad es mayor en los ecosistemas tropicales. Contando con solamente 6% de la superficie terrestre, los trópicos contienen más del 60% de toda la biodiversidad existente, y se estima que solamente hemos identificado 1% o, como mucho, 10% de ella. Si continuamos con la presente tasa de deforestación, miles de especies, se afirma, habrán desaparecido antes de que tengamos la oportunidad de descubrirlas. Y quizás muchas de esas especies, seguramente valiosas para la humanidad, quedarán desconocidas para siempre. Si no hacemos algo urgentemente para entender el mundo natural en toda la magnitud de sus relaciones con los seres humanos, jamás tendremos la certeza de las afirmaciones que se dan en uno u otro sentido y siempre habrá razones para desconocer lo que para la mayor parte del mundo científico es evidente.
Valorando los recursos de la naturaleza y las funciones de los ecosistemas.
Cuando pensamos en los usos valorables potenciales de las especies todavía no identificadas es fácil encontrar una motivación para la conservación de los bosques tropicales. Después de todo, allí es posible que exista la cura para el cáncer o el SIDA, así como nuevos productos comestibles o potenciales cultivos energéticos. Porque tenemos dificultad en reconocer los valores intrínsecos de la naturaleza y sus sistemas que soportan la vida, preferimos movernos en la dirección de encontrarle valores económicos. La economía, por consiguiente, está empezando a moverse dentro de los terrenos de la naturaleza, pero aparentemente solo de una naturaleza cuyos componentes puedan ser valorados en términos monetarios. Sin importar el reconocimiento ampliamente aceptado del valor de los bosques para la protección de las cuencas hidrográficas y sus efectos sobre las variaciones climáticas, el problema es que podríamos encontrar muy difícil asignarle un valor económico a todas las criaturas sobre la Tierra, y tal vez también a todos los ecosistemas44 .
¿Cuál es entonces el valor de la biodiversidad? Algunos economistas, trabajando interdisciplinariamente con biólogos y otros científicos, han encontrado una motivación para valorarla; sin embargo, a fin de asignar un valor a las especies u organismos, los investigadores deben descubrir una función útil para ellos. Si no existe una función útil conocida, entonces simplemente no hay valor en términos monetarios o, si unos cuantos organismos desempeñan la misma función, entonces la extinción de uno de ellos es probablemente de poca o ninguna importancia. Por ejemplo, un economista en un libro reciente se refirió al número abundante de
44 Con posterioridad a la escritura de este ensayo, la revista científica NATURE del mes de mayo de 1997, publicó un artículo escrito por un grupo de científicos, ecólogos y economistas, sobre el valor del capital natural y los servicios que prestan los ecosistemas (Constanza, R. et al, 1997)
especies de hormigas en los trópicos - unas 8,800, dice él - todas desempeñando la misma función, determinada genéticamente, de reciclar material natural orgánico; si una de ellas se llegara a extinguir por medios artificiales o naturales, todavía habrían 8,799 especies desempeñando la misma función de reciclaje.
La conservación y protección de los organismos vivientes de la naturaleza no debe tener como condición lo que nosotros consideramos es su función valorada en términos monetarios. No podemos negar una función a interacciones desconocidas o a expresiones genéticas que todavía no han sido estudiadas por la ciencia, o que no son tan obvias para nosotros. Sin embargo, los intentos de asignar valor económico a las funciones de la naturaleza y sus recursos vivientes puede ser, por el momento, la mejor manera de crear la conciencia pública necesaria, de promover la búsqueda de - aún desconocidos - “servicios” de los ecosistemas a los seres humanos, y obtener una aproximación de la magnitud del daño ambiental causado por actividades humanas productivas. Desde otra perspectiva, muchas especies tienen un valor negativo; sin tomar en cuenta aquellos organismos que directamente amenazan la vida humana, hay competidores que en la lucha por la existencia el ser humano tiene que combatir, fiera o inteligentemente, como cualquier otra especie en el planeta. Pero esto despierta otro tema más bien controversial. ¿Debemos comprometernos a preservar todas las especies existentes en su hábitat actual, solamente porque estamos preocupados por las consecuencias impredecibles que podría traer la perturbación de las relaciones ecológicas actuales de la naturaleza, o simplemente porque tienen el derecho a existir, particularmente cuando algunas de estas especies son nocivas para las actividades de subsistencia humana? ¿Qué tan lejos podemos ir en la perturbación de la naturaleza para acomodar nuestras actividades productivas, no ya simplemente las de subsistencia? ¿Acaso los seres humanos con sus estilos de vida no forman parte también de una naturaleza que está en constante cambio, sometida desde feroces batallas hasta relaciones de mutualismo y simbiosis entre las especies y organismos que en ella habitan?
Lecciones de la historia
Nuestra ignorancia no puede ser usada como una excusa para subestimar lo ambiental. No podemos esperar hasta que entendamos completamente las causas y efectos de los problemas ambientales, porque entonces puede que sea demasiado tarde para tomar acción. La historia –a la que a veces restamos importancia en nuestros estudios sobre el mundo natural- no es solamente la narradora de eventos políticos, sino también la documentadora de las intervenciones humanas en el medio natural y sus consecuencias. La historia ambiental, en particular, también nos dice que el lapso de una vida puede no ser suficiente para presenciar cambios catastróficos en el ambiente causados por intervenciones en la naturaleza promovidas durante una generación. Podemos aprender grandes lecciones de las consecuencias de las transformaciones de la tierra por los seres humanos a partir del desarrollo de la agricultura y la utilización irracional de los recursos naturales.
Los Sumerios de la Antigua Mesopotamia fueron una de las civilizaciones más avanzadas, habiendo inventado la rueda unos 6.000 años atrás, pero fueron muy malos conservando sus recursos naturales. Hoy, miles de años después de haber tenido una floreciente sociedad agrícola, la roca madre está expuesta en todas las tierras altas, el suelo erosionó y se depositó en el fondo de los angostos valles y en el fondo del océano. Muy poco crece ahora sobre la mayoría de las tierras viejas (Jackson, 1985). Los recursos naturales, tales como el suelo, no fueron protegidos. Sus prácticas agrícolas y tecnología fueron responsables por ello.
Por otra parte, los Aztecas, una civilización pre-hispánica muy avanzada, eran muy buenos cultivando dentro de un esquema de policultivo (Ortiz de Montellano, 1994). El maíz, los frijoles y la calabaza crecían juntos en las mismas parcelas, cada cultivo beneficiándose de los otros. Aunque para algunos historiadores agrícolas este método de cultivo presentaba restricciones tecnológicas severas, era evidentemente una tecnología superior que ayudaba a proteger el suelo. Ellos trataron de imitar el mundo natural donde la heterogeneidad era la regla y no la excepción. Este método de cultivo alimentó a la sociedad Azteca sin deteriorar el ambiente. Sin embargo, a pesar de su eficiencia, la agricultura Azteca fue incapaz de alimentar a las crecientes poblaciones y de satisfacer las demandas de una mayor producción de excedentes alimentarios que habrían de ser transportados y almacenados a fin de sostener al Estado y sus proyectos. Luego se introdujo la agricultura intensiva y se centró en un cultivo extremadamente importante: el maíz, el cual se desarrolló a través de siglos y gradualmente puso mayor presión sobre los recursos naturales. Aquí la población jugó un papel fundamental en el agotamiento de los recursos porque la tecnología superior fue, bajo una condición de presión poblacional, reemplazada por un monocultivo de maíz.
Sin menoscabo de la importancia de los problemas de población, la verdad es que las antiguas poblaciones pre-hispánicas aprendieron a trabajar con la naturaleza y continuaron haciéndolo por siglos, mientras las poblaciones hispánicas (después de 1492) y europeas, para satisfacer sus demandas por nuevos cultivos, desarrollaron una economía de rapiña en el nuevo mundo, caracterizada por una destructiva ocupación del espacio por el hombre, quien tendía a arrancarle materias primas, minerales, vegetales o animales, sin ninguna idea de formas de restitución. Era claramente un trabajo contra la naturaleza que ha continuado hasta hoy día. Ahora estamos presenciando los efectos de este método heredado de trabajar contra la naturaleza en nuestra agricultura. El uso de labranza, plaguicidas y otros químicos de una manera indiscriminada está causando erosión del suelo, perturbación de las relaciones ecológicas y brotes de enfermedades y plagas que se están volviendo cada vez más difíciles de controlar. Este es el patrón dominante de la agricultura tropical (y mundial) hoy día, aunque todavía hay restos de un tipo de agricultura policultural pre-hispánica en algunos lugares de México y América Central. Desafortunadamente, no se ha desarrollado una tecnología avanzada utilizando estos sistemas tradicionales como punto de partida; ninguna “revolución verde” se ha inspirado en sus prácticas sostenibles.
Cuando el ser humano ha tratado de simplificar ecosistemas naturales complejos, siempre ha pagado un alto precio, con frecuencia ignorado en el momento, pero siempre costoso en el largo plazo. La complejidad es mayor en el trópico y el hombre moderno aún no ha aprendido a moverse bien dentro de tal complejidad. La simplificación es la manera más fácil, y también la más rápida para satisfacer los intereses predominantemente egoístas de las sociedades modernas.
Adoptar una nueva ética para el desarrollo
A través de la historia, tanto la densidad poblacional como la tecnología han sido factores cruciales en los impactos negativos del comportamiento humano sobre el ambiente. La codicia de los ricos ha sido más poderosa que su respeto por el planeta que comparten con otros que no poseen tantas riquezas; también lo ha sido el hambre del pobre. Ambos ejercen efectos adversos sobre el ambiente y no contribuyen al apropiado balance de las dimensiones sociales, económicas y ecológicas demandado por los abogados del desarrollo sostenible. Se necesita una
motivación más poderosa, o de lo contrario el concepto de desarrollo sostenible no pasará de ser otro ideal difícil de alcanzar.
Esa motivación deberá buscarse en lo profundo de nuestras culturas y civilizaciones. Quizá allí encontraríamos que la crisis ambiental contemporánea es en realidad una crisis de civilización, por cuanto la naturaleza ha sido tratada como un sustrato inagotable de recursos para explotar más que como el sustento de nuestra propia existencia, y por cuanto el desarrollo ha sido visto por muchos como la búsqueda de oportunidades para satisfacer intereses egoístas más que para satisfacer los intereses de toda la sociedad. El desarrollo sostenible puede enfrentar el peligro de sucumbir a intereses oportunistas cuando esencialmente debería satisfacer intereses globales basados en valores éticos comunes. Hay una necesidad urgente para que las sociedades mediten seriamente cuando se apresten a adoptar estrategias de desarrollo sostenible.
No cabe duda que el ser humano continuará modificando su medio ambiente y que su ingenio lo llevará a incrementar la productividad de los ecosistemas, pero deberá hacerlo con respeto por las normas que soportan su propia existencia. No obstante, la desigualdad en la distribución de los recursos que sustentan la vida entre y dentro de las distintas sociedades humanas exige que ellos se compartan de manera equitativa, lo cual quizás únicamente podrá lograrse en el marco de un acuerdo ético global.
Así las cosas, el razonamiento y la ética deberán prevalecer sobre la codicia y la irracionalidad. Como punto de partida, sería prudente que al debatir con seriedad y responsabilidad la crisis de civilización, se definiera y adoptara una nueva ética que permitiera que la humanidad construyera sociedades dentro de un marco de sostenibilidad global. Se trataría en última instancia de construir una sociedad global sostenible a partir de estrategias que busquen la sostenibilidad de las diversas sociedades que conforman el planeta, y para ello habría que adoptar ciertos principios éticos básicos. Ojalá pudiéramos construir sociedades que adoptaran como normas para su desarrollo las siguientes:
1. Que no privilegien las ganancias a corto plazo sobre la salud de los ecosistemas.
2. Que no agoten los recursos que necesitarán las futuras generaciones.
3. Que no deterioren los recursos o contaminen el ambiente de otras sociedades.
4. Que no mantengan sus recursos y ambiente sin degradar o contaminar a expensas de degradar o contaminar los recursos y ambiente de otras sociedades.
5. Que no dejen a los necesitados y marginados sin recursos para favorecer a los acaudalados.
6. Que permitan una amplia y equitativa participación social en el proceso de generación y distribución de la riqueza.
7. Que basen las relaciones humanas, políticas y comerciales en principios de equidad, justicia, respeto y solidaridad.
8. Que se comprometan a compartir, en un marco de equidad global, recursos vitales que están distribuidos desigualmente en el planeta.
Pero, ¿puede desarrollarse una ética global sin reconstruir primero la política global?45 Quizás no, mas si fallamos en lograr esto, entonces, por lo menos, deberíamos registrar en nuestras mentes las siguientes palabras de Shridath Ramphal (1992): “El planeta siempre tendrá la última palabra; en última instancia, asegurará la sostenibilidad de la biosfera a expensas del 45 ver George Monbiot. 2005. Adbusters,
Homo sapiens que la amenaza. En ese momento de la auto-preservación, el planeta no hará distinción entre ricos y pobres. Si no modificamos nuestras relaciones para respetar el precepto de que lo que está bajo el Cielo es para todos, nos encontraremos que no lo será para nadie.”
Nota posterior:
Patentando la vida
La valoración de los recursos biológicos ha tomado un giro peligroso en los últimos años. El estímulo a la revolución biotecnológica a partir del anuncio de la secuenciación del genoma humano en el año 2000, ha permitido que compañías biotecnológicas hayan comenzado a patentar, no solamente los métodos mediante los cuales pueden aislarse, identificarse y transferirse las secuencias de ADN, sino también el material genético mismo y las nuevas formas de vida que él origina, desde bacterias hasta células humanas. De acuerdo con Capra (2002), las llamadas “corporaciones de las ciencias de la vida” (industrias farmacéuticas, agroquímicas, y biotecnológicas) poseen un estrecho entendimiento de la vida, basado en la creencia errónea de que la naturaleza puede ser objeto del control humano, y que la herencia común de la humanidad, representada por el material genético madre, puede ser patentada. Los derechos de propiedad intelectual en esta materia (según Vandana Shiva, citada por Capra, 2002) aparentemente legalizados por la Organización Mundial del Comercio, representan una atrocidad moral, ecológica y cultural. Las cuestiones de ética, como requisito vital para el logro de un desarrollo sostenible para la humanidad, enfrentan ahora uno de sus más serios desafíos.
El protocolo de Kyoto
En febrero de 2005 se aprobó, finalmente, el protocolo de Kyoto, ese acuerdo global, o mejor dicho, ese intento de acuerdo global para reducir gradualmente y mitigar las emisiones de dióxido de carbono y otros de los llamados gases de invernadero, a los que hoy por hoy, la gran mayoría del mundo científico culpa de los cambios climáticos globales que hoy día estamos presenciando. Ese protocolo no ha pasado de ser un intento de acuerdo global porque, lamentablemente, el mismo no fue ratificado por los EE UU, país que antepone sus intereses económicos particulares en el corto plazo a la salvaguarda del capital natural de la humanidad para el largo plazo. Lástima porque, a juicio de muchos, este fue el primer intento (fallido) de adoptar una política global para el desarrollo (sostenible).
Pero, el rechazo casi total a cualquier idea de solidaridad internacional por parte de los Estados Unidos ha ido in crescendo a partir de 1991, cuando la Unión Soviética hizo implosión y la humanidad, momentáneamente, creyó que la libertad triunfaba y se anunciaba, como señala Ziegler (2002), el alba de un mundo civilizado, democrático y ordenado conforme al derecho y la razón. La necesidad de volver al multilateralismo planteada en 1987 por la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo en el documento Nuestro Futuro Común, mejor conocido como el informe de la Comisión Brundtland, constituyó, a partir de 1991, una negación. Ziegler hace un recuento del formidable egoísmo de los Estados Unidos: la negación a ratificar la Convención Internacional que prohibía la producción, difusión y venta de minas antipersona, la oposición al
principio de una justicia internacional (Convención de Roma de 1998), la oposición al Tribunal Penal Internacional, la negativa a firmar la declaración de Viena de 1993 que reevaluaba el concepto de derechos económicos, sociales y culturales, y su continuo voto en contra de las medidas destinadas a concretar los derechos económicos, sociales y culturales en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. La lista de atentados al multilateralismo y la solidaridad internacional es larguísima46 .
En una época en que, más que nunca se impone el multilateralismo y la cooperación a escala global, un país poderoso prefiere hacer caso omiso del clamor de la humanidad. La dictadura global de intereses mezquinos, según George Monbiot (2005), ha creado los medios de su propia destrucción. Pero también, afortunadamente, ha comenzado a impulsar una transformación de la escala en la cual pensamos, obligándonos a reconocer los asuntos planetarios por encima de nuestros intereses parroquiales. Es un comienzo, pero aún estamos lejos de crear una sociedad donde prevalezca la cooperación más que la competencia. ¿Qué tal –como afirma Sargent (1999)- si comenzamos a desarrollar un nuevo campo de investigación social que muestre el camino hacia una sociedad más cooperativa?
Gastos militares, guerras y pobreza
Transcribo el párrafo siguiente de un artículo de Jeffrey Sachs titulado The end of poverty, aparecido en la revista Time del 14 de marzo de 2005, con motivo del libro del mismo nombre que recién salió a la luz pública: “Los casi USD 500,000 mil millones que los Estados Unidos destinará este año a gastos militares nunca comprarán la paz duradera si este país continúa gastando únicamente una trigésima parte de esa suma, alrededor de USD 16,000 mil millones, a aliviar la pobreza de los más pobres entre los pobres, cuyas sociedades son desestabilizadas por la pobreza extrema. Los USD 16,000 mil millones representan el 0.15% del ingreso de los Estados Unidos, es decir, 15 centavos de dólar por cada 100 dólares del ingreso nacional. La ayuda a la pobreza ha declinado durante décadas y es una pequeña fracción de lo que Estados Unidos ha prometido repetidamente y ha fallado en cumplir”.
Visos de optimismo
De acuerdo con Ziegler (2002), una nueva política global deberá surgir de una nueva sociedad civil planetaria que está a punto de emerger. Esta nueva sociedad civil ha comenzado a conformarse en miles de organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales diferentes como los que se dieron cita en el Segundo Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil en 2002, aunque de momento, según el propio Ziegler, estos luchadores de la esperanza saben con certeza lo que no quieren más que lo que quieren.
Uno de los movimientos dotados de una gran fuerza creativa y con mayor capacidad de movilización y resistencia es ATTAC47. Nacido de algunos intelectuales y sindicalistas francófonos en 1997, propugna por gravar con intereses negativos los capitales especulativos
46 Ver capítulo II de Jean Ziegler (2002) Los nuevos amos del mundo.
47 ATTAC (Association pour la taxation des transactions financières pour l’aide aux citoyens).
(tasa Tobin48). El producto que se obtendría de la aplicación de la tasa Tobin permitiría, citando a Ziegler, “alimentar un fondo mundial, gestionado por las Naciones Unidas y destinado a financiar los proyectos de infraestructuras sanitarias y escolares en las regiones del planeta más despojadas y contribuir al desarrollo de las fuerzas productivas de las economías de los países más pobres.”
Organizaciones como ATTAC seguramente tendrán más éxito que los gobiernos de los países del Tercer Mundo, cuyo poder negociador en organismos como la OMC es mínimo. Por ejemplo, el intento de los países africanos en 1999 de modificar algunos artículos del acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIPS49) con el propósito de evitar que las transnacionales privadas no tuvieran el derecho de registrar patentes sobre los microorganismos, las plantas o los animales que fueran la base de la actividad del campesino o del ganadero africano, fracasó y su memorando fue clasificado como contrario a la libertad de comercio (Ziegler, 2002).
Es de esperar que la nueva sociedad civil planetaria no se detenga solamente en expresar lo que no quiere. Esta nueva sociedad civil deberá avanzar hacia la conformación de una verdadera asociación mundial para el desarrollo que vaya más allá de lo señalado en el objetivo del milenio No. 850. Podrá también desarrollar un modelo que la fortalezca cada vez más basado en un proceso efectivo de gestión del conocimiento que le confiera la autoridad necesaria para actuar e imaginar el futuro sobre los argumentos menos cuestionables posibles. Así, esta nueva sociedad civil planetaria tomará en sus manos el diseño de un marco ético global y su derivación en una aplicación más efectiva de la cooperación internacional y de los acuerdos internacionales que deberán cimentarse en el marco de un verdadero multilateralismo.
Mayo de 2005
Biliografía del Capítulo 5
• Capra, Fritjof. 2002. The Hidden Connections. Anchor Books, New York. 300 pp.
• Castro Herrera, Guillermo. 1994. Los Trabajos de Ajuste y Combate. Colombia: Colcultura.
• Jackson, Wes. 1985. New Roots for Agriculture. Lincoln and London: University of Nebraska Press.
48 La tasa Tobin es llamada así retomando una idea-fuerza de James Tobin, premio Nobel de Economía y antiguo consejero en materia de economía del presidente estadounidense John F. Kennedy.
49 TRIPS (Trade related intellectual property rights).
50 La meta del milenio No. 8 se refiere a la necesidad de “desarrollar una alianza global para el desarrollo”. Las ocho metas del milenio fueron formuladas en la Cumbre del Milenio de septiembre de 2000 con el consenso de expertos de la Secretaría de Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Banco Mundial.
• Monbiot, George. 2005. Forget the State, it’s time for global democracy. In: Adbusters, Journal of the Mental Environment. Jan/Feb 2005, Number 57, Volume 13, Number 1.
• Ortiz de Montellano, Bernardo. 1994. Medicina, Salud y Nutrición Aztecas. Madrid y México: Siglo Veintiuno Editores.
• Ramphal, Shridath. 1992. Our Country, the Planet. Great Britain: Lime Tree.
• Ray, Dixy Lee with Lou Guzzo. 1994. Environmental Overkill. Washington D.C.: Regnery Gateway.
• Sachs, Jeffrey. 2005. The end of poverty. Time 165 (11) p. 42-54.
• Sargent, Peter. 1999. A Darwinian Left. Yale University Press, New Haven and London. 70 pp.
• Smith, Bruce D. 1995. The Emergence of Agriculture. New York: Scientific American Library.
• Vogel, Joseph Henry. 1994. Genes for Sale. New York: Oxford University Press.
• Waldrop, M. Mitchell. 1993. Complexity. New York: Touchstone.
• Wilson, Edward O. 1992. The Diversity of Life. Cambridge, Massachusetts: The Belknap Press of Harvard University Press.
• World Commission on Environment and Development. 1988. Our Common Future. New York: Oxford University Press.
• Ziegler, Jean. 2002. Los nuevos amos del mundo. Ediciones Destino, S.A. Barcelona. 354 pp.
Capítulo 6
OPORTUNIDADES PARA EL DESARROLLO DE UNA INDUSTRIA AMBIENTAL EN PANAMÁ51
“Ven a ver mi plantación de teca”
El valor de los bosques más allá de su potencial maderable ha incidido fuertemente en el impulso, vía incentivos, a los programas de reforestación en muchos países tropicales. Muchos de los llamados servicios ambientales que hoy día comienzan a ser considerados en cuanto a su valor de mercado, provienen de los bosques naturales y plantados, entre ellos la regulación de los gases atmosféricos y el clima, y el valor múltiple de los recursos provenientes de la biodiversidad. De allí que los incentivos para la plantación de bosques, entre ellos el de generosas exenciones de impuestos, se haya convertido en un atractivo de inversión para muchos empresarios locales y foráneos. Pero...
- Ven a ver mi plantación de teca – me dijo un día Saúl. Saúl es un empresario de la Zona Libre de Colón. Dedicado al comercio toda su vida, es uno de esos que nunca deja escapar un buen negocio, y por eso decidió invertir en el desarrollo de una plantación forestal... de teca más específicamente, una especie exótica que aparentemente habría de tener un buen mercado en el largo plazo.
Su finca estaba ubicada en la única área boscosa no protegida que existe en la cuenca oriental del canal de Panamá; una especie de corredor conocido como Sierra Llorona, ubicado entre los parques nacionales Chagres y Soberanía. Hace unos seis años, cuando recibí la invitación de Saúl, el área tenía aproximadamente alrededor de un 60% de cobertura boscosa. Mi sorpresa fue grande al encontrar que la plantación de teca de Saúl estaba ocupando la tierra que antes ocupaba un frondoso bosque natural que Saúl había eliminado para sembrar en ella su incentivada plantación; es decir, había cambiado una abundante diversidad natural de valor incalculable por una plantación de una sola especie, y no nativa por cierto. Había contribuido a simplificar un rico ecosistema tropical cuyo valor en términos de servicios ambientales o capital natural sobrepasaba por lejos el valor monetario que la plantación de teca tendría ahora y dentro de treinta años.
Pero Saúl no era culpable de este crimen contra la naturaleza. Nadie se lo había explicado; al menos esa era su excusa. Yo me quedé con la siguiente duda: si alguien se lo hubiera explicado ¿habría detenido su plan? Sinceramente creo que no. La teca, al menos, tenía un valor de mercado; los servicios ambientales no, todavía no... y Saúl nunca dejaba escapar un buen negocio.
Julio de 2005
51 Texto de una conferencia dictada el 29 de julio de 1997 en la Jornada Técnica realizada en Amador, Panamá, sobre Aspectos Ambientales de la Reversión, organizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Autoridad de la Región Interoceánica y el Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables.
Es en materia de utilización sostenible de la biodiversidad donde quizás existe el mayor potencial para el desarrollo de una industria ambiental en Panamá.
El escenario
La reversión gradual a Panamá de áreas ocupadas por el Gobierno de los Estados Unidos de América, constituye, sin lugar a dudas, una seria responsabilidad. Por primera vez nuestra república será responsable de la totalidad de su desarrollo. En momentos en que el país busca afanosamente impulsar un desarrollo más cónsono con las necesidades y aspiraciones de su población, esta responsabilidad constituye al mismo tiempo una inigualable oportunidad que puede concebirse dentro de dos aspectos diferentes: por una parte, el que tiene que ver con la existencia de un legado natural único, que si lo sabemos aprovechar, puede convertir una ventaja comparativa en una de nuestras ventajas competitivas más preciadas; y por la otra, el que tiene que ver con la situación de distintos tipos de contaminación en parte de las áreas revertidas y por revertir, principalmente debido a las actividades de tipo militar llevadas a cabo por el Gobierno de los Estados Unidos de América.
El primer aspecto se deriva del estilo de desarrrollo que ha predominado en el área del Canal. En virtud de la necesidad de proteger y mantener en óptimo funcionamiento este valioso recurso económico, y en consecuencia, de la necesidad de proteger los recursos naturales y bosques allí existentes, se ha establecido allí toda una cultura de conservación que contrasta con lo que ha ocurrido en el resto del territorio nacional.
Si en el área del Canal aparece como normal la preservación de los recursos naturales, en el resto del país el estilo “normal” de desarrollo ha sido el de impulsar actividades económicas sin tomar en cuenta la integridad de los ecosistemas, los bosques y su biodiversidad, al punto de que hoy día estamos haciendo denodados esfuerzos para mitigar y revertir su deterioro. Las áreas revertidas boscosas representan una oportunidad única para estudiar e impulsar esquemas que permitan re-orientar nuestro proceso de desarrollo dentro de un marco de sustentabilidad ambiental.
El segundo aspecto, paradójicamente, se desprende de la agresión al medio ambiente ocasionada por lo que probablemente ocurre en toda instalación de tipo militar con las características de las bases que se establecieron en Panamá. También es posible encontrar aquí otra oportunidad para convertir lo que, en efecto, es un problema serio, en un elemento capaz de contribuir a este proceso de desarrollo. Para ello, se requerirá de un alto grado de honestidad, transparencia y voluntad de las partes involucradas, de manera que se puedan hacer las cosas de acuerdo con las normas y compromisos internacionales que han venido dándole forma a la dimensión ambiental y sus aspectos éticos como condicionantes principales de todo proceso de desarrollo.
Pero, si las oportunidades han de permitir el desarrollo de una industria ambiental seria y sustentable, es preciso tomar en cuenta, no solamente el aspecto económico, sino además, tres requisitos indispensables que son inherentes a todo proceso que se orienta hacia la sostenibilidad en el largo plazo
En primer lugar, la gestión del conocimiento como punto de partida y como actividad permanente. Esta gestión primordial deberá alimentar, entre otras cosas, el proceso que permita generar las innovaciones tecnológicas sostenibles que se requieren y que al mismo tiempo permitan echar a un lado los acostumbrados enfoques de “reparaciones rápidas” tan típicos de la evolución del desarrollo tecnológico de nuestros tiempos. Estos enfoques se caracterizan por enfrentar los problemas diseñando soluciones rápidas, que a su vez crean nuevos problemas, por lo general ambientales, que conducen a generar nuevas soluciones rápidas, y así sucesivamente en una cadena interminable de insostenibilidad.
En segundo lugar, los beneficios para la sociedad en su conjunto. Aun cuando ello debe estar implícito en todo proceso de desarrollo, destacarlo aquí tiene el propósito de hacer énfasis en la necesidad impostergable de involucrar cada vez más a las propias comunidades en todas las decisiones y gestiones de desarrollo que las afectan.
En tercer lugar, el respeto por la integridad de los ecosistemas y el capital natural. Si bien pareciera obvio, se pone énfasis en esto por una razón muy simple: no todo lo que suena como ambientalmente respetuoso es necesariamente sostenible desde la óptica del buen manejo del capital natural.
En este marco de responsabilidad, el gran reto consiste entonces, en ubicar a las oportunidades en un contexto nacional que indiscutiblemente trasciende los límites de la reversión. En este contexto, la gestión del conocimiento deberá darse a través de un proceso impostergable de generación y diseminación de conocimientos básicos y de conocimientos estratégicos y aplicados, los cuales constituirán la base que requiere el desarrollo de una industria ambiental sustentada plenamente en dichas oportunidades; los beneficios para la sociedad y el respeto por la integridad del capital natural deberán reflejarse en inversiones ambientales y sociales paralelas; todo ello impulsado y apoyado por esquemas de financiamiento que deben provenir de la industria, el gobierno, y las empresas contaminadoras que, a manera de compensación, internalizarían los efectos negativos que ellas ocasionan. Dentro de este esquema de financiamiento, no se descartan aquellos fondos que pueden provenir de la asistencia financiera externa, tanto bilateral como multilateral, aunque la búsqueda de oportunidades tiene que darse fundamentalmente dentro de un marco financiero innovador que nos obligue a aprovechar plenamente y con responsabilidad nuestro potencial productivo en todas sus dimensiones.
Las oportunidades y los temas
Si la gestión del conocimiento ha de desempeñar un rol de primer orden, entonces, en el marco de las áreas revertidas, la recién creada Ciudad del Saber se convierte en el punto focal ideal de una estrategia para impulsar el desarrollo de una industria ambiental sustentable a partir de las oportunidades que ofrece la reversión. La búsqueda de conocimientos e innovaciones y la formación de profesionales con una nueva visión tendrá en las áreas revertidas un laboratorio natural excepcional.
Un esquema para la identificación de oportunidades para el establecimiento de una industria ambiental sustentable en Panamá podría contener los elementos y temas que, tanto en materia de conocimientos básicos como aplicados, se describen a continuación :
Producción de conocimientos básicos52
Se considera que al menos tres áreas deben ser objeto de investigaciones básicas:
• Ecosistemas, biodiversidad y sus interacciones biofísicas
• Historia de la relación entre seres humanos y naturaleza en Panamá
• Evaluación económica de los costos ambientales y sociales
Conocimiento de los ecosistemas, su biodiversidad y sus interacciones biofísicas
El entendimiento de los ecosistemas, su biodiversidad y sus interacciones físico-biológicas es fundamental. Estamos apenas comenzando a entender el funcionamiento y las complejas interacciones que ocurren en nuestros ecosistemas tropicales. Si apenas conocemos el 1%, o quizás el 10% de todas las especies que habitan nuestro planeta, es ciertamente mucho menos lo que conocemos en cuanto a su comportamiento e interacciones entre ellas, incluyendo al ser humano dentro del contexto de esas interacciones. A pesar de que los ecólogos están bien conscientes de la naturaleza crítica de los servicios provistos a la humanidad por los ecosistemas naturales, aún ellos se sorprenden con la sutileza y complejidad de las interacciones involucradas en estos servicios. En este orden de ideas, hay al menos tres aspectos que son de importancia para la identificación de estrategias que nos conduzcan a aprovechar mejor las oportunidades que se nos presentan en este campo:
• El conocimiento de la composición, comportamiento y variabilidad de la diversidad biológica.
• La relación entre salud humana y perturbaciones ambientales (Ej. enfermedades emergentes y re-emergentes).
• La fisiología de la captación de CO2 en ecosistemas tropicales.
Historia de la relación entre seres humanos y naturaleza en Panamá
También es de suma importancia conocer y valorar la experiencia histórica de la relación entre la especie humana y la naturaleza en Panamá. El análisis histórico de las relaciones entre la naturaleza humana y la naturaleza extra-humana (expresado como trabajos de ajuste y combate por José Martí53) permitirá entender mejor la complejidad del mundo natural y el mundo que hemos creado y facilitará el desarrollo de nuestra capacidad para trabajar con la naturaleza y no contra ella como hemos venido haciendo.
Evaluación económica de los costos ambientales y sociales
52 Imprescindible para avanzar con paso firme hacia procesos de investigación aplicada y transferencia de conocimientos.
53 Castro, Guillermo. 1994. Los Trabajos de Ajuste y Combate. Premio Casa de las Américas, Ensayo HistóricoSocial.
La evaluación económica de los costos ambientales y sociales constituye un tercer rubro entre las necesidades de generación de conocimientos básicos. El costo ambiental y social de todo proyecto o actividad de desarrollo debe ser evaluado con precisión, no solamente para internalizarlo dentro de las cuentas nacionales o para saber cuanto le estamos descontando al futuro, sino para crear una nueva conciencia de respeto por los sistemas que sostienen la vida sobre la tierra.
Producción, transferencia y utilización de conocimientos aplicados
En materia de contaminación
En materia de contaminación, el principio universalmente aceptado de “quien contamina paga”, unido al concepto de “quien utiliza un recurso natural debe asumir los costos por su deterioro”, deben constituír normas que regulen la relación de todas las actividades e intervenciones humanas sobre la naturaleza. Su internalización es importante, no solamente para estimar los costos ambientales de toda actividad de desarrollo, sino por razones de tipo ético, y por ello, la generación de conocimientos en este campo, debe considerarse de tipo estratégico y aplicado. En momentos en que la tendencia mundial ha sido más bien la de subsidiar la contaminación (vía subsidios a las industrias, etc.), es importante que se adapte el código taxativo a los tiempos. No obstante, como muchas herramientas poderosas, los mecanismos de mercado de este tipo deben manejarse con cuidado para no imponer cargas excesivas que trastornen la economía si se adoptan muy rápidamente. Por ello, es importante que en este campo, los daños ambientales se evalúen cuidadosamente. Si evaluamos sus efectos estaríamos en mejores condiciones de formular y aplicar normas ambientales mejor estructuradas. (Ej. Un trabajo inédito del economista Dr. Sergio Castillo54 calcula en más de B/.2,000,000 el costo mínimo estimado de las intoxicaciones por agro-tóxicos en Panamá en un período de un año típico).
La ausencia de normas ambientales para el Comando Sur antes de 1993, y el hecho de que la mayoría de los procedimientos y políticas en materia ambiental surgieron a partir de los años 70, constituyen una restricción a la planificación adecuada de las áreas revertidas, agravada por la falta de información confiable sobre la magnitud y alcance de la contaminación en los sitios militares. Si bien ello no disminuye responsabilidades, lo cierto es que se conoce de la existencia y ubicación de varios compuestos tóxicos cuya eliminación es factible a través de algunas técnicas que se conocen hoy día. Pero quizá, más importante aún dentro de este campo, es el potencial para la generación de conocimientos estratégicos y aplicados, puesto que buena parte de lo que puede hacerse en esta área aún dista mucho de ser conocido. Al menos un par de ejemplos pueden mencionarse en este campo.
El primero se refiere a la bioremediación. Aunque la biodegradación de desechos sólidos y líquidos se conoce hace 100 años, la bioremediación como tecnología que utiliza los procesos biodegradativos para remediar la contaminación del medio ambiente, es mucho más reciente. En los últimos 15 años la bioremediación se ha convertido en un área importante de investigación y desarrollo intensivo en los ámbitos académicos, industriales y de gobierno. Uno de los contaminantes importantes que se encuentran en las áreas militares, aunque no exclusivamente en ellas dentro del país, es el que se conoce como PCBs (bifeniles policlorados). Estos son compuestos haloaromáticos de estabilidad química excepcional cuyo uso ha sido restringido
desde 1976 y su manufactura prohibida en 1979 por la Agencia de Protección Ambiental de los EE UU. Si bien su eliminación por la vía de la bioremediación aún no se ha establecido comercialmente, los avances en este campo son altamente prometedores, y en ello nuestro país ha desempeñado un rol importante. Es justo mencionar el papel desempeñado por una científica nacional, la Dra. Blanca de Hernández de la Universidad de Panamá, quien en estudios recientes realizados con otros colegas en la Universidad de California, demostró una extensa biodegradación de PCBs en el suelo mediante técnicas bioremediativas que se basan en la adición de terpenos naturales. Estudios adicionales en la Universidad de Panamá han confirmado este hallazgo. Los datos de estos estudios están en vías de publicación y el invento será motivo de una patente (U.S. Patent Application for Composition and Method for Degradation of Polychlorinated Biphenyl Compounds).
En el contexto del principio de “quien contamina paga”, una actividad contaminadora, cualquiera que fuere su naturaleza, debería asumir los costos ambientales que ocasiona. Los costos se asumirían en forma de una compensación que apoyaría, tanto la generación de conocimientos básicos y aplicados, como el fomento de industrias ambientales (Ej. industria de remediación) e inversiones sociales (Ej. salud pública).
El segundo ejemplo relacionado con la generación de conocimientos estratégicos y aplicados se refiere a lo que se conoce como Implementación Conjunta. En un contexto global, los bosques naturales y plantados pueden actuar como sumideros del CO2 que descargan a la atmósfera industrias contaminantes con los llamados gases de invernadero. Para los países industrializados, esto se ha convertido en un mecanismo que les permite contribuír de una manera eficaz a la reducción de las emisiones de dichos gases, a los que se les atribuye en gran medida, la responsabilidad por cambios climáticos globales. A este mecanismo se le conoce comúnmente como implementación conjunta porque involucra la acción concertada entre la industria y el gobierno de un país emisor y la industria y el gobierno de un país receptor. La ARI ha estimado en B/. 70,000 el costo de un estudio para estimar la cantidad de CO2 que pueden capturar los bosques y plantaciones forestales de la Cuenca del Canal. No obstante, la estimación precisa en este campo requiere de investigaciones estratégicas que permitan ir afinando en el tiempo los datos sobre el particular, los cuales dependen esencialmente de un mejor conocimiento del comportamiento de los ecosistemas y sus interacciones. Si bien esta área de investigación encuentra en las áreas revertidas un atractivo muy especial, es precisamente en las áreas contaminadas o sospechosas de contaminación por efecto de las operaciones militares, donde este novedoso mecanismo de mercado puede encontrar una oportunidad que permita compensar adecuadamente por el costo ambiental ocasionado.
Según estudios realizados por los EE UU, unas 2,139 Has. de los polígonos de Emperador, Balboa y Piña, contienen riesgos de mediano a alto para las personas que las utilicen como paseo o recreo. Esto es aproximadamente el 14% del área total de los polígonos, que es de 15,129 Has. La ARI estima que existe una alta concentración de explosivos no detonados en 2,500 Has. y que otras 2,800 son sospechosas de contenerlos. Cabe indicar que el 90% de las áreas potencialmente afectadas está cubierto con bosque denso, lo cual dificulta su detección y remediación. Si se estima en 5,300 Has. aquellas que no podrán ser utilizadas sosteniblemente, y resultare que su limpieza es imposible, entonces debe asignárseles un valor de no uso que podría ser mayor que el valor de no uso normal que tendría si, bajo otras circunstancias, se decidiera no utilizarlas con otras opciones sostenibles. Una compensación por mantenerlas sin tocar55 podría
55 De hecho, no pueden ser tocadas, pero nadie paga a sus dueños por estar obligados a no usarlas. ¿Aplica el principio de “quien contamina paga” a los contaminadores militares?
gestionarse por la vía del mecanismo de implementación conjunta, el cual podría asegurar un flujo continuo y a largo plazo de recursos financieros. El Departamento de Defensa de los EE UU debería jugar un papel importante en esta gestión.
Adicionalmente, la industria contaminante podría sufragar, tanto inversiones en la producción de conocimientos (Ej. universidades, centros de investigación), como inversiones en industrias ambientales (Ej. industria forestal) e inversiones sociales y ambientales (Ej. protección de bosques con participación comunitaria).
En materia de utilización de la biodiversidad
Aparte del tema de la contaminación, es en materia de utilización sostenible de la biodiversidad donde quizás existe el mayor potencial para el desarrollo de una industria ambiental en Panamá. En este campo hay, al menos, tres posibilidades insoslayables para la generación de conocimientos estratégicos y aplicados. Ellos se describen a continuación
Evaluación del potencial farmacológico de la biodiversidad
Si se estima que uno de cada cuatro medicamentos que se encuentran en una farmacia provienen del bosque natural, que los bosques tropicales contienen más del 60-70% de todas las especies existentes en el planeta, y que posiblemente menos del 1% de dichas especies tropicales se ha estudiado en cuanto a su potencial farmacéutico, nos damos cuenta de que tenemos ante nosotros un potencial de valor incalculable. Solamente las plantas “superiores”, que constituyen apenas el 2.5% de todos los organismos vivientes, tienen en nuestro país el potencial para producir unos 27 nuevos medicamentos que podrían tener un valor de unos B/.10,800 millones para la sociedad en su conjunto56 .
Una droga nueva para una enfermedad importante puede generar un millardo de dólares o más en ingresos. Ese es el caso del taxol, derivado del árbol Taxus brevifolia, oriundo del Pacífico Noroeste de Los EE UU (Oregon y Washington), y desechado por la industria maderera, cuyo valor es ahora más grande que toda la madera que antes se extraía de los bosques de esa región norteamericana. Un caso similar es el de la vincristina, derivada de la planta conocida en Panamá como chabelita (Catharanthus roseus), oriunda de Madagascar, y que se utiliza en el combate de la leucemia. Es interesante observar que las moléculas de ambas drogas son sumamente complicadas y, en consecuencia, muy difíciles de sintetizar artificialmente. La naturaleza es, sin lugar a dudas, el mejor fabricante. La industria farmacéutica mundial ha estado, por muchos años, a la búsqueda de nuevas drogas provenientes de los bosques naturales. Recientemente ha comenzado a interesarse en Panamá, y al menos un acuerdo con una empresa farmacéutica europea ha comenzado ya a operar. El momento no puede ser más oportuno para analizar con toda seriedad y responsabilidad el tema de los derechos de propiedad (recursos genéticos e intelectuales), tan debatido dentro de la Convención Mundial sobre Diversidad Biológica. Por otra parte, se han iniciado estudios serios, auspiciados por el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, el INRENARE
56 Cálculos basados en estimados realizados por Robert Mendelsohn, economista de la Universidad de Yale, y Michael J. Balick, director del Instituto de Botánica Económica del Jardín Botánico de Nueva York, los cuales fueron publicados en Economic Botany en 1995 con el título The value of undiscovered pharmaceuticals in tropical forests (Ver Webb, Ginger, 1996).
(Instituto de Recursos Naturales Renovables)57 y la Fundación NATURA, y con la participación de expertos de la Universidad de Utah y otras instituciones nacionales, para realizar una prospección química de nuestros bosques naturales, utilizando una metodología que, en contraposición al método convencional, permite analizar en el país extractos de plantas frescas para su utilización en bio-ensayos destinados a determinar su potencial frente a enfermedades importantes.
Las industrias farmacéuticas podrían apoyar financieramente el proceso de generación de conocimientos y contribuir al establecimiento de industrias farmacéuticas locales y a las inversiones sociales que se requeriría hacer en este campo. Por supuesto que la inversión en este esquema no puede dejarse únicamente en manos de la industria farmacéutica foránea. Es preciso que nuestras instituciones de investigación y nuestras prioridades de desarrollo tomen en cuenta el maravilloso potencial que nuestra diversidad biológica representa para el país.
Evaluación del comportamiento de especies forestales nativas
El estudio del comportamiento de nuestros ecosistemas y sus interacciones físicobiológicas nos brindará, sin duda, la información que se requiere con urgencia para impulsar el desarrollo de modelos de reforestación que utilicen especies nativas en plantaciones mixtas, cuya contribución a la conservación de la biodiversidad es presumiblemente superior a la de plantaciones monoculturales con especies exóticas, tales como teca y pino.
Evaluación del potencial alimenticio y agro-ecológico de la biodiversidad
Aun cuando apenas unas 20 plantas constituyen el 90% de la dieta básica de los seres humanos, alrededor de 70,000 plantas existentes en el mundo son comestibles (Ej. El proyecto OLAFO impulsado por el CATIE58 encontró en los bosques de Bocas del Toro una especie de palma que produce un palmito de excelente calidad y que podría comercializarse con ventajas). Si bien allí existe un potencial interesante para el desarrollo de una industria agro-alimentaria, el potencial parece ser mayor en las oportunidades que ofrece el conocimiento del comportamiento de nuestros ecosistemas tropicales. Al igual que en el aspecto forestal, el fermento para el desarrollo de una agricultura alternativa, que sea más cónsona con un trabajo con la naturaleza que en contra de ella, se encuentra allí presente sin lugar a dudas. Por ejemplo, nuevos métodos naturales de combate biológico de plagas de la agricultura pueden ser desarrollados a partir del conocimiento que adquiramos del funcionamiento de los ecosistemas.
En materia de la relación entre salud y transformaciones humanas de la tierra
Las intervenciones humanas sobre la naturaleza, con frecuencia ocasionan alteraciones de las relaciones entre sus organismos vivientes y degradan los sistemas sustentadores de la vida. Ello puede conducir, entre otras consecuencias, a la aparición de enfermedades y epidemias que afectan, tanto a la agricultura como al ser humano. No obstante el alto grado de conservación de los bosques tropicales en el área canalera, en ella se ha dado también una situación de expansión de la frontera agrícola en muchas de las tierras que revirtieron en años anteriores. Estas zonas de
57 Desde 1998, Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM)
58 Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza, organismo internacional con sede en Costa Rica.
expansión de la frontera agrícola constituyen también oportunidades para la realización de estudios biológicos sobre interacciones entre distintas especies y su relación con la salud humana. El estudio de estas interacciones y su relación con el ser humano y sus actividades primarias, permitiría el diseño de sistemas de alerta para la salud humana y la agricultura. (Ej. la leichmaniasis es, aparentemente, una enfermedad que predomina en ecosistemas intervenidos fuertemente). La disminución de la biodiversidad puede desempeñar un rol significativo en la emergencia, resurgimiento y redistribución de enfermedades infecciosas en animales y plantas. La explosión poblacional de vectores y organismos dañinos puede considerarse como un fenómeno emergente y como un signo de perturbación del ecosistema. A partir del diseño de un sólido programa de investigación en materia de la relación entre salud y medio ambiente, podría configurarse un área de excelencia con todo el potencial para desarrollar una industria de servicios médicos especializados en enfermedades ambientales en nuestro medio. Además, el diseño de un sistema de alerta significaría un sólido apoyo para la industria ecoturística del país. Siguiendo el mismo patrón de los casos anteriores, tanto las actividades perturbadoras de los ecosistemas y la biodiversidad, al igual que la industria turística, podrían desempeñar un importante rol en el apoyo financiero al proceso de generación de conocimientos en materia de salud y medio ambiente. Las actividades perturbadoras de los ecosistemas y la biodiversidad, como la agricultura intensiva en uso de agroquímicos, podrían contribuir, además, al apoyo de actividades de turismo y reforestación, así como al impulso de actividades de manejo de ecosistemas que involucren la participación comunitaria y que ayuden a evitar alteraciones drásticas en el comportamiento de los mismos.
En materia de la relación entre salud y cambio climático
La perturbación de los ecosistemas ocasionada por el ser humano no es la única que está relacionada con las enfermedades emergentes y re-emergentes. Los cambios en la dinámica del clima como los que actualmente estamos viviendo, pueden favorecer la aparición de este tipo de enfermedades. Por ejemplo, los efectos acumulados del prolongado fenómeno de El Niño (5 años, 8 meses) que culminó en agosto de 1995 y que precedieron a un fenómeno frío (La Niña) en 1995-96, aún tienen que ser evaluados en toda su magnitud. No obstante, este fenómeno frío afectó diversas regiones del globo que previamente habían estado sometidas a sequías prolongadas y ahora experimentaban lluvias intensas e inundaciones. Estas condiciones resultaron óptimas en Panamá y América Central para la reproducción de insectos, lo cual ocasionó un brote epidémico de dengue y encefalitis equina venezolana. Las investigaciones estratégicas y aplicadas en este campo contarían con la buena disponibilidad de datos climáticos confiables que a lo largo de todo este siglo han sido recopilados en el área canalera por parte de las autoridades del Gobierno de los EE UU que tuvieron a su cargo esta tarea.
Tanto el Sistema Nacional de Salud Pública como la industria turística podrían apoyar decididamente al proceso de generación de conocimientos en materia de salud y cambio climático, así como a las inversiones sociales que se requieren en esta materia. Las inversiones del sector turismo en este campo redundarían, sin duda alguna, en beneficios para el propio sector turismo.
Otras oportunidades
Otras oportunidades para la generación de conocimientos aplicados pueden encontrarse en los campos de energía, desarrollo urbano sostenible, organización social y normas ambientales, los cuales aprovecharían el laboratorio viviente que es la cuenca del canal de Panamá para desarrollar un modelo innovador de gestión integrada del conocimiento.
Algunas industrias ambientales potenciales
Lo anteriormente expuesto permite visualizar el potencial para el desarrollo de distintos tipos de industrias ambientales para Panamá, todas ellas a partir de la gestión de conocimientos básicos, estratégicos y aplicados. Entre ellas, cabe mencionar las siguientes:
• Industria turística
• Industria farmacéutica
• Industria forestal
• Industria agro-alimentaria
- nuevos productos
- nuevas formas de producción agro-ecológica
• Industria de remediación
- detección y evaluación de desechos peligrosos
- descontaminación y remoción de desechos peligrosos
• Industria de servicios ambientales
• Industria de servicios médicos en enfermedades ambientales.
• Industria de servicios académicos y de investigación.
Ojalá que las oportunidades señaladas sean exploradas tomando en cuenta, al menos, un par de reflexiones:
En primer lugar, si bien los aspectos de contaminación en las áreas revertidas constituyen un problema que puede convertirse en una oportunidad, los aspectos relacionados con la conservación y utilización de la biodiversidad son los de mayor relevancia. Es en este campo donde el legado del estilo de desarrollo del área canalera constituye nuestra mayor oportunidad y donde la búsqueda del conocimiento tiene su mejor escenario. Precisamente, aquel conformado por uno de los laboratorios vivientes más formidables del mundo tropical: la cuenca del canal de Panamá.
En segundo lugar, el aprovechamiento de esta oportunidad no debe hacernos perder de vista una serie de principios éticos59 que deben constituir una motivación permanente para que lo ecológico-ambiental sea siempre el marco dentro del cual se desarrollen todas nuestras 59 Se ha sugerido en el capítulo anterior que en la gestión de su desarrollo sostenible las sociedades adopten los siguientes principios éticos: que no privilegien las ganancias a corto plazo sobre la salud de los ecosistemas; que no agoten los recursos que necesitarán las futuras generaciones; que no deterioren los recursos o contaminen el ambiente de otras sociedades; que no mantengan sus recursos y ambiente sin degradar o contaminar a expensas de degradar o contaminar los recursos y ambiente de otras sociedades; que no dejen a los necesitados o marginados sin recursos para favorecer a los acaudalados; que permitan una amplia y equitativa participación social en el proceso de generación y distribución de la riqueza; que basen las relaciones humanas, políticas y comerciales en principios de equidad, justicia, respeto y solidaridad, y; que se comprometan a compartir, en un marco de equidad global, recursos vitales que están distribuidos desigualmente entre las sociedades del planeta
actividades económicas, que deben estar al servicio de la vida y la sociedad, más que del consumo.
Nota posterior:
La nueva investigación biotecnológica
El desarrollo de nuevas industrias a partir de las posibilidades que ofrece la naturaleza ha cobrado importancia en los últimos años a partir del impulso a una nueva área de investigación biotecnológica. Se trata de la “biomímica”, una combinación de biología, ingeniería y diseño, en la que numerosos equipos interdisciplinarios de científicos e ingenieros buscan analizar en detalle las estructuras químicas y moleculares de los materiales más complejos que existen en la naturaleza, para utilizarlos como modelos de nuevas biotecnologías. Esta investigación está descubriendo que muchos de nuestros mayores problemas tecnológicos han sido resueltos por la naturaleza misma de una manera eficiente, elegante y ecológica (Capra, 2002).
De acuerdo con Janine Benyus (Mau, 2004), escritora científica en esta materia, la forma en que la materia carente de células vivas en los cuernos de los rinocerontes se repara cuando se resquebraja, está sirviendo de modelo para la producción de concretos y plásticos que se autoreparan luego de rajaduras o quebraduras. En esa misma línea, hay grupos interdisciplinarios trabajando en la producción de una fibra emulando el proceso de fabricación de la telaraña que, gramo por gramo, es cinco veces más fuerte que el acero. Igualmente se estudia la forma en que los mejillones producen un pegamento que, bajo el agua, se adhiere a cualquier superficie, así como el proceso mediante el cual los abalones generan una concha que es dos veces más resistente que la cerámica que hoy día se fabrica utilizando alta tecnología. ¿Cómo pueden estas criaturas fabricar tan maravillosos materiales a temperatura ambiente, bajo el agua, silenciosamente y sin la producción de sub-productos tóxicos? (Capra, 2002).
La biomímica tiene también una dimensión en apariencia menos compleja. Aprender de la naturaleza comienza por observarla en todas sus formas y procesos. Por ejemplo, los chimpancés son fabulosos maestros de lo que debemos comer. Se ha descubierto que ellos se automedican al escoger ciertas plantas en la selva, prepararlas en ciertas formas y utilizarlas en procesos curativos (Mau, 2004). ¿Pueden descubrirse nuevos procesos naturales de medicación a partir de tales observaciones? Ciertamente, todo un campo de gestión del conocimiento, en el que nuestros países tropicales, tan ricos en biodiversidad, poseen invaluables ventajas comparativas.
Mayo de 2005
Bibliografía del Capítulo 6
• Castro Herrera, Guillermo. 1994. Los trabajos de Ajuste y Combate. Colombia: Colcultura.
• Capra, Fritjof. 2002. The Hidden Connections. Anchor Books, New York. 300 pp.
• Mau, Bruce. 2004. Massive Change. Phaidon Press Inc. New York. 240 pp.
• Webb, Ginger. 1996. Scientists calculate at least 328 new drugs could be developed from tropical rainforests. Herbalgram, 36.
Capítulo 7
LOS ECOSISTEMAS Y LA GESTIÓN DEL DESARROLLO60
“Ya no se ven los tío chichos”
Cerro Punta es una hermosa región de las tierras altas del Occidente de Panamá. En sus suelos profundos y negros de origen volcánico puede cultivarse casi de todo. Su privilegiado clima de altura ha hecho de ella una de las principales zonas productoras de papa y cultivos hortícolas del país. La transformación de su paisaje original en hermosos cultivos se hizo tecnificando la producción a la usanza de las mejores, pero no tan ambientalmente amistosas prácticas agrícolas “modernas” de los países “desarrollados”; prácticas generosas en el uso de agroquímicos para combatir las terribles plagas y enfermedades que atacan los cultivos y que siempre apuntan, como espada de Damocles, a cualquier intento del ser humano por dominar los sistemas agrícolas que él mismo ha diseñado. El productor de Cerro Punta conoce esto muy bien, al igual que cualquier agricultor “tecnificado” del mundo. ¿Muy bien?... Conocer muy bien que donde hay agricultura hay plagas y que cuando hay plagas la mejor forma de combatirlas es aplicando químicos es desconocer el funcionamiento natural de los ecosistemas. Por eso, Cerro Punta se convirtió, con los años, en una especie de depositaria de contaminantes residuos agroquímicos en sus suelos. El olfato menos agudo percibe su olor al nomás atravesar la entrada del poblado.
Atravesé la barrera química del poblado una tarde del verano de 1992, por primera vez desde hacía una década cuando, durante unos 15 años incursionaba periódicamente en esa zona para ejecutar, coordinar o dirigir con mis colegas de la Facultad de Agronomía, mis investigaciones destinadas a combatir el nematodo dorado de la papa, una destructiva plaga del cultivo cuyo combate se hacía cada vez más necesario y oneroso. Me detuve a tomar un refresco en el restaurante y hotel de mi amiga Lilia, a quien no había visto en todo ese tiempo. - ¿Qué ha pasado en Cerro Punta? El olor a plaguicidas es insoportable- le dije. - ¡Ay, amigo mío! usted no sabe... ya ni siquiera se ven los tío chichos- me contestó. Los tío chichos ( tuve que preguntar) eran unos pajaritos que siempre revoloteaban en los jardines y patios de las casas.
Durante buena parte de la década de 1970 mis colegas de la Facultad, del Instituto de Investigaciones Agropecuarias de Panamá y yo, desarrollamos una estrategia de combate del nematodo dorado que permitía reducir la cantidad de agroquímicos en el cultivo de la papa a una quinta parte de la que en ese momento se aplicaba. Comprobamos científicamente nuestra tecnología y nos preparamos para divulgarla a los productores de papa, a quienes citamos a tempranas horas de la noche de un día normal de trabajo. ¡Sorpresa! Asistieron únicamente tres productores. Nuestra convocatoria, con apoyo del Ministerio de Desarrollo Agropecuario, no había sido para nada efectiva. Los vendedores de agroquímicos seguramente tienen mejores extensionistas que el Ministerio, me dije a mí mismo, obviamente desilusionado. Impartimos nuestra charla divulgativa y nos fuimos a descansar. Como si nada hubiera pasado, como si los resultados de las investigaciones no importaran, se han continuado utilizando generosas cantidades de agroquímicos hasta el día de hoy. Y se ha continuado agrediendo al ecosistema,
ejerciendo los agricultores sus prácticas, como siempre de espaldas a la naturaleza y con el apoyo de los “extensionistas” vendedores de agroquímicos.
Agosto de 2005
Hay tiempos en que la decisión más difícil de tomar es la de reconocer lo obvio. Es obvio que las economías del mundo están basadas en los bienes y servicios derivados de los ecosistemas; también es obvio que la vida humana misma depende de la capacidad ininterrumpida de los ecosistemas para proveer sus múltiples beneficios. Sin embargo, por demasiado tiempo, tanto en naciones ricas como pobres, las prioridades de desarrollo se han enfocado en cuánto puede la humanidad quitarle a los ecosistemas, prestando poca atención al impacto de nuestras acciones.
WORLD RESOURCES 2000-2001
People and Ecosystems: The fraying Web of Life
UNITED NATIONS DEVELOPMENT PROGRAMME
UNITED NATIONS ENVIRONMENT PROGRAMME
WORLD BANK
WORLD RESOURCES INSTITUTE
Desarrollo sostenible: la paradoja del paradigma
El evento de mayor trascendencia global ocurrido durante la década de los noventa fue, quizás, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro durante los días 3 al 14 de junio de 1992. Conocida como la Cumbre de la Tierra, la conferencia reunió a las máximas autoridades de casi todos los países del mundo y de los organismos internacionales, y permitió, en foros paralelos, numerosos encuentros de los más importantes organismos no gubernamentales y de la sociedad civil. Todos ellos cerraron filas en torno a la causa de la salvaguarda de los elementos sustentadores de la vida humana en el planeta, dentro de un marco de justicia social, equidad en la distribución de los beneficios económicos y respeto por el entorno natural, sin los cuales ninguno de los esfuerzos que se hagan en pro del desarrollo, podrá tener ningún sentido, y mucho menos durabilidad.
En aquella ocasión, el concepto de desarrollo sostenible comenzó, con mayor fuerza que en los años inmediatamente anteriores a la Conferencia, a formar parte de la retórica y las agendas de todas las estrategias de desarrollo de la mayoría de los países del mundo y de los organismos internacionales. Pero también comenzó a despertar inquietudes en lo que ya se perfilaba como una estrategia conformada por objetivos conflictivos entre sí. No parecía fácil armonizar los objetivos sociales, económicos y ambientales que exigía el nuevo paradigma del desarrollo sostenible.
Casi una década después, aún no se ha encontrado la fórmula armonizadora de esos objetivos; más bien, lo que ha ocurrido es una mayor polarización entre ellos. Los economistas más recalcitrantes no parecen compadecerse de la forma como la civilización ha estado tratando a los recursos naturales, mientras que los ambientalistas más conservadores parecen descartar toda forma de intervención del mundo natural que se sospeche pueda tener un efecto ambiental negativo.
No obstante, a pesar de la polarización señalada, han ocurrido avances en materia ambiental durante la década que ha seguido a la Cumbre de la Tierra. Avances tímidos para algunos, significativos para otros; pero en ningún caso correspondientes con avances en el entendimiento del alcance de nuestras relaciones con el mundo natural. Es en este entendimiento donde parece estar el meollo del asunto. Hemos tenido éxito en despertar una mayor conciencia ambiental entre los seres humanos, hemos avanzado en la mitigación y prevención de problemas ambientales puntuales a través del uso de tecnologías más respetuosas del ambiente, pero no hemos tenido éxito en manejar integrada y sosteniblemente los recursos naturales, requisito esencial para compatibilizar los esfuerzos de conservación con las acciones de desarrollo. Quizás por ello, vivimos reparando o colocando parches temporales a los problemas ambientales que ocasionan nuestras actividades industriales, agrícolas y de servicios. Esos parches crean nuevos problemas que, a su vez, son remediados con nuevos parches, desencadenándose una cadena sucesiva de reacción : acción : reacción: acción, etc., o de ajustes y combates entre la naturaleza humana y extrahumana.61 Acción de los seres humanos frente a los problemas vs. reacción de la naturaleza. Tal vez no hemos reparado aún en la esencia de los planteamientos de la Agenda 21, aquel documento que fue adoptado por todos los países que participaron en la Cumbre de la Tierra, y que constituye una guía invaluable para todos los procesos y planes de desarrollo sostenible en cualquier parte del mundo.
La Agenda 21 señala en uno de sus capítulos que “los recursos de la tierra son utilizados para una variedad de propósitos que interactúan y pueden competir entre sí; por lo tanto, es deseable planificar y manejar todos los usos de manera integrada”. El enfoque integrado en el tratamiento de los recursos naturales está presente en varios de los capítulos de la Agenda, a veces de manera directa, otras con insinuante sutileza. Pero, tal vez deja mucho margen a la interpretación del rol de lo ecológico como eje central del paradigma del desarrollo sostenible.
Por otra parte, es claro que no puede haber desarrollo sostenible sin equidad social. La inequidad en la distribución de los recursos y de los beneficios económicos incrementa la pobreza y contribuye significativamente al deterioro de la base de recursos naturales. El afán de crecimiento económico y de competencia en un mundo cada vez más “globalizado” no ha contribuido a mejorar las condiciones y calidad de vida de nuestras sociedades. De hecho, para algunas comunidades rurales, el término “desarrollo sostenible” ya comienza a ser mal visto. Las comunidades no se “sostienen” a base de gestiones cortoplacistas. El paradigma del desarrollo
61 … toda la historia es solamente la narración de los trabajos de ajuste y los combates entre la naturaleza extrahumana y la naturaleza humana...( JOSÉ MARTÍ. De “Serie de Artículos para la América”).
sostenible resulta ahora paradójico: su hipotética armonización de objetivos es al mismo tiempo su característica más problemática. El éxito en el logro de uno de sus objetivos ha resultado en el fracaso en la consecución de otro. Resolver esa evidente paradoja bien puede ser el mayor desafío que enfrenta nuestra civilización actual.
Posiblemente, la solución de la paradoja debe comenzar por una re-definición del concepto de desarrollo. Es sabido que el desarrollo es un proceso de transformación de la sociedad. Sunkel (1980) señala que el desarrollo, así entendido, es un proceso caracterizado por una expansión de la capacidad productiva de la sociedad, la elevación de los promedios de productividad por trabajador y de ingresos por persona, cambios en la estructura de clases y grupos y en la organización social, transformaciones culturales y de valores, y cambios en las estructuras políticas y de poder, todo lo cual conduce a una elevación de los niveles medios de vida. Al mismo tiempo señala que ésta no es una definición normativa del desarrollo ideal y que no implica que las diferentes dimensiones de cambio identificadas sean coherentes y sostenibles a largo plazo, ni favorables a la autonomía nacional y al bienestar de las masas de la población. Pero, ¿no habría que incorporar estos elementos en la definición para que no haya necesidad de hacer una clasificación de diferentes estilos de desarrollo y se entienda que cuando se habla de desarrollo, este necesariamente debe ser sostenible? Algunos autores (Clark, Pérez-Trejo y Allen, 1995) han sugerido que el concepto de desarrollo hay que re-definirlo como un proceso de cambio estructural en los sistemas económicos más que en términos de producción económica. Estos autores señalan también que el entendimiento de la complejidad de los sistemas económicos y de la interacción de sus componentes a partir del desarrollo de modelos no lineales es esencial para abordar la temática del desarrollo sostenible, por una sencilla razón: porque tal complejidad ha ido creciendo como parte de un proceso evolutivo normal.
Un mundo de interacciones complejas62
Complejidad es una palabra clave para comprender las relaciones entre el ser humano y el mundo natural; es quizás la característica que mejor describe nuestra ignorancia sobre la vida y la naturaleza. El poco conocimiento de la complejidad y alcance de las interacciones que tienen lugar entre las actividades humanas y los procesos físicos y biológicos naturales muy bien podría explicar las razones de nuestra poca capacidad para desarrollar actividades que sean más sostenibles en lo ambiental y humano que las que hemos desarrollado hasta ahora. También explicaría nuestra poca capacidad para hacerle frente a lo que a todas luces resulta cada vez más obvio: si los recursos naturales se manejaran o fueran intervenidos apropiadamente en el desarrollo de nuestras actividades productivas, no ocurrirían tantos problemas ambientales como los que hoy constituyen motivo de preocupación a escala global. Ecosistema es otra palabra clave para entender las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Vivimos y dependemos de los ecosistemas (esas comunidades sostenibles de organismos vivientes que interactúan entre sí y con su ambiente físico), tanto para nuestra subsistencia como para el desarrollo de nuestras civilizaciones. Sin embargo, conocemos muy poco acerca de cómo movernos en armonía dentro de ellos, a no ser por los conocimientos que
62 “Vivimos en un mundo de sorprendente complejidad. Moléculas de todo tipo se juntan en una danza metabólica para fabricar células. Células interactúan con células para formar organismos; organismos interactúan con organismos para formar ecosistemas, economías y sociedades” (S. KAUFFMAN. At home in the Universe, 1995).
“El universo es una eterna danza de partículas sub-atómicas cuyas relaciones entre sí son al mismo tiempo asombrosamente lógicas y totalmente inexplicables” (F. Capra. El Tao de la Física. 2005).
generamos para ejercer una lucha constante contra las reacciones conque la naturaleza responde a nuestras intervenciones. Nuestro entendimiento sobre los límites de la capacidad que tienen los distintos ecosistemas para asimilar los desechos de nuestras actividades industriales o para regenerar los componentes físicos y biológicos que se destruyen es insuficiente. Quizás, en menor grado, también lo es el conocimiento que tenemos de los efectos que trascienden el área geográfica de nuestras intervenciones.
En momentos en que nuestra civilización se vanagloria de todos los avances que ha tenido en materia de ciencia y tecnología y que la mayoría de los seres humanos educados se enorgullece al afirmar que vive en sociedades donde el conocimiento constituye la base de las economías modernas, nuestra ignorancia en este campo es ciertamente irónica. Obviamente, la ignorancia es mayor cuando tratamos con ecosistemas tropicales, ya que su alta diversidad biológica involucra un mayor número de interacciones y una mayor complejidad que otros ecosistemas menos diversos. Se nos hace difícil estimar la relación entre esa riqueza tropical diversa y el conjunto de las actividades que los seres humanos realizan en los campos y las ciudades. La civilización actual y la conquista de los trópicos han hecho caso omiso de la complejidad del mundo natural y han desestimado la vinculación de éste con los procesos productivos humanos.
El ser humano y todas las especies vivientes alteran el medio ambiente, y éste, a su vez, condiciona su comportamiento y hasta su propia existencia. Pero el ser humano tiene una capacidad mayor que el resto de las especies vivientes para alterar el medio ambiente a través de sus actividades extractivas y contaminadoras. Ello ha sido más visible a partir de la revolución industrial y del establecimiento de los estilos de desarrollo económico que han prevalecido hasta el presente. A medida que los seres humanos han ido poblando, y quizás superpoblando la faz de la Tierra, las alteraciones ambientales que han ocasionado, medibles ahora en una escala global, han comenzado a poner en peligro la existencia de muchas especies y a modificar los patrones de conducta y convivencia social de la propia especie humana63
Cada acción o intervención humana genera una cadena de interacciones que ocurren como consecuencia de modificaciones de procesos físicos y biológicos naturales que están interconectados. Por ello, resulta difícil estimar y, más aún, predecir el alcance de los efectos de nuestras intervenciones masivas en el espacio y en el tiempo.
Para los seguidores de la hipótesis de Gaia, la Tierra es un planeta vivo (en virtud de la red de interacciones complejas) que reacciona como un solo organismo a todo tipo de intervención. Tiene la capacidad de sanar sus propias heridas, auto-regularse y reciclar sus propios desechos, incluyendo los de la especie humana que es parte de este super-organismo, compuesto tanto del ambiente físico y químico, como de muchos pequeños y grandes organismos interdependientes que llamamos especies. Aunque la hipótesis ocasionó un rechazo en la comunidad científica cuando fue propuesta como una teoría a fines de la década de los 70, cuando el enfoque sistémico (“holístico”) era mal visto por la mayoría de los científicos naturales, hoy día ha vuelto a ser motivo de atención ante el creciente interés científico en los temas de la complejidad y su dinámica.
Si bien su postulante, James Lovelock (1979), argumentó que la biosfera tiene una capacidad para mantener el planeta saludable mediante el control de su ambiente físico y químico, lo cual significa que mantiene estables incluso a los gases de invernadero como el CO2
63 Un pequeño ejemplo de una alteración antropógenica es el caso de la leichmaniasis, enfermedad transmitida por una chitra (Lutzomiya sp.) que vive en las copas de los árboles, y aparece cuando se deforesta o se interviene la frontera boscosa con propósitos agrícolas.
(siempre que no trascendamos los límites), lo importante de la hipótesis es la conceptualización a escala planetaria de las relaciones de interdependencia entre sus componentes físicos, químicos y biológicos, y de la capacidad autorreguladora del planeta. Las relaciones de interdependencia constituyen también la esencia de la ecología profunda, la cual se ha planteado como un nuevo paradigma que sugiere cambiar la concepción tradicionalmente antropocéntrica de la ecología por una concepción ecocéntrica que reconozca en un mayor grado la interdependencia de todos los fenómenos. El concepto de ecología profunda abarca, entonces, lo que la ecología siempre debió ser: la ciencia integradora de todos los fenómenos físicos, químicos y biológicos que ocurren en la biosfera.
Desde la perspectiva de una escala menor, las relaciones de interdependencia deberían ser más obvias. Sin embargo, pareciera que lo obvio se ha perdido de vista ante el énfasis en el estudio de elementos aislados, producto de una cultura científica reduccionista que ha puesto mayor énfasis en el análisis de las partes que en la comprensión del todo y en la forma en que ellas lo integran, o dicho metafóricamente, en el estudio del árbol sin alcanzar a ver el bosque. La escala menor a la que me refiero es la de las cuencas, las ecoregiones, o si preferimos, los ecosistemas, pero también la de las fincas y agroecosistemas.
Aún no hemos visto el bosque64
El reduccionismo (predominante en la ciencia de los últimos tres siglos), como principal enfoque de la investigación científica, si bien ha permitido que la ciencia avance vertiginosamente y ha conducido a notables hallazgos y desarrollos tecnológicos, no ha contribuido al arraigue del concepto de síntesis en el campo científico, tan necesario para entender la complejidad del mundo que habitamos. Y es que la naturaleza es tan compleja que hemos tenido que estudiarla por segmentos y especializarnos en ellos. Inevitablemente, esa especialización ha creado enormes vacíos de información. Debido a ello, los modelos de comportamiento biológico rara vez son predecibles bajo condiciones naturales y, por si fuera poco, tampoco parecen serlo a nivel molecular. Las recientes revelaciones sobre el genoma humano muy probablemente aportarán más evidencia de que los procesos de la vida no son únicamente condicionados por genes específicos, salvo contadas excepciones, sino por las interacciones que ocurren entre ellos. Y esto, por supuesto, no lo facilita el hecho de que se haya comprobado la existencia de unos 30,000 genes humanos cuando se anticipaba que andarían por los 100,000.
Podemos deducir que los problemas que aún persisten se deben fundamentalmente a nuestro limitado conocimiento de cómo debemos interactuar con el mundo natural. Consciente o inconscientemente, nuestros tradicionales enfoques científicos parecen resistirse a ello.
El predominio de lo simple y el enfoque de reparaciones rápidas son dos aspectos muy relacionados. Ambos parecen derivarse del reduccionismo científico, el cual es ciertamente más justificable en la investigación básica que en la aplicada. El primero se refiere a tratar lo complejo desde sus componentes más simples, desmenuzando el todo para estudiar los pedazos como si fueran entes independientes o piezas de un rompecabezas; solo que al tratar de armarlo, las piezas no encajan del todo. El segundo se refiere a los “parches y curitas” que utilizamos para
64 “No obstante, me choca que al mismo tiempo que hemos identificado muchos árboles, aún no hemos visto el bosque”
ERNST MAYR. This is Biology, 1997
sanar problemas complejos que, como ya indiqué anteriormente, nos conducen por el interminable camino de problemas > reparaciones rápidas > nuevos problemas > más reparaciones rápidas, etc. Este segundo aspecto no sería tan grave si no fuera porque la búsqueda de soluciones duraderas, por lo integrado y complejo del enfoque, se queda muy atrás en la carrera por “el desarrollo”, frente a la urgencia que ella impone para encontrar nuevas tecnologías, nuevos productos y nuevos modos de producción, por lo general, para que nuestras sociedades sean más productivas, más competitivas y más consumidoras, antes que para mejorar su bienestar y calidad de vida en el largo plazo.
¿Guerra contra la naturaleza?
El reduccionismo científico, unido a la carrera desarrollista y a la urgencia de satisfacer necesidades humanas apremiantes, ha conducido, ayer y hoy, a diseñar estrategias para librar batallas contra la naturaleza, más que para convertirla en nuestra aliada. Y ello continuará así mientras no nos percatemos de que somos parte de esa naturaleza, y no sus amos.
El combate contra las plagas ejemplifica esa visión beligerante. Mark L. Winston (1997) lo plantea muy bien al señalar: “Puede que necesitemos librar batallas específicas contra las plagas, pero estas batallas han conducido últimamente a la escalada de una costosa guerra contra la propia naturaleza; una guerra que al final estamos condenados a perder.”
Por ejemplo, fabricamos plaguicidas químicos que luego se vuelven contra nosotros y paulatinamente pierden efectividad contra las plagas que ellos estaban destinados a combatir. Menos de una década transcurrió desde el advenimiento del DDT hasta que se reportaran los primeros indicios de plagas resistentes a este poderoso insecticida, nacido a raíz de la segunda guerra mundial, y hoy prohibido para fines agrícolas y forestales en todos los rincones del planeta por sus efectos nocivos sobre los seres humanos y otras especies. Sin minimizar los beneficios que, tanto el DDT como otros químicos han brindado a la humanidad en el combate de enfermedades humanas y otras calamidades, hoy deben ser colocados en una balanza frente a los daños ecológicos que en el largo plazo han sido capaces de ocasionar. Al día de hoy se han reportado más de 500 especies de insectos, patógenos vegetales, malezas, nemátodos y hasta roedores, como resistentes a uno o más plaguicidas existentes en el mercado. Lo mismo puede decirse de los antibióticos y el combate de las enfermedades bacterianas. El combate de plagas y enfermedades en el cultivo del banano ilustra el enfoque reduccionista que ha prevalecido en la investigación agrícola aplicada. En los principales países productores de la América Central, la producción para la exportación depende del monocultivo de una sola variedad, es decir, del establecimiento de un agroecosistema extremadamente simplificado. El banano cultivado en este agroecosistema simplificado es susceptible a una enfermedad conocida como Sigatoka Negra, cuyo agente causal es un hongo que se combate con fungicidas químicos sintéticos. Con el tiempo, el hongo ha ido adquiriendo resistencia a las continuas aplicaciones del fungicida, y las empresas productoras han ido incrementando las dosis y frecuencias de aplicación. Sin ninguna capacidad de amortiguamiento, el agroecosistema simplificado de banano está sometido permanentemente al enfoque de reparaciones rápidas que se traduce en el círculo vicioso siguiente: enfermedad > control químico > resistencia de la enfermedad a químicos > más aplicaciones de químicos > incremento en la severidad de la enfermedad, etc. Las consecuencias de este ciclo son obvias.
¿Y qué decir de los cultivos transgénicos que hoy han incursionado aceleradamente en los mercados agrícolas mundiales? Ya se comienza a tener evidencia que los cultivos
transgénicos pueden generar problemas de malezas, afectar a los organismos benéficos que no constituyen el objetivo a controlar, y perturbar los procesos naturales de los ecosistemas (Marvier, 2001). Es conocido que la ingeniería genética hace posible transferir genes de virtualmente cualquier especie –animal, bacteria o planta- hacia casi cualquier otra especie, sin importar cuán relacionadas estén entre sí. Así, la ingeniería genética puede crear muchas más combinaciones de genes y nuevas conformaciones genéticas que el mejoramiento genético tradicional. Su potencial la ha convertido en la nueva tecnología biológica de hoy, pero no las trae del todo consigo.
Existen, al menos, dos preocupaciones de índole ecológica en torno a los cultivos transgénicos. La primera de ellas tiene que ver con las plantas a las cuales se les ha incorporado genes provenientes de la bacteria Bacillus thuringiensis; estos genes hacen que las plantas produzcan toxinas letales a los insectos que traten de alimentarse de ellas. También tiene que ver con las plantas a las que se les ha introducido genes que les confieren resistencia a herbicidas. Ante la ausencia de insectos herbívoros que ataquen a las primeras, y de susceptibilidad a las aplicaciones de herbicidas en el caso de las segundas, estas plantas pueden convertirse en malezas agresivas, por sí mismas o como resultado de la hibridación entre ellas y sus parientes silvestres (12 de los 13 cultivos alimenticios más importantes se cruzan con parientes silvestres en algún lugar de su distribución). Esta hibridación podría conducir a una transferencia inevitable de genes una vez que los agricultores cultiven a escala comercial las variedades transgénicas, generando así un problema adicional y quizás de mayor severidad que el que se pretendía solucionar.
La segunda preocupación de índole ecológica relacionada con las plantas transgénicas resistentes a insectos es su posible efecto nocivo sobre animales benéficos o “inocentes”, hacia quienes no va dirigido este método de control. John Losey et al, (1999) desencadenaron esta preocupación al reportar que una variedad transgénica de maíz (y su polen diseminado por el viento a otras plantas cercanas) podía matar las larvas de la mariposa monarca. Según Michelle Marvier, otro estudio reciente por Deepak Saxena (Nature, 1999) reveló que plantas transgénicas de maíz resistentes a insectos exudan de sus raíces un compuesto insecticida que, al fijarse con las partículas de suelo retiene sus propiedades insecticidas por 230 días o más, y con efecto acumulativo.
Las regulaciones actuales de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los EEUU asumen que un cultivo transgénico es seguro a menos que se demuestre lo contrario. Alternativamente, ante las crecientes evidencias (o dudas), algunos proponen que deberíamos asumir que un cultivo transgénico es inseguro hasta que su fabricante demuestre su seguridad. Por otra parte, llama la atención que los cultivos transgénicos resistentes a insectos que han sido aprobados por la EPA son maíz, algodón, papa y tomate, todos cultivos originarios de Meso y Sur América, con excepción de algunas especies de algodón. Esto equivale a decir que en estas zonas de origen, al contener en forma natural la mayor variabilidad de parientes silvestres de esas especies, el potencial de hibridación de ellas con sus parientes transgénicos es mayor que en otras zonas, lo que probablemente incrementaría allí, más que en ningún otro lugar (ciertamente no en USA o Canadá), el riesgo de generar nuevos problemas ecológicos.
65
La visión ecológica
65 “Quizás la lección de historia más impresionante es la que nos señala que, a pesar de toda nuestra pericia científica, toda nuestra inversión en maquinaria productiva y toda la riqueza que hemos adquirido, aún no hemos escapado de la insuficiencia de nuestro conocimiento. Por el contrario, cada año encontramos mayores problemas
¿Que tienen en común los enfoques convencionales de ayer con los biotecnológicamente modernos de hoy? Sin demeritar las encomiables, cuidadosas y exhaustivas evaluaciones de las agencias reguladoras de los Estados Unidos y Canadá para autorizar la venta de semillas transgénicas, muy probablemente ninguno de los dos enfoques va más allá de su restringido ámbito de acción y del entorno compartimentalizado por el que han transitado la ciencia y la tecnología hasta nuestros días. La investigación sobre las relaciones ecológicas es bastante más compleja y requiere de esfuerzos investigativos especiales y concertados entre múltiples disciplinas, los que no siempre son atractivos entre la comunidad científica. Además, aun cuando así se haga dentro de un ecosistema determinado, sus resultados no pueden generalizarse.
Por otra parte, este tipo de investigación requiere, como en todo lo que respecta a nuevas formas de intervención de la naturaleza, que se adopte una perspectiva histórica y se establezca un diálogo entre las ciencias humanas y las ciencias naturales. Para los científicos biológicos, ello puede entrañar un problema mayor que trasciende los límites de lo que hasta ahora ha constituido dos culturas separadas: la de las ciencias y la de las humanidades.
El historiador ambiental norteamericano Donald Worster nos habla de una perspectiva ecológica de la historia. La naturaleza es, opina Worster, en una importante medida, el resultado de prolongadas intervenciones humanas en los ecosistemas que la integran. Nuestras ideas acerca de la naturaleza y su utilidad están socialmente determinadas de múltiples maneras. Nuestros problemas ambientales se originan en el uso que hemos venido haciendo de los ecosistemas en el pasado y la conversión de ellos en ecosistemas simplificados (agroecosistemas). Esta perspectiva histórica es importante para poder entender lo que por lo general no se ve en el lapso de una vida humana.
Desarrollo vs. conservación sigue siendo un dilema aún no resuelto. Y no lo será mientras lo sigamos enfocando en función de dos alternativas: la económica y la conservacionista. En ambas parece haber una ausencia casi absoluta de la gente, de las sociedades y comunidades rurales y urbanas, a las que en raras ocasiones se les pregunta su opinión. Si bien es cierto que las formas de intervención de la naturaleza están en función de las formas de organización de la sociedad, la organización social se hace muchas veces en función de decisiones que se toman de arriba hacia abajo. Pero fundamentalmente, en ambas alternativas, lo que predomina es una carencia de visión ecológica. Y esa carencia de visión ecológica se traduce más específicamente en otro dilema muy real en el mundo económico: el de las ganancias en el corto plazo vs. los beneficios en el largo plazo.
En un artículo reciente aparecido en la revista Science, William F. Laurance (2001), investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, y colaboradores, se refieren al futuro del Amazonas brasileño y al conflicto entre conservación y desarrollo con un alto grado de preocupación. Este ecosistema contiene el 40% de los bosques húmedos tropicales que quedan, pero también tiene la más alta tasa absoluta de deforestación (cerca de 2 millones de hectáreas por año). Señala Laurance que, aun cuando una iniciativa de los países G-7 está intentando canalizar USD 340 millones para promover la conservación y el desarrollo sostenible, lo cierto es que el programa gubernamental “Avanza Brasil” está promoviendo las inversiones de alrededor de USD 40,000 millones en docenas de megaproyectos y obras gigantescas de ecológicos que antes, para cuyo manejo no estamos preparados. Y esta crisis de gestión amenaza con agravarse aún más en los albores del nuevo siglo”. Donald Worster. 1993. The Wealth of Nature.
infraestructura: hidroeléctricas, ferrocarriles, carreteras, canalización de ríos, etc. con la exclusión del Ministerio del Ambiente del proceso de planificación. Irónicamente, el apoyo financiero de los países G-7 es menos del 1% de lo que el programa ha planeado invertir. Esto tipifica el proceso de arriba hacia abajo, en el cual los proyectos son aprobados mucho antes de que los costos y riesgos ambientales sean evaluados. Pero, ¿es esto cierto? ¿o es que hay temor de que un ambientalismo recalcitrante dé al traste con proyectos considerados vitales para el desarrollo económico?
¿Cómo compatibilizar el desarrollo con la conservación, particularmente en un ecosistema como el amazónico, que tiene un rol vital en el mantenimiento de la biodiversidad, en la hidrología y clima regional y en el almacenamiento de carbono terrestre? A casi diez años de la Cumbre de la Tierra aún no tenemos respuesta a esta interrogante. ¿Por qué?
El debate entre la conservación y el desarrollo parece ser ahora más intenso que antes, quizás también como resultado de una mayor conciencia ambiental que se ha traducido en la aparición de organizaciones conservacionistas no gubernamentales cada vez más beligerantes. Pero esta mayor conciencia ambiental no podrá ir muy lejos en el proceso de compatibilizar la conservación con el desarrollo porque, en primer lugar, tal compatibilización solo puede darse en la medida en que aumenten nuestros conocimientos sobre los efectos ambientales reales de nuestras intervenciones, y en segundo lugar, porque los conocimientos que requerimos son aquellos que nos permitan entender cada vez más la naturaleza de las relaciones entre las actividades humanas y los procesos físicos y biológicos de los ecosistemas. Esto último parece difícil de alcanzar, particularmente en ecosistemas tropicales caracterizados por una gran diversidad de interacciones biológicas complejas. Mientras ello no se dé, las percepciones sobre el verdadero significado de una teoría como la de Gaia, oscilarán desde los que tendrán la convicción de que la Tierra es capaz de autoregularse, asimilando y reciclando sus propios desechos (lo que podría ser interpretado por las industrias como un argumento a favor de una licencia para contaminar), hasta los que aleguen que hay un límite a la capacidad de regeneración de ecosistemas y asimilación de desperdicios. Por ello, se impone un nuevo tipo de gestión en la búsqueda del conocimiento, que sea más interdisciplinario y más integrado intersectorialmente, por decir lo menos. Y como este nuevo tipo de gestión tiene que ver a la ecología como lo que realmente es, la que estudia los procesos físicos, químicos y biológicos y las interacciones entre todos los organismos vivientes y su medio, y no como una ciencia de las relaciones naturales extrahumanas, como es vista por algunos, entonces se impone un proceso de gestión del conocimiento basado en el estudio del comportamiento de los ecosistemas y las relaciones interdependientes de sus procesos.
Nuevas herramientas
¿Cómo pueden los seres humanos actuar en armonía con su entorno si están constantemente alterándolo? Pueden…, si se hacen los ajustes correctos. Pueden…, si se vuelve a trabajar con y no en contra de la naturaleza. Después de todo, no podemos dejar de intervenirla como tampoco podemos dejar de hacer ciencia. Esa ciencia es la que nos ofrece ahora nuevas herramientas para establecer una nueva alianza con la naturaleza.
La visión de que los sistemas vivientes constituyen redes cuyos componentes están interconectados y son interdependientes ha sido expresada repetidamente, de una forma u otra, a través de la historia de la filosofía y la ciencia. Hoy se sabe que la interdependencia de todos estos componentes o agentes le confiere al sistema la capacidad de auto-organizarse
espontáneamente y de adaptarse según las circunstancias, ya sea que se trate de sistemas políticos, económicos, sociales, ecológicos, genéticos, celulares o moleculares. Sin embargo, no ha sido hasta muy recientemente que, en virtud de las nuevas herramientas matemáticas y de computación, los científicos han podido desarrollar modelos que hacen posible simular la interconexión de los componentes de las redes que caracterizan a dichos sistemas.
La nueva matemática de la complejidad, que intenta ser aplicada a todos los sistemas vivientes, está permitiendo el desarrollo de teorías y modelos para diversos sistemas complejos, cuya característica distintiva es su capacidad de auto-organización y adaptación. A partir de estos avances, la complejidad ha sido planteada como una nueva ciencia destinada a entender el comportamiento de todos los sistemas vivientes y a –ojalá- aplicar el entendimiento al desarrollo de mejores formas de interacción de los seres humanos con la naturaleza y con sus sistemas sociales. Ciertamente, como señalara Gregory Bateson (1979) en Mind and Nature: A necessary unity, “el lenguaje de la naturaleza es el lenguaje de las relaciones”. Debemos aprender a hablarlo si aspiramos a describirla (y entenderla), y pareciera ser que ahora tenemos mejores medios que antes para lograrlo.
Quizás los caminos para lograr el entendimiento con la naturaleza y su complejidad deben comenzar por integrar los pedazos sueltos del conocimiento científico y humanístico, tarea muy difícil porque el “todo” puede exhibir propiedades que no pueden explicarse a partir del conocimiento de las partes. Pero, más importante, deben dedicar esfuerzos a impulsar acciones integradas (inter y transdisciplinarias) de investigación y desarrollo con un enfoque combinado de análisis y síntesis66, orientado a identificar y mejorar las relaciones y procesos naturales y sociales. El desarrollo de modelos de simulación tendría, a partir de allí, una mejor base científica. Ante el creciente deterioro social y ambiental, estos esfuerzos deberían constituir el corazón de una estrategia concebida en el contexto de una ineludible carrera contra el tiempo.
El ecosistema como enfoque metodológico
Es importante que cualquier tipo de intervención humana de cierta magnitud, tenga en cuenta que no lo está haciendo en un contexto aislado, sino más bien, y necesariamente, en un contexto de constantes interacciones con el mundo natural y el mundo social. Por lo tanto, debiera ser obvio que no podemos introducir ningún elemento nuevo al entorno natural sin tomar en cuenta sus efectos en el conjunto del entorno o ecosistema, sea éste natural o creado por el ser humano.
Un enfoque que considere tales efectos debe basarse en la articulación entre los procesos naturales y sociales. Un escenario ideal para ello es el ecosistema, y más específicamente una cuenca hidrográfica o una ecoregión.
El concepto de manejo de cuencas hidrográficas ha sido concebido, entre otras definiciones, como una gestión de desarrollo integrado con un sentido empresarial-social que el ser humano realiza para aprovechar y proteger los recursos naturales con el fin de obtener una producción óptima y sostenida. No obstante, estamos acostumbrados a ver el manejo de cuencas en su concepción más restringida de manejo del agua, olvidando quizás que el agua es apenas
66 “…La respuesta es clara: síntesis. Nos estamos ahogando en información al mismo tiempo que padecemos una hambruna de sabiduría. El mundo, entonces, ha de ser conducido por integradores; por gente apta para articular la información correcta en el momento correcto, que piense críticamente sobre ella, y escoja sabiamente a partir de ella”. Edward O. Wilson. 1998. Consilience.
uno de los elementos (aunque aglutinante, por cierto) del complejo físico-químico-biológico de la naturaleza y que ni su conservación ni su uso pueden ser enfocados en un contexto aislado. Ambos son dependientes del alcance de la conservación y uso de todos los recursos de la cuenca y de todos los procesos que en ella ocurren, que incluso trascienden sus límites geográficos.
Una cuenca puede estar contenida dentro de un ecosistema o puede contener un conjunto de ecosistemas (naturales o creados por el hombre). Dado que el 50% de la población mundial vive en cuencas hidrográficas o dentro de sus áreas de influencia, lo cual incluye a nuestro país, el concepto de manejo de cuencas está íntimamente relacionado con el concepto de manejo de ecosistemas, el cual hoy día parece convertirse -finalmente- en la estrategia sobre la cual cimentar todas las acciones de desarrollo67 .
En efecto, el informe bianual RECURSOS MUNDIALES 2000-2001, publicado conjuntamente por el Instituto de Recursos Mundiales, el Banco Mundial, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, está dedicado a la necesidad de adoptar un enfoque de ecosistemas en todas las decisiones que tienen que ver con el desarrollo. Ya en 1992, la Agenda 21, el documento adoptado por todos los países que participaron en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro, señalaba, no solamente la necesidad de desarrollar, para el año 2000, planes apropiados de uso y manejo de las tierras en cuencas montañosas, sino también la consideración de establecer proyectos pilotos que combinaran las funciones de protección ambiental y desarrollo promoviendo un enfoque multidisciplinario e intersectorial. Enhorabuena, entonces, por el reconocimiento de esta urgente necesidad.
Quizás el aspecto más importante del reconocimiento de una gestión integrada en ecosistemas o cuencas es el que tiene que ver con la puesta en marcha de un sistema de investigación y desarrollo basado en el entendimiento de las relaciones complejas de interdependencia entre los procesos naturales y las actividades humanas, necesarios para minimizar los problemas ambientales y ejercer una gestión apropiada de desarrollo sostenible. Tal sistema y tal complejidad requieren de la participación articulada de numerosas disciplinas. Imaginemos por un momento un ecosistema, o más bien una cuenca hidrográfica, con todos sus componentes: ríos y quebradas, biodiversidad, bosques naturales, plantaciones forestales, agricultura y ganadería, actividades industriales, comunidades, etc. Como todos estos componentes están interconectados, imaginemos también los efectos de algunas interacciones entre ellos; por ejemplo: los efectos sobre las tierras bajas y los ríos de la erosión de los suelos ocasionada por la deforestación y la labranza en las tierras altas; o los efectos de las actividades industriales contaminantes sobre los bosques naturales y plantados, aledaños o distantes; o bien los efectos de las aplicaciones de agroquímicos utilizados en las labores agrícolas sobre la flora y fauna silvestre y sobre la salud humana, etc. Imaginemos, entonces, una gestión a todo lo largo y ancho del ecosistema o cuenca, que tome en cuenta tales interacciones. Es obvio que esa gestión tendría que ser interdisciplinaria e intersectorial por naturaleza y requeriría de la participación coordinada y concertada de múltiples organizaciones, incluyendo, por supuesto, la de los sectores productivos. Como se trata de una participación coordinada y concertada, cada organización desempeñaría su rol de manera articulada con el resto de los componentes del sistema.
Debido a que las interacciones son complejas y, ciertamente, poco entendidas, se requeriría dar un nuevo impulso a un nuevo tipo de investigación participativa que sea
67 Aunque hay indicios de ello, todavía seguimos enfocados en los árboles antes que en el bosque.
interdisciplinaria e incorpore acciones simultáneas en los campos físico-biológicos y socioeconómicos. Una gestión investigativa de este tipo se llevaría a cabo en diversos sitios ubicados en lugares representativos de cada componente del sistema (uso o actividad productiva existente y potencial), de manera que en toda la cuenca haya 10, 15 o más sitios experimentales donde participen conjuntamente diversas instituciones, comunidades, productores, empresarios y organizaciones no gubernamentales, según su área de interés o campo de acción. Las acciones de investigación que se lleven a cabo en cada sitio estarían adecuadamente articuladas con las que se ejecuten en los demás sitios, de manera que se complementen entre sí. Ese conjunto de acciones conformaría un programa de investigación ecosistémica que intercambiaría información y experiencias con otros programas similares en otras regiones geográficas a nivel nacional e internacional, configurando una gran red (sistema) de investigación : acción integrada y participativa.
Al mismo tiempo, el conocimiento de las interacciones de los componentes de los ecosistemas brindaría valiosa información sobre su comportamiento, lo que permitiría el desarrollo de modelos descriptivos de su dinámica que sean más confiables en su capacidad predictiva. Los modelos así desarrollados serían diferentes a los que se obtendrían si se sumaran las partes trabajadas de manera aislada.
Es importante tener en cuenta que buena parte del conocimiento que se adquiera a partir de este enfoque deberá provenir, no solo de los hallazgos de investigaciones científicas, sino también del registro de las percepciones y situaciones que se den a nivel de las comunidades y poblaciones, y su relacionamiento con las condiciones y circunstancias prevalecientes en distintos puntos del ecosistema. Resultaría más que interesante sobreponer en los mapas o planos de un sistema de información geográfica para una cuenca, las percepciones y opiniones de las comunidades sobre la presencia de contaminantes en el agua proveniente de pozos, por ejemplo, y los hallazgos científicos, particularmente los relativos a nuevas enfermedades o especies biológicas. Como ejemplos de esto último podrían mencionarse la identificación de nuevas especies de insectos que afecten los cultivos agrícolas o forestales, o los reportes de incrementos de enfermedades re-emergentes en determinados lugares. Estos registros se añadirían a la información usual de tipo biofísico, hidrográfico, climatológico, social, etc. El estudio de la dinámica de un ecosistema complejo debe permitir incorporar y relacionar la mayor cantidad de información posible, provenga o no de meras observaciones e inquietudes. Investigar es también observar; de hecho, es su punto de partida.
Lo anteriormente señalado no quiere decir que todas las acciones de desarrollo tienen que concebirse en función o a partir de proyectos de gestión o manejo integrado de cuencas o ecosistemas68. De lo que se trata es que cada proyecto, acción, tema o tópico específico (Ej. gobernabilidad, desarrollo local, reforestación, desarrollo industrial, etc.) se lleve a cabo teniendo en cuenta el enfoque sistémico que demanda el entendimiento de las relaciones de interdependencia entre actividades y procesos y la necesidad de que la investigación constituya un componente o complemento importante del mismo.
Por otra parte, como bien afirma E. O. Wilson (1998), ha llegado el momento para que los economistas y líderes de los negocios, quienes tan arrogantemente se enorgullecen de ser maestros del mundo real, reconozcan la existencia del real mundo real. Se necesitan nuevos indicadores de progreso para monitorear la economía, donde el mundo natural y el bienestar
68 Aunque esto es lo ideal, rara vez se planifica el desarrollo a partir de planes de uso de los recursos a niveles locales o regionales. En Panamá, en muy raras ocasiones se planifica el uso de la tierra.
humano, y no solamente la producción económica, sean tomados en cuenta en toda su dimensión.
El enfoque de ecosistemas aplicado al mundo de los negocios69
Reorientar los negocios según los principios de la ecología… ¿será posible siendo que los negocios pertenecen al mundo de la economía? Pero, ¿es éste acaso un mundo tan distante del de la ecología?
Si la industria que impulsa los negocios es producto del ingenio humano, acaso ¿no puede este ingenio actuar tanto a favor de la naturaleza humana como de la extrahumana? Los avances que han ocurrido en materia del entendimiento de los sistemas complejos han provenido de las investigaciones con sistemas biológicos, tanto a niveles celulares como ecosistémicos. Y ellos han comenzado a tener influencia en los estudios relacionados con los sistemas humanos, y especialmente con el mundo de los negocios. Según Roger Lewin (1999) cada compañía, independientemente de su sector económico, es un actor en la red económica de conexiones que pueden describirse en términos de ecosistemas de negocios. La dinámica de las organizaciones, conformada por una diversidad de agentes (en este caso humanos) que interactúan entre sí, comparte propiedades y procesos fundamentales con el mundo natural. Aunque estas propiedades y procesos no operan exactamente igual en las economías como en la biología, en gran medida porque en la economía las decisiones conscientes son hechas por la gente, mientras que en la biología no existen intenciones conscientes de ese tipo, lo cierto es que el conocimiento de los principios ecológicos conducirá a un mayor entendimiento del funcionamiento de las compañías y de la economía de la cual forman parte.
Por ejemplo, una empresa norteamericana de carga aérea contrató recientemente los servicios del Grupo Bios70, cuyo fundador es el eminente científico y pionero en la ciencia de la complejidad, Stuart A. Kauffman, para que transformara nociones académicas sobre la complejidad en aplicaciones prácticas para la industria (Wakefield, 2001). El Grupo Bios comenzó a simular operaciones y procesos industriales para descifrar los llamados comportamientos emergentes y puntos de apalancamiento en función de las interacciones locales que conducen a ellos, ambos elementos claves en la ciencia de la complejidad, de manera que fuera posible anticipar o predecir qué parte del sistema o proceso puede corregirse si alguno se sale de control. Bios construyó un modelo (basado en agentes humanos), la herramienta favorita de los investigadores en el tema de la complejidad, mediante el cual simulaba el desempeño de todo el personal involucrado en las diferentes tareas del proceso de carga. El resultado de la aplicación del modelo le ahorró a la compañía millones de dólares en costos de salarios por sobretiempo y almacenamiento.
69 “…podemos aprender lecciones valiosas del estudio de los ecosistemas, que son comunidades sostenibles de plantas, animales y microorganismos. Para entender estas lecciones, necesitamos entender los principios básicos de ecología…(los principios de organización de comunidades ecológicas)…Necesitamos revitalizar nuestras comunidades –incluyendo nuestras comunidades educativas, de negocios y políticas- de manera que los principios de la ecología se manifiesten en ellas como principios de educación, gerencia y política”. Fritjof Capra. 1996. The Web of Life.
70 El Grupo Bios fue fundado en 1996 por el Centro para la Innovación de Negocios Ernst & Young y el Dr. Stuart Kauffman, un líder en el campo de la Ciencia de la Complejidad. Esta disciplina trata de develar las reglas que gobiernan los sistemas compuestos de numerosas partes que interactúan simultáneamente (ver www.biosgroup.com)
Y este no es un caso aislado. Numerosas compañías están encontrando que las aplicaciones sobre la complejidad han comenzado a optimizar la producción y mejorar la productividad, lo cual no es de extrañar si comprendemos que cuando se habla del mundo real, en realidad se está hablando de sistemas complejos adaptables y no de sus componentes en una forma aislada. El mundo real rara vez se puede reducir a simples ecuaciones matemáticas.
Señala Wakefield (2001) que, gracias al poder de cómputo actualmente disponible, los investigadores pueden ir más allá del enfoque reduccionista para “atacar el problema inverso de juntar las piezas para ver el sistema complejo”. Y añade que el Grupo Bios ha asesorado a numerosas firmas, incluyendo unas 40 de las compañías pertenecientes al Grupo “Fortune 500”, modelando aspectos que van desde cadenas de abastecimiento para almacenes hasta “campos de batalla”. Las herramientas que se usan en los estudios sobre la complejidad provienen de las ciencias biológicas y los estudios sobre la mente humana, como por ejemplo: algoritmos genéticos, agentes inteligentes, redes neuronales y autómatas celulares, entre otras.
No falta quienes aconsejan algo de cautela porque aún estamos lejos de captar en los modelos la forma en que los seres humanos toman las decisiones y, por tanto, hay un alto grado de “arte en la abstracción de los agentes y en cómo interactúan”. Pero no es menos cierto que las aplicaciones de la ciencia reduccionista han tenido consecuencias impredecibles y muchas veces catastróficas, particularmente en el campo de las ciencias biológicas aplicadas (Ej. enfermedades emergentes y re-emergentes, epidemias en la agricultura y la ganadería, etc.). Pero, el futuro nos dirá en qué puede o no aplicarse con éxito la ciencia de la complejidad, ya que apenas estamos iniciando un largo camino. Ciertamente, nunca antes hemos estado más cerca de entender la esencia compleja de la naturaleza, de la cual el ser humano forma parte, y de comprender que muy probablemente el mejoramiento de su condición únicamente podrá lograrse en la medida en que encuentre un balance entre los procesos naturales y las actividades humanas. La complejidad solo se resuelve trabajando en ella, y el trabajo de entender cómo funcionan los sistemas complejos adaptables es, tal vez, el mayor desafío para la ciencia dentro de los próximos 50-100 años (Waldropp, 1992).
En síntesis, una ciencia que, para muchos, es de tan evidente corte académico y tan compleja como su nombre, parece haber encontrado novedosas aplicaciones prácticas. Enhorabuena por la ciencia... y enhorabuena por Kauffman (y sus colegas del Instituto Santa Fe, cuyos científicos, incluyendo varios premiados con el Nobel, dedican sus esfuerzos investigativos a la búsqueda de las leyes de la complejidad), porque ha logrado convencer a muchas industrias acerca de la utilidad del desarrollo de modelos basados en la teoría de la complejidad y de que su desempeño depende de cómo se manejen los procesos e interacciones entre los aspectos tecnológicos, ambientales, organizacionales y humanos para una mayor eficiencia productiva. Esto equivale a decir que la efectividad de los procesos tecnológicos industriales está tan íntimamente relacionada con el comportamiento y actitudes humanas como lo está con el medio en que se desempeñan las industrias y con los principios y normas organizacionales. La ciencia de la complejidad comienza a ejercer su influencia en el desarrollo de una nueva teoría de la Gerencia que, ojalá también, sirva para contribuir a darle un rostro más humano71 a la economía.
De lo dicho en esta sección, es posible concluir que la adopción de un enfoque de “manejo” integrado de ecosistemas únicamente puede darse:
71 Se acostumbra utilizar el término “humano” en contraposición al de “salvaje”, aunque ninguno en realidad, va más allá de tener un significado metafórico cuando se pretende describir las acciones de la especie humana.
• si distintos sectores, instituciones y disciplinas acuerdan interactuar en materia de investigación, educación, desarrollo tecnológico y desarrollo humano.
• si existe un marco institucional adecuado que facilite y promueva tal interacción, y
• si el marco institucional pone su mayor énfasis en la investigación como base para el entendimiento de las relaciones entre los procesos ecológicos, las actividades humanas y las características del entorno socio-cultural.
El modelo de gestión
Una nueva estrategia con buen futuro consiste en crear alianzas tecnológicas que reúnan a diversos participantes con un interés común – incluidas entidades gubernamentales, la industria, los círculos académicos, la sociedad civil y personas dedicadas que puedan hacer un aporte concreto a la tarea de que se trate
INFORME SOBRE EL DESARROLLO HUMANO 2001
Poner el Adelanto Tecnológico al Servicio del Desarrollo Humano
PROGRAMA DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO
Si la investigación es un componente importante, ella ha de formar parte de un contexto donde la gestión del conocimiento, como requisito clave para una gestión de desarrollo sostenible, permita incorporar todas aquellas actividades destinadas a obtener información y convertirla en conocimiento relevante para tomadores de decisiones y usuarios en materia de desarrollo. El modelo de gestión puede concebirse, entonces, a partir del diseño de una estrategia que contiene dos elementos: a) un laboratorio de campo donde se faciliten las actividades educativas y de investigación con un enfoque integrado y, b) un marco institucional que facilite y promueva los vínculos interinstitucionales requeridos.
El laboratorio viviente
Panamá ofrece una combinación de oportunidades y condiciones para el estudio interdisciplinario de problemas asociados con el manejo de ecosistemas. Hace tres y medio millones de años, el Istmo de Panamá constituyó el primer vínculo permanente entre las masas terrestres de Norte y Sur América. Desde hace unos 11,000 años, en el Istmo comenzaron a unirse las culturas desarrolladas por los habitantes indígenas que ocuparon esas masas terrestres. Y desde el siglo XVI hasta el día de hoy, Panamá ha venido desempeñando un rol fundamental en el desarrollo de un sistema comercial mundial. A partir de su construcción, ese rol ha estado asociado con el Canal de Panamá y la cuenca de la que depende.
La Cuenca del Canal de Panamá comprende hoy más de 500,000 hectáreas que incluyen lagos, parques nacionales, bosques naturales, agricultura y ganadería, industrias pequeñas y medianas, proyectos turísticos, etc. La conservación de sus recursos hídricos es necesaria, tanto para suplir las necesidades humanas, entre las que se cuentan las de los habitantes de más de la mitad del país, como las que requiere el tránsito de las naves a través del Canal.
La necesidad de vincular las actividades humanas con los procesos físico-biológicos es necesaria para velar por la “salud” de este ecosistema. A la vez, la salud de este ecosistema dependerá de la gestión que se haga en el resto de los ecosistemas del país y del manejo de las interacciones complejas entre sus componentes.
Un plan de usos del suelo para la Cuenca fue aprobado por ley en 1996, en un intento para promover un uso de los recursos que optimizara su potencial. Cada uso deseado está identificado en dicho plan, pero para que este uso sea sostenible y responda al potencial identificado, es necesario que se implemente con una clara convicción de que tendrá siempre una relación de interdependencia con el resto de los usos o actividades y con los procesos naturales que allí ocurren.
Más de una veintena de instituciones está participando en la ejecución del plan y un nuevo mecanismo de coordinación institucional se ha puesto en operación a partir del año 2000. Una cantidad apreciable de actividades de investigación, educación y desarrollo se está llevando a cabo en la actualidad en la Cuenca; la mayoría de ellas sin interconexiones formales que las integren con los procesos naturales, sociales, culturales y económicos que allí ocurren y, más importante aún, con las que ocurren en el resto de los ecosistemas del país.
Quizás, disciplinas como la oceanología –que hoy día ha encontrado más sensato el estudio integrado de los océanos -, la climatología y la gestión de cuencas hidrográficas, pueden convertirse en catalizadores de gestiones más integradoras que las que se llevan a cabo en la actualidad. Algunos esfuerzos importantes comienzan a conformarse a través de instituciones como el Centro del Agua del Trópico Húmedo de América Latina y el Caribe (CATHALAC) en materia de climatología y gestión de recursos hídricos, y por un grupo de instituciones locales y externas en oceanología y manejo de ecosistemas costeros.
Debido a su importancia internacional, diversidad cultural y biológica, y multiplicidad de usos regulados por ley, la Cuenca del Canal de Panamá se presenta como un laboratorio viviente que resulta ideal para la realización de estudios sobre la complejidad y manejo integrado de ecosistemas tropicales. Esto constituye una oportunidad poco común para impulsar esquemas novedosos de investigación y desarrollo y estructurar modelos de gestión que pueden ser imitados en otras regiones tropicales.
El marco institucional y los “clusters”
Por otra parte, la Ciudad del Saber, un centro internacional de excelencia para la generación, difusión y aplicación del conocimiento al servicio del desarrollo humano, localizado al sureste del área de influencia de la Cuenca, provee un punto de encuentro único para incorporar programas y promover sinergias entre las instituciones, organismos y empresas locales y externas afiliadas a ella. Estos programas están orientados a potenciar las ventajas competitivas de Panamá en materia biogeofísica, geoeconómica y sociocultural. La Ciudad del Saber, conjuntamente con el laboratorio viviente que es la Cuenca del Canal, conforman el marco institucional ideal para la realización de estudios interdisciplinarios sobre conservación de ecosistemas tropicales, aprovechamiento sostenible de sus recursos, y desarrollo de actividades productivas respetuosas de su integridad. Además, proveen un marco muy apropiado para el desarrollo de esquemas colaborativos entre sectores académicos y de investigación y el mundo de los negocios.
Por ejemplo, una gestión integrada conformada por entidades académicas, de investigación, empresas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, proyectos de desarrollo, comunidades, etc., en torno a conglomerados (“clusters”) centrados en los negocios, sería de gran utilidad práctica y estratégica en el esquema. Dichos conglomerados estarían conformados integrando diversas áreas que aprovechan en su conjunto ventajas competitivas de Panamá (canal de Panamá, complejo interoceánico de comunicaciones y transporte, centro
financiero internacional, comarcas indígenas y sitios de patrimonio histórico de la humanidad) e identifican elementos sustantivos de un enfoque de gestión por ecosistemas. Por ejemplo, las áreas que tienen que ver con:
• las ventajas biogeofísicas como las relacionadas con la diversidad biológica y la capacidad institucional de excelencia para el desarrollo de conocimientos en biología, ecología y medicina tropical,
• las ventajas geoeconómicas como las relativas al comercio y servicios internacionales y,
• las ventajas socioculturales como las relativas a la diversidad étnica y a la consideración de Panamá como centro histórico de encuentro y difusión de culturas.
Unido a lo anterior, hay que mencionar la capacidad existente en materia de infraestructura y servicios que forman parte integrante y adicionan valor a las ventajas competitivas señaladas. Sobre estas bases, los conglomerados económicos se construirían en torno a la cuenca del Canal como modelo de gestión de ecosistemas, y tomarían en cuenta, no solamente las características esenciales de investigación, educación y desarrollo tecnológico, sino las que atañen a las dimensiones sociales, económicas y ambientales en su conjunto
Así, un conglomerado o “cluster” podría articularse en torno al ECOTURISMO, considerando áreas y líneas de acción72 que, en materia de educación, investigación, desarrollo tecnológico y humano, harían un aporte significativo a dicha industria, por ejemplo:
• En materia de Tecnología de la Información y Comunicaciones
- Interpretación y Comunicación Ambiental
- Sistemas de Información para el Ecoturismo
- Tecnología para Modelos Educativos en Ecoturismo
• En materia de Biodiversidad y Ecología Tropical
- Geología y Paleoecología
- Conservación y Uso de la Biodiversidad
- Salud y Medicina Tropical
- Economía Ecológica
- Arquitectura y Diseño Tropical
• En materia de Comercio y Relaciones Internacionales
- Legislación Internacional
- Gestión Ecoturística
- Gestión de Hotelería y Hospìtalidad
• En materia de Cultura y Sociedad
- Arte Indígena y Latinoamericano
- Estudios Étnicos e Interculturales
- Desarrollo Humano
72 Las áreas de acción a las que se hace referencia corresponden a las áreas de acción identificadas como prioritarias por la Fundación Ciudad del Saber. Ellas son: Biodiversidad y Ecología Tropical, Tecnología de la Información y Comunicaciones, Comercio y Relaciones Internacionales, y Cultura y Sociedad.
Otro conglomerado o “cluster” podría articularse alrededor del DESARROLLO DE NUEVOS MEDICAMENTOS, a partir de la riqueza biológica de Panamá, el cual involucraría, entre otras, las siguientes áreas y líneas de acción:
• En materia de Tecnología de la Información y Comunicaciones
- Sistemas de Información sobre Biodiversidad
- Extensión y Divulgación
• En materia de Biodiversidad y Ecología Tropical
- Bioprospección
- Biotecnología
- Conservación de la Biodiversidad
- Salud y Medicina Tropical
- Economía Ecológica
• En materia de Comercio y Relaciones Internacionales
- Legislación Internacional
- Negocios Internacionales
- Administración de Empresas Industriales
- Derechos de propiedad e incentivos
• En materia de Cultura y Sociedad
- Estudios Culturales Indígenas
- Etnobotánica
Un tercer conglomerado puede visualizarse en función del DESARROLLO DE NUEVAS INDUSTRIAS ACUATICAS Y MARINAS, involucrando, entre otras, a las siguientes áreas y líneas de acción:
• En materia de Tecnología de la Información y Comunicaciones
- Sistemas de Información Marino-costeros y Acuáticos
- Extensión y Divulgación
• En materia de Biodiversidad y Ecología Tropical
- Oceanología
- Climatología
- Biotecnología
- Conservación y uso de la Biodiversidad
- Sistemas Agroacuícolas
- Economía Ecológica
• En materia de Comercio y Relaciones Internacionales
- Legislación Internacional
- Negocios Internacionales
- Administración y Manejo Industrial
• En materia de Cultura y Sociedad
- Estudios Étnicos e Interculturales
Los ejemplos anteriores muestran una diversidad de disciplinas y áreas que pueden ser articuladas en función de actividades de educación, investigación y desarrollo de negocios en el
marco de una gestión integrada ecosistémica. La necesidad de vincular estos esfuerzos se facilitaría significativamente en el contexto del modelo planteado.
Los beneficios de una acción integrada de este tipo pueden resumirse de la siguiente forma:
Para la industria
• Asegurar la productividad óptima de las actividades industriales permitiéndoles un desarrollo que garantice la sostenibilidad de los recursos naturales que utilizan.
• Mejorar la eficiencia en la gerencia mediante el acceso a mejores sistemas de apoyo a la toma de decisiones.
• Ayudar a la detección temprana de contaminantes y a la identificación de medidas apropiadas de mitigación de riesgos ambientales.
• Asegurar el establecimiento sostenible de nuevas industrias.
• Ayudar a identificar nuevas oportunidades de negocios.
Para las actividades de investigación y educación
• Aumentar la cantidad y mejorar la calidad de las actividades de investigación y educación.
• Aumentar la efectividad y confiabilidad de los resultados de las acciones de investigación y desarrollo.
• Aumentar el interés de la industria para apoyar financieramente las actividades de investigación y desarrollo.
Para la sociedad
• Aumentar el conocimiento y entendimiento de los ecosistemas y la necesidad de proteger sus valiosas funciones y servicios.
• Aumentar la confiabilidad de la información sobre riesgos ambientales.
• Mejorar la salud y calidad de vida.
En esencia, la Ciudad del Saber brinda una oportunidad para enfocar el desarrollo tecnológico y humano con una perspectiva multi-dimensional que contrasta con la compartimentalización usual que, por lo general, no presta atención a las interacciones o relaciones de interdependencia entre las actividades humanas y los procesos físicos y biológicos. Pero, además, la Ciudad del Saber ofrece un cúmulo de oportunidades para innovar, hacer las cosas de manera diferente, y retar a los enfoques casi dogmáticos que han prevalecido en nuestros esquemas educativos actuales. Ejemplos de estas oportunidades son los posgrados basados en la investigación que adelanta la Universidad de McGill en asociación con el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, en las innovaciones curriculares de tipo modular que caracterizan a los programas de la Escuela de Arquitectura para América Latina y el Caribe ISTHMUS y en la propuesta interdisciplinaria de investigación, acción y desarrollo que busca, en el marco de un enfoque integrado, el establecimiento en la Ciudad del Saber de un Centro Regional de Excelencia para el Manejo de Ecosistemas Costeros.
Además, la Ciudad del Saber abre el camino para facilitar discusiones filosóficas que ofrezcan un espacio para desafiar a nuestras propias convicciones y dogmas, obtener más preguntas a nuestras propias respuestas, y someter al “escrutinio socrático” absolutamente todas nuestras ideas. Más aún, con una base científica más articuladora, podemos construir diálogos permanentes en torno al manejo de la complejidad tropical y de la información que fluye de su
gestión. Y dentro de este esquema, lo más importante para nosotros es, quizás, el nicho que ella provee para aprovechar la oportunidad que la complejidad y riqueza biológica de nuestros ecosistemas ofrecen para conceptuar y poner en práctica nuevos modelos de gestión del desarrollo sostenible
La comunidad científica internacional ya ha comenzado a ver en el esquema una oportunidad única para impulsar, desde las estructuras que se han creado, la visión que animó a los que se congregaron hace casi diez años73 para discutir la temática del ambiente y el desarrollo. Es de esperar también que se incremente el interés de una comunidad internacional de negocios que sea más consecuente con los objetivos del desarrollo sostenible74 .
Estoy convencido que en la búsqueda del desarrollo sostenible el problema mayor no está en qúe hacer sino en cómo hacerlo. Y en ese cómo, la Ciudad del Saber ha ganado ya un espacio significativo y trascendental.
Nota posterior:
Pensar en el desarrollo como un todo
Pensar en el desarrollo de una región o de un país como un todo parece ser un asunto de sentido común. Comenzar por desarrollar las obras necesarias de infraestructura, los sistemas de educación y de salud, con un grado de efectividad tal que garanticen la calidad y el alcance a todos los habitantes por igual, es imprescindible para poner al día, sentar las bases, y corregir atrasos y situaciones de injusticia, marginación y desigualdades, antes de imaginar e implementar estrategias coherentes de desarrollo (sostenible). No basta con dar saltos cuantitativos únicamente; se necesita dar un salto cualitativo gigantesco en estos tres aspectos. Eso se llama ponerse al día; es el primer paso de toda estrategia local o regional de desarrollo (sostenible).
Esta es una lección que la región de Andalucía, España, aprendió para dar en escasos 20 años un salto gigantesco que ha transformado su economía y su sociedad (La Nueva Andalucía, 2000). La proyección del futuro vino después. Por supuesto que el modelo proyectado en Andalucía no puede ser transplantado a Panamá o alguna otra región del trópico en desarrollo, exceptuando los tres pilares básicos de la gestión: educación, salud e infraestructuras. Nadie puede negar su importancia primaria, pero ¿cuánta atención efectiva le dan nuestros gobiernos? Los planes de combate a la pobreza no pasan de ser costosos paliativos, por lo general. Y cuando se emprenden proyectos de desarrollo integrado o “sostenibles”, las agencias cooperantes y bancos internacionales son cómplices de lo que parece ser un proceso sostenido de institucionalización de la pobreza. Un triste ejemplo es el de la Comarca Ngöbe-Buglé donde casi ininterrumpidamente se han ejecutado proyectos de este tipo desde la década de 1980. En sus investigaciones de tres décadas (1970-2000) sobre el desarrollo socioeconómico de distintas regiones de Panamá, Ligia Herrera (2003) desarrolló un modelo para clasificar los 68 distritos del país en términos de su grado de desarrollo socioeconómico relativo, por medio de un índice conformado por el promedio de los índices
73 Cumbre de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo, Río de Janeiro, Brasil, 1992.
74 El Consejo Mundial de Negocios para el Desarrollo Sostenible ha comenzado a desempeñar un importante rol en este campo (www.wbcsd.org).
correspondientes a cuatro variables: atención médico sanitaria, nivel de educación, grado de urbanización y nivel de vida. En la clasificación de Herrera, ninguno de los distritos analizados mostró niveles de desarrollo tan bajos como los registrados en la comarca Ngöbe-Buglé, con un índice de desarrollo relativo de 12.7. ¿Adónde se fue el dinero invertido en los proyectos de desarrollo “sostenible” en esa región? Nuestros países harían mejor en invertir esfuerzos en determinar las causas reales de la pobreza crónica que en costosos paliativos recurrentes concebidos bajo el supuesto de contribuir a combatirla. Harían mejor en concebir estrategias de desarrollo visualizando el país como un todo y no de manera fragmentada. Aunque en lo que parece ser una receta para combatir la pobreza, el célebre economista
Jeffrey Sachs (Time, 2005) probablemente se queda corto en su reciente libro “The End of Poverty”, plasma en él, con gran acierto, su filosofía como economista: que el desarrollo sostenible solamente podrá ser alcanzado mediante un enfoque que considere todo, desde la geografía hasta la infraestructura y la estructura familiar.
2005: Un año para la toma de conciencia sobre el rol de los ecosistemas, las desigualdades sociales y la cooperación internacional
El año 2005 marcó un hito en materia de la evaluación de importantes situaciones relacionadas con el desarrollo sostenible. Al menos cuatro informes producidos en el marco del sistema de las Naciones Unidas fueron dados a conocer ante el mundo; todos ellos estrechamente relacionados en su temática, y haciendo un llamado, directa o indirectamente, a la necesidad de adoptar nuevos enfoques en materia de cooperación internacional.
El primero de ellos fue el Informe de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, encargado a un panel de expertos por el Secretario General de la ONU en 2001, el cual contó con la participación de más de 1,300 científicos naturales y sociales de 95 países de todo el mundo. La evaluación intentó sistematizar el conocimiento científico más reciente sobre las consecuencias para el bienestar humano de los cambios en los ecosistemas, así como las opciones a la hora de responder a esos cambios y las herramientas adecuadas para la toma de decisiones.
Una breve síntesis del informe señaló que de los servicios de los ecosistemas examinados por la evaluación, aproximadamente el 60% (15 de 24) se está degradando o se usa de manera no sostenible, incluyendo el agua dulce, la pesca de captura, la purificación del aire y el agua, la regulación del clima regional y local, los riesgos naturales y las pestes. El informe señaló también que los cambios que se han hecho en los ecosistemas están aumentando la probabilidad de cambios no lineales en los mismos, incluidos cambios acelerados, abruptos y potencialmente irreversibles, y que la degradación de los servicios de los ecosistemas está contribuyendo al aumento de las desigualdades entre los grupos de personas, lo que, en ocasiones, es el principal factor causante de la pobreza y el conflicto social. El panel de expertos señaló que una gestión sostenible de los ecosistemas requiere cambios sustanciales en las instituciones y en la gobernabilidad, en las políticas económicas e incentivos, en los factores sociales y de comportamiento, y en la tecnología y los conocimientos. El informe hizo alusión a la necesidad de efectuar esfuerzos coordinados entre todos los sectores del gobierno, las empresas y las instituciones internacionales.
Un segundo informe aparecido en 2005 es el ya clásico informe RECURSOS MUNDIALES, preparado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el Banco Mundial y el Instituto de
Recursos Mundiales. Este informe lleva por título: La Riqueza del Pobre: manejando los ecosistemas para combatir la pobreza. No es casualidad que este conjunto de organizaciones dedique este informe al manejo de los ecosistemas. Ya en 2000-2001 el informe se había referido a la gente y los ecosistemas y al deterioro que éstos han venido sufriendo. Inspirado, además, por la evaluación de los ecosistemas del milenio, RECURSOS MUNDIALES 2005 advierte que si la base de recursos naturales no es manejada con una visión de largo plazo y se favorece su explotación y contaminación en el corto plazo, nunca podrá ser el combustible que permita impulsar el desarrollo económico en la escala que exige el combate de la pobreza. Si el crecimiento económico se presenta como el único medio realista para sacar a los pobres de la extrema pobreza, entonces la capacidad de ellos para participar en el crecimiento económico debe ser incrementada. Los cimientos de esta estrategia comienzan con los recursos naturales, sobre los cuales los pobres ejercen muy poco control. Si bien las conclusiones de este informe son similares a las de la evaluación de los ecosistemas del milenio, los autores de RECURSOS MUNDIALES 2005 parecen estar optimistas acerca de la claridad con la que hoy, más que nunca, se vislumbra el camino a seguir. Y ese camino, indiscutiblemente, tiene que ver con el manejo apropiado de los ecosistemas. El informe apunta también a la necesidad de innovar en el campo de las políticas a escalas mayores que la de las villas rurales porque ellas “existen dentro de un marco nacional e internacional de normas económicas, legales y políticas”.
Un tercer informe es el Informe de las Naciones Unidas sobre la Situación Social Mundial 2005, titulado El predicamento de las desigualdades, el cual ha aparecido diez años después de la celebración en Copenhagen de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social. Este informe suena la alarma sobre las persistentes y cada vez más profundas desigualdades a nivel global, cuya perpetuación, por la cual todos pagamos el precio, se atribuye al fracaso en utilizar un enfoque comprensivo e integrado del desarrollo, que privilegia el crecimiento económico y la generación de ingresos, conduciendo a la acumulación de riquezas por unos pocos y profundizando la pobreza de muchos “sin tomar conciencia de la transmisión intergeneracional de la pobreza”.
Por último, el Informe sobre Desarrollo Humano 2005, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, titulado Cooperación Internacional ante una encrucijada: ayuda al desarrollo, comercio y seguridad en un mundo desigual, apunta tanto a las crecientes desigualdades como a la necesidad de repensar la ayuda y cooperación internacional, a fin de mejorar la situación del desarrollo humano y alcanzar la consecución de los objetivos del milenio.
En síntesis, la utilización de un enfoque ecosistémico del desarrollo y la necesidad de adoptar nuevos enfoques en materia de cooperación internacional aparecen como los temas destacables de los principales informes globales en materia de desarrollo sostenible en el año 2005. Queda esperar que estos informes, si son divulgados apropiadamente, sirvan para impulsar una toma de conciencia masiva sobre la ineficacia de los estilos de desarrollo que hemos construido hasta el presente y para que entendamos de una vez por todas, que es ya hora, no solamente de pensar, sino también de actuar globalmente. Entonces, y solamente entonces, podrá adquirir todo su significado y vigencia el objetivo de desarrollo del milenio No. 8 que se refiere a la necesidad de “fomentar una asociación mundial para el desarrollo y reformar la asistencia y el comercio otorgando un trato especial a los países más pobres”.
Enero de 2006
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LA HISTORIA AMBIENTAL: UNA VISIÓN DESDE LAS CIENCIAS NATURALES EN LA PERSPECTIVA DEL DESARROLLO SOSTENIBLE75
Al Dr. Guillermo Castro, amigo, colega y maestro
-¡Cuánta tierra sin cultivar!-
En la década de 1960 iniciaba mis primeros pasos como profesional de las ciencias agrícolas. En esa misma época mi primo Chito regresaba luego de culminar sus estudios de medicina en España. Nos tocó viajar juntos al interior del país un fin de semana, atravesando numerosos parajes de “exótica” belleza a lo largo de la carretera interamericana. Al cabo de un tiempo de recorrido, mi primo me dirige la mirada y exclama: -¡Cuánta tierra sin cultivar! En España no se ve tanto monte,- refiriéndose a la cobertura boscosa que se observaba en el camino, –allá todo está cultivado- Era su idea de lo que debía ser el paisaje rural. Después de diez años en Europa, no podía imaginarlo de otra manera. -Espera que vayamos a las provincias centrales- le dije –allá casi todo está deforestado, aunque no necesariamente dedicado a cultivos sino más bien a la ganadería.
Pero para él, ese paisaje de las provincias centrales era en realidad otro tipo de monte, no boscoso, que si bien permitía el crecimiento ininterrumpido de una cobertura de pasto natural que convertía las abundantes tierras ociosas en potreros donde se ponía el ganado a pastar sin mayor tecnificación, no se veía muy ordenado. No era su idea de lo que debía ser el paisaje rural. Ciertamente, pensé, sería más lindo cubierto de cultivos alineados y uniformemente plantados, sin darme cuenta que muchas de esas tierras muy probablemente no tenían vocación para la agricultura. Pero quizás tampoco tenían vocación para el tipo de ganadería extensiva destructora del paisaje y de los recursos, e interventora inconsciente de los ecosistemas que hoy día estamos aprendiendo a valorar.
Coincidía con mi primo Chito; el paisaje rural debería verse cultivado como en el Norte. Esa apreciación coincidía con la forma como a mí me habían enseñado agricultura en la universidad. En esa época no se hablaba mucho de cuidar la tierra como hábitat o elemento sustentador de la vida, ni mucho menos de trabajar la agricultura usando a la naturaleza como aliada. La tierra deforestada o desmontada tenía más valor de mercado que la tierra cubierta de monte, rastrojo o bosque. Y eso ha continuado así en Panamá hasta el día de hoy. No hemos aprendido de la historia, o quizás aún no se ha construido una historia que nos haga entender por qué muchas de las transformaciones de la tierra por parte de los seres humanos desde el neolítico hasta nuestros tiempos han tenido consecuencias desastrosas y por qué las civilizaciones modernas han desconocido por tanto tiempo las relaciones ecológicas con su entorno.
Agosto de 2005
75 Texto de una conferencia presentada en el Simposio de Historia Ambiental Latinoamericana celebrado en noviembre de 2004 en La Habana, Cuba.
Si no es a la luz del entendimiento de las relaciones que ocurren en la naturaleza, no resulta fácil interpretar el mundo; y si no podemos interpretarlo, no podrá construirse una historia capaz de orientar las relaciones futuras del ser humano con su entorno.
Un desafío para la Historia Ambiental
Una característica notable de los albores del Siglo XXI es el creciente, aunque aún incipiente, reconocimiento por parte de las Ciencias Naturales de la necesidad de utilizar un enfoque sistémico en el entendimiento del mundo natural. La extensión de esta forma de entender el mundo natural, al dominio de lo social y cognitivo (Capra, 2002)76, comienza a moldear una nueva metodología de gestión integrada del conocimiento que es de gran utilidad para abordar los temas críticos de nuestros tiempos y, desde luego, los que atañen al llamado desarrollo sostenible.
Al mismo tiempo se comienza a percibir con mayor intensidad un tratamiento simultáneo, pero articulado de la simplicidad y la complejidad. La primera, representada por las simples, pero fundamentales, leyes de la física, y la segunda, por la miríada de relaciones que unen y condicionan el comportamiento de todo lo que nos rodea (Brockman, 1996)77. Aun así, procesos de síntesis como los que parecen ahora tomar forma no se generan y desarrollan de la noche a la mañana, particularmente cuando colisionan con todo un “establishment” reduccionista que ha guiado a los investigadores del mundo natural por muchas décadas.
Sin embargo, hay motivos para el optimismo. Primero, porque hoy disponemos de herramientas que permiten a los científicos incursionar en un terreno que antes habían evitado: el terreno de las ecuaciones no lineales y los modelos complejos de simulación que buscan entender
76 “Tradicionalmente los científicos sociales no se han interesado mucho en el mundo de la materia. Nuestras disciplinas académicas se han organizado de tal manera que las ciencias naturales tratan con estructuras materiales, mientras que las ciencias sociales tratan con estructuras sociales, las que esencialmente se entienden como reglas de comportamiento. En el futuro, esta división estricta no será posible porque el desafío clave de este nuevo siglo –para los científicos sociales, naturales y todos los demás – será el de construir comunidades ecológicamente sostenibles, diseñadas de tal manera que sus tecnologías e instituciones sociales – sus estructuras materiales y sociales – no interfieran con la capacidad inherente de la naturaleza para sostener la vida”. Capra, 2002, p. Xix.
77 Murray Gell-Mann, físico teórico y premio Nobel de Física en 1969, ha acuñado el término “pléctica” (plexus) para describir el campo que constituye el estudio de la simplicidad y complejidad. Gell-Mann es uno de los fundadores del Instituto Santa Fe, dedicado a la interdisciplinariedad. Brockman, 1996.
el mundo real. Segundo, porque la Historia Ambiental puede contribuir de manera importante a consolidar esta nueva visión, principalmente porque carece de las cortapisas institucionales restrictivas que predominan en el mundo de las Ciencias Naturales, lo cual le permite desarrollar una visión muy amplia en la interpretación de la realidad del pasado y contribuir al desarrollo de una perspectiva holística de la historia del futuro por construir.
El enfoque reduccionista que ha prevalecido en las Ciencias Naturales ha subdividido el mundo para estudiarlo por sectores. Este enfoque ha sido necesario ante la complejidad predominante, aunque en las ciencias físicas (Lederman y Teresi, 1993)78 ha sido un tanto diferente al de las ciencias biológicas. En estas últimas, quizás su mayor omisión haya sido la de haber permitido que la ecología como disciplina integradora haya separado el estudio de las comunidades humanas de las no humanas. Si bien su fusión inevitable fue destacada hace más de 60 años por Aldo Leopold, ella aún no ha ocurrido de una manera amplia, a pesar de que algunos historiadores (como señala Worster) han comenzado a utilizar la ecología y las ciencias naturales en sus estudios.
Por eso, en una perspectiva de desarrollo sostenible, esto requeriría en primer término, que los historiadores ambientales no solamente interiorizaran los conocimientos pasados y recientes que contribuyen a explicar los fenómenos y comportamientos que ocurren en el mundo natural, sino que además emprendieran una labor de análisis, evaluación y síntesis en el marco de los problemas del mundo real. Tal visión requeriría entender y contribuir al entendimiento de la complejidad de los problemas y situaciones que ocurren en él.
Para un biólogo integrador como Edward O. Wilson (1998), la mayoría de los problemas del mundo real se encuentran en la intersección de cuatro cuadrantes que representan los dominios de las ciencias sociales, la biología, la política ambiental y la ética; y en esa intersección, también aumenta la complejidad. El llamado de Wilson y otros destacados científicos a la unificación del conocimiento, sugiere el abordaje sistémico de los problemas para un entendimiento de la complejidad. Si algo deber formar parte del bagaje central de conocimientos en ciencias naturales que debe manejar la historia ambiental, es precisamente este campo de la complejidad, tan descuidado como poco entendido
La complejidad como tema de estudio79
Si entendemos que el lenguaje de la naturaleza es el lenguaje de las relaciones (Bateson, 1979), podremos desarrollar una perspectiva más fiel de la historia. Ya no se trata únicamente de insistir
78 “¿Cuáles son los componentes fundamentales conque se construye la materia? Tenemos que saber cuáles son los objetos más primitivos que hay, y hemos de conocer las fuerzas que controlan su comportamiento social. La materia que vemos hoy a nuestro alrededor es compleja. Hay unos cien átomos químicos. Se puede calcular el número de combinaciones útiles de los átomos y es enorme: miles y miles de millones. Con el desarrollo de instrumentos de un poder cada vez mayor, miramos más y más de cerca a cosas cada vez menores... A las observaciones y mediciones les seguían inevitablemente síntesis, sumarios compactos de nuestro conocimiento...” Lederman, L. y Teresi, D., 1993.
79 La complejidad se ha planteado como una ciencia emergente que busca estudiar los sistemas complejos, es decir, aquellos cuyas propiedades no pueden explicarse plenamente a partir del entendimiento de sus partes. La ciencia de la complejidad ofrece un camino para traspasar los límites del reduccionismo, porque emerge del entendimiento de que buena parte del mundo no es como una máquina que puede comprenderse a partir de la catalogación de sus partes, sino que consiste principalmente de sistemas orgánicos y holísticos que son difíciles de comprender con los análisis científicos tradicionales. Lewin, 1992, 1999.
en las bondades del holismo como enfoque de investigación para entender el mundo. Se trata de utilizarlo como metodología para construir el conocimiento de él. Si no es a la luz del entendimiento de las relaciones no resulta fácil interpretar el mundo natural; y si no podemos interpretarlo no podrá construirse una historia ambiental veraz ni capaz de orientar las relaciones futuras del ser humano con su entorno. Se trata, entonces, de transitar con mente abierta por los escasamente conocidos senderos de la complejidad. Y es aquí donde, en una perspectiva de gestión integrada del conocimiento, científicos naturales, sociales e historiadores, pueden y deben unir esfuerzos.
Hay dos legados que las ciencias naturales nos han dejado, de gran utilidad en los tiempos actuales. Uno es el de Charles Darwin (1809-1882) de conectar la vida a través del tiempo en el marco de una gran síntesis nunca antes imaginada; el otro, el de Vladimir I. Vernadsky (18631945) de conectar la vida a través del espacio. A partir de su publicación en 1926 de La Biosfera, Vernadsky popularizó el término que define esa delgada zona que soporta la vida en el planeta. Ninguna de estas dimensiones de tiempo y espacio, ni sus relaciones complejas entre ellas, debe atenderse separadamente desde una perspectiva de desarrollo sostenible como tampoco desde la perspectiva de la Historia Ambiental y las Ciencias Naturales.
La complejidad80 es una característica inherente del mundo natural. Es un tema que las ciencias naturales no han abordado a cabalidad, en parte porque requiere de la interacción entre científicos de diferentes disciplinas que trabajen sobre ideas no convencionales, y que ponga el énfasis en “gente interactiva” (Gell-Mann, 1995)81 como hace el Instituto Santa Fe ubicado en New Mexico, más que en científicos que trabajen aisladamente.
Un ejemplo de investigación interactiva en el marco de las relaciones espacio-temporales lo constituyó el Proyecto Biosfera 282, proyecto experimental ecológico llevado a cabo en el interior de un domo de vidrio sellado ubicado en el desierto de Arizona. Este proyecto tuvo como uno de sus objetivos estudiar las relaciones entre la biosfera y la técnica humana, de manera que pudieran encontrar el punto en el que la “inteligencia” biosférica y la técnica comenzaran a trabajar juntas para que ambas se reforzaran sobre una base evolutiva sostenible y permanente (Allen y Nelson, 1999). Aunque el experimento mostró la dificultad de recrear la viabilidad del planeta, permitió iniciar, bajo condiciones controladas, modelos de trabajo de la biosfera y sus ecosistemas, tratando de descifrar múltiples y complejas relaciones.
80 Según Clark et al (1995) las ideas sobre la complejidad sistémica pueden remontarse a los esfuerzos pioneros de von Bertalanffy y otros en las primeras décadas del siglo XX.
81 El Instituto Santa Fe, fundado en 1984, agrupa a matemáticos, neurobiólogos, físicos, químicos, biólogos evolucionistas, economistas, lingüistas, científicos políticos, historiadores y especialistas en cómputo, entre otros. Según Murray Gell-Mann, uno de sus fundadores, muchos distinguidos científicos anhelan desviarse de sus propios campos pero no lo pueden hacer fácilmente dentro de sus propias instituciones. Por eso, sus fundadores no quisieron ubicar el Instituto Santa Fe cerca de Harvard o Stanford, donde hay una enorme presión de las ideas recibidas y aceptadas por toda una comunidad y, por consiguiente, difíciles de desafiar. En el Instituto Santa Fe los científicos pueden pensar y hablar libremente, constreñidos únicamente por la necesidad de concordar con la realidad.
82 En sus 1.25 has. y 190,000 m3, el Proyecto Biosfera ha intentado recrear algunos de los ecosistemas más importantes del planeta (desierto, sabana, bosque tropical, biomas oceánicos con manglares y arrecifes de coral, bioma agrícola intensivo y habitat humano). Este costoso experimento contiene, además alrededor de 4,000 especies de organismos vivientes.
Diversidad y variabilidad
La diversidad biológica es quizás la más sorprendente de las cualidades que caracterizan la complejidad del mundo natural. Según Wilson (1992), el más maravilloso misterio de la vida puede muy bien ser el mecanismo por el cual se creó tanta diversidad a partir de tan poca materia física. Tanta que apenas hemos logrado describir un poco más de 1.5 millones de especies de un total aparente de más de 30 millones. Y el sorprendente trópico puede elevar esta cifra considerablemente ante los hallazgos recientes de la diversidad de insectos que habitan en el dosel de sus bosques83 .
Las recientes exploraciones de los microorganismos existentes en el lecho marino pueden incrementar considerablemente la diversidad y, consecuentemente, la variabilidad genética84. No falta quienes consideran que es en las no-plantas y no-animales donde descansa la verdadera biodiversidad (Margulis, 1998).
De acuerdo con Margulis y Sagan (2002) más de 30 millones de organismos, especies y linajes de bacterias (que descendieron de un origen común) interactúan entre sí; todos producen y remueven gases, iones, metales y compuestos orgánicos, y el metabolismo, crecimiento e interacciones de esta inmensidad de seres, conduce a mucho más que la regulación de la temperatura, alcalinidad y composición atmosférica de la superficie terrestre. La dinámica de las relaciones entre ellas se manifiesta en forma de cambios constantes y adaptables dentro de lo que llamamos evolución, o en forma de ajustes transitorios en respuesta a condiciones particulares del entorno. Permítanme efectuar una revisión rápida de esta dinámica a partir de esa perspectiva histórica que conocemos como evolución.
Evolución
Nada en la vida tiene sentido si no es a la luz de la evolución (Margulis, 1998)85. Aquí es importante citar a Ernst Mayr (1991), quizás el más destacado biólogo evolucionista del Siglo XX, y su explicación de lo que a su juicio es la combinación de cinco teorías que comúnmente se agrupan en la teoría Darwiniana, es decir: a) la de la evolución per se y la transformación de los organismos en el tiempo, b) la del ancestro común de todos los organismos existentes sobre la tierra, c) la de la multiplicación de las especies que explica el origen de la enorme diversidad orgánica y su evolución en nuevas especies a partir del aislamiento geográfico de poblaciones de organismos, d) la del gradualismo que postula que los cambios evolutivos que dan origen a nuevos tipos tienen lugar de manera gradual y no súbita, y e) la de la selección natural que postula que el cambio evolutivo se da a partir de la producción abundante de variación genética en cada generación, y de la consecuente selección y adaptación. La idea de separarlas, contrario al tratamiento de ellas como una sola unidad, como fuera planteado por Darwin, se debe a que la
83 Comunicación del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá.
84 Craig Venter, fundador de Celera Genomics, uno de los dos líderes en el proceso de secuenciación del genoma humano cuyo primer borrador fue anunciado en el año 2000 en Washington, está participando en un viaje alrededor del mundo estudiando la constitución genética de la diversidad existente en los mares. Para mayor información sobre la contribución de Venter en el Proyecto Genoma Humano ver Dennis y Gallagher, 2001, The Human Genome.
85 Theodosius Dobzhansky, citado por Lynn Margulis (Symbiotic Planet, 1998): “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”.
mayoría de los evolucionistas que aceptan la primera de las teorías, han rechazado una o varias de las otras cuatro.
Mayr nos ofrece una explicación sobre la naturaleza de los cambios y, al igual que numerosos científicos evolucionistas, sobre los caminos y mecanismos del intercambio de genes y las mutaciones para explicar el proceso evolutivo de las especies. Pero, recientemente un nuevo mecanismo que se plantea como una nueva teoría sobre el origen de las especies, ha comenzado a desafiar los actuales conceptos en esta materia. Se trata de la simbiogénesis, que aunque propuesta originalmente por el ruso Konstantin Merezhkovsky (1855-1921), ha sido reforzada por las investigaciones de Lynn Margulis y sus colegas (Margulis, 1998; Margulis y Sagan, 2002).
La simbiogénesis es definida como la formación de nuevos órganos u organismos mediante fusiones simbióticas que permiten la adquisición de nuevos genomas. Ella podría, según sus postulantes, constituir la fuente principal de la variación genética heredable, uno de los misterios de la evolución que Charles Darwin nunca pudo resolver. Este mecanismo ha sido replanteado por Margulis y sus colegas a partir de la profundización en el estudio de uno de los fenómenos más interesantes y a la vez más sorprendentes de la vida: la simbiosis, Hoy es sabido que el 90% de las plantas vivientes tiene simbiontes micorrizales, y cerca del 80% de ellas perecería si fuera privada de sus socios fúngicos; también es sabido que prácticamente todos los seres vivientes conforman un consorcio de varias especies86. Un ejemplo interesante de simbiosis en el mundo animal domesticado es el del ganado vacuno. La comunidad microbiana de la vaca incluye protistas ciliados y bacterias que viven en el rúmen. Estos microbios realizan la tarea de digestión del pasto y sin ellos la vaca no podría tragar, ni fermentar, ni regurgitar ni volver a tragar. Ninguna vaca sería herbívora sin ellos. De hecho, en un sentido muy real, los microbios degradadores de la celulosa son la vaca (Margulis, 1998).
Es fácil comprender, entonces, que la evolución no puede ser estudiada a partir de una sola especie u organismo sino a partir de sus relaciones de antagonismo, competencia y cooperación, es decir, a partir de su coevolución con otras especies y organismos que comparten el mismo entorno. Y en este proceso, las especies y organismos cambian para adaptarse a los constantes cambios de su entorno, sean estos naturales o antropogénicos.
Sin embargo, los experimentos realizados con el propósito de detectar cambios evolutivos y coevolutivos solamente han podido efectuarse en organismos que tienen cortos períodos generacionales y pueden ser cultivados en gran número (bacterias, algas unicelulares, nematodos, moscas de las frutas). Con estos organismos ha sido posible medir en plazos relativamente cortos los efectos de presiones de selección sobre el cambio en la frecuencia de los genes y su red epigenética, aunque muy probablemente, muchos cambios han pasado inadvertidos en numerosos experimentos científicos llevados a cabo con poco criterio ecológico. Por ejemplo, una experiencia que tuve durante mis estudios de doctorado en una universidad norteamericana me permitió apreciar la carencia de este criterio en un campo biológico especializado. Ella tuvo lugar cuando estudiaba las variaciones morfológicas de una especie de nematodo (Pratylenchus penetrans) que afectaba numerosos cultivos del norte del Estado de Nueva York, y los cambios ocurridos en la frecuencia de las variantes cuando la especie era sometida a diferentes presiones de selección inducidas bajo condiciones controladas (Tarté y Mai, 1976; Townshend et al
86 Ernst Mayr en el prólogo de Acquiring Genomes por Lynn Margulis y Dorion Sagan, 2002: “El mundo de la vida no solamente consiste de especies interdependientes, sino que cada individuo de la mayoría de las especies es realmente un consorcio de varias especies”.
1978)87. Pude detectar de una manera casual que dos variantes morfológicas distintas presentes en una misma población exhibían diferente comportamiento patogénico. Este diferente comportamiento patogénico fue evidente 30 años después que una población del nematodo que había sido cultivada artificialmente bajo condiciones de laboratorio durante ese período de tiempo, fue comparada con una población existente en su sitio de origen. El nematodo cultivado artificialmente durante 30 años no se comportaba igual que el del sitio original. Su comportamiento patogénico y agresividad se habían reducido debido a su completo aislamiento y mínimas presiones de selección (France y Brodie, 1995, 1996). Lo grave del hallazgo fue haber descubierto que muchos científicos en distintas partes del mundo utilizaron especímenes del mismo nematodo cultivado para sus estudios de patogenicidad y dinámica poblacional en diversos cultivos vegetales bajo condiciones controladas de invernadero o cámaras climatizadas que, además, en nada reflejaban la realidad.
Con toda seguridad éste no es un caso aislado. Lo aislado fue la mentalidad de muchos científicos que no reconocieron la complejidad de las relaciones entre el organismo y su medio ambiente. Lo anterior tiene importancia al considerar el estudio de intervenciones humanas en la naturaleza, en particular en sus implicaciones para la agricultura, la salud humana y el entorno urbano, como veremos más adelante.
Además de los procesos de selección y adaptación, la evolución postula la aparición de nuevas especies en un proceso conocido como especiación. Si bien la especiación y la extinción parecen reflejar muy probablemente la dinámica espontánea de las comunidades de especies (Kauffman, 1995), en la escala de nuestro ciclo biológico como especie humana tenemos más evidencia de lo segundo que de lo primero (Margulis y Sagan, 2002)
Y es que más allá del proceso de selección natural como una de las teorías evolutivas, ha sido casi imposible registrar un proceso de especiación (segunda de las teorías de Darwin según Mayr). Según Margulis y Sagan (2002) lo más cerca que la ciencia ha estado de observar y registrar un proceso de especiación se encuentra en el trabajo de laboratorio de Theodosisus Dobzhansky en una especie de mosca de las frutas (Drosophila paulistorium). Pero aun allí, según ellos, únicamente ocurrió un aislamiento reproductivo entre variantes que se adaptaron a condiciones de calor y las que lo hicieron bajo condiciones de frío, y no una nueva especie. Este experimento de Dobzhansky, hecho hace más de 40 años (Dobzhansky y Pavlosky, 1966), bien pudiera ser el primer experimento documentado que demuestra la adaptación de una especie a condiciones de calentamiento como las que ahora nos preocupan.
No obstante la dificultad en registrar procesos de especiación, la historia natural de la vida en los últimos 550 millones años ha hecho eco del mismo fenómeno de especiación y extinción a todos los niveles: desde ecosistemas hasta sistemas económicos sometidos a una evolución tecnológica, donde avalanchas de nuevos bienes y tecnologías conducen a los viejos a la extinción (Kauffman, 1995).
Más allá de la evolución como principal mecanismo dinamizador del cambio en los sistemas biológicos, algunos cambios no evolutivos pueden ocurrir súbitamente en algunas especies para permitir ajustes y adaptaciones a condiciones del entorno. Por ejemplo, la mayoría de las larvas hembras de una especie de nematodo (Meloidogyne incognita) que produce tumores en las raíces de numerosas especies de plantas puede revertir su sexo y transformarse en larvas machos bajo condiciones de escasez de alimento (Wallace, 1973). Hoy se conoce que bacterias endosimbiontes del género Wolbachia, las cuales infectan células de testículos y ovarios de
87
Las presiones de selección consistían en estudiar el comportamiento de los nematodos en diferentes cultivos, tipos de suelo, temperaturas, luminosidad, nitrógeno, etc.
muchas especies de insectos y artrópodos, alteran profundamente la reproducción de sus hospedadores, feminizando machos genéticos de artrópodos y provocando una partenogénesis inusual que produce únicamente hembras como descendencia en algunas avispas e insectos (Werren y Windsor, 2000). Estos efectos han sido implicados como un mecanismo posible para la rápida especiación en artrópodos, y confirma el importante rol de la simbiosis en los procesos coevolutivos de las especies.
En síntesis, los cambios y ajustes constituyen una constante en el mundo natural. A través del tiempo, únicamente una historia científicamente fundamentada, en tanto busque explicar la complejidad de las relaciones, podrá registrarlos para explicar con mayor precisión los procesos y fenómenos que ocurren en el mundo natural.
La ciencia incompleta
La fragmentación del mundo en pedazos para poder entenderlo ha dado a luz a numerosas ciencias, disciplinas o especialidades. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de la necesidad de integrar varias de estas disciplinas a partir de las necesidades a las que nos ha conducido nuestra creciente percepción de la complejidad del mundo, y así han ido conformándose las disciplinas híbridas como la Biología Evolutiva, la Economía Ecológica, la Sociología Ambiental y la Sociobiología. También ha ido conformándose la Historia Ambiental como una disciplina integradora por excelencia, que al mismo tiempo exige que cada una de las ciencias tenga un sentido de la historia que la haga más consciente de sus propias limitaciones88. Esta hibridación nos va acercando a esa gran síntesis que deberá unir o buscar los puntos de convergencia entre las Ciencias Naturales, las Humanidades y las Ciencias Sociales, quizás algo menos separadas ahora que cuando C. P. Snow publicó en 1959 el desafiante libro “Las dos Culturas”, en el cual hacía referencia a la separación existente entre los llamados “intelectuales literarios” y los científicos (Brockman, 1995).
Pero aun de estas ciencias y disciplinas especializadas, tenemos mucho que aprender para entender o interpretar los hallazgos o fenómenos del pasado y el presente. Por ejemplo, la Paleoecología, una disciplina que se ha convertido en una herramienta esencial de los historiadores ambientales, nos ha brindado información científicamente confiable sobre las transformaciones de los paisajes. Piperno y Pearsall (1998) nos han mostrado evidencia de la naturaleza antropogénica de numerosas perturbaciones del paisaje en tierras bajas neotropicales, a partir del análisis de fitolitos y granos de polen en sedimentos encontrados en lagos y sitios arqueológicos.
La Geografía y, en particular, el uso reciente de los sistemas de información geográfica y geoespaciales, nos han ofrecido herramientas de mucha utilidad para trabajos de seguimiento y monitoreo de los cambios en uso de la tierra y transformaciones de los paisajes. Estas herramientas permiten, al mismo tiempo, incursionar en la búsqueda de relaciones insospechadas a través de la sobreposición de datos (geológicos, geográficos, biológicos, climáticos, etc.) con fenómenos, situaciones y procesos naturales o antropogénicos, algo que es sin duda de gran utilidad en la construcción de la historia por venir.
La Fisiología Vegetal nos brinda explicaciones sobre el significado de hallazgos arqueológicos. Por ejemplo, la figura emblemática del Centro Internacional de la Papa en Lima, Perú, muestra un hombre indígena sosteniendo en cada mano una planta de papa; en su mano
88 Una ciencia sin un sentido de la historia es una ciencia ignorante de sus limitaciones. Donald Worster, 2004.
izquierda sostiene una planta con muchas flores y escasos tubérculos, mientras que en su mano derecha sostiene una planta con muy pocas flores y muchos tubérculos. La explicación fisiológica de este símbolo, al que se ha llamado “dios de la papa”, es la que un moderno agente de extensión agrícola le daría a los agricultores: si quieren obtener una abundante cosecha de tubérculos, eliminen las flores que actúan como sumideros de carbohidratos, que si bien son necesarias para formar los pequeños frutos a partir de ellas, son más necesarios si se dirigen a las raíces donde son almacenados en los tubérculos que nos sirven de alimento.
La bioestadística nos permite entender que el mundo natural es complejo, no lineal, no uniforme, y a ratos caótico. Es una disciplina que nació del entendimiento de que los resultados de experimentos de campo o laboratorio con sistemas biológicos, únicamente son replicables en un 100% si en una dimensión espacio-temporal prevalecen las mismas condiciones biogeofísicas del sitio donde se llevaron a cabo. Pero, nunca prevalecen las mismas condiciones. Al menos, no en el espacio vital de nuestras relaciones ecosistémicas, ni mucho menos en el tiempo. Por eso es tan difícil dominar la habilidad de predecir sin dominar el entendimiento de las relaciones de causalidad en entornos complejos.
Entender sobre la vida, la naturaleza y el mundo es la aspiración máxima de todo científico como debe serlo también para todo historiador.
¿Una historia experimental?
Los historiadores podrán encontrar muchas herramientas en las Ciencias Naturales. Entender cómo funciona el mundo natural es tan importante para los historiadores ambientales como para los científicos. Pero entender de ciencia para influir sobre ella, como creo que lo puede hacer, constituye, quizás, un reto importante para la Historia Ambiental, porque creo que le permitiría trascender sus propios límites y fortalecer su capacidad para ejercer su rol integrador. Por ejemplo, la genética, si es alimentada por hallazgos paleobotánicos o paleoecológicos, con el apoyo de la historia ambiental, podría incidir sobre el trabajo de los investigadores en mejoramiento genético de plantas.
Un historiador ambiental podría ir más allá de escudriñar sobre el origen de las razas de maíz y registrar sus diferencias en cuanto a latitud, elevación y otras características de su habitat. Una contribución interesante sería lograr que este conocimiento fuera utilizado por los genetistas y biotecnólogos para mejorar las características y rendimientos de las variedades del grano bajo condiciones similares a las de su lugar de origen, que es donde trabaja la inmensa mayoría de los agricultores de los trópicos.
Los ecosistemas como unidad de estudio
La complejidad como tema de estudio tiene que enfocar el ecosistema como unidad de estudio. Este enfoque es también una fragmentación del mundo, pero a un nivel mayor de agregación y desde una perspectiva sistémica. Un nivel en el que muchos científicos y “desarrollistas” rehusan trabajar. Pero un nivel que permite entender mejor la complejidad del mundo89 y de cuyo estudio podemos aprender lecciones valiosas90 .
89 Stuart Kauffman (1995) se refiere a la complejidad en los siguientes términos: “Vivimos en un mundo de sorprendente complejidad. Moléculas de todo tipo se juntan en una danza metabólica para fabricar células. Células interactúan con células para formar organismos; organismos interactúan con organismos para formar ecosistemas, economías y sociedades”.
Un ecosistema es definido como un volumen de superficie terrestre en el que hay organismos que reciclan energía y materia con más rapidez dentro del sistema que entre él y otros ecosistemas. Un ecosistema es en sí la unidad más pequeña capaz de reciclar los elementos de importancia biológica (Margulis, 1998).
En este sentido, todas las actividades humanas están condicionadas y dependen de la salud del ecosistema en el que habitan. Pero, para entender su dinámica, es preciso echar una mirada a lo que hoy reconocemos como efectos de las intervenciones humanas sobre la naturaleza y relacionarlos con el conocimiento científico que hemos adquirido hoy día. Estas intervenciones, particularmente a partir del neolítico, han evolucionado de un proceso de domesticación a uno de explotación irracional de la naturaleza, que nos hace sospechar que estamos alcanzando un punto de no retorno. Por tanto, del conocimiento y entendimiento de esos procesos podemos aprender lecciones valiosas.
Sobran los ejemplos de las consecuencias de la intervención humana en el trabajo contra la naturaleza en la agricultura, la pesca, la salud humana y el ambiente construido. El análisis de ellos con un enfoque por ecosistemas ayuda a entender la complejidad que nos rodea.
Por ejemplo, Zabel et al (2003) reportaron recientemente que en un ecosistema marino de Jamaica la sobrepesca convirtió en tres décadas lo que fueran hermosos arrecifes coralinos en un espacio cubierto de algas. Cuando las especies de peces carnívoras comenzaron a agotarse, los pescadores se dedicaron a la pesca de pequeñas especies herbívoras que compartían con los erizos las algas que ambos utilizaban como alimento. Cuando las especies herbívoras se fueron agotando, también por sobrepesca, los erizos se beneficiaron y se reprodujeron hasta que en 1983 un patógeno misterioso redujo sus poblaciones en un 99%. Las algas, con pocos peces herbívoros y erizos que las utilizaran como alimento, se reprodujeron explosivamente hasta reducir considerablemente el área ocupada por los corales. En consecuencia, se transformó el ecosistema, con consecuencias nefastas para los pescadores, aunque el ecosistema hizo sus ajustes.
Si bien hoy día entendemos mejor las causas, continuamos cometiendo los mismos errores. Un clásico ejemplo es el de las nuevas plagas que aparecen y la resistencia que adquieren las actuales en nuestros agroecosistemas91
Ecosistemas tropicales: mayor diversidad y complejidad
La extraordinaria diversidad de los trópicos los hace lugares ideales para estudiar la compleja dinámica de las relaciones en el mundo natural y donde la historia ambiental debe ser especialmente cuidadosa al interpretar los fenómenos, situaciones y procesos.
Dos características, aparentemente antagónicas, destacan lo que ha caracterizado a los ecosistemas tropicales, representados casi siempre por sus exuberantes bosques. Ellas son: su fragilidad y su elasticidad. Pareciera existir evidencia de que la fragilidad de los bosques tropicales está más relacionada con la concentración de su diversidad biológica que con
90 “...podemos aprender lecciones valiosas del estudio de los ecosistemas... Necesitamos revitalizar nuestras comunidades – incluyendo nuestras comunidades educativas, de negocios y políticas – de manera que los principios de la ecología se manifiesten en ellas como principios de educación, gerencia y política.” Fritjof Capra, 1996.
91 Ehrlich (2000) recuerda que antes de la segunda guerra mundial, los ácaros constituían una plaga menor y que después que el uso generalizado de insecticidas sintéticos (entre ellos el DDT) destruyó muchos de sus enemigos naturales, los ácaros se convirtieron en la más severa plaga de artrópodos que afecta a la agricultura a nivel mundial.
cualquier otra característica. Por ejemplo, en el territorio de Panamá hay mayor diversidad biológica por área que en el Amazonas, y por ello, se estima que una hectárea deforestada en Panamá tiene mayor efecto negativo que una hectárea deforestada en el Amazonas, donde posiblemente su capacidad de regeneración le permite al bosque adquirir una conformación de especies e interacciones más cercana a la original que en aquél.
Al mismo tiempo, el paradigma de la fragilidad de los bosques tropicales se ha descartado a la luz de estudios ecológicos recientes, que consideran a los mismos como resistentes y elásticos a perturbaciones naturales, aunque ciertamente son vulnerables a perturbaciones causadas por el ser humano (Lugo, 2001). No obstante, fragilidad y elasticidad son dos características que no se contraponen de manera absoluta y por tanto no puede descartarse una de ellas en favor de la otra. Personalmente pienso que la complejidad dista mucho de ser sujeta de la proclamación de paradigmas científicos de tendencia generalizadora. Diversidad y cambio constante son características inherentes a todos los sistemas biológicos, pero la dirección de tales cambios aún no la podemos anticipar. Únicamente podemos anticipar sus tendencias, dentro de los límites de lo conocido.
El ecosistema global: GAIA
Todas las perturbaciones de los ecosistemas tienen su efecto a escala planetaria. En su teoría sistémica sobre la tierra, James Lovelock (GAIA, 1979) señala que la biosfera es una entidad (ecosistema) que se autorregula y, por consiguiente, tiene la capacidad de mantener el planeta saludable, reciclando sus propios desechos y controlando su ambiente físico y químico. No obstante, señala Lovelock, debemos recordar que la devastación de los ecosistemas tropicales puede disminuir su capacidad para hacerlo. Es indudable que, desde esta perspectiva, la tierra es una red de ecosistemas (Margulis, 2002).
Un ejemplo interesante de la dinámica global y sus interacciones fue puesto de manifiesto en una reciente reunión a la que asistí, donde se destacó que expertos sudafricanos pueden predecir el comportamiento de su cosecha de maíz sobre la base de las mediciones de precipitación pluvial ocurrida en el Amazonas el año anterior. La deforestación en el Amazonas parece afectar el ciclo hidrológico y, en consecuencia, a la agricultura sudafricana.
El cambio climático es otro de esos efectos de alcance global y origen local que hoy día preocupa a la casi totalidad del mundo. Y en el estudio de esos efectos, tiempo y espacio conforman dos dimensiones inseparables en el ecosistema global. El pensar globalmente ha permitido que numerosos científicos estén preocupados por las consecuencias de un cambio climático, al punto que ya se ha reportado la aparición de la primera adaptación genética al calentamiento global (Sci. Am., 2002). Se trata de un mosquito (Wyeomyia smithii) que habita en Norteamérica, cuya respuesta genética flexible podría ser una característica evolutiva de muchas especies que podrían enfrentar la extinción si no la tuvieren. Y más recientemente, se ha reportado la posible existencia de algas tolerantes al calor que viven en simbiosis con los corales en arrecifes de Panamá y Kenia92
92 Científicos descubrieron que arrecifes en Panamá y Kenia, que habían experimentado temperaturas acuáticas inusualmente altas, tenían proporciones elevadas de una variedad de alga tolerante al calor llamada simbionte D. Se presume que estos hallazgos, reportados en la Revista Nature en agosto del 2004, fueron la primera “evidencia del mundo real” de que los corales podrían adaptarse al calentamiento. Tomado de: Cornelia Dean, The New York Times, publicado por el diario La Prensa de Panamá, 2 de enero de 2005.
El sistema en la célula: complejidad en la revolución biotecnológica
El año 2000 marcó un hito en la historia humana. Fue el año en que se dio a conocer al mundo el borrador de la secuencia del genoma humano, que culminaría más de una década de trabajo que involucró a miles de científicos y una veintena de centros secuenciadores en seis países. La sociedad estaba ante lo que parecía el deseo cumplido de entender su compleja naturaleza biológica. Al mismo tiempo, el gran descubrimiento genético pronto hizo comprender a sus gestores que “los individuos no pueden ser reducidos a sus características genéticas”; que “somos mucho más que simplemente los productos de nuestros genomas” y que “las consideraciones sobre lo que compartimos, cómo nos diferenciamos, y lo que nuestros genes definen y no definen, son complejas” (Dennis y Gallagher, 2001).
Cada vez hay más evidencia de que algo más que los genes pasa de una generación a otra. Hoy día, hay dudas en cuanto a que los genes que codifican proteínas son los únicos causales de la herencia, y que el determinismo genético (un gen: una proteína) ya no constituye la norma generalmente aceptada. El dogma de que una secuencia de ADN califica como gen solamente si puede producir una proteína, está siendo cuestionado. No hay correspondencia entre la complejidad de una especie y el número de genes en su genoma. Por ejemplo, el arroz tiene más genes codificadores que los humanos, en los que el 98% del ADN no codifica ninguna proteína (Waytt, 2003).
No está aún muy claro por qué la complejidad de un organismo no correlaciona con el número de sus genes. Tampoco está clara la base genética de enfermedades complejas que se sabe son “multifactoriales” o “poligénicas”, como es el caso de la diabetes, enfermedades cardiovasculares y artritis reumatoidea. Lo cierto es que la secuenciación del genoma es solamente el primer paso de un largo viaje hacia el entendimiento de la biología de los humanos y otros seres vivientes (Dennis y Gallagher, 2001). La vida es compleja y su entendimiento seguramente, como el universo, requerirá una eternidad.93
Esta complejidad a nivel celular, por una parte complica los procesos y resultados de la manipulación genética, y por la otra, conduce a incrementar las preocupaciones sobre las consecuencias del uso de organismos manipulados genéticamente ante el desconocimiento de las consecuencias de interacciones complejas que pueden ocurrir entre ellos y su entorno. Por ejemplo, se sospecha que los cultivos transgénicos conllevan riesgos a la salud humana, que sus genes pueden escaparse hacia las malezas silvestres, que puede ocurrir un incremento en el uso de herbicidas cuando se usen variedades transgénicas deliberadamente transformadas para ser resistentes a ellos, que las plagas a las cuales ellas son nocivas pueden adquirir resistencia más rápidamente que con el uso de químicos, y que este efecto nocivo a las plagas también puede ser nocivo a los organismos benéficos (Winston, 1997).
Pero hay una preocupación adicional que los historiadores ambientales conocen muy bien, y es que la mayoría de las variedades transgénicas autorizadas (maíz, algodón, papa y tomate) tiene sus parientes silvestres en Meso y Sur América. De hecho, ya se reportó el primer
93 “El Universo requiere la eternidad... Por eso afirman que la conservación de este mundo es una perpetua creación y que los verbos conservar y crear, tan enemistados aquí, son sinónimos en el Cielo” Jorge Luis Borges
informe de contaminación genética del maíz en la Sierra Norte de México en la Revista Nature en el año 2001 (Cummings, 2003)94
Combate, ajustes y límites
Si la Historia Ambiental ha de contribuir a la labor de integración del conocimiento en las Ciencias Naturales, debe aprovechar los numerosos registros que existen de trabajos con la naturaleza, particularmente los que han utilizado el conocimiento indígena adquirido a través de siglos de prueba y error (Thurston, 1992), o a partir de los trabajos de ajuste y los combates entre la naturaleza extrahumana y la naturaleza humana, como señaló atinadamente José Martí (Castro, 2003)95. La tríada de los aztecas y mayas que cultivaban maíz, frijol y calabazas en el mismo espacio de terreno; el cultivo de 17 tipos de frijol en un espacio de 1.5 hectáreas en Puebla, México96, y los huertos caseros en Java que contienen más de 70 especies conformadas de manera que imiten el ecosistema forestal, quizás inspiren a los agrónomos y genetistas a utilizar nuevas metodologías científicas de mejoramiento de los cultivos.
No obstante, cabe preguntarse si una forma de trabajo con la naturaleza, particularmente en la actividad primaria de la agricultura, puede ser adoptada masivamente a nivel global. Vaclav Smil (1997), por ejemplo, señala que si todos los agricultores se dedicaran a una agricultura orgánica pura, rápidamente encontrarían que estas prácticas no podrían alimentar a las poblaciones humanas de hoy. Simplemente, añade, no hay suficiente nitrógeno reciclable para producir el alimento que requieren 6,000 millones de personas.
Por otra parte, con relación al ambiente construido (facilidades, infraestructuras, viviendas, etc.), cabe también preguntarse si es posible lo que idealmente sostenía (y aún sostiene) Ian L. McHarg97, hace 37 años en su clásico libro Design with Nature, cuando señalaba que un ambiente construido era apropiado cuando en él las necesidades máximas de un usuario eran provistas por el ambiente tal y como era encontrado, requiriendo, por tanto, un mínimo de trabajo de adaptación que se traduce en evolución exitosa y en especies y ecosistemas saludables.
El desconocimiento del funcionamiento de los ecosistemas nos plantea diversas dificultades. Entre ellas, la más fundamental de todas parece ser la de establecer límites a nuestras intervenciones de la naturaleza. Aunque se reconoce que hay una relación estrecha entre población humana y utilización de los recursos, no hay un entendimiento claro acerca de cuáles podrían ser estos límites, particularmente cuando se habla de una escala planetaria. Recientemente (2004), Paul Ehrlich, profesor de Estudios sobre Población y Ciencias Biológicas de la Universidad de Stanford, indicaba que el planeta Tierra tiene una capacidad óptima para
94 La contaminación se produjo a través de la utilización de variedades transgénicas que llevan en su genoma el gen Bt, el cual actúa como insecticida. Se presume que ello puede provocar resistencia de los insectos, los que a su vez atacarían a las variedades silvestres a las que podrían erradicar.
95 José Martí. Obras Completas. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, tomo XXIII, p. 44.
96 Thurston (1992) afirma que en Puebla, México, hay agricultores que cultivan en hectárea y media 17 tipos diferentes de frijoles. Algunas de estas variedades o tipos crecen mejor en años húmedos y otras crecen mejor en años secos; cuando los insectos atacan, algunas sobreviven al ataque mientras que otras son consumidas. El agricultor tiene siempre una buena cosecha de frijol no importa la adversidad que le afecte.
97 Ian L. McHarg es paisajista y planificador regional de la Universidad de Pennsylvania. Es conocido como el padre de la planificación ecológica.
sostener a 2,000 millones de personas, aunque otros estudiosos de la materia la han estimado en 10,000 millones y algo más98
En escalas espaciales más pequeñas, particularmente las que están contenidas en los límites políticos de los países, se ha hecho un intento por relacionar el concepto de límites con el de huella y capacidad ecológica. El concepto de huella ecológica (Wackernagel y Rees, 1996) fue planteado como una herramienta de contabilización que nos permite medir el área biológicamente productiva de tierra y agua que una población determinada o economía utiliza para satisfacer su consumo y asimilar los desechos generados99. La contabilización de la huella y capacidad ecológica se ha estimado en los últimos años para 138 países por una organización conocida como Redefining Progress. Esta contabilización permite cuantificar el déficit ecológico de cada uno sustrayendo la medición de huella ecológica de la de capacidad ecológica, todas medidas en hectáreas per capita. Así, por ejemplo, mientras la huella ecológica de los Estados Unidos es de 9.57 has., la de Canadá 8.56 has. y la de Bangladesh 0.5 has., al sustraerle la capacidad ecológica, el déficit ecológico para los tres países es de –4.27, 5.64 y –0.2 respectivamente. Las cifras para la mayoría de los países revelan un déficit ecológico significativo, pero, peor aún, revelan una distribución extremadamente desigual en materia de consumo y disponibilidad de recursos.
En su tesis publicada en 1996, Mathis Wackernagel, con la colaboración de William Rees, anticipaba lo que ya se está midiendo al señalar que si todas las personas sobre la Tierra disfrutaran de los mismos estándares ecológicos que los norteamericanos, se requerirían tres planetas Tierra para satisfacer la demanda material adicional utilizando la tecnología prevaleciente.
Independientemente de las críticas que algunos han señalado al concepto de huella ecológica, pareciera obvio que ante la distribución desigual de los recursos y los patrones actuales de consumo, no podrá haber ningún tipo de desarrollo que sea sostenible desde una perspectiva global. Entonces, ¿por qué insistimos tanto en la viabilidad de este modelo tan lleno de contradicciones como si dependiera de los esfuerzos de países individuales para luego sumarlos y tener una medida de la sostenibilidad global? ¿Cómo pueden países en desarrollo que tienen un déficit ecológico compensar por su carencia de recursos?100 ¿cuál es el papel de la Historia Ambiental y de las Ciencias Naturales ante tales perspectivas y escenarios?
La síntesis necesaria
La encrucijada por la que atravesamos no nos deja muchas alternativas. Lo que sí es cierto es que se impone como nunca antes una integración del conocimiento proveniente de las
98 La FAO estima que la Tierra, en el estadio alcanzado por sus medios de producción agrícolas, podría alimentar con plena normalidad a 12 mil millones de seres humanos (ver Ziegler, 2002)
99 La huella ecológica se calcula en hectáreas per capita y se basa en ocho categorías de uso de la tierra: a) uso energético, b) ambiente construido, c) jardines, d) tierra cultivada, e) pastos, f) bosques manejados, g) bosques naturales y h) áreas no productivas.
100 Por lo general se atribuye el éxito económico de países con escasos recursos naturales, como Singapur, a las inversiones inteligentes en materia de educación que permiten basar sus economías en el conocimiento y no en la explotación de sus recursos para producir bienes y “commodities” (ver Enríquez, 2000, 2001). Pero, ¿pueden todos los países con escasos recursos basar exclusivamente sus economías en el conocimiento e insertarse con éxito en una economía de mercado cada vez más competitiva? ¿Quién produce los bienes y “commodities”?
ciencias naturales, las humanidades y las ciencias sociales, y aquí es donde con toda seguridad la Historia Ambiental podrá hacer la mayor de sus contribuciones.
Pero únicamente podrá hacerla en la medida en que los historiadores entiendan de ciencia y comprendan o traten de comprender el lenguaje de las relaciones que ocurren en el mundo natural y que los actos naturales y humanos deben entenderse en la plenitud de sus dimensiones espacio-temporales. Para entender ese lenguaje es preciso adoptar un enfoque sistémico que permita, no solamente juntar los pedazos para entender el pasado, sino que, y más importante, permita visualizar el futuro construyendo hipótesis a partir de una visión comprensiva del todo.
La Historia Ambiental podrá emprender con éxito una labor de convencimiento de los científicos naturales sobre la necesidad de adoptar como norma de trabajo un enfoque integrado de gestión del conocimiento, algo que no es muy popular entre los científicos y menos entre los impulsores del desarrollo.
La participación en equipos interdisciplinarios comienza a darse, y en ellos hay de sobra cabida para los historiadores ambientales, particularmente en equipos que trabajan sobre modelos predictivos de simulación de la compleja realidad. No existen muchos Institutos Santa Fe, pero sí existe una disciplina llamada Historia Ambiental cuyos límites, a diferencia de otras, están contenidos dentro de una realidad que requiere para su entendimiento de una labor extraordinaria de síntesis.
Noviembre de 2004
Nota posterior:
El lenguaje de las relaciones
Ilya Prigogine (1997), premio Nobel de Química en 1977, y gran explorador de los problemas del tiempo, el determinismo y los sistemas complejos, expresó lo siguiente: “Siempre pensé que la ciencia era un diálogo con la naturaleza... y como todo diálogo genuino, las respuestas suelen ser inesperadas”101. Desde otra perspectiva y en esa misma línea, el antropólogo Gregory Bateson, considerado por algunos como uno de los más importantes pensadores del siglo XX, había señalado (1979) que el lenguaje de la naturaleza es el lenguaje de las relaciones. Ese lenguaje de las relaciones es precisamente el que los humanos, científicos o no, estamos ya obligados a entender en nuestro permanente diálogo con la naturaleza.
Pero la ciencia no necesariamente se mueve en la dirección de entender el lenguaje de las relaciones y sus complejidades para permitir que los seres humanos adquieran un mayor conocimiento del mundo que habitan y puedan tomar las mejores decisiones para garantizar la sostenibilidad de los elementos sustentadores de sus vidas. Más bien pareciera moverse en la dirección de ejercer control sobre la vida misma. Un libro reciente (Enríquez, 2000, 2001) al referirse a la revolución genómica desencadenada a partir de los importantes avances científicos que permitieron descifrar el código genético humano y de otras especies, señala tajantemente que “estamos comenzando a adquirir... control directo y deliberado... sobre la evolución de todas las formas de vida... sobre el planeta...” ¿Cómo? ¿Controlar la evolución de todas las formas de vida? ¿Podremos hacerlo sin desatar reacciones en cadena que alteren peligrosamente el 101 Ver Prigogine, 1997. El fin de las certidumbres.
dinámico equilibrio que existe entre todas las formas de vida y sin que estas alteraciones conduzcan a amenazas permanentes a nuestra propia existencia?
Si bien estamos comenzando a entender el lenguaje de los genes y lo que ellos hacen, aún hay un camino largo por recorrer. Apenas menos del 2% del ADN total en las células se sabe que codifica proteínas, es decir, los bloques a partir de los cuales se construyen las estructuras y funciones de todos los seres vivientes. Pero, ¿qué hace el otro 98%? Hoy día se comienza a apreciar que no es simple “basura”, que este ADN puede codificar moléculas de ARN102 que desempeñan una variedad de funciones reguladoras. Es lo que ha comenzado a denominarse: el programa genético escondido de los organismos complejos (Mattick, 2004). Y hoy día también se comienza a descubrir el importante papel de la herencia extra ADN, es decir, controlada por otros factores fuera del ADN. ¿Complejidad? Ciertamente. ¿Y qué de las relaciones entre genes, organismos, especies, comunidades, ecosistemas, etc.? ¿Podremos controlarlas?
Antes de seguir especulando y haciéndonos preguntas para las cuales aún no tenemos respuestas –y posiblemente nunca las tengamos- bien vale la pena recordar una cita de Bateson que debe hacernos reflexionar: “El mito del poder es, por supuesto, un mito muy poderoso; y probablemente la mayoría de la gente en este mundo más o menos cree en él... Pero sigue siendo una locura epistemológica y conduce inevitablemente a todo tipo de desastres... ¡Querer el control es la patología! No que una persona pueda obtener el control, porque nunca lo logrará... El hombre es solamente una parte de un sistema mayor, y la parte nunca puede controlar el todo”.
Enero de 2006
Bibliografía del Capítulo 8
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Capítulo 9
GESTIÓN INTEGRADA DEL CONOCIMIENTO: Ciencia para el Desarrollo Sostenible
“El conocimiento es la ilusión de la búsqueda de lo finito dentro de lo que es infinito”
Martín L. Tarté-Muy interesante, pero preferimos seguir como estamos-
Pauline..., así le llamaban sus subalternos cuando se referían a ella en su ausencia. En la realidad presencial y virtual, era la Dra. Smart, una eficiente, aunque no tan brillante directora regional de una agencia de cooperación internacional durante la década de 1980.
Yo era el director de un organismo regional dedicado a la investigación y enseñanza agrícola que recibía, más que de ninguna otra agencia cooperante, un fuerte apoyo financiero de la agencia que dirigía Pauline.
Contábamos con el apoyo de una veintena de agencias donantes y cooperantes que nos financiaban proyectos que, aunque concebidos con distinto enfoque, con frecuencia coincidían en las mismas áreas geográficas. Las posibilidades para hacer sinergias eran muy grandes. Complementar esfuerzos y recursos financieros, me dije, era una forma efectiva de potenciar la cooperación internacional y, sobretodo, de dar un nuevo enfoque sistémico e integrado a un proceso de gestión de conocimientos en ecoregiones, cuencas o ecosistemas. Debíamos poder concertar los esfuerzos de los proyectos financiados por esa veintena de agencias donantes.
Me reuní con Pauline y su equipo, convencido de que el esquema de cooperación que le plantearía sería acogido con extraordinario entusiasmo. Mi equipo directivo y yo utilizamos durante más de media hora los argumentos más convincentes posibles. Cuando terminamos, Pauline tomó la palabra para felicitarnos por la iniciativa. –Enhorabuena- dije para mis adentros. Pero mi entusiasmo duró poco cuando, seguidamente, Pauline añadió: -Nos parece muy interesante, Dr. Tarté, pero preferimos seguir como estamos-
Y seguimos así por muchos años más, utilizando los recursos del donante sin sacarle todo el provecho posible. La cooperación de las agencias de cooperación solía ser así. ¿Ha cambiado ahora? No lo sé. Lo que si sé es que, si bien por una parte, las agencias de cooperación comienzan a relacionarse y entenderse en algunos países, aunque quizás no tanto para complementar esfuerzos como para asegurar una efectiva división del trabajo, por la otra, al menos en el caso de organizaciones dedicadas a apoyar iniciativas de conservación, ya comienza a denunciarse la intensa competencia entre organizaciones que celosamente cuidan sus territorios exclusivos perdiendo de vista que los complejos problemas de conservación y desarrollo requieren de una fuerte cooperación y colaboración. Algunas luces en la oscuridad ya comienzan a percibirse.
Necesitamos nuevas formas de producir conocimiento que sea realmente útil al desarrollo sostenible
Ideas sobre una gestión integrada del conocimiento
El conocimiento, para que sea útil a los que formulan y toman decisiones sobre iniciativas, proyectos y estrategias de desarrollo sostenible, requiere de una gestión integrada que permita el entendimiento de las interacciones complejas que ocurren en las dimensiones de tiempo y espacio entre las actividades humanas y su entorno natural.103 A pesar que nunca en la historia de la humanidad hemos tenido acceso a tanta y tan variada información, tenemos un déficit enorme de sabiduría. No hemos logrado aún convertir la información existente en conocimiento realmente útil al desarrollo sostenible global, o al menos, a la construcción de una sociedad planetaria que no destruya su entorno; y menos aún hemos logrado producir un conocimiento integrado que considere en un mismo conjunto las interacciones complejas que ocurren en el mundo real. Necesitamos, por tanto, nuevas formas de producir conocimiento para enfrentar los apremiantes desafíos del desarrollo sostenible.
No siempre resulta fácil encontrar soluciones simples para atender problemas complejos, y quizás por ello el conocimiento siempre nos ha llegado fragmentado para que lo utilicemos también fragmentadamente. Pero ya es tiempo de que comencemos a producirlo de otra manera. En el contexto del desarrollo sostenible, su complejidad inherente no permite que la gestión del conocimiento se haga de manera fragmentada. Más que buscar soluciones simples a problemas complejos, como se dice con frecuencia con un absoluto y dogmático pragmatismo, se requiere encontrar soluciones inteligentes que permitan articular, a partir de un marco institucional apropiado, la variada gama de agentes, factores, procesos, fenómenos y situaciones que ocurren simultáneamente en su gestión. Un marco conceptual para la gestión integrada del conocimiento podría concebirse a partir de tres elementos fundamentales:
• En primer lugar, el proceso de producción de conocimientos no debe discriminar entre aquellos que provienen de las ciencias naturales y sociales, de las humanidades y del
103 Como se señaló en el capítulo anterior, las relaciones complejas en el tiempo necesitan ser entendidas a la luz de la evolución, mientras que las relaciones complejas en el espacio requieren ser entendidas en el marco de ecorregiones o cuencas. Ambas dimensiones constituyen la materia de estudio de la dinámica de ecosistemas.
acervo cultural que muchas sociedades han producido a través de los siglos (conocimiento indígena o tradicional)104
• En segundo lugar, debe utilizar esta visión amplia como base para el desarrollo de conocimientos que articulen simultáneamente las dimensiones sociales, económicas y biogeofísicas de la sostenibilidad, integren los distintos componentes y actividades que ocurren en los ecosistemas, y busquen los vínculos entre los procesos locales, regionales y globales relacionados con las acciones humanas.
• En tercer lugar, debe hacer que el conocimiento, gestionado con esa visión integrada, esté fácilmente disponible y utilizable por los tomadores de decisión y usuarios a todos los niveles de gestión (gobierno, empresarios, sociedad civil, etc). Para ello, es importante que los procesos de manejo de información, investigación, transferencia, educación, diseño de políticas y sistemas de apoyo a la toma de decisiones, estén debidamente articulados entre sí. (Ver la siguiente ilustración)
MODELO
VARIABLES ECONÓMICAS
VARIABLES SOCIALES
VARIABLES AMBIENTALES
OPCIONES Y ESCENARIOS MÁS REALISTAS
MEJORES DECISIONES
DESARROLLO SOSTENIBLE
INFORMACIÓN
CONOCIMIENTO
INVESTIGACIÓN
TRANSFERENCIA DE CONOCIMIENTOS
TOMA DE DECISIONES
DESARROLLO
El Proceso de Gestión Integrada del Conocimiento para el desarrollo sostenible
Convertir este marco conceptual en un proceso, sencillo si se quiere, es un reto difícil pero formidable. Habría que desarrollar capacidades y mecanismos institucionales que permitan, tanto la síntesis como el análisis en la búsqueda de alternativas y, sobretodo, mecanismos de consulta y participación amplia, tanto en la producción como en la realimentación del proceso de gestión integrada.
104 Incluyendo ¿por qué no? la visión del mundo de los místicos orientales que Capra, (El Tao de la física, 7ª. Edición, 2005), magistralmente, relaciona con los dos pilares de la física del siglo XX: la teoría cuántica y la teoría de la relatividad.
En ese proceso de gestión hay dos aspectos ineludibles para lo que sería una nueva forma de hacer ciencia. El primero de ellos se refiere al entendimiento de la naturaleza de las relaciones del mundo natural y sus facetas de diversidad, complejidad, resiliencia y estabilidad, entre otras. El segundo tiene que ver con la modelación de los sistemas naturales, tan complejos como difícilmente predecibles. Entender las relaciones del mundo natural no solamente se refiere a lo biogeofísico, sino también y muy importante, a lo que con un cierto grado de antropocentrismo los seres humanos estudiosos han calificado como el mundo social, para incluir los elementos de la economía, las humanidades y las ciencias sociales, o simplemente ciencias humanas en general. Es lo que algunos científicos han incluido como el tema central de la nueva ciencia de la complejidad.
En los sistemas biogeofísicos, la diversidad y complejidad varía de acuerdo con los ecosistemas en estudio, siendo los ecosistemas tropicales, como ya se ha señalado, los más diversos y complejos, al mismo tiempo que los más elásticos en respuesta a perturbaciones, como afirman algunos autores. En los sistemas económicos, la complejidad ha ido aumentando a través de la historia, en una forma que cada vez los ha hecho más inestables (Clark et al, 1995). Así, en la Edad Media y hasta bien entrado el siglo IX, los sistemas económicos eran más simples de lo que son ahora porque la mayoría de las poblaciones vivía y trabajaba en un escenario de agricultura de subsistencia, comunicaciones pobres, tecnología primitiva y poca actividad industrial. Esas economías eran simples y estables, y en consecuencia, no necesitaban ser monitoreadas ni controladas. Los sistemas económicos actuales de subsistencia en los trópicos parecen caer dentro de esa categoría de simpleza y estabilidad, es decir, menos complejos porque hay menos opciones y, por lo tanto, a juicio de algunos estudiosos, más fáciles de cambiar. Pero resulta que tales sistemas se encuentran en los entornos biogeofísicos más diversos y complejos, y como todo sistema viviente, están en constante diálogo con su entorno (Prigogine, 1997). Entonces, las interacciones entre ambos sistemas (biogeofísico y económico), ¿no aumentarían la complejidad de sus opciones económicas y su incorporación en una economía globalizada?
Entender las relaciones que ocurren en el mundo natural y sus interacciones con las actividades de los seres humanos constituye un campo de gestión integrada del conocimiento para tratar de entender la compleja realidad a la que el método científico convencional no ha sido capaz de aproximarse. El nuevo paradigma de la metodología científica requiere de un minucioso estudio del comportamiento de los sistemas vivientes del planeta que permita alimentar sistemáticamente el desarrollo de modelos no lineales de simulación en contraposición a los modelos lineales que han prevalecido hasta el presente. Entonces, quizás, podamos contar en el futuro con mejores herramientas que tomen en cuenta la complejidad y aumenten la capacidad predictiva de las consecuencias de nuestras acciones y la toma acertada de decisiones.
Algunos esfuerzos
Aunque hemos fragmentado el conocimiento, ya hemos comenzado a juntar las piezas, forzados por situaciones que no pueden explicarse dentro de un solo campo científico. Así, a pesar de que la ecología de ecosistemas como tal tuvo su origen en 1935, no fue sino hasta la década de 1970 cuando verdaderamente comenzó a conformarse una escuela de ecología de ecosistemas para integrar los aspectos biológicos, físicos y sociales de las relaciones entre seres humanos y naturaleza. Además de la Ecología de Ecosistemas, en la década de 1980
emergieron otras disciplinas transdisciplinarias como la Biología de la Conservación y la Economía Ecológica. Más recientemente se ha hablado incluso de Economía Socioecológica, amén de muchas otras que han venido surgiendo para llenar vacíos y encontrar las respuestas que una sola línea disciplinaria no es capaz de brindar.105
Pero lo que parece difícil, si no imposible, es que las disciplinas transaccionales puedan evolucionar hacia una ciencia única que integre por sí misma el conjunto del conocimiento humano. Lo que es más factible y debe intentarse a toda costa, es la gestión integrada del conocimiento, hoy día fragmentado en múltiples disciplinas, a través de concertaciones inter y transdisciplinarias, donde distintas disciplinas y, por supuesto, instituciones, trabajen simultánea y concertadamente en distintos aspectos relacionados con los diferentes entornos del ecosistema humano, ya sea en educación, investigación o sistemas de información.
Lo interesante es que programas integrados de este tipo ya comienzan a darse. Un reciente documento publicado en 2003 por el Comité para la Investigación y Educación Ambiental de la Fundación Nacional para la Ciencia de los EEUU titulado Sistemas Ambientales Complejos: Síntesis para la Tierra, la Vida y la Sociedad en el Siglo XXI, hace referencia al Programa Interdisciplinario de Doctorado en Ciencias Acuáticas desarrollado conjuntamente entre la Universidad de New Mexico y la Universidad de Alabama. El programa comparte esfuerzos interdisciplinarios en dos universidades que están localizadas en zonas climáticas distintas: húmeda en Alabama y semi-árida en New Mexico, al mismo tiempo que permite a los estudiantes trabajar en investigaciones cruzadas entre dos regiones diferentes, lo que les permite explorar las similitudes y diferencias en el abordaje de problemas del mundo real.
La búsqueda de sostenibilidad es, por definición, una gestión integrada. Algunos esfuerzos integrados se están dando en el marco de un sector económico, como es el caso de “The Land Institute”, ubicado en Salina, Kansas, para el estudio de alternativas sostenibles en agricultura, energía y manejo de desechos en el entorno rural.106 Otros esfuerzos incursionan en el mundo del diseño, como es el caso del “Institute Without Boundaries”, ubicado en Toronto, Canadá, el cual se orienta al diseño, investigación y realización de proyectos públicos a partir del esfuerzo intelectual concertado de un diverso grupo de estudiantes profesionales que incluye, entre otros, a artistas, científicos, periodistas, arquitectos, cineastas y empresarios.107
Otros proyectos integrados para la gestión del conocimiento en materia de sostenibilidad incluyen108: el Centro para Ecoalfabetismo, ubicado en Berkeley, California, dedicado a la educación primaria y secundaria en sostenibilidad; el “Rocky Mountain Institute”, dedicado a proyectos de ecodiseño; la iniciativa ZERI (“Zero Emissions Research and Initiatives”) dedicado a la gestión productiva libre de desechos a partir de la conformación de conglomerados industriales; el “Schumacher College” de Inglaterra y el “Second Nature” de Boston, dedicados a la educación universitaria en sostenibilidad. Igualmente el Centro
105 La Geología Médica ha sido propuesta recientemente para examinar los impactos que los materiales y procesos geológicos tienen sobre la salud humana y de los ecosistemas (ver Bunnell, 2004).
106 Ver Wes Jackson. 1980. New Roots for Agriculture. University of Nebraska Press. 150 pp.
107 Ver Bruce Mau. 2004. Massive Change. Phaidon Press Limited. 240 pp.
108 Ver Fritjof Capra. 2002. The Hidden Connections. Anchor Books, New York. 300 pp.
Internacional para Estudios Integrados de la Universidad de Maastricht en Holanda, dedicado a la investigación interdisciplinaria para el desarrollo sostenible. En materia de estudios de la complejidad, debe destacarse el esfuerzo que realiza el Instituto Santa Fe109, ubicado en New México. Este último es quizás el esfuerzo científico más significativo y vistoso que busca entender los misterios de lo que para sus integrantes, entre ellos varios premiados con el Nobel, es la nueva ciencia de la Complejidad. Pero, como afirma Clark et al (1995), el mundo no puede esperar a que expertos como los del Instituto Santa Fe diseñen nuevos aparatos de pensamiento que sean aceptables a los institutos de educación superior. Ante la gravedad de los problemas ambientales de hoy, sus diseños podrían llegar demasiado tarde. Clark et al (1995) proponen que como el conocimiento es a menudo dependiente del contexto en algún grado, la gente que más tiene que decir sobre un problema en particular es muy probablemente la que está inmediatamente conectada con él. Por lo tanto, habría que buscar la manera de movilizar ese conocimiento productivamente en el desarrollo de los tan necesitados sistemas de apoyo a la toma de decisiones, mientras los científicos integradores buscan descifrar el mundo real. E.O. Wilson (1998) señala que “un sistema unido del conocimiento es el medio más seguro de identificar los aún inexplorados dominios de la realidad”.
El Centro Internacional para el Desarrollo Sostenible en Panamá
El Centro Internacional para el Desarrollo Sostenible (CIDES) ha sido concebido como respuesta a la necesidad urgente de diseñar estrategias más efectivas para la gestión del conocimiento para el Desarrollo Sostenible que las que actualmente utilizan las iniciativas y proyectos sobre el particular. El CIDES, presentado como la propuesta de Panamá ante la Cumbre de Desarrollo Sostenible, celebrada en Johannesburgo, Sur África, y constituido formalmente en julio de 2004, ha sido organizado como una alianza estratégica internacional para la gestión del conocimiento, con énfasis en las zonas tropicales del mundo. La alianza está conformada hoy día110 por más de 90 organizaciones científicas, académicas, empresariales, gubernamentales, no gubernamentales e internacionales.
El CIDES espera construir un modelo para la integración de la investigación, la educación, el desarrollo de sistemas e información y la transferencia de conocimientos, de manera que sirva a los tomadores de decisiones y usuarios a todos los niveles, sean éstos del sector gubernamental, empresarial, no gubernamental o comunitario. El CIDES se sustenta en dos elementos básicos:
• La Ciudad del Saber, y
• La Cuenca Hidrográfica del Canal de Panamá
La primera, organizada como un complejo multi-institucional para la educación, la investigación, el desarrollo tecnológico, el desarrollo humano y la cooperación internacional, provee un marco institucional apropiado para favorecer la cooperación multilateral, y por ende,
109 Ver M. Mitchell Waldrop. 1992. Complexity: The emerging science at the edge of order and chaos. Touchstone, New York. 380 pp.
110 A febrero de 2005.
para facilitar la cooperación que se requiere para abordar con efectividad la temática de la gestión integrada del conocimiento para el desarrollo sostenible.
La segunda, con sus más de 500,000 hectáreas, diversidad de recursos y usos de la tierra, constituye un ecosistema piloto o laboratorio viviente para establecer en el terreno las investigaciones, experiencias y prácticas que requiere el proceso de gestión integrada del conocimiento impulsado por el CIDES.
A partir del marco señalado, el CIDES se ha planteado tres principios estratégicos básicos que son contemplados en todas las actividades y proyectos que emprenda:
• Utilización de un enfoque por ecosistemas para abordar los problemas o temas que atañen al desarrollo sostenible, sin importar su especificidad
• Atención simultánea a las interacciones entre las dimensiones biogeofísicas, económicas y sociales del desarrollo sostenible en los problemas o temas a tratar
• Atención a las interacciones entre procesos locales, regionales y globales independientemente de la localización geográfica de los temas o problemas a tratar
Al menos los dos primeros se facilitan en Panamá de una gestión sustentada en los dos pilares básicos señalados anteriormente: la Ciudad del Saber y la Cuenca Hidrográfica del Canal de Panamá. El manejo integrado de los recursos y actividades dentro de esa cuenca es una responsabilidad concertada entre numerosas organizaciones en el marco del Comité Interinstitucional de la Cuenca Hidrográfica (CICH) que, indudablemente, será un beneficiario directo de la gestión que el CIDES realice en ella.
El CIDES identificó un esquema de trabajo concertado a partir de las cinco áreas temáticas identificadas como prioritarias en la Cumbre de Johannesburgo, a saber: agua, energía, salud, agricultura y biodiversidad. Por definición, la gestión integrada del conocimiento en función del desarrollo sostenible no puede hacerse tomando separadamente cada una de éstas u otras áreas. No es posible gestionar conocimiento para una agricultura sostenible sin tomar en cuenta cómo ésta afecta y es afectada por la biodiversidad, sin relacionarla con sus requerimientos de energía, sin tomar en cuenta posibles prácticas nocivas que afecten a la salud humana, y sin ubicarla en el contexto de sus relaciones con el recurso hídrico que necesita y al mismo tiempo puede afectar. Por ello, el CIDES desarrolló áreas transversales de trabajo articulado que tocan a todas las áreas identificadas y que tienen que ver con los asuntos de políticas e instituciones, la investigación e innovación tecnológica, los sistemas de información y apoyo a la toma de decisiones, y la educación y transferencia de conocimientos, entre otras; todas ellas en función del objetivo central de la sostenibilidad. En ese contexto, el CIDES trabajará en los temas que tienen que ver con la sostenibilidad de las comunidades rurales y urbanas, la sostenibilidad de los negocios y las actividades humanas en general, buscando también relacionarlos entre sí.
Ciertamente es un esquema de trabajo para el entendimiento y manejo de sistemas complejos. No es una solución simple, pero hay que hacerla sencilla, si cada problema o proyecto lo trabajamos a partir de una división de labores entre las distintas organizaciones afiliadas en razón de su especialidad o área de acción en la cual poseen pericia, y en atención a un punto unificado de referencia donde converjan todas las acciones identificadas. Las áreas prioritarias pueden ubicarse en tres entornos que conforman el ecosistema humano, si se quiere llamarlo así. Estos tres entornos están conformados por las dimensiones economía, sociedad y naturaleza, las cuales están contenidas una dentro de la otra y conforman un todo (ecosistema
humano) que no puede ser dividido en pedazos independientes. Es ubicar a las actividades económicas (Ej. agricultura) dentro de un entorno social conformado por derechos, aspiraciones y necesidades de los individuos y la sociedad (Ej. salud), y éste a su vez ubicado dentro de un entorno conformado por la naturaleza proveedora de recursos, materias primas y servicios ambientales (Ej. energía, biodiversidad, agua) que al mismo tiempo pueden ser utilizados o transformados en actividades económicas, a su vez inmersas en un entorno social que a su vez está inmerso en un entorno natural. Obviamente, las actividades económicas no pueden crecer más allá de los límites que les impone el entorno natural porque de hacerlo, se estaría sacrificando el capital natural (como los recursos marinos y costeros, el suelo, o los recursos naturales no renovables como los minerales y los combustibles fósiles), el cual tiene más valor que el capital producido por los seres humanos111. Exceder estos límites también significa sacrificar el nivel de satisfacción de las necesidades, aspiraciones y bienestar de los individuos a favor de un incremento de la producción y el consumo más allá de los límites que impone la biosfera. El marco que contiene tales dimensiones corresponde al ecosistema humano cuya dinámica compleja opera en el marco de redes de relaciones y se expresa en la siguiente ilustración a manera de círculos concéntricos interconectados. ¿Simple? Para nada, pero como puede apreciarse en la ilustración, es en las actividades cruzadas donde el proceso de gestión integrada del conocimiento adquiere su mejor expresión. Un ejercicio interesante puede realizarse a partir de relacionar cada una de las casillas dentro y entre los círculos, al igual que con las áreas transversales expresadas en la ilustración como: políticas integradas y sistemas integrados de investigación, información y educación.
111 “Más bien, la economía es un sub-sistema de la biosfera finita que lo sostiene”. (Ver Daly, Herman E. 2005. Economics in a full world.)
SOCIEDAD ECONOMÍA NATURALEZA
POLÍTICAS INTEGRADAS
ENERGÍA NATURAL
CONOCIMIENTO TRADICIONAL EDUCACIÓN Y SALUD
COMPORTAMIENTO HUMANO INGRESOS Y EQUIDAD
SEGURIDAD Y LIBERTAD VIVIENDA MINERÍA COMUNICACIONES TURASILVICUL-
SUELO LUZSOLAR
SISTEMAS INTEGRADOS DE INVESTIGACIÓN
RECREACIÓN
SERVICIOS PÚBLICOS
GOBERNABILIDAD
ORGANIZACIÓN SOCIAL
CLIMA
SERVICIOS AMBIENTALES BIODIVERSIDADyBOSQUESNATURALES
SISTEMAS INTEGRADOS DE TRANSFERENCIA
ÉTICA
SISTEMAS INTEGRADOS DE INFORMACIÓN
La ética se adiciona en la ilustración anterior como un recordatorio de algo que debe estar presente en todos los procesos de gestión integrada del conocimiento, y sin la cual, el desarrollo sostenible no pasará de ser un mito.
E. O. Wilson, en su libro Consilience112 , publicado en 1998, refiriéndose a la necesidad de una mayor integración de las ciencias y el conocimiento, señala que el mayor desafío de las ciencias es el que se refiere a la descripción precisa y completa de los sistemas complejos (holismo científico) y que en las ciencias ambientales es el que se refiere a separar, por una parte, y sintetizar, por la otra, las comunidades de organismos que ocupan los ecosistemas, particularmente los más complejos como los estuarios y los bosques tropicales. Y añade: “La respuesta es clara: síntesis; nos estamos ahogando en información al mismo tiempo que padecemos hambre de sabiduría” Y continúa: “El mundo no será guiado por aquellos que únicamente poseen la información, sino por aquellos sintetizadores, aquellos que sean capaces de juntar la información correcta en el momento correcto, pensar críticamente sobre ella y tomar decisiones importantes sabiamente”.
De manera que, por ambicioso y complejo que pueda parecer, el CIDES ha de contribuir a llenar un vacío muy importante en la gestión del conocimiento en los trópicos y a encontrar oportunidades inimaginables para la acción concertada. Si tan solo sirviera para conocer, entender y estar expuestos a los que otros hacen en materia de gestión del conocimiento, para conocer cómo afecta cada actividad humana o proyecto específico a los elementos que
conforman los entornos económicos, sociales y biogeofísicos, y cómo aquella actividad humana es afectada por cada uno de estos elementos, estaríamos colocando unas fundaciones muy sólidas. Pero, si además de eso, comenzara a convertir la abundante información existente en conocimiento útil, accesible y aplicable para todos los que toman decisiones y ejecutan actividades, proyectos, programas, políticas y planes de desarrollo, entonces el CIDES estaría marchando con pasos firmes y seguros hacia nuevos horizontes en los procesos de gestión integrada del conocimiento.
En síntesis, la gestión que realiza el CIDES en materia de integración del conocimiento puede resumirse de la siguiente forma. En primer lugar, es integrar el conocimiento en todas sus formas, es decir, el de las ciencias naturales, sociales, humanidades y conocimiento tradicional; es integrar dimensiones sociales, económicas y ecológicas; es utilizar un enfoque por ecosistemas; es vincular acciones locales, regionales y globales, y es integrar procesos de información, investigación, educación y transferencia, diseño de políticas y sistemas de apoyo a la toma de decisiones. En segundo lugar, es poner el conocimiento a disposición de los usuarios y los que toman decisiones, es decir, convirtiendo la información existente en conocimiento, tanto la que proviene de la investigación científica como del conocimiento tradicional; es transferir el conocimiento a través de programas educativos varios, y es asegurar que el conocimiento se utilice en el desarrollo sostenible de empresas, proyectos, acciones gubernamentales y actividades humanas.
Una reflexión final
Nuestra imaginación debe ser el único límite entre lo deseable, lo posible y lo realizable. Integrar el conocimiento en función de los objetivos del desarrollo sostenible, utilizando un enfoque que considere los principios de la dinámica de los ecosistemas, pudiera parecer más deseable que realizable. Pero no intentarlo una, varias y muchas veces es un grave riesgo que nuestras sociedades no pueden dejar de tomar.
Mayo de 2005
Nota posterior:
Pensar globalmente y actuar localmente, OK... pero es hora de actuar globalmente
Llegó el momento de actuar globalmente. A pesar de las buenas intenciones expresadas en formas de acuerdos y declaraciones en diferentes cumbres mundiales, el deseo de la Comisión Brundtland (Our Common Future,1987) acerca de la necesidad de “volver al multilateralismo” parece hoy más alejado que nunca. Actuar globalmente requiere de políticas mandatorias globales que incluyan la adopción de una ética global por encima de todo. Esto significaría también darle un peso mayor a la meta del milenio No. 8113: “desarrollar una alianza global para
113 Las metas del milenio, ocho en total, y sus 18 sub-metas, fueron formuladas en la Cumbre del Milenio de septiembre de 2000 con el consenso de expertos de la Secretaría de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Banco Mundial.
el desarrollo”, y hacerla operativa con un alcance mayor que el de conformar una alianza para que los países ricos sean más generosos en su ayuda al desarrollo de los países pobres.
Lo anterior no quiere decir que no debamos seguir actuando localmente y fortaleciendo las gestiones locales. Ellas son útiles pero no suficientes; por una parte porque la suma de todas ellas estaría muy distante, en el espacio y en el tiempo, de hacer un significativo aporte a la sostenibilidad global. Se ha visto en demasía que la cooperación internacional que apoya estas iniciativas dista mucho de ser efectiva. Por otra parte, y más importante, mientras el capitalismo globalizado continúe depredando los recursos globales, cada vez se hará más difícil tener acciones locales realmente sostenibles.
Una gestión integrada del conocimiento está muy ligada al actuar globalmente para entender y atender los complejos problemas de hambre, pobreza, desigualdades, etc., que hoy nos toca enfrentar como humanidad unificada, de los cuales tampoco parecen escapar algunos de los países más desarrollados. En ese marco, me gustaría aventurarme con un deseo: ¿Qué tal si como un gran esfuerzo investigativo integrado desarrollamos modelos orientados a buscar acciones efectivas de combate de la pobreza utilizando las mejores herramientas de la nueva ciencia de la complejidad? ¿Sería ello posible si metemos y cuantificamos en un modelo todos los insumos, tanto internos como externos, provenientes del capital natural y el producido por el hombre, y los relacionamos con la cantidad de bienes y servicios producidos, y luego comparamos este modelo con modelos similares de una serie de países ricos y pobres, a ver si determinamos el peso específico de las variables que inciden sobre la pobreza, particularmente en estos últimos? El modelo, si se quiere que sea una herramienta útil para diagnosticar las causas de la pobreza e identificar las formas de combatirla, debería incorporar todas las variables de los tres entornos básicos que conforman el ecosistema humano (ver ilustración anterior).
No se si lo anterior es posible porque siempre surgirá la pregunta: ¿Cuán predictivos son los modelos de simulación de sistemas complejos? En verdad, creo que serían solamente una aproximación de la realidad, y que estos estarían más cerca de ella cuanto mejor conozcamos las interacciones que ocurren en el mundo real. Al final, podemos concluir por ahora, como Clark et al (1995), que el “entendimiento de un sistema siempre será un proceso incompleto y que una vez que la creatividad existe, entramos en un universo de aprendizaje permanente, no en uno de realidad permanente.” Pero también podemos concluir que debemos encontrar las formas y acelerar los esfuerzos para entrar de manera efectiva en ese proceso de aprendizaje permanente que nos recuerda cada vez más que las certidumbres de las que antes nos vanagloriábamos han llegado a su final. En el contexto de esa creatividad que acompaña hoy a los estudiosos de la complejidad, quizás aprendamos a formular mejor las preguntas correctas más que a buscar las respuestas a lo que hoy aparecen como interrogantes lógicas. Después de todo, el desarrollo (sostenible) es tanto acerca de conocimiento como lo es acerca de cooperación. En ambos hay todavía un largo camino por recorrer y, por ello, muy probablemente persistirán por mucho tiempo más las dudas, las contradicciones, las especulaciones y los escepticismos sobre lo que puede o no lograrse en materia de la sostenibilidad del desarrollo.
Enero de 2006
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T179 Tarté, Rodrigo Picnic con hormigas : reflexiones sobre gestión del conocimiento y desarrollo sostenible / Rodrigo Tarté. – Panamá : [ s.n. ], 2006.
137p. ; 21 cm.
ISBN 9962-02-958-9
1. DESARROLLO SOSTENIBLE 2. CRECIMIENTO
ECONÓMICO 3. RECURSOS NATURALES I. Título.