Com-Unión, núm. 3

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Año II | Núm. 3 Enero-junio de 2017

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ÓRGANO OFICIAL DE LA COMUNIÓN MEXICANA DE IGLESIAS REFORMADAS Y PRESBITERIANAS (CMIRP) Organizada el 28 de octubre de 2012

EDITORIAL • En el camino, 2

SENDEROS • Contribuciones potenciales de la teología reformada a la discusión y a la praxis ecuménica, 3 Beatriz Melano

ALBERTO ARENAS MONDRAGÓN

PERSPECTIVAS

LEOPOLDO CERVANTES-ORTIZ FERNANDO DÍAZ NAVAS EMMANUEL FLORES ROJAS HUGO GALLARDO DUARTE

• Significado del don del espíritu en Pentecostés, 12 Héctor Mendoza Núñez • Desinteligencias entre interpretación teológica y comunicación en el libro de Hechos de los Apóstoles, 14 Carlos Valle

DAN GONZÁLEZ ORTEGA SILFRIDO GORDILLO BORRALLES MARGARITA ISLAS MARÍN † AMPARO LERÍN CRUZ RAÚL MÉNDEZ YÁÑEZ HÉCTOR MENDOZA NÚÑEZ RUBÉN MONTELONGO TANIA TAMEZ GRENDA GERSON TREJO GUTIÉRREZ

HORIZONTES • Dossier sobre los 500 Años de la Reforma Protestante: III ▪

Actualidad de la Reforma (II), 20 Jacques Ellul

• Mujeres con sotana ya son una realidad, 26

Jesús Castro

• La ordenación no es el tema, es la evidencia”: una charla con Sandra Villalobos Nájera, 32 • Héctor Conde Rubio: entrevista sobre la ordenación de mujeres en las iglesias, 38 • Breve historia de la Iglesia Reformada Peniel, 41

FELIPE VERA PALACIOS

Francisco Domínguez Solano

NOTICIAS Y MATERIALES • Reunión de la CMIRP en la Iglesia Antioquía, 29 de enero de 2017, 44

AÑO II, NÚM. 3 ENERO-JUNIO DE 2017 CONTACTO: cmirpweb@gmail.com

• XXX Aniversario de la Iglesia Reformada y Presbiteriana El Shadday, 44 • Material preparatorio para la XXVI Asamblea General de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR), 45

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EDITORIAL EN EL CAMINO

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a CMIRP sigue su camino en medio del acontecer social y eclesiástico. A medida que avanza el tiempo, las diferentes comunidades que la integran llevan a cabo su labor de proclamación, servicio y testimonio en busca de una mayor fidelidad al Evangelio. Este número quiere dejar constancia, una vez más, de dicha búsqueda en el trabajo común y en la actuación específica. Como parte de la promoción la identidad teológica reformada se rescata un texto de Beatriz Melano, pionera del pensamiento cristiano feminista en América Latina. Seguramente su ejemplo estimulará a muchas mujeres a seguir sus pasos. Al retomar el calendario litúrgico, destacan las actividades de Semana Santa y el Pentecostés, en el cual la CMIRP celebra unida el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo. El Pentecostés ha dotado de sentido el rumbo y la misión de la Iglesia en toda su historia y ahora sigue siendo el faro que deberá guiar el destino de la CMIRP. Como parte de la serie de crónicas de comunidades, se incluye aparece ahora la de la Iglesia Peniel, de la colonia Romero Rubio en la Ciudad de México. La reconstrucción de su periplo es una muestra elocuente de Cuernavaca, que ha atravesado por diferentes etapas hasta hoy. Asimismo, en relación con los ministerios femeninos, aparecen algunas entrevistas: con Amparo Lerín Cruz, primera pastora ordenada de la CMIRP y otras dos con autores de tesis sobre el tema. Y seguimos conmemorando los 500 años de la Reforma Protestante con la publicación de la segunda parte del texto de Jacques Ellul, además de la inclusión de otras noticias.

SENDEROS CONTRIBUCIONES POTENCIALES DE LA TEOLOGÍA REFORMADA A LA DISCUSIÓN Y A LA PRAXIS ECUMÉNICA Beatriz Melano David Willis y Michael Welker, eds., Toward the future of Reformed theology. Tasks, topics, traditions. Grand Rapids, Eerdmans, 1999, pp. 153-164. Beatriz Melano (1931-2004) fue profesora del ISEDET, Buenos Aires, Argentina, durante más de 20 años. Su tesis de licenciatura en Letras (sobre una obra de Eugene O’Neill) la dirigió Jorge Luis Borges. Obtuvo una maestría en el Seminario de Princeton (1957) y fue doctora en Ciencias Religiosas por la Universidad de Estrasburgo, en donde fue discípula directa de Paul Ricoeur. Publicó infinidad de artículos y ensayos, entre los que figura el clásico “Sor Juana Inés de la Cruz, primera teóloga de América” (1983). Colaboró en Familia y sociedad. Cuestionario para una familia en crisis (1970). Sus libros son: La mujer en la iglesia (1973) y Hermenéutica metódica. Teoría de la interpretación según Paul Ricoeur (1983) y Fue la primera mujer protestante en alcanzar un doctorado en América Latina.

N

adie discute que la aventura de la teología nunca llegará a su fin. Forma parte de la responsabilidad humana en relación con la gracia que nos ha sido dada. Si tenemos clara esa premisa, estaremos menos expuestos al riesgo del tipo de dogmatismo que, a través de la historia de la iglesia, ha conducido y aún conduce al legalismo religioso individualista —en el sentido peyorativo del término— y a una ética estrictamente normativa en la que predomina la ley sobre la libertad y la gracia del Evangelio. Georges Casalis enfatiza que la teología calvinista no se define a sí misma como un ejercicio académico sino como un testimonio dado en una situación… Calvino relaciona la teología inseparablemente con la historia: no existe la theologia perennis, sino solamente intentos provisionales con el propósito de nutrir y explicar la vida actual de la comunidad cristiana. Eso explica por qué todas las fijaciones inmutables de la ortodoxia o 3


de la pseudo-teología presentan el riesgo de la creación teológica relacionada con un tiempo y espacio precisos.1

Por esta razón, seguimos uno de los principios básicos de la Reforma —ecclesia reformata semper reformanda— como una comunidad mesiánica,2 y no podemos evitar el desafío presente de la crisis profunda y generalizada de la iglesia en la “aldea global” de la que somos testigos en los inicios del tercer milenio. Cuando escribió a los cristianos que vivían en el centro de poder del Imperio Romano, el apóstol Pablo les advirtió clara y enérgicamente acerca de no conformarse a los criterios y valores de su época y lugar, sino que debían transformarse para ser capaces de discernir la voluntad de Dios (cf. Ro 12.2). Así, el lema de soli Deo gloria, el cual utilizó Calvino para expresar su pensamiento y acción es, al mismo tiempo, una fórmula que expresa adecuadamente la aventura de la Reforma Protestante. Creo que, si al mismo tiempo fue importante mantener un concepto claro de la misión de la teología, es más importante en nuestro tiempo debido a que vivimos en una época en la que predomina la búsqueda del poder por el poder.3 Esta glorificación del poder Georges Casalis, Protestantisme. París, Collection Encyclopédie Larousse, 1976, p. 6. 2 Es precisamente en las pequeñas comunidades mesiánicas que se esfuerzan por una participación responsable en la historia en su búsqueda por una sociedad más humana, que percibimos este tipo de solidaridad socioreligiosa y un ecumenismo concreto en su desinteresada lucha dedicada a glorificar a Dios solamente. 3 “La gloria de Dios no es la destrucción sino la liberación, no es la deificación sino la verdadera humanización del ser humano. Y para ser capaces de alcanzar esta convicción de corazón y mente es necesario pasar por la experiencia de San Pablo en su camino a 1

humano genera violencia institucionalizada, y es la razón por qué el verdadero discipulado llega a ser tan costoso, así como lo demostró Dietrich Bonhoeffer, mártir cristiano durante la época del Tercer Reich en Alemania. A lo largo de la misma línea, los principios básicos de la Reforma —sola Scriptura, sola fide y sola gratia— en su interrelación dialéctica, constituyen una respuesta dada por los teólogos de la Reforma del siglo XVI al predicamento histórico de su tiempo, el cual estuvo marcado por la fermentación social, cultural, política, económica y eclesiástica en el límite de una nueva sociedad y de una nueva era. Para los reformadores, y esto también debe ser cierto para nuestro tiempo, la clave hermenéutica de la sola Scriptura fue Jesucristo mismo, en su obra liberadora y redentora para la tierra y toda la humanidad. Éste es el centro querigmático de interpretación que nos previene de caer presas del biblicismo y el ausentismo social. Más aún, nos da el coraje, la humildad y la libertad necesarios para una renovación teológica, en nuestros días, al final del siglo XX con sus dilemas deshumanizantes que están al acecho, tal como lo hicieron en el siglo XVI. La vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la obra del Espíritu santo expresan claramente el plan de Dios en la creación, liberación y salvación (soteria) en sus dimensiones personal, social y cósmica. Si perdemos la visión de la dialéctica de la gracia y las obras del reino inherente en el mensaje evangélico, estamos en peligro de idolatrar la Biblia o nuestra propia ideología —nuestra propia teología— en vez de vivir y proclamar el querigma. Eso nos llevará a perder las dimensiones profética y relevante de la tarea teológica y de la misión de la iglesia, la comunidad mesiánica. Así, al centrarnos en el denominacionalismo estéril, perdemos el elemento constitutivo de la iglesia misma: su unidad. Aparte de ello, la iglesia pierde también su autoridad —ante los ojos de los creyentes y los ateos— ya que reproduce la realidad de una humanidad desgarrada en su propio interior. Las afirmaciones de la Reforma y, sobre todo, la pregunta acerca de cómo damos hoy gloria solamente a Dios —la única Damasco, o la de Lutero en su torre. Esto significa que el ser humano es incapaz de dar gloria a Dios por sí mismo, que las puertas de la muerte y la resurrección deben estar abiertas en y para él o ella y así capacitarlo para nacer de nuevo… El soli Deo gloria como una respuesta al dilema que se presenta en sí mismo al creyente como el dilema entre la gracia recibida y la respuesta humana [es decir, la responsabilidad humana], es la salvaguarda contra todo complejo de superioridad, orgullo, vanidad, búsqueda de poder, prestigio, éxito, dinero, no solamente en nuestra vida eclesial sino también en la vida en términos generales y en todos sus niveles”. Casalis, op. cit., p. 18. 4


promesa de vida y poder de liberación— han mantenido su relevancia completa. Y la pregunta, tal como fue formulada por el teólogo reformado Georges Casalis, no es tanto un modo de asegurarnos de que somos los sucesores de los reformadores y sus comunidades confesantes como de preguntarnos a nosotros mismos si somos o no sus herederos.4 Hay muchos protestantes en América Latina que creen en la necesidad de una segunda reforma, la cual algunos solemos llamar la “Reforma del amor” o la “reforma de la solidaridad”. No entendemos la solidaridad simplemente como caridad cristiana sino como algo bastante más profundo y radical: rendir servicio como discípulos de Cristo en la defensa de los derechos básicos de todas las personas de todas las clases y naciones. En un mundo en el que la mayoría simplemente no puede escoger la vida debido a que está inevitablemente destinada a morir de hambre, por las guerras, por las omisiones ocasionadas por el racismo, el fanatismo religioso, los desastres ecológicos legitimados, o por causa de los beneficios de un pequeño grupo a costa de la mayoría, es decir, debido a los pecados que forman parte de las estructuras y que son legitimados por nuestra sociedad. Si nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y valores no están sintonizados con el Reino de Dios en los niveles personal, comunitario y nacional, son los anti-valores o, como decía San Pablo, los valores que “conforman a esta época”. El propósito de este artículo consiste en delinear brevemente dos puntos que considero importantes y que pueden ser útiles para ayudarnos en el debate y en la praxis ecuménicos. La primera prioridad es la renovación de la hermenéutica para ayudarnos a regresar a la fuente (sola 4

Scriptura). Para lograr esto, será necesario usar todas las herramientas que nuestra época ha puesto al alcance y que ayuden a liberar el texto, que le permitan hablarnos con todo el poder de su urgencia. Se trata de liberarlo de las falsas interpretaciones convertidas en dogmas en el pasado y cuya carga sigue presente. Al realizar esta tarea tendremos en mente nuestra falibilidad humana, nuestras limitaciones. En segundo lugar está el campo de la eclesiología (ecclesia reformanda) que constituye un problema teológico que debe revisarse urgentemente. Esto, a su vez, nos referirá a la cristología con importantes implicaciones para el cuidado pastoral y la ética. ¿Qué clase de iglesia, de ministerios, de nuevas formas de formas tradicionales renovadas es indispensable para llevar a cabo el ministerio de Cristo de manera relevante y profética? La renovación de la hermenéutica bíblica Nuestra primera afirmación es, sintéticamente, la necesidad de una renovación de la hermenéutica bíblica con el fin de ser fieles a los principios de los teólogos reformados y, aún más, a la esencia de la misión de la iglesia misma en cada momento de la historia. ¿Cómo arribar a una interpretación bíblica que sea fiel al texto y al mismo tiempo relevante para el momento histórico en que vivimos? Éste es un asunto fundamental que implica la pregunta acerca de la manera en que podemos ser más fieles al Evangelio de Jesucristo hoy, aquí y ahora. Pienso que este tema divide nuestras teologías contemporáneas a través de barreras confesionales. Divide a la iglesia cristiana en su procedimiento teológico y en su praxis histórica, y añade así un nuevo escándalo en nuestra sociedad que ya está esquizofrénicamente dividida en sí misma bajo la amenaza de la aniquilación total.

G. Casalis, op. cit., p. 23. 5


El mensaje cristiano no es tanto una colección de dogmas y doctrinas como la interpretación de los eventos fundamentales mediante los cuales nuestro Dios, Yahvéh, se revela a sí mismo primero en la historia del pueblo de Israel y luego, de manera suprema, en Jesucristo. Yahvéh es un Dios histórico que actúa en la historia, no en el más allá de la trans-historia. Por esa razón, todo énfasis puesto en la mera salvación individual y ultramundana es una deformación del mensaje cristiano. El propósito de Dios, como se lee en las Escrituras, es la total redención del ser humano completo dentro de su proceso histórico. Aquellos eventos fundamentales ya han sido contados, interpretados y reinterpretados oralmente y de forma escrita en la Biblia misma. Ellos registran las comunicaciones entre Dios y su pueblo, y aun cuando Dios puede hablar mediante individuos, la línea general es una acción global e integrada que implica a la humanidad como un todo. Esto quiere decir que la tarea hermenéutica no ha sido iniciada por nosotros; está presente en la misma Biblia, describiendo la realidad histórica tal como fue vista y experimentada por el pueblo de Israel, por los profetas, por Cristo mismo, por la iglesia inicial y por todos a quienes Dios encontró a fin de comunicarnos algo. En segundo lugar, hay un hecho básico que no debe olvidarse: se ha aceptado como una cuestión de hecho que podemos acercarnos a la Biblia en lo que podría llamarse un estado de “inocencia original”, libre de nuestra personalidad o

de las culturas en las cuales estamos inmersos, nuestros ideales, imágenes internalizadas, presupuestos filosóficos y éticos. Se ha considerado posible aplicar a las Escrituras directamente la realidad del mundo, que puede realizarse una explicatioapplicatio de lo que leemos. La teología, al igual que la hermenéutica, ha sido pensada como una labor que puede desarrollarse como si nosotros, estudiosos de la hermenéutica y la teología, estuviéramos trabajando en un laboratorio con recipientes puros y asépticos. Esto es erróneo. Cuando nos acercamos a la Escritura, debemos estar conscientes del hecho de que estamos condicionados por el trasfondo filosófico, ideológico, ético, social y político que está determinado por el momento histórico que estamos viviendo. Por ello comenzamos aquí siguiendo al teólogo y filósofo reformado Paul Ricoeur, con una hermenéutica de la sospecha. Él menciona y subraya la necesidad de exponer la falsa conciencia (cogito blessé o brisé) que se establece a sí misma como la base de todo significado. Después de Nietzsche y Freud, la mente consciente ya no puede atreverse a decir la última palabra o poseer la última verdad; el inconsciente y la pre-conciencia distorsionan su acceso a la verdad. Esto supone que debemos sospechar de nuestras propias ideas, de nuestra ideología y teología, cuando nos acercamos a las Escrituras. Aparte de ello, existe la sospecha acerca de nuestros métodos. De la misma forma en que no hay conciencia inocente, no hay métodos inocentes. Cada método presupone una teoría con sus propias limitaciones, con su propio propósito y una epistemología dada. Sobre estas bases, Ricoeur favorece un encuentro fértil entre las diversas interpretaciones rivales en las cuales la tarea hermenéutica es la de un arbitraje de las interpretaciones a fin de ser capaces de alcanzar fidelidad hermenéutica. Esto aplica al campo de la hermenéutica bíblica, así como a la hermenéutica secular de instituciones, ritos, mitos, sueños e ideologías.

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La propuesta de Ricoeur ha sido seguida por varios teólogos latinoamericanos. Juan Luis Segundo sospecha de que todo lo que está relacionado con ideas está íntimamente ligado a nuestra presente situación social, incluyendo la teología. Eso puntualiza la necesidad de combinar disciplinas que abren el pasado con las que explican el presente, de modo que la teología es el intento por interpretar la palabra de Dios “como si estuviese dirigida a nosotros aquí y ahora”.5 En consecuencia, Segundo, como Ricoeur, ven el círculo hermenéutico como “un cambio continuo en nuestra interpretación de la Biblia, la cual es dictada por los cambios continuos en nuestra realidad cotidiana, individual y societal”.6 Se deben cumplir dos condiciones para garantizar la verdadera circularidad de la labor hermenéutica. Primeramente, cuando volteamos a la Biblia, la riqueza y profundidad de nuestras preguntas, de nuestras sospechas acerca de la realidad, deben efectuar un cambio en nuestra acostumbrada opinión sobre las diferentes esferas de la existencia humana. Enseguida, la riqueza y profundidad de nuestras preguntas debe sacarnos de nuestra acostumbrada manera de leer hacia una nueva interpretación de la Biblia. Si ésta no cambia y permanece como hace tres siglos, la teología tampoco cambiará en respuesta a los cambios en los problemas

del mundo. De acuerdo con Segundo, en ese caso “recibirán las respuestas viejas, conservadoras y poco útiles”,7 irrelevantes para el momento histórico presente. “Todo depende de la total reciprocidad entre la inteligencia de la Biblia y la de nuestro tiempo”.8 Ésa es una de las afirmaciones centrales de Ricoeur. Para Ricoeur, además del arbitraje entre interpretaciones rivales es necesario también hacer uso de la semiótica moderna; como teólogos latinoamericanos seguimos esta línea de pensamiento, aplicando también las ciencias sociales modernas a fin de obtener una mejor comprensión de la realidad. Esto nos ayuda a reformular la teología mediante una renovación hermenéutica. Desde este ángulo de visión, podemos decir, que la teología, la predicación y el ministerio de la iglesia son aplicados hoy a una lucha de clases, conflictos raciales, al desarrollo de la historia, a la relación entre hombres y mujeres y a la que existe entre oprimidos y opresores. Así, la Biblia y la praxis cristiana se relacionan en un continuo círculo hermenéutico cuyo corazón es el Evangelio mismo: Jesucristo, cuya presencia es hecha perceptible en el ministerio de la iglesia cristiana que está verdaderamente comprometida con su praxis histórica. Insistimos en que el círculo hermenéutico siempre presupone un profundo compromiso humano con la realidad histórica en la cual ejercemos nuestro ministerio. Comenzar desde la Escritura y desde la realidad permite establecer las directrices para nuestra tarea teológica y nuestra praxis misionológica. Esto se debe a que, además de la hermenéutica de la sospecha, yo insistiría en la hermenéutica del compromiso y la esperanza, porque el compromiso propicia la esperanza.

Juan Luis Segundo, Liberación de la teología. Buenos Aires-México, Carlos Lohlé, 1974, p. 8. 6 Ídem.

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Ibíd., p. 9. Beatriz Melano, Hermenéutica metódica. Teoría de la interpretación según Paul Ricoeur. Buenos Aires, Docencia, 1983, p. 237. 7 8


Esta renovación hermenéutica, tal como se ha referido, conduce necesariamente a una consciente o inconsciente parcialidad en la relectura del texto. Precisamente, Segundo afirma que tal parcialidad que ha sido aceptada conscientemente es necesaria porque no existen hermenéuticas que sean absolutamente libres (imparciales). Una teología que sea “autónoma, imparcial,… que flote libre sobre el reino de las opciones y prejuicios humanos”,9 en realidad implica un compromiso con el statu quo psicológico, social o político. La renovación de la iglesia Enfrentada con la crisis de la iglesia tal como se mencionó en la introducción a este artículo, expliqué que algunos teólogos del Tercer Mundo, yo misma incluida, ven la necesidad de una segunda Reforma: la “Reforma de la solidaridad”, una solidaridad que implica un compromiso concreto de los cristianos con los demás y, sobre todo, para quienes viven en condiciones infrahumanas. Por ello, aunque todos los temas teológicos son importantes y se encuentran en una necesaria revisión, es el aspecto eclesiológico el que resulta fundamental y demanda una redefinición de la naturaleza de la iglesia. Nuestra primera afirmación sobre este tema es que la eclesiología y la misionología no pueden estar separadas nunca. La iglesia se ha definido a sí misma como el lugar donde se proclama de la Palabra de Dios y se administran los sacramentos. Por otro lado, su misión ha sido concebida como el envío hacia “otros”, paganos, pobres, cruzando los océanos, llevando las buenas nuevas del Evangelio y las obras de la caridad cristiana (escuelas, hospitales, etcétera). Es importante tomar en cuenta que los 9

J.L. Segundo, op. cit., p. 13.

reformadores recuperaron ambos aspectos de la iglesia al mismo tiempo. Para ellos, la proclamación de la Palabra, la administración de los sacramentos y la fundación de escuelas y obras diaconales constituían la tarea indivisible del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, es necesario revisar nuestro concepto de la naturaleza de la iglesia con el propósito de definir su ministerio en términos claros y relevantes. Su esencia y su forma están íntimamente ligados. Bonhoeffer la define como Cristo existiendo en la comunidad. Es la comunidad mesiánica, esto es, la comunidad de Cristo, la cual ha manifestado el proyecto del Reino de Dios en su vida y lo ha proclamado en su enseñanza. Y si la iglesia por su propia naturaleza es la presencia, la proclamación y el anticipo del proyecto divino para toda la humanidad, luego entonces es dentro de su esfera donde ya no hay hombres ni mujeres, explotadores ni explotados, cristianos o ateos (cf. Gál 3.28). Pero si esta comunidad mesiánica no está encarnada en la realidad histórica, expresando los valores del Reino en su propia vida, ¿entonces dónde está la iglesia? Solamente como la encarnación del Cristo viviente que enfrenta los reclamos urgentes y las necesidades de la vida moderna obtiene la comunidad autoridad y credibilidad en su relación con el mundo. Sólo viviendo la vida del Evangelio obtiene el derecho para proclamarlo en la Palabra. En las comunidades latinoamericanas de base hemos experimentado y sentido cosas muy importantes para la renovación de la iglesia. Católicos, protestantes, hombres y mujeres, laicos y clérigos, comprometidos juntos en la lucha por los derechos humanos, por los desempleados, los sin tierra, obreros, campesinos, mujeres abandonadas y niños sin hogar, han descubierto en la solidaridad la presencia viviente y la esperanza de Cristo. La iglesia, la cual durante siglos fue aliada de los centros de poder, ha encontrado un espacio en aquellas comunidades de base en donde aquí y ahora existe la capacidad de ser solidarios con los pobres y de ganar credibilidad y autoridad como nunca antes. Al compartir la lucha diaria de los marginados y oprimidos en su exigencia de una vida aceptable, hemos sido capaces de sentarnos a compartir el pan y el 8


vino sin distinciones de confesión, raza, cultura, clase o género. Por eso estoy convencida de que lograremos una unión más visible de la iglesia de Cristo si comenzamos en las bases y no entre las jerarquías. Es un movimiento que comienza desde abajo para levantarse, no como algo que es impartido desde arriba. Como escribió sobre el discipulado cristiano, Dietrich Bonhoeffer expresó muy claramente que la gracia barata es el enemigo mortal de nuestra iglesia, la gracia comprendida sólo como una doctrina, incluida como un concepto vacío en la predicación del perdón sin arrepentimiento.10 Su contraparte, la gracia cara, es cara precisamente porque es el Evangelio mismo, porque es obediencia a Jesús con todas las consecuencias que puede implicar. Fue costosa para Dios en la muerte de Jesucristo y por esa razón es que no puede ser barata o fácil para nosotros. Las palabras de Jesús no son una doctrina sino la creación de una nueva existencia y “no hay camino para la fe o el discipulado, ningún otro camino más que la obediencia al llamado de Jesús”.11 Sin embargo, a pesar de todo lo que se dice en la Biblia acerca de la vida y el ministerio de Jesús, sobre la ética del Reino de Dios y de la naturaleza y misión de la iglesia, seguimos enseñando esos dos aspectos por separado en los seminarios alrededor del mundo. Por una parte, se enseña la “doctrina de la iglesia” y, por la otra, “misionología”. Y como corolario de esta separación, ¿no existe, entre católicos y protestantes, una separación entre lo que es considerado como evangelización y lo que se considera servicio diaconal y social? Si comprendemos que la naturaleza de la

iglesia es ser vista en una complementación permanente de su proclamación con la acción solidaria, el mensaje de Jesucristo debe ser algo que vaya más allá de la mera palabra predicada desde el púlpito. No puede ser reducida a la salvación personal y solitaria del alma humana. Ni puede limitarse únicamente a un “evangelio social”. Cuando la palabra proclamada no va acompañada de solidaridad visible con quienes han sido relegados de la sociedad, corre el riesgo de vaciarse y quedarse sin significado. Por eso la proclamación y el servicio deben estar intrínsecamente relacionados uno con el otro y la evangelización más coherente es la que se lleva a cabo en el servicio cercano a los más pobres. Con todo, eso no significa que la iglesia esté llamada a ser algo así como unas Naciones Unidas o una Cruz Roja en miniatura. La comunidad mesiánica no debe ser o llegar a ser una gran institución de caridad. La visión del Nuevo Testamento acerca de la paz y la justicia es la de una comunidad mesiánica de base testificando en palabra y acción en su situación de dispersión. Richard Shaull lo afirmó apropiadamente:

Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. Salamanca, Sígueme, 1968. 11 Ibíd., p. 49.

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Estamos… en una situación similar a la de los judíos de la diáspora, dispersos entre un pueblo cuya cultura, costumbres y patrones de pensamiento no son como los nuestros ni llegarán a serlo; nuestras catedrales y templos ya no son más el centro de la vida ni reunirán a toda la comunidad delante de Dios. Si esperamos alcanzar a los hombres [y mujeres] modernos, no será tanto en términos de reunirlos en la iglesia sino de ir hacia [ellos] en medio de nuestra dispersión.12

Como confirmación de nuestra primera afirmación, me gustaría hacer una segunda: no podemos separar la cristología de la soteriología. El acto salvador de Cristo crea comunidad, koinonía, y ésa es la razón de su existencia: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20.28). De un grupo de temerosos y confundidos discípulos, el Espíritu Santo crea una comunidad de culto, proclamación y servicio solidario. El culto y el servicio de los “otros” (sin distinción de credo, nacionalidad o raza) nunca deben separarse. El servicio es una parte intrínseca de la razón de existir de la iglesia: es una forma de alabanza, de culto verdadero, porque éste no consiste en la mera edificación individual y espiritual. La obra Richard Shaull, “La forma de la iglesia en la nueva diáspora”, en Cristianismo y Sociedad, núm. 6, 1964; En inglés: Princeton Seminary Bulletin, vol. 57, núm. 3, 1964, p. 7. 9


salvadora de Cristo, el querigma, dirigido él mismo al problema humano total. No existe asunto humano que le sea ajeno. La reconciliación entre seres humanos y entre naciones está relacionada con la de la humanidad con Dios, que ha sido establecida a través de Cristo. Ella manifiesta el vínculo entre Dios y la humanidad como un todo. Las imágenes de liberación y del éxodo en el Antiguo Testamento son transferidas a una reconciliación total de la humanidad en Cristo, y su obra liberadora está íntimamente ligada a la problemática completa de la paz y la justicia —justicia, sobre todo, para los oprimidos, los necesitados y los explotados por los poderes. La renovación de la eclesiología Uno de los factores más alarmantes en nuestra situación presente es, asimismo, el profundo temor de una reforma radical, en la Iglesia Católica y en las iglesias de las tradiciones ortodoxa y reformada. Nos encontramos a nosotros mismos en estancamiento, en formas anticuadas de organización, de liturgia, de cuidado pastoral, y todos los intentos por concebir nuevas expresiones de la verdadera esencia de la iglesia nos asustan incluso antes siquiera de ponerlos en práctica. La iglesia ha comenzado a convertirse en un refugio para los cristianos en vez de ser la frontera de servicio y discipulado de Cristo. Por ello apuntaremos lo que entendemos como tres notae ecclesiae de una iglesia reformada semper reformanda. Comunidad profética: una frontera de liberación frente a la negación de los derechos humanos básicos Dos tercios de la humanidad viven en condiciones infrahumanas. ¿Cuál tiene que ser la respuesta de las iglesias ante esta situación? Enfrentamos un desafío

tremendo: llegar a ser una comunidad profética en la frontera de la liberación. ¿Qué significa esto? Las iglesias deben convertirse en fronteras de las naciones, como los profetas fueron la conciencia del pueblo de Israel. El mensaje profético está enfocado sobre la situación histórica particular y apunta hacia los problemas empíricos concretos. Es en este punto que no veo otro camino hacia adelante en el que con toda seriedad se tome partido por las viudas, los huérfanos, afligidos, extranjeros, los pobres de los tiempos bíblicos, que siguen desposeídos hoy, los explotados, prisioneros, los oprimidos. Las iglesias deben ser la voz de los sin voz porque ellos no tienen espacios ni poder. Aunque no podemos reducir la misión de la iglesia a la dimensión socio-política de la vida humana, no obstante no podemos reducir el impacto histórico del mensaje cristiano. Ser una comunidad profética significa proclamar la nueva humanidad en Cristo y crear el espacio sagrado dentro del cual puede tomar lugar. El Dios de Israel, el Padre de Jesucristo no nos ofrece meramente una religión. Él llama un pueblo a seguir sus propósitos. El pueblo de Dios no tiene un mensaje, sino que es un mensaje en sí mismo. Comunidad ecuménica: una frontera de unidad y reconciliación Vivimos en una época de polarización y división entre el Primer y el Tercer Mundos (y los que hay entre ellos), dentro de la iglesia cristiana, y entre las religiones. Hace algunos años, Nelson Mandela le hizo esta profunda observación a Emilio Castro, entonces secretario general del Consejo Mundial de Iglesias: en Sudáfrica, nosotros como negros y blancos somos capaces de sentarnos juntos en una mesa de diálogo y acuerdo antes de que ustedes los cristianos lo hagan para partir el pan y el vino juntos. El escándalo de nuestras divisiones y subdivisiones en el cristianismo se agrega al escándalo de la cruz. ¿Qué dimensión del mensaje cristiano habla a esta situación? La comunidad cristiana debe tomar seriamente la posibilidad de que el milagro de la auténtica comunicación humana ocurra en medio de ella. Pero llegar a ser una comunidad ecuménica de reconciliación, obvio es decirlo, no siempre sucede, ni sucede de un día para otro. Existe una clase de apertura hacia “el otro”, profundamente arraigada en la apertura del Dios todopoderoso hacia nosotros en Cristo Jesús. Puede hacerse posible interactuar con los demás como personas, sin necesidad de usar las etiquetas terribles que ubican y separan a uno de otro: liberal, conservador, moderado, radical, progresista, capitalista, socialista. No se trata en absoluto de llamar a una moratoria de las distinciones críticas sobre la forma de ver las cosas sino de descubrir que la materia prima real de cualquier debate de lucha para lograr 10


algo es la gente implicada, actual o potencialmente, y de que las etiquetas empleadas para alejar o destruir simplemente nos aíslan de lo estrictamente humano. Como comunidad mesiánica, hemos de tomar en serio la última oración de Jesús al Padre por sus discípulos antes de enfrentar el martirio y la crucifixión: “…para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17.22-23). Comunidad de no violencia encarnada: una frontera de Shalom Otro elocuente síntoma de la cruel realidad de nuestros tiempos actuales es el creciente grado de violencia. La vida parece ser “barata”, la vida humana no tiene valor alguno, hay violencia en todas partes del mundo: Sudáfrica. Perú, Irlanda, la antigua Yugoslavia, el Medio Oriente, algunos países que pertenecieron a la Unión Soviética, México y muchos más. Además de la violencia política está la violencia delincuente y criminal ordinaria producto de la desigualdad política, social y económica. Así, ante la violencia corporal, verbal y estructural que atenta contra los derechos humanos básicos, la comunidad mesiánica no puede permanecer en una esfera neutral, en cobardía o aceptación de la situación imperante. La comunidad pacífica y no violenta es llamada y capacitada para ser el lugar de un auténtico Shalom en un mundo desgarrado, y anunciar a las mujeres y hombres de todas partes esta eternamente nueva posibilidad divina.

unirnos en la promoción de los cambios drásticos y las transformaciones significativas como comunidades mesiánicas. La renovación de la iglesia se logrará mediante comunidades dispersas que operen como fronteras de liberación, ecumenicidad y no violencia en una sociedad cuyos dioses son el poder y el dinero, una sociedad idolátrica que está en marcha hacia la total deshumanización. Después de todo, ¿por qué la gente joven e incluso adultos (de todas las clases sociales) están buscando respuestas para sus dilemas materiales y espirituales en las religiones orientales, gurús, adivinos, horóscopos, ocultismo, ritos esotéricos e incontables sectas pseudo-cristianas? ¿Será eso debido a que las iglesias fracasaron para ofrecer respuestas? ¿Se debe a que la iglesia ha perdido o está perdiendo autenticidad y credibilidad? ¿O es porque la iglesia no está presente donde más se le necesita? ¿O porque la iglesia está más comprometida en su búsqueda de poder que en el discipulado del Cristo crucificado? ¿Se debe a que la iglesia cree que detenta el monopolio de la gracia dentro de sus propios límites y está ciega a la obra de gracia en “el mundo”? Versión: L.C.-O.

Conclusión Si estamos afligidos por el dolor del mundo, no somos llamados a buscar soluciones parciales e ineficaces, sino a 11


PERSPECTIVAS

Señor otorga, igualmente en Hechos 2, el don de su Espíritu a la comunidad naciente, para diversificar su gracia multiforme. “Es en la comunidad (Iglesia) donde se suman y multiplican los recursos, dones, talentos, gracias y carismas, para el servicio”.14

SIGNIFICADO DEL DON DEL ESPÍRITU EN PENTECOSTÉS Héctor Mendoza Núñez Culto Unido de Pentecostés, Iglesia Reformada Peniel 4 de junio de 2017

¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía! Es como el buen aceite… Es como el rocío de Hermón… Donde se da esta armonía, el Señor concede bendición y vida eterna. Salmo 133, NVI15

Introducción

P

entecostés era una de las tres fiestas principales para los judíos. Pentecostés es el término griego (pentekóste) que corresponde a la antigua “fiesta de las semanas” (Éxodo y Números). Era la fiesta con que se concluía el tiempo de la cosecha, que comenzaba con el tiempo de la Pascua y duraba siete semanas. Era la más modesta de las fiestas de Israel. En los comienzos se llevaban al templo, como ofrenda, las primicias del trigo: dos panes cocidos de harina nueva, con levadura. Con el tiempo, la “fiesta de las semanas” fue cambiando su sentido originalmente agrícola por un nuevo significado: la renovación de la alianza o fiesta de los juramentos.13 La fiesta de Pentecostés tenía, entonces, dos significados: primero, un significado religioso: en el Pentecostés se celebraba la entrega de la ley de Dios al pueblo; segundo, un significado agrícola: era una fiesta para agradecer a Dios las cosechas del trigo, y por eso se traían al templo los primeros panes de la nueva cosecha. Ese día, en que se celebraba la entrega de la ley de Dios a una sola nación (Israel), el Señor, en Hechos 2, trajo su gracia a toda la humanidad. Ese día, en que se celebraba la cosecha del trigo, el Jürgen Roloff, Hechos de los apóstoles. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1984, p. 68. 13

Para entender el don del Espíritu en Pentecostés, identifiquemos primeramente que estaban Unidos en un solo lugar, v. 1 Lucas nos relata en Hechos la venida del Espíritu sobre todos los discípulos. Divididos, mal entendidos y tristes en el ministerio, somos anti-signo de la unidad de la fe y espíritu que profesamos. Los discípulos sabían que aislados y dispersos no podrían sostenerse en la fe.16 Que sepamos, aún no somos, como comunidad (Iglesia) un modelo a seguir por nuestros pueblos y sociedades. Necesitamos seguir trabajando mucho con nuestras fragmentaciones para llegar a la unidad. La unidad de esta pequeña y naciente comunidad llama nuestra atención ante las situaciones de adversidad y de insignificancia social que atraviesa. No dudo de la existencia de luchas intestinas entre ellos(as), pero la unidad de que se habla aquí hizo que el naciente cristianismo resistiera los embates de fuerzas externas. Eran una minoría, tratada como una secta. Ni siquiera se puede afirmar que se tratara de un nuevo movimiento propiamente dicho.17

C. René C. Padilla, ed., La fuerza del Espíritu en la evangelización: Hechos de los apóstoles en América Latina. Buenos Aires, Kairós, p. 236. 15 La Biblia en la vida diaria. NVI, 1999. 16 www.mercaba.org/DIESDOMINI/PASCUA/PENT/HO-3-1.htm. 17 C. René Padilla, ed., La fuerza del Espíritu, p. 337. 12 14


Desde que el Espíritu Santo viene, actúa. La Escritura está llena de relatos sobre su acción, aunque de él no se haga referencia continua. Él está en todos los comienzos: es el Espíritu de lo que ha de nacer, y el Espíritu del primer paso que cuesta. En Pentecostés hizo que la Iglesia despegase y tomara vuelo. Habrá que decirle “ven”, con todas nuestras fuerzas, al Espíritu Santo, cuando algo se bloquea en nuestra vida personal y como comunidad. En Pentecostés, el Espíritu no sólo es la fuerza de partida, sino también el Espíritu de la marcha hacia adelante. El Espíritu es la audacia de hablar, de insistir, de crear. Todo esto lo vemos en el libro de los Hechos. Pentecostés nos recuerda la creación cósmica: la tierra era caos, confusión y oscuridad, y un viento soplaba por encima de las aguas. Era el Espíritu de Dios que soplaba por encima de las aguas primordiales. Pentecostés también nos recuerda la creación humana: Dios sopla su Espíritu sobre la figura y materia inerte de Adán para darle vida. El Espíritu Santo es el comienzo de la misión de Jesús, pero también es el comienzo de la misión de la Iglesia. En segundo lugar, identifiquemos que Dios otorga su don en la unidad de la comunidad, vv. 2-4 para diversificar su gracia multiforme. Pentecostés constituye uno de los momentos capitales del libro de los Hechos (6) La efusión del Espíritu señala el cumplimiento de la promesa del resucitado (1:8), además de que capacita a los discípulos(as) para llevar a cabo su misión. El relato de la ascensión en el libro de los Hechos (cap. 1), ya no es como en el Evangelio del mismo Lucas (24:50-53): una conclusión del ministerio terreno de Jesús. En el libro de los Hechos, la

ascensión es el punto de partida de una nueva historia (1:1-11). Son los comienzos de una nueva comunidad (Iglesia) impulsada por el Espíritu Santo. Hay un paralelismo entre el don del Espíritu en el bautismo de Jesús y el don del Espíritu en esta nueva etapa del cristianismo naciente; otro, entre el discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret y el sermón profético de Pedro.18 Son numerosas las correspondencias entre ambos relatos, y no son casuales: en uno y otro, la venida visible del Espíritu cumple una promesa, desata una proclamación profética, pone fin a un período de preparación, y finalmente inaugura los caminos de una predicación pública sin fronteras. “Al cumplirse el día de Pentecostés”, v. 1. Con esto queda indicado que el acontecimiento que sigue tiene un carácter de cumplimiento y, por tanto, cierra un determinado período. Lo que se cierra es el período de espera y de preparación de la comunidad. Con el acontecimiento de Pentecostés se abre una nueva época. La descripción del acontecimiento señalado en los versículos 2 y 3, toma elementos de las teofanías veterotestamentarias (8).19 El carácter repentino del acontecimiento es ya una indicación de la naturaleza del suceso. Se trata de algo que supera toda comprensión y cálculo humanos. Hay símbolos con los que en la Escritura viene caracterizada la acción del Espíritu: viento impetuoso, sopla cuando quiere y donde quiere (no se puede poner cauces al viento para controlarlo), no se sabe de dónde viene ni a dónde va, y aparece, no sabemos por qué caminos. Lenguas. Todos oyen hablar las maravillas de Dios en su propia lengua. El evangelio no está ligado a la cultura, la situación o la lengua. Llega hasta donde la persona se encuentra. Un único Jesús es oído en pluralidad de culturas y situaciones. Las imágenes escatológicas, de que hace uso Lucas en Hechos, sirven para describir la improvisa irrupción de Dios. Dios otorga su don (Espíritu) en la unidad de la comunidad para diversificarse en rostros distintos de una gracia multiforme.

18 19

Jürgen Roloff, op. cit., p. 65. Ibíd., p. 66. 13


El Espíritu irrumpe en hombres y mujeres; llega el don y se recibe. La difusión del evangelio del reino en otras lenguas sería su misión y compromiso. El Espíritu Santo hace que la tímida comunidad cristiana salga al público y continúe su misión. El Espíritu Santo es el comienzo de la misión de Jesús, pero también el comienzo de la misión de la Iglesia. Porque no hay don del Espíritu, sin envío y sin misión. El Espíritu Santo significó el paso de la oscuridad a la luz, del miedo al valor del encierro en el aposento alto al testimonio público, del aislamiento a la formación de una comunidad viva y operante (9).20 Hombres y mujeres cambiaron radicalmente. Un impulso nuevo vigorizó sus convicciones y fortaleció sus decisiones. Hoy necesitamos este viento del Espíritu, que venga a dar plenitud, gozo y energía para la tarea en nuestras comunidades. En tercer lugar, hubo un impacto en la multitud, vv. 5-13. Los que estaban muertos de miedo, se llenan de vida y de coraje al recibir el Espíritu Santo. Los que se habían encerrado por miedo a los judíos, salen a la calle y dan señales de vida anunciando en las plazas. Los versículos 6-13 detallan la reacción del grupo que concurre ante el estruendo. Asombro y desconcierto cobran fuerza. Esto es lo que confirman los versículos 7, 8 y 12. De igual manera, tres preguntas que el narrador pone en boca de los presentes. Pero esta comunidad naciente no goza del don del Espíritu estáticamente, cerrada en sí misma. Observemos que esas personas (discípulos y discípulas) son inmediatamente desalojado(as), instados(as) a moverse, a salir. 20

Ibíd., p. 68.

Estaban en casa por miedo a los judíos, pero en el momento en que reciben el Espíritu, los papeles se invierten. Y el libro de los Hechos da testimonio de que son los adversarios los que temen esa presencia fastidiosa.

Conclusión Recapitulemos: la unidad, y no la fragmentación, es ingrediente necesario para que la comunidad resista embates de fuerzas externas; el don del Espíritu que recibimos como comunidad nos insta a salir y continuar con la misión, porque no hay don del Espíritu sin envío.

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DESINTELIGENCIAS ENTRE INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA Y COMUNICACIÓN EN EL LIBRO DE HECHOS DE LOS APÓSTOLES Carlos Valle Los avatares de la vida comunitaria (*) Las circunstancias en que hoy oramos por el reino de Dios nos impelen a la más honda solidaridad con el mundo. DIETRICH BONHOEFFER Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro. ALBERT EINSTEIN

Predicación y curaciones Desde su comienzo, los sucesos que narra Hechos buscan poner de relieve la trascendencia de lo que ha sucedido y sus consecuencias sobre la vida del pueblo. Todo esto se acentúa con la curación de un cojo (3:1-10), que es el primer acto de curación por parte de Pedro, que da lugar a resaltar su liderazgo. Es llamativo que esta curación se lleve a cabo en la puerta del templo. Pedro, junto al apóstol Juan -primera mención de otro apóstol por su nombre-, estaban yendo al templo cuando un cojo les pide una limosna. Pedro le dice que dinero no tienen, pero le ofrece la curación. Hechos indica que la curación ocurrió al instante y a la vista de la gente, por lo cual todo el pueblo alababa a Dios. Pero, cuando supieron de quienes se trataba se llenaron de “asombro y espanto”. Algunas traducciones en lugar de espanto hablan de que estaban “desconcertados” o “llenos de estupor”, pero los que les siguen brindan a Pedro la oportunidad de pronunciar su segundo mensaje donde manifiesta que la curación no es fruto de su poder o piedad, sino que “la fe que es por él ha dado a éste completa sanidad” (3:16). Lo que provoca este hecho y las posteriores afirmaciones de Pedro muestran la falta de claridad entre las interpretaciones 14


teológicas y la responsabilidad de autoridades religiosas y políticas. Es difícil entender a quien se le atribuyen las responsabilidades, como si volcar la balanza a uno u otro lado, o repartir la culpa de lo sucedido dejara un sabor a lo no resuelto. Aquí la comunicación pone necesariamente una distancia entre una interpretación teológica de los hechos que se narran, lo que se refleja en el tratamiento de lo sucedido. En este segundo mensaje, tanto la presentación como algunas de sus afirmaciones parecen no coincidir con el primero de ellos. Nuevamente pone la responsabilidad de la muerte de Jesús en los judíos, porque le entregaron a Pilatos, “cuando éste había resuelto ponerlo en libertad”. Es la primera mención de las autoridades romanas sobre las que no abre ningún juicio o crítica, todo lo contrario. Por otra parte, justifica en cierta manera, la posición del pueblo y de los gobernantes, porque lo han hecho por ignorancia (3:17), algo que había acentuado en el mensaje anterior “prendieron y mataron por manos de inicuos, crucificándolo” (2:23) Resulta llamativo que lo que sucedió con Jesús, su crucifixión y muerte, pareciera no apuntar a un responsable final entre los que intervinieron en su proceso. Por el contrario, en ambos discursos se indica que todo sucedió conforme al plan previsto y sancionado por Dios (2:23), y que Dios ha cumplido lo que había anunciado antes por todos sus profetas (3:18). ¿Qué significa establecer que la responsabilidad de romanos y judíos tiene un atenuante, que en buena parte los exculpa y que Pedro les reconoce? En este contexto lo que Pedro parece decir es que no importa lo sucedido porque la resurrección estaba ya anunciada. Por eso, apela a los reconocidos líderes de la historia de Israel, como Abraham y Moisés, que vienen a confirmar la intención de Dios: que Cristo habría de padecer, pero finalmente resucitaría de los muertos, a lo que solo corresponde responder con arrepentimiento y

conversión. La fluctuación de responsabilidades que va de los judíos, pasa por los romanos, y en cierta medida por Dios mismo. Describe una cierta confusión sobre responsabilidades, o solo quieren prevenirse de las acusaciones tanto de judíos como de romanos. Lo que se pone en claro es la confusión entre concepciones teológicas y las responsabilidades de las varias autoridades. No obstante, la afirmación de la resurrección de Jesús solo parece perturbar a los judíos, a quienes no se les puede convencer que ella sea la culminación de la promesa recibida. Por otro lado, aducir la responsabilidad de Dios, a quien no pueden dejar afuera de esta discusión, tiende a diluir la responsabilidad concreta de los protagonistas de los hechos sucedidos, sobre lo que se explicitará más adelante. Todo este contexto pone de manifiesto que el conflicto externo e interno es una realidad presente en la vida de este movimiento, que tiñe toda comunicación.

La reacción oficial Esta predicación no cae en oídos sordos. Las autoridades religiosas estaban muy molestas que se hubiese enseñado y anunciado en “Jesús, la resurrección de entre los muertos” (4:2) Dos cosas suceden, por un lado, nuevamente se habla de un número muy considerable de los que creyeron en la palabra de Pedro: “varones como cinco mil”. Por otro lado, las autoridades deciden poner preso no solo a Pedro sino a un número indeterminado de su grupo. ¿Se trataría de los otros apóstoles? No se aclara, pero da a entender que es a un grupo de ellos a quienes interrogan “los gobernantes, los ancianos y los escribas y el sumo sacerdote Anás y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumo sacerdotes” (4:5-6). Llama la atención semejante grupo de autoridades reunida para saber cuál es la potestad que tienen los apóstoles para predicar la resurrección. Aquí, una vez más, es Pedro quien asume la palabra del grupo. Les recrimina que ellos lo crucificaron, pero es Dios “que lo resucitó de los muertos” (4:11) El concilio hace un paréntesis y, tomando en cuenta que el cojo sanado por Pedro está entre ellos, buscan una salida más política que religiosa. Se dan cuenta de que están frente a “hombres sin letra y sin instrucción”, que no pueden negar la curación, pero lo que les interesa es que no sigan predicando más, y les amenazan para que lo cumplan. Pero, Pedro y Juan, no están dispuestos a acatar las órdenes del concilio. A pesar de rechazar lo decidido por el concilio, resuelven dejarlos en libertad. Los apóstoles se van a celebran con su grupo lo que ha 15


sucedido, porque consideran que han logrado un cierto éxito, aunque el Concilio no acepte como válida la predicación de Pedro y la afirmación de la resurrección de Jesús. La libertad de los apóstoles es muy bienvenida entre la gente, provocando gestos de alabanza, pero también de variadas acusaciones por lo que le sucedido a Jesús. Acusan a “Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel” por unirse contra Jesús, con una llamativa salvedad que incluye la intervención de Dios: “para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían determinado que sucediera” (4:28) Al volver la mirada sobre lo que provocaron los hechos que llevaron a la muerte de Jesús, se añade ahora a Herodes y a los gentiles y se repiten los mismos interrogantes que ya habían surgido en las afirmaciones anteriores, donde los protagonistas parecieran jugar un papel circunstancial sobre designios preestablecidos. ¿De qué otra manera se puede leer la afirmación de que lo que sucedió había sido ya determinado, que la resurrección ya estaba anunciada? ¿Se trata de un hecho inevitable por las circunstancias, o lo sucedido no hizo otra cosa que poner en acción designios divinos? Esta postura teológica trasciende los hechos, porque introduce un elemento exterior inmanejable, que es el que finalmente decide el destino irremediable sobre la vida y muerte de Jesús y, especialmente, su resurrección. En cierta medida, la responsabilidad de las autoridades judías como de las romanas queda relativizada por este reclamo de un destino establecido de antemano, una interpretación que ha sido reiterada a lo largo del tiempo. La insistencia marcada sobre la soberanía de Dios domina los acontecimientos de una manera peculiar y, en buena manera, sorprendente. Hechos relata lo sucedido y, a la vez, lo interpreta con una visión teológica que responde a las tradiciones de aquel tiempo.

Las dificultades de vivir en comunidad La siguiente mención tiene que ver con lo que estaba sucediendo en la incipiente comunidad. Se vuelve a mencionar que tenían “todas las cosas en común”, que “no había entre ellos ningún necesitado”. (4:33) Se menciona, en especial, el caso de Esteban -sobre quien se hablará más adelante- que pone todos sus bienes “a los pies de los apóstoles”. Este panorama idílico, que se menciona por segunda vez, tiende a reforzar la idea de que es necesario o posible desarrollar una nueva forma de comunidad como fruto de la aceptación de la fe. Lamentablemente este sueño deja ver pronto las dificultades que acosan a todo intento comunitario, porque a poco se establece una distancia entre lo deseable y lo posible. La búsqueda de una comunidad totalmente integrada, compartiendo los bienes como bienes comunes, es también un intento, mayormente cargado de buenas intenciones y magros resultados, que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia. Comunidades religiosas provenientes del cristianismo se han desarrollado en varias partes del mundo procurando encarnar ese sueño. Igualmente se podrían mencionar algunos otros movimientos, entre ellos algunos sin una identificación religiosa particular, que lo han intentado e intentan en el presente. Se puede indicar que esas comunidades tratan de mantener las reglas que le dieron origen, aunque han ido aceptando ciertos ajustes. Para evitar cualquier tentación por quebrarlas procuraron dar señales concretas de integridad. A fin de lograrlo se vieron impelidas a desarrollar comunidades que se fueron aislando de la sociedad. Esto no solo ha sucedido en el cristianismo sino en otros grupos que, por razones religiosas o filosóficas, pretendieron crear espacios de armonía y comunicación. En varios casos, las comunidades desarrollaron estructuras de funcionamiento que llevaron a establecer esquemas muy conservadores de organización y acción, generalmente jerárquicas, lo que llevó a que muchas de ellas terminaran en frustración y provocaran su desintegración. La vida de estas comunidades se organiza a partir de una horizontalidad que pretende eludir toda jerarquía. De todas maneras, en todo grupo por el hecho de la diversidad de dones de sus miembros, siempre hay quienes se distinguen por sus capacidades para organizar o alentar, por su entusiasmo o por su argumentación para proponer soluciones o nuevos rumbos. Hay ciertos momentos en los cuales estos liderazgos naturales empiezan a ser más preponderantes y, hasta puede darse el caso que tiendan a ser menos buscadores de consenso y asumir una autoridad que no es delegada pero sí reconocida. Al analizar el ministerio de Pablo bien puede entenderse esa natural preponderancia de su liderazgo en comunidades sin 16


que necesariamente se le hubiese otorgado una autoridad formal. Es evidente que Pablo no pareció entender que la requería, aunque no dejó de lado esperar que se le reconociera su carácter de apóstol. Tema que será tratado más adelante. Otro aspecto que debe mencionarse tiene que ver con la trasposición de convicciones religiosas a estructuras que produce la convivencia social, con las virtudes y dificultades que se han mencionado y se manifiestan en la siguiente historia.

Una severa comunidad con final trágico La vida en la comunidad primitiva, donde se comparte todo, muestra sus férreas reglas, especialmente en términos del manejo del dinero. Entre los que han decidido hacer un significativo aporte a la comunidad se encuentran Ananías y su esposa Safira que se relata en una escueta historia cargada de interrogantes y sorpresas inexplicables (Cap.5). Ellos venden su propiedad, pero deciden que solo pondrán a los “pies de los apóstoles” una parte de lo obtenido. Pedro, no se sabe cómo, se da cuenta de lo que han decidido y comienza por recriminar a Ananías, porque entiende que “Satanás“ —nombrado aquí por primera vez— le ha llevado a mentirle al Espíritu Santo (5:3). Esta acusación provoca, no se sabe cómo, el trágico fin de la vida no solo de Ananías, sino seguidamente de su mujer, que pasa por el mismo interrogante, que desemboca en el mismo desenlace fatal. Finalmente, ambos son enterrados juntos. El único comentario que se registra es que, lo que ha sucedido produjo “gran temor sobre toda la iglesia”, y más allá, de la comunidad en general. Este relato es sorprendente por varias razones. Aparece inesperadamente sin

ningún tipo de introducción. Lo hace justo después de destacar la ofrenda de un levita oriundo de Chipre, a quien los apóstoles le han puesto por sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de la consolación”, quien será el que presente a Pablo a los apóstoles. Esta grata noticia da un brusco vuelco para pasar a contar el trágico fin de Ananías y Safira, de quienes no tenemos ninguna información aparte de este texto. Hay una serie de informaciones que no se proveen en este texto. No hay ninguna indicación de que, quienes querían ser parte de la comunidad, tuvieran la obligación de entregar todo el producto de la venta de su propiedad. En ningún momento se indica que ese prerrequisito fuese solicitado. Por otra parte, Pedro acusa directamente a Ananías de haberle mentido a Dios, como igualmente acusará a su esposa. Esta inculpación resulta tan fatal que les produce la muerte. Pedro no dice nada más, ni se indica que la muerte de ambos hubiese sido una responsabilidad directa del apóstol, excepto su severa reprimenda. De todas maneras, ¿Por qué lo sucedido produce tan cruel desenlace? ¿Por qué no expresa Pedro ninguna palabra de consuelo o advertencia a la comunidad? ¿Por qué este matrimonio no tiene siquiera la posibilidad de arrepentirse por lo hecho? La conclusión de este atroz hecho, como se ha mencionado, llena de espanto a la iglesia y a todo el que tuvo la oportunidad de conocer lo sucedido (5:11). Si se recorren comentarios bíblicos sobre este texto llama la atención que no se exprese ninguna sorpresa sobre lo ocurrido, ni siquiera que su introducción en ese lugar de Hechos suene extraño y, hasta cierto punto, ajeno al desarrollo de los sucesos que se venían mencionando. Más bien, las reflexiones sobre el texto se concentran en una preocupación moral condenatoria que se extiende, sobre la misma base, a todo aquel que cometa una acción que pudiera ser considerada una acción contra Dios. Hechos ha venido desarrollando su historia en términos muy positivos y alentadores. Sobre la base de la resurrección de Jesús se despliega la tarea de los apóstoles de propagar lo que ellos afirman haber visto y oído. Su mensaje se centra en buenas noticias de vida que reclaman arrepentimiento para recibir a cambio el perdón. Esta historia pareciera nublar esta expectativa de restauración. No hay aquí ningún tipo de oportunidad para el arrepentimiento. Es lo que hoy algunos llamarían tradicionalmente un “pecado mortal” al cual no le cabe siquiera la mínima oportunidad de pedir o esperar consideración alguna. Por eso llama la atención que, en general, el tratamiento del texto tienda a ignorar cualquier cuestionamiento a lo sucedido y ponga a Pedro en una actitud muy dura y exenta de alguna intención por ofrecer una oportunidad para el arrepentimiento. Corresponde considerar, aparte de su contenido, la ubicación de este relato en la secuencia de la narración. Si se quisiera sacar esta historia de este contexto, el relato de Hechos 17


encontraría su lógica secuencia. El capítulo 4 concluye con la historia de José -a quien los apóstoles ponen el nombre de “Hijo de la consolación”- que dona toda la heredad que poseía y la pone para el desarrollo de esa comunidad en la que se comparte todo. Si de esta historia vamos directamente a 5:12, salteando la historia de Ananías y Safira, donde se declara “Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo”, encontramos una narración que encuentra su equilibrio. En esta situación, el relato de Ananías y Safira por su contenido fragmentado levanta más preguntas que respuestas, y resulta de muy débil réplica como estímulo para un genuino arrepentimiento. ¿Cómo es que llegó a introducirse esta historia que quiebra la lógica del relato y que muestra una redacción más bien rudimentaria y fragmentada? ¿Será posible imaginar que este texto fue introducido posteriormente como una necesidad para acrecentar la autoridad de Pedro, fortalecer la vida de las comunidades que necesitaban una mayor regulación o por algún otro motivo difícil de detectar? Al describir la vida de la comunidad, se destacan las “muchas señales y prodigios” y el hecho de que estaban todos “unánimes”. Pero hay quienes, “de los demás” (5:12) que no se atrevían a juntarse con ellos. ¿Quiénes son estos “de los demás”? No se aclara, pero se retoma la idea de que el “pueblo los alababa grandemente”. Todo confluye en el crecimiento en número de los que constituían la comunidad, a lo que se adosan las curaciones de quienes venían de ciudades fuera de Jerusalén y con la llamativa indicación de que se ponían al paso de Pedro para que, al menos, su sombra cayera sobre algunos de ellos (5:16) La severidad que acompaña a Pedro en su relación con Ananías y Safira entra en un círculo de misteriosa acción milagrosa donde la sombra de Pedro puede llegar a tener efectos sanadores. En ninguna parte de los evangelios se refieren a situaciones similares en los casos de sanidad atribuidos a Jesús. Se podría hacer

referencia a la mujer que, acercándose por detrás de Jesús ”tocó el borde de su manto” y creyó que eso era suficiente para ser curada. Jesús se da vuelta y le ofrece la salud (Mateo 20:22), lo que, indudablemente, no es comparable con esta suposición milagrosa que se esperaba de Pedro.

Los apóstoles otra vez en la cárcel

El rechazo de las autoridades es una constante que, desde los comienzos del ministerio de Jesús, es mencionado como la de los incansables opositores por lo que les significaba la persona de Jesús y, posteriormente, por la actuación de sus seguidores. No hay ningún atisbo de que siquiera estuviesen dispuestos a considerar la veracidad o no de los contenidos que los discípulos predican. En todas las épocas las autoridades políticas y religiosas, tanto como los poderes económicos, han tendido a sospechar de todo aquello que pudiera poner en peligro su poder. Por lo tanto, no solo han buscado limitar esos intentos, sino que, preferentemente, optaron por eliminarlos. Son aquí los saduceos, de orientación más bien belicosa, que eran ricos y poderosos, los que “se llenaron de celos” (5:17) y mandaron a apresar a los apóstoles. El proceso de ese encierro es muy peculiar, porque son encarcelados e inusitadamente se habla de “un ángel del Señor” que abre las puertas de la cárcel, los saca de allí y los envía al templo a anunciar al pueblo “todas las palabras de esta vida”, una formulación que se había usado anteriormente, cuyo significado no se explica. Las autoridades se sienten perturbadas porque se les asegura que los prisioneros estaban muy custodiados, pero que ahora se encuentran enseñando al pueblo en el templo. Allí se genera un áspero dialogo entre las autoridades y Pedro y los apóstoles. Aquellos les recriminan que siguen enseñando en Jerusalén, y “echan sobre nosotros la sangre de ese hombre”, no obstante haberles prohibido difundir “su doctrina”. La respuesta de los apóstoles es que tienen que obedecer antes a Dios que a los hombres (5:29), alegato que es acompañada por una elaborada afirmación doctrinal. Las autoridades se enfurecen por la respuesta de los apóstoles, y hasta manifiestan intenciones de matarlos. No se argumenta o cuestiona por qué han podido salir de la cárcel. Se podría pensar que imaginaron una complicidad dentro de la prisión, lo que es poco probable. Lo cierto es que no parecieron pensar que hubiera ocurrido algo milagroso, ni tampoco Hechos lo cuenta como algo extraordinario, posiblemente porque todo el relato tiene una connotación mítica. Hechos acentúa el acto milagroso del escape, pero no tiene efecto en lo que sucede a posteriori, salvo acentuar la tensión entre los apóstoles y las autoridades, como una reiterada afirmación de la nueva realidad que quiere resaltar en todo su escrito. La liberación de la cárcel tiene un fuerte acento simbólico que apunta a la libertad que gozan esos predicadores. Hechos se limita a relatar esa salida como un acontecimiento que es solo fruto de esta nueva realidad. Lo que sucedió pasa a ser 18


secundario porque lo que se destaca es la ininterrumpida presencia de los apóstoles difundiendo “su doctrina”. En medio de esta polémica, se presenta a un tal Gamaliel, introducido como fariseo y doctor de la ley, “venerado por todo el pueblo”, que intenta poner paños fríos a la situación. Cita el caso de dos predicadores que habían reunido a un cierto grupo de seguidores, pero que fueron perseguidos y muertos. Su argumento es que si lo que afirman los apóstoles es de los hombres se va a desvanecer, pero si lo que hacen proviene de Dios no lo van a poder destruir, porque estarían “luchando contra Dios”. Una vez más, las autoridades toman una decisión política: liberarlos. Aunque, comienzan por azotar a los apóstoles, para reafirmar su autoridad, y nuevamente les intiman para que “no hablasen en el nombre de Jesús”. El comentario posterior de los apóstoles tiene un dejo vencedor por “haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del nombre” y así siguieron predicando sin cesar.

Dos reflexiones necesarias

Corresponde aquí una breve reflexión sobre estos primeros cinco capítulos de Hechos. Es bueno comenzar por recordar que esta división entre capítulos y versículos y los títulos que los acompañan, es un viejo intento para facilitar la lectura de los textos bíblicos, lo que no siempre se ha logrado adecuadamente en todos los casos, pero tienen la virtud de ayudar a ubicar rápidamente cualquier pasaje en particular. Sobre estos cinco capítulos corresponden, al menos, dos reflexiones. En primer lugar, se trata de un relato con claras intenciones de promover una propuesta que no puede ser desechada. Sus principales argumentaciones tienen un condicionante cuestionable, porque se mezclan los hechos que van sucediendo con actos de carácter mitológico. Lo concreto se mezcla con lo trascendental como si fuesen una misma cosa. Así, la resurrección de Jesús se da como un hecho

sin discusión porque se entiende que es el núcleo central de todo lo que se comunica. En medio de esta presentación destaca Hechos que, a los ojos de las autoridades, estos predicadores son un puñado de iletrados, a los cuales no se les puede considerar seriamente. Si se quisieran admitir los sucesos, excluyendo cualquier connotación trascendental o milagrosa, sin duda habría que destacar la tenacidad de un pequeño grupo que, sin el respaldo de los poderes del momento, busca desafiar a las autoridades de su pueblo para hacer conocer su palabra. Por eso, en estos primeros pasos, repite Hechos, hay que entender lo que significa el desafío que este grupo asume frente a quienes conducían la sociedad en aquel momento. Por eso, a veces el relato tiende a asumir cierto acento que podría entenderse como triunfalista. Se procura realzar la importancia que quieren darle a esa comunicación, aunque no siempre lo hace de la manera más aceptable. La lectura de estos textos, para quienes comparten esa postura, tiende a crear una aceptación sin discusión, especialmente la confrontación con las autoridades. Esto hace que no se analice cómo consideran los apóstoles a sus cuestionadores. Las autoridades solo ven en los apóstoles a aquellos que quieren que se hagan cargo de la culpa de lo que ha pasado, lo que, en forma reiterada, se muestra en los discursos apostólicos. También se podría pensar que lo que el relato dice solo pone de manifiesto lo que ve como la ineludible confrontación con la religión tradicional. Ese paso triunfal por la cárcel y los juicios posteriores son solo una manera de resaltar expectativas, pero no hechos. En segundo lugar, Hechos describe este encuentro como una relación de confrontación que no da lugar a ningún diálogo. Por cierto, el diálogo no interesa a las autoridades, porque el poder siempre supone que tiene razón y que solo los demás deben adaptarse a su forma de pensar y ser. Al mismo tiempo, del lado de los apóstoles, no se emite ninguna palabra que busque acercarse a ellos y hacerles entender que lo que hacen es cumplir con lo que entienden es la voluntad de Dios. Las argumentaciones de Gamaliel tienen el carácter de un aporte legal a la situación que, a su manera, acatan con ciertas licencias las autoridades, pero que no se manifiesta en ningún tipo de indicio que permita intuir que la palabra de los apóstoles ha creado alguna preocupación por lo que ellos anuncian. Este abismo infranqueable que impide cualquier tipo de acercamiento, describe una realidad que siempre ha estado y está presente en vida de los pueblos. Las tensiones políticas y sociales entre países y comunidades reflejan esa incapacidad para la comprensión humana. El factor poder pareciera obnubilar todo camino de acercamiento. Los capítulos siguientes mostrarán otras dimensiones de lo que aquí se presenta. Capítulo III de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, ALC (Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación) 19


HORIZONTES DOSSIER SOBRE LOS 500 AÑOS DE LA REFORMA PROTESTANTE (III) ACTUALIDAD DE LA REFORMA (II) Jacques Ellul Foi et Vie, núm. 58, 1959. Otros títulos de Ellul son: Historia de la propaganda (1970), Autopsia de la revolución (1973), La ciudad (1976), La palabra humillada (1983), La subversión del cristianismo (1990) y El islamismo y el judeocristianismo (2008). El sitio de la Asoiciación Internacional Jacques Ellul es: www.jacques-ellul.org. En inglés, puede consultarse la Sociedad Internacional Jacques Ellul en: ellul.org

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ero hoy en día, seguramente se nos demandaría adoptar la misma actitud, a saber, estando presentes en el mundo moderno, deberíamos buscar cuál es, en relación al mundo actual y en su realidad, la fidelidad a la voluntad del Señor. Voluntad que es a la vez permanente, eterna, objetiva, idéntica a ella misma y a la vez actual, innovadora, subjetiva y que se expresa hic et nunc. Esa fidelidad no puede expresarse en un rechazo puro y simple del mundo como está, y no más que en una adhesión a las formas propuestas en un “pasadismo” de conservación de los valores muertos, ni en un progresismo de exaltación de los valores existentes. Todo viene del orden de la fidelidad a la historia que es la misma cuando se trata de fidelidad a la historia pasada de nuestros grandes antepasados, de los que debemos mostrarnos dignos, o de la fidelidad en el sentido de la historia enseñado por Marx y que nos traza nuestro deber: todo regresa a lo mismo. Se necesita desde el principio un no riguroso y total a esa fidelidad

cualquiera que sea el sentido en el que se formule. La historia no es el Señor, a pesar de los muy numerosos escritos de cristianos actuales ¡que intentarían hacer que lo creamos! Y nosotros no tenemos ninguna otra fidelidad que hacia la Palabra revelada; incluso si fuera contradictoria con el curso de la historia, ella misma debe comprometernos a negar los grandes ejemplos del pasado o a recusar la evolución necesaria hacia el socialismo… Ahora bien, hoy, a la mitad del siglo XX, nuestra situación es a la vez parecida y diferente a la de los reformadores. Es parecida, porque vivimos en mundo de convulsiones equivalentes a las del siglo XVI. Se podría decir que antes hubo otras como 1789, por ejemplo. Y bien, por paradójico que pudiera parecer, yo me atrevería a decir que no: efectivamente, hubo disturbios espectaculares y de fachada como en 1789 o en 1914; pero en el siglo XVI la situación era otra; no era la forma de gobierno la que se trataba de cambiar, sino el pivote de la sociedad misma: se pasó de una sociedad teocéntrica a una sociedad “antropocéntrica”. Y eso se expresó desde el principio en la pintura, en la literatura y en las estructuras sociales. En ese sentido, la Revolución de 1789, así como el Estado absoluto de Luis XIV no son más que consecuencias de la mutación del centro de la sociedad, consecuencias normales, previsibles, pero solo consecuencias, ninguna innovación. Esto es muy conocido, además de ser repasado por miles de autores. Ahora bien, nosotros asistimos a la misma revolución; la sociedad cambia de nuevo de centro, de pivote, nuevamente se produce una revolución copernicana. De la sociedad antropocéntrica, que duró del siglo XVI al siglo XX, pasamos a la sociedad tecnocéntrica. El valor supremo es la técnica, y alrededor de ella se organizan la sociedad, el Estado, la vida concreta como la vida intelectual, es el primado técnico. Y la pintura y la literatura también son testigos. Emmanuel Mounier, quien no era sospechoso de inflamar el fenómeno técnico ni de temerlo, decía que, desde la era prehistórica, el hombre no había 20


experimentado tan grande mutación como en esta era técnica. Es así que este cambio del centro de la sociedad nos coloca hoy en la misma situación que en la de los reformadores. ¿Hoy? ¡En efecto! Pues es desde hace 20 años que el hombre tomó conciencia del hecho. En 1900, nadie se daba cuenta de lo que pasaba. Y los primeros balbuceos del hombre frente a lo técnico, por otro lado, representado solamente por la máquina, fueron lamentos poéticos sin profundidad. Pero, por otra parte, nuestra situación es completamente diferente a la de los hombres de la Reforma. Desde dos puntos de vista. En primer lugar, sabemos ahora que en el plano político, el económico, el social, la empresa de los reformadores tuvo como saldo el fracaso. En su liberación del mundo y su compromiso de tensión con él, desataron al monstruo (creo que tuvieron razón desde el punto de vista bíblico, lo reitero) y el monstruo fue demasiado fuerte para ellos. No pudieron, dentro del diálogo con el Estado, impedir que se convirtiera en totalitario, autoritario, nacionalista. No pudieron, en la elaboración de una ética cristiana, impedir a los cristianos que formaran una economía capitalista y, con ello, dejar libre curso al poder del dinero. No pudieron, en la predicación de la gracia, llevar al hombre a reconocerse como criatura, y entonces el hombre se afirmó como medida de todas las cosas, sin amo y sin deber. Seguramente es el riesgo de cualquier verdadera toma de posición cristiana. Fue el mismo riesgo que en los tres primeros siglos de la Iglesia. Y la reacción de prudencia fue evitar ese riesgo montando la enorme máquina de las leyes, de las reglas, de la moral, de las organizaciones, todo en lo que devino la Iglesia romana. Y fue eficaz. Pero la verdad revelada estaba muerta. No se trata de actuar con prudencia frente a esa prudencia. Los reformadores conocieron el riesgo de la fe. Colocaron a la sociedad en la misma situación de riesgo. La verdad fue reanimada, pero el pecado del hombre

volvió amargos los frutos. Ahora todos los sabemos: ya no estamos en la situación de inocencia que fue posible el siglo XVI. Conocemos el peligro. Somos hijos de esa flama. Ya no podemos comprometernos con la creencia de que las cosas se pondrán bien porque la verdad será proclamada, porque la sociedad será feliz, porque el Estado será justo y fiel. Tal vez tendríamos fácilmente la convicción contraria y de hecho estaríamos inclinados a no mezclarnos en esa aventura, permaneciendo entre nosotros o más aún, adhiriendo al cristianismo a alguna doctrina social que fuera garantía para la sociedad, al mismo tiempo que nuestra fidelidad a Jesucristo fuera garantía para la vida. Esa doctrina podría ser el socialismo o el liberalismo, aunque esa actitud es también inadecuada y conduce a la misma herejía que el constantinismo. La experiencia y el fracaso de los reformadores nos conducen también a mirar dos veces antes de hacer lo que sea, y con frecuencia hemos sido conducidos a no hacer nada. Nuestra situación es diferente a la del siglo XVI desde un segundo punto de vista. El siglo XVI todavía fue un siglo cristiano, las reglas tenían un punto dominante desde la perspectiva social, económica, intelectual; el cristianismo era un punto de referencia para todo el mundo, prácticamente era el único sistema intelectual global, la única forma de pensamiento posible y aún las tendencias agnósticas se situaban al interior del cuadro cristiano, como lo demostró Febvre. Desde entonces, lo que pasaba dentro de la Iglesia tenía una gran importancia. Todo el mundo tomaba en serio los conflictos eclesiásticos. Todo el mundo tenía una opinión respecto de la conducta (¡no de los dogmas!) de los monjes o de la formación de la Iglesia. Las discusiones teológicas, incluso si no se entendía nada de ello, parecían importantes y tenían repercusiones efectivas en la sociedad y, cuando se producía un cisma o una reforma, la muchedumbre se involucraba, pues ya se había modificado la creencia de los hombres y porque la estructura de una parte esencial de sus vidas también había cambiado. Lo que los Reformadores pudieron entonces decir y hacer teológicamente, tenía repercusiones reales sobre el comportamiento de los hombres. Pero hoy, el cristianismo es un residuo del pasado, o mejor dicho, los hombres lo consideran como un sistema de creencias y de pensamiento un poco antiguo, con sus cartas de nobleza y situado en una cartografía compleja de millares de sistemas filosóficos, económicos y políticos, y todos tienen su valor y un valor legítimo. Desde un punto de vista muy concreto, la Iglesia, incluso la romana, no tiene gran influencia. Para los no cristianos, aparece como una fuerza que busca mezclarse en lo que no le concierne cuando interviene en lo político y en lo social. Se le quiere dar su lugar, que es en lo espiritual, pero sobre todo que no salga de su ghetto, que no sea para poner un poco de su influencia, al servicio de tal o cual orden de Estado. 21


Es decir: es bueno que la Iglesia ortodoxa apoye la guerra del Estado soviético y el movimiento por la paz. Es bueno que las Iglesias bautistas o presbiterianas apoyen el anticomunismo del Estado norteamericano. Es bueno que la Iglesia protestante alemana no apoye la revolución hitleriana. Pero nada más, nada más allá. Una Iglesia anexa a la corriente político-social dominante, eso es lo que se tolera. En esas condiciones, se comprende mejor por qué las discusiones teológicas no tenían para el hombre del mundo ninguna importancia, y se les veía con una sonrisa de conmiseración: “¡Ah, esos intelectuales!”. Sabemos todo eso muy bien y es justo lo que hace que no tomemos en serio una reflexión como la que aquí planteo. Aun si supiéramos claramente lo que nos hace falta ser, lo que nos hace falta hacer para permanecer fieles a la Revelación, nuestras decisiones, nuestras actitudes, nuestras declaraciones no tendrían un gran valor ni hacia las autoridades, ni desde el punto de vista económico, ni hacia las masas. Eso es lo que es totalmente diferente al siglo XVI. Lo sabemos bien y es lo que nos conduce a un cierto desánimo: “Para qué tanto esfuerzo por pensar con exactitud, para qué buscar la actitud justa de la fidelidad, ya que nada de eso tendrá efecto, ya que nadie nos escuchará, y no podremos comprometernos al diálogo con nadie, y en el plano de la eficacia hemos sido reducidos a nada”. Simplemente quisiera decir que no es en principio la falta de eficacia, sino primeramente falta de fidelidad. Lo que importa es la obediencia —y hacia la que hemos intentado poco y para nada. Conviene aquí recordar los siglos de silencio del pueblo de Israel: el gran silencio de Dios que fueron como 200 años durante la esclavitud en Egipto entre el periodo de José y el de Moisés, y el gran periodo de silencio de Dios, de casi 400 años, entre Esdras y los últimos profetas, hasta la aparición de Juan el Bautista. La cuestión para Israel era, durante esos siglos de ausencia, mantener a pesar de

todo y contra todo, la esperanza y la fidelidad. Ésa es ya nuestra cuestión también. *** Me parece que hemos sido llamados a situarnos en relación con este mundo nuevo, pero también en relación con el mundo antiguo que se desvanece. Nuestra situación es una mezcla inextricable de una cosa y de la otra y, sin embargo, se puede llegar a discernir lo que pertenece a una y a la otra, lo que va en declive y lo que se anuncia en el horizonte, y no podemos enterrar una sin ver venir la otra, así como recibir de oficio lo que ya viene. Lo que nos queda, pese a tal vez ser inútil o una tentativa vana, puede no importar si no está la vía de la verdad. Respecto del mundo antiguo, quizá estaríamos de acuerdo en no extrañar aspectos en vías de desaparición. El capitalismo tradicional con la apropiación privada de los medios de producción, con la explotación del hombre por el hombre, con la edificación de una sociedad entera alrededor del dinero y, como consecuencia, el desencadenamiento de productos inútiles; todo ello no puede dejarnos lamentos, no nos podemos ligar a esta forma en la que la injusticia y la falta de humanidad han rebasado en volumen y en densidad todo lo que existía antes desviando lo que pudo ser una fuente de bien para todos. Así también el colonialismo, ligado al capitalismo, la conquista supuestamente legítima de los “países salvajes”, la explotación desenfrenada de las riquezas naturales, el desprecio por el hombre inferior que está vencido bajo apariencias de civilización, de elevación del nivel de vida y de introducción del cristianismo. La palabra “apariencia” nos introduce sin duda a una de las características más importantes de esta sociedad: su hipocresía. La colonización imperialista que se justifica con móviles idealistas (y que son presentados en apariencia) como el capitalismo, se justifica con la libertad individual y económica, con la vocación del hombre al trabajo, etcétera… Hipocresía que encuentra su más alta expresión en la afirmación de la libertad cuando se introduce al hombre en la peor esclavitud. Así que, pongamos mucha atención pues esta hipocresía característica de este mundo decadente, la vivimos y lo hacemos en medio de ella (es en nombre del Espíritu que los tecnólogos más virulentos como Alfred Sauvy, Jean Fourastié, etcétera, han desarrollado la tecnología en su nombre y es en nombre de la libertad que se reglamenta, se planifica, se organiza, se condiciona material y psicológicamente al individuo) y la hipocresía fue lo propio de los regímenes hitlerianos y los estalinianos, como de la misma manera del régimen soviético. Probablemente estamos en presencia del legado trágico del antiguo mundo al nuevo. Tal vez habría otras cosas del mundo pasado que podríamos enterrar sin lamentos, como el individualismo desencarnado del siglo XIX, la democracia formal, el cientificismo idealista, 22


etcétera… y ya no podemos tardar en hacerlo. El problema de los nefastos legados que deja el antiguo al nuevo mundo nos parece grave. Acabamos de citar la hipocresía colectiva, pero el otro legado a considerar es el nacionalismo. Es esta forma de estructura sociopolítica, convertida en religiosa por la adoración del hombre hacia su nación, que parecía bien ligada a la sociedad occidental del siglo XIX y que condujo a su ruina en medio de desastres y de sangre. He aquí que el abominable expande su poder en el mundo entero, —los árabes se hacen nacionalistas, los africanos se hacen nacionalistas y los asiáticos también se hacen nacionalistas, y los comunistas también son nacionalistas, incluso ellos cuya doctrina contiene, sin embargo, ¡el fermento del anti-nacionalismo! Así que esos nacionalismos diversos presentan exactamente los mismos caracteres que los de Europa occidental, a pesar de algunos análisis superficiales que parecerían oponerse a ellos. Parece cierto que la Iglesia debe luchar en todos los países contra todos los aspectos de esos dos vicios del mundo antiguo, la hipocresía sociopolítica y el nacionalismo, así como esforzarse para aprovechar el cambio de estructuras sociales para comprometerlas y meter a las otras en la vía de la desaparición. Por el contrario, debemos intentar salvar de nuestro tiempo, algunas adquisiciones que ellas también están amenazadas, pues precisamente por su debilidad y su humildad, son verídicas y justas. Como cristianos y, además, cristianos reformados, nos hace falta estar ligados a la democracia. ¡No porque ella sea un régimen cristiano ni porque sea ideal, ni porque presente más virtudes que cualquier otro gobierno! Es precisamente su debilidad, esa posibilidad de desorden, de incertidumbres, en esa posible ineficacia que aparece el más humano de los regímenes, el más susceptible de respeto por el hombre, el más abierto y, ahora, el más humilde. La democracia no

es buena en sí misma pero no tiene la pretensión del orgullo y no cree ser la verdad y la justicia en sí misma. ¡Dios nos guarde de cualquier régimen que pretenda ser la Verdad, la Justicia y el Bien! La democracia es relativa, ella se sabe relativa y es eso mismo lo que debe atarnos a ella seriamente. Ella se ofrece con un inmenso abanico de tendencias expresadas y permite que las posibilidades del hombre no sean ahogadas desde el principio. Y es por esa misma razón que debemos defender la laicidad frente a los Estados que pretenden encarnar la verdad y discernir lo absoluto; es para nosotros los cristianos (pues la verdad ha sido revelada) un deber dentro de la sociedad civil, sostener la ausencia de una verdad humana y gubernamental o, para tomar un aspecto positivo, sostener la laicidad. Nos hace falta tomar muy en serio todo lo que está contenido en ese término y que enumeraré en cuatro proposiciones: ningún poder en el mundo puede expresar una verdad en sí mismo, porque el hombre no reconoce nunca más que verdades, y solo fragmentos, jamás lo absoluto; y dentro de esa opinión del hombre, solo hay parcelas de las verdades humanas, desde ahí, todas las opiniones deben expresarse libremente en la sociedad. No podemos pedir al Estado que asuma cualquier forma de verdad cristiana: es al Estado al que se le encarga la misión sin ayuda externa; el Estado, siendo laico, no tiene el deber de volverse absoluto, pues no puede jamás tomar partido en el debate sobre la verdad y desde ahí, no puede absolutamente jamás contradecir a sus sujetos; un Estado laico es, forzosamente, un Estado limitado, un Estado moderado. Por último, de las adquisiciones del mundo que se va, yo retendría la Razón. Cosa extraña pues los cristianos de hoy ¡deberían ser defensores de la Razón! Pero todo ello ya está en la tradición reformada, oponiéndose a la magia, a los misterios, a las credulidades populares, y reclama el ejercicio de una razón recta en la aprehensión misma de la Revelación. Así que, en el tiempo que viene, asistimos al desencadenamiento de delirios, de la negación de la Razón; que en Occidente se trate de la mentalidad gregaria y colectiva, de la obediencia a las corrientes sociológicas, del llamado furioso a las fuerzas oscuras de la Inconsciencia, de la propaganda y, en la sociedad comunista, del desarrollo de esquemas, de estereotipos, de prejuicios, de creencias irracionales (sobre las que descansa todo el comunismo) al final por todas partes es una negación del uso simple, firme y modesto, pero riguroso, de la razón. Necesitamos, en medio de ese desencadenamiento pasional, llamar de nuevo al hombre a la razón; y el fracaso del siglo XIX nos demuestra que nos es tan fácil. Así, lo que hace más difícil la cosa, ¡es que las palabras han perdido su sentido! He dicho Democracia, Laicidad, Razón y ¡quién no estaría de acuerdo con ello! ¡Todo el mundo está por la democracia, la laicidad y la razón: Hitler como Stalin, Kruschev como Dulles, Debré como Mollet! Las palabras ya no tienen sentido. Y quizás aquí tenemos 23


los cristianos, como cristianos de la Reforma, una vocación muy singular. No debemos olvidar que somos los hombres de la Palabra, que para nosotros la humilde palabra humana está revestida de una gravedad única pues es a través de ella que la Revelación se ha hecho escuchar. ¡La Palabra recibió esa dignidad fundamental porque el Hijo mismo fue llamado el Verbo! No podemos aceptar que el lenguaje sea una simple convención. No podemos aceptar la decadencia del lenguaje ni que las palabras ya no tengan sentido y que se le pueda decir a cualquiera cualquier cosa. Es a nivel de la Palabra que se juegan la verdad y la mentira. Y desde ese hecho, debemos ser muy rigurosos en el uso de las palabras. En el diálogo con los hombres, nos hará falta siempre testimoniar lo serio de la palabra, así esta sea simplemente humana, nos hará falta recordar a esos hombres el valor de las palabras que emplean, el compromiso que adquieren en tano usan lo que para ellos se ha convertido en una cómoda fórmula. Nos haría falta ser bastante valientes para denunciar la mentira fundamental de aquellos para quienes la palabra no es más que un sonido —“evidentemente les es permitido hacer un régimen de adhesión, un régimen de plebiscito al 99%, un régimen en donde la sinceridad no tiene derecho a hablar, donde la divergencia de opinión es un crimen, y el pueblo debe solamente recibir y aprobar. Pero entonces no hablen de democracia. Ahí está la mentira. Les está permitido tener una doctrina exclusiva, tener un Estado que pretende detentar la verdad y explicarla a todas las edades de la vida y por todos los medios, pero entonces no hablen de laicidad. Ahí está la mentira”. *** Este rigor concerniente al valor de las palabras, esta exigencia de que nuestro interlocutor sepa lo que se le dice, esta afirmación siempre renovada de que el

hombre público (político, escritor, economista, etcétera…) no tiene el derecho de utilizar palabras como fórmulas, es necesario oponerlas a las grandes pretensiones del mundo que viene. Se proclama por todas partes que el mundo debe ser el de la justicia, el de la felicidad para todos (gracias a la tecnología), el de una justa aprehensión de la realidad… Yo creo que el cristiano reformado no puede rehusarse a estos “valores”: justicia, adelante; felicidad, tal vez; realismo, seguramente, pero entonces entendámonos ya. Seamos serios con el uso de esas palabras. No pretendamos que pudiera haber dos justicias diferentes según las clases o las situaciones. No pretendamos que la justicia es siempre lo que hace el gobierno o el partido o el tribunal. No sobreentendamos que esa justicia será alcanzada a través de un máximo de injusticia. No digamos que hay que quebrar bien los huevos para hacer un omelette: hagámoslo, pero no hablemos de justicia, en ese momento las cosas estarán en su lugar y sabremos que el mundo en camino, construido por los hombres que a derecha o a izquierda se justifican así, no será y no podrá ser el mundo de la justicia, pues ¿de dónde les vendría, a los que aceptan tan cómodamente la injusticia para el vecino, el más mínimo sentido de lo que puede ser la justicia? Nos hace falta ser más exigentes y más rigurosos en el tema de los valores que el mundo en formación, bajo nuestros ojos, pretende llevar a cabo, ver con cuáles de esos valores pretende fundarse: ¡hay que ser más exigentes, más rigurosos que los hombres que están construyendo el nuevo mundo! “Ustedes hablan así, y que así sea, pero entonces nosotros, cristianos, exigimos que sean serios, ya que después de todo, tenemos aunque sea una pequeña idea de los que es la justicia, la felicidad y la realidad. No fuimos nosotros quienes les soplamos esas palabras, fueron ustedes quienes las escogieron. Y fíjense que esas palabras nos conciernen porque pertenecen a la Revelación de Dios. Son palabras que queman cuando se miente con ellas. Son palabras que explotan cuando se quiere meterlas en la fundación de un edificio que está a la inversa. Hay qué ver cómo explotan las palabras de libertad y de amor en tanto el mundo antiguo está muriendo”. El mundo que se construye se pretende que sea realista, pero es sorprendente que parece más irreal. Por un lado, se multiplican las doctrinas políticas y económicas, y se pretende aplicar esas doctrinas e informar a la sociedad sobre ellas; ese estilo renovado idealista es hoy en día impresionante e inquietante (¡Ya sea la doctrina de los nacionalistas, de la planificación, de la federación, del comunismo o del american way of life!) Por otro lado, se desborda hacia donde sea un optimismo admirable concerniente al hombre. El hombre capaz de retomar en sus manos el sentido de los tecnológicos, el hombre capaz de utilizar bien, y para el bien, los poderes desmesurados que detenta el Estado, providencia apta para arreglar todos los problemas, la planificación que salva la libertad, en tanto el hombre comunista no tendrá 24


problemas personales, el hombre perfectamente adaptado a la sociedad tecnológica, por ese hecho, se ha convertido en un hombre libre… Todas esas fórmulas que se encuentran en las esquinas de todos los países, me parecen de un prodigioso irrealismo. Hay un rechazo sistemático a ver de frente la realidad del hombre, del Estado y de la tecnología. Y de ahí se pretende construir un mundo realista. La Revelación nos dice un buen número de cosas concernientes al hombre y al Estado. Nuestra modesta contribución al mundo que viene podría ser la de recordar la Revelación a todos, para de ahí poder fundar seriamente los valores que ella misma ha elegido. Y es ahí donde diríamos seriamente el sí a esta sociedad que se forma. Pero al mismo tiempo necesitamos decir no, no sin seriedad, pero tampoco no con menos pasión y agresividad. No a un mundo que quiere ser total. No a un mundo que quiere ser sagrado. Y aquí encontramos el mismo debate del siglo XVI, pues el mundo que se organiza bajo nuestros ojos, tiende a reproducir las características del mundo medieval, como la totalidad de lo sagrado. Nos encontramos frente a una sociedad que quiere verse íntegra, donde no hay ninguna distinción entre lo individual y lo colectivo, donde el dilema persona-sociedad se resuelve con la identificación: la persona no se realiza más que por y a través de la sociedad. Todo ello presuponiendo que la formación de las personas sea a la vista de su propia realidad. La fusión de la conciencia individual en el gran conjunto, el éxito de P. Teilhard de Chardin es precisamente la medida de la adhesión del hombre moderno e intelectual a esa totalidad, —la realidad de base es la sociedad, es el grupo, el individuo ya no tiene existencia por él mismo, su única vocación es pertenecer a un grupo y expresarlo; su única virtud es ser útil al grupo, su única felicidad es estar perfectamente adaptado al grupo. Es la fórmula misma del clan prehistórico. Nos hace falta tener cuidado

que esa totalidad que se construye frente a nuestros ojos, igual en la Unión Soviética que en Estados Unidos, es la negación misma de todo lo que fue evolución del hombre desde hace, digamos, 4 mil años. Es ese difícil acceso a una conciencia individual, es ese difícil avance hacia la responsabilidad de un destino personal. Yo creo que los reformadores no se equivocaron cuando proclamaron que no hay fe cristiana sin lo anterior. Y creo, de manera recíproca, que el P. Teilhard exactamente formuló un anti-cristianismo (lo que además no sorprende, pues en su teoría, la encarnación de Jesucristo se volatilizó). Conozco bien los argumentos de nuestros intelectuales para demostrar que el hombre es perfectamente libre y perfectamente responsable de este mundo. Desde luego, yo no tendría la pretensión de criticar en dos líneas tantas autoridades tranquilizadoras, positivas y optimistas. Me parece que la realidad concreta se encarga de criticarlas. La molestia sería cuando percibimos que la crítica a ese tema era exacta pero también ya sería demasiado tarde, pues el mundo será lo que será y ya no podremos nada al respecto. Al mismo tiempo que se hace total, el mundo se vuelve sacramental. Los objetos religiosos se multiplican alrededor de nosotros. Todos nos piden adoración. Para el hombre todo toma un valor tan eminente que ya nada se puede cuestionar. La nación es un valor absoluto. La tecnología es el bien absoluto. El Estado demanda que se le ame y se le adore. La productividad es la gran vía a la salvación. La independencia es una verdad indiscutible y, poco a poco, el american way of life y el comunismo demandan no una razonable estimación, sino la vocación en cuerpo y alma sin reservas y sin límites. Y toda esa gente bella reunida reclama al hombre los sacrificios que solo Dios puede pedir: todo su tiempo, todo su dinero, todo su trabajo, todo su amor y, por supuesto, el sacrificio de la vida es el menor de ellos, pues previamente se le ha pedido el sacrificio de su honor, de su dignidad, de su conciencia y de su libertad. Los primeros cristianos que rehusaban sacrificar bestias a los falsos dioses, así como los reformadores que rechazaban participar de la misa y de encender un cirio delante de estatuas, eran evidentemente hombres faltos de inteligencia, que no habían comprendido todo lo que se debe a la sociedad y a las creencias colectivas. Manifestaron una estrechez y una intransigencia absurdas. Ahora, nosotros tenemos una vista más larga, obediencia hacia la realidad, flexibilidad intelectual que nos hace aptos para participar en el gran sacrificio colectivo. Sobre todo, hemos aprendido que hay que darle al César lo que es del César y cuando el césar nos demuestra que todo se encuentra en él… aún conservamos nuestro pequeño fuero interior. He ahí, me parece, el punto del verdadero compromiso, el del No radical a la sacralización del mundo que está formándose, a los ídolos sutiles que siempre se presentan con la evidencia de la verdad, la misma evidencia que hizo de aquel fruto, bello para mirar, 25


agradable para comer, útil para tener inteligencia: ¡las tres características de nuestros ídolos! Por eso sólo continuamos con la voluntad de fidelidad que los reformadores testificaron: la fidelidad al Único que no es un ídolo. Versión: Francisco Javier Domínguez Solano _________________________________________

MUJERES CON SOTANA SON YA UNA REALIDAD Jesús Castro Amparo Lerín es una de las 15 mexicanas ordenadas sacerdotisas en el país

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un templo católico de Saltillo, Coahuila, entró una mujer con aire decidido y frente en alto. Llevaba el pelo recogido y lentes sobre su cabeza. Atravesó el pasillo central observando la nuca de las presentes, que esa tarde habían llenado todas las bancas, como si fuera la misa del domingo, pero ahora había en las primeras filas un grupo de monjitas. Cuando llegó hasta adelante y estuvo a unos metros del altar, se dio media vuelta y sonrió. Los ojos de todos se entreabrieron de forma extraña. La vestimenta superior de la mujer era eclesial, con un alzacuellos blanco, como el que usan los sacerdotes, pero ella llevaba falda. Y los ojos terminaron de abrirse cuando les reveló: “Yo soy sacerdotisa”. Las mismas monjitas ahí presentes la vieron con extrañeza, pero con aceptación. Estaban viendo la versión femenina de los

sacerdotes a los que están acostumbradas a servir y ayudar, sólo que con falda y un poco de labial. Ese día, la mujer sacerdote no estaba ahí para consagrar el pan y el vino, sino para hablar de la dignidad de la mujer en la religión. Se llama Amparo Lerín Cruz, y es una de las dos primeras mexicanas ordenadas por la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas. Pero no son las únicas sacerdotisas en México, también las hay de otras denominaciones religiosas, como la Iglesia anglicana, que contabiliza casi 10 mujeres mexicanas ordenadas sacerdotisas, otras tantas diaconisas y hasta podría haber una Obispo. Desde 1994 algunas iglesias, como la Anglicana, los episcopalianos de EU o los luteranos de Suecia y Alemania, ya reconocieron su dignidad eclesial y no sólo ordenan mujeres sacerdotes, también obispos. Según cifras del 2010, ese año fueron ordenadas más sacerdotisas que sacerdotes: 290 mujeres frente a 273 hombres. A partir del 2000, cada año se ordenan unos 500 nuevos presbíteros varones, pero también se jubilan unos 300 y otros tantos dejan el ministerio. En México como en otras partes del mundo no la han tenido fácil. Mientras que las anglicanas llegaron con camino recorrido, otras denominaciones religiosas trabajaron contra corriente. Es el caso de Amparo Lerín, quien pertenecía a la Iglesia Nacional Presbiteriana de México. Ella misma fue ponente durante el Concilio sobre la Ordenación de Mujeres en diciembre del 2011, pero los presbiterianos se negaron a validar el sacerdocio femenino. Y ella junto con otros siete miembros lograron encontrar el camino para hacer realidad el sacerdocio femenino. Mientras eso sucede en otras denominaciones religiosas, en la Iglesia católica el tema va lento. Hubo un intento hace 15 años, en un encuentro mundial de teólogos solicitado por Vaticano para estudiar el sacerdocio femenino, al que acudió el fraile dominico mexicano Julián Cruzalta. Y ahora, el Papa Francisco creó una Comisión especial para estudiar la posibilidad de otorgar el diaconado a las mujeres. Julián Cruzalta dice que el camino en la Iglesia católica es lento y si pasa algo será hasta dentro de 30 años.

Vocación femenina En el altar, dos manos morenas se extienden y toman el pan. Quien oficia la eucaristía, de solemne alzacuellos y ornamento multicolor, pronuncia las palabras que Jesucristo dijo hace 20 siglos. “Esto es mi cuerpo entregado a favor de ustedes. Tomad y comed todos y todas de él”. 26


El rito continúa elevando la copa de vino y ofreciéndola a los reunidos a la mesa del Señor. La comunidad eclesial está reunida y en espera del momento de compartir el pan. Y ella lo hace, sí, ella, la mujer de falda negra que acaba de bendecir el pan y el vino es quien preside. Se llama Amparo Lerín Cruz y nació en la capital de Oaxaca. Su padre era originario de la región de La Cañada y su mamá de Etla. Su madre era de religión Pentecostal, mientras que su padre se declaraba ateo, aunque era hijo de católicos. “A nosotros a veces nos dejaban en la escuela dominical, íbamos eventualmente. Mi abuela paterna era católica, mis tías también, entonces me llevaban a misa, me enseñaban a rezar, mi mamá me enseñó a orar. Yo oraba”, platica Amparo. Pero al final de su adolescencia decidió seguir la religión evangélica y comenzó a asistir a la Iglesia presbiteriana. Participó de misiones llevando comida, vestido y brigadas médicas a comunidades rurales. Poco a poco se enamoró del servicio, y es entonces cuando surge la vocación. Un día, estando en un campamento de jóvenes, habló con uno de sus pastores y le confesó que sentía el llamado de Dios a servir. La respuesta fue que siguiera orando para pedirle la dirección a Dios, para que él confirmara el llamado. Y así lo hizo. “Hubo un momento en el que yo le dije a mi pastor ‘ya estoy lista. Tengo algo ahorrado y me quiero ir al Seminario’. Y me dijo ‘yo no sé si aceptan mujeres’. Déjame hablar al Seminario Teológico Presbiteriano de México. Habló y después me dijo ‘sí aceptan mujeres”, recuerda.

Desheredada Lo que seguía era decírselo a sus papás. Cuando se los confesó, le dijeron que estaba muy joven, que primero estudiara una carrera universitaria, tuviera su casa,

su carro, que ejerciera. Por eso ingresó a la carrera de Administración de Empresas, de la que se graduó a los 22 años. “Esos cuatro años de la carrera, mis papás pensaron que se me iba a olvidar. Yo, al contrario, lo afirmé. Le pedía al Señor que si no era su voluntad me dijera de alguna forma, pero no fue así. Trabajé, ejercía; aún ejerzo como administradora, pero la pasión por el servicio, por el apostolado, continúa”, manifestó Amparo. Por eso cuando terminó la carrera se puso a trabajar e hizo algunos ahorros para irse al Seminario. Cuando tuvo lo suficiente volvió con sus padres para informarles que se iba a México, que ya estaba inscrita en el Seminario y que dedicaría su vida a Dios. Ahí comenzaron los problemas. Amparo se detiene un poco. Algunas lágrimas se asoman de los ojos mientras cuenta que sus padres le reclamaron haberse inscrito sin su autorización. Les dijo que ella ya era mayor de edad y podía decidir por sí misma. Ellos pensaban diferente, el suyo era un hogar muy conservador, donde los papás decidían sobre la vida de los hijos. Amparo vuelve a interrumpir la entrevista por un nudo que se le ha hecho en la garganta. Y luego habla entrecortado. “Entonces mi mamá sí me dijo 'pues te desconocemos como hija. Te desheredamos'. Yo sé que no era mucho lo que me tocaba, pero sí me dolió bastante, pero dije 'bueno, yo ya decidí'”, continúa el relato limpiándose las lágrimas. Les dijo que no importaba que la desheredaran, que la desconocieran, que se iba. Y a pesar de la negativa, la acompañaron a entregarla al Seminario y no volvió a verlos sino hasta tres meses después, cuando su mamá volvió un día, le pidió perdón, le dijo que la quería mucho, que la extrañaba y que olvidara lo dicho antes, que ella siempre sería parte de la familia. 27


Hasta ahí llegaste En el Seminario estudió la Maestría en Divinidades y al terminar se encontró con lo que todas las mujeres que estudiaban la Teología en la iglesia Presbiteriana: que de ahí no pasan. Podían ser maestras de niños o mujeres en su comunidad, pero no podían acceder al ministerio pastoral. A lo más que podían acceder era a ayudar al pastor de la comunidad. Y Amparo lo hizo, porque estaba casada con el pastor Rubén Montelongo, con quien procreó dos hijos. Pero no era lo mismo, ella ejercía como ayudante, pero la dignidad del ministerio era de él. Entonces comenzaron ella y otros miembros de la Comunidad, hombres y mujeres, a trabajar para hacer ver la necesidad de otorgarles a las mujeres la ordenación sacerdotal. Sabían que desde 1985 ha habían ordenado a mujeres diaconisas y a otras como ancianas de la Iglesia. Pero la asamblea general de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México las desconoció. Incluso en algún momento se quiso hacer un rito para retirarles la ordenación, pero no pudieron, no supieron cómo hacerlo y optaron por sólo desconocerlas. Tiempo después, los que trabajaban por la ordenación de las mujeres o para que se diera esto dentro de la Iglesia presbiteriana organizaron un concilio en Xonacatlán [Estado de México] en 2011

para ser escuchados por las autoridades de la Comunidad Presbiteriana. En aquel entonces Amparo tomó el micrófono y dijo que como iglesia reformada, al ser recibidos en plena comunión por el sacramento del bautismo, hombres y mujeres gozan de los mismos derechos, privilegios, y responsabilidades, por tanto no debía haber miembros de segunda clase. “Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, ¿podremos excluir a algunos de sus miembros? ¿Podemos excluir a una parte del cuerpo de Cristo que son las mujeres? No, no es posible hacer tal cosa, no es posible hacer de lado a las mujeres, porque somos parte del cuerpo de Cristo”, dijo aquel diciembre de 2011. Luego expuso fundamentos bíblicos y teológicos para probar que la ordenación de mujeres no era contra el designio divino, sino todo lo contrario, era precisamente un designio divino instaurado en la iglesia primitiva, que los varones luego se adjudicaron. Pero al terminar el Concilio los vetaron, les dijeron que ya no se hablaría del tema, luego la votación de la mayoría presente negó la posibilidad de la ordenación femenina. Y tiempo después, a los siete presbíteros que más lucharon por esta causa los excomulgaron. “A las mujeres no nos hicieron nada, pues no valemos. No nos visualizan, no nos ven, entonces no nos pueden hacer nada, pero nosotros no reconocimos esa excomunión, no reconocemos su poder para quitarte de la mesa del señor”, afirmó Lerín Cruz.

Cisma y ordenación femenina Ante ese panorama decidieron formar una nueva Asociación Religiosa. Desconocieron la excomunión de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México y formaron la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas. La conformaron siete presbíteros, dos mujeres con aspiración a ordenarse sacerdotisas y siete comunidades o parroquias. Y una vez constituidos como A.R. decidieron ordenar sacerdotisas a Amparo Lerín y a Gloria González el 28 de octubre del 2012, en la Ciudad de México. Después a Margarita Islas, quien ya falleció. “Me ordenaron presbítera. Soy sacerdote de la Palabra del Señor”, dice orgullosa Amparo. Ya tenía 40 años y dos hijos, uno 28


“Nos hemos ido con la idea de la imagen de Da Vinci, donde está Jesús en una mesa con los Doce. Pero la mesa del Señor era muy inclusiva. Se celebró en la fiesta de la pascua, y la fiesta de la pascua era totalmente inclusiva. Tenían que estar los niños de la casa, las niñas, las mujeres, toda la familia completa; los sirvientes, los extranjeros, los vecinos”, manifiesta.

Jesús no ordenó sacerdotes de 16 y una de 11. En esa ordenación sacerdotal sí estuvieron sus papás, que ahora sí apoyan el ministerio de las mujeres. Y la acompañó su esposo, también presbítero. Explica que la negación de las iglesias de ordenar mujeres es por el miedo que tienen los varones a que las mujeres incursionen en un campo que ha sido su territorio por siglos. El miedo a perder y competir. Es el machismo de las iglesias, miedo a que la mujer tenga las mismas oportunidades. “Pero yo me pongo a pensar, eso es algo divino. No es algo que nos lo otorguen o no los hombres, es algo que Dios nos llama a ser, y no podemos decirle no a Dios, porque ellos dicen que no, que no se puede”, fundamentó la ahora sacerdotisa. Platicó que en su caso ha demostrado como sacerdotisa dar el mismo servicio ministerial que los hombres realizan en la Comunidad de Fe Gente Nueva, Zinacantepec, municipio de Almoloya de Juárez, en el Estado de México, donde actualmente reside. Ella ejerce sólo dos sacramentos: el Bautismo y la Eucaristía. También ministran bodas, pero no como un sacramento, sino como una bendición a las parejas. En el caso de la fracción del pan, lo hacen siguiendo la costumbre bíblica, muy similar a como la realizó Jesucristo en la última cena, en la que, asegura Amparo, no sólo estuvo acompañado de 12 hombres, sino de mucha más gente.

En lo anterior está de acuerdo el teólogo y fraile dominico católico Julián Cruzalta, quien lleva más de 25 años como maestro de Teología. También es cofundador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Victoria, que es el centro de los Dominicos en México. “Esa idea que tenemos de 12 hombres con Jesús en la última cena es un símbolo de las 12 tribus de Israel. Por supuesto que eran más de 12, y ahí había mujeres incluidas”, declara Cruzalta. Sin embargo, la Iglesia se ha ocupado de borrar esa imagen por esa tradición patriarcal machista. Declara que hoy se sabe que en el siglo 1 y 2 no había ministerios como existen ahora, no había sacerdotes, eran comunidades de fe, se partía el pan en casas, no había templos, y lo casero siempre fue un asunto de mujeres, mientras que el terreno público era de hombres. Entonces, en la iglesia primitiva las mujeres también hacían la fracción del pan, también bautizaban, también evangelizaban en el mismo grado de igualdad que los hombres. Había mujeres apóstoles e incluso algunas con más responsabilidades que los hombres. “Jesús no era feminista porque eso no existía entonces. Era un ser incluyente. Incluía a hombres y mujeres, sabía leer las escrituras, y en ellas hombres y mujeres fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Es una comunidad de hermanos y hermanas, en esta comunidad las mujeres cuentan igual que los hombres”, expresa Cruzalta. Ahí vuelven a coincidir Cruzalta y Amparo. Durante la entrevista con Amparo Lerín, ella cita la Biblia, en especial el capítulo 16 de la Carta a los Romanos, en el cual el apóstol Pablo habla de la existencia de diaconisas y de otras mujeres fundadoras de iglesias primitivas, como la de Corinto. 29


“Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la iglesia de Cencreas… a Prisca y Áquila, colaboradores míos en Cristo Jesús… a María, que se ha afanado mucho por vosotros, a Andrónico y Junia, ilustres entre los apóstoles… a Trifena y a Trifosa, que se han fatigado sirviendo al Señor… a Pérside, que trabajó mucho en el servicio al Señor… a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, lo mismo que a Olimpas y a todos los santos que están con ellos”, dice el texto. Cruzalta agrega que en las cartas de Pablo se habla de mujeres profetas, diaconisas, que tenían muchos ministerios las mujeres, porque no tenían la estructura jerárquica actual. Eso la iglesia primitiva no lo conoció, era el servicio, no daba prestigio, era servir, por eso había muchas mujeres sirviendo a sus comunidades, fraccionando el pan o bautizando, igual que los hombres. “No había eucaristía. No había lo que ahora tenemos, no había ministerio ordenado, no había sacerdotes ni hombres ni mujeres. Eso es posterior. Jesús no ordenó a ningún hombre sacerdote, a ningún apóstol”, declara el teólogo católico. Tanto Cruzalta como Amparo aseguran que el apostolado primitivo proviene del ejemplo dado por Jesús, pues contrario a lo que nos han intentado hacer creer. Había mujeres entre los apóstoles y discípulos de Jesús. “Los fundamentalistas dicen que no, que Jesús sólo ordenó varones; no ordenó mujeres. Bueno, Jesús nunca ordenó a nadie: ni varones ni mujeres”, dice Amparo. Lo que es un hecho, señala, es que Jesús tuvo discípulas, como lo dice el evangelio de Lucas, que lo seguían 12, pero también Juana, Susana, María y las demás mujeres, una de ellas la esposa del administrador de Herodes.

Pero hay algo más. Jesús le da a una mujer el privilegio de ser quien anuncie el acontecimiento más importante de su misión en la Tierra: la resurrección. No es Pedro ni ninguno de los apóstoles varones a quien Cristo se presenta por primera vez una vez resucitado. Elige a María Magdalena. “Ella es la apostol apostolorum, la apóstol sobre los apóstoles, porque fue enviada por el mismo Jesucristo. Jesús no escoge a un varón para decirles he resucitado, elige a María. Y apóstol quiere decir el enviado, la enviada, y ser un presbítero es ser un enviado a predicar la Palabra”, dice Amparo. Cruzalta también resalta que María Magdalena es una discípula que se vuelve una maestra espiritual de la comunidad, en el mismo rango que el resto de los apóstoles de Cristo. Y el resto de las mujeres tenían la misma dignidad de servicio ministerial que los hombres. El problema fue cuando la Iglesia salió de las casas y el culto se hizo público. Entonces los hombres dominaron. Por eso a partir del siglo tercero, cuando ya hubo templos y predicación pública, se crearon los ministerios sacerdotales y los hombres se los otorgaron a sí mismos. Y los han conservado por siglos, excluyendo a la mujer de la dignidad de servicio que Jesús les entregó.

Lenta la iglesia católica Pero la Iglesia católica tampoco es ajena a la posibilidad de que algún día se pueda ordenar a mujeres sacerdotisas o al menos diaconisas. En el 2005, se supo de la excomunión 10 años atrás a siete mujeres que fueron ordenadas sacerdotes por una iglesia católica disidente. La ordenación de estas mujeres, cuatro alemanas, dos austríacas y una norteamericana fue en un barco que recorría el río Danubio. La excomunión fue firmada por el entonces prefecto de la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, quien luego se convertiría en el papa Benedicto XVI. Ese mismo 2005, ya convertido en Papa, salió a la luz otra mujer ordenada sacerdote por el rito católico, según testificó la BBC de Londres, en una capillita habilitada en una casa, a la que asistieron una docena de hombres y mujeres “La BBC tuvo acceso a la ceremonia con la condición de que no revelara ni el lugar exacto ni la identidad de la mujer, que desea permanecer en el anonimato porque teme perder su trabajo como profesora de religión”, se publicó en los medios de aquel entonces. Y llegaron otros anuncios. Que para julio de ese año ocho mujeres canadienses y una norteamericana también desafiarían al Vaticano cuando sean ordenadas sacerdotes en Canadá, 30


convirtiéndose en las primeras mujeres católicas ordenadas sacerdotes en Norteamérica. Aquellos sucesos coinciden con la época en que Julián Cruzalta fue invitado al Primer Encuentro sobre Ordenación de Mujeres, convocado por la Iglesia Católica Romana, que se llevó a cabo en Dublín, Irlanda. “Llegamos como 800 gentes de todo el mundo. De la india, de Australia, que trabajamos por el ministerio de las mujeres, y el acuerdo final fue que lo que importa no es si son ordenadas sacerdotes, sino es ser discípulos de Jesús hombres y mujeres”, platica Cruzalta. Explica el dominico que la discusión versó sobre que actualmente el sacerdocio masculino no está orientado hacia el servicio, sino como un poder, no como el servicio que tenía la comunidad primitiva de la Iglesia en los primeros dos siglos. Lo primero es el servicio, dice, pues mientras el ministerio represente poder y no servicio, será difícil. Y afirma que hay muchas mujeres que su lucha no es porque las ordenen sacerdotes, sino que les reconozcan su dignidad. “Cuando el sacerdocio vuelva a ser discipulado ahí si quieren estar las mujeres, mientras no cambie la visión del sacerdocio, no quieren estar las mujeres en ese sacerdocio. Mientras los sacerdotes sigan como ahora están, no quieren las mujeres ese ministerio”, resaltó. Dice que la decisión no vendrá de arriba hacia abajo. No debe provenir de una aprobación papal, sino de un cambio cultural, porque en sus viajes por todo América Latina pregunta a las mujeres si acudirían a misa si el sacerdote es mujer. Y la respuesta la mayoría de las veces es no. “Si el Papa ordenara mañana mujeres como sacerdotes, los católicos que viven en un mundo machista, donde se relega a

la mujer, y la mujer contribuye a esa ideología patriarcal, dirán que no. No lo van a aceptar. Es una cuestión cultural, no dogmática”, expresó Cruzalta. Tampoco se trata de quitar un hombre y poner a una mujer. No se trata de darle poder a una mujer, porque eso es lucha de poderes. Las mujeres lo que quieren es un cambio, regresar al ministerio, al servicio. Y deja claro que esa dignidad la da Dios. Ya después vendrá la discusión del ministerio ordenado, que es un tema pendiente de la Iglesia Católica, que llegará cuando la Iglesia esté dispuesta, pero creo que no llegará pronto porque no está dispuesta. “No vendrá por un decreto del Papa, ni lo espero en cinco años, los cambios culturales llevan 20, 30 años de educación. Urge empezar en la Iglesia católica, porque en 30 años veremos a una mujer con un ministerio”, manifiesta Julián.

Francisco y el diaconado femenino Y parece que ese proceso ya comenzó, al menos entre activistas y promotores de los derechos humanos en muchas diócesis de México y el mundo. De ellos los hay también en Saltillo. Por eso tanto Cruzalta como Amparo acudieron a impartir conferencias a Coahuila, para que las mujeres reconozcan la dignidad que tienen en todos los ámbitos, social, económico y religioso. Pretenden que los laicos lean las escrituras, porque si otras denominaciones religiosas ya llegaron al reconocimiento de esa dignidad sacerdotal de las mujeres, fue porque esas comunidades tienen 500 años leyendo la Biblia, mientras que los católicos no. “Los católicos no leen La Biblia, la tienen como un objeto de adoración no de lectura. Le ponen su altar, sus flores, sus veladoras, compramos una Biblia grandota de filos dorados, no la leemos. Los protestantes tienen 500 años leyendo las Sagradas Escrituras, y ahí están los textos. No es el plan de Dios este desequilibrio entre hombres y mujeres”, destaca el dominico. Por eso agradece a Dios que por lo menos en otras denominaciones religiosas ya hayan avanzado tanto en reconocer la dignidad de las mujeres y accedan culturalmente al sacerdocio femenino. Pero cree que la Iglesia católica debe ir hacia allá. De ahí que aplauda la iniciativa del papa Francisco, quien el año pasado formó y nombró una Comisión Pontificia para estudiar con detenimiento y seriedad el tema del ministerio femenino en el diaconado, que es el primer grado del sacerdocio católico.

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un templo católico de Saltillo, ataviada con falda y blusa negra, con alzacuello, lentes en su cabellera, labial y rímel en su rostro, diciendo “Mi nombre es Amparo y soy presbítero, sacerdotisa del Señor”. Zócalo, 15 de mayo de 2017, www.zocalo.com.mx/new_site/articulo/mujeres-con-sotanason-ya-una-realidad

“Cuando den sus conclusiones, el Papa tomará su decisión en torno a esto, porque es claro en las cartas de Pablo, había diaconado femenino, Pablo nombra diaconisas”, revela Cruzalta. Sobre ese tema, Amparo Lerín opina que, si bien es cierto que la Iglesia católica va lenta en ese tema de reconocer la dignidad de las mujeres para ocupar cargos ministeriales, reconoce el esfuerzo del Papa Francisco de estudiar el tema del diaconado femenino. “Pero te lo voy a decir como protestante, del dicho al hecho, le falta. Y creo que él tiene muy buena intención, pero hay toda una estructura que a lo mejor le ata las manos”, expuso la sacerdotisa. Ella y Cruzalta dicen que la discusión tiene que llegar al Vaticano en su momento, pero coinciden en que no es el momento. El de otras Iglesias sí lo es, porque ya reconocen a las mujeres, mientras que en la católica las mujeres son relegadas a tareas secundarias, de catequesis, limpieza, cuando mucho, ministras extraordinarias de la Eucaristía. Pero hasta ahí. “Pero yo no pierdo la esperanza. A eso sí le apuesto, a eso le doy mi vida, mi ministerio”, se comprometió Julián Cruzalta, quien está convencido de que algún día la Iglesia cambiará y habrá sacerdotisas, como ya las hay en otras religiones. Y cuando eso suceda, ya no volverá a causar extrañeza ver a una mujer entrar a

La participación de la Pbra. Amparo Lerín Cruz en el Concilio Teológico de Xonacatlán, Estado de México (agosto de 2011) puede verse en: www.youtube.com/watch?v=SVCzBHQwujI Las emisiones del programa Sacro y Profano, de Bernardo Barranco (lunes, 11 pm, Canal Once) dedicados, primero, a la ordenación femenina, y luego a la teología feminista, con la participación de la Pbra. Amparo Lerín Cruz, pueden verse en: www.youtube.com/watch?v=6TqHBVkiThw (21 de abril de 2014) y www.youtube.com/watch?v=6oKPdaQr09g (21 de septiembre de 2015). ________________________________________________________

“LA ORDENACIÓN NO ES EL TEMA, ES LA EVIDENCIA”: UNA CHARLA CON SANDRA VILLALOBOS NÁJERA En los últimos meses han aparecido dos tesis de posgrado sobre los ministerios ordenados de las mujeres en las iglesias. Sandra Villalobos Nájera presentó, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la investigación Las mujeres que tomaron La Palabra: Construcción de igualdad y participación desde los ministerios ordenados y consagrados en México, para obtener el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología. Gentilmente aceptó dialogar sobre el enfoque y la metodología de su trabajo. Ella es Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Aguascalientes y Maestra en Desarrollo Humano por la Universidad 32


Veracruzana. Además, tiene un Diplomado en Feminismo en América Latina, por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM y realizó una estancia de investigación en la Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil.

Tu tesis doctoral se ocupa de un asunto no muy socorrido en el ámbito académico: los ministerios ordenados en las iglesias. ¿Cómo reaccionaron tus profesores/as y asesores al momento de ir armando el tema de estudio? Investigar acerca de la experiencia de participación de las mujeres en el campo religioso, ciertamente no es un tema muy socorrido dentro de algunos campos disciplinarios de las ciencias sociales. Existen numerosos trabajos que describen de manera enriquecedora el campo religioso y la participación de los creyentes –no de las creyentes— como grupos religiosos en general, que van desde el análisis de procesos institucionales en instituciones eclesiales hegemónicas, hasta la descripción de procesos de participación de religiosidad popular, cuyo desarrollo y aporte sobre la especificidad y el sincretismo religioso —por decir lo menos del vasto estudio que existe— han permitido acercarse un poco más cada día a la comprensión de este campo, al que también se han sumado consistentes estudios sobre nuevas metodologías para su abordaje. Sin embargo, en lo que respecta a la participación de las mujeres de manera concreta como sujetos agenciales, y no sólo como parte de una composición de creyentes, existen pocas investigaciones en cuyo centro se encuentre su experiencia. La mujeres no han sido contempladas en la historia y dentro de la academia —como en otros ámbitos— en muchas ocasiones, sus experiencias y su especificidad también son invisibilizadas cuando se

pretende hacer un trabajo o una investigación sobre cierto fenómeno con la falsa idea de una neutralidad y objetividad “aséptica”, como si con ello fuese posible evitar un posicionamiento epistemológico y metodológico que inevitablemente está ahí, más, o menos visible, pero que sin duda, es a partir de cual se realiza la construcción del objeto de investigación y del cual la investigadora o el investigador no puede apartarse, mismo que tampoco debería ocultarse. En el caso de las mujeres, por lo general, sus experiencias quedan reducidas a las experiencias de los grupos a los que pertenecen, o bien, son desestimadas por considerase “subjetivas” —con un mal entendimiento del término como sinónimo de emocionalidad, lo que ya representa en sí mismo un preconcepto basado en el género— y, por lo tanto, poco confiables de proporcionar “datos duros” sobre un fenómeno, salvo cuando dicho fenómeno u objeto de estudio está basado o construido desde el inicio en estereotipos de género. Para mí, hacer investigación sobre la participación de las mujeres no puede hacerse sin un posicionamiento feminista —sé que para otras y otros no, el feminismo causa incomodidades y no todas las personas, sobre todo aquellas basadas en una visión positivista de la ciencia desean o les interesa hacer investigación donde el sujeto es un agente situado y cuyas experiencias y subjetividades son parte fundamental de su propia participación— que contemple su experiencia como el elemento central. Tal vez debido a ello es que la dificultad no estuvo en el tema de investigación, sino en el abordaje desde una epistemología y metodología feminista, lo cual hace la diferencia en la manera en cómo se construye la propia investigación, en la mirada que se tiene de las participantes, la selección de lo interdisciplinario y sobre todo en el posicionamiento político de quienes participan en ella. Tuve la fortuna de contar con un comité que entendió la importancia del tema, la importancia de hablar de estas mujeres y su participación, la importancia de mirar la experiencia religiosa desde un lugar diferente y la importancia de hacer uso de diferentes herramientas en el proceso de construcción. El posicionamiento feminista y el compromiso por los derechos de las mujeres de casi todas y todos ellos, apoyo de manera fundamental la realización de la investigación. Por supuesto que ello no significa que existe un interés de la academia por el tema, o que no existe un gran desconocimiento, pues si bien es cierto que conté con un comité sensible, también es cierto que en la presentación de avances de investigación en diferentes foros académicos fui cuestionada con interrogantes cómo: ¿es una investigación sobre monjas?, ¿existen pastoras?, ¿las iglesias de las que hablas son cristianas?, ¿por qué no elegiste sólo católicas 33


o únicamente “cristianas”? Todas estas preguntas me confirmaron la importancia de abordar el tema, pues mostraban desconocimiento de la propia academia sobre el campo religioso, primero, al pensar que la participación de las mujeres es posible sólo a través de la vida religiosa de las monjas, como si no hubiesen otras mujeres en otras denominaciones participando; segundo, el desconocimiento de las iglesias cristianas históricas, como parte de la hegemonía existente en el estudio de lo religioso, basada principalmente en el mundo católico, y en las últimas décadas del mundo pentecostal; y por último, la idea de que la situación de las mujeres es diferente en las iglesias y que por lo tanto debería haber escogido una muestra de la misma denominación, como si la desigualdad que viven las mujeres en cuanto su participación no fuera un elemento común a todas ellas. Todo lo anterior confirmó la necesidad de abordar el tema de su participación en los ministerios religiosos como parte del ejercicio de sus derechos.

¿Consideras que tu trabajo final es una “tesis militante” o que tu grado de objetividad fue el adecuado al momento de abordar el estudio? Es significativo el término que usas para hacer la pregunta, me hace reflexionar sobre los criterios tan incrustados acerca del significado de la objetividad en la ciencia y que ya desde hace varios años, diversas ramas de la investigación social se han cuestionado, en los que la objetividad es parte de un supuesto de

racionalidad que dicho sea de paso, ha sido primordialmente masculino y cuyo paradigma epistemológico ha establecido no solamente una forma rígida y distante de aproximación a las problemáticas que pretende estudiar, sino también con ello, la negación y la descalificación de trabajos de investigación que recuperan a las y los sujetos de una manera contextual y participativa, como en el caso de los estudios acerca de las mujeres. No creo que se trate de una tesis militante, es una investigación con una epistemología y metodología diferente, tal vez pueda extrañar que no sea del tipo de lo que tradicionalmente se ha considerado ciencia dura, que durante años desde un enfoque positivista y patriarcal ha establecido una sola forma de acercarse al conocimiento, dejado fuera otras formas de comprender los fenómenos y también a otras y otros sujetos. No debemos olvidar que han sido estos enfoques científicos con sus sesgos, los que han dejado fuera de la historia y los procesos a varios grupos humanos, y desdeñado otras formas de conocimiento y de producción teórica. Partir de sujetos vivos en un campo vivo, que son transformados continuamente y afectados irremediablemente de alguna manera por la presencia de quien investiga, y que a su vez quién investiga es afectado en su mirada inicial por el campo de estudio, es un fenómeno de dinamismo en el cual algunas visiones hegemónicas de la ciencia no pueden creer, y es tal vez esto, el debate de los últimos años, lo que ha permitido que procesos alternativos de conocimiento se incorporen al trabajo de la investigación, planteando otros lugares, otras miradas, otros sujetos y por supuesto la necesidad de visibilizar las ausencias. Aquí es donde cabe una investigación que tiene como finalidad mostrar la desigualdad vivida por las mujeres en el campo religioso a partir de sus ministerios, pero también la construcción que ellas hacen desde sus propios recursos, aprendizajes y aportes. Lo que por supuesto no la exime de contener un fuerte sustento teórico construido en congruencia con el campo disciplinario sociológico y enriquecido con los aportes de la antropología mexicana especializada en el estudio de los fenómenos religiosos en nuestro país.

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acercarse verdaderamente al objeto sin objetivarlo, para con ello construir desde el mismo campo y no desde paradigmas establecidos que dan por sentado —a veces hasta la naturalización— que ya no hay nada que decir acerca de algo desde una mirada diferente.

¿Crees que las personas implicadas en estas luchas internas eclesiásticas comprenden a cabalidad que el cambio social en cuestiones de género también debe presentarse en las comunidades religiosas?

Tener una postura explícita desde el principio, cuyo objetivo es explorar el ejercicio de derechos de las mujeres a la participación, reconocida y legitimada dentro de las diferentes iglesias y el campo religioso, no creo que deba considerarse militancia, sino una fortaleza metodológica que no busca engañar diciendo que no sabe de qué trata el tema, fingiendo que no existe desigualdad y se va a comprobarla, pretendiendo que será neutra porque todos somos iguales y nuestros procesos también, o que con un estudio desde un paradigma donde lo masculino es la medida, es posible la comprensión de las experiencias vitales de las mujeres. Por el contrario, para hacer investigación y construir el objeto de estudio se debe partir de la especificidad del campo y la especificidad de los sujetos, considerando en cada paso, las relaciones de poder establecidas por cada una y cada uno de sus actores. Con todo lo anterior, considero, que es posible conjuntar en una investigación un posicionamiento teórico consistente, que permita el análisis de lo estudiado, y una estructura metodológica que permita

No, creo que no lo comprenden a cabalidad y en su mayoría tampoco les interesa. En muchos casos probablemente se trate de una desigualdad tan naturalizada y divinizada que se muestra como un orden inamovible que no se cuestiona y que por lo tanto no apresura un cambio, dado que puede incluso dar algunas certidumbres; en muchos otros, cuando la conciencia hace visible la diferencia, es difícil perder los privilegios del poder y estar dispuesto a compartirlo con otros agentes que van emergiendo. Si pensamos que para el común de las iglesias las mujeres no han sido consideradas sujetos capaces de poseer un capital teológico suficientemente valido para participar con los mismos derechos dentro del campo religioso y por el contrario su participación siempre aparece como condicionada o sujeta a un tutelaje institucional de orden patriarcal, difícilmente podemos esperar que sean estas mismas instituciones y quienes forman su estructura —mayoritariamente varones— estén dispuestos a perder el poder de los privilegios para compartir con otros sujetos la toma de decisiones y el capital que les provee de dividendos. Como ejemplo de lo anterior, cuando he presentado los resultados de mi investigación dentro del propio campo religioso, el significado de la lectura que se hace desde quien no posee el poder y quien lo posee como especialista, se hace visible en una respuesta corporal diferenciada. En la mayoría de los casos —digo en la mayoría porque evidentemente hay excepciones—, cuando hablo de la fuerte diferencia entre el tipo de actividades, las horas trabajadas y la remuneración de quienes son pastoras y pastores, o cuando hablo acerca de los obstáculos que las mujeres tuvieron que pasar para lograr un ministerio que diera voz y acto a sus llamados, me encuentro con expresiones de asentimiento y aprobación de varias mujeres que concluyen con “eso pasa en mi iglesia” en contraste con las miradas de quien no se siente interpelado y calla. Puede ser casualidad, también indiferencia o conciencia, en cualquiera de los casos, el proceso está en marcha y la presencia de las mujeres desde lugares de participación diferentes, que implican toma decisiones y la posibilidad de construir pastorados más 35


horizontales, hace que la balanza del poder se modifique y que sea inevitable seguir discutiendo el tipo de participación que las mujeres tienen y quieren dentro de cada una de sus iglesias.

¿Qué diferencias importantes encontraste entre el campo católico y el protestante acerca de este tema tan controversial? Sin lugar a dudas la diferencia es importante entre el campo católico y protestante, pero también dentro del protestante, y no sólo en cuanto a los aspectos denominacionales se refiere, sino también, en cuanto a las disidencias de cada una de estas denominaciones. Creo que el cambio hacia la inclusión de las mujeres de manera reconocida y legitimada con una representatividad significativa en los puestos de mayor poder en las respectivas iglesias, aun se trata de un proceso muy individualizado, es decir, el resultado de la participación depende más de las características de las propias mujeres que buscan la ordenación, de sus circunstancias específicas de relación social, religiosa y contextual, y de la posibilidad de un entorno que en mayor o menor medida las respalde. Con esto quiero decir, que no se trata de un logro social o institucional que cimiente a través de procedimientos claros la posibilidad de que aquellas que busquen la ordenación puedan acceder a ella o al menos participar del proceso. No se han generado espacios para promover una participación reconocida de las mujeres, no sólo en cuanto a la ordenación se refiere, sino en cualquier otro tipo de labor o trabajo que no se el servicio y la subordinación. Por supuesto que aspectos como la autonomía de las congregaciones y la libre interpretación de los textos, marcan una diferencia importante entre las iglesias cristianas históricas y la iglesia católica,

pues esta última se muestra inamovible frente a la posibilidad de la inclusión de las mujeres de manera legítima como parte de la estructura que dirige. Las mujeres que participan de manera más activa, visible, jerárquica (moralmente) e incluso abiertamente política dentro de esta iglesia, son mujeres que cuentan con otros recursos y presencias públicas, lo que las hace excepciones dentro de sus espacios y permite una mayor movilidad en cuanto a participación se refiere, aunque esto sea discrecional y no institucional. Pero eso tampoco significa que las iglesias protestantes están a la vanguardia del reconocimiento, en algunos — contados— casos la normatividad institucional contempla de alguna manera su participación, y esto es un avance, puesto que sienta bases para el ejercicio de ciertos derechos, pero en su mayoría el trabajo por el reconocimiento se encuentra en medio de una disputa por el espacio y la voz real y simbólica dentro de la vida cotidiana de cada una de las congregaciones e iglesias, y es aquí donde no se ha hecho un trabajo consistente cuyos resultados puedan ser visibles o significativos sí los comparamos con las evidentes desigualdades.

¿Piensas que será posible algún avance concreto en el seno del catolicismo sobre la ordenación femenina a los ministerios? No lo creo, o al menos no durante los próximos años, de manera general —es imposible dar una respuesta que no resulte simplista al respecto— se trata de una institución cuya organización y estructura están cimentados en la desigualdad no sólo genérica, sino también de otras dimensiones y categorías, aceptar la participación de otras y otros sujetos requeriría reformas que difícilmente se pueden echar andar cuando hay tantos intereses al interior. Sin lugar a dudas el trabajo de muchos sectores disidentes y de muchas mujeres y hombres al respecto, abona a la reflexión, al diálogo y al movimiento, pero aún se ve como parte de un horizonte lejano.

En el caso evangélico, ¿consideras que las diligencias o jerarquías de las iglesias que aún no ordenan mujeres se abrirán en el futuro a esa posibilidad? Primero es importante establecer la diversidad existente en el “caso evangélico”, como en todo, sería imposible generalizar. No lo sé, se trata de un proceso en el que intervienen diversos agentes, por un lado, las iglesias y las congregaciones, con las mujeres y los hombres que componen; pero por otro, no debemos olvidar los intereses económicos y los pactos políticos que se dan entre quienes están a la cabeza de las instituciones y buscan su mantenimiento. No es tan simple como estar 36


convencido y querer hacer un cambio –que ya sería un gran avance en muchos casos-, también implica rupturas institucionales, exclusiones, pérdida de fieles, retiro de fondos, y alianzas convenientes. Tal vez principalmente es debido a esto último — aunado también a falta voluntad— que los avances en materia de ordenación y reconocimiento de la importancia de los distintos ministerios está avanzado de manera tan lenta en nuestro país.

¿Cómo miras el panorama en América Latina sobre el tema que estudiaste? No es posible generalizar. América Latina es muy grande y sus procesos de religiosidad son diversos, encuentro diferencia entre países, pero también entre denominaciones, supongo que uno de los posibles ejes comunes, es la falta de participación de las mujeres desde el reconocimiento y la representación como parte de las estructuras eclesiales y no sólo como parte de los espacios intersticiales que deja el servicio, la asistencia y la devoción. Y no solamente para las mujeres, la desigualdad y la falta la inclusión y reconocimiento de participación que contemple sujetos desde la diversidad sexual, racial, de clase y otras categorías que se intersectan es el parte de la agenda pendiente de la mayoría de las iglesias —con sus excepciones por supuesto—.

¿Qué opinas del actual debate sobre la llamada “ideología de género” tal como se está dando en varios países y de la oposición de corporaciones religiosas a la misma? Pienso al respecto muchas cosas, es un tema que requiere profundidad porque no es una cuestión que pueda ser descrita meramente como actos y discursos inocentes, ignorantes, desinformados o promotores de “verdaderos” valores. Son

actos intencionados, cuya extensión cobra fuertes discriminaciones, exclusiones y violencia de diversos tipos y niveles. Hay un embate del fundamentalismo que usa esta cruzada en contra de lo que ellos llaman ideología de género, ideología gay, y otras tantas alusiones, para deformar los avances que se han tenido en materia de derechos humanos fundamentales, y que los grupos conservadores y fundamentalistas han usado para -tras un falsa interpretación y deformación de lo que es la perspectiva de género, los derechos de las mujeres (sobre todo el derecho a decidir sobre el propio cuerpo), la diversidad sexual y los derechos de las personas LGBTTI, por mencionar únicamente algunos, mantener parámetros de pertenencia y control en sus grupos religiosos frente a un mundo que avanza y los rebasa, y en el cual ya no caben más discursos de odio y segregación enmascarados de argumentos en pos del cuidado del orden social y la moral. Tal vez muchos pensaríamos que con los avances en materia de investigación y derechos, tales posturas no lograría llenar tantas filas, ni promover tanto odio ni discriminación como lo vimos en las recientes marchas en contra del matrimonio igualitario en nuestro país, sin embargo, la presencia de los sectores más conservadores y sobre todo las alianzas y pactos entre actores del campo religioso que durante años se han mostrado como antagonistas, no sólo nos muestra que hay mucho trabajo por hacer en favor del reconocimiento de todas las expresiones identitarias y los derechos de todas la personas a decidir, sino también el temor y la falta de consistencia que estos sectores tienen frente a los avances del mundo. Por supuesto hay mucho que analizar y reflexionar al respecto, sería interesante comentarlo posteriormente.

Finalmente, ¿qué le dirías a quienes siguen investigando sobre este asunto dentro y fuera de las comunidades religiosas? Diría que falta mucho más por investigar, que es necesario volver la mirada al tema sin simplificarlo como un asunto sobre la ordenación de las mujeres, ese es sólo un aspecto. Para mí la ordenación es solamente una de las expresiones que hace visible la desigualdad, la ordenación no es el tema, es la evidencia que hace imposible negar lo que ha sido justificado bajo la conveniente idea de un orden natural que únicamente ha sido una costumbre hecha ley bajo el acuerdo social y religioso de esquemas patriarcales que se refuerzan mutuamente, y que cuando no encuentran justificación posible le atribuyen a la divinidad lo inexplicable para no ser interpelados. 37


Falta estudiar las experiencias de otras mujeres, las experiencias de otros hombres y mujeres que no se sienten parte de la heteronormatividad imperante, las experiencias de los varones y sus vulnerabilidades, las experiencias de los varones y sus privilegios, los estereotipos de las divinidades que aprisionan a las mujeres y los hombres reales, tantas cosas aún por indagar y que nos retan a la responsabilidad y creatividad de idear también nuevas formas de hacer investigación para acercarnos un poco más a la comprensión del campo religioso, no como ente abstracto sino como un campo vivo. (LC-O) Lupa Protestante, 31 de marzo de 2017 www.lupaprotestante.com/blog/laordenacion-no-tema-la-evidencia-unacharla-sandra-villalobos-najera/ La tesis de Sandra Villalobos Nájera se puede descargar en: https://issuu.com/tesis sobreprotestantismoen mexico/docs/2017svillalobosnministeriosordena ______________________________________

HÉCTOR CONDE RUBIO: ENTREVISTA SOBRE LA ORDENACIÓN DE MUJERES EN LAS IGLESIAS Una conversación con Héctor Conde Rubio, autor de la tesis de maestría en Teología y Mundo Contemporáneo titulada Mujeres ministras: una mirada ecuménica en torno a la ordenación de mujeres, defendida en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en agosto de 2016.

Ángel Méndez, Héctor Conde, Marilú Rojas y Carlos Mendoza Álvarez.

E

n esta ocasión presentamos una conversación con Héctor Conde Rubio, autor de la tesis de maestría en Teología y Mundo Contemporáneo titulada Mujeres ministras: una mirada ecuménica en torno a la ordenación de mujeres, defendida en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (de inspiración jesuita), en agosto de 2016. Su orientador fue el doctor Ángel F. Méndez Montoya, y sus lectores los doctores Carlos Mendoza-Álvarez y Marilú Rojas Salazar. Conde Rubio es licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. El video de la defensa puede verse aquí.

Hola, Héctor, un gusto. Nos interesa conocer las motivaciones que tuviste para elaborar tu tesis de maestría sobre la ordenación de mujeres en las iglesias. En primer lugar, quería hacer una reflexión desde mi fe (católica romana), la cual, como sabes, no admite el ministerio ordenado femenino y además ha mantenido una postura muy clara y contundente en contra de esta posibilidad. En segundo lugar, quería abordar este tema porque creo que los católicos debemos plantearnos este tema seriamente.

Héctor Conde y la doctora María Pilar Aquino. 38


¿El enfoque ecuménico te pareció necesario para abordar este tema tan controversial? ¿Fue para evitar el abordaje estrictamente confesional? Ésa es una buena pregunta. Pues, mira, decidí tomar una perspectiva ecuménica para que se viera que ya en muchas otras iglesias cristianas el ministerio ordenado de mujeres es una realidad y que está dando resultados muy positivos. También lo hice porque si sólo me quedaba en el mundo católico romano la conclusión hubiese sido muy frustrante. En el primer capítulo de la tesis te ocupas del cristianismo “primitivo” o inicial. ¿Qué tanto se puede recuperar de esa época que sea útil hoy para promover los ministerios femeninos ordenados? Mucho, pues es en las primeras comunidades cristianas donde fue innegable la participación de mujeres (evangelizadoras, predicadoras, matronas; y más adelante, la orden de viudas y diaconisas, por no decir las posibles presbíteras).

Haces una revisión de al menos cinco iglesias no católicas al respecto del tema. ¿Son buenos ejemplos del avance de estos ministerios? Sí son buenos ejemplos, aunque obviamente no son los únicos, pues quedaron fuera la Iglesia Luterana y otras iglesias protestantes. Pero son suficientes para ver que las mujeres son perfectamente capaces de pastorear comunidades de fe. Que tienen cualidades excepcionales de escucha, acompañamiento pastoral y ejemplo de vida. Creo que todas las mujeres ministras que entrevisté tenían una gran sensibilidad y compromiso con sus congregaciones.

¿Cómo evalúas lo sucedido en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México después del concilio teológico de 2011?

Con todo respeto, creo que la mayoría de los votantes no lograron ver la oportunidad que tenían en sus manos. Pudieron haber incorporado a la mujer al ministerio ordenado y no lo hicieron, al contrario, “des-ordenaron” a las pocas mujeres que ya eran ancianas y dejaron claro que no querían mujeres presbíteras. Entonces, me pregunto: ¿cuántas mujeres participaron en esa decisión? ¿Cuántas mujeres tenían el empoderamiento suficiente para luchar por este cambio? ¿Qué tipo de lectura de la Biblia permitió cerrarle la puerta a la mujer en algo tan importante como el sacerdocio? Como sea, el esfuerzo de las pastoras Gloria González, Amparo Lerín y Cira Hernández, así como de la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas (CMIRP) y la Comunión de Iglesias Presbiterianas de Chiapas (Codiprech), es muy admirable.

El hecho de que varias iglesias evangélicas ordenen mujeres en México, ¿puede impulsar cambios significativos en las que no lo hacen? ¿Cómo podría ser posible eso? Sí lo creo, pero también creo que esto debe ir acompañado de una paulatina transformación de las mentalidades. No basta ver una mujer con sotana; hace falta trabajar con ellas, respetarlas, seguirlas, colaborar con ellas. Pero sin duda, en la medida en que veamos más y más mujeres liderando congregaciones, las demás iglesias podrán hacer este cambio.

Los capítulos correspondientes a la Iglesia Católica pueden ser los más polémicos. ¿Hasta dónde crees que pueda llegar la promoción de la ordenación en el ámbito católico? ¿Realmente hay posibilidades de cambio? Con dolor te diría que en mi Iglesia prevalecen estructuras muy patriarcales, pues no sólo los sacerdotes y obispos son varones, sino que además prácticamente todos los demás órganos de gobierno están dominados exclusivamente por hombres. Eso dificulta tremendamente una mejor posición para la mujer. Entonces, quizá será más fácil ver a sacerdotes casados antes que mujeres presbíteras en la Iglesia Católica Romana.

¿Consideras que en el pontificado actual de Francisco pudiera haber algún avance concreto en ese sentido? ¿Qué tanto se ha querido comprometer él acerca de este tema? Creo que el Papa Francisco es un gran hombre y ha hecho importantes avances en términos de visibilidad de los “descartables” de nuestra sociedad y de denuncia de las estructuras de pecado que la oprimen, pero no creo que pueda hacer mucho más en lo que se refiere al lugar de la mujer en la Iglesia, pues —como traté de mostrarlo en mi investigación— 39


hay todo un contexto antropológico patriarcal que lo impide. Entonces, creo que en la Iglesia Católico-Romana necesitamos llevar la teología feminista y los estudios sobre la mujer a la gente “de abajo”, es decir, la gente común. Afortunadamente, en México hay algunas instituciones, cátedras y organizaciones que promueven la teología feminista, pero para que haya más impacto, necesitamos más tiempo, más generaciones.

¿Cómo evalúas lo realizado hasta hoy por el movimiento Roman Catholic Women Priests (http://romancatholicwomenpriests.or g) que analizas en la tesis? ¿Qué opinas de las noticias (de cierto tono “amarillista”, como las manejan algunos medios) que eventualmente circulan acerca de las ordenaciones “clandestinas” que se llevan a cabo? El manejo mediático no necesariamente es negativo. Creo que eso, aunque presentado de manera espectacular, puede suscitar interés en las personas que nunca antes lo habían pensado. Pero evidentemente no se puede quedar en una nota; hace falta un curso, un taller, un encuentro. Hace falta comentarlo en la parroquia, en la oficina, en la escuela, en la arena pública. En ese sentido el trabajo de RCWP es muy loable y estoy seguro de que, ya sea en este siglo o en el siguiente, les agradeceremos mucho a ellas.

Finalmente, ¿qué mensaje darías a las mujeres que, en diversas comunidades religiosas, sueñan con que algún día la Iglesia Católica y otras iglesias protestantes ordenen mujeres de manera normativa? Sigamos soñando, sigamos luchando. Todas y todos juntos, hombres y mujeres. Creo que hoy vivimos un momento parecido al de la mujer siro-fenicia con Jesús. Aprendamos de nuestro gran

maestro Jesús que supo mirar más allá de los suyos para abrir su ministerio a todos los demás pueblos. Yo creo que en esta época estamos a punto de vivir una cosa similar. Sepamos que un día las mujeres presidirán las asambleas, que podrán ser cabezas de servicio. Claro, no ya bajo jerarquías medievales, sino en nuevas formas de vida y comunión.

Tres fragmentos de la tesis …creo que la teología debe revisar la antropología teológica tradicional, pues hasta ahora la masculinidad de Jesús, como explica Elizabeth Johnson, “se ha utilizado para reforzar la imagen patriarcal de Dios”. Esto ha generado una antropología androcéntrica y, por tanto, una cristología sexista que excluye del ministerio sagrado a la mujer por el hecho de ser mujer. Para la teóloga de la Universidad Fordham, esta cristología androcéntrica hace pensar que los hombres son más “teomórficos” que las mujeres; no sólo eso, sino que, además, en virtud de su sexo, los hace más “cristomórficos” que ellas. Pero esta cristología androcéntrica no puede salvar a las mujeres, sostiene Johnson. Sólo una cristología que considere plenamente a las mujeres podrá salvarlas plenamente. Desde esta perspectiva, la masculinidad de Jesús no tiene que ver más que con la identidad histórica y cultural de su encarnación, mas no es un factor teológico decisivo para su papel como Cristo. Por ello, Elizabeth Johnson propone una cristología basada en la sabiduría encarnada. (pp. 31-32) Como hemos visto, la figura del sacerdote tiene una enorme carga simbólica, pues en el fondo se plantea como un alter Christus. Sin embargo, esta figura está reservada exclusivamente a los varones. Sin embargo, como también se ha explicado, el ministerio ordenado no es una figura estática ni “caída del cielo”, sino que es resultado de un proceso histórico. Ciertamente tiene su fundamento en Cristo y es un sacramento, pero nace en el seno de la Iglesia y fue evolucionando a partir de 40


las necesidades históricas de la misma. Dicho con otras palabras, el sacerdocio “está determinado por la realidad concreta de la Iglesia en su condicionamiento histórico”. Si esto es así, es posible decir que el Nuevo Testamento no “ofrece ningún modelo único y obligatorio del modo de estructurar la Iglesia [...] sino que más bien ofrece diversos ejemplos de cómo fueron estructurándose distintas iglesias, y cómo fueron respondiendo a las necesidades y demandas de diferentes momentos históricos” (José Ignacio González Faus). (pp. 79-80) Dicho con otras palabras, el Espíritu Santo puede acompañar a la Iglesia en la “comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas” a través de la contemplación y el estudio, así como de la “percepción íntima” que experimentan sus miembros. Ahora bien, si un buen número de creyentes tenemos la intuición de que las mujeres también pueden ser aptas para el sacerdocio, ¿no podemos estar en lo correcto? ¿Acaso no podemos aportar algo a la “comprensión de las cosas de Dios” sobre este asunto? ¿Acaso nosotros no formamos parte del sensus fidei? ¿Por qué solamente las autoridades masculinas de la Iglesia tienen voz al respecto? Por mi parte, considero que no existe ningún impedimento espiritual, intelectual o físico para que las mujeres puedan ser llamadas por Cristo para ejercer el sacerdocio. (p. 188) (LC-O) Protestante Digital, 29 de junio de 2017 http://protestantedigital.com/cultural/424 98/Hector_Conde_Rubio_Entrevista_sobre _la_ordenacion_de_mujeres_en_las_iglesi as _________________________________________

BREVE HISTORIA DE LA IGLESIA PENIEL

Francisco Domínguez Solano

L

uego de la salida de un grupo de hermanos que pertenecieron a la Iglesia Presbiteriana Jerusalén, de la colonia Moctezuma; empezaron a organizarse las reuniones y los cultos en el domicilio de nuestra amada hermana Elvira Núñez, allá por 1991. Para 1992, a instancias del Presbiterio de la Ciudad de México, la iglesia recibió el templo y las instalaciones anteriormente utilizadas por la Iglesia Resurrección. Peniel fue recibida entonces como congregación en el Presbiterio de la Ciudad de México, con el apoyo del pastor Daniel S. Prince Alarcón. En esos primeros meses, la iglesia no tenía ni consistorio ni ningún otro cuerpo eclesiástico. Se organizaron comisiones para mesas de trabajo, así como una coordinación que llevó a cabo discusiones en temas como el sacerdocio universal de los creyentes, liturgia reformada, teología reformada y otros que se derivaron de lo mismo. La fundación como iglesia organizada, con un consistorio, una junta de diáconos y un pastor, se remonta al domingo 29 de enero de 1995. Ese día, además de la organización de la iglesia, fueron ordenados los primeros Ancianos de Iglesia, así como diáconos y, más aún, diaconisas: Elvira Núñez Bohórquez, Bárbara E. Peña Núñez y Graciela Neyra Rosales. En esa misma junta de diáconos, participaron Jorge Domínguez Solano y 41


Antonio Delgado Mejía. El pastor oficiante era el Pbro. Manuel Padrón Orozco, y el primer consistorio estuvo formado por los ancianos de iglesia Joel Elí Padrón Ibáñez, Enrique Peña Núñez, Francisco Javier Domínguez Solano, además de Ramón Delgado González, quien ya estaba ordenado y fue instalado junto a los otros 3 hermanos. El acto estuvo encabezado por el Pbro. Rubén Montelongo, en su calidad de de presidente del Presbiterio de la Ciudad de México, acompañado del Pbro. Israel Flores Olmos, vicepresidente, y de otros miembros del Presbiterio como los A.I. Ramón Monteagudo y Ernesto Rivera. Aunque la forma de trabajo se apegaba a los estándares que mandaba la constitución de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM), era claro que los rumbos de la iglesia serían diferentes a muchas cosas establecidas en la INPM. En el hecho de tener tres Diaconisas ordenadas y que impulsaron la continuación de la discusión sobre los temas que intentaban dar otro rumbo a la iglesia, hacía de Peniel una iglesia sui géneris. Sin duda eso también le acarreó la animadversión de los dirigentes de las iglesias que formaban entonces el Presbiterio, y eso trajo consigo una especie de aislamiento. La situación fue más positiva con la llegada del Pbro. Víctor Hernández a la presidencia del Presbiterio, pues Peniel tuvo tiempos menos aciagos, en los que logró avanzar en la idea de ser una iglesia incluyente, con servicio a la comunidad y sin rivalizar con las cuestiones del respeto a los derechos humanos, la educación laica y la justicia social. Durante esos años se dio la llegada del hermano Agustín Arturo Arce Villegas, quien en 1996 se convirtió en el primer pastor oficial de la iglesia (después de ser examinado y ordenado por el

Presbiterio en junio de 1997), hasta 1999. Posteriormente, a su salida, el Presbiterio asignó como pastor oficiante al Pbro. Víctor Hernández, a quien le correspondió el proceso que llevó a dos hechos muy importantes: las discusiones para la posible ordenación de las primeras A.I. y la elección del nuevo pastor. Luego de debates muy intensos, en los que se valoraron los escenarios posibles como consecuencia de llevar a cabo la elección y, en su caso, ordenación de ancianas, Peniel tomó libremente la decisión, en reunión congregacional, de ordenar a dos ancianas, que ya eran diaconisas: Bárbara Peña y Graciela Neyra. La presencia de directivos del Presbiterio de la Ciudad de México, en el culto del VI aniversario en 2001, donde se realizó la ordenación e instalación de ambas hermanas, permitió a la Iglesia Peniel llegar a un punto muy importante en su historia, pues a partir de ahí ya no habría marcha atrás: las mujeres en Peniel tendrían derecho a tomar parte de los ministerios ordenados. En ese mismo año, se llevó a cabo la elección de un nuevo pastor, decisión que recayó en el entonces Lic. en predicación, Dan González Ortega, el cual también fue examinado y ordenado por el Presbiterio de la Ciudad de México, así como instalado en ese mismo 2001. A la par de estas decisiones, Peniel llevó a cabo actividades como la visita a hospitales en diferentes momentos del año, campamentos para jóvenes y adolescentes (que estaban entonces organizados en las sociedades “JehováNisi” y “Eben-ezer”, respectivamente) campamentos para toda la iglesia, así como conciertos evangelísticos, jornadas médicas y festivales de la familia, navideños y de otra índole. Varios miembros de la iglesia fueron electos para ocupar cargos tanto en la Unión de Sociedades de Esfuerzo Cristiano (USEC) del Presbiterio de la Ciudad de México; así como en el mismo Presbiterio, como el hno. A.I. Ricardo Alberto Córdoba Ortega quien en 1999 fue electo presidente interino de ese cuerpo eclesiástico. El A.I. Francisco Javier Domínguez Solano ocupó el cargo de vicepresidente del Presbiterio en dos ocasiones (1997-1999 y 2009-2011) y secretario también en dos ocasiones (1999-2001 y 2005), así como el Pbro. A. Arturo Arce Villegas quien igualmente ocupó el cargo de secretario del presbiterio de 1997 a 1999. Luego de la salida a Argentina del pastor Dan González Ortega, en 2004, la nueva comisión pro pastor inició el ejercicio de búsqueda de un nuevo pastor. Esa responsabilidad recayó en el Pbro. Rubén Montelongo, quien estuvo en el cargo de 2005 a 2010. Durante esos años, y al final del primer pastorado del Pbro. Dan González, Peniel siguió ordenando mujeres tanto en el diaconado como en el consistorio: en el diaconado se ordenaron las hermanas Leonor Neyra, Mónica Díaz, Aurora 42


Vázquez, Edith Padrón, Leticia Barrios y Carmen Neyra. Esta última fue ordenada anciana en un momento posterior a su ordenación como diaconisa. Asimismo, fue ordenada anciana la hna. María Elena Paredes González. Esta situación, aunada a las discusiones que para ese entonces ya existían en el seno de la INPM, trajo consigo fuertes presiones para dar marcha atrás a la ordenación de mujeres a los ministerios de anciana y diaconisa. La salida del Pbro. Montelongo, se da en el contexto de un proceso que llevaría a la decisión de la iglesia de en primer lugar, confirmar el sacerdocio universal de los creyentes; y dos, dejar el Presbiterio de la Ciudad de México para pasar al Presbiterio Juan Calvino, situación que ocurrió en el mes de junio de 2011. Ya anteriormente el Presbiterio de la Ciudad de México había nombrado pastor oficiante al Pbro. Dan González Ortega, cargo que fue confirmado por el Presbiterio Juan Calvino. En agosto de 2011, la INPM en reunión de concilio, tomó la decisión de cerrar definitivamente la posibilidad de que las mujeres fueran ordenadas diaconisas, ancianas y pastoras. Esto provocó la división de las iglesias que conformaban el Presbiterio Juan Calvino, pues a partir de octubre de 2011 hubo dos cuerpos que se organizaron para dar cabida a las iglesias que simpatizaban con la ordenación de mujeres y las que ya habían acatado la decisión de la INPM. A partir de ese mes de octubre de 2011, Peniel comenzó formar parte de un movimiento que pretendía reorganizar a las iglesias en un nuevo organismo que intentó dar cabida a todas las inquietudes que no se detenían solamente en la ordenación de mujeres, sino que trascendían a otros ámbitos de la vida de la iglesia, como la liturgia, la teología reformada, nuestra identidad calvinista, así como la presencia de la

iglesia en las situaciones políticas, sociales y económicas de México, en un contexto de crisis institucional a todos los niveles. En ese mismo contexto, Peniel tomó la decisión no solo de apoyar a quien desde octubre de 2011 ya era su pastor oficial (Dan González), sino también de renunciar a su pertenencia a la INPM y continuar adelante ya lejos de quienes no apoyaban los esfuerzos por traer aire fresco a la iglesia. En ese sentido, no fue de extrañar que la iglesia Peniel tomara partido por el Pbro. Dan González, cuando en septiembre de 2012 la INPM decidió de manera unilateral e ilegal su excomunión, junto con otros seis pastores que no habían renunciado a sus convicciones, como la Asamblea General de la INPM lo había exigido. Y en la creación de la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas (CMIRP), en octubre de 2012, Peniel tomó un papel decisivo, ya que era y es convencimiento de la iglesia que debería tomar rumbos nuevos, traer cosas nuevas en una nueva organización. Durante los últimos años, la participación de la juventud en las jornadas médicas y de reforestación en Chiapas, ha sido una de las actividades más importantes como iglesia, pues los jóvenes han tenido la oportunidad de realizar un trabajo directo con comunidades en aquel estado de nuestro país, así como los hermanos médicos y enfermeras que han llevado a esos lugares sus dones como trabajadores de la salud. Es en ese contexto que, con nuevas definiciones y con nuevos retos por delante, la Iglesia Peniel llega a su XXII aniversario en este año 2017, para honra y gloria de Nuestro de Dios.

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N OTICIAS Y MATERIALES REUNIÓN DE LA CMIRP EN LA IGLESIA ANTIOQUÍA, 29 DE ENERO DE 2017

En esta primera reunión del año se trataron varios asuntos pendientes, se avanzó en los acuerdos y se recibieron solicitudes de ingreso de algunos hermanos.

XXX ANIVERSARIO DE LA IGLESIA EL SHADDAY Especialmente importante resultó el anuncio de la celebración del XXX Aniversario de la Iglesia Presbiteriana y Reformada El Shadday, que se llevó a cabo domingo 26 de febrero. Para acompañar a la iglesia en esa ocasión se nombró al Pbro. Hugo Gallardo Duarte. La reflexión estuvo a cargo de José Luis Pérez Sántiz.

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MATERIAL PREPARATORIO PARA LA XXVI ASAMBLEA GENERAL DE LA COMUNIÓN MUNDIAL DE IGLESIAS REFORMADAS (CMIR)

Una visión bíblica de la justicia de género Estudio bíblico de Números 27 Ofelia M. Ortega

La Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR) dio a conocer este cuaderno de estudio y preparación para la XXVI Asamblea General que se celebraría del 29 de junio al 7 de julio en Leipzig, Alemania y en la cual participaría el Coordinador general de la CMIRP, Pbro Silfrido Gordillo Borralles. La versión en español puede descargarse en: http://wcrc.ch/wpcontent/uploads/2015/05/GC2017PrayerfulPreparation-Spanish.pdf. En el próximo número se presentará información amplia y detallada sobre dicha asamblea. Presentamos un extracto de este material que tiene que ver directamente con lo sucedido en los años recientes en México.

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www.cmirp.org https://issuu.com/cmirp 46


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