Roger Mehl, La política (versión abreviada)

Page 1

LA POLÍTICA Roger Mehl (1912-1997) Bernard Lauret y François Refoulé, dirs., Iniciación a la práctica de la teología. V. Ética y práctica. Madrid, Cristiandad, 1986, pp. 82-104.

N

o es evidente que se pueda o deba elaborar una ética cristiana cuyo objeto sea la política. La historia de la cristiandad en Occidente ha hecho esta misión imposible o aparentemente inútil durante mucho tiempo. En efecto, en una sociedad no pluralista y oficialmente cristiana, el soberano (príncipe o magistrado) era naturalmente cristiano y debía practicar una política que estuviera en lo esencial de acuerdo con el evangelio y con las orientaciones de la Iglesia. Además, se admitía la existencia de dos campos distintos, el temporal y el espiritual. A esta dicotomía correspondían dos tipos de poderes distintos, el poder temporal, ejercido por el Estado, y el poder espiritual, ejercido por la Iglesia. Los dos poderes estarían ordenados a Dios, pero gozaban de una auténtica autonomía en sus mutuas relaciones. Sin duda, este esquema era teórico y nunca se aplicó con todo rigor. El príncipe o magistrado se consideraba como jefe temporal de la Iglesia o de las iglesias y se aprovechaba de este privilegio para intervenir en los asuntos de la Iglesia e incluso para defenderla, a sangre y fuego, frente a los herejes. Por otra parte, las autoridades eclesiásticas consideraban que, en ciertas circunstancias, podían amonestar al soberano o al menos aconsejarle. Con todo, sigue siendo cierto que el esquema de la separación entre lo temporal y lo espiritual constituía el telón de fondo de la vida social e impedía el nacimiento de una verdadera ética de la política. Ahora bien: la secularización de la vida pública, la constitución de una sociedad pluralista, el confinamiento de las iglesias a su tarea espiritual (la salvación de las almas), la total independencia del Estado con relación a toda autoridad clerical y la marginación de la religión, considerada como asunto meramente privado, han modificado por completo la situación. Ya no hay una sociedad cristiana, y si el titular del poder político es cristiano, el hecho no pasa de ser una circunstancia individual, sin repercusiones políticas visibles. Se puede decir que en nuestras sociedades modernas a separación entre lo temporal y lo espiritual ha adquirido una rigidez que no había tenido en el pasado y que la autoridad política ya no se entiende a sí misma como «ministerio instituido por Dios». Esta radicalización de la dicotomía entre lo espiritual y lo temporal plantea un problema al teólogo y le incita a elaborar una ética de lo político. Se ha visto singularmente impulsado, y hasta obligado, por los acontecimientos históricos de las últimas décadas: la constitución de poderes políticos que profesan abiertamente una ideología no sólo laica, sino conscientemente anticristiana, el totalitarismo resultante, la supresión sistemática de los adversarios y, lo que es todavía peor, la voluntad de arrancarles su espíritu de oposición sometiéndolos a tratamientos quimiopsiquiátricos, el racismo institucionalizado... Todos estos acontecimientos han producido en la conciencia cristiana un enorme sobresalto. Ésta ha comprendido que si la actual separación entre lo temporal y lo espiritual pudo ser fecunda en algún momento de la historia, es decir, salvar la libertad de la Iglesia y protegerla de las seducciones del poder, una separación tan radical se ha convertido para todos los hombres en fuente de esclavitud, y para el Estado, en ocasión de su demonización totalitaria. La teología ha entendido que no le basta enseñar la sumisión a las autoridades (aun cuando no pudiera ocultar este tema bíblico), sino que debe tratar de definir los límites razonables del poder político, sin por ello tratar a la Iglesia como un contrapoder.1 I. Naturaleza y fines de lo político Para elaborar una ética cristiana de lo político es importante definir con precisión su naturaleza y reconocer los valores específicos que gobiernan el mundo político. No podemos establecer el apriorismo de que la política es sólo un apéndice de la ética, aun cuando ambas disciplinas mantengan entre sí inevitables relaciones. En el sentido más amplio de la palabra, la política es la organización de la ciudad, el establecimiento de una legislación que regule las relaciones entre los individuos y entre los grupos sociales. La ciudad no es, en su esencia, un conglomerado de individuos aislados, sino una red de grupos sociales más o menos conjuntados, pero cuyos intereses no se armonizan espontáneamente. Ninguna ciudad se encuentra en estado de equilibrio; por el contrario, suelen predominar las tensiones entre las diversas capas sociales (clases, profesiones, a veces etnias, religiones). No obstante, en situaciones difíciles la Iglesia tiene que aceptar este papel, como se observa en Polonia, en algunos Estados sudamericanos y, en el pasado, en la Alemania nazi. 1


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.