Nóumeno #4

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Indice

Lucas Lavítola Cine de Culto � Paths of Glory

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Rocio Martinez Literatura � El Duelo

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Marianela Menchi Arte � Los peligros de la obediencia � Arte en tiempos de guerra

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Claudio Portiglia Diálogo

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Arte

Resurreción - Victor Grippo

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Soundtrack

Lo bueno, lo malo y lo feo - Darío Durán

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Cuento

La loca - Guy de Maupassant

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Poema

Juan López y John Ward - Jorge Luis Borges

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Foto

Nelda Etchart

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Historieta

Warhead - Blas Rodriguez

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Cuento

El diablo inglés - María Elena Walsh

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Editorial El concepto de guerra como lucha armada entre dos naciones enfrentadas es el que prevalece a la hora de buscar una definición. Y es a partir de ella que la palabra adquiere importancia para la humanidad. Esto queda en evidencia en nuestra evolución: el mundo delimita su período histórico a través de las guerras y las revoluciones armadas. Por ende, es entendible nuestro inconsciente salvaje. Mientras que, para la mayoría, la guerra se encuentra en el exterior de sus hogares ordenados, para otros está en el interior de los suyos… desestructurados. Y más aún, en nosotros mismos. Imaginemos las contiendas personales: entre un drogadicto y la droga, entre un enfermo contra la agonía, o el que defiende un ideal al que todos quieren sepultar, el suicida que busca una muerte que le mate de veras, los que cogen sin parar versus los que aguantan por amor. En la seguridad o en el riesgo. En el éxito personal, o en el fracaso. Para unos la guerra es el amor, para otros la soledad. La ilusión, o acaso la frustración. La mentira, o la verdad. Y así hasta Finisterre. Para nosotros las pequeñas grandes batallas de la vida constituyen una parte esencial en la construcción del ser, forjan el carácter. Debemos acercarnos a las personas con delicadeza, pues dentro de cada una de ellas se libra una guerra. Y la guerra también engloba la lucha interior y la milenaria confrontación entre el bien y el mal. De esta manera, la guerra es el paso que el ser humano da para ser otro; tiende a escapar de

su territorio para invadir el ajeno. La guerra es el paso del territorio enemigo, propio y conocido a otro ajeno, pero más amable. ¿Y la paz? ¿No existe? La paz es una ilusión, la ilusión de aquellos cuya guerra consiste en no naufragar en el mar de los venidos a menos. La clase media está en guerra porque quiere más. La clase obrera lucha para vivir en casas propias y dignas, en la medida de lo posible, darles un futuro a sus hijos, dejar la frustración y la privación. Si hasta los llamados “progres” y los ricos guerrean, unos para convencernos de que son de izquierda y los otros para aparentar que tienen menos. La guerra no es la consecuencia del poder, es su prosecución. Cambalache- caos- cambio. Guerra. La guerra de la mutación, de la transformación, de la alquimia… Todo el mundo tiene un territorio que conquistar. Persevera y triunfarás, dice el refrán, y ninguna guerra tiene un triunfo. Por eso, en las batallas entre dos naciones no hay ganadores; pierde la humanidad.

Si quieres paz prepárate para la guerra Vegecio

En este marco, tal vez la literatura no tenga mucho que decir de las “grandes” guerras, de ellas ya está todo dicho. Pero hay mucho que decir de nuestras guerras, de las que hemos tenido y de las que nos quedan. Su dolor, si menos intenso, es más duradero y duele doblemente porque, como decimos, si bien no genera emociones universales ni grandes alegatos, no termina nunca. Valeria Paget Luciano Molina 5


Cine de Culto

“Paths of Glory” narra una historia cuya originalidad e impronta, entre la vasta filmografía bélica existente, reside en no haberse enfocado en los vejámenes causados por impersonales “horrores de la guerra” o por un contendiente caracterizado como el Mal desde algún punto de vista político enarbolado, como puede ser “El Tirano Enemigo de las Libertades Civiles y la Democracia” o “El Comunismo Ateo y Apátrida”, lo que sea, si acá hay un enemigo es interno, y es la crueldad y el sadismo de los propios oficiales para con sus subordinados lo que se pone de manifiesto. Como bien expone la voz en off al comenzar la película, en tan estático panorama los ataques exitosos se medían según los cientos de metros que se avanzaran y los jerarcas militares trataban de ganarlos a cualquier precio para recibir honores y “hacer carrera” en el Ejército. Es así como, convertidos en un mecanismo para la promoción personal, miles de hombres eran enviados a una muerte segura. Éstos son los “Senderos de Gloria” a los que el irónico título de la película refiere, (como suele suceder, en Hispanoamérica fue conocida con el inapropiado nombre 6

de “La Patrulla Infernal”). Basándose en una novela homónima publicada en 1935 por el escritor Humphrey Cobb, el director y guionista norteamericano Stanley Kubrick encontró en esta circunstancia dramática (inspiradas a su vez en hechos reales) el argumento perfecto para expresar su punto de vista sobre el concepto de la Ética, ofreciendo como resultado una muy lúcida mirada del mundo histórico, que no puede reducirse con la trillada caracterización de “alegato antibélico”. Muy lejos se encuentra de dar un mensaje pacifista simplón, de justificar la guerra mediante la hermandad entre soldados (discurso irresponsable bastante común en los últimos films del género), de tratar de hacernos abrigar algún tipo de esperanza sobre la verdadera naturaleza del hombre. Tras un in crescendo de ignominias y de frases sin escrúpulos (“No hay nada más inspirador para un hombre que ver morir a otro”, “Sus hombres han muerto muy bien”) y un desenlace que sin conciliación alguna, no hace más que condensar todo lo ya inconsolable, nos avergonzamos, al igual que lo hace el protagonista, de formar parte de esa clase de animales que se


Cine de Culto

matan sistemáticamente entre ellos. Y ése héroe que personifica Kirk Douglas, que cuestiona durante toda la historia todo lo que hay para cuestionar en su entorno, concluye siendo al fin como un miembro más de cualquier ejército, un individuo limitado que continúa acatando órdenes y dirigiéndose nuevamente a esa guerra, que sabemos, no será la última.

Filmografía: Stanley Kubric 1999 Eyes Wide Shut 1987 Full Metal Jacket 1980 The Shining 1975 Barry Lyndon 1971

A Clockwork Orange

1968 2001: A Space Odyssey 1964 Dr. Strangelove 1962 Lolita 1960 Spartacus 1957 Paths of Glory 1956 The Killing 1955 Killer’s Kiss 1953 Fear and Desire 1953 The Seafarers 1951

Day Of The Fight

1951

Flying Padre

Sinopsis

Un general francés visita a otro en un majestuoso palacio, (que en un excelente trabajo de puesta en escena y fotografía, contrastará en la siguiente secuencia con el rústico y desolado paisaje de las trincheras) donde le informa sus intenciones de realizar inmediatamente un ataque para tomar una difícil posición alemana conocida como “Ant Hill”. El segundo, el General Mireau, se niega en un principio, aduciendo que lograrlo es imposible, pero cuando el primero (Staff) le insinúa la posibilidad de promoverlo, no duda en aceptar la misión. Acto seguido se dirige a las trincheras a ordenarle a su subordinado, el Coronel Dax (un clásico héroe, personificado por un muy convincente Kirk Douglas), que realice el ataque. En un excelente diálogo de los muchos que tiene la película, cuando Mireau esgrime el patriotismo como argumento ante la negativa del Coronel que piensa en la cantidad de bajas que tendría, éste último le espeta una aguda frase de Samuel Jonhson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. Finalmente Dax sucumbe ante el chantaje del general que lo amenaza con destituirlo si no lleva a cabo la orden y al día siguiente encabeza la ofensiva, que tal como él preveía, resulta un estrepitoso fracaso. Como chivo expiatorio, el General Mireau ordena el arresto de tres soldados elegidos al azar, culpándolos de cobardía y desacato a las órdenes emitidas. Nada podrá hacer el Coronel Dax para salvarlos del pelotón de fusilamiento y demostrar que el verdadero motivo de la derrota no es el miedo de su tropa sino la ambición de sus superiores.

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Literatura

El duelo Con un gesto dubitativo y la mano izquierda en el bolsillo, Ernesto caminaba lentamente. La calle estaba desierta; el sol le violentaba la frente. Cuando el número de una casona coincidió con el que llevaba escrito en el papel que sujetaba su otra mano, frenó su marcha. 437. Avellaneda 437. Por un pasillo estrecho caminó luego de haber traspasado un umbral formado por una verja oxidada y un tapial descascarado. Dos perros tirantes ladraron en la casona vecina. Se topó con una puerta herrumbrada y, al tocar el picaporte, el mismo se alejó. Un hombre entrecano apareció en medio de la luz neblinosa que provenía del interior. -¿Es usted don Aquiles? -le preguntó el recién ingresado. -¿Contraseña? -Arma virumque cano. -No, no. Ésa era la anterior. Le tienen que haber dado una nueva, ¿no vino a la última reunión? -No, vengo por primera vez. -Está bien, le voy a dar una ayuda. Pero sólo por hoy: primer verso del poema cuyo héroe posee igual nombre al mío. -Bien. Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles. -Sea usted bienvenido. El anciano corrió lánguidamente su cuerpo de la entrada y dejó ver a Ernesto un pequeño salón mal iluminado, seguido por una escalera que conducía a la parte más subterránea de la casona. Voces etílicas se entremezclaban con el humo pesado de tabaco quemado. Ninguno de los reunidos pareció notar la expresión del hombre nuevo que bajaba lento la escalera; ni siquiera lo saludaron cuando se sentó en la única silla que se encontraba disponible. Vio al fin Ernesto la cara conocida que había estado buscando desde el momento en que entró al lugar: el doctor Leonés. Éste

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se acercó luego de dar la última pitada a su cigarrillo y le palmeó la espalda como único saludo. En ese instante se hizo un silencio y, desde lo alto, una figura indefinida comenzó a hablar apoyando sus manos en la barandilla superior de la escalera. -Señores, hoy celebraremos una nueva reunión en la cual debatiremos el punto más importante: cómo proteger las riquezas de nuestro país, especialmente una, la más importante a nuestro entender: el agua. La voz solemne descendía los escalones y contemplaba los dos cuadros ajados de la pared de enfrente. -Es sabido que éste es un recurso natural limitado y que, ante los ojos del mundo, Argentina emerge como una piedra preciosa, lista para ser explotada. Ojos saltones, nariz aguileña y brazos largos, gesticulantes. La figura del hombre comenzó a delinearse con mayor nitidez a medida que se acercaba a los congregados. -Es por esto que hoy propongo un plan bélico de dos puntos. El primero de ellos consiste en expropiar las tierras que los extranjeros poseen indebidamente en la Patagonia. El segundo, declarar la guerra a la gran potencia mundial alicaída. Y ustedes se preguntarán, ¿cómo haremos eso? Bien. Debemos convertirnos en príncipes. Seremos los gobernantes que pide el pueblo. Señores, de nosotros depende el futuro de nuestro país, porque a la república sólo le quedan dos opciones: o es la nueva potencia hegemónica, o es destruida y sus riquezas apropiadas. Sin poder contenerse, Ernesto dejó escapar dos frases en un susurro cercano al silencio: -Éste se cree el Astrólogo de Arlt. O el señor Tamerlán de Las Islas. El doctor Leonés le lanzó una mirada subrepticia. Sus ojos confirmaron lo que las comisuras de su boca no.


Literatura El arengador pareció detectar en el momento el breve intercambio que se había producido, ya que interrumpió su discurso para dirigirse a ellos. -¿Algún inconveniente, caballeros? -preguntó. Advirtiendo el rostro gélido del doctor, Ernesto tardó un momento en contestar. Sin embargo, tomó valor y lo hizo. -Sí. Lo que usted dice es una locura. Vamos a quedar como los pichiciegos de Fogwill: en una cueva subterránea, viviendo peor que un bicho. Y viviendo en el mejor de los casos. -¿Y cómo pretende llevar a cabo nuestro plan? -vociferó furioso el hombre, acercándose cada vez más al retrato ecuestre de la izquierda. -Como dijo el gran florentino, todos los profetas armados triunfaron y los desarmados fueron derrotados. Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no habrían podido hacer cumplir sus constituciones por largo tiempo si hubiesen estado desarmados. Hizo una breve pausa y agregó: -Además, usted no tiene autoridad para decirme a mí lo que es la guerra: soy ex combatiente de las Malvinas. Ni Fogwill, ni Gamerro pueden decirme lo que es. -Yo, no. La literatura, sí. Ernesto se inclinó hacia la mesa, observó un instante los rostros de los inconmovibles congregados y comenzó: -Es confusión y sinsentido. Para el joven Rambaldo, la señal de que había empezado la guerra fue la tos. Vio allá abajo una polvareda amarilla que avanzaba, y otra polvareda ascendió del suelo porque también los caballos cristianos se habían lanzado hacia adelante al galope. Las dos polvaredas se unieron: toda la llanura retumbó de golpes de tos y de lanza. -Usted es quien se confunde -refunfuñó el hombre de nariz aguileña. -Es estrategia y poder. La guerra, como el gobierno, es un negocio de tacto. En ella, sólo hay un momento favorable; el gran talento

está en saber aprovecharlo. Sin importar el color de las ideas, cualquier líder estratega debe poseer ese don. -Es miedo, hambre y desesperación. Arriba, Colometa, que detrás de ti está toda la pena del mundo, Colometa. Corre, de prisa. Corre más que de prisa, que las bolitas de sangre no te paren, que no te atrapen, vuela arriba, escaleras arriba, hasta tu terrado, hasta tu palomar… y corría para mi casa y todo el mundo estaba muerto. Estaban muertos los que habían muerto y los que habían quedado vivos, que también era como si estuvieran muertos, que vivían como si les hubieran matado. -Es primacía y valor. Como le dijeron a Nick Adams y demás soldados: Señores, si no gobiernan, serán gobernados. Permitan que lo repita. Señores, hay algo que quiero que recuerden. Una cosa que quiero que se lleven cuando salgan de este cuarto. Señores, deben gobernar, o serán gobernados. Eso es todo, señores. La imagen se tornó cada vez más nebulosa a los ojos de Ernesto. La voz del contrincante, que continuaba la discusión sosteniendo que la guerra era coraje y defensa, que era heroísmo y patria, se volvía más y más inaudible. Una cortina de humo cubrió sus párpados indecisos. Una mujer joven de guardapolvo blanco lee sentada al lado de la cama de Ernesto. Sus labios rojos carnosos dijeron: -Buenas tardes, Sr. Ache. Soy Coni, la enfermera. Usted sufrió una descompensación hace un momento. Sus uñas color rubí rayaban un libro viejo, grueso y amarillento. -Estoy leyendo La guerra y la paz -dijo como excusándose -de Tolstoi, ¿lo conoce? Acto seguido, dejó en sus faldas el libro y tomó con rapidez un vaso de vidrio. -¡Ay! Pero usted no tiene buena cara, ¿no desea un poco de agua? Rocío Martinez

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Arte

Los peligros de la obediencia Marianela Menchi (en relación con el libro de Amélie Nothomb “Acido sulfúrico”)

En ‘Ácido sulfúrico’, Amélie cuenta la historia de Panonnique, una joven francesa que es reclutada para participar en ‘Concentración’, el reality show más in de la televisión francesa. Allí, se simulan las condiciones de vida de un campo de refugiados, y los expulsados son eliminados del todo, vamos, que los ejecutan. Entre los concursantes cabe de todo: desde niños hasta ancianos pasando por mujeres. La cuestión de la obediencia a mandatos contrarios a la ética atrajo con frecuencia la atención de investigadores de las ciencias sociales ya hace unas décadas al igual que novelistas: ambos se plantean interrogantes a partir de constatar en las sociedades conductas que repugnan la conciencia general, y que sin embargo “por obediencia” se llevan a cabo por parte de ciudadanos aparentemente comunes. Estas personas ¿por qué obedecieron?. Dentro de condiciones de excepción y sometidas a presiones determinadas ¿la mayoría de las personas llevarían a cabo acciones sádicas? Hace unos años, el investigador Stanley Milgram y sus colaboradores llevaron a cabo una experiencia para demostrar cómo el acatamiento a la autoridad puede, en el sentimiento de muchos individuos, excluir otros valores éticos e, inclusive justificar su incumplimiento. Al igual que lo postulado en el libro, Nothomb recrea un programa televisivo que llega a la cota mítica del cien por cien de audiencia. Se trata de “Concentración”, la copia exacta de un campo nazi pero con una sola diferencia: hay cámaras que lo

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graban todo por deleite del telespectador. Se tortura, se hacen trabajos forzados, se escoge quien va a la muerte, se pasa hambre.... El clímax llega cada semana, cuando los telespectadores ejercen el televoto: desde sus casas pueden eliminarejecutar a uno de los participantes. Vaya, un escándalo de éxito irrenunciable. Naturalmente todos los bienpensantes se quejan de que exista un programa tan abominable. Naturalmente, nadie deja de mirarlo… Cuando la audiencia tiene que votar sale a la luz el sadismo inconsciente del público que deplora el horror pero es incapaz de perderse una entrega. Una historia que muestra al igual que el experimento de Milgram, sujetos que pueden expresar verbalmente ideales y valores éticos, en determinadas circunstancias son capaces de comportamientos aberrantes, que tal vez ellos mismos rehusarían admitir como posibles de llevar a cabo normalmente. Es decir: no siempre basta la moral “recitada” para comportarse moralmente. Y si tales conductas son viables en un ciudadano medio, cuánto más lo serán en los casos de personalidades con mayores dosis de patología y sadismo, especialmente cuando se dan circunstancias institucionales que favorecen tales comportamientos. Hay que tener en cuenta que las acciones aberrantes pueden ser no sólo el fruto de monstruos sádicos sino también de burócratas (Hannah Arendt) sin imaginación que se limitan simplemente a impartir, transmitir o cumplir ordenes desde su escritorio y sin contacto con las consecuencias reales de la acción: borran mentalmente esas realidades. Resulta extremadamente peligroso para una sociedad que sus individuos se limiten a cumplir “eficientemente” con su tarea técnica o profesional desentendiéndose de las de su valoración ética. Una sociedad tecnocrática favorece esas


Arte

Arte en tiempos de guerra

LA GUERRA ES UN ACTO DE VIOLENCIA QUE INTENTA OBLIGAR AL ENEMIGO A SOMETERSE A NUESTRA VOLUNTAD

conductas. Y lo que aparentemente sería un “buen trabajo profesional” puede convertirse en una conducta socialmente perjudicial (pero realizada en nombre de “la marcha de la economía”, “el equilibrio de los mercados”, “el desarrollo”...) Por otro lado, mentalidades rígidas, prejuiciosas o dogmáticas, pueden realizar cualquier clase de crímenes contra la dignidad de la persona humana en nombre de valores impersonales: la defensa nacional, el bien de la patria, la moral y la tradición...Los años de la represión nos sirven de suficiente ejemplo en este sentido. ¿Qué haríamos nosotros si se emitiera un programa como “Concentración”? ¿Apagaríamos la tele o lo miraríamos indignados? De hecho, la pregunta es: ¿Qué hacemos ante la tele porquería a la que ya estamos expuestos?

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Eventos militares y otros numerosos acontecimientos son representados a través de la escultura y la pintura por artistas. El arte se convierte en algunos casos en divisa visual del belicismo o, por el contrario, en denuncia ante el horror de la contienda, cómo trabajan los artistas movilizados en el frente, la adaptación de los nuevos lenguajes artísticos como instrumento de propaganda, o cómo el arte de vanguardia asumió también en ocasiones una misión profética frente a la crisis. Así mismo, son pocos los ejemplos de lo que el arte ha hecho hasta ahora con la guerra en Irak y Afganistán. Por eso, que alguien haga algo es una sorpresa. Pero si ese alguien es además Fernando Botero, la sorpresa y el prejuicio se disparan. Su serie de obras a partir de las fotografías tomadas en la prisión de Abu Ghraib son un trabajo más que atendible. El misterio de la pintura casi ha sido olvidado. La Iglesia Católica lo conocía bien cuando promovió usar las artes visuales como su estocada contra la Reforma. Poner las imágenes al servicio de la fe. La claridad, la simplicidad y el realismo se volvieron las formas más directas de captar fieles. El barroco convertiría esta idea en una ciencia exacta describiendo con extraordinaria precisión en sus pinturas y esculturas los sufrimientos de Cristo, su martirio, sus torturas, su sangre, su dolor (Mel Gibson intentó algo de eso en La Pasión de Cristo, una película que hubiera hecho las delicias del Concilio de Trento de 1563). El barroco latinoamericano late por debajo de las pinturas de Botero. Y ahora es difícil no ver alusiones a Cristo en las composiciones. El sufrimiento, la herida, el sacrificio vuelven una y otra vez. Las 11


Arte imágenes de Botero toman la iconografía del martirio pero las carnes pesadas de sus figuras hacen que las heridas se vean más expuestas, y a la vez más inocuas, como si los golpes no pudieran atravesar cierta entereza interior de los personajes, cierta coraza de valor que los eleva por sobre sus abusadores. Sus rostros están cubiertos con capuchas, sus brazos y piernas atados con fuertes sogas. La guerra fue barrida del imaginario artístico hace tiempo. No era un tema que interesara a los modernistas. La vanguardia de principios de siglo XX reaccionó contra la sentimentalidad del siglo XIX, repudiando la grandeza de pinturas como Napoleón visita a las víctimas de la plaga en Jaffa de Gros. ¿Cómo mostrar la guerra sin glorificarla? Hacer una pintura de una batalla y no celebrarla parecía imposible. Porque aun las escenas cruentas se vuelven épicas en una tela. Ese tipo de arte parecía reproducir y celebrar el mismo militarismo que causaba la guerra. Baudelaire detestaba “ese arte a toque de tambor, esa pintura fabricada a disparo de pistola”. Pero las fotografías de Abu Ghraib parecen haber silenciado al arte. Para cualquiera que mira la foto de un prisionero parado sobre una caja, sus manos estiradas por alambre, una frazada sobre su cuerpo y una bolsa puntiaguda sobre la cabeza, el arte sobra. Es una imagen que oblitera el arte. Y a la vez es una imagen que se parece al arte. Los desastres de la guerra de Goya se asemejan mucho. Cuando un año después una cámara de televisión registró a un soldado norteamericano matando a un iraquí, no causó ni la mitad del revuelo. No era porque nos habíamos acostumbrado al horror sino por la misma naturaleza de la imagen. Una imagen de televisión, si se excede, como mucho es periodismo amarillo, pero las fotos de Graner docu-

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mentan otra cosa: la bestialidad humana despojada de hasta el último velo. Es más sencillo descalificar las pinturas como una maniobra oportunista que no ha dejado pasar ni siquiera el tiempo suficiente para que el dolor se anestesie. Pero meter el pincel en la guerra es meterlo en un pozo sucio y es fácil entender por qué nadie quiere hacerlo. Las imágenes de Botero remueven el avispero. Nos dicen que se necesitan artistas para crear imágenes que nos liberen de las imágenes que la guerra está generando. Aunque quizá sea la ironía final de esta guerra que el Islam, aquello que agrupa a todos los enemigos de George Bush bajo un mismo techo, sea una religión que sospecha poderosamente de las imágenes.



Soundtrack esto, las precitadas, son apenas herramientas o medios de los que se vale ese artista en su intento de “acercarnos a la verdad”: de ninguna manera garantizan el éxito de la empresa. De quienes rinden culto a este precepto, sobran los ejemplos en todas las disciplinas y en todos los estilos dentro de esas disciplinas. Por caso, mencionemos a esos “músicos” que utilizan sus obras como vidrieras en donde exhiben, casi obscenamente, sus habilidades motrices. Son ¿artistas? que anteponen sus egos por sobre el verdadero sino del arte, convirtiéndolo en una mera excusa para la exhibición de sus talentos circenses. ¿Cómo se mide la calidad o la importancia de una obra de arte? ¿Hasta qué punto esto es una opinión subjetiva de quien esta frente a ella? ¿Tendrán alguna incidencia, en este sentido, las habilidades técnicas del artista, sus conocimientos teóricos o la calidad de los materiales o recursos vertidos por éste en su obra? ¿O simplemente el numero de personas a las que ésta llega es el parámetro que determina si una obra es buena o mala? ¿Quizá la exactitud con que ilustre una determinada realidad histórica-social lo sea? Pablo Picasso dijo que “el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. Bien: podría afirmarse entonces que, la calidad de una obra de arte, o su importancia, se sustenta en la naturaleza de la verdad que intenta retratar, más que en la manera en que lo hace. Dicho de otro modo: la excelencia técnica, el trabajo exhaustivo sobre el detalle del detalle o el esfuerzo ciclópeo del artista, sin dudas, son elementos que tienen algún peso a la hora de evaluar si una obra es importante o no. No obstante 14

A las antípodas de estos, están quienes, sin contar con esas habilidades extraordinarias o esos recursos materiales inagotables, logran cristalizar muchas de aquellas verdades de las que hablábamos mas arriba, sacando provecho hasta de sus mismas limitaciones. ¿Qué hubieran logrado aquellos cuatro muchachitos de Liverpool de haber contado, por aquel entonces, con la tecnología o los recursos humanos con que cuentan hoy una Shakira o una Cristina Aguilera? Resulta interesante reflexionar sobre esto. Seguramente no faltará quien arguya, de manera simplista, que si algo es bueno o es malo, depende exclusivamente de si a esa persona le gusta o no, ese “algo”. Para el dudoso gusto de quien esto escribe, escuchar las arrítmicas y desprolijas flautas con que empieza ese hermoso tema titulado “Wondering”, de Van der Graaf Generator, es motivo para que afloren emociones mas profundas, intensas y autenticas que las suscitadas por la más perfecta versión del Concierto para Piano Nº3 de Rachmaninoff. Aun así, el susodicho jamás se atrevería a aseverar que la célebre obra del compositor ruso


Soundtrack sea mala ni mucho menos, por más que no le llegue a tocar un solo sonido de ese torbellino de notas que la conforman. ¿Qué decir de la aceptación del público como criterio de evaluación? Desde que el negocio de la música cayó en manos de analfabetos musicales carentes de formación, ideas, sensibilidad y con más instinto para los negocios que buen gusto (como los Calamaro, los Fito Páez y demás esperpentos), se hace difícil hablar siquiera de arte. Definitivamente, lo que el público sumisamente acepta de lo impuesto por las leyes del mercado, no es criterio para evaluar la importancia de una obra de arte. Más aún, no es criterio para hablar de arte. Por otro lado, considerando el rol documental que cumple éste muchas veces, describiendo o plasmando en objetos artísticos, ciertos aspectos de la realidad o la cotidianeidad de un contexto histórico-social determinado, quizá no sea descabellado pensar que la obra de un grupo de cumbia villera, por modesta y rústica que suene, sea, a la postre, más auténtica y genuina que la de cualquier exponente del decadente y amateur rock nacional actual (mal llamado nacional, ya que el rock, como manifestación artística, es un producto importado). Quizá sea dable entonces concluir que, la sensibilidad y el criterio del artista para no interponer entre el receptor de su obra y la verdad trascendental retratada por esta, mas elementos que los estrictamente necesarios, sea lo que, en definitiva, determinen su importancia. Darío M. Duran

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Diálogo

Claudio Portiglia ¿Cómo fueron tus inicios en el mundo de la literatura y cuándo te diste cuenta de que querías ser escritor? Escritor no sé si quise ser alguna vez, nunca tuve paciencia para contar historias; y para leer las que escriben otros, incluso, soy en exceso selectivo. Poeta me gustaría, sí. Y mi vinculación con la poesía creo que viene desde siempre. Y en sentido amplio, ¿no? No sólo disfruto de la poesía que contiene un buen texto, sino de la que contiene un buen cuadro, una buena melodía; una combinación inteligente en fútbol, boxeo o tenis, por ejemplo; una escultura o una construcción; en fin... Me gusta descubrir el movimiento y el ritmo que hay en todo acto creativo. ¿Quiénes fueron tus maestros y cuáles autores influyeron en tu estilo? Uf, cantidad de autores influyeron e influyen todavía. Uno es, en definitiva, el producto siempre provisorio del entrecruzamiento de influencias. Si me remonto a los comienzos, los españoles. Machado, Miguel Hernández, Blas de Otero. Después vinieron los italianos, como Ungaretti, Quasimodo, Dino Campana. Cuando leí al chileno Huidobro recibí un sacudón, mayor aun que el que me produjo Vallejo. Después vino Borges, que cruza toda mi vida. Girondo, Olivari, González Tuñón, Molinari, Molina, Marechal, Fijman... Durante una etapa formalista estuve muy próximo a Vocos Lescano y a Themis Speroni. Otro sacudón fue la lectura desordenada de los franceses, Rimbaud y Artaud principalmente, Baudelaire un poquito más atrás, Mallarmé por ahí; o de clásicos chinos como Chiao Jan, Li Po, Li Yu, Tu Fu. Qué sé yo... Pero, por lo mismo que te decía antes, muchas influencias vienen de otros ámbitos. Íntimamente sé que parte del ritmo que busco en algunos libros lo aprendí viendo boxear a Ray Sugar Leonard, a Oscar de la Hoya, a Uby Sacco... Que los silencios, los cortes abruptos y las pausas generadoras e inseminadoras, así como la sorpresiva repentización que da velocidad y

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cierra, o define, los aprendí viendo jugar a Bochini, al Beto Alonso, a Borghi, a Riquelme sobre todo. ¿Cuál de tus publicaciones te trajo mayores satisfacciones y por qué? Cada publicación responde a un momento, a un conjunto de circunstancias que nos lleva a suponer que podemos arrogarnos el derecho de importunar al otro mostrándole un libro de poemas. Ahora, para poder seguir escribiendo, siempre tengo que pensar que mi mejor libro es el úiltimo. Hoy por hoy, Cuotas partes; de los otros ya me fui olvidando. Te destacás por abrir espacios culturales en nuestra ciudad. Contanos un poco cómo surgieron las publicaciones en las que colaboraste. No sé si esos espacios abiertos que referís dejarán alguna huella finalmente. Uno trabaja suponiendo que sí, si no, no lo haría. Pero es tan volátil todo esto, tan incierto. Para hacer un recuento, ahora, me parece que no da. Antes fueron Horizonte de Cultura, la publicación que sostuvimos con Liggera durante cinco años, o Junín es Plural, un despropósito que encaramos con Lobato y que pegó más de lo que nos hubiéramos animado a imaginar. Pasaron dos asociaciones de escritores también y algunos otros emprendimientos que lo único cierto que me dejaron es saber que ya cumplí unos cuantos años. En 2001 lancé el Movimiento Poesía y ése es el presente. Se conoce, llevamos organizados siete encuentros anuales por el que pasaron importantísimos poetas del país y de América, vamos para el octavo... ¿Cómo ves a la cultura en la sociedad actual? Las sociedades están siempre activas y la nuestra, actualmente, no es una excepción. Yo no comparto esa visión extendida de que hay cada vez menos cultura o tonterías por el estilo. En todo caso no habrá, o estará en decadencia, cierto tipo de cultura que le interesa a determinados sectores o a determinados factores de poder; pero en


Diálogo tanto hay vida, hay gente que hace; y en tanto haya gente que cree y haga, habrá cultura y habrá evolución. Las sociedades no se estancan. El problema, por ahí, pasa las estratificaciones de los planes a los que son tan afectos conservadores y populistas como los que gobiernan buena parte de Latinoamérica hoy, que buscan colectivizarlo todo, uniformarlo todo, controlarlo todo; y todo desarrollo cultural, en definitiva, se alimenta de la creatividad de la gente, no de las planificaciones de los burócratas. Pero bueno, tampoco es nuevo esto y la misma cultura crea sus anticuerpos. A mí me gusta este tiempo; yo no me imagino ni viviendo en el pasado ni aburguesándome en un futuro ilusorio. Ni la nostalgia ni la utopía me sientan demasiado bien. En “Libreta de almacenero” y “Cuotas partes” noto un fuerte dolor traducido en protesta sobre nuestra patria ¿Qué opinión tenés acerca del presente y del futuro de ella? Es una manera de leerlos, no sé. Yo no hablaría de dolor, en todo caso, sino de pasión. Como te decía antes, a mí no me gusta pasar por la vida así como así. Yo vivo mi tiempo, me apasiono con todo lo que pasa; discuto y peleo, pero lo que busco, en última instancia, es construir. Si la protesta ayuda en algún momento, bienvenida; pero a la protesta hay que superarla con la propuesta y con la actitud y con el trabajo serio y riguroso y con la creatividad... La opinión la reservo para hechos y protagonistas; sobre el tiempo, ¿qué voy a opinar? Esbozo un futuro probable, aprendo del pasado, trato de construir un presente razonablemente llevadero y me reservo, por las dudas, un espacio para el asombro y la sorpresa. ¿Qué opinás de la política cultural del gobierno local? Tampoco me gusta sumarme al coro de los grillos, ¿no? Seguramente muchas cosas yo las encararía de manera diferente, pero no me parece una mala gestión la actual. Es más, tiene aciertos que para mí son inéditos en esta ciudad. En materia tan sensible y tan amplia como la cultural siempre habrá

disconformes, y está bien que los haya y que se manifiesten, porque eso obliga a los actores políticos a esmerarse más y a leer en sentido más amplio que el que permite la ideología cuáles son los factores sobre los que se debe operar. Pero lo que no me gusta es la descalificación artera, el prejuicio o el entorpecimiento de gestión. Lo más lindo de la democracia es que cada cuatro años podemos confirmar o reemplazar esas políticas; por eso debe defenderse el juego democrático y todas las formas de libre expresión que la democracia implica. Encontré en tus últimos trabajos una simbología personal: las hormigas, las moscas, el búho, el azúcar, el liquido todo eso confluye sobre una mesa en donde las palabras se arremolinan dentro de un punto que representa el mundo. ¿Cuál es el génesis de esa simbología y su significado? No sé si podría hacerlo, pero si la explicara dejaría de ser una simbología. ¿Qué autores de la ciudad de Junín destacás? Formulada en una ciudad chica como Junín, ésta es una de esas preguntas que contienen cierta dosis de maldad, pero trataré de no esquivar el bulto y de no contestar por compromiso. De los que ya no están, Juan Noel Mazzadi me parece el poeta más importante que dio la ciudad. Narradores, no sé, no estoy suficientemente informado. Y en cuanto a los activos, Álvarez, Rigazio, Scarpatti, Tracey, Yende están a la vanguardia entre los poetas; Germán García es un referente; Juan José Becerra y Pablo Albarello me parecen dos escritores interesantísimos; disfruté con muchas páginas de Sylvia Iparraguirre y las crónicas de Leila Guerriero me parecen del más alto periodismo literario. ¿Cuáles son tus proyectos a futuro? Con vivir, amar, escribir algo y leer bastante por ahora tengo suficiente; si después me queda algo de tiempo, veré.

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Cuento

La loca Guy de Maupassant Verán, dijo el señor Mathieu d’Endolin, a mí las becadas me recuerdan una siniestra anécdota de la guerra. Ya conocen ustedes mi finca del barrio de Cormeil. Vivía allá en el momento de la llegada de los prusianos. Tenía entonces de vecina a una especie de loca, cuya razón se había extraviado bajo los golpes de la desgracia. Antaño, a la edad de veinticinco años, perdió, en un sólo mes, a su padre, a su marido y a un hijo recién nacido. Cuando la muerte entra una vez en una casa, regresa a ella casi de inmediato, como si conociera la puerta. La pobre joven, fulminada por la pena, cayó en cama, deliró durante seis semanas. Después, una especie de tranquila lasitud sucedió a la crisis violenta, y permaneció sin moverse, comiendo apenas, revolviendo solamente los ojos. Cada vez que intentaban levantarla, gritaba como si la matasen. La dejaron, pues, acostada, y tan solo la sacaban de entre las sábanas para los cuidados de su aseo y para darle la vuelta a los colchones. Una anciana criada permanecía junto a ella, obligándola a beber de vez en cuando o a masticar un poco de carne fiambre. ¿Qué ocurría en aquella alma desesperada? Jamás se supo, pues no volvió a hablar. ¿Pensaba en sus muertos? ¿Desvariaba tristemente, sin un recuerdo concreto? ¿O bien su pensamiento aniquilado permanecía inmóvil como un agua estancada? Durante quince años se quedó así, cerrada e inerte. Llegó la guerra; y, en los primeros días de diciembre, los prusianos entraron en Cormeil. Lo recuerdo como si fuera ayer. Caía una helada de esas que resquebrajan las 18

piedras; yo mismo estaba tumbado en un sillón, inmovilizado por la gota, cuando oí el golpeteo pesado y acompasado de sus pasos. Desde mi ventana, los vi pasar. Era un desfile interminable, todos iguales, con esos movimientos de muñecos que les son peculiares. Después los jefes distribuyeron a sus hombres entre los habitantes. Me tocaron diecisiete. Mi vecina, la loca, tenía doce, entre ellos un comandante, un verdadero soldadote, violento y tosco. Durante los primeros días todo transcurrió normalmente. Al oficial de al lado le habían dicho que la señora estaba enferma, y no se preocupó para nada. Pero pronto aquella mujer a la que nunca veía empezó a irritarlo. Se informó sobre su enfermedad; le respondieron que la anfitriona guardaba cama desde hacía quince años, a consecuencia de una pena muy honda. No lo creyó, sin duda, e imaginó que la pobre loca no se levantaba por orgullo, para no ver a los prusianos y no hablarles, para no rozarse con ellos. Exigió que lo recibiera; lo llevaron a su habitación. Le pidió con un tono brusco: -Zírvace uzted, ceñora, lefantarce y bajar, para que la feamoz. Ella volvió hacia él sus ojos extraviados, sus ojos vacíos, y no respondió. Él prosiguió: -No toleraré maz inzolencias. Ci uzted no ce lefanta por laz buenaz, lla me laz arreglaré para que ce pacee zola. Ella no hizo el menor gesto, siempre inmóvil, como si no lo hubiera visto. Él rabiaba, tomando aquel silencio tranquilo por un signo de supremo desprecio. Y agregó: -Ci no baja mañana... Y después salió. Al día siguiente, la anciana criada, aterrada, quiso vestirla; pero la loca empezó a chillar, debatiéndose. El oficial subió en seguida; y la sirvienta, arrojándose a sus


Cuento pies, gritó: -No quiere, señor, no quiere. Perdónela; es muy desdichada. El soldado se quedó turbado, sin atreverse, a pesar de su cólera, a hacer que sus hombres la sacaran de la cama. Pero de pronto se echó a reír y dio unas órdenes en alemán. Pronto se vio partir un destacamento que sostenía un colchón, como quien lleva a un herido. En aquella cama que nadie había deshecho, la loca, siempre silenciosa, permanecía tranquila, indiferente a los acontecimientos con tal de que la dejaran acostada. Detrás, un hombre llevaba un paquete de ropas femeninas. Y el oficial pronunció, frotándose las manos: -Lla veremoz ci puede o no festirce zola y dar un paceíto. Luego se vio al cortejo alejarse en dirección al bosque de Imauville. Dos horas después los soldados regresaron solos. Nadie volvió a ver jamás a la loca. ¿Qué habían hecho con ella? ¿A dónde la habían llevado? Nunca se supo. La nieve caía día y noche, sepultando la llanura y los bosques bajo un sudario de espuma helada. Los lobos venían a aullar hasta nuestras puertas. La idea de aquella mujer perdida me obsesionaba, e hice diversas gestiones con la autoridad prusiana, con el fin de conseguir información. A punto estuve de ser fusilado. Volvió la primavera. El ejército de ocupación se alejó. La casa de mi vecina seguía cerrada; una tupida hierba crecía en las avenidas. La anciana criada había muerto durante el invierno. Nadie se ocupaba ya de aquella aventura; sólo yo pensaba en ella sin cesar. ¿Qué habían hecho con aquella mujer? ¿Se habría escapado a través de los bosques? ¿La habrían recogido en alguna parte, y metido en un hospital, al no poder obtener de ella

ninguna información? Nada venía a aliviar mis dudas; pero, poco a poco, el tiempo apaciguó la inquietud de mi corazón. Ahora bien, en el otoño siguiente, las becadas pasaron en tropel; y, como mi gota me daba una pequeña tregua, me arrastré hasta el bosque. Ya había matado cuatro o cinco aves de largo pico, cuando derribé una que desapareció en un hoyo lleno de ramas. Me vi obligado a bajar a él para recoger al animal. Lo encontré caído junto a una calavera. Y bruscamente el recuerdo de la loca embistió contra mi pecho como un puñetazo. Otros muchos habían expirado acaso en aquellos bosques durante aquel año siniestro; pero, no sé por qué, estaba seguro, se lo digo, de que había encontrado la cabeza de la infeliz maniática. Y de repente comprendí, lo adiviné todo. La habían abandonado sobre el colchón, en el bosque frío y desierto, y, fiel a su idea fija, ella se había dejado morir bajo el espeso y leve plumón de la nieve sin mover un brazo o una pierna. Después, los lobos la habían devorado. Y los pájaros habían hecho su nido con la lana de su lecho desgarrado. He conservado esa triste osamenta. Y hago votos por que nuestros hijos no vean jamás una guerra.

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Poema

Juan López Y John Ward Jorge Luis Borges (1985) Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los catógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

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Cuento

El diablo inglés María Elena Walsh Había una vez un muchacho que se llamaba Tomás. Era aprendiz de payador y solía vagabundear por la orilla del Río de la Plata, con su guitarra a cuestas. Una vez lo sorprendió la noche cerca de la desolada playa de los Quilmes y, como era pleno invierno, decidió encender un fueguito para entrar en calor. Mientras lo avivaba se puso a cantar, como era su costumbre: ...Por el aire viene el ave, por el río viene el pez, y yo vengo por el tiempo a cantarle a no sé quién, en una noche cualquiera de 1806... De pronto, allí, detrás de las llamas o quizás entre las mismas llamas, apareció alguien... un fantasma... un personaje todo rojo, con ojos clarísimos y chispeantes. –¡Añangapitanga! –dijo Tomás, seguro de haber visto al diablo colorado del que tanto oyera hablar cuando era chico. Muchas veces había escuchado la leyenda que aseguraba que los diablos nacían del fuego y por eso tenían el color del hierro candente. Sin pensarlo dos veces montó en su alazán y salió despavorido, disparando como flecha. Golpeó a la puerta de un miserable rancho. –¿Qué te trae por aquí a estas horas? – preguntó Ña Manuela, la hechicera–. ¿Y por qué abres tamaños ojos? –He visto al diablo en persona, Ña Manuela. –¿Seguro? –Seguro, como la estoy viendo a usted. –¿Le pediste las tres cosas? –No, no... Tiene que ayudarme, Ña Manuela. Me asusté tanto que salí corriendo 24

y me dejé la guitarra allá, en la orilla. –Seguro que el diablo la toca y te la embruja –comentó Ña Manuela tranquilamente mientras pitaba su cigarro de chala. –Por eso mismo vine a verla. Para que usted me acompañe a buscar la guitarra y la desembruje. –Si es cierto que Mandinga anda por ahí – dijo Ña Manuela– le pediré las tres cosas. –¿Qué tres cosas, Ña Manuela? –Todo el mundo, cuando se encuentra con el diablo, le pide tres cosas. –Pues yo quiero una sola: mi guitarra. –Andando –dijo Ña Manuela, tirándose un poncho rotoso sobre los hombros. Y allá se fue Tomás con la hechicera en ancas, en busca de la guitarra y del diablo colorado. En la playa seguía ardiendo la fogata, pero ni rastros quedaban del diablo. –Has estado viendo visiones –dijo Ña Manuela. –No; mire, mire la prueba: se ha llevado la guitarra. –La guitarra se la habrá lleva’o algún cuatrero. –No viene nadie por aquí a estas horas: seguro que fue él. –No te creo nada –dijo Ña Manuela. –Pero es cierto: aquí mismo estaba, mirándome con unos ojos como diamantes... –Bah; siempre fuiste mentiroso... Y tanto discutir, no repararon en el diablo que asomaba otra vez entre las llamas. –Allí está –dijo Tomás, y le pareció que el diablo sonreía. Ña Manuela se armó de coraje y le dijo: –Yo te conjuro y te hablo, contestame si sos diablo. Y si te quedás callado, es seña que sos cristiano. Y el diablo le contestó: –Good evening. ¡Habló! –dijo Ña Manuela–. Señal de que


Cuento es diablo nomás. –¿Y qué dijo? –No sé. No oí bien. –Pídale mi guitarra. –Primero le pediré mis tres cosas. Tomás, impaciente, sacó su cuchillo y se encaró con el diablo valientemente: –¡Dame mi guitarra, sotreta! –¿Guitar...? –preguntó el diablo a su vez. –¡Mi guitarra, diablo maldito! Devuélvemela antes de que apague el fuego y te haga desaparecer. –¡Oh, yes! ¡Oh, yes! –contestó el diablo, asustado del cuchillo que brillaba ante su nariz. Se alejó un poco y volvió con la guitarra, que había escondido en unos matorrales. –Seguro que te la devuelve embrujada – dijo Ña Manuela. Tomás la templó y, claro, la guitarra sonaba embrujada. El diablo esperaba ansioso que Tomás la afinara, porque al parecer tenía ganas de oírlo cantar. –¡Oh, please, play, please, sing! –dijo el diablo. –¿Qué ha dicho? –le preguntó Tomás a la bruja. –Ha dicho pliplisín –contestó Ña Manuela. –¿Y eso qué quiere decir? –Palabras de diablo nomás. (Entonces se escuchó un clarín, lejos.) Cuando el diablo oyó el clarín, desapareció. Tomás y la hechicera, entretenidos en su discusión, no lo vieron salir. Supusieron que el diablo se había desvanecido junto con las últimas llamitas de la fogata mortecina, atorada por la llovizna. –Diablo que del fuego vino, se marcha con la ceniza –sentenció Ña Manuela. –No lo creo –dijo Tomás–. Seguro que se ha escapado entre los pajonales. Voy a buscarlo y encontrarlo para que me desembruje la guitarra. –Deja que te la desembrujo yo por unos pocos reales...

Tomás se fue tras el diablo. Caminó un trecho y desde una loma vio amanecer sobre el río. Creyendo soñar, divisó un montón de barcos en fila, a lo lejos, apenas dibujados en la bruma. Después vio en la orilla una larga hilera de diablos colorados. Ya no era uno, sino cien, quizás mil, quizás más... (Y escuchó una marcha con gaitas y tambores.) Tomás se santiguó, espantado de ver tantos diablos colorados juntos, que habían venido por el agua y no por el fuego. Corrió a comentar la cosa con otros paisanos que miraban tranquilos la diablería. Cuando supo que los diablos de chaqueta colorada y ojos como diamantes no eran sino soldados ingleses, acarició la guitarra con alivio. Pero, aunque ya no había peligro de que estuviera embrujada, se fue a la ciudad a cambiarla por un fusil. En 1806, soldados ingleses se apoderaron de la que hoy es la ciudad de Buenos Aires, por entonces colonia española. Un ejército improvisado los expulsó, ayudado por gentes del pueblo como Tomás, el joven cantor de este cuento.

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a

Nuestro trabajo

su gusto... a su salud


Anunciamos un ambicioso proyecto que consistirá en la minuciosa elaboración de un base de datos digital que contendrá aquellos libros de autores juninenses editados a lo largo de la historia. La página de Internet no sólo ofrecerá la sinopsis, biografía del autor y la foto de tapa de cada libro sino que también una crítica profunda de cada uno de ellos. El fin de la investigación es permitir al público un recorrido a través de la historia de la literatura local y poner a su disposición obras olvidadas y desconocidas. Agradecemos el asesoramiento y apoyo desinteresado de la profesora Paula Yende que favoreció la puesta en marcha de la idea. Mientras tanto te invitamos a leer los números anteriores en nuestra web.


Central de Atención Integral de la Salud de los Empleados de la Sanidad

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