Ahora maneja un tren. Un tren que funciona por necesidad. Un tren que, a modo de combustible, usa desprecio. Desprecio que llueve. Desprecio que, como la lluvia, cae de arriba. Un tren que parte para volver. Un tren que vuelve. Que siempre vuelve.
Sale de su estación todos los días. Su estación, que la usa pero que no es suya. Sale todos los días de Avellaneda a buscar un sueño. Un horizonte horizontal. Va, lo busca, lo trabaja, lo encuentra, lo mira, se llena los ojos, se hace uno con ese sueño, camina ese sueño, baila ese sueño.
Y vuelve. Vuelve, para pintar de realidad ese sueño que va a buscar. Porque el final del camino que camina es el mismo camino que camina.
Y vuelve. Insiste en volver. No abandona. Siempre vuelve. Siempre elige volver.
¿De dónde viene? ¿De dónde venís, Darío? No te gusta el arriba Darío, vos sos amigo del abajo. Darío baja de la Torre. No te gusta el arriba Darío. Vos en vez de subir, bajaste. Darío que buscaste la Fe. Un sueño feliz, la fe de que se puede dar vuelta. Un sueño feliz, que canta acerca de un arriba nervioso, que canta acerca de un abajo que se mueve.
Darío, que no enseña, enseña que no se sube a predicar al monte. Darío que se rebela. Darío que no enseña, se ensaña y la saña que enseña es seña, y la saña que enseña es señal. Porque en vez de subir, baja al monte. Darío baja a Monte Chingolo. Darío que baja a tierra. Darío que sabe que es tierra. Darío que toma la tierra que nos fue negada. Que la usa pero que no es suya. Darío que toma la tierra que nos fue negada.
Para nosotros, el presente y el futuro negados. Para nosotros, el ser‐otro, el ser‐negado. Para nosotros el no comer. Para nosotros el no‐ser reconocidos. Para nosotros el no ser. Para nosotros el no existir.
Gritá hermano. Sacate el miedo gritando, decía Darío entonces.
Y basta un solo gesto. Un único gesto que niega la negación. Niega el otro, lo hace no‐otro para volverlo uno. Darío le devuelve a Maxi el ser que le fue negado. Maxi vuelve a ser porque es‐reconocido por ese otro que ya no es otro porque se volvió uno con él. Darío no abandona.
Darío elige volver, deja de ser‐uno para ser‐todos, quiebra la cárcel individual que le tejió la noche. Darío termina su metamorfosis, rompe el caparazón, emerge hombre nuevo. Porque está visto ‐y Darío que no enseña, lo enseña‐ que no necesitó esperar al final del camino para hacerse nuevo, para hacerse de nuevo.
Porque el final del camino era el mismo camino que caminaba.
Con los 21 años que había cumplido hubo de alcanzar la mayoría de edad. Y se hizo grande. Se hizo tan grande que se volvió gigante. Tan grande que se volvió inmortal.
Darío elige volver en la expresión más grande, más sublime de la propia libertad. Darío que elige la vida, encuentra la muerte, Darío que elige su muerte, elige la libertad. Darío que por amor a la vida, encuentra la muerte. Darío que encuentra la muerte, se hace inmortal. La noche que anhela su muerte. Muerte con eme de milico, muerte con eme de mierda. Esa muerte que siempre quiere más muerte. Una muerte que, sin embargo, lo hace vivir para siempre.
Los seres de la noche que necesitaban mostrar un ejemplo aleccionador. ¿Lo logran? Lo logran. Porque Darío, que no enseña, sigue enseñando una lección, su lección. Darío que es cada vez más ejemplo. Que inspira otros ejemplos.
Y sigue enseñando. Se ensaña en seguir enseñando ese mundo que ensueña. La noche que le roba la vida, no hace más que liberarla en un resplandor de luz. Luz eterna que se eterniza. Luz para seguir iluminando de abajo para arriba.
Y vuelve. Insiste en volver. No abandona. Siempre vuelve. Siempre elige volver. Para nosotros, el futuro negado. Para nosotros el futuro infinito.
Ahora maneja un tren. Un tren que funciona por necesidad. Un tren que, a modo de combustible, usa desprecio. Desprecio que llueve. Desprecio que como la lluvia, cae de arriba. Un tren que parte para volver. Un tren que vuelve. Que siempre vuelve.
Sale de su estación todos los días. Su estación, que la usa pero que no es suya. La estación Darío y Maxi. Sale todos los días de Avellaneda a buscar un sueño. Un horizonte horizontal. Va, lo busca, lo encuentra, lo mira, se llena los ojos, se hace uno con ese sueño, camina ese sueño, baila ese sueño.
Y vuelve. Vuelve, para pintar de realidad ese sueño que va a buscar. Porque el final del camino que camina es el mismo camino que camina. Y cuando llega el tren que maneja Darío los pibes sonríen y sus madres, humildes, les dicen al oído: Ese es Darío. Darío maneja un tren. La noche se lo quiso llevar. Pero el tren de Darío siempre se burla del túnel, que no lo puede atrapar. Siempre le escapa a la noche.
Gritá, hermano. Sacate el miedo gritando. La única lucha que se pierde es la que se abandona, decía Darío. Darío decía y todavía nos dice. Decía y nos sigue diciendo. Decía y dice cada vez más fuerte. Decía a gritos. Gritá. Gritaba a gritos. Y con él todos gritamos. Y lo seguimos haciendo. Y él grita: hermano. Y sus hermanos gritan con él. Y él grita con sus hermanos. Que somos todos nosotros.
¡Que somos todos Darío Santillán!