Rosa luxemburgo contra las etiquetas

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Rosa Luxemburgo contra las etiquetas: ni leninista ni anarquista Matías Calfucurá

Introducción En este trabajo pretendo repasar algunos aspectos centrales del pensamiento revolucionario de Rosa Luxemburgo concernientes a su posicionamiento respecto de las disputas en el seno del marxismo y de las polémicas con el anarquismo. Para ello me basaré en el texto “La Revolución Rusa” de Rosa Luxemburgo 1, así como en la exégesis que realizan diversos autores en relación al pensamiento de la autora. El objetivo del presente texto es analizar -sin pretensiones de reponer de manera exhaustiva- las diversas interpretaciones que se han hecho sobre la postura ideológica de Luxemburgo, qué elementos comunes encontramos en su pensamiento con el Marx y el Bakunin originales, poniendo atención en las discrepancias y coincidencias que supo tener Rosa con la socialdemocracia alemana y el menchevismo ruso por un lado, con el bolchevismo por el otro y por último con el anarquismo de su época. Comenzaré examinando la hermenéutica que trazan Hanna Arendt, John Peter Nettl, Jörn Schütrumpf y Tanja Storlokken respecto de la adscripción ideológica de Rosa al marxismo para desarrollar luego los trabajos de la propia Luxemburgo y los análisis de Schütrumpf y Daniel Guérin2, haciendo hincapié en las coincidencias y similitudes con el pensamiento ácrata. Para ello, utilizaré también elementos del pensamiento del revolucionario y escritor Víctor Serge3, anarquista devenido en bolchevique y de notable parentesco ideológico con Rosa Luxemburgo, para intentar finalmente arribar al punto de que la originalidad y convicción que motivan el pensamiento y acción de los elementos más destacados del impulso revolucionario no necesitan ni admiten rótulos, etiquetas o clasificaciones que los encorseten.

Rosa, Marx y el marxismo Es interesante comenzar examinando una aparente coincidencia que surge del análisis a primera vista de los enfoques de Arendt y Schütrumpf. Ambos autores

1

Luxemburgo,Rosa, La revolución Rusa, Obras Escogidas, Editorial Ayuso, 1978.

2

Guérin, Daniel, Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria, Colección Utopía Libertaria, 2004.

3

Serge, Víctor, Memoria de mundos desaparecidos, Siglo XXI, 2003.


parecen convenir en el punto de que Luxemburgo no sería marxista. Arendt4 sostiene que: “(…) aunque la «revolución era para ella tan real y tan cercana como para Lenin», no era un artículo de fe más importante que el marxismo. (...) Esto significa, desde luego, admitir que no era una marxista ortodoxa, y de hecho, tan poco ortodoxa que podría dudarse de si de verdad era marxista. (…) y el hecho de que escribiera «Ahora siento por el tan alabado primer volumen de El Capital de Marx debido a sus ornamentos rococó al estilo de Hegel» revela su falta de compromiso personal”.

Por su parte Schütrumpf5 indica que Rosa “casi nunca se calificó a sí misma como marxista”.

Sin embargo, la diferencia entre ambas afirmaciones radica en el hecho de que el acento de Schütrumpf está puesto en el desagrado que en Rosa producía el rótulo de marxista, siendo que su pensamiento presentaba notables diferencias con el de muchos autodenominados marxistas. Por otro lado, como explica Schütrumpf, la calificación de marxista “no era una usanza tan común en los partidos de la IIa Internacional” como sí lo era la de socialista. En este sentido, Nettl6 y también Schütrumpf resaltan en numerosas ocasiones la inscripción de Rosa en las filas del socialismo científico de cuño marxiano, reconociendo en el propio Marx al más brillante teórico de entre ellos. Dice Schütrumpf: “El único «ismo» aceptado siempre por Rosa Luxemburg era sin duda el socialismo, que le bastaba totalmente para su objetivo. En una ponencia durante el congreso de fundación del Partido Comunista de Alemania el 31 de diciembre de 1918, donde participaron izquierdistas de diferentes tendencias, entre ellos muchos partidarios confesos del pensamiento de Marx, retomó otra vez la cuestión del marxismo. Para no asustar a nadie, y a diferencia de otras ocasiones, no polemizó en forma general contra el marxismo, sino que opto por hacer una distinción entre el «marxismo oficial » y el «marxismo verdadero, el no falsificado»; sin embargo, prefería otro punto de referencia para el partido. No declaraba: «Regresamos otra vez al marxismo», sino: «Regresamos a Marx, a su bandera».”

Por el contrario, el énfasis de Arendt se encuentra puesto en diferenciar a Rosa ya no de los seguidores de Marx, de los marxistas, sino del propio Marx. Al dudar acerca del marxismo de Rosa, Arendt intenta presentar una suerte de abismo entre el pensamiento de ambos, abismo que realmente no existe. Las diferencias de Rosa con muchos de los seguidores de Marx no hablan de discrepancias con Marx sino de diferentes interpretaciones de cómo arribar al socialismo y acerca del pensamiento del mismo Marx al respecto. Las diferencias en forma que pueda tener Rosa con el estilo con que Marx escribió el Capital en modo alguno pueden extrapolarse a su contenido. Pretender que Rosa, por profundizar y agregar elementos al cuerpo teórico del 4

Arendt, Hanna, “Rosa Luxemburg 1871 – 1919” en Hombres en tiempos de oscuridad, Editorial Gedisa, 2001.

5

Schütrumpf, Jörn, Rosa Luxemburg o el precio de la libertad, Editorial Karl Dietz Berlin, 1978.

6

Nettl, John Petter, Rosa Luxemburg, Editorial Oxford University Press, 1966.


marxismo, antagonice a Marx sería como negarle a Lenin su marxismo por postular, por fuera del corpus marxiano, el imperialismo como fase superior del capitalismo. Al respecto, son iluminadoras las reflexiones de Storlokken7, quien sostiene que: “Así como Luxemburgo llegó a ver en la barbarie una alternativa posible al socialismo y a la revolución, lo que resultaba de su pensamiento realista, tampoco se puede decir que para ella la realidad fuese más importante que la revolución, o que la revolución no fuese “para ella un artículo de fe, ni tampoco el marxismo”. Una revolución “ausente”, una revolución socialista que no ocurra de forma alguna, o que falle, destruirá, como sabemos, toda la realidad, en la forma de barbarie y de caos. La duda de Arendt sobre el marxismo de Luxemburgo es en gran medida influenciada por su propia interpretación del marxismo (…) Arendt atribuía a Karl Marx el mérito de haber intentado rebelarse contra el pensamiento político tradicional, pero infelizmente, a su entender, él no había sido suficientemente radical! A pesar de haber roto con la tradición, en la medida en que, por ejemplo, reconceptualizó el trabajo, Marx aún era muy apegado a las categorías tradicionales. Su ruptura con la tradición no fue lo bastante radical, y esta falta de determinación, entre otras cosas, creó condiciones favorables al crecimiento de elementos totalitarios en el marxismo.”

Y agrega: “El concepto de acción política y la concepción de revolución de Rosa Luxemburgo, como un evento de larga duración basado en la experiencia, rompe con la interpretación arendtiana de Marx. Por esto no es tan extraño que Arendt dude de que Luxemburgo fuese marxista. La visión revolucionaria de Luxemburgo contiene un concepto de acción política que comprende la acción no solo en una perspectiva medios – fines, sino que da igualmente espacio a lo espontáneo e imprevisible, y en que las personas deben aprender con las experiencias que emergen de las acciones políticas en el proceso revolucionario. Sin embargo, Luxemburgo no se apartó completamente del proceso histórico de Marx al punto de que las condiciones económicas hayan perdido enteramente sentido en el proceso revolucionario. Para Rosa Luxemburgo el objetivo aún es el socialismo, y no, primordialmente, el republicanismo de Arendt. Luxemburgo quería algo más que Arendt, siendo éste un hecho que ésta parece no ver, al interpretar la concepción luxemburguiana de revolución (…) Hannah Arendt es competente al investigar los elementos totalitarios y antitotalitarios en la tradición revolucionaria como un todo, pero cuando se trata de la tradición marxista, ella parece optar por excluir a Luxemburgo del marxismo, en vez de admitir que el concepto de acción política y la perspectiva revolucionaria de Luxemburgo constituyen importantes elementos antitotalitarios dentro de la propia tradición marxista, elementos que parecen a su vez haberla influenciado fuertemente en su propio concepto de acción política y en su abordaje de la revolución.”

En sintonía con lo argumentado por Nettl, Schütrumpf y Storlokken, lo cual parece guardar mayor coherencia con la biografía de Rosa, se dará por sentado en lo 7

Storlokken, Tanja, Mujeres en tiempos sombríos: Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt, Crítica marxista Nro. 23, 2006.


que resta del trabajo que las discusiones que Rosa sostuvo con el ala parlamentarista del socialismo de su época, así como las críticas que esbozó al bolchevismo provienen de un posicionamiento que, lejos de encontrarse por fuera del pensamiento marxiano, se inscribe en las mismas filas, se defiende con argumentos compatibles con las lecturas del Marx original, pero con interpretaciones divergentes a las que podría realizar Karl J. Kautsky 8, por un lado o Lenin por el otro.

Rosa y el reformismo En su análisis sobre la Revolución Rusa, escrito en prisión en el año 1918 9, Rosa critica de manera conjunta a Kautsky, a los socialdemócratas del gobierno alemán y a los mencheviques rusos por suponer que Rusia, en vistas de ser un país económicamente atrasado y eminentemente agrario, no estaba maduro para una revolución social ni para la dictadura del proletariado. Según esta teoría, la única revolución posible en Rusia debía ser la burguesa, basando en dicha concepción la justificación de las más diversas tácticas de alianza con el liberalismo burgués. Rosa sostiene que: “Teóricamente, esta doctrina deriva del original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Esta teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el proceso de la Revolución Rusa y también de negar las conexiones internacionales de esta revolución. Desde el estallido de la guerra, Kautsky, el guardián oficial del templo del marxismo, en realidad ha estado haciendo en la teoría las mismas cosas que los Scheidemann en la práctica, es decir: 1) la Internacional como instrumento de la paz; 2) el desarme, la liga de naciones y el nacionalismo; 3) democracia, no socialismo. Kautsky y sus correligionarios rusos, que querían que la Revolución Rusa conservara su “carácter burgués” de la primera fase, son la contrapartida exacta de esos liberales alemanes e ingleses del siglo pasado que distinguían entre los dos consabidos periodos de la gran Revolución Francesa: la revolución “buena” de la primera etapa girondina y la “mala” de la etapa posterior al levantamiento jacobino. La superficialidad liberal de esta concepción de la historia seguramente no se toma el trabajo de comprender que sin el levantamiento de los jacobinos “inmoderados” hasta las 8

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Karl Johann Kautsky (Praga, 18 de octubre de 1854 - Ámsterdam, 17 de octubre de 1938) fue un destacado téorico marxista. Después de la muerte de Engels, en 1895, Kautsky se convirtió en uno de los más importantes e influyentes teóricos del socialismo y de la Segunda Internacional, formando el núcleo marxista del partido junto a Bebel. En esa época, era considerado despectivamente por Trotsky, entre otros, como el «legislador teórico del marxismo internacional». Rompió con Rosa Luxemburgo y el ala izquierda del SPD en 1914, después de haberse integrado el Partido Socialdemócrata Independiente entre 1917 y 1919, volvió a unirse al SPD en 1922. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, Lenin atacó a Kautsky llamándolo «oportunista» y «renegado», comparando sus posiciones a las del reformista Eduard Bernstein.

Luxemburgo,Rosa, La revolución Rusa, Obras Escogidas, Editorial Ayuso, 1978.


primeras conquistas de la etapa girondina, tímidas y débiles como fueron, pronto hubieran sido enterradas bajo las ruinas de la revolución, y que la alternativa verdadera a la dictadura jacobina, tal como el curso de hierro del desarrollo histórico planteó la cuestión en 1793, no era la democracia “moderada”, ¡sino... la restauración borbónica!”

Estas críticas, en sintonía con lo esbozado párrafos arribas, lejos de suponer una crítica a Marx, van a poner a Rosa en la línea de los revolucionarios más consecuentes y radicales, con muchos puntos en común con el bolchevismo pero también con el anarquismo, como se verá a continuación.

Rosa y el bolchevismo Rosa Luxemburgo realiza también una serie de críticas, en el sentido amplio del término, al incipiente proceso revolucionario que se desarrolla en Rusia10: va a tener la enorme capacidad y lucidez de destacar todos los elementos que considera valiosos, originales y positivos del bolchevismo así como no dudará en señalar todos los elementos nocivos y perniciosos que obstaculizan el futuro de la revolución y que efectivamente habrían de ser, tras el asesinato de la pensadora y revolucionara, el preludio del horror que sobrevendría años después. Vale la pena señalar que era poca la información que llegaba a prisión, lo cual hace aún más valiosa la claridad y profundidad con que Rosa examina el proceso Ruso. En lo que sigue desarrollaré, en primer lugar, todos los elementos positivos que releva Luxemburgo para luego detenerme en las divergencias planteadas por la autora. Rosa no ahorrará elogios para Lenin y el resto de la dirección del partido bolchevique. Esto es de destacar porque pese a disentir en no pocos aspectos, tiene la elogiable capacidad de poder discrepar sin destruir, y viceversa, de ponderar sin adular, sin obsecuencias. Rosa enfatiza algunos aspectos centrales en la política bolchevique como su capacidad de seducir y ganar a las masas y su resolución e impulso para que la revolución avance efectivamente hacia el socialismo: “La tendencia bolchevique cumplió la misión histórica de proclamar desde el comienzo y seguir con férrea consecuencia las únicas tácticas que podían salvar la democracia e impulsar la revolución. Todo el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets. El partido de Lenin, en consecuencia, fue el único, en esta primera etapa, que comprendió cuál era el objetivo real de la revolución. Fue el elemento que impulsó la revolución, y por lo tanto el único partido que aplicó una verdadera política socialista Esto explica, también, cómo fue que los bolcheviques, que al comienzo de la revolución eran una minoría perseguida, calumniada y atacada por todos lados, llegaron en un breve lapso a estar a la cabeza de la 10

Luxemburgo,Rosa, La revolución Rusa, Obras Escogidas, Editorial Ayuso, 1978.


revolución y a nuclear bajo su estandarte a las genuinas masas populares: el proletariado urbano, el ejército, los campesinos, y también a los elementos revolucionarios dentro de la democracia, el ala izquierda de los socialrevolucionarios. La situación real en que se encontró la Revolución Rusa se redujo en pocos meses a la alternativa: victoria de la contrarrevolución o dictadura del proletariado, Kaledin o Lenin. O la revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la contrarrevolución. (…) No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo. Queda claro entonces que en toda revolución sólo podrá tomar la dirección y el poder el partido que tenga el coraje de plantear las consignas adecuadas para impulsar el proceso hacia adelante y de extraer de la situación todas las conclusiones necesarias para lograrlo. El partido de Lenin fue el único que asumió el mandato y el deber de un verdadero partido revolucionario garantizando el desarrollo continuado de la revolución con la consigna “Todo el poder al proletariado y al campesinado”. De esta manera resolvieron los bolcheviques el famoso problema de “ganar a la mayoría del pueblo”. (…) Sólo un partido que sabe dirigir, es decir, que sabe adelantarse a los acontecimientos, consigue apoyo en tiempos tempestuosos. La resolución con que, en el momento decisivo, Lenin y sus camaradas ofrecieron la única solución que podía hacer avanzar los acontecimientos (“todo el poder al proletariado y al campesinado”), los transformó de la noche a la mañana en los dueños absolutos de la situación. (…)Los bolcheviques inmediatamente plantearon como objetivo de la toma del poder un programa revolucionario completo. De esta manera, se ganaron el imperecedero galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política. Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la social democracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional. (…) Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!” Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo.”


Sin embargo, Rosa realizará también una lúcida crítica a los aspectos más oscuros de la política bolchevique. A tal punto que el grupo político del que participaba Rosa en Alemania, la Liga Espartaco, recomendó no publicar el documento para no brindar armas a los enemigos de la revolución. Rosa criticará cuatro aspectos centrales, a su entender errores tácticos del bolchevismo que son los siguientes: la política agraria de los bolcheviques, en donde se benefició y fortaleció una burguesía agraria enemiga del socialismo y se incitó la concentración privada de la tierra; la cuestión de las nacionalidades, en donde se estimuló la libertad de las naciones –con sus dirigencias burguesas- por encima del socialismo, generando nuevos aliados del imperialismo; la disolución de la Asamblea Constituyente, eliminando mecanismos democráticos de participación política; y la cuestión del derecho al sufragio para los trabajadores, en un país arrasado donde gran parte de la población no tenía acceso al trabajo. Sin embargo el núcleo de la crítica se concentrará en la contradicción democracia-dictadura en donde Rosa realiza un elogio de la democracia revolucionaria y del socialismo libertario que poco o nada tienen que ver con el proceso de burocratización incipiente al que ya asiste la revolución en 1918: “Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase trabajadora, el Estado socialista de opresión a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede existir. “Gracias a la lucha abierta y directa por el poder —escribe Trotsky— las masas trabajadoras acumulan en un tiempo brevísimo una gran experiencia política, y en su desarrollo político trepan rápidamente un peldaño tras otro.” Aquí Trotsky se refuta a sí mismo y a sus amigos. ¡Justamente porque es así, bloquearon la fuente de la experiencia política y de este desarrollo ascendente al suprimir la vida pública! O de otro modo tendremos que convencernos de que la experiencia y el desarrollo eran necesarios hasta la toma del poder por los bolcheviques, y después, alcanzada la cima, se volvieron superfluos. (…) La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la “libertad” se convierte en un privilegio especial. (…) La vida pública de los países con libertad limitada está tan golpeada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espirituales. Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales.


El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. (…) Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas -en el fondo, entonces, una camarilla- una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos (¡la postergación del Congreso de los Soviets de periodos de tres meses a periodos de seis meses!) Sí, podemos ir aún más lejos; esas condiciones deben causar inevitablemente una brutalización de la vida pública: intentos de asesinato, caza de rehenes, etcétera.“

Finalmente, Luxemburgo atempera su crítica, comprendiendo las dificultades del contexto nacional e internacional en los que se desarrolla la revolución: “Indudablemente los bolcheviques hubieran actuado de esta manera de no haber sufrido la terrible presión de la guerra mundial, la ocupación alemana y todas las dificultades anormales que trajeron consigo. Seria exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales circunstancias apliquen la democracia más decantada.”

Sin embargo, agrega con sutileza: “El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su genuino e incuestionable rol histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso que la necesidad los obligó a dar, prestan un pobre servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron. Quieren apuntarse como nuevos descubrimientos todas las distorsiones que prescribieron en Rusia la necesidad y la compulsión, que en última instancia son sólo un producto secundario de la bancarrota del socialismo internacional en la actual guerra mundial.”

Rosa y el anarquismo Hemos pasado revista hasta aquí de la cercanía de Rosa con respecto al pensamiento marxiano y su condena a las posiciones reformistas de la socialdemocracia autodenominada marxista. Se han repasado puntos en común y diferencias con el bolchevismo. Como primera aproximación a la relación de


Luxemburgo con el anarquismo me remitiré a las siguientes aseveraciones de Schütrumpf11: “Según el razonamiento político socialdemócrata, con su defensa de la huelga política de masas, Rosa Luxemburg se había atrevido a caminar sobre terreno minado. Dentro de la socialdemocracia la pretensión de realizar huelgas de masas y huelgas generales políticas se consideró como expresión aberrante, contra la cual era necesario luchar con todas las fuerzas: el anarquismo. (…) durante toda su vida, Rosa Luxemburg se deslindó marcadamente del anarquismo y precisamente en forma más enérgica, cuanto más se acercó a éste en sus posiciones ideológicas. Porque su argumentación a favor de más acción y menos cultivo y protección para la organización, con su creciente burocracia y su vanidosa autosuficiencia, y directamente, su defensa de la huelga política de masas, le acarrearon la acusación masiva de querer meter de contrabando al anarquismo en la socialdemocracia y con ello, cuestionar todos los logros hasta entonces obtenidos. Rosa Luxemburg desafío todos estos ataques; lo que le costó quedarse aislada políticamente durante años.”

En efecto, Schütrumpf acierta en poner de relieve la cercanía ideológica que Rosa, como marxista, supo tener con el pensamiento bakuninista. Y a la vez, pone de manifiesto su necesidad política, ante los numerosos embates que sufrió por parte del marxismo de su época, de tomar distancia de dicha ideología. Al respecto, de manera similar, sostiene Guérin 12: “Rosa Luxemburg, en los comienzos de su carrera en la socialdemocracia alemana y, sobre todo, para adquirir en ella carta de ciudadanía, creyó conveniente denunciar a su vez esa “enfermedad infantil anarquista”, admitiendo al mismo tiempo que, con todo ese peligro, era menos grave que el del revisionismo oportunista (…) Sostenía que hacía falta “un completo aturdimiento para continuar aún hoy aferrados a la quimera anarquista” (…) Rosa revisó, a la luz de la revolución rusa de 1905, la tajante condena de la huelga general que su partido había heredado de Engels. “Ciertamente, escribía, la revolución rusa exige una revisión a fondo del antiguo punto de vista del marxismo sobre la huelga de masas”. Llegó hasta hacer una concesión de vocabulario. La revolución rusa había llevado a la maduración de “la idea de la huelga de masas [...] y aun de la huelga general”. Pero para cubrirse de sus adversarios reformistas y antianarquistas dentro del partido alemán creyó conveniente administrarle, al mismo tiempo, al anarquismo, una tanda de palos (…) “La revolución rusa no significa la rehabilitación del anarquismo, sino más bien su liquidación histórica”. “La patria de Bakunin debía convertirse en la tumba de sus enseñanzas” (…) “los anarquistas, en tanto que tendencia política seria, no existen absolutamente en la revolución rusa”. El puñado de “anarquistas”, o pretendidos tales, no hacían más que mantener en algunas ciudades “la confusión y la inquietud de la clase obrera”. Y pasaba de la deformación a la injuria: el anarquismo se había convertido en la “insignia de los ladrones y saqueadores vulgares”, del lumpemproletariado contrarrevolucionario, “gruñendo como una bandada de tiburones en la estela del navío de guerra de la 11

Schütrumpf, Jörn, Rosa Luxemburg o el precio de la libertad, Editorial Karl Dietz Berlin, 1978.

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Guérin, Daniel, Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria, Colección Utopía Libertaria, 2004.


revolución”. Tomando sus deseos por realidades, vaticinaba que “la carrera histórica del anarquismo está lisa y llanamente terminada”.

Al igual que Schütrumpf y pese a las semejanzas ideológicas entre Rosa y el anarquismo, Guérin señala las numerosas acusaciones que Rosa dirigió contra el pensamiento y acción ácrata, cosa que no la salvó de ser vilipendiada por pensadores y sindicalistas vinculados al marxismo: “Sin embargo, ese sacrificio ofrecido en aras de la derecha de la socialdemocracia alemana no preservó a Rosa de las iras de la burocracia de su partido, y menos aún de los sindicatos. No logró inmunizarla de ser víctima a su turno de la acusación de desviaciones anarquistas y anarcosindicalistas (…) Rosa Luxemburg y Kautsky eran metidos en la misma bolsa y vilipendiados como “anarcosocialistas”. Más tarde, en 1913, sería a su vez Kautsky quien, después de su vuelco, trataría a Rosa de “anarcosindicalista” y acusaría a su folleto de 1906 sobre la revolución rusa de ser “una síntesis de concepciones socialdemócratas y anarquistas”. Las execraciones de Rosa contra el anarquismo, sus esfuerzos por diferenciarse de él, eran en gran medida precauciones del lenguaje, artificios de autodefensa. Queda por ver si en realidad existían tales diferencias entre la huelga general anarquista y la huelga llamada de masas.”

Con todo, podemos enumerar las siguientes coincidencias entre el pensamiento luxemburguista y el bakuninista que la separan del marxismo-leninismo: 1- Apoyar la huelga de masas, a criterio de Rosa completamente diferente de la huelga general propuesta por los anarquistas. 2- Priorizar la base, la masa, el abajo en la dialéctica entre la vanguardia o dirección y el conjunto de los trabajadores. 3- Oponerse a la dictadura de un conjunto de dirigentes, a la burocratización de la revolución, enfatizando la necesidad de mecanismos democráticos de participación del proletariado (asamblea, soviets, voto no calificado). 4- Pregonar el clasismo y el internacionalismo mientras se lucha contra el capitalismo por sobre la liberación nacional, en tanto y en cuanto ésta esté ligada a direcciones burguesas. 5- Proponer la socialización de la tierra en lugar de la apropiación privada siendo que esto último favorece la creación de una burguesía agraria. En relación al punto 1, Rosa criticará la huelga general, ridiculizando las posiciones anarquistas al respecto. Sin embargo, como plantean Nettl 13 y Guérin, la

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Nettl, John Petter, Rosa Luxemburg, Editorial Oxford University Press, 1966.


huelga de masas propuesta por Rosa no será tan diferente de la huelga general que en realidad formulaban los anarquistas 14: “(…) su concepción de la huelga de masas, tal como la había extraído de la revolución rusa se aproximaba mucho a la de huelga general, término éste que por momentos no dejaba de emplear juntamente con el de “huelga de masas”. (…) La lúcida comprensión por Rosa de lo que, a través de la revolución rusa de 1905, ella prefirió llamar “huelga de masas” antes que huelga general, es una valiosa contribución al arsenal ideológico del comunismo libertario. Es al tiempo que un fanal apto para guiar al propio artífice de esta forma de lucha, cada vez más frecuente y eficaz: la clase obrera.”

En relación al punto 2 y 3, quizás los dos puntos centrales a la hora de señalar las coincidencias con el pensamiento ácrata, Rosa señala a Lenin y Trotsky el error de oponer a la democracia burguesa la dictadura de un “puñado de personas” 15: “(…) es decir de la dictadura según el modelo burgués. Son dos polos opuestos, ambos igualmente distantes de una genuina política socialista. El proletariado, no puede nunca renunciar a la revolución socialista y dedicarse a la democracia. Debería y debe encarar inmediatamente medidas socialistas, en otras palabras ejercer una dictadura, pero una dictadura de la clase, no de un partido o una camarilla, la participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia sin límites. “Como marxistas —escribe Trotsky— nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal.” Ni tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo. ¿Se desprende de esto que también debemos tirar el socialismo por la borda si nos resulta incómodo? Lo que realmente quiere decir es: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa; Y lo hicimos para impulsar a la clase obrera a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia. Pero la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra prometida después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte de regalo de Navidad para los ricos, quienes, mientras tanto, apoyaron lealmente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado. ¡Sí, dictadura! Pero esta dictadura consiste en la manera de aplicar la democracia, no en su eliminación, en el ataque enérgico y resuelto a los derechos bien atrincherados y las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin lo cual no puede llevarse a cabo una transformación socialista. Pero esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular.”

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Guérin, Daniel, Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria, Colección Utopía Libertaria, 2004.

15

Luxemburgo,Rosa, La revolución Rusa, Obras Escogidas, Editorial Ayuso, 1978.


La concepción libertaria de Rosa es destacada en la selección de textos que realiza Guérin 16: Michel Colinet (Rosa Luxemburg y la revolución rusa): “Rosa murió antes de poder comprobar hasta qué punto los errores que había denunciado proliferaron, hasta el punto de hacer de Rusia la sede de la contrarrevolución staliniana y, en la internacional, el juego al fascismo y al imperialismo. Era inevitable que la supresión de toda democracia en los soviets y la sustitución de la gestión directa por el pueblo por funcionarios, terminara con la eliminación de toda democracia en el seno del único partido legal que quedó, el Partido Comunista. Hay en esto una implacable dialéctica de la historia. Reconozcamos, sin embargo, que ésta fue singularmente favorecida por las concepciones de Lenin y de la vieja guardia bolchevique de 1903 en favor del partido “jacobino” ligado a la clase obrera.” Lucient Laurat (Un máximo de democracia): “La famosa frase de Marx: “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos” no es una mera fórmula destinada a la agitación. Encierra la quintaesencia de lo que distingue al socialismo científico del socialismo utópico: nadie, ningún filántropo ni ningún dictador, por buenas que puedan ser sus intenciones, les puede dar a los trabajadores el socialismo servido en una bandeja. [...] A partir de tales consideraciones, que son el abc del marxismo, Rosa Luxemburg extrae sus conclusiones para lo que debería ser la organización socialista. Esta organización debe ser apta para desarrollar al máximo la conciencia socialista de los trabajadores y permitirles que se instruyan mediante la experiencia de sus luchas. Ello implica en el seno del partido (y todo esto vale, evidentemente, también para el movimiento sindical), un máximo de democracia.”

Georg Lukacs (Sobre Rosa Luxemburg. Rosa Luxemburg marxista): “Rosa Luxemburg [...] percibe una exageración en el papel central que los bolcheviques asignan a las cuestiones de organización del partido en tanto que coautor del espíritu revolucionario dentro del movimiento obrero. Ella opina que el principio realmente revolucionario debe ser buscado exclusivamente en la espontaneidad elemental de las masas, en relación con las cuales las organizaciones centrales del partido desempeñan siempre un papel conservador e inhibitorio. [...] De ello resulta, de una manera evidente, el rechazo de la concepción bolchevique del partido.” Cohn-Bendit (Decapitar al proletariado): “Toda la ideología leninista está fundada sobre el postulado de la incapacidad de la clase obrera, incapacidad para hacer la revolución, incapacidad de regir la producción [...]. Que de tal manera la conciencia socialdemócrata le sea ajena al proletariado es quizás una condenación parcial de la socialdemocracia [...]. Por otra parte, el modelo de organización del tipo bolchevique se originó en el atraso de Rusia [...]. La teoría leninista que sostiene que la espontaneidad obrera no puede sobrepasar la conciencia tradeunionista equivale a decapitar al proletariado para permitirle al partido ponerse a la cabeza de la revolución. [...] El leninismo fue violentamente combatido por Rosa Luxemburg [...]. Ella se lanzó a la pelea contra el centralismo democrático de Lenin y sus concepciones sobre la disciplina [...]. En realidad, es la conciencia de Lenin la que no alcanza a superar, en el terreno de la organización, a la de la burguesía.” En resumen, sin pretender que Rosa Luxemburgo fue una militante anarquista, o que Rosa confraternizaba con las ideas de Bakunin -lo cual sería enteramente inconsistente con lo explicado más arriba-, queda claro que existen 16

Guérin, Daniel, Rosa Luxemburg y la espontaneidad revolucionaria, Colección Utopía Libertaria, 2004.


importantes elementos en común que acercan el pensamiento de Rosa al del anarcocomunismo. Estos elementos no existen en el leninismo y muchos menos en el reformismo socialdemócrata. Comparemos en este sentido, el análisis de Luxemburgo con el que traza Víctor Serge para describir el proceso revolucionario de la Rusia leninista 17. Serge, de extracción anarquista y formado en las ideas de Bakunin y Kropotkin llega a Rusia luego de participar de la insurrección en Cataluña del año 1917, buscando el aire fresco de la revolución rusa y se incorpora al partido bolchevique. El de Serge es un testimonio valioso en tanto y en cuanto realiza la crítica desde el interior mismo del partido: “Mi decisión estaba tomada, no estaría contra los bolcheviques ni sería neutro. Estaría con ellos, pero libremente, sin abdicación de pensamiento ni de sentido crítico. (…) Estaría con los bolcheviques porque cumplían tenazmente, sin desaliento, con un ardor magnífico (…) echándose encima todas las responsabilidades (…) Se equivocaban sin duda en varios puntos esenciales: en su intolerancia, en su fe en la estatización, en su inclinación hacia la centralización y las medidas administrativas. Pero si había que combatirlos con libertad de espíritu y espíritu de libertad, era con ellos, entre ellos (…) una vez pasado el peligro mortal, a colocarme del lado de aquellos que combatirán los males interiores del nuevo régimen…”

Serge estaba excepcionalmente situado para seguir, en sus propias palabras, “los progresos del mal”; pertenecía a los medios dirigentes de Petrogrado y estaba en relaciones de confianza con diversos elementos de oposición, anarquistas, socialistas revolucionarios de izquierda y comunistas de la “oposición obrera”. Su descripción da cuenta de la génesis de la burocratización y autoritarismo en los primeros años de la revolución rusa. Describe el encarcelamiento y fusilamiento de los revolucionarios del ejército negro y otros anarquistas y socialistas revolucionarios así como las mentiras vertidas por el partido bolchevique en relación con los sucesos de Cronstadt, que también derivaron en el asesinato de otros mártires de la revolución. Serge concluye: “El marxismo ha variado algunas veces, según las épocas. Surge de la ciencia, de la filosofía burguesa y de las aspiraciones revolucionarias del proletariado (…) el marxismo de principios del siglo XX aspira a tomarlo todo, a transformarlo todo (…) Aspirando a una transformación total, era, en el sentido etimológico, totalitario. Ofrecía los dos rostros de la sociedad en ascenso: democrática y autoritaria (…) El pensamiento bolchevique procede de la posesión de la verdad (…) el partido detenta sencillamente la verdad; todo pensamiento diferente del suyo es error pernicioso o retrógrado. Tal es la fuente intelectual de su intolerancia. La convicción absoluta de su alta misión le asegura una energía moral asombrosa – y al mismo tiempo una mentalidad clerical pronta a hacerse inquisitorial. El “jacobinismo proletario” de Lenin (…) me parece indudable que selecciona los 17

Serge, Víctor, Memoria de mundos desaparecidos, Siglo XXI, 2003.


temperamentos autoritarios (…) Escribe también [Lenin] en 1918 que la dictadura del proletariado no es en modo alguno incompatible con el poder personal, legitimizando así de antemano una especie de bonapartismo. Hace encarcelar a su viejo amigo y camarada Bogdánov porque ese gran intelectual le presenta objeciones embarazosas. Hace poner a los mencheviques fuera de la ley porque esos socialistas “pequeño-burgueses” están lamentablemente en el error. Recibe afectuosamente al guerrillero anarquista Majno e intenta demostrarle que el marxismo tiene razón; pero deja poner o manda poner al anarquismo fuera de la ley (…) El totalitarismo está en nosotros.”

Consideraciones finales Rosa Luxemburgo socialista. Rosa Luxemburgo marxista. Rosa Luxemburgo anarquista. Rosa Luxemburgo contra las etiquetas. ¿Cuál es el sentido que motiva la necesidad de clasificar, etiquetar, encorsetar un pensamiento, un autor bajo un determinado “ismo”? Son muchos los debates alrededor de determinadas figuras de la historia que no encajan bajo un rótulo preciso. ¿Ernesto Guevara era marxista, era estalinista, era maoísta? ¿El Subcomandante Marcos es leninista, puede ser a la vez zapatista y guevarista? ¿Y Luxemburgo? Como se intentó mostrar en estas líneas, Rosa se entendía a sí misma como socialista, buscaba el socialismo. Coincidía con y respetaba a Marx, quizás el mejor de los teóricos del socialismo científico. No gustaba de usar el rótulo de marxista. No pocas veces debatía y se diferenciaba de los ya por entonces autodenominados “marxistas”, de línea reformista. Coincidía y criticaba a Lenin, Trotsky y a los bolcheviques. Ridiculizaba a los anarquistas pero convenía con muchas de sus posiciones y con sus críticas al leninismo, que en definitiva fue el marxismo que más prosperó a lo largo del siglo XX, al punto de que muchos lo han entendido como la continuación, interpretación y realización natural de las ideas de Marx, despreciando o ignorando posiciones como las de Luxemburgo o las de Gramsci. En definitiva, Luxemburgo era Rosa. No era ni Marx, ni Lenin, ni Bakunin. Y no pertenecía a ninguna escuela, logia o iglesia que los supusiera como alguna suerte de semidiós. Esa necesidad de etiquetar, tan típicamente asociada a la búsqueda de construir una identidad homogénea, a la búsqueda de construir una alteridad a la cual despreciar, a la cual combatir. No hablamos ya de una alteridad burguesa. Mucho menos fascista. Hablamos de entender al compañero que piensa de modo similar pero diferente (marxista, trotskista, anarquista, etc.) como un otro al que vilipendiar, calumniar, perseguir, encarcelar, asesinar. Rosa pensó como Rosa y actuó como Rosa, es decir luchando, no por Marx, ni por Lenin, ni por Bakunin sino por el socialismo. Por sus ideas de justicia, de igualdad y libertad. La lucidez y originalidad de sus pensamientos; la capacidad de elogiar y


criticar sin obsecuencias ni necedades; su valentía, abnegación y coherencia la erigen como una figura digna de admiración. El haber formulado los planteos que realizó, desde su condición de mujer, en un mundo machista, en un movimiento revolucionario que adolecía y adolece de muchos vicios patriarcales, la convierten en una compañera ejemplar e irrepetible. Su asesinato, perpetrado en connivencia con sectores de la socialdemocracia alemana inaugura un periodo nefasto de la historia de la humanidad en que la virulencia con que los socialistas se critican entre sí, se traslada de la pluma a la realidad, pasando de la burla al asesinato. Se persigue por pecar de algún “ismo”. Se tortura por portar la etiqueta equivocada. Se fusila, en definitiva, por pretender aunar, en un mismo pensamiento, socialismo y libertad.


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