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Mooring de Eric Conrad
Todos los elementos están reunidos en el centro de la ciudad. A un costado, la biblioteca reposa tras su fachada clásica de tonos grises y solemnes. La plaza Colón, al frente, describe un polígono cuadrado donde se reparten monumentos, fuentes de agua, pedazos de césped y altas palmeras. Los viandantes se desplazan por su perímetro, se sientan a descansar del sol, se refugian bajo algo de sombra, se aproximan. La escena confirma la forma cívica de un punto central de la ciudad dispuesto para el encuentro en el espacio público. Aquel que suma todas las individualidades hasta combinarlas en un fenómeno colectivo de diversas posibilidades, justamente donde nos hacemos ciudadanos, donde compartimos con quienes no conocemos, donde los demás son la medida de mi libertad. Acercarse a la obra del artista norteamericano Eric Conrad implica salir desde el interior de la Biblioteca Regional de Antofagasta. En realidad, es una forma de vaso comunicante entre lo que está dentro del edificio –que también es de uso público– y la ciudad afuera.
Por supuesto, la conexión entre lo público y lo privado pasa por la intimidad, es decir, aquel ámbito frágil donde no podemos exponernos. Nuestra intimidad debe ser protegida porque la manera que tenemos de entenderla escapa a la seguridad de las estructuras definidas: por dentro somos una realidad amorfa, somos como ese montón de paños que cuelgan mientras intentamos ordenar la vida que nos rodea. Una expresión estereotipada de la vida íntima es, precisamente, la llamada ropa interior. Del frontis de la biblioteca cuelgan unos amplios calzoncillos como una bandera de identidad íntima expuesta a la vista y paciencia de los viandantes que, según el caso, podrán reír o arrugar la nariz. Porque no sabemos si el propósito es solo lúdico. No sabemos tampoco si se trata de una declaración de cambio de uso del edificio que, desde toda la seriedad solemne que muestra en su fachada, aparece ahora ridiculizado, invadido por una prenda inapropiada de mostrar. ¿Seríamos capaces de creer que, tal vez, dentro de la relativización de la importancia de lo público a través de una exposición como esta, podemos empezar a pensar de otra manera en su sentido? Entonces, no es necesario definirlo como un espacio sino como un modo de relación donde lo que exponemos pasa a convertirse en algo compartido. Y si es una amalgama de palos y telas, de pronto debemos saber que esa confusión íntima también es pública. Añadamos que la instalación fue levantada gracias a la convocatoria a un taller en el que participaron estudiantes de la ciudad. Necesariamente, en ese ejercicio de aproximación, de contacto a través de las telas y los palos que debieron disponer, se fue dando un diálogo con el artista, una elaboración de las dudas hasta alcanzar esta propuesta frágil, risueña, confusa incluso.
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La muestra se llama Mooring, que en inglés equivale al atracadero donde las naves pueden echar amarras. La alusión a un espacio que amarra lo público y lo personal es, visto con la debida distancia, el espacio donde quiere instalarse la propia Bienal, cuyas obras se reparten por la ciudad en un esfuerzo por abrir otros diálogos, otras distancias. Lo que Conrad consigue, entonces, es sacar a la calle lo personal, rompiendo el molde rígido de la institución culturizante desde una propuesta de lectura sin complejos. Como el propio artista señalaría en una entrevista, “para mí esa era la contradicción interesante entre un espacio tan público y algo que es íntimo y que remite, realmente, a la vulnerabilidad”.