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Artefacto masculino (El minero de carbón y el minero despojado de sus ropas) de Derek Reese
ARTEFACTO MASCULINO (EL MINERO DE CARBÓN Y EL MINERO DESPOJADO DE SUS ROPAS) DE DEREK REESE
La aventura del hombre no parece cambiar. Un salto en el tiempo a eras remotas nos lo muestra como animal cazador que golpea y corre tras las grandes bestias, atraviesa las llanuras arrastrando herramientas y armas, duerme atormentado por los ruidos de los depredadores en mitad de una noche alumbrada apenas por el fuego antiguo. Ese hombre de la prehistoria ¿no emplea ya los mismos elementos del relato masculino que busca la supervivencia en un siglo marcado por la extracción? En ese caso, tal vez debamos repensar el relato y sus atribuciones de fuerza asignadas a lo viril. Por aquí incursionan los dos videos que forman Artefacto masculino.
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La reiteración de los gestos básicos de un trabajador de la minería, al que Derek Reese pone ante el espejo de su masculinidad, retoma una vieja pugna por saber cuánto de determinismo podemos ver en los actos elementales y repetitivos de un hombre vestido de hombre. Es, por lo pronto, una pregunta que no solo se extiende a través de la reiteración de una economía política de supervivencia sino, sobre todo, a un problema de género. Lo masculino se ha consolidado en la idea de un hombre como agente principal del trabajo que lucha contra el entorno para obtener lo que necesita para vivir. El macho desarrolla su corpulencia y se reafirma en sus opciones abriéndose vía con la fuerza de su musculatura. Fuerza y extractivismo se relacionan desde hace demasiado tiempo. ¿El uniforme hace al minero cuando cava su propia tumba?
Adelantamos, entonces, el relato desde el macho cazador prehistórico, y vemos ahora al hombre provisto de herramientas de metal, al mismo depredador en busca del sustento a base de fuerza. Lleva, eso sí, un uniforme y un casco. Las bandas reflectantes del equipamiento de seguridad hablan también de una mejoría en el manejo de los riesgos. Porque, si se trata de una labor que entraña riesgos físicos, debe necesariamente ser trabajo para un hombre. ¿Qué hay, sin embargo, debajo de toda esa parafernalia?, pregunta Reese en una ciudad cuya prosperidad está dominada por la extendida presencia de la industria minera y sus camionetas rojas. Concebido como un relato de seguimiento de la historia de los materiales, de las herramientas de explotación del oficio –lo que incluye, por cierto, el uniforme– Reese “examina y subvierte el valor jerárquico (poder) de los objetos y materiales para crear un lenguaje personal”, y hace algo más allá de su propia explicación: une la forma de una tecnología de explotación del paisaje con la búsqueda de una reforma impotente del hábito. ¿Es el uniforme el que hace al minero, incluso si solo le queda cavar su propia tumba con una pala, como sugiere en su video? La reconversión de lo masculino desliza un sesgo ecocrítico que sugiere una nueva relación con el entorno donde se emplee un poco menos de testosterona.