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The sea is the mountain de Alexandre Christiaens
Bordeando el norte, de camino al aeropuerto, la ciudad se interrumpe por tramos antes de iniciar su retorno definitivo a la arena. Junto a la ruta, algunos anuncios en los grandes paneles tratan de reclamar la atención de los automovilistas y viajeros que llegan o parten. Entre promesas de nuevas infraestructuras viales y ofertas inmobiliarias, la calma opaca de dos enormes fotos de tonos oscuros reposan como un espacio mudo sin vender nada: son los carteles que forman la instalación fotográfica The sea is the mountain. En ellos no hay palabras ni rótulos destacados, no hay una imagen de agencia publicitaria. Solo hay paisaje sobre paisaje, se podría decir. Presentando algo que no tiene un mensaje dirigido al consumidor ni al usuario, su apelación obliga a poner en marcha la imaginación para unir lugares distantes: aquellos que aparecen en la imagen y lo que tenemos alrededor.
La obra del fotógrafo belga Alexandre Christiaens trae una montaña ante la vista, un volcán, lo más seguro. La imagen se insinúa como un lugar del altiplano y casi se diría que la cubre un velo de niebla. Hay un semáforo en la esquina y si nos toca en rojo, nos podemos demorar ante esa aparición. Tal vez esa niebla es lo más real, lo más sensible en la montaña solitaria. Se puede tener ensoñaciones antes de entrar al desierto; espejismos, mejor dicho. Es real ese velo, como el rocío de la camanchaca que sube desde el mar. “El mar es la montaña” es el título de la obra y del lado opuesto de la carretera, la otra foto sí que nos muestra el agua, la espuma, el vaivén. ¿Cómo se unen estas imágenes en su
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Dos enormes fotos de comparecencia de extrarradio? ¿Cómo llega una imagen no solicitada ni explicada a plantarse como una intriga de grandes dimensiones? tonos oscuros reposan Misterio y nostalgia de otros parajes, insinuaciones para perder la orientación y pensar que la foto es una promesa colocada con como un espacio mudo precisión en el borde de una ciudad que está creciendo: al fondo se asoman edificios de reciente construcción con su insensible sin vender nada. displicencia sin tiempo ni origen. Es una promesa de otro lugar que aún se puede inventar. Hay una imagen que muestra un gran cartel publicitario en los años 80: el trabajo de Alfredo Jaar instalado junto a la carretera preguntaba “¿Es usted feliz?”. Christiaens salta por encima de cualquier interpelación directa al viajero: la metáfora es aquí directa y silenciosa; es la realidad de una imagen velada por la niebla donde no caben preguntas, sino solo aceptar la aparición no solicitada del paisaje convertido en un destello fugaz. Todo será coincidencia, no habrá preguntas, no habrá ninguna razón.
Cuando el desierto y el borde de la ciudad actúan como fondo escénico brota la posibilidad de encuentros impensables. Durante la visita, un vagabundo duerme bajo la sombra que proyecta esa fotografía de gran tamaño, arropado con las basuras que la ciudad arroja a sus bordes, como el mar devuelve los despojos a su orilla mezclados con espuma. La bienvenida o la despedida a esta ciudad que lucha por subsistir contra la aridez ofrece un espacio límite para hablar con un gesto mudo. La sombra es en el desierto la única posibilidad de recuperar el sueño. Los montajes sombríos de Christiaens sin pretender nada, lo dejan claro.