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Belleza digna de Ángelo Álvarez

La palabra “dignidad” retumba por ese gran pasillo geográfico que forma el territorio de Chile. Los eventos de octubre de 2019 sacaron a miles de personas a las calles a exigir algo que aparecía en las grandes aspiraciones históricas asociado al campo de los derechos humanos. ¿Dignidad? Una palabra muy grande y cargada de intenciones para exigir lo mínimo. De pronto, convertida en una fórmula para combatir la degradación social, es una plaza al centro de la capital desde donde se combate por recuperar el valor de la vida fuera del sistema estructurado por el mercado. No sabemos bien cómo lo reflejarán los textos de historia pero desde ese mes de octubre, una parte importante de la población del país se ha dedicado, precisamente, a otorgarle peso y renovar la hondura de un término tan recurrente que parecía haber perdido su dignidad.

En el trabajo de Ángelo Álvarez, esta se expresa como una forma de resistencia. Para escapar de la belleza que se impone en las bolsas del gusto, su trabajo adopta un soporte básico: el cartón. Las mismas cajas que contienen y distribuyen los artículos de consumo, algo así como la piel del comercio, le sirven a Ángelo para reclamar un espacio de acceso a otra concepción pictórica del retrato. Al uso de ese material sin nobleza se suman las estampas de una serie de personas carentes de notoriedad social fuera de sus poblaciones y de las marchas callejeras. A partir de ahí se articula este esfuerzo por resistirse a la estética que marca una diferencia entre los dignos de ser representados y quienes no lo son.

En estas pinturas cartoneras, por llamarlas de algún modo, la belleza digna surge de la resistencia a los códigos de la estética convencional: el material inadecuado y las personas impresentables aparecen aquí en una protesta muda, una reivindicación social que se resuelve con un trazo realista y colorido. La maestría técnica y la pincelada elocuente hablan de un pintor de enorme percepción y expresividad. En sus obras repartidas por los muros del Centro Cultural Casa Azul aparece la humildad canalla de un origen social negado bajo una forma que podemos considerar costumbrista. No se trata, eso sí, de hacer aparecer como antiguos nobles o monarcas a aquellas personas marcadas por la desposesión de dignidad. En la belleza digna no hay exhibicionismo ni paternalismo: son solo rostros del mundo popular que el pintor ha reunido con una maestría suficiente como para recordar su presencia chusca y completamente fugaz. Citando a Pedro Lemebel, “la radiografía humana de aquel desnutrido paisaje” de la pobreza se fija bien sobre el cartón donde se reconoce la precariedad del medio, sin renunciar al deseo de perpetuación de la imagen en contra del olvido.

Sabemos que el empleo de la pintura como forma dignificante no es una aspiración nueva, como tampoco lo es la adopción de un espacio popular en contraste con el cubo blanco de una sala tradicional. Belleza digna se expone en el Centro Cultural Casa Azul, una mezcla entre espacio doméstico, taller de trabajo, patio de luces nocturnas y parrilladas, laboratorio y vivienda. Todo ello sin apelar a ninguna clase de exclusividad. Tendremos entonces que pensar que la dignidad de esta casa reconvertida en un espacio del circuito de la Bienal SACO es un ejemplo de resistencia capaz de reunir rostros sin historia, pintura sin lienzo, exposición sin galería. Todas las restas aquí suman.

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