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La línea del destino, conferencia magistral de Óscar Muñoz

LA LÍNEA DEL DESTINO, CONFERENCIA MAGISTRAL DE ÓSCAR MUÑOZ

En la Sala Licancabur de la Fundación Minera Escondida se realizó la única conferencia magistral en Chile de uno de los creadores latinoamericanos más importantes y reconocidos a nivel mundial. El encuentro del 25 de noviembre a las 18 horas generó un acercamiento en primera persona, en el marco de la exposición desplegada en la Sala de Arte de la Fundación Minera Escondida en Antofagasta. A través de un diálogo honesto y pausado, pero no por ello menos profundo y trascendente, el artista fue desplegando las diferentes facetas de sus más recónditas memorias vinculadas a la práctica que ha consolidado por más de cuarenta años de rigurosa y sistemática producción.

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Entre las diferentes referencias artísticas y conceptuales que han influenciado su práctica, el artista mencionó las enseñanzas del sociólogo estadounidense Richard Sennett (Chicago, 1943) expresadas en su libro El artesano (The Craftsman) del año 2008, obra que pone en valor el hacer como una forma del pensar. Desde ahí, el artista colombiano hace una mención especial al capítulo dedicado a las reparaciones, recalcando que todo reparar implica siempre comprender previamente. El artesano es capaz de restaurar, remediar o reconfigurar objetos viejos con nuevas y originales funciones. Este carácter innovador respecto de un saber aparentemente conocido o limitado, le resulta significativo al artista, pues su propio trabajo de arte ha resultado ser la reconfiguración de los usos habituales de la fotografía como fijación del tiempo. El artesano de Richard Senett (2008), la primera fotografía con presencia humana de Louis Daguerre (1838) y el primer autorretrato fotográfico de Robert Cornelius (1839) destacan entre sus referentes.

Otra referencia importante para el artista colombiano tiene que ver con la primera fotografía en la historia que capturó la presencia del ser humano. Se trata de un daguerrotipo de 1838, efectuado por Louis Daguerre en un edificio del Boulevard du Temple en París, Francia. La particularidad de esta pieza es que representa edificios, calles, veredas y árboles en un estado de abandono, sin embargo, nada en ella dice relación con los cientos de personas que ciertamente transitaban por este lugar en el momento de la toma fotográfica. Por ese entonces, la captura requería de un largo tiempo de exposición, por ello, el ligero y apresurado movimiento de los transeúntes no quedó registrado en la placa fotosensible de cobre, a excepción de una sola persona a la que le estaban lustrando sus zapatos. Esta pieza le permite reflexionar sobre la conquista del instante y, al mismo tiempo, sobre las distancias abismales entre la realidad y su representación.

La tercera referencia de Muñoz tiene que ver con el primer autorretrato fotográfico de la historia, realizado por Robert Cornelius en 1839 en Filadelfia, Estados Unidos. Gracias a los conocimientos que él tenía en química y metalurgia, pudo perfeccionar el daguerrotipo y construir su dispositivo fotográfico. La imagen resultante de esta máquina le devolvió su propio reflejo como si de un espejo se tratara, solo que ahora fija, estable, inmortal y perpetua a los avatares del tiempo y

la descomposición de la carne. Esta pieza histórica y sus respectivas repercusiones simbólicas vinculadas a la trascendencia, serían la base de su obra Ante la imagen (2009), 50 ediciones de diez grabados cada una, en espejos comunes montados sobre aluminio con el autorretrato de Cornelius. Para la contemplación de esta pieza, el espectador debe intervenir, observando el autorretrato al mismo tiempo que observa la superposición de su propio reflejo. De igual modo, percibe la lenta, pero inevitable desaparición de la imagen de Cornelius, pues esta obra está hecha para desaparecer, envejecer e incluso morir, tal y como lo mencionó el artista. La manipulación y la acción del aire intervienen la imagen de Cornelius, generando pátina y deterioro, una clara metáfora material del paso de la vida, un cierre simbólico a la fijación inicial. En palabras de Oscar, “un retrato más parecido a la vida misma, a la posibilidad de afectarse con el cambio”.

De aquí en adelante, el artista compartió con la audiencia diferentes obras que tenían que ver con la fijación de imágenes y su posterior desmaterialización, trabajos que indudablemente exploran la memoria y el paso del tiempo con materialidades efímeras. Entre ellas, destacó Narcisos (19942011), una serie de impresiones de su propio rostro con polvo de carbón sobre superficies de agua contenidas en cubetas. La fragilidad de esta obra es radical, pues cualquier movimiento e incluso la propia evaporación del agua altera la configuración de estas imágenes.

Otra obra que presentó fue Aliento (1995), una serie de retratos impresos en fotoserigrafía con grasa sobre espejos metálicos circulares, dispuestos a la altura del observador. A primera vista, los espejos se muestran vacíos; sin embargo, ocultan fotografías de rostros de diferentes personas que previamente habían sido exhibidos en obituarios, los que se revelan solo cuando el espectador exhala sobre su superficie. En este breve instante, el reflejo del espectador es sustituido por el rostro de alguien ya desaparecido, que simbólicamente vuelve a la vida gracias al hálito vital de quien observa y participa de la obra. Al igual que la serie anterior, la imagen revelada es una imagen transitoria, su misma activación la deteriora, la hace desaparecer.

Luego compartió Re/trato (2003), video de una mano que dibuja insistentemente un rostro con agua sobre una loza expuesta al sol. Dado el calor, el rostro nunca termina de verse y es la persistencia retiniana la que va completando el semblante en la memoria del espectador. Constancia, perseverancia y tenacidad son parte de un proceso significativo que pone en evidencia la fugacidad de la existencia, entre reminiscencia y olvido.

Por último, mostró Fundido a blanco (2010), un registro que el artista le hizo a su padre cuando este se encontraba muy enfermo, poco antes de morir. Es, por ello, una obra profundamente personal, de carácter autobiográfico, un verdadero retrato familiar y, por consiguiente, un memorial conmovedor que no solo recuerda la corporalidad y gestualidad de su padre, sino que actualiza su imagen en tiempo presente ante su irrevocable partida. Luego abrió un espacio de cierre para preguntas del público, las que, de un modo u otro, recapitularon todo lo expuesto, una perfecta oportunidad para compartir un recorrido inédito y generoso con el artista a través de su exposición, dialogando con los asistentes, impactados con las cuatro obras de Muñoz comentadas en la entrevista y en el análisis que abren la sección “Museo sin museo” de este libro.

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