![](https://assets.isu.pub/document-structure/210119082346-3d357427d0d91dc7ba44cbb751d76f49/v1/ecb72baa890ca9854963f9da55962730.jpg?width=720&quality=85%2C50)
4 minute read
COLABORACIÓN
Salvando la cultura
Por Fernando Herrero
Advertisement
Pasados unos meses desde el confinamiento, hacer balance es desconsolador. La segunda oleada, después de una desescalada poco rigurosa, ha dejado tras de sí muertos y contagiados y no se vislumbra que el COVID-19 desaparezca hasta que las vacunas lleguen. Los problemas humanos, sociales, laborales y políticos persisten. El daño para la economía será implacable y el mundo asistirá a una nueva realidad cuyos perfiles todavía no conocemos.
Titulé mi artículo anterior “Derecho y cultura”. Hoy el derecho sigue siendo esencial aunque no todos los juicios sean presenciales. Las nuevas tecnologías permiten otras opciones y la normalidad se va imponiendo dentro de las circunstancias. No ocurre lo mismo con la cultura y la crisis es casi absoluta.
El proceso personal de la escritura, por ejemplo, se ha reactivado en el ámbito creativo pese a que la edición, distribución y venta de libros tiene problemas. Los museos, con los protocolos sanitarios, van abriendo con nuevas exposiciones; algunos cines están abiertos, pero las películas de calado comercial esperan su distribución. Diferente es la situación de las artes que requieren presencia física, teatro, conciertos, aunque actores, directores y músicos intentan revivir ese directo esencial que comunica con los espectadores.
Como la pandemia tiene carácter universal no todos los países han reaccionado de forma pareja. En Madrid, Joan Matabosch ha finalizado con La Traviata la temporada anterior y comenzado la actual con Un Ballo in Maschera y Russalka. Naturalmente limitando el aforo y con las precauciones sanitarias necesarias. Algún incidente aislado y normalidad relativa general. No he podido desplazarme por la prohibición, pero creo que la decisión de continuar ha sido acertada. En Europa y Estados Unidos la mayoría de los teatros de ópera no han comenzado su temporada, aunque sí los festivales, que con reducción de títulos y hasta cortes en alguna opera en Salzburgo han programado sus ediciones.
La Orquesta Sinfónica de Castilla-León, hasta diciembre al menos, ha dado con-
ciertos bien programados que supongo que seguirán el año que viene. El público ha respondido estupendamente. De dos sesiones a cuatro para poder complacer a todos. Esta tesitura es general en el ámbito musical en nuestra ciudad y España, quedando fuera los macroconciertos pop o rock que hacen muy difícil que guardar las distancias.
He seguido publicando alguna crítica de teatro. Admirables profesionales superando los peligros a cara descubierta nos han ofrecido buenos espectáculos. Con tristeza por la limitación obligada de público, los aplaudimos con ganas. Lo merecen por su sacrificio y por su calidad creativa. La cultura está, en cierta forma, preservada.
La cultura está en estos momentos de pandemia en los libros. Un mundo extraordinario que puede acompañarnos muchas horas. De todo tipo, políticos, sociales, científicos, musicales, biográficos, de arte, novela, ensayo, cómic. De mi biblioteca he leído clásicos (La Odisea, por ejemplo) me he deleitado con los libros de arte y sus estupendas reproducciones y he rescatado biografías o conversaciones (Stravinsky, Glenn Gould) poniéndome al día de figuras del pasado. Alternando lo serio con lo más liviano, el mundo de la edición ha estado a mi alcance y un gran número de obras esperan que tenga posibilidades de acercarme a ellas.
La trilogía de Pierre Lemaitre Los hijos del desastre (Nos vemos allá arriba, Los colores del incendio y El espejo de nuestras penas) de entreguerras es magnífica. Sucede en Francia y la visión crítica es notable, como la creación de personajes. Conocido por sus novelas policiacas, con su especial protagonista, esta serie le califica como uno de los novelistas más importantes del país vecino. Su lectura en estos tiempos fue un gran estímulo, como la de los episodios de Almudena Grandes, que trazan un cuadro esplendido del franquismo con sus ayudas a los criminales nazis y su visión de la sanidad y la locura.
Libros, libros que sustituyen a esa soledad, a ese silencio, a esa inmovilidad que nos cerca. Libros que expresan mundos y que incluso en el dialogo entre el novelista Murakami y el director de Orquesta Seiji Ozawa (Música, solo música), nos presenta dos diferentes que sirven a la vez de contraste y de consuelo. La autobiografía de Woody Allen, en la que da su versión sobre el conflicto que le ha condenado (a mi parecer injustamente), es también una lectura que acompañó a mucha gente en esta pandemia.
El no poder asistir a la ópera en Madrid por la prohibición de viajar, la limitación de espectáculos y la sensación que psicológicamente produce esta situación han influido en mi otra actividad (la cultural). Jubilado del derecho hace muchos años, pero atento a su desarrollo, mi deseo en estas colaboraciones de integrar cultura y derecho se ha visto limitado. Una época diferente para todos, yo mismo incluido, que espero ansioso que termine y que derecho y cultura continúen su andadura en esta nueva realidad que deberá ser más justa, solidaria y creativa.