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MaristasTCuida, Zuriñe Suárez Hermoso de Mendoza
from Revista colegial 71
by Colegio SJP
#MaristasTCuida
zuRiñe suáRez HeRMoso De MenDoza
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Entrevistamos a Zuriñe Suárez Hermoso de Mendoza, Licenciada en Psicología (Universidad de Deusto), Máster en Terapia de Conducta y Máster en Logopedia y Trastornos del Lenguaje.
Zuriñe comenzó trabajando en terapia con menores y adolescentes con conductas disruptivas. Tras esa experiencia, recaló en la Asociación Espiral Loranca, una de las obras sociales de la Provincia Marista Ibérica, donde lleva 20 años trabajando en intervención psicosocial. En esta entidad ha coordinado los proyectos de intervención con adolescentes, uno de los centros de día para la infancia y el centro comunitario de promoción social. Todos ellos dirigidos a población en riesgo de exclusión social. Actualmente, se encarga del diseño e implantación de proyectos. Compagina esto con la docencia en la Universidad Autónoma de Madrid y el Centro Cardenal Cisneros, además de diversos cursos de formación de profesionales tanto de la intervención social, como de la educación. Asimismo, forma parte del Equipo Provincial de Protección del Menor de la Provincia Marista Ibérica.
Actualmente, algunos medios de comunicación apuntan que los adolescentes están sufriendo cada vez más emocionalmente. ¿Crees que estamos ante un antes y un después de la pandemia en nuestros jóvenes?
La recién aprobada Ley Orgánica 8/2001, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y a la adolescencia frente a la violencia, ya insta a los diversos sectores (sociales, educativos, sanitarios) a establecer vías de actuación para la prevención de las conductas suicidas y autolesivas. Esta es una realidad que quienes trabajamos con adolescentes ya veníamos viendo crecer a pasos agigantados. Lo que ha hecho la pandemia creo que es amplificarla, acelerar procesos y hacer más visible algo que viene ocurriendo años.
Sin duda, estos dos años que llevamos de distanciamiento social y medidas restrictivas ante una cadena de olas que parecen inacabables, ahonda en el sentimiento de falta de control y de angustia vital que algunas personas muy jóvenes, adolescentes principalmente, ya estaban sufriendo.
Por tu experiencia con adolescentes y jóvenes, ¿consideras que la soledad o la falta de apoyo que quizá sintieron algunos de nuestros jóvenes durante el confinamiento ha podido agravar el desequilibrio emocional en ellos?
El confinamiento les obligó a parar, nos obligó a parar a todos, en seco. En un ritmo que llevábamos de contacto directo, de distracciones sociales continuadas, donde combinábamos el contacto directo con el digital de tal manera que no teníamos ni un segundo de soledad, de encuentro con nosotros/as mismos/as, de pronto una parte importante se quitó. Por un lado nos quedó la tecnología, que fue un apoyo innegable pero que, como hemos visto, no aporta la calidez del contacto humano. Por otro lado, nuestras relaciones sociales, y las de nuestro adolescentes de manera significativa, se ven continuamente distraídas por lo que hacemos mientras nos relacionamos: la madre que pregunta a sus hijos por el día mientras consulta el teléfono móvil, el padre que lleva a su hija a la extraescolar mientras atiende llamadas desde le coche, los jóvenes que quedan para jugar a juegos on line cada uno desde su móvil…. Habíamos perdido el contacto cara a cara, directo, la conversación tranquila y prolongada, y nos “manteníamos” con esas falsas conversaciones llenas de “ruidos exteriores”. Cuando nos confinaron en marzo de 2020, de pronto nos encontramos cara a cara con las personas con las que vivimos y nuestros/as adolescentes no tenían entrenada una forma de relación sosegada, de contacto directo con sus familiares. Esto ha hecho que para muchos adolescentes, pero también para muchos adultos, el confinamiento haya supuesto una crisis relacional, con el exterior y con ellos/as mismos/as.
Covadonga Martínez, psiquiatra del Servicio de Psiquiatría Niño y Adolescente de HGU Gregorio Marañón, explica en un medio de comunicación que en la adolescencia, etapa en la que la socialización es necesaria para el desarrollo y en la que el rol de referente lo asumen los amigos, es aquella en la que hay un mayor estrés social y nuestros jóvenes están más desprotegidos. ¿Cuáles son las señales que deben alertar a nuestras familias de la necesidad de ayuda emocional en su hijo/a? ¿Y las que alerten a los educadores?
Creo que, como hijos e hijas de nuestro tiempo, siempre queremos recetas y fórmulas que aplicar en el momento concreto en el que pensamos que algo va mal. Mi recomendación es empezar mucho antes, estableciendo rutinas y lazos preventivos. Fomentar la conversación en casa dándole valor a la sobremesa después de la cena, favorecer el disfrute en familia, el placer de hacer cosas juntos…. Para los educadores, dirigirse a cada alumno y alumna por sus nombres, interesarse por sus aficiones, “entretenerse” unos minutos con ellos y ellas en patios, pasillos, hacerles saber que cada uno y cada una de ellos son alguien significativo para ese educador o educadora. Es decir, se trata de dejar tendidos todos los puentes y lazos para que un o una adolescente sepa, cuando requiere ayuda, que estamos ahí para escucharle y ayudarle. Hay que retomar la sana costumbre de decirles “te quiero”, un hábito que tiende a desaparecer conforme los chicos y chicas crecen, pero que, aunque exteriormente lo rechacen y digan que les da vergüenza, es un mensaje que necesitan, que todas las personas necesitamos, seguir recibiendo.
Son señales habituales de que algo está pasando los cambios bruscos en la manera de actuar de los chicos y chicas, los cambios radicales en las calificaciones, las conductas anómalas ante temas como la comida (dejar de comer o comer en exceso) o el ocio (abandonar las extraescolares, dejar de quedar con sus amistades…). Tenemos que prestar atención también si observamos que siempre llevan manga larga y tratan de ocultar piernas y brazos (zonas en las que suelen realizarse las primeras autolesiones), si vemos que visitan ciertas redes sociales (es fundamental maximizar los controles parentales ya que hay páginas y redes en las que se comparten ideaciones suicidas), si sospechamos que están teniendo algún tipo de consumo (de tóxicos, de juegos de apuestas…). Lo que es fundamental es seguir tendiendo el puente, mostrar nuestra cercanía y disposición a hablar de lo que les ocurre y, si vemos que no logramos progresos, acudir a profesionales especialistas. Además les recomiendo, a familias y educadores, que echen un vistazo a las guías de apoyo de la Red AIPIS (https://www.redaipis.org/guias-de-ayuda ) o que visiten Prevensuic (https://www.prevensuic.org/ ). En ambas páginas pueden encontrar materiales muy interesantes.
Y, ¿cuáles serían las que deberían invitar al adolescente a pedir ayuda a su familia, a sus amigos, a sus profesores o a cualquier persona en la que confíen?
Cuando sientan una pena que les resulte insoportable, un vacío instalado en la boca del estómago, cuando sientan que no tienen a nadie con quien hablar de esto en directo, sin redes ni teléfonos, sino cara a cara, tiene que dar el paso de pedir ayuda en una persona adulta de su confianza. Igualmente, cuando se planteen que la vida no merece la pena o cuando se descubran fantaseando con posibles maneras de terminar con su vida, es el momento de pedir ayuda. A veces son señales menos llamativas, sentirse triste la mayor parte del tiempo, tener problemas para conciliar el sueño, sufrir dolores continuados de cabeza o estómago o buscar continuamente estar solo o sola. Cualquiera de estas señales pueden darse en cualquier momento de nuestra vida, pero si se alargan en el tiempo, si duran más allá de unos días, hay
que empezar a buscar una persona con la que hablar.
Todas las personas necesitamos caminar en compañía, ya sea de la mano de una amistad, de la de algún familiar o de personas significativas del colegio (profesores, entrenadores…). Y, en ocasiones, si creemos que no podemos contar con nadie porque no sentimos a nadie disponible o porque sentimos que no van a poder ayudarnos, es el momento de acudir a un especialista.
Existe un teléfono nacional público de atención a personas con ideas o pensamientos suicidas, es el 024. Del mismo modo, pueden contactar con el Teléfono de la Esperanza en el 91 459 00 50.
En los centros maristas, además, pueden contactar con el Equipo Local de Protección del Menor, este equipo está para escuchar y acompañar también en este tipo de situaciones.