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Los proyectos no deberían tener dueño Hedda Hernández Romo
-Hedda Hernández
Especialista en Proyectos de Investigación e Intervención Comunitaria de lectura y cultura escrita.
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En su más reciente libro, La cruel pedagogía del virus (2020), Boaventura de Sousa Santos invita a imaginar soluciones basadas en la democracia participativa a nivel de vecindario y comunidad, y en la educación cívica para la solidaridad y la cooperación, y no tanto para el emprendedurismo y la competitividad a como dé lugar, sino como una manera de reflexionar acerca de cómo debiera de repensarse la sociedad a partir de la pandemia del coronavirus a nivel mundial. Como él dice, es imprescindible pensar, pensarnos, pero ¿por qué?
Por su parte, la investigadora Maritza Montero, (2000), menciona: “una ética fundamentada en la relación supone una forma de expresión de la rectitud que va más allá del derecho a la afirmación del propio interés, para pasar a considerar el interés común por encima del bienestar individual, […] La equidad de la ética de la relación supone reconocer no solamente el carácter humano y digno del otro, sino también que la otredad no es una brecha, una diferencia, algo que distingue, que separa, sino que es parte del yo...” . Dejaré, para el final, la cita de Montero con tres puntos suspensivos.
De Sousa se refiere a una manera no egoísta de pensar, distinta del emprendedurismo y la competitividad, para dejar de lado el “yo” y darle la importancia al Otro, con miras a la cooperación y solidaridad con el trabajo desde y con los vecindarios y comunidades. Si retomamos la cita de Montero y la conjugamos con la de Sousa, complementaría ambas opiniones de la siguiente manera. La afirmación demagógica del propio interés, del emprendedurismo y la competitividad (a toda costa) no permite una ética fundamentada en la relación, o en las relaciones entre seres humanos, por lo que no es una forma de expresión -ni de acción- de rectitud basada en la democracia participativa a nivel de vecindarios y comunidades, pues no se piensa en el interés común, se piensa en un egoísmo o un bienestar individual a toda costa y por encima de quien sea, inclusive haciéndolo por y para las comunidades, pero a expensas de ellas; quedando en simple demagogia o de intereses meramente propios o particulares.
La otredad no es ver al otro “vulnerable”, no es una brecha que separa de lo que es él y yo, o ellos y yo, es un todo común con diferencias, formas de pensar, seres totalmente diferentes a mí, pero esto no es por lo tanto una diferencia ni algo que distingue a él o a ellos de mí, es decir, hay diferencias y formas de pensar diferentes, sí, pero lo que hace que la otredad no sea una brecha, una diferencia o algo que distingue, que separa, es el carácter humano y digno de lo que es el otro en tanto que Ser Humano y no más. Esto es lo que al otro lo hace ser parte del yo…
Y sí, tan real como lo dice, la investigadora Montero en su cita textual, y me adhiero: “que cada uno es otro y que cada otro es un yo”. Un proyecto de intervención comunitaria no es de nadie y es de todos, pero nunca del mediador, coordinador o gestor ni de las instituciones. Estos son de la comunidad,
porque se debiera de reconocer y valorar el carácter humano y digno del otro, transformar comunidades, conformar comunidades lectoras y escritoras en las que se retroalimenta el conocimiento para aprehender lo que son ellos y que ellos lleven a cabo sus propios proyectos de lectura y cultura escrita de acuerdo con sus propias necesidades.
Compartir el conocimiento hace que el mediador aprenda más de las comunidades, por lo que un mediador de lectura debe de ser un sembrador de semillas para que se dediquen a germinar dentro de su propio contexto, y así, poder continuar sembrando en otros espacios, en otros escenarios y entender que, entre más compartamos el conocimiento más posibilidades tendremos de que nuestra labor como mediadores de lectura se transmita de manera consciente y sobre todo con ética profesional.
Semblanza : Hedda Hernández