ESCAPADAS
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5 Aventura la rioja
Arriba: Con 36 años y facón en la cintura, Marino Fuente es oriundo de Sanagasta. En frente: Más de 300 personas participaron de esta edición del cruce.
A MULA HASTA EL LÍMITE
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íctor no se preocupa por hacernos sentir seguros. No sabe de mentiras blancas ni de contestar con lo justo. El camino es de cornisa y cuanto más adentro en la montaña, más aprieta el volante y tuerce los labios. Dice que nunca hizo este camino, que las otras Toyotas de la caravana son más duchas para este tipo de viajes, que ésta ni siquiera es cuatro por cuatro. “¡Y encima llueve! –se queja Julio, que trabaja para la seguridad del gobernador de La Rioja–. Parece a propósito, en toda la provincia llueve 90 minutos al año, menos de 200 milímetros. Pasa que hay muchas fincas por la zona y tiran cuetes a las nubes para que no granice sobre las viñas... Pero la lluvia es lo de menos –sigue, y sonríe, nervioso, sin sacar los ojos de la tierra roja–, sólo espero que funcione la cebolla”. Antes de salir, a las cuatro de la mañana, confió en las palabras sabias de un compañero y puso un ejemplar grande, con cáscara y todo, en el radiador. “¡Pa’ que no se apune, pues!”; no explicó más nada, nadie preguntó más nada. Víctor acelera, tenemos que llegar antes de las nueve al campamento Barrancas Blancas, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, desde donde el gobernador, séquitos, periodistas, riojanos y chilenos, van a hacer el último tramo de la expedición auxiliar ZeladaDávila, una de las seis columnas que cruzó a Chile por la campaña libertadora del General San Martín. La camioneta va bien con la cebolla, pero una de sus pasajeras empieza a sentir los síntomas de la altura (pulso acelerado, dolor de cabeza, quizás algún mareo, cambios en la presión). Pasando Laguna Brava, salpicada de flamencos rosados y rodeada de vicuñas saltarinas con sus crías, se desmaya sobre un hombro vecino que se paraliza del susto. Pasan 20 segundos, tal vez medio minuto, hasta que vuelve a respirar en un grito. “El mal de montaña es así, cuando te ataca fuerte no hay con qué darle –explicaría más tarde una de las enfermeras de Barrancas Blancas, Yanina, que en un solo día registró más de cien consultas–. Pero lo bueno es que así como viene cuando subís, se va cuando bajás”. Si se cumple
con los cuidados no hay por qué alarmarse. Para ello, en medio del camino los carteles en la enfermería recomiendan desayunar té de coca, caminar despacio, comer poco y abstenerse del cigarrillo y del alcohol (aunque muchos hacen caso omiso de este último punto y compensan el mareo por falta de oxígeno con el mareo propio del tinto riojano). Entre consignas patrióticas, clarinetes y banderas políticas, a las diez de la mañana los jinetes presentes montamos las mulas que supimos conseguir y seguimos a los gauchos a la cabeza de la tropilla. “¡Viva la Patria! ¡Viva Chile! ¡Viva Atacama!”, repiten las filas sucesivas como un eco, recreando la euforia de la lucha libertadora contra los españoles en enero de 1817. Las cuatro por cuatro cierran la caravana hasta donde hay camino y después a campo traviesa, con fotógrafos en las cajas, cumbia en la radio y palabras de aliento. “¡Taconéala! ¡Dale con fuerza a esa mula retobada!”, grita un gendarme de boina
camuflada y panza de locro, con un brazo colgado de la ventanilla. Pero la mula está crispada y no entiende razones, se niega a seguir camino. Al escuchar la escena, una jineta experta ajusta las riendas y desanda camino en misión de ayuda. Es la bella Anahí, de 18 años, con sedoso pelo castaño, camisa roja a cuadros, botas acordonadas y pañuelo al cuello. Sonríe como diciendo: “Está todo bien” y da un puntapié al animal rebelde: “¡Vamos, caballoooo!”, ordena con la autoridad gaucha que la situación exige, y consigue hacer arrancar la mula inmediatamente. La sigue de cerca, con un ojo en el camino y otro en el horizonte: “Se viene lluvia”, pronostica. Y le creemos. Anahí es gauchita, viene cabalgando hace doce días desde La Rioja Capital junto a su papá, hermano, un novio que se hizo en el camino y cuarenta y ocho gauchos más de 14 departamentos de toda la provincia. Es la única mujer que hizo la travesía completa, la única que se animó a Marzo 2013 Lonely Planet Traveller
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los animales, con la tierra mojada, pueden lastimarse. Tanto es así que los gauchos, que venían a lomo de mula desde la capital, tuvieron que abandonar sus animales y subirse al convoy de gendarmería y otras camionetas de vialidad para asistir al acto de cierre. “A la montaña no le gusta que suba tanta gente, por eso se pone así”, reniega un gaucho apretado entre varios, colgado de un caño del techo del convoy como quien viaja en subte en hora pico. Quienes lo rodean, también apretados y colgados, confirman lo dicho entre gritos. De la otra esquina del camión, un gaucho en la sombra refuerza la teoría en tono misterioso: “Por eso subió el río y se llevó el puente, son muchos los que quedaron en el camino”. A 4.600 metros de altura, el acto oficial en el hito incluyó el canto de los himnos argentino y chileno, una lectura de poesía latinoamericana alusiva, discursos de políticos varios, miles de fotos, entrega de diplomas, botellas de vino y otros productos de las tierras riojana y chilena. En esta parte también se anunció que para el bicentenario del Cruce de los Andes, en el año 2017, la expedición intentará llegar hasta Copiapó, en territorio vecino. Como dicen los gauchos que saben, habrá que ver si la montaña lo permite.
En frente Gauchos argentinos y chilenos en el hito ubicado sobre la línea limítrofe. Como las Agujas del reloj: Caravana de mulas y caballos a lo lejos, en plena cordillera; iglesia riojana decorada para la Fiesta Tinkunaco; periodista doma a su mula; atardecer en el patio del hotel Pircas Negras, en Villa Unión;
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mucho esfuerzo si no, a mí se me murió uno de los caballos que traje, de cólicos, pobre, El Negro”. Marino anda con la mula que le queda, La Gringa, y con otra que alquiló para completar la hazaña. “Soltero y sin apuro de casar –se presenta Marino agachando la boina–. Por eso pude venirme, los otros de la organización gaucha de Sanagasta tienen mujeres que atender”. Marino hizo 900 kilómetros a caballo hasta acá, entiende lo que pasa en la montaña, predice días de sol y de tormenta, sabe criar, amansar y carnear animales, pero confiesa que no consigue entender la Ciudad de Buenos Aires: “Hace un tiempo tuve que ir para resolver unos temas en el PAMI, por un tío que tengo, y para ir y volver de la casa tenía que hacer marcas con tiza en cada esquina, si no me recontra perdía”. El ser humano, definitivamente, es un animal de costumbres. Después de un par de escalas para estirar las piernas y casi cinco horas de mula, las primeras filas de la caravana llegan victoriosas al Paso Comecaballos. Los diecisiete kilómetros que restan hasta el hito en la frontera con Chile, programados para el día siguiente, no podrán hacerse en mula cuando, por la noche, se cumpla la predicción de lluvia de Anahí. El minitrayecto que falta es muy empinado y
texto y fotos: constanza coll
dormir en los campamentos y a comer lo mismo que los gendarmes. “Anahí tiene espíritu, yo le admiro a ella, y como yo, todos la respetamos bien”, diría esa tarde Américo Horca, el más viejo de los gauchos que cruzaron La Rioja en mula hasta el límite. Con 72 años, este hombre no hizo caso a las amenazas de muerte de su mujer y se lanzó a la aventura: se bañó en los riachos helados del camino, enfrentó tormentas blancas, los soles más duros y el traqueteo permanente durante doce días. “Los gustos hay que dárselos en vida, cueste lo que cueste”, daría cátedra al día siguiente, una vez en el límite. El cuerpo se ablanda a medida que pasan las horas y entra en calor promediando el mediodía. La caravana sigue trepando los Andes, pero mientras haya sol se puede prescindir del gorro de lana y la campera de alta montaña. Y aunque poco se puede hacer arriba de la mula (sobre todo los menos entendidos en la materia), los ojos van distraídos entre cerros y colores, manchas de nieve blanca, nubes que dibujan en el cielo y piedras que va pateando la mula. “Ya anda cansada ésa, eh –advierte Marino Fuente, gaucho de 36 años y facón a la cintura, oriundo de Sanagasta–. Cada veinte o treinta kilómetros hay que cambiar de animal, es
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