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Gran Bahama
Contacto con lo salvaje Si siempre quisiste hacer algo extremo, en Gran Bahama podés nadar con tiburones. Dejá el miedo en casa y practicá esta y otras actividades en la naturaleza profunda. texto y fotos: constanza coll
Gran Bahama es visitada por buzos de todo el mundo, atraídos especialmente por la posibilidad que ofrece de nadar con tiburones en mar abierto.
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Taino Beach es todo lo que esperamos de una playa en Las Bahamas. Izq., de arriba a abajo: Jeeps en caravana junto al canal Grand Lucayan; en Gran Bahama hay varios lugares donde se puede nadar con delfines; un grupo de buzos se prepara para experimentar un encuentro cercano con tiburones.
foto apertura: LATINSTOCK.
l Desfile de tiburones se disfruta como una película de suspenso: seduce, atrapa, sabés que te va a sorprender en cualquier momento, así que te tapás los ojos, pero espiás por una rendija entre los dedos. Gran Bahama es conocida en el mundo entero por el buceo con tiburones, experiencia que está a punto de vivir el grupo de buzos que vino conmigo en la lancha, y que yo voy a mirar desde la superficie, con el equipo de snorkeling fucsia que elegí haciendo juego con un voladito de mi bikini. Estoy segura de ser la más combinada, y menos preparada, de todos: los otros van cubiertos de neoprene cual superhéroes, de pies a capucha y guantes, con relojes-computadoras en las muñecas, cámaras sumergibles y actitud seria: vinieron desde Francia especialmente para tener un encuentro cercano con estas criaturas del mar. Apenas fondeamos en Pretenders Wreck, al sur de la isla, el guía entró al agua para analizar la situación: “Hay ocho tiburones grises en este momento, tienen entre un metro y medio y dos, tal vez un poco más, y están a unos siete metros de profundidad”, sentenció, fascinado con el escenario que nos tocó esta mañana. El guía es Bernardo Bottai, de 29 años, nacido en Italia y crecido en los mares de Egipto, Formentera y Gran Canaria, por mencionar algunos; hoy es manager del centro de buceo del resort Viva. Bernardo fue claro con las condiciones: “Si bien nosotros no alimentamos tiburones, ellos están acostumbrados a que les den comida, por eso, si alguien estira el brazo para tocarlos, es probable que el tiburón confunda su mano con pescado”. El italiano está convencido de que estos depredadores no son peligrosos para el hombre salvo que se los moleste, que tienen mala prensa, que “todo ese rollo es cosa de Steven Spielberg”. Los franceses hacen fila para caer de palito en el agua, nadan hasta una boya amarilla, forman una ronda y se sumergen con la ayuda de un cabo hasta tocar fondo. Yo también me acerco a la boya y bajo todo lo que me permiten los pulmones para estar lo más cerca posible. El espectáculo es surrealista: el grupo forma un círculo negro sobre el fondo de arena blanca, los nueve están agarrados de las manos y muy quietitos, sólo se atreven a girar las cabezas en cámara lenta para seguir a los tiburones en la mira. Algunos se acercan más que otros, les dan vueltas alrededor. Está claro que no juegan como lobitos de mar o delfines, pero tampoco se vive un clima de terror. El silencio deja escuchar los latidos apurados de los corazones y la respiración de los buzos que sube desde el fondo en columnas de burbujas. Estoy disfrutando del espectáculo, de la luz del Sol que se
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bahamas filtra, del agua tibia, las nubes de burbujas, las sombras de los tiburones en el fondo del mar... cuando vuelvo a pasar lista: tiburón uno, tiburón dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… siete… me contorsiono para todos lados buscando al octavo. No aparece. Decido que ya es hora de volver a la lancha. Freeport es la capital de Gran Bahama y la segunda ciudad más importante del archipiélago, después de Nassau. Y si bien no hay problemas de tránsito, inseguridad o contaminación, definitivamente no se condice con la postal natural que imaginé cuando decidí viajar a las Bahamas. Frente a un grupo de sesenta personas, la mayoría recién bajada de un crucero caribeño, Joanne Parotti calma la sed de paraíso: “Vamos a manejar en dirección Este, donde la isla se conserva en estado puro, salvaje. Pero antes de elegir el color de su jeep, levante la mano quien necesite caja automática”. Salvo por los que venimos de la Argentina, donde creemos que un jeep tiene caja manual –y dura– por definición, nadie se atreve a pasar los cambios por los caminos, aunque playos, playísimos, de Gran Bahama. Según Joanne, de 50 años, pelo blanco cortito, sombrero tipo pescador, botas de trekking y medias blancas hasta las pantorrillas, el nombre “Bahamas” viene de la palabra “bajamar”. Así describían el archipiélago los indígenas lucayos de esta zona, que, formada por sedimento y acumulación de piedra caliza, tiene su punto más alto a sólo 70 metros sobre el nivel del mar. En cuanto Joanne da la orden por radio, arrancamos y nos disponemos en caravana para dar el presente desde cada jeep: “Green Turtle checking in”, “Sugar Banana standing by”, “Coco Plant here we are too”, y así sucesivamente, se enlistan los 15 todoterrenos pintados de distintos colores, todos estridentes. La primera escala es Fortune Beach, que es exactamente esa postal natural que
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Almuerzo en el jardín de Los Groves, incluido en el paseo de jeep. Abajo: Los mapaches son muy confiados en el Parque Nacional Lucayo.
teníamos pendiente, con arena blanca impoluta, sombra de palmeras cocoteras y mar turquesa como una pileta. En cada parada, Joanne aprovecha para enseñar algo de su país natal –es una combinación extraña de maestra ciruela con Indiana Jones–: “En las Bahamas tenemos 700 islas, cayos y rocas, la diferencia entre estos es que las primeras tienen agua dulce, los segundos, vegetación, y las últimas son meras elevaciones en el mar. Porque tenemos tantas, es que hay islas donde vive una sola familia y hasta una sola persona. Esas más pequeñas son las que llamamos Family Islands”. Dan ganas de abandonar el manejo y quedarse a vivir en esta playa, pero Joanne seduce al grupo con la promesa de hacer “off road”. Gran Bahama está dividida por el Grand Lucayan Waterway, un canal que va de norte a sur y que se puede cruzar por un solo puente, de un carril. Sin embargo, como la ciudad capital, toda la actividad comercial, industrial y gran parte de las viviendas se encuentran en la parte oeste de la isla, el puente se usa mayormente para este tipo de excursiones. En cierto punto, el camino se vuelve angosto como una pasarela con agua a ambos lados, y termina en un mirador sobre el mar. Joanne aprovecha para dibujar una rosa de los vientos en la tierra caliza: “Cuba queda exactamente al sur y estamos muy cerca de los Estados Unidos, desde acá son unos 100 kilómetros en línea recta hasta Miami”. Esta cercanía no sólo explica la cantidad de cruceros, avionetas y veleros que llegan con bandera yanqui, sino la similitud en las costumbres y comidas que tiene con EE. UU., mucho más que con Inglaterra, de la que depende directamente (es parte de la
Commonwealth desde 1973, año en que Bahamas consiguió su independencia). En el almuerzo, por ejemplo, que incluyó la excursión en jeep, comimos hamburguesas completas con aros de cebolla refritos, sobrecitos de mayonesa y ketchup, CocaCola y un helado palito Made in USA. 80 centavos de cada dólar bahamense –de igual valor que el estadounidense– vienen del turismo. Tanto así que los guías, taxistas, botones, mozos, bartenders, vendedores y gerentes de hotel hacen todo y más porque vuelvas a las Bahamas. Siempre con una sonrisa amplia y alguna flor bajo la manga, son extremadamente serviciales. Y no es fácil pasar inadvertido. Incluso fuera de los circuitos más vendidos, es como tener un cartel de neón que diga “Soy turista”. Pero hoy, como todos los miércoles, es noche de Fish Fry en Gran Bahama, y esto vale tanto para los mejores hoteles de la isla como para los barcitos más improvisados, pintados de colores, con sillas que no hacen juego, una cocinera de buen comer y tremendos bafles a todo volumen. Siempre con alguna carne echando chispa en la sartén y un DJ hiphopero tirando pasos con las manos, esta versión del Fish Fry es la más local que supimos conseguir. Esta noche en particular, la gente hace cola en Outriggers, un bar a cielo abierto frente a la playa Taino. Acá la fiesta empezó a las cinco y media de la tarde, así que para cuando llegamos, alrededor de las once, locales y turistas se mezclaban, se besaban y se cruzaban a la playa. Piedra libre: por allá se alejan unas luces de neón. Más información en bahamas.com