fort lauderdale
Superficies de
placer
Súpersexy, Lala seduce con voz negra y gran escote al público del bar Fishtales. PÁG. ANTERIOR: Todos lookeados en la playa de Ft. Lauderdale, a la altura de Las Olas Boulevard.
Al norte de Miami, la ciudad de Fort Lauderdale es mucho más que sol y mar. Conocé la gastronomía, la música, la fiesta y, sobre todo, la galería de personajes increíbles que copan este destino bizarro. texto: constanza coll
FOTOS: nicolás anguita
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resabios de
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n corralito ARMADO con parlantes, dos taburetes y unas lucecitas de colores en la pared del fondo, improvisan un micro escenario en Elbo Room. Esta tarde ocupan el espacio un guitarrista de pelo lacio y rubio hasta la mitad de la espalda, Converse rojas y gorra guevarista, bastante bueno con los solos según la medición de aplausos, y un cantante de ojos azules, seductor a su manera, con varias argollas en cada oreja, tatuajes en los brazos, las manos, el cuello, el pecho, las piernas. Tocan covers: música country, algún éxito de Bon Jovi y de los Guns N' Roses. La chica que atiende la barra no los conoce ni sabe sus nombres, explica que el escenario de Elbo Room está abierto a cualquier persona que se anime a tocar. Dorado el pelo y la piel, su cara tiene una edad diferente a la de su cuerpo, de abdominales marcados, cola firme, tetas redondas y bien puestas. Usa un top blanco, borcegos acordonados y un shortcito de jean desgarrado aquí y allá. Con esa facha el 62
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1. Escultura hecha con botellas de plástico en la rambla, a la altura de Las Olas Bulevard. 2. Comida mexicana en Rocco's Tacos (ver más info en el Hacelo Realidad). 3. La costanera es frecuentada por turistas, skaters y gimnastas. 4. Jam Session en el bar Fishtales. 5. Guitarrista de Converse rojas y gorra guevarista en Elbo Room. 6. Relax en la playa del Hotel Lago Mar. 7. Cowboys y trasnocheras resacosas en Elbo Room. 8. Buses con servicio "hop on - hop off" (se paga un solo ticket por día y se puede subir y bajar cada vez que se quiera). PÁG. ANTERIOR: Música en vivo y todos con un trago en la mano a las 5 de la tarde en Elbo Room.
wildness
nombre no interesa, sabemos que trabaja acá hace unos diez años y que vende cerveza en vasos de plástico a la gente que va camino a la playa, justo enfrente, cruzando el South Fort Lauderdale Blvd. Cada vez que la pareja de músicos despunta un tema que al público le suena conocido hay chiflidos, índices y meñiques arriba, cabezas hacia adelante y atrás, adelante y atrás. Eso, sobre todo, entre los habitués del bar, que se identifican con pañuelos en la cabeza, pelos largos y leñadoras abiertas sobre una remera de estampado rockero. Porque esta tarde en Elbo Room también hay surfistas ocasionales de mallita Quicksilver, negros de musculosa ajustada y cadenas pesadas, y un par de trasnocheras resacosas que se besan con lengua para la cámara del que quiera. “Son resabios de la época wildness de Fort Lauderdale”, había dicho Kaymi Malave, que trabaja en el marketing y las relaciones públicas de la city. Resulta que desde la década de los 80 y
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hasta hace unos diez años, este era el destino wild-on que elegían los estudiantes de Estados Unidos para pasar el spring break, porque era bastante barato, por la playa ancha, los bares, la noche. La ciudad se llenaba diez semanas al año, entre febrero y abril, era un descontrol total, los chicos andaban borrachos todo el día y el “must” era tirarse de clavado desde los balcones a las piletas de los hoteles... Todo esto duró hasta que hubo una serie de accidentes y Fort Lauderdale decidió que era tiempo de cambiar su perfil a “casualsofisticado, más familiar”, en términos de Kaymi. Entonces levantaron la vara, subieron los precios de las habitaciones, abrieron restaurantes más refinados y pusieron un poco de orden en la calle: hoy los estudiantes cruzan la frontera hasta Cancún, en México. Pero las rutinas noctámbulas de la ciudad habían echado raíces demasiado profundas y, al día de hoy, siguen corriendo como sangre caliente por las venas de Fort Lauderdale.
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s domingo y la playa, a la altura de Las Olas Boulevard, es el punto de encuentro para muchos y muy diversos grupos. Están los que llegan en longboard por la rambla y clavan las tablas en la arena alrededor de un estéreo retro, que va muy bien con sus Ray Ban Wayfarer y el grupito de chicas estilo pin-up que se les tiran encima, con sus batidos helados y labios color carmín; también está el grupo de jubilados súper bronceados y charletas, de camisas miamescas y sandalias ajustadas en los tobillos, sobre saquetes de algodón, claro; un poco más allá hay una ronda de gays donde sólo cabrían chicos hermosos y con buen gusto; y también hay atletas que se lanzan balones de fútbol americano, juegan al frizzby, corren por la orilla a bordo de zapatillas astronautas y se miden de reojo la cintura, los pectorales, los bíceps... Sobre la arena mojada, cinco skimboarders de entre 19 y 22 años se turnan para probar trucos en la primera rompiente, donde no hay más de medio metro de profundidad. Es un deporte que se hace con una tabla similar a la de surf, aunque más corta y ancha; nació hace unos 70 años en Laguna Beach, California. Eric Miller consigue hacer giros de 180º y algunos saltos que sus compañeros festejan, es el más experto de los cinco: “Empecé hace 4 años, porque me gusta el surf pero acá no hay olas, el skimboarding es un sustituto, un juego”. Eric trabaja limpiando piletas en mansiones de la zona, se pasa las tardes en la playa con su tabla y sueña con vivir en Costa Rica, donde “hay olas y personas de verdad”. En la casilla del guardavidas, Billy es un Ken de 20 años. Ojos claros y cortinas de pestañas, buena boca, espalda de nadador. Trabaja desde febrero en esta playa y ya tuvo oportunidad de rescatar a unos chicos en plan spring break, que habían tomado bastante de más y no conseguían remar contra la corriente hasta la orilla. Era muy temprano, alrededor de las siete, cuando escuchó unos gritos desde su puesto de vigilancia y, aunque no conseguía distinguir si estaban jugando o en peligro, se metió al mar en una corrida. “No dudé un segundo, en estos casos no hay tiempo para pensar”. Billy rota puestos con sus compañeros baywatchers, trabaja solo y en la casilla que le tocó esta tarde no hay más que una radio: “Me gusta estar en la playa, me entretengo mirando a la gente, a veces vienen mis amigos, creo que quiero trabajar en esto toda la vida”.
PÁG. ANTERIOR: Eric Miller practica skimboarding hace cuatro años y sueña con irse a vivir a Costa Rica "donde hay olas y gente de verdad"; la gente parece salida de una serie de Sony o Warner en la playa de Fort Lauderdale; las luces de la noche en los bares y restaurantes de la costanera; una Hummer pasa inadvertida entre tanto cochazo por Las Olas Boulevard. EN ESTA PÁGINA: La casilla de guardavidas donde trabaja Billy hace un año; un grupo de chicos y chicas con sus bíceps y pechos inflados.
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1. Banda de reggae en el bar Lucky´s Tabern. 2. Freddy y su caniche toy en la vereda del bar . 3. En Fort Lauderdale hay fiestas y espectáculos de música en vivo de lunes a lunes. 4. Groupie de la banda de reggae en la puerta de Lucky´s Tabern. 5. Levi Diablo Ruiz con sus tatuajes e injertos. 6. Lala encanta a su público con movimientos sexys y una voz jazzera que llena todo el lugar. PÁG. SIGUIENTE: De este grupo de skimboarders, de entre 19 y 22 años, el más experto es Eric Miller (izquierda). Hace giros de 180º y algunos saltos que sus compañeros festejan. Vienen a la playa a hacer sus trucos todos los días entre las 5 y las 8 de la tarde.
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o hay grises en Florida, sino puras dicotomías: deportivo descapotable último modelo / mega camioneta todoterreno; rubias flacas tetonas / obesas chatarraadictas; rockeros full metal / bebés de pecho para toda la vida. Como predestinados por un sistema instalado al momento de la concepción, las personas son el resultado de la combinación de variables invariables. Con sus respectivas etiquetas, la gente en Florida se parece al actor de aquella serie, a la cantante de aquel show o a la niñera de esa peli... Y también está la categoría de los rebeldes. Los resabios de wildness en Fort Lauderdale se concentran en antros como Elbo Room y en todos esos “american tattoo studios”, por donde el tipo “rebelde” pasa como por un kiosco a dibujarse un Jesús gigante en el pecho, cortarse la lengua a la mitad, injertarse silicona para dar relieve a una calavera mexicana o para clavarse un par de aros como cuernos. Así empezó Levi Diablo Ruiz y ahora es uno de los artistas de
Tatoo Blues: “Como los jeans, L-E-V-I, le tengo que agradecer a mi puta madre”. Ante la pregunta por los pedidos más exóticos, Levi dice que no con la cabeza alta, como mirando desde arriba (de paso exhibe su última adquisición en el cuello, una boca de tiburón en rojo, verde y amarillo que muestra los dientes): “Todos se creen que vienen con una idea única, algo que no tiene nadie. Pero no hay genialidades, mucho de religión, mucha mariposita y corazones rotos... la diferencia real está en la mano de cada artista” (Sunrise Lane 927, Tel.: +1 954-561-7979, tattooblues.com). La entrada para el recital de Sum 41, en Culture Room, cita a las 19 horas. Y aunque mediamos la cena con los horarios argentinos y terminamos entrando dos horas tarde, la banda canadiense de punk todavía no aparece. “Hey ho, ¡lets go! / Hey ho, ¡lets go!”, apura el público agitando puños. En la entrada, dos gigantes de nuca rapada y chivita piden documentos para marcar las manos de quienes entran con
uno u otro sello, según tengan o no la edad necesaria para poder tomar alcohol. Adentro venden remeras y discos de las bandas que tocan esta semana, hay un patio donde se fuma y una multitud de quinientas personas, tal vez más, apretada pero fresca de tanto aire acondicionado, esperando que arranque el show. Finalmente salen los teloneros, I am dynamite, que acompañan a la banda canadiense en la gira de este invierno por todo Norteamérica. Hay espacio para mover un poco los pies, pero la gente se limita a marear la cabeza (entradas desde US$ 20, en North Federal Highway 3045 , Fort Lauderdale, Tel.: +1 954-564-1074, cultureroom.net).
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v e n e c i a millonaria
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o caben en una nota todos los personajes que decoraron esta travesía por Fort Lauderdale. Pero entre ellos no se puede dejar de mencionar al hombre que intentaba ahogar, en baldes de cerveza, su vergüenza por haber sido plantado en el altar; a la bella y súpersexy Lala, que a sus treinta y tantos sigue esperando triunfar con su voz negra para poder dejar atrás el trabajo en la caja de un supermercado; y a Freddy, que una noche llegó en chancletas y con su caniche toy en brazos a la puerta del bar Original Fat Cat´s: “Necesitábamos tomar aire, y un trago antes de ir a la cama. Recién llegamos de un paseo en lancha que hicimos hasta Las Bahamas y el pobre -dice mirando a los ojos del cachorro- todavía anda medio mareado”. Por el puerto de Fort Lauderdale pasan todos los cruceros que van al Caribe, a menos de 50 millas. Tal vez por esta cercanía con el paraíso, aunque sobre el seguro y conocido suelo americano, tantos famosos tienen casonas y yates de varios pisos en los canales millonarios de esta ciudad, “la Venecia americana”; por ejemplo Steven Spielberg, David Cassidy, Adam Sandler, Michael Man y Danny Boyle. Micrófono en mano, el capitán del watertaxi en el que vamos hacia la cena entretiene a sus pasajeros con cifras que no se pueden ni figurar; ellos simplemente abren los ojos como los ceros del millón y se contornean a un lado y al otro para ver el derroche inmobiliario... y en todo lo demás. Porque lejos de ser un tema tabú, el signo dólar aparece varias veces en cualquier guiada por la ciudad, tallado en el cuerpo de los locales y dibujado en el reflejo de cada Mustang, Jaguar, Vipper y Ferrari que 68
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circula por la red de autopistas a estrenar (o por lo menos, eso parece, en todo el viaje no hubo un bache, literalmente). El water-taxi recorre la ciudad por el agua y los turistas, por US$ 20 el día o US$ 10 después de las cinco de la tarde, se pueden subir y bajar las veces que quieran para desayunar en una escala, caminar por unas galerías vintage en la siguiente y terminar en la playa con un happy hour de martinis inmensos. Compras en mano, gafas de sol nuevas y la primera copa adentro, uno llega a sentirse como de la casa. EN ESTA PÁGINA: Las motos están a la altura de los autos en las calles de Ft. Lauderdale; en el paseo de water-taxi se puede ver mansiones y yates de millones de dólares; ensalada de mar en D´Angelo.