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El exótico archipiélago ecuatoriano recibe visitantes ansiosos por cruzarse con tortugas gigantes e iguanas amistosas, entre otras especies. Una travesía por estas islas, que inspiraron la teoría de la evolución. texto: constanza Coll
Noviembrefotos: 2011 Ecuador travel y alicia vicario
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xyxyxyxyxyxyxy En cada isla del archipiélago las tortugas se adaptaron de una manera diferente. En Isabel hay una subespecie que tiene el caparazón como una silla de montar, que antes se llamaba galápago.
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como las agujas del reloj: La isla Isabela es la más surfista en el archipiélago; posada en la Bahía de Santa Cruz; los kayaks que alquila Sandro en Tortuga Bay; iguanas terrestres, tortugas marinas y flamencos rosados son algunas de las especies que se ve en las Galápagos.
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l abuelo de Teppy sabía que se venía otra gran guerra y para que sus hijos varones no tuvieran que uniformarse de esvásticas y salir a matar o morir, vendió una finca y los sacó de Alemania. Se salvaron; en Dinamarca compraron un velero viejo, lo emparcharon como pudieron y cruzaron el océano hasta las Islas Encantadas: según un libro de balleneros que habían leído, en estas tierras lejanas había un tesoro escondido. “Papá siempre nos dijo que lo había encontrado, que esto acá era el paraíso”, dice Teppy entre profundas inhalaciones-exhalaciones. El aire del Pacífico lo mantiene en una especie de estado alfa. Usa pantalones blancos y camisola al tono, nada lo aprieta en ninguna parte, el pelo desteñido en las puntas y una cadenita de oro que se anuda formando un corazón, regalo de un antiguo amor. Teppy fue el primer hijo nacido en la base militar que los yanquis plantaron en Galápagos con la excusa de patrullar el Canal de Panamá. Ya había estallado Pearl Harbor. “Acá si querías jugar tenías que fabricar tus propios ‘toys’, si querías hacer música tallabas tus instrumentos. Así aprendí a tocar la guitarra y a esperar la Navidad para comer ‘candies’. Hasta los trece años no supe lo que era un billete, nunca había visto un auto, nada”, detalla Teppy, que habla cinco idiomas y los mezcla como se le da la gana. Es un hombre del mundo: a los trece, escuchó que un barco necesitaba tripulación y se subió sin dudarlo. Aunque lloró como un loco desconsolado mientras la figura de sus padres se achicaba en el puerto hasta desaparecer. Pasaron diez años y 59.000 millas náuticas hasta que Teppy volvió a las islas. Las encontró totalmente cambiadas. Galápagos es un archipiélago a 972 kilómetros de la costa ecuatoriana, con 13 islas volcánicas –cuatro habitadas–, 6 más pequeñas y 107 rocas e islotes. Declarado por la UNESCO como Patrimonio Natural de la Humanidad en 1979 y Reserva de la Biósfera seis años después, Galápagos recibe a 200.000 turistas al año. Por eso el grito exasperado de los guías cuando alguien pisa afuera del sendero o una mano se atreve siquiera a rozar la piel rugosa, sexy, de una iguana terrestre. “El trabajo es tranquilo pero no siempre, a veces me enojo y el grupo se enoja conmigo. Igual, los mayores problemas son con las comitivas de religiosos, una vez hasta nos pidieron la devolución del dinero –cuenta el guía Jaime Navas, que es macizo y usa conjuntito Columbia con mosquitero en los sobacos y bolsillos por todos lados–. Ellos no quieren saber nada de Darwin, los cucuves y la evolución de las especies. Entonces les digo que Galápagos es el paraíso, como dice en la Biblia, porque los animales acá son mansos”. Jaime se acerca al nido de un piquero de patas azules: el pájaro ni pestañea, hay once personas alrededor de sus huevos, sacándole fotos desde los ángulos más insólitos y el bicho como si nada. Acá, en las Galápagos, a mil kilómetros de nado, los piqueros no tienen predadores, por ahora, ya que pasaron 25.000 años desde la última especie que llegó y se instaló por sus propios medios. Esos son los tiempos naturales, tal vez más. Otra cosa es la ansiedad, el hambre y el capricho de las mentes y los cuerpos humanos. Con los barcos piratas llegaron las ratas y con los primeros habitantes de las islas, plagas de moras, chivos, moscas y chanchos. Jaime recuerda una anécdota en los diarios de Darwin, mira alrededor y se muerde un pedazo de labio, dice que cuando el naturista inglés llegó había tantas iguanas que le costaba encontrar un metro cuadrado libre para levantar su campamento. “Por mucho tiempo no se cuidó y se perdió tanto… ahora es el otro extremo, casi casi tenés que ser lobo marino para que te dejen entrar a Galápagos”, bromea Jaime. Como en Fernando de Noronha o la Isla de Pascua, acá hay un régimen especial: el ingreso cuesta US$ 100 (50 para los ciudadanos del Mercosur),
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“Cuando no quieren saber nada de Darwin les digo que esto es el paraíso; como dice en la biblia: acá los animales son mansos”.
en sólo quince minutos desfilaron ante las antiparras
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leído uno sobre estas tortugas terrestres: son monstruosamente hermosas. La bicicleta es el transporte de uso corriente para los que van y vuelven de la oficina, salen de paseo o de compras. No hay autos en Galápagos, sólo está justificada la inserción de vans para el turismo y de 4x4s para el trabajo agropecuario. Por eso el tránsito es 80 por ciento a pedal, y en el centrito del pueblo de Santa Cruz alquilan bicis a US$ 15 para ir de la Fundación Darwin hasta los túneles de lava o la puerta del sendero que lleva a Tortuga Bay. A la playa Tortuga Bay sólo se llega andando dos kilómetros y medio por un pasillo angosto de paredes verdes que, en las partes más altas, deja ver el horizonte turquesa. Para los que gusten de las aguas calientes, la temporada más tropical, y por lo tanto lluviosa, va de enero a abril. Entonces el mar de Tortuga Bay es un piletón impecable que entre los manglares esconde cardúmenes de mil colores, rayas doradas y tortugas marinas. La playa es larga y tan blanca que, a unas cinco cuadras de distancia, ya se puede distinguir la colonia de iguanas marinas entre la primera y la segunda bahía. Sandro alquila kayaks por US$ 10 en esta parte de Santa Cruz, tiene rulos de rulero y se le marcan las costillas cuando se despereza. No quiere decir la edad, parece de treinta y cinco, tal vez menos, habla de su mamá: “Es mi heroína, le gusta explorar tanto como a mí, por eso nací en Galápagos, por eso éste es mi lugar en el mundo. Somos seis hermanos y ninguno se animó a mudarse lejos de ella –con el pie dibuja el mapa familiar en la arena–; acá vive la mayor, a la vuelta mi hermanito, y así”. -¿Nunca saliste de Galápagos? -Todavía no. Recorrí casi todo el archipiélago a
IZQUIERDA: Galápagos es uno de los destinos preferidos por quienes bucean. Bajo el agua está la mitad de su encanto, ya que, entre otras especies, se puede encontrar tiburones martillo, tortugas e iguanas marinas.
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hay que pagar doscientos más de impuesto a la nafta si se elige la modalidad crucero y todos los extras que implican la comida y el shopping en los mil kilómetros de Océano Pacífico. Es por la Ley Nº 67, del año 1998, la misma que no permite que nadie, ni siquiera ciudadanos ecuatorianos, compre tierras galapagueñas, salvo los propios galapagueños. La isla más poblada y turística del archipiélago es Santa Cruz –a un ferry de tres minutos desde el aeropuerto de Baltra (US$ 0,80)–, pero, a pesar de la gente, las calles de asfalto y toda la urbanidad de Galápagos concentrada en sus mil kilómetros cuadrados, en el camino al pueblo empieza a hacerse evidente eso de “islas encantadas”: casi todos los días del año del lado sur el Sol no compite con ninguna nube mientras que en el norte garúa sin parar; a un lado y al otro de la ruta hay dos agujeros gigantes en el suelo, Los Gemelos, resultado de un movimiento tectónico de hace tres millones de años; y como si esto fuera poco, el transfer para en la Finca Primicias para ver la colonia de tortugas mutantes que, de tanto comer pasto, llegan a pesar 250 kilos. Jaime pisa el barro como caminando en un techo de tejas y mira de reojo al grupo, advierte a los foto-infractores que las mejores tomas son de lejos porque si no las negritas –así se llama la especie, “por la carita oscura”– meten la cabeza. “Estas tortugas gigantes sólo se ven en Galápagos y en un lugar que se llama Aldabra, en el océano Índico. En cada isla se adaptaron de una manera diferente, en Isabel, por ejemplo, hay una subespecie que tiene el caparazón como una silla de montar inglesa, que antes se llamaba galápago”. “Aaaahhhhhhhhh”, exclama el grupo en una larga exhalación. No importa cuántas fotos haya visto e información haya
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del grupo rayas, tortugas y los peces más extraños. derecha: Entre las aves endémicas del archipiélago se destacan las fragatas de buche colorado, albatros, piqueros de patas azules, pinzones, garzas enanas, golondrinas y pingüinos de Galápagos.
remo, pero nunca estuve en el continente. Un poco me asusta, pero sueño con ir a la Amazonía, construir un catamarán, recorrer el río Napo hasta Belén, y salir por el Atlántico. Sandro convida una bolsita de maní japonés y vuelve en una corrida hasta su novia. Tal vez le proponga escaparse con él a Brasil. Tal vez es hora de volver a casa: mamá cocina la cena. La noche es tranquila en Santa Cruz, hay luz en algunos barcitos playeros de la principal y la mayoría elige ir a dormir temprano (dicen que la movida está en la isla Isabel, donde hay más surfers y mochileros). Pero hay una calle que no tiene descanso, que, sea la hora que sea, tiene olor a marisco frito, alguna radio con música bochinchera, y gente comiendo y tomando rico. No tiene nombre, pero es fácil de encontrar: todos saben llegar a “los kioscos”, donde se puede comer langosta a la plancha por US$ 16 y cocada de pescado por US$ 5, entre otras delicias supercalóricas.
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De isla en isla Hay distintas maneras de recorrer las Galápagos. La más tradicional es en crucero, navegando de noche, excursionando de día; otra opción es hacer tours por el día; y una de las últimas propuestas, mucho más económica, es el “island hopping”. Así, saltando de isla en isla en lanchas que cobran US$ 25 el viaje, se puede salir de Santa Cruz para conocer y dormir en Isabela, Fernandina y San Cristóbal. Pero para ver los piqueros de patas azules y las fragatas de buche colorado en Seymour Norte, o los lobos haciendo fiaca en las arenas harinosas de Mosquero, no queda otra que contratar una excur-
sión en barco (US$ 160, endlessexpeditions.com). El Misamiras sale del Puerto Itavaca a las nueve y poco de la mañana cargado con patas de rana, toallones y almuerzo para dieciséis. Al rato de navegar, una pareja de biólogos chilenos se pone un poco ansiosa: que cuándo llegamos, que si ya falta menos, que aceleren así llegamos a ver el coqueteo mañanero de los pájaros. El resto mira el mar bajo las alas de sus sombreros de paja toquilla, se hace una idea de lo que es la buena vida, se lo deja creer por el rato. La tripulación se encarga de que nadie sufra sed ni hambre, ni mucho menos. Para el desembarque, los guías evitan resbaladas con telas en la proa y en las rocas húmedas. Este salto es lo único un poco adrenalínico del paseo, el resto es una vuelta a la manzana entre los pichones de piqueros y nidos de fragatas. Y eso que Seymour Norte mide 3 kilómetros cuadrados, porque la próxima isla en el itinerario, Mosquero, es una playa de 800 metros, mejor dicho, casi 800 metros. En Seymour no da para entrar al agua, el guía dice que los lobos machos se ponen celosos, que por las dudas aguantemos un rato más. La última parada es en Bachas, al norte de Santa Cruz, y la consigna recomendada para el resto de la tarde es hacer snorkel entre los arrecifes: en quince minutos desfilaron ante las antiparras del grupo rayas, tortugas y peces de todos los colores, formas y tamaños. Los biólogos nadaban con los ojos desorbitados hasta que, de repente, como si el cielo se hubiera cubierto de nubes, el agua se oscureció y mil pájaros locos se hundieron como flechas para pescar su cena. Galápagos es así: impredecible, surrealista. Abril 2012
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