El caribe en Brasil

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Supping coffee in a booth at 1880s-era Café Sperl. right The Rococo Great Gallery in the palace of Schönbrunn features ceiling frescos of Empress Maria Theresa by the Italian artist Gregorio Guglielmi

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Su historia negra y los mares de cachaça explican por qué la Señora de los Placeres es la patrona de Maceió. Y un poco más al norte, en Maragogi, piletas naturales y las playas más caribeñas de Brasil. texto y fotos constanza coll

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pocos kilómetros del aeropuerto de Maceió, pero en el siglo XVII, el Quilombo Dos Palmares fue una comunidad de africanos prófugos de los campos de caña de azúcar y algodón, donde Dios no era cristiano y cada mujer podía tener cuantos hombres quisiera. Con Zumbi como líder, un hijo de esclavos que tuvo la suerte de crecer bajo la capa de los jesuitas, este quilombo resistió 64 años y llegó a alojar más de veinte mil personas. Por eso el nombre del aeropuerto, "Zumbi Dos Palmares", y por eso los rituales del candomblé, el arte del capoeira y las recetas del continente negro echaron raíces tan profundas en esta parte caliente de Brasil. Estamos en el Estado de Alagoas, entre Recife y Salvador, donde la temperatura promedio es de 27 grados centígrados y el mar turquesa le hizo fama de “caribe brasileño”. A más de un siglo de la Ley de Vientre Libre, los hijos de los hijos siguen cosechando la caña de azúcar manualmente y en un terreno muy irregular, trabajo que se paga 2,50 reales la tonelada. Según el guía de nuestra excursión a la playa, Osman, un buen cosechador tira la toalla a la sexta tonelada del día. La mata atlántica retrocede ante la caña y se protege en algunas hectáreas de reserva natural, es un mal necesario para la supervivencia de Alagoas: la caña es energía, combustible (bioetanol), cachaça, endulzantes, jugos, mieles, fertilizante, alimento animal, entre muchos más derivados. La ruta del 48

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litoral por la que vamos, la AL 101 en dirección Sur, trepa morros, se mete en la mata y entre los campos de caña y, de pronto, descubre el paraíso que vinimos a buscar. Dícese de “praias abrigadas” a aquellas playas protegidas por el arrecife de arenito con calcáreo y coral más grande del país, de 132 kilómetros de longitud, que ocupa ambos estados de Alagoas y Pernambuco. Ubicada a 12 kilómetros de la ciudad de Maceió, la Praia do Francês es nuestra primera parada, y quisiera que fuera la última: el mar es dócil y está casi a temperatura ambiente, hay palmeras cocoteras (importadas de oriente), bares que venden caipirinha de maracuyá y platos de langosta a 20 reales, hay samba, zungas y jugo de caña, claro. No por cualquier cosa, la patrona de Maceió es la Señora de los Placeres, más conocida en otros países como Señora de la Alegría. Osman, que nació acá pero vivió varios años en Montevideo, explica en tono picaresco el cambio de rótulo: “Para nosotros, brasileños, toda la alegría del mundo se reduce a los placeres del cuerpo, a las mujeres, a un buen plato de camarones, a la cachaça y la cerveza con velo de novia, bien helada”. Alagoas tiene 230 kilómetros de costa con más de 20 playas, la segunda mayor producción de caña de azúcar después de San Pablo y el primer presidente de la República de Brasil, Marechal Deodoro da Fonseca. Uno de cinco hermanos, héroe en sucesivas batallas y en la Guerra de la Triple

En esta página: Lockers junto a la Praia dos Carneiros, a una hora de Maragogi. Enfrente, como el reloj: Fotógrafo de la excursión a las piletas naturales de Maragogi; el plato de langostas se vende a R$ 20 sobre la ruta; con 132 kilómetros, la barrera de coral entre Alagoas y Pernambuco es la más larga de Brasil; la Irmã Marlene lleva 25 años cocinando bolo de goma.


especial

La Fazenda Marrecas ofrece paseos a caballo por la mata, senderos ecológicos y cachaça casera. Abajo: Pescadería sobre la Orla de Maragogi; pesca con red junto a las Dunas de Marapé; interior de iglesia en Marechal Deodoto.

Alianza, lleva su nombre la antigua capital de Alagoas: Marechal Deodoro. En sus calles angostas hay construcciones del siglo XVIII, iglesias para blancos, negros o mulatos, la casa azul y blanca donde nació el ex presidente sobre la Calle de los Muertos y el Convento de San Francisco, de estilo barroco tropical. Después de esta escala cultural, el público se amotina en la combi y pide más playa, así que Osman, para calmar la sed de coco y mar, promete otra de sus favoritas, Dunas de Marapé. A diferencia de la Praia do Francês, esta es una institución privada, sin vendedores ambulantes, con horarios de entrada y salida y consumición obligatoria. Si bien la playa en sí es pública, para llegar hay que cruzar un río en unos lanchones que dan servicio hasta las tres y media de la tarde. Por lo que cuenta Osman, después de esa hora no queda nadie, el sol empieza a bajar y la gente se vuelve a su casa. Es cierto que al estar tan cerca del Ecuador, a las 18 ya es de noche en Alagoas. El almuerzo incluido en la entrada (US$ 20,50) es buffet e incluye algunos platos tradicionales de la región, como salsa de camarón con leche de coco, carne de buey secada al sol y mousse a base de leche condensada y maracuyá. Pero si hay un producto típico alagoano, ese es el Bolo de Goma. Para ver las manos más expertas en esta masa dulce, viajamos otra vez por la AL 101 pero en dirección Norte, hacia la ciudad de Maragogi. Hoy nuestro guía se llama Saulo, tiene 31 años, nació en Recife pero elige vivir en Maragogi, el segundo destino turístico de Alagoas,

Frente del Convento de San Francisco, que data de 1783. Noviembre 2013 Lonely Planet Traveller

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V IE N N A c i t y b r e a k

hay palmeras cocoteras, caipirinha, langosta, samba, zungas ... la patrona de

Monos en las Dunas de Marapé; atardece en la Fazenda Marrecas; snorkeling y fotos subacuáticas en las Gales de Maragogi; la amplia Praia do Franxces.

casi casi en Pernambuco, a 140 kilómetros de Maceió. Dice que acá es mucho más seguro y tranquilo, que no se usan llaves en las puertas y que no recuerda cuándo fue el último robo a un extranjero. Saulo visita regularmente a la Irmã Marlene, que aprendió a cocinar con su abuela y vive del bolo de goma hace un cuarto de siglo. No solo ella, sino sus sobrinas y hermanas, siete en total, todas sentadas alrededor de una mesa llena de bandejas y utensilios para darle forma a las macitas cual artesanía. La receta lleva almidón de mandioca, leche de coco, margarina, huevos, azúcar y sal, así de fácil, pero Marlene no quiere revelar las proporciones ni el paso a paso. Esta mujer empezó vendiendo en las playas y hoy, con la ayuda de las otras seis, cocina 120 kilos de “sequilhos” por día, uno por uno. Vienen en distintos tamaños y formas de caracoles, algunos decorados con chocolate o dulce de guayaba, y tienen cierta reminiscencia a las tapitas del alfajor de maicena para el paladar argentino. Los 200 gramos cuestan cuatro reales y se consiguen en varios locales de Maragogi y en el aeropuerto de Recife. El patio de su casa, donde funciona la empresa familiar, es una playa angosta con palmera y todo, sale a tomar aire de mar: “Este es el bolo de goma tradicional, ahora también se hace en fábricas al por mayor, pero no es lo mismo”. Y es cierto, en las bolsitas de sequitos que vende Marlene no hay uno igual a otro, hay más grandes, más chicos, alguno más tostadito que otro. ejamos lo mejor para el final, la diva, la atracción principal de todo el Estado de Alagoas: Gales de Maragogi. En cada Luna nueva y llena, la marea baja y se forman unos piletones naturales, como laberintos de coral, repletos de peces de colores, amarillos, azules, rosas, plateados, a rayas o con lunares, bien curiosos y otros más tímidos, que deambulan libres en una especie de pecera gigante súper decorada. Claudio es el capitán del catamarán que nos lleva a las piscinas, usa lentes espejados y camiseta de mangas largas que lo protegen del sol. Hace este mismo trayecto de veinte minutos todos los días que la Luna permite, lo único que va cambiando es el horario, porque la bajamar se

va corriendo de a una hora cada día. Una vez que apaga el motor y tira el ancla por la proa, Claudio advierte a los turistas: “Tenemos una hora y media para estar acá y recuerden que está pro-hi-bi-do alimentar a los peces”. Un oficial de la policía, con gorra, silbato y el agua hasta la cintura, controla que todos cumplan las reglas de Gales. A pesar de estar a veinte minutos de motor de la costa, bajo la escalera del catamarán y me meto al agua de un saltito prudente. El mar me llega al ombligo, está más tibio que afuera –Claudio me había adelantado que el sol calienta el agua enseguida–. Hay más de quince embarcaciones alrededor de las piscinas, y con ellas, toda la gente

que traen. La escena es un poco ridícula: todos llevamos puestas máscaras y snorkeles de algún color flúo (se cobra aparte: US$ 4,50), como vamos mirando para abajo, metidos en semejantes escafandras, nos damos patadas, colazos, nos chocamos, torpes. Es evidente que el agua no es nuestro hábitat natural, mucho menos para los más blancos, fucsias cuando se cumple la hora y media y suena la bocina que anuncia la retirada. De vuelta, mirando el mar turquesa por la popa, pienso que Brasil tiene gran parte de la selva Amazonas, Rio de Janeiro, samba y el mejor carnaval, todas las frutas, ciudades coloniales y cosmopolitas, caipirinhas, gente linda y la versión sureña del mar Caribe.

top left The Friedensreich Hundertwasser-designed waste-incinerating plant Fernwärme Spittelau. top right The undulating, irregular frontage of the Hundertwasserhaus. above Otto Wagner’s Vienna Secession-styled Karlsplatz station building

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