Fernando de Noronha

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Nunca Jamás La isla de

Fernando de Noronha es un archipiélago lleno de mística. Sus playas lideran los rankings brasileños, invitan a nadar entre delfines y tortugas gigantes y solo aceptan a 600 turistas por vez. El encanto de la exclusividad. texto Constanza coll

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fotos NICOLÁS ANGUITA

Morro do Pico, en Praia do Cachorro, funciona de faro para los navegantes.

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5 1. Los buggies te llevan a lugares inhóspitos. 2. Morro Dois Irmãos es la postal más clásica. 3. Flores coloridas en los jardines de Noronha. 4. Las playas de la isla aparecen entre las mejores de Brasil. 5. Danza maracatú. 6. Típica moqueca nordestina. 7. Sol y tatoo. 8. Retrato subacuático de una raya.

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omados de las manos, somos parte de una ronda que se expande hacia adentro y hacia afuera, que gira en una espiral de risas, miradas cómplices, piernas curtidas por el sol y una danza desconocida, natural, carnavalera. No hay poses, a ninguno le preocupa la precisión de los pasos, solo nos dejamos llevar por el ritmo del maracatú en los tambores, música típica pernambucana, de alma africana y corazón brasileño. Por un instante, somos todos iguales, hombres y mujeres vaciados de prejuicios, desnudos de pasado y de futuro. Pero, de pronto, hay algo que resuena como un eco en las gargantas de algunos cuando gritan la letra de esta canción: “Já faz tempo que eu sai de casa / Pra viver no mar”. Eufóricos y aliviados al mismo tiempo, cantan a la libertad, a los dioses y a la isla, a Fernando de Noronha, el lugar que eligieron para quedarse. 96

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El cielo es diferente en medio del Atlántico, a 500 kilómetros de las playas de Recife, en el continente. Más oscuro sí, pero también repleto de estrellas y una Luna que dibuja los relieves en la arena y el contorno perfecto de Morro do Pico, una piedra inmensa visible desde cualquier punto de la isla, referencia para los navegantes. Este es el cielo del océano, de las tierras lejanas, de un oasis natural con el que muchos sueñan y al que algunos se animan. Rafaela Cosmo tiene 25 años y un afro detrás de un pañuelo que se ata con un moño firme en la nuca. Nació en un pueblito cerca de Natal y llegó a Noronha persiguiendo un firmamento como este. Le dicen Estrela, cocina en la Posada Mar Aberto y canta mientras barre la galería, cuando sirve el desayuno y las veces que la invitan a compartir su voz clara en Muzenza o en Bar do Cachorro, las opciones nocturnas

en el centro histórico. “Probé vivir en Rio de Janeiro, pero no soy buena para las ciudades; me crié en la playa, estoy acostumbrada a ver cómo se esconde el Sol y cómo sale la Luna todos los días, y a bañarme en el mar cada mañana”, dice apoyada sobre la baranda, mientras espera, paciente, a que pare la lluvia para poder irse a casa. A Estrela no le gusta planificar, pero pretende quedarse mientras la isla se lo permita: “La gente habla de euforonha y de neuronha, la primera es la etapa de la alegría plena, yo estoy en ese momento y espero que sea infinita, no dejé a nadie atrás, nada que me reclame, hoy puedo y sueño con pasar el resto de mi vida acá. Pero sé que a muchos les llega esa segunda sensación, la neuronha, como una nostalgia por la tierra de uno y por su gente, una tristeza infinita que te expulsa, que te hace volver. Noronha no es para todos”.

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brasil Equilibrio en la Praia do Cachorro. Desde hace 35 años el Projeto Tamar se ocupa de proteger las tortugas marinas, y tiene sede en Fernando de Noronha.

Las islas tienen un mística especial,

por estar lejos de todo y rodeadas de agua, por la dificultad para llegar y para irse de ellas, por su pasado, porque muchas veces pueden hacernos sentir extraños, intrusos. Fernando de Noronha es un archipiélago de 21 islas, una de ellas habitada, la mayor, de 17 kilómetros cuadrados. El resto es un Parque Nacional Marino desde 1988, una reserva de vida intocable que protege peces, delfines, tortugas, rayas y tiburones. Pero la magia en este caso no se reduce a lo que pasa debajo del mar, sino que también tiene que ver con la historia de la humanidad en la isla, los siglos en los que el mundo la usó como cárcel para criminales, gitanos, candombleros y presos políticos de la dictadura. Esta tarde, en el Fuerte Nuestra Señora de los Remedios, Rafael y Bárbara tienen la misión de contar los delfines rotadores que pasan por la costa norte de la isla. Voluntarios, se pasan las horas en este lugar al que muchos locales no se atreven: “Hay espíritus entre estas paredes, pasaron cosas muy feas y eso no los deja ir, pero yo creo que están por toda la isla, no solo acá”, dice Rafael sin miedo al ridículo, con los ojos clavados en el mar. Fernando de Noronha fue bombardeada e invadida sucesivas veces por holandeses, franceses, ingleses y portugueses. Y más adelante, en el siglo XIX, fue una base estratégica entre los continentes: un dato curioso es que por Noronha pasa el tendido de un cable telegráfico transoceánico, de 2.735 kilómetros, que habría conectado Italia con Praia da Conceição en Noronha y Cabo Verde en África.

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"Casi todo Noronha es Parque Nacional Marino, una reserva de vida intocable que protege peces, delfines, tortugas, rayas y tiburones”. Diciembre 2014 Lonely Planet Traveller

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Además de hacer música, este bajista alquila tablas de surf. Izq.: Las playas de Noronha son escenario de campeonatos internacionales de surf. Aguas cristalinas en Bahía de Sancho. Platos del Festival Gastronómico de Zé Maria. El cielo en las islas muestra una multitud de estrellas.

Las casas

en Noronha no están junto al mar, salvo una, en la Playa de Cachorro, construida en 1700 para hacer las veces de puerto y casa de apoyo durante la construcción de Vila dos Remédios, actual casco histórico de la isla. Ahí vive, junto a su mujer, Manuel Cachorrão Galdina Alves, más conocido como Cachorrão, nombre que consiguió agregar a su documento tras una pequeña lucha burocrática. Llegó a Fernando de Noronha hace 26 años en comisión de trabajo, cuando era funcionario en el Ministerio de Agricultura de Recife, y ya no pudo irse. Se hizo buggero (guía de turismo en buggy), y consiguió esta casa para traer de la ciudad a Lilian y alojar a los dos hijos que vendrían. Tal vez como un homenaje a esta casa, a esta playa, a la isla en general, con motivo de un carnaval se puso por primera vez y para siempre una correa de cuero alrededor del cuello, se hizo una cresta de color fucsia en la cabeza y empezó a ladrar: “No extraño nada de la ciudad, a veces me olvido que existe aquel mundo, guau, acá... –señala la playa que lo rebautizó, mira a la mujer que ama– no me falta nada, ¡guau, guau!”. De marzo a septiembre, la marea se aleja de la casa y cubre las piedras con arena blanca. En esos meses, Lilian arma unas mesas en la playa y cocina “simple pero gustoso” para los que llegan. A ella no le gusta el look perruno de su marido, prefiere el estilo del hombre con el que se casó en el ‘78, pero sabe muy bien que esa persona ya no existe. 100 Lonely Planet Traveller Diciembre 2014


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Olas para surfear en Cacimba do Padre. Los delfines acompañan las embarcaciones con turistas. A Bahía de Sancho se llega a pie, por escalones en un acantilado de piedra de 40 metros de alto.

Bahía de Sancho, elegida la mejor playa, está rodeada de acantilados verdes, mar turquesa y corales en el fondo. Si todo Brasil a las 21 hs. se detiene para ver la novela del canal Globo, Fernando de Noronha no es Brasil. Quien vive en la isla sabe cómo pasar las horas en la naturaleza, pesca, surfea, anda en bicicleta, rema, nada, escala, cuenta delfines. Y al caminar por las calles del pueblo es fácil coincidir con varios ensayos de bandas de reggae, bossa nova o música popular brasileña. De paso para la playa de Conceição, en la puerta de un local que alquila tablas de surf (US$ 12 el día), Wilker Brasileiro practica unos punteos en el bajo. Es el único bajista de Noronha, “el mejor de la isla”, bromea, ajustándose la gorra con visera, parte de la banda Capim Açu, referente del reggae local. Tiene una hija de 4, Liza, que toca el piano mientras él cuenta su historia: “Llegué hace ocho años para trabajar en posadas, después me hice instructor de 102 Lonely Planet Traveller Diciembre 2014

buceo y ahora alquilo tablas y tengo un lanchonete con mi familia. Pero todo eso fue una excusa, las formas que fui encontrando para quedarme y poder componer con esta vista...”. Desde el estudio de grabación que construyó en madera con la ayuda de los amigos, se ve los veleros en el puerto, el Morro do Pico, y se escucha cómo rompen las olas que Wilker surfea todos los días: “Me asomo por acá y ya sé cómo está el mar, si da para bajar o mejor me quedo haciendo música”. Wilker pone el último disco de Capim Açu, Liza le pide el tema que a ella le gusta y empieza a cantar: “To be rasta / to be rasta / to be / to be”.

Esta noche

cenamos en Zé Maria, uno de los restaurantes más tradicionales, una de las posadas más exclusivas.


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La rutina artesanal de los pescadores forma parte del paisaje local. Recomendamos probar la moqueca mixta, de pescado y mariscos, en los restaurantes del pueblo.

Como todos los miércoles, hoy hay Festival Gastronómico, que consiste en un buffet libre con los 138 platos de la carta, presentados por el propio dueño, micrófono en mano. Desplegados a lo largo de una gran mesa, entre los clásicos de la isla se destaca un pescado en hojas de bananero, camarón a la crema de calabaza y a la leche de coco, paella con todos los frutos de mar, torta de langosta y bacalao. Pero también hay preparaciones de inspiración internacional, como un ceviche de salmón y naranja, variedad y cantidad de sushi, ensaladas, carré de cordero y cuscús temperado. “Les garantizo que no va a faltar nada, si no, les regalo una semana de estadía en Zé Maria”, promete con una voz ronca, pasada de rosca, de alcohol, de fiesta –después diría 104 Lonely Planet Traveller Diciembre 2014

que la afonía era consecuencia de una fiesta que había hecho para 1.800 personas, por querer conversar con cada uno de sus invitados–. Descendiente de árabes, José Maria Sultanum tiene el pelo largo y canoso, atado en una colita baja, una panzota que exhibe con orgullo, 12 hijos de 8 mujeres diferentes y una cara redonda que aparece en el menú del restaurante, tallada en la entrada del hotel y en la cuenta a pagar, por mencionar algunos: “Hace 27 años que cocino en Noronha, empecé porque no había comida ni dónde comer, y la gente que venía pagaba lo que quería o lo que podía. Esto que ven ya no es Zé Maria –se señala el pecho–, esto es un personaje que trasciende a la persona, como Walt Disney y Mickey Mouse. Esto se volvió un negocio”. Se define espiritista y

loco pero controlado, asegura que hace por lo menos el 90 por ciento de lo quiere. Al final de la noche, después de otro manjar masivo de postres, arranca el karaoke, y el anfitrión baila en el centro de la ronda.

En la isla pueden entrar hasta

260 personas por día, con un total máximo de 600 turistas. Este número, repartido en el perímetro de playas, hace de muchos rincones de Noronha lugares paradisíacos, vírgenes. Quatro Rodas, la guía de viajes más importante de Brasil, otorga cinco estrellas a solo cuatro playas del país, y tres de ellas están acá. Como parte del paseo Ilha-tour (US$ 35 por persona), vamos a conocer a la imbatible, la única, la múltiples veces ganadora del puesto Número 1: Bahía de Sancho.


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Fernando de Noronha es un destino elegido por muchos que quieren iniciarse en el buceo. Al atardecer, las aves de la zona pasan con vuelo rasante.

Ya desde el mirador se ve una bahía perfecta, rodeada de acantilados verdes, mar turquesa y corales en el fondo, siete personas caminando, tres haciendo snorkeling cerca de las piedras y un par de árboles con sombra fresca sobre el costado izquierdo. Eso nada más y nada menos, lo justo. Cacimba do Padre, Leão, Bahía dos Porcos, Boldró, Golfinhos y hasta las playas del centro, todas aparecen en distintos rankings, tanto en los publicados por guías y revistas como en los que elaboran locales y visitantes. Muchas de ellas se pueden conocer también desde el agua, en paseos en barcos que salen del puerto y recorren la costa norte de la isla hasta la Ponta da Sapata, un hueco en un acantilado que tendría la forma de una langosta, o del mapa de Brasil, según la versión que se prefiera. El gancho para hacer estos paseos embarcados es la casi garantía de ver delfines. En nuestro caso, después de una hora de navegación y ya volviendo a puerto, a punto del reclamo, dimos con una familia de cuatro que se cruzó por debajo del barco y apareció en la proa con otros cinco. Es imposible precisar cuántos delfines llegaron a rodear el barco, era una emboscada, nos acompañaban a babor y a estribor, y por la popa también. “Debe haber unos trescientos”, estimó sin reparos el capitán, acostumbrado a estos amontonamientos de vida subacuática. Sobre el timón, sus brazos hablan por él; en el derecho tiene tatuado el fondo del mar, con mucho azul, un tiburón, algunos peces y una tortuga; y en el brazo izquierdo, luce para siempre la silueta de la isla. 106 Lonely Planet Traveller Diciembre 2014


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