especial islas y playas
perfecto Binomio
Saint Martin
Una hoja de ruta por la versión francesaholandesa de una isla caribeña. Bailá reggae bajo la Luna, comé foie gras como en París y descubrí el tropicalismo bajo el mar de Pinel. texto constanza coll
88
Lonely Planet Traveller Noviembre 2014
fotos sint maarten y constanza coll
Noviembre 2014 Lonely Planet Traveller
89
especial islas y playas
L
os pies se hunden en la arena fresca y permiten un paso básico de reggae, con un mínimo rebote en las rodillas y un poco más de acción en el torso y los brazos, que van y vienen acompañando la base del bajo. El micrófono ahora está dominado por una negra de Dominica que usa un rodetón de rastas envuelto en un pañuelo de colores, una musculosa apretada sobre las costillas y una voz cascada que le sube directo del corazón y le explota en la garganta. En un bar sin pretensiones sobre la calle Gran Case, con techo pero sin paredes que frenen la brisa del mar, una pequeña multitud baila, toma, fuma, todo junto, y afuera algunos respiran el aire fresco y charlan junto a una fogata. En Sint Maarten y en Saint Martin, esto es, tanto del lado holandés como del lado francés de esta isla caribeña, las fiestas de Luna llena convocan de boca en boca y ocupan sucesivas playas por todo el perímetro. Todos son bienvenidos sin condiciones, si es necesario se maneja hasta quince minutos para cruzar la línea de frontera, imaginaria, libre, como quien cruza una calle, se estaciona donde haya música, se busca una cerveza y a clavar los pies en la arena para sumarse a aquel paso básico de reggae. Baptiste, de 30 años, escuchó la música desde la bahía donde está fondeado su barco y se acercó, con lo que tenía puesto y un par de euros en el bolsillo. Llegó hace dos semanas directamente desde Francia. Vendió todo lo que tenía, compró un velero de los años ‘60, se hizo a la mar y cruzó el Atlántico en 18 días: “Hubo alguna tormenta, afuera y adentro del barco, porque viajé con tres tripulantes más, uno amigo, los otros, totales desconocidos. Pero valió la pena…”. Ahora, bajo la luz plateada de la Luna,
Sin retoques: el agua en St. Maarten es así de turquesa; Abajo Música y fogatas en la playa bajo la Luna llena; mercadito de artesanías en la isla Pinel.
especial islas y playas
En un bar sobre la calle Gran Case, una pequeña multitud baila, toma y fuma, todo junto. Baptiste se debate entre seguir la ruta que había planificado originalmente hacia el Canal de Panamá, o mejor busca una casita donde poner el mismo restaurante que tenía en París, ahora en el paraíso. Como esta, son muchas las historias de personas que llegan para una semanita de vacaciones y terminan ajustando todas las variables de la vida para poder saborear la verdadera espuma de los días. Los escalones son altos y muchos hasta el Fort Saint-Louis, pero el guía prometió la mejor vista de toda la isla, con la ciudad de Marigot y sus marinas, la laguna de Simpson Bay y hasta la isla de Saint Barth en el horizonte. Este fuerte fue construido por los franceses para defenderse de las sucesivas invasiones de españoles, portugueses e ingleses. Finalmente, los 88 km² que ocupa la isla fueron divididos entre Holanda y Francia, que consiguió la porción más grande. Cuenta la leyenda que los franceses convidaron a los holandeses un banquete con los platos más exquisitos, delicias que los invitados no supieron rechazar, y después de la comilona, dispusieron al mejor atleta de cada parte a ponerse espalda contra espalda y correr lo más rápido posible hasta encontrarse del otro lado de la isla y así definir la línea divisoria. Hay otra versión de los hechos más feliz para los holandeses, quienes argumentan que a ellos les interesaba la sal que había en la parte sur de la isla, y que los franceses se dejaron seducir por la belleza –mucho menos rentable– de los valles en la parte norte. Lo cierto es que la frontera no exige visas, tasas ni pasaporte, así que la gente se cruza de un lado al otro permanentemente: hay quienes viven de un lado y trabajan 92
Lonely Planet Traveller Noviembre 2014
Al agua de cabeza y sin dudar; el slogan de St. Maarten en la patente de un auto: “La Isla Amigable”; mercadito de especias en una calle del lado francés, vista de las marinas, los techos y la laguna interna desde el Fort Saint-Louis.
especial islas y playas Una de las vistas desde el Fort Saint-Louis. Abajo Pileta de horizonte infinito; tabla con los horarios de los vuelos en Maho Beach; cartel de advertencia junto a la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional Princess Juliana.
del otro, quienes tienen negocios en una, otra o ambas partes, compran en los mercaditos franceses y venden en los freeshops neerlandeses de Philipsburg… en fin, en San Martín –para hablar de la isla como un todo– aceptan tanto dólares como euros, se habla francés, holandés, creole y papiamento, pero inglés sin excepción, ya que, si bien responden políticamente a Europa, comen de Estados Unidos. Hay una postal que identifica a San Martín y la diferencia de cualquier otro destino caribeño, una foto que se repite mil veces al googlear el destino y que no tiene nada que ver con aguas cristalinas, palmeras o cócteles a base de ron. En Maho Beach, alquilar una sombrilla es ampliamente más caro que en cualquier otra playa de la isla (¡US$ 20!), una clara evidencia de que en este lugar sucede uno de los atractivos turísticos más importantes: ver cómo aterriza un Boeing 747 al ras de tu cabeza. La pista del Aeropuerto Internacional Princesa Juliana (SXM), construido en 1942 con fines militares, empieza a solo 25 metros de la
playa pública. Y esto, lejos de espantar al turismo, se convirtió en un must para todos los que llegan a estas calurosas latitudes. Así, promediando el mediodía, los autos y motos paran el “tránsito” en la callecita que separa la playa de la pista, la tribuna en bikini se ajusta los sombreros y los lentes de sol, y todos se disponen a recibir el huracán de viento y arena que provocan las turbinas de semejante avión. Sobre el costado izquierdo de la bahía, Sunset Bar & Grill ofrece una pizarra con forma de tabla de surf que indica los horarios de todos los vuelos, destacando en color fucsia el regular de Air France, que hoy llega a las 14 horas. Desde la barra y con un mojito en la mano, el espectáculo es por lo menos bizarro: la arena se arremolina, la gente grita con las manos sobre las orejas y la nave se acerca como un ave rapaz, deja en sombra la mitad de la playa y despliega su tren de aterrizaje como si fuera a cazar los especímenes más altos y suculentos en su campo de visión. Cuando pasa, todas las copas arriba y un brindis sordo por el show.
Las diferencias culturales entre los caribeño-franceses y los caribeñoholandeses –porque casi no hay europeos al cien por ciento de este lado del Atlántico– se hacen más claras en la medida en que avanzan los días y uno ve que las chicas toman sol en topless solo en la superficie gala, que el patio cervecero se diversifica en los bares de bandera holandesa, que de un lado los enchufes tienen dos patas redondas y del otro, dos patas rectas, que en el mercado los franceses gourmand compran foie gras, pato y quesos con hongos, mientras que el changuito holandés está más americanizado. Con 40.000 personas viviendo en la parte norte, otras tantas en la parte sur, y sabiendo que el 85% de los ingresos de toda la isla está ligado al turismo, se entiende que haya, al día de hoy, 365 restaurantes en San Martín, con propuestas inspiradas en las gastronomías más diversas y platos que cuestan de 10 a 100 dólares. Entre ellos se destaca Le Pressoir, “La Prensa” en francés, porque era la forma en que se extraía la sal, tan
especial islas y playas
Albin Malguy (izq.) es mesero en el bar Karibuni hasta fin de año, después sigue su viaje por Latinoamérica. Abajo “Liberté, égalité, fraternité” en el tatuaje y la bandera de Francia.
Peces loro, corales de fuego, erizos y rayas bajo el mar de Pinel abundante en esta isla que los pueblos originarios la llamaban Soualaga, Tierra de la Sal. Le Pressoir ocupa una de las casas más antiguas de Marigot, construida en 1879, y su dueño desde hace 15 años es el francés Franck Mear. Después de estudiar para ser chef en escuelas de Bretaña y trabajar en prestigiosas cocinas inglesas, llegó a la isla para quedarse y aprovechar los sabores del mar y la tierra caribeños con las técnicas que aprendió en Europa. “Empecé a cocinar con 16 años, como por inercia, porque mi papá y mi abuelo eran chefs, después quise rebelarme y hacer otra cosa, pero cuando te corre por la sangre… esto no es trabajo, es puro placer”, dice Franck señalando el primer plato que trae a la mesa, y lo enuncia: “Dúo de patas de rana y almejas en una salsa suave de ajo”. Bon appétit! (cubierto promedio con vino de la casa: € 50, lepressoir-sxm.com). Las islas tienen algo, y tal vez por eso, una de las playas más lindas de Saint Martin es en Pinel, una islita a la que se llega en quince minutos de lancha desde el puerto Cul de Sac y que se camina en el tiempo que pasa desde que pedís una cerveza helada hasta que te la traen. Karibuni es uno de los dos bares que hay en Pinel, construido antes de que se convirtiera en reserva natural y marina. Su dueño, el español Erick Clement, llegó
acá con su mujer después de vivir dos años en Portugal, otros dos en Kenia y navegar por el mundo: “Viajamos mucho y por lugares muy lindos, pero cuando llegamos a Saint Martin, supimos que era el lugar para quedarnos y criar a nuestra hija, Bamboo. Es el paraíso mismo, pero también por la gente, que es muy mezclada y tiene ese espíritu caribeño, siempre de buen humor”. Pinel puede parecer muy pequeña en la superficie, pero con un equipo de snorkel se puede descubrir todo un mundo bajo el agua. Isabelle Bonnefoy es bióloga marina, oceanóloga, y desde hace cuatro años democratiza sus conocimientos en guiadas por un sendero submarino junto a una barrera de coral. Pinel es considerado uno de los mejores spots de buceo y snorkeling de San Martín, con por lo menos cuatro zonas en las que se puede ver peces tropicales como el trompeta y el loro, corales de fuego, erizos de mar, rayas y calamares, por mencionar algunos (ecosnorkeling.com). No podía ser de otra manera, llegamos a este punto y había que hablar del mar, siempre en la temperatura justa, turquesa, cristalino, como un espejo con leves ondulaciones que te hamacan en un hechizo de amor eterno, ese mismo que conquistó a todos los personajes de esta nota, incluida la que escribe.