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LA ILUSIÓN HUMANA DE UN TIEMPO LINEAL

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Me gustaría poder decir que soy de esas personas sabias, contentas con el pasado, satisfecha de saber que todas las piezas de mi vida están acomodadas en su lugar, y genuinamente convencida que el universo es perfecto. A diario me lo recuerdo, y mi camino va hacia esa dirección.

Pero entre saberlo y vivirlo, hay una, o muchas, vidas de diferencia. Todo pasa para bien, incluso las cosas dolorosas. Lo sé, lo entiendo, y en el fondo, mi alma lo tiene claro. Pero mi mente humana a veces lucha con ese principio divino.

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sta es una reflexión que he evitado por años, porque sería un pozo sin fondo. Quisiera tener los hilos para mover mi existencia con calma; y quizás más que cambiarla, me gustaría guiarla, con pausas y suspiros, al lugar preciso. En ocasiones, mi mente dice “para la próxima haré esto o aquello…”. Y después, veo todo acomodado, todo en su lugar, como un cuaderno de apuntes recién pasado en limpio. Claro, desde mi perspectiva.

Una vez con las riendas en mis manos, empiezo esta reflexión por lo más cercano: me gustaría poder dar un abrazo más, una mirada más profunda; me gustaría tener más instantes de ésos que detienen el tiempo en la presencia consciente de dos seres que se miran. Me hubiera gustado darte más de mí, papá, y saber toda tu humanidad antes de tu partida, para honrarte en vida y ser la transmisora de tus historias. Me hubiera gustado una despedida más larga, una vida más llena.

Llenaría mi vida de más amor, más diversión, más bailes y cantos en la regadera, más risas y menos enojos. Más tolerancia y menos reglas, más sencillez en todos los sentidos. Regresar a lo básico y a lo esencial. Quitar de mi vida lo que no es importante, aunque le haya dedicado mucho de mi mente y de mi tiempo. Sé que no soy la única que se arrepiente por lo hecho y sobre todo, por lo no hecho. No soy la única que de pronto se siente como una espectadora, y no tanto como la protagonista, de su propia historia. Sé que no soy la única a la que se le escapan los planes y los sueños que no se concretan.

Si pudiera cambiar el pasado, llenaría de espacio el tiempo. Expandiría las horas y respiraría más los momentos vividos. Respirar… y con cada respiración viviría aún más; sabiendo que estoy viva y llenando de vida los segundos.

Vivir no es lo mismo que sobrevivir, aunque a veces se nos van los años sobreviviendo. Vivimos como si estuviéramos nadando, agotados, en medio del océano, hacia ningún lado. Si pudiera cambiar el pasado, trataría de cambiar esa imagen y tomaría más las riendas de mi navegación.

¿Y qué sería de las horas si pudieran tomarse más descansos? ¿Acaso no las pausas en una partitura dan forma a toda melodía? Si pudiera, llenaría de este recurso el tiempo universal.

Respiro hoy, y deseo poder cambiar los gritos cargados de enojo, duda y cansancio, pensando que eso era educar. Esas veces en que mis reacciones obedecían al temor de la energía pura y desbocada de un niño, y de su ignorancia o incapacidad para saber dónde acomodarla y cómo encausarla. Escucharía con el alma, y con calma, sus pequeños grandes logros de cada día, y felicitaría también cada uno de sus fracasos.

Cambiaría ese ideal de perfección aplastante por una colección de errores, sin temor a cometerlos; y me reiría de ellos. Alguno abrirá la puerta a un éxito insospechado.

Jugaría a vivir, y me atrevería a cantar en todos los karaokes, haría el ridículo por el placer de sentirme viva. Bailaría cada día, y si pudiera cambiar mi niñez, bailaría en todos los concursos posibles. Me atrevería a perder. Respiro… Y en esta reflexión, cambio los juicios emitidos a todas las manifestaciones de mi ser. No sé aun si sabría hacer esto, incluso con las riendas del tiempo en mis manos. Al menos cambiaría los juicios inmediatos por treguas.

Contemplaría más cada creación de D’os, las grandiosas y las minúsculas, desde los mágicos atardeceres hasta el verde de un aguacate justo en su momento preciso, o una pequeña hormiga cargando un pedazo de hoja el doble de su tamaño para aportar a su colectividad.

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