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salimos al encuentro Animados por el Espíritu, de cada joven

Sabemos que ante un mundo de constantes cambios y grandes desafíos, los jóvenes que transitan nuestra vida tienen el derecho de ser sostenidos, acompañados y promovidos por una pastoral orgánica que atraviese su vida en sus múltiples formas. La realidad supera la idea más de una vez, y nos exige una revisión de nuestra praxis pastoral y válidamente volver a preguntarnos: ¿qué haría Jesús en nuestro lugar?

Si alguna vez nos hicimos esta pregunta seguramente la respuesta implicó modificar nuestros pensamientos, nuestras palabras o incluso nuestros gestos para que el Reino se concrete en una experiencia renovadora. A veces incluso, nos haría bien pensar ubicándonos en el lugar de Jesús o incluso del mismo Dios y validar una pregunta semejante: ¿Qué harían los jóvenes en el lugar de Dios? La costumbre y muchos prejuicios que rodean ciertos estereotipos de la sociedad adultocéntrica dan lugar a respuestas diversas y ciertamente pobres ante tanta riqueza que puede llegar a maravillarnos. Los jóvenes “son el ahora de Dios” y esta verdad no deja de convocarnos a visibilizar diversas maneras concretas de salir al encuentro de Dios en el joven y del joven en Dios.

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Sabemos que todos los jóvenes están en el corazón de Dios, y por tanto, en el corazón de la Iglesia y esta premisa nos mueve a un camino de aprendizajes, discernimiento y acciones en comunión, participación y misión. Este proceso no es simple, pero aquellos que lo llevan adelante pueden experimentar que semejante reflexión sobre una conversión pastoral es llevada a cabo por un encuentro, diálogo y comunión con el Espíritu Santo. Él lleva adelante cada acción que realizamos y debemos confiar en que llevará adelante toda acción ca Christus vivit, el Papa Francisco lo expresa claramente cuando nos dice: “Es Él quien está detrás, es Él quien prepara y abre los corazones para que reciban ese anuncio, es Él quien mantiene viva esa experiencia de salvación, es Él quien te ayudará a crecer en esa alegría si lo dejas actuar. El Espíritu Santo llena el corazón de Cristo resucitado y desde allí se derrama en tu vida como un manantial. Y cuando lo recibes, el Espíritu Santo te hace entrar cada vez más en el corazón de Cristo para que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de que emprendamos porque desde el inicio del camino inspiró cada paso que nos hace llegar profundamente animados a esta breve pausa del camino.

¿A qué animación nos referimos? En su exhortación apostóli- su

fuerza” (CV 130)

No podemos ser ajenos a esa experiencia si queremos vivir un Pentecostés permanente en nuestra vida, en nuestra comunidad o soñando en grande, en la misma Iglesia. Continuamente animados por el amor, no hay ningún impedimento que nos paralice. “Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes ternidad. En su Carta Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social, Francisco nos decía: “no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12).” (CV 15). Ciertamente nos esperan grandes desafíos en el mundo de hoy y tal vez uno muy frecuente por el que podemos empezar discernir es el desencuentro.

Podemos estar muy conectados entre sí, pero la realidad nos muestra que la cultura del desencuentro es moneda corriente y tal vez sea necesario volver una categoría que haga posible lo que algunos dicen que no lo es. Hace falta que podamos animarnos a recorrer el camino de los primeros siglos, aquél que recorrieron los santos y que muchos hombres y mujeres de buena voluntad se animan a transitar: es el camino de la fra- relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen. El más noble sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan completar. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación.” (FT 89) De esto se trata en fondo: salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Nadie nos impone recorrer este tramo del camino sino que libremente lo eligen todos aquellos que queremos que otros experimenten lo mismo que experimentamos nosotros. ¡Cuántas experiencias atesora nuestro corazón cada vez que tuvimos la oportunidad de encontrarnos en un mismo Espíritu con Jesús en el joven! No podemos correr el riesgo que amenaza nuestra pastoral y tenemos que asumir el compromiso de saber vivir en una tensión constante en la que animados por el Espíritu de Jesús, nuestra modo de ser fieles a la misión que a cada bautizado le confía es saliendo de sí. “El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).” (FT 95) Es nuestro deseo que todo lo expresado en estas líneas pueda ayudarnos a reconocernos y soñar juntos y, con la experiencia del camino recorrido, sea herramienta que ayude a quienes se animen en el futuro a seguir las huellas de Jesús, como nosotros lo estamos intentado.

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