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Espacios de resistencia. Espacios de sobrevivencia, Sandra Lorenzano

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Donatien Garnier

Donatien Garnier

Sandra Lorenzano

1. Una versión de este trabajo fue presentada en la jornada de “Arte en tránsito”, organizada por la UNESCO el 9 de mayo del 2016. Agradezco a la Directora de la UNESCO México, Nuria Sanz, la invitación a participar en el encuentro. He mantenido muchas de las marcas de oralidad que, como toda presentación, tuvo mi participación, y señalo que, en aquel momento proyecté videos e imágenes, algunos de cuyos enlaces he incorporado a

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este texto.

Espacios de resistencia. Espacios de sobrevivencia1

Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría ser el mío. El cuerpo de uno de los míos. Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre son nuestros cuerpos perdidos. Me llamo Antígona González y busco entre los muertos el cadáver de mi hermano.

Sara Uribe, “Antígona González”

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“Nadie duerme en el tren,/ sobre el tren./ Agarrados al tren/ todos buscan llegar a una frontera,/ a un sueño dibujado como un mapa con líneas de colores:/ una larga y azul que brilla como un río/ que ahoga como un pozo./ Atrás quedan los niños y su interrogación,/ las manos destrozadas de las maquiladoras/ que en un gesto invisible/ dicen adiós,/ espérenme,/ es posible que un día me encarame a un vagón.”

Éstos son los conmovedores versos del poema “La Bestia” del poeta granadino Daniel Rodríguez Moya. El poema tiene un subtítulo entre paréntesis: “The American way of death”. Un subtítulo que da cuenta de las muertes que se concentran en nuestra frontera sur. Solemos hablar mucho de la frontera norte, de los 3,152 kilómetros que compartimos con nuestros poderosos vecinos, de la famosa frase atribuida a Porfirio Díaz, “Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de Estados

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Unidos”,2 de las leyes migratorias, de las deportaciones, de la violencia de la patrulla fronteriza y los “red necks”, etc., etc., pero se nos olvida mirar hacia el sur. Como decía aquel viejo poema: “El sur también existe”. Para hacerlo evidente, el pintor uruguayo Joaquín Torres García dibujó en los años 30 un mapa otro, un mapa que puso en escena el carácter político que tiene el considerar siempre al sur abajo;3 ¿abajo de qué? De un norte poderoso, violento, dueño de los recursos económicos y apropiador de los recursos naturales. Ya lo sabemos (la verdad es que a veces me da nostalgia de las vanguardias).

La frontera sur mide 1,149 km, de los cuales 956 km son limítrofes con Guatemala y 193 km con Belice. ¿Qué sucede allí? En esa frontera que apenas ahora los mexicanos estamos empezando a mirar, los datos son aterradores: aunque no existen cifras oficiales, se estima que anualmente ingresan de manera irregular, por el sur de México, entre 150 mil y 400 mil migrantes, según las fuentes, con la intención de llegar a Estados Unidos. En su mayoría, estos migrantes son centroamericanos, sudamericanos y, en menor medida “extrarregionales”, originarios de países de Asia y África. Debido a que no cuentan con papeles, no existe un registro certero de datos. La edad promedio de la población que migra es de 26 años, y están en busca de trabajo.

Se habla de una feminización de la migración, debido a que cada vez mayor número de mujeres migra como cabeza de familia y no como dependientes de sus parejas. Las mujeres, al igual que los hombres, lo hacen para buscar nuevas oportunidades económicas y sociales que les permitan mejorar su calidad de vida.

De acuerdo con el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI), a pesar del pleno reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres migrantes en la legislación nacional e internacional, muchas que transitan por territorio mexicano no denuncian los abusos de los que son víctimas, debido al desconocimiento de las leyes o por temor a ser detenidas. Sufren agresiones físicas, abusos sexuales, secuestros, extorsiones, maltratos por parte tanto de civiles como de las propias autoridades, o son reclutadas por grupos de la delincuencia organizada que se dedican a la trata de personas.

2. Según Ángeles González Gamio, esta frase en realidad fue escrita por Nemesio García Naranjo: <www.jornada.unam. mx/2013/07/14/opi-

nion/030a1cap>.

3. El mapa de Joa-

quín Torres puede verse en el siguiente enlace: <www.cultu-

ramas.es/wp-content/ uploads/2012/11/ Joaqu%C3%ADn-Torres-Garc%C3%A-

Da-Am%C3%A9rica-in-

vertida-1943.jpg>.

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Por supuesto, el problema en la frontera sur no son sólo los delincuentes sino también (¿sobre todo?) las políticas de nuestro país y quienes deben llevarlas a la práctica. Una noticia de octubre de 2015 dice que el Programa Frontera Sur, creado por el Gobierno Federal, dispara deportaciones y riesgos para migrantes. Detenidos en siete meses: 92,889 indocumentados; mientras la migra estadunidense arrestó a 70,448. Es decir que México le está haciendo el trabajo sucio a Estados Unidos para que sean menos quienes lleguen al “otro lado”.

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4. El documental puede verse en línea de manera completa y gratuita: <www. youtube.com/watch?-

v=M4oP_M81YpY>. Complementando esto, y para tener una visión general sobre las caracte-

rísticas y la problemática del Programa Frontera Sur, vale la pena asomarse al estupendo trabajo de investigación realizado por el medio digital Animal Político: <www. animalpolitico.com/ caceriademigrantes/ index.html>. Con preocupación por el horror vivido por los migrantes centroamericanos (asaltos, extorsiones, secuestros, violaciones) en su trayecto por México, Amnistía Internacional convocó al director británico, Marc Silver, y al actor mexicano, Gael García Bernal, para realizar el documental Los invisibles (2010).4 El resultado son cuatro fragmentos estremecedores, armados fundamentalmente con los testimonios de los propios migrantes y sus familias; en ellos se muestra la pesadilla que significa emprender la travesía hacia el país del norte.

A esta aproximación somera al contexto de la frontera sur y su problemática, me interesa sumar ahora el registro de algunos gestos, algunos espacios —tanto reales como simbólicos— que funcionan como resistencia a la violencia que se vive en el país. Por un lado, hay organizaciones sociales o comunitarias que trabajan por y con los migrantes: albergues, “Las patronas”, Médicos sin Fronteras, etc. Por otro lado, hay un trabajo permanente de documentación y de archivo por parte de escritores y periodistas que aprovechan todas las herramientas del lenguaje y de las nuevas tecnologías para construir un discurso de emergencia; textos conscientes de la fuerza del testimonio, como si la desaparición de tantos y tantos, esa “necropolítica” que domina el panorama nacional, pudiera devorar también las diversas escrituras. Éstas se sitúan entonces en un espacio que asume su fragilidad (¿quién no es frágil, ¿quién no está en riesgo en un espacio de muerte?) y al mismo tiempo su fuerza testimonial, y por lo tanto política. Las palabras son entonces testimonio, como decíamos, pero también denuncia, ya que están naciendo prácticamente al mismo tiempo que los sucesos que narran. Y no me refiero sólo al periodismo, en cuyo caso esta

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relación es casi obvia, sino también a géneros literarios que no siempre se vinculan a la urgencia, como la narrativa, la poesía y la dramaturgia.

Propongo hacer un breve recorrido por algunos de esos espacios de resistencia:

Me gustaría empezar con el proyecto “72 migrantes”, creado por la periodista Alma Guillermoprieto ante la angustia, el desconcierto, el enojo, que sintió la sociedad mexicana al conocer la noticia del descubrimiento, en San Fernando, Tamaulipas, de 72 migrantes asesinados, en agosto del 2010.

Al horror del crimen siguió el humillante tratamiento que se le dio a los cuerpos: el accidente carretero que desparramó los cuerpos por las dos vías; la cobertura de prensa, con su énfasis en los cadáveres y no en las personas; la trasposición de los cuerpos de las víctimas, varios de los cuales fueron entregados a los familiares equivocados. Fuimos muchos los que nos sentimos simultáneamente afrentados, avergonzados, e impotentes.5

Frente a esto, y dada la cercanía de las festividades de muertos, la periodista Alma Guillermoprieto tuvo la idea de hacer un “altar virtual” y convocar a 72 participantes a escribir un texto corto dirigido a cada una de las víctimas. En busca de mantenerse fiel al propósito de las tradiciones de muertos, en la convocatoria explicó que “en los altares se busca devolver el rostro y la individualidad a los que se han ido —y así, la vida—, al mostrar sus fotos y hablar de ellos, así como ofrecer música, flores y acompañarles”.6 En él participaron autores de la talla de Juan Villoro, Elena Poniatowska, Roger Bartra, Frank Goldman, Myriam Moscona, Guillermo Osorno, Magali Tercero, Laura Emilia Pacheco, Braulio Peralta, Sergio Aguayo, entre otros. Posteriormente, el “altar” fue publicado en forma de libro por la editorial oaxaqueña Almadía, y las ganancias por su venta donadas a organizaciones de apoyo a migrantes.

La estrategia de Felipe Calderón, tomada desde el comienzo de su gobierno, de iniciar una confrontación militar contra las bandas de narcotraficantes, política continuada por el presidente Enrique Peña Nieto, es el mayor detonante de la violencia que se vive en el país. “Los diarios, las crónicas ur-

5. Tomado del libro 72 migrantes, publi-

cado por la editorial Almadía: <tienda. almadia.com.mx/ libro/72-migran-

tes-com_171>.

6. En: <72migrantes. com/porque.php>.

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banas y, sobre todo, el rumor cotidiano, todos dieron cuenta de la creciente espectacularidad y saña de los crímenes de guerra, de la rampante impunidad del sistema penal y, en general, de la incapacidad del Estado para responder por la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos. Poco a poco, pero de manera ineluctable, no quedó nadie que no hubiera perdido a alguien más durante la guerra”.7

Sin duda, éste se ha convertido en un tema preponderante no sólo en términos políticos, sociales y de derechos humanos, sino también en el campo literario, en aquello que se escribe en México. Pero ¿cómo se escribe cuando se está “rodeado de muertos”?

Por un lado, las crónicas y el periodismo narrativo vuelven a estar presentes con enorme fuerza en una literatura en la que históricamente la crónica ha sido un género fundamental. Basta darle una mirada al libro A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, de Carlos Monsiváis, para comprobarlo. Al hablar de crónica y de periodismo narrativo actuales pienso en nombres tan importantes como Lydia Cacho, Sergio González Rodríguez, Diego Enrique Osorno, Emiliano Ruiz Parra, Sanjuana Martínez, Marcela Turati, entre muchos otros, y en sus trabajos caracterizados por el rigor ético y periodístico y el compromiso sin fisuras ante la sociedad.

Tanto estos trabajos como algunas novelas, cuentos y libros de poemas sobre el tema (pienso en autores como Emiliano Monge, Yuri Herrera, Antonio Ortuño, Julián Herbert, María Rivera, Javier Sicilia, David Huerta) funcionan también como espacios de resistencia ante el horror. Yo los llamaría —porque lo son— “espacios de sobrevivencia”. La literatura, el arte en general, permiten la simbolización del miedo y el espanto que atraviesan la sociedad mexicana; y en ese sentido, son quizás el único modo de nombrar lo innombrable, el único modo de convivir con la muerte. Allí, en esos espacios, los muertos dejan de ser los borrados, los desaparecidos, los ignorados, de la historia, allí vuelven a cobrar vida, a cobrar dignidad.

Muchas de las obras más interesantes proponen una exploración de nuevas formas narrativas y poéticas, como si lo “tradicional” no fuera suficiente para hablar de aquello que hoy desangra a nuestro país. Quizás se trate de la conciencia de pérdida del sujeto cultural de la modernidad,

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7. Cristina Rivera Garza, Los muertos

indóciles. Necroes-

crituras y desaparopiación, México, Tusquets, 2013.

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tal como lo plantea, en términos teóricos y críticos, la estupenda introducción que Cristina Rivera Garza hace a su libro Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación.

El todos ellos, quisiera destacar, el elemento común es la fuerza del cruce de ética y estética en tanto ejercicio de resistencia ante el horror de la violencia. Quizás valga la pena subrayar que estamos ante propuestas sobre la memoria que se alejan del sentido más usual con que venimos trabajándola, porque hablamos de obras que se producen al mismo tiempo que la propia violencia, y que por lo tanto tienen una conciencia absoluta del papel de testigos, y de la obligación moral de transmitir ese testimonio. En la mayor parte de los trabajos que se han escrito, me atrevería casi a decir que, en todos, lo más importante tiene que ver con el reconocimiento a las víctimas en tanto seres individuales. Ya lo vimos con la propuesta de los 72 migrantes. Escribió Anna Ajmátova en su excepcional poema “Réquiem”: “Quería mencionarlos a todos por su nombre…”. Y ésa es una de las primeras responsabilidades éticas que asumen los escritores: preservar la identidad de las víctimas ante su conversión en simples números por parte de los aparatos de poder.

En este reconocimiento, los textos funcionan también como un memorial. A través de la escritura se construye un espacio simbólico donde poder enterrar a los desaparecidos, donde ir a recordarlos, donde ir a conversar con ellos, o a llorarlos, o a todo eso al mismo tiempo. ¿No es eso acaso lo que hacemos con nuestros muertos? Volvemos entonces a ese base ética y estética que conforma una nueva política de los textos.

¿Qué sucede hoy? ¿Cuáles son las estrategias literarias que se sostienen ante la necropolítica? Aquellas propuestas que, siguiendo a Rivera Garza, podríamos llamar “necroescrituras” buscan recuperar el sentido de comunidad que vincula al autor y su texto, con el lector y la sociedad. Una de las estrategias literarias que permite recuperar ese sentido de comunidad es la “desapropiación”. Es decir, los textos que deciden una pérdida de la autoría individual incorporando las inscripciones sociales de todo tipo en el proceso textual (artículos de periódico, informes, cartas, documentos, otros textos literarios). Muchas de estas propuestas pasan también por elementos vinculados a las nuevas tecnologías.

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8. Antígona González fue publicado por la Ediciones Surplus con acceso abierto y gratuito. Éste es el enlace: <docs.google.com/file/d/0B1qqfuLFW0qeT2RLLXJHQXAtenc/edit>.

9. En: <www.jornada. unam.mx/2016/07/07/ cultura/a40n1cul>. Una imagen de esta obra puede verse en el siguiente en-

lace: <ladobe.com. mx/wp-content/ uploads/2016/07/Ex-

po-Bestia-2.jpg>.

184 Uno de los ejemplos más interesantes en este sentido es “Antígona González” de Sara Uribe. ¿Poema dramático? ¿Denuncia? ¿Ejercicio de reflexión sobre la tradición y su reciclamiento permanente? ¿Reivindicación del carácter colectivo de la memoria? Un poco de todo esto, sin duda: un ejercicio de escritura intertextual que provoca y conmueve, y a la vez una denuncia brutal sobre la situación de nuestro país.

Desde el título se da cita toda la historia de la literatura universal. Desde Sófocles a Marguerite Yourcenar, pasando por Leopoldo Marechal, George Steiner, Griselda Gambaro y Judith Butler, entre otros, Sara Uribe vuelve a poner en escena la discusión entre la “ley de la sangre” frente a la “ley del Estado”. Asumiendo sobre todo la herencia latinoamericana vinculada a la violencia de nuestro continente.

“Antígona González” nos muestra la historia de un hombre que un día subió a un camión y simplemente ya no volvió a casa, un hombre que se volvió cuerpo sin vida, un hombre que se volvió desaparecido y que es buscado por su hermana: “Me llamo Antígona González y busco entre los muertos el cadáver de mi hermano”.8 Reescritura y desapropiación-apropiación que resignifica los textos originales creando un efecto de lirismo doliente y a la vez combativo y fuerte.

Me gustaría cerrar esta charla mencionando “La Bestia, exposición y poética itinerante”, un proyecto realizado por el colectivo Artistas Vs. la Discriminación, que encabezan el poeta Mardonio Carballo, el artista plástico Gabriel Macotela y Demián Flores. “Flores, Macotela y Carballo se decidieron por un formato de bastidor de 90 por 20 centímetros. Los artistas fueron invitados a pintar su percepción de La Bestia y los poetas a escribir versos que fueron incorporados a manera de rieles, sobre los que corre la hilera de pinturas/vagones unidos”.9 La obra, que recorrió el país, resulta estremecedora.

Quizás no sea difícil hay que cerrar los ojos así y dejarse mecer por el ritmo del tren pero no no dormirse nunca los ojos bien abiertos alerta la piel al borde del grito la garganta erizada la memoria ser uno con ellos con los otros con los miles que suben al lomo de la bestia porque los hijos esperan porque la patria es un cementerio y los ojos están poblados de cadáveres hemos venido a callar apenas un murmullo el nombre completo el origen la edad quieren saber desde cuándo estoy muerta quieren saber cómo y cuándo cuántos fueron los violentos qué decían qué gritaban cómo dolía y el tren sacude los recuerdos me aferro a los adioses la última mirada mamá y la medalla en la mano es San Antonio dijo para que vuelvas pronto pero si aún no me he ido una no se va nunca aunque se vaya una lleva su tierra en la mirada una sabe el nombre secreto de los pájaros me agarro como puedo para no caer en la nostalgia me agarro como puedo de este tren de los sueños pero soy pesadilla aquí muda10

10. Sandra Lorenzano, “La Bestia”, 2016.

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Migrantes abordando La Bestia. Foto: Wikimedia Commons

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En México, hoy estamos parados sobre muertos; las fosas clandestinas aparecen todo el tiempo, todos los días, a lo largo y ancho del territorio. Tal como lo imaginó Juan Rulfo, nuestro país todo es Comala y las voces que escuchamos son las voces de los difuntos. ¿Difuntos, dije? No despoliticemos a los muertos: son víctimas de la violencia, son asesinados, torturados, desaparecidos.

Leo novelas, cuentos, poemas; leo ensayos y reportajes periodísticos, crónicas y entrevistas, y pienso —ante los horrores que allí se relatan— que quizás estemos en el infierno. Por primera vez pienso en el infierno con estos bolsones de “normalidad” en los que vivimos y que nos permiten darle una cierta continuidad a lo cotidiano. El infierno existe de manera permanente, lo que sucede es que cada tanto invade nuestro cómodo y reflexivo mundo.

Somos parte de este infierno. O ¿cómo llamaríamos a los constantes y macabros hallazgos de fosas clandestinas? ¿Cómo llamaríamos a los mutilados por La Bestia? ¿Cómo llamaríamos a las extorsiones y los secuestros? ¿A las violaciones?

¿Qué hacen el arte y la literatura frente a esto? ¿Qué deben hacer?

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