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Jazz, migración y libertad, Gilberto Cervantes Correa

Gilberto Cervantes Correa

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Jazz, migración y libertad

Mi padre nació en 1925 y, tras el asesinato de mi abuelo —quien padeció esa incoherente guerra de fanáticos que defendían la religión católica, la Guerra Cristera—, fue obligado a migrar a los campos de Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. Así logró trabajar en las fábricas de Chicago. Se desplazó por ahí a principios de la década de los treinta, y luego de tres regresos cortos, decidió volver a México, en 1979, con mi madre y sus tres hijos, ya que el sueño de ambos era que nosotros creciéramos con la cultura mexicana. Puedo decir entonces que yo soy también un migrante, de segunda generación.

Entre 1910 y 1930, en Estados Unidos, casi dos millones de afroamericanos se desplazaron, de Luisiana, Alabama y Mississippi, hacia los estados del medio oeste y noroeste del país. Eso fue conocido como la primera gran migración del siglo XX. No fue un fenómeno constante ni premeditado, sino que fueron sucediendo diferentes oleadas, a medida que los factores políticos, económicos, sociales y demográficos cambiaban.

Por ejemplo, de 1910 a 1920, la población afroamericana en los Estados Unidos creció un 40% y Chicago se transformó en la capital negra del país en el periodo que comprende el fin de la Primera Guerra Mundial y hasta la crisis de 1929. Por su parte, la migración europea se detuvo, pero al mismo tiempo se produjo una demanda altísima de mano de obra para las industrias automovilísticas de Detroit y de Chicago. Esa mano de obra barata se cubrió sobre todo con población afroamericana, pero ¿por qué migraban?, ¿por qué huían?, ¿qué les llevó a abandonar su hogar, sus posiciones y su estilo de vida? Principalmente, los negros huían del racismo y de la pobreza. Leyes como la de Jim Crow fomentaban la discriminación racial y la segregación en las escuelas, en los hospitales y en los transportes; los negros no podían mezclarse con los blancos en la vida pública. Restaurantes, barberías o cualquier tipo de establecimiento comercial tenía una entrada para blancos y otra para negros.

Además, tras la emancipación promulgada en 1863 por el presidente Lincoln, los esclavos negros quedaron liberados de sus amos blancos y se vieron obligados a buscar un trabajo para subsistir. Algunos pudieron adquirir parcelas de terreno para la labranza e incluso animales, pero esta nueva condición chocaba de lleno con los intereses de los descendientes de colonos irlandeses.

La población blanca miraba con recelo al negro libre, sentía que le estaba quitando algo suyo. La situación se volvió insostenible durante las primeras décadas del siglo XX: la violencia, los asesinatos, la marginación. Los negros pensaban que en el avanzado y tolerante norte serían tratados con más dignidad, aunque lamentablemente la historia demostró que las cosas no serían tan fáciles.

Leroy Jones, poeta y activista político, en uno de sus libros, Blues People: música negra para la América blanca, habla de un reajuste psicológico en la mentalidad de los negros; abandonar el sur no fue sólo un imperativo histórico, sino una decisión precedida de una reinterpretación por parte de los negros sobre el papel que les correspondía ocupar en la sociedad. El descubrimiento de Norteamérica y de su cultura desde el punto de vista de posibles norteamericanos, es decir, de ciudadanos en pleno derecho, como los blancos, fue un fenómeno social que tuvo una influencia directa y decisiva en la música.

Los músicos afroamericanos, tanto de blues como de jazz, no fueron ajenos a estos movimientos migratorios y, aunque el sur seguía conservando parte de su efervescencia artística, se vieron forzados a viajar si querían mejorar sus condiciones laborales. Además, los nuevos centros de ebullición musical se estaban trasladando a Nueva York y, sobre todo, a Chicago.

De acuerdo con la señora Irina Bokova, Ex Directora General de la UNESCO, el jazz puso música al valor que impulsó el movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos, y sigue siendo una fuente de inspiración para millones de personas de todo el mundo que buscan la libertad y luchan por el respeto y la dignidad humana.

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342 El jazz, desde su ADN, es una fusión de la cultura africana con la europea, que nace en Norteamérica pero que se replica inmediatamente en las Américas del centro y del sur en otras formas musicales. El jazz en México, de acuerdo con Antonio Malacara, uno de los historiadores más importantes del jazz en el país, se desarrolla casi simultáneamente que en Estados Unidos, por su situación geográfica entre Nueva Orleans y el actual estado de Texas, que fue parte de México.

El jazz es una forma de libertad de expresión, ya que la improvisación es el factor más importante de su estructura musical. Al improvisar a través de los cantos, las coplas o la interpretación musical, los individuos encuentran el camino para reducir las tensiones entre ellos, sus grupos y sus comunidades. El jazz rompe las barreras y crea las oportunidades para la comprensión mutua y la tolerancia; el jazz simboliza también la paz y la unidad; el jazz fomenta la igualdad de género; el jazz refuerza el papel que juega la juventud en el cambio social, fomentando el diálogo intercultural, y facilita la integración de jóvenes marginados. El jazz también promueve la innovación artística, la improvisación y la integración de músicas tradicionales o folclóricas en las formas musicales modernas; el jazz está en la danza, en la pintura, en la poesía; el jazz está en la cultura per sé.

Los que tienen en su agenda un objetivo muy particular respecto al jazz: sensibilizar al público sobre las virtudes de esta música como herramienta educativa y como motor para la paz, la unidad, el diálogo y refuerzo de la cooperación entre los pueblos, los gobiernos, las instituciones educativas y la sociedad civil que participan en la promoción del jazz, celebran cada 30 de abril de los últimos cinco años como el Día Internacional del Jazz, para tener la oportunidad de difundir la idea de que el jazz no es sólo un estilo de música, sino que también contribuye a la construcción de sociedades más inclusivas.

Fundación Tónica, desde hace 10 años, ha impulsado la promoción y difusión de la música creativa a través de diferentes formas: conciertos, festivales, actividades formativas y actividades comunitarias. Somos una organización que desde su inicio se planteó tener un proyecto integrado en un solo modelo estructural que pudiera hacer más eficientes tanto recursos como cualidades

humanas. Y es así como en estos 10 años han participado cerca de 300 artistas, 200 mil personas han asistido a nuestras actividades y hemos logrado hacer una vinculación estratégica entre la función pública, la iniciativa privada y la sociedad civil que directamente afecta a los programas comunitarios que tenemos. Hay mucha discusión acerca de las políticas públicas efectivas o reales. Si bien nos encontramos con recortes para la cultura y las artes, nosotros hemos apostado por alejarnos cada vez más del apoyo gubernamental y comenzar a trabajar más desde modelos de industria cultural, involucrando personas, involucrando iniciativa privada que comulgue con la apuesta de cambio a través de las actividades artísticas y la propia cultura.

Recientemente, en la colonia Ferrocarril, en Guadalajara, por parte del Ayuntamiento, se nos otorgó en comodato de centro cultural, el cual comenzamos a operar y a trabajar satisfactoriamente. Importante es comentar que ésta es una colonia situada en la zona industrial de la ciudad y que nunca antes había tenido actividades artísticas. En particular esa colonia es interesante, ya que además de enfrentar problemáticas como las del narcomenudeo, la violencia intrafamiliar, disparidad y problemas raciales, existe un asentamiento “irregular” de migrantes que comenzaron a construir sobre las inmediaciones de las vías del ferrocarril.

En “La Ferro”, como se le conoce, estamos realizando un trabajo muy fuerte junto con otras organizaciones para comenzar a socializar no sólo la música, sino la actividad entre los propios mestizos y los indígenas que pasan por ahí o se quedan. Ésa es una de las actividades que hacemos y que me parece también muy importante destacar.

Para finalizar, creo que hay dos rasgos que nunca puedes olvidar como migrante: la comida y tu música. Y, justamente, ese alimento cultural es lo que todos los días procuramos impulsar para seguir adelante con nuestros objetivos.

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