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El cine: un arte migrante, Marina Stavenhagen

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Donatien Garnier

Donatien Garnier

Marina Stavenhagen

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El cine: un arte migrante

Mi vocación es el cine y ha sido el cine desde hace muchos años: su creación y promoción. Esta invitación a reflexionar un poco sobre el tema de la migración y el cine me ha llevado a hacerme muchas preguntas.

Quiero contextualizar haciendo mención de que, hace ya un par de años, iniciamos un pequeño festival de cine en el sur de México, en Chiapas, en San Cristóbal de las Casas, que me parece un lugar fascinante, en términos del torbellino de ideas y de gente que lo habita y, sobre todo, la gente que lo cruza. Chiapas, y San Cristóbal de las Casas en particular, es una región que es cuna de muchos migrantes. Es una región que es receptáculo de oleadas migratorias, y también, sobre todo, es zona de tránsito. Como zona de tránsito, la ciudad vive todo lo que implica este impacto de la migración en su día a día.

Hoy, en México, los festivales de cine se multiplican en cada ciudad, eso no es novedad. Tiene que ver con que la distribución cinematográfica está completamente centralizada y monopolizada por unas cuantas cadenas de exhibición. Los festivales de cine se transforman en las plataformas en donde se puede apreciar la diversidad cultural cinematográfica, y creo que ésa es su mayor virtud. Los festivales de cine son hoy no solamente un evento cultural de disfrute del arte cinematográfico, sino que constituyen un espacio de resistencia cultural ante el embate de la exhibición hegemónica y globalizada.

En San Cristóbal empezamos a pensar en una serie de preguntas que tienen que ver con el tema de la migración, que hemos transformado en uno de nuestros temas eje de trabajo. Otro más es el medio ambiente, que me parece que es algo que se tiende a dejar fuera y que causa un impacto brutal sobre los oleajes migratorios.

En el grupo organizador de este festival estamos debatiendo en torno a tres ejes fundamentales. Una primera vertiente es el cine que se ha encargado durante muchos años del registro de la migración, este cine que no sólo es cine, sino televisión, y en general los medios audiovisuales que registran la migración, que registran sus pasos, que registran la llegada, que registran los problemas y que han documentado la migración. Aquí incluyo también esa mirada paternalista, etnográfica, que tuvo durante muchos años o que de repente todavía tiene el cine, respecto a las comunidades que no son la comunidad dominante, las comunidades indígenas y “la otredad”. Ese cine documental que tenía una mirada casi colonialista en un principio, como de investigación antropológica… Por otro lado, está el cine que hoy tiene un papel central en el activismo político-social, que denuncia, que coloca en las plataformas tecnológicas del consumo audiovisual, los problemas más urgentes de la migración y las víctimas.

Una segunda vertiente es la de aquel cine que ha surgido a partir de la migración y que tiene a la migración como el telón de fondo, delante del que suceden las historias. ¿Qué pasa en las comunidades pluriculturales, las comunidades que se integran o no se integran, las comunidades que viven el impacto de la migración? ¿Qué pasa con los migrantes? ¿Qué pasa con los que llegan? ¿Qué pasa con los que están ahí y los reciben? ¿Qué pasa con los que se quedan incluso en las comunidades de origen, porque eso también forma parte del proceso migratorio?

Yo creo que las imágenes en movimiento y el cine tienen un poder alucinante para tocar la emoción de las personas. Más allá del dato duro, del reportaje, del registro, se trata de ser capaz, como creador, de ahondar en aquellas pequeñas historias que forman parte de los procesos migratorios. Es lo que estamos buscando, y hay muchísimo material.

En el mundo entero se está produciendo cada vez más un cine que es resultado no sólo de los cineastas que migran y llegan a integrarse, tratando o no de conservar su identidad. Eso está en la historia misma de la cinematografía. En la historia de Hollywood, por ejemplo, los primeros que llegaron a hacer el cine hollywoodense de mayor raigambre fueron los cineastas alemanes, es el cine que conocemos ahora todos, y no han dejado de llegar migrantes al gran cine globalizado.

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322 Pero también hay mucho cine que se hace en las periferias, mucho cine nacional, muchas cinematografías nacionales, que buscan simplemente, con su existencia, resistir a esta cinematografía hegemónica, donde incluso las formas de narrar son fórmulas adoptadas por todos.

Las formas de consumir el cine son formas que todos tenemos interiorizadas, porque nosotros aprendimos a ver cine en los cines, y aprendimos a ver el cine que producían las majors en Hollywood. Estamos acostumbrados a un ritmo, a una manera de contar las historias, a una estructura dramática incluso, que ha sido la que nos ha impuesto Occidente, o en el caso del cine, la gran industria hollywoodense.

Entonces, ¿qué nos interesa? Nos interesa voltear a ver esas cinematografías nacionales, esas cinematografías resistentes, esas cinematografías periféricas, que son cinematografías que abordan los temas de la migración, de las comunidades multiculturales, desde un ojo que no es el ojo forzosamente colonizado.

Finalmente, una tercera vertiente, que a mí me parece muy interesante y que hemos estado conversando mucho en el seno de los debates que se dan en el marco del festival, es cómo el cine también es una herramienta que ha migrado. Desde sus orígenes, el cine habla de la movilidad. Se trata de las imágenes en movimiento. Y, también, desde sus orígenes, el cine ha viajado con la cámara. Los hermanos Lumière enviaron a sus primeros camarógrafos a México para registrar ese mundo desconocido para Europa.

Reconocer al otro, reconocerse en el otro, ver las imágenes de lugares lejanos, ajenos, de los que uno no tenía idea, eso evidentemente ha ido evolucionando, pero lo que yo quiero asentar aquí, y sobre todo ponerlo a discusión, es cómo la propia herramienta, el arte cinematográfico, ha sido un arte migrante, que hoy en día incluso migra, en términos de soportes técnicos y de plataformas.

Hoy se hacen películas con múltiples plataformas tecnológicas e incluso se hacen películas y verdaderas obras de creación con imágenes que no necesariamente registra el cineasta, sino que

otros le envían desde plataformas diversas. El cineasta recoge todas estas experiencias, recoge las imágenes y genera una obra diferente.

Todos esos procesos, por decirles de alguna manera, nos interesan en la reflexión de este binomio cine-migración. Nos parece que de ahí se detonan muchísimas reflexiones en torno al derecho humano a la cultura, el derecho humano a la diversidad, el derecho humano a expresarse en su propio idioma, a tener sus propias ideas, a ser educado en su idioma.

Nos interesan los procesos de sincretismo cultural, los procesos de transformación, nos interesan los migrantes turcos en Alemania, o los migrantes andaluces en el País Vasco. Nos interesa la migración interna, nos interesan los desplazamientos. El cine está logrando registrar todo eso de una manera que conecta profundamente con las emociones de los pueblos y de los espectadores.

A propósito, tuvimos una experiencia maravillosa en el marco del Festival de San Cristóbal hace unos meses. Pasamos una película rusa que habla de una comunidad nénet en el norte de Siberia, que es una comunidad nómada que acarrea alces. Y esos alces se nutren de un pequeño musgo que brota bajo la nieve. Debido al calentamiento global, ese pequeño musgo cada vez se encuentra en regiones más remotas, y entonces esta comunidad tiene que migrar a regiones que no conoce, tiene que desplazarse, con todo lo que ello implica, a lugares donde cada vez hay menos recursos para conservar su estilo de vida. Pasa entonces que las nuevas generaciones allá en Siberia, como en Chiapas, como en todos lados, ya no quieren ser parte de esas comunidades nómadas, donde los viejos son los que conservan las tradiciones. Esta película se llama White moss. Es la historia de un joven nénet que se enamora de una chica que ha migrado a una de las grandes ciudades rusas y que no quiere regresar a su comunidad de origen. Es una historia muy sencilla, una historia de amor, que doblada al tzotzil, presentada en la Plaza de La Paz de San Cristóbal de las Casas, fue verdaderamente conmovedora en términos de lo que logró tocar en el público en Chiapas, porque esas historias las viven todas las comunidades.

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Recuerdo también un video que vi hace unos años, Cheranástico Town, que retrata la vida de una comunidad en la meseta tarasca, una comunidad en donde se habla purépecha, y en donde han emigrado todos o casi todos a una misma calle de la ciudad de Chicago y sólo quedan los viejos en esa comunidad. Las abuelas en Cheranástico estaban todas con el equipo necesario para recibir los videos que mandaban los jóvenes migrantes y es así como conocían a los nietos, así los veían, podían saber qué hacían, cómo les iba. Gracias a esa herramienta, los que se quedaban lograban una relación muy fértil con esa comunidad desplazada, con esa comunidad migrante. Hoy supongo que lo hacen vía celular sin ningún problema.

En suma, creo que el cine o los medios audiovisuales, la imagen en movimiento es hoy una de las herramientas más poderosas para la conformación de identidades, para la reafirmación de una identidad, para conocerse, para comunicarse, para establecerse en el mundo. La capacidad que tiene el cine de contar aquellas historias con las que todos nos sentimos identificados es lo que nos interesa. Exhibir ese cine es nuestro objetivo, porque creemos que tiene mucho que decir.

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Cartel del Festival de Cine de San Cristobal. © Marina Stavenhagen

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