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Sergio González Rodríguez

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Donatien Garnier

Donatien Garnier

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Las condiciones de la creación cultural en el mundo actual

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Quisiera referirme a lo que son las condiciones de la propia creación cultural dentro de estos conceptos que nos unen: arte y tránsito. No puedo dejar de lado que los derechos humanos son el horizonte de los comentarios que voy a desarrollar brevemente.

Si evocamos que los derechos humanos son condiciones que permiten crear una relación integrada entre la persona y la sociedad, vamos a acercarnos a la idea de que esto permite a los propios individuos ser personas jurídicas, identificándose consigo mismos y con los demás en un espacio y tiempo específicos. Los derechos humanos por lo tanto no son una entelequia que está ahí para acudir sólo como un discurso de buenas intenciones, sino que son el fundamento de nuestra actividad en el mundo.

Desde el año 2010-2011, que se hizo una gran reforma al respecto, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos incluye a los derechos humanos en su precepto fundamental. Esto se aplica desde luego a la cultura, a la política, a la economía y a la vida de cada uno de nosotros. En consecuencia, el código en el que nos desempeñamos como personas es, desde luego, esta condición de individuos en la gran comunidad planetaria, pero a partir de nuestro estatuto de personas.

Esta doctrina se remonta al siglo XVIII, con el lema “Libertad, igualdad y fraternidad”; sin embargo, los derechos civiles y políticos están equilibrados por el principio de libertad. A su vez, los derechos económicos y culturales se basan en el principio de igualdad. Pero también han surgido

derechos recientes, como el derecho a la paz o a la calidad de vida, que obedecen a la inercia de la fraternidad o la solidaridad; la cultura es fundamental frente a estos principios.

Últimamente hemos tenido derechos que ya se constituyen de cara a la evolución tecnológica. Esto nos impacta en especial porque desde hace unos 25 años vivimos una gran revolución tecnológica en la vida cotidiana. Y la creatividad cultural, desde luego, ha aprovechado estos nuevos instrumentos jurídicos para trabajar alrededor de ellos o con ellos. Así ha crecido, por ejemplo, el interés por el medio ambiente, por la bioética y, en general, por todas las manifestaciones inmersas en esta revolución de la ciencia aplicada.

En la convergencia de conceptos como migración, que implica desde luego el trauma del desarraigo y la posibilidad de adaptarse a un nuevo medio, también está convocado el concepto de fronteras. Las fronteras como zona de implicación. Hay que recordar el criterio del gran filósofo de la Universidad de Deusto, Andrés Ortíz-Osés, que dice: “la frontera es sobre todo implicación”.

Es decir, no es sólo un asunto que corresponda a aquellos que están viviendo en una zona limítrofe o migrando hacia otra tierra, sino a aquellos que coexisten con otros de al lado o reciben en su propio territorio a los migrantes. Hay una implicación. Por lo tanto, tal experiencia no puede ser vista como un asunto estrictamente unilateral.

Hablamos también de que la frontera es una zona, además de una implicación, que incluye el reto a la identidad de los propios migrantes. Y aquí se distinguen las mutaciones subjetivas de la propia dinámica de lo real, lo imaginario y lo simbólico entre origen y destino. Observamos cómo esta dinámica entre origen y destino está efectuando también el trayecto básico para comprender el concepto de identidad, y lo interesante allí consiste en que el concepto de identidad no es una identidad fija, sino una identidad en mutación, en transformación permanente. En el fondo de toda esta fenomenología sustancial y relacional que implican la traducción, la traducción en general y la transformación en particular de individuos, comunidades, colectividad —su pasado, memoria, lenguaje, cultura—, se aprecia el punto central de la discusión de este texto.

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208 Decir “arte en tránsito”, a mi juicio, significa plantear los principios y conceptos básicos para una teoría de la transformación cultural, cuyos elementos son, además, la tolerancia y la comprensión en y desde la diversidad, el acercamiento a un estado de cosas en el mundo actual. En otras palabras, las condiciones concretas en las que se desempeña la tarea creativa, la tarea de difusión y la tarea de recepción de la propia cultura. No podemos hablar de algo que se da en abstracto, sino que obedece a causas y condiciones materiales muy concretas.

El nuevo orden global ha significado, como bien sabemos, la máquina de guerra, el poder corporativo y el modelo de control y vigilancia en nombre del combate al terrorismo, a las drogas y a la insurgencia política. La revolución tecnológica en la vida civil que se expande a partir de plataformas militares. Es muy importante tener esto en claro, porque ha traído consigo, también, el Estado de excepción, es decir cuando los gobiernos y los Estados asumen el expediente de ser excepcionales frente a sus propias normas y actúan fuera o contra de las propias normas.

Esto es algo, como ha señalado Giorgio Agamben, cada vez más frecuente en las democracias contemporáneas; cada vez más acuden los gobiernos, las democracias actuales, al expediente del Estado de excepción, y esto desde luego vulnera en lo profundo a los derechos humanos, y no debemos permitir que acontezca, mucho menos que, con esta acción de los gobiernos y de los Estados, se normalice o estandarice la barbarie, los fenómenos extremos, como el feminicidio, la desaparición de personas, la tortura, etcétera.

Décadas atrás, Félix Guattari identificó tres campos globales en los que se producen devastaciones continuas y que denominó las tres ecologías: la devastación de la naturaleza, la destrucción de los vínculos sociales y la invasión o derrumbe de las subjetividades socialmente autónomas. A esto se ha referido también Giorgio Agamben como el capitalismo de los dispositivos, donde todo está hecho alrededor y a través de los aparatos, es decir, aparatos que llevan consigo un mecanismo de gobierno y un mecanismo para moldear la subjetividad de las personas mientras se les usa.

Alegar, como pretenden algunos ingenuos, que el individuo puede por sí solo contrarrestar el peso de tal poder global de cariz biopolítico por un gesto voluntarista, inercial o estético, es defender una falacia indemostrable, que además lleva consigo el lastre de un conformismo político autoaniquilante.

De acuerdo con el saber científico, durante la segunda mitad del siglo XX se ha atestiguado la más profunda transformación de las relaciones humanas con el mundo natural en toda la historia de la humanidad. Aquí es importante recordar también que, más que un mero asunto de contenidos culturales, el punto estratégico del arte en tránsito actual en todo el mundo atañe a la consideración política y geopolítica del orden emergente en el planeta, a la reelaboración crítica que tiene que tener la cultura emergente: una gran exigencia imaginativa frente a la hegemonía del nuevo orden tecnológico, con el fin de encarar los riesgos que éste lleva consigo.

El arte en tránsito requiere menos de supervivencia y “florecimiento” en la desposesión, es decir, repliegue y circunscripción de algún modo, que entendimiento proactivo y crítico de las causas que determinan el mundo actual. La capacidad del poder global —como ha subrayado recientemente Saskia Sassen, la prestigiada socióloga neerlandesa— destruye a los Estados-nación en términos de su soberanía, de su raigambre histórica y cultural y de su sistema económico y político. Y lo hace para construir sociedades de varios modos sujetas a las estrategias militares y corporativas que dominan la economía del planeta, debajo, a través y por encima del discurso ideológico del ultraliberalismo y su impulso destructivo y unánime de regulaciones, convenciones, límites, cautelas, diferencias.

El caso de México es muy claro: México firmó un Tratado de Libre Comercio (TLC) en 1994 con Estados Unidos y Canadá; firmó en 2005 el Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), y, luego, la Iniciativa Mérida (o Plan México), de lo que derivó directamente la guerra contra las drogas que ocasionó más 120 mil ejecutados y más de 25 mil desaparecidos y desplazados, además de la devastación de sus fronteras (y el levantamiento del muro sur hacia Centroamérica para contener migrantes en tránsito hacia Estados Unidos).

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210 En México, por ejemplo, ya no tenemos la cartografía que tradicionalmente teníamos; ahora hay una cartografía penetrada por los cárteles de la droga, por las agencias de inteligencia de Estados Unidos, por los poderes criminales de alcance trasnacional y otras potencias como China. Por lo tanto, tenemos que ver el contexto en el que está surgiendo esta creatividad cultural que deseamos estudiar, esta imaginación cultural que debe contradecir la barbarie que trae consigo en muchos casos este poder global. Me parece que, de inmediato, de todo esto se desprende lo que ya algunos denominan Tercera Guerra Mundial, pero también podríamos aludir a la guerra civil al interior de cada país, la democracia formal y no sustancial, el Estado de excepción que mencionaba. Este síndrome de exclusión permanente frente a las sociedades, frente a la pobreza, frente a los marginados y, desde luego, frente a los migrantes. O el auge del An-Estado o Estado a-legal, que funciona fuera y contra de sus normas constitucionales mientras simula respetar la ley.

México es un país que ha registrado en los últimos años una enorme indiferencia o negligencia ante los migrantes que vienen de Centroamérica y atraviesan nuestro país hacia Estados Unidos en busca de trabajo. Tenemos que ser conscientes de las condiciones que provocan esta barbarie, y que los expulsa de sus propios países, al igual que a más de 10 millones de mexicanos, que tuvieron que buscar trabajo y asentarse en Estados Unidos después de la firma del TLC.

Por otra parte, existe el extrañamiento de personas y comunidades al interior de su propia sociedad. Esto se presenta por los propios sistemas inequitativos, incluso depredadores, de la economía y la política; hay desarraigo, hay expulsión, hay rechazo, hay desplazamiento, hay insensibilidad, hay migración en general. Y hay pérdida de memoria cultural. Pero, a cambio, subsiste algo muy importante: la cultura se vuelve portátil, la cultura se vuelve intercambiable, la cultura está abierta al mundo y la cultura también civiliza a otros países de modos muy peculiares, de acuerdo con la oriundez de quien la lleva consigo.

Estos fenómenos son internacionales, pero acontecen también al interior de los países. Por ejemplo, en regiones y ciudades. Actualmente en México se vive un enorme desplazamiento de poblaciones porque hay mucha violencia en algunas partes y van a otros lados; estas personas

desplazadas llevan también su cultura. Y en la propia Ciudad de México puedo mencionar una ciudad de migraciones súbitas que acontecen todos los días. Más de 4.2 millones de personas atraviesan la parte central de la capital mexicana en busca de su trabajo. Día tras día. Y regresan sólo a pernoctar a sus lugares de origen.

Estamos hablando de una migración interna dentro de la ciudad. Esto también modifica lo que tiene que ver con la cultura, con la memoria, con la historia, con el lenguaje al interior de los barrios. Por ejemplo, la colonia Del Valle, la Narvarte, la Nápoles, que son parte de la delegación Benito Juárez, donde yo nací, configuran una zona enteramente transformada por gente que viene del oriente de la ciudad y de otras partes (cuyos padres o abuelos a su vez fueron migrantes de ámbitos cercanos a la capital del país).

También influyen en estas transformaciones la migración de paquistaníes, argentinos, de etnias indígenas, etc., que llegan aquí. Se produce una enorme capacidad de mover, de transformar la cultura desde lo más inmediato, justo por las propias migraciones, y no lo estamos viendo quizás. Creo que la visibilidad de estos procesos son de lo más importante hacia el futuro.

Sintetizaría lo dicho del siguiente modo: la cartografía emergente en el mundo actual tiene su contraparte en la psicogeografía que lleva consigo cada persona y el conjunto de las personas o comunidades que migran o transitan, ya que van de aquí hacia allá llevando esta cultura portátil que, también, se confronta con el entorno cultural al que llegan.

Una teoría del arte en tránsito tendría que tomar en cuenta el punto de intersección de ambos enfoques, aquel umbral corpóreo entre el pasado y el porvenir, sus gravitaciones, fantasmas y extrañezas; por un lado, la cartografía del poder global y, por otro lado, la psicogeografía de las personas frente al terreno móvil en el que se vierte su derecho a la vida, su derecho a la paz, su derecho a la cultura, y, sobre todo, su derecho a la dignidad.

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