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Un cielo más allá de la libélula
libro inédito de Franchesca Portugal
Silvia Goldman
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Leer a Franchesca Portugal es tocar insectos, palpar animalitos frágiles, asirse a la ternura terrestre y móvil de un color o a la baja luz que carga un insecto. En sus textos la voz observa y habita, con delicadeza y premura, los acontecimientos de la naturaleza. Esta escritora colombiana nos ha generosamente adelantado algunas prosas poéticas de su libro inédito Un cielo más allá de la libélula, en el cual escribe sobre el apareamiento de colibríes, conejos, libélulas, lombrices, mariposas, y otros seres que habitan la región de Caldas, en su Colombia natal. Hay en estos 45 “cortejos”, tal como los llama la autora, una sensación de que todo es fugaz, como si fuera de igual tamaño el impulso de la unión y la certidumbre de su término. Todo es frágil, como las alas pequeñas y rápidas del zunzoncito o el cuerpo delgadito de la lombriz. Quizás por eso su voz apele a la paciencia del diminutivo, al don del encuentro, como si ese gesto del afecto fuera un paisaje que por lento es mejor, una forma de darle al lenguaje un jardín en el que crezcan, hasta el detalle, el gozo y la ternura. No es sino natural, entonces, que dentro de ella se den estas inmensas miniaturas del amor.
Le dije, lo digo, que hay una Marosa di Giorgio luminosa en su escritura. Pienso en aquella falena atrapada en un retrato, pienso en que en Franchesca Portugal revolotean los seres, exponen su camino, su risa de ir. Pienso en adjetivos como “suavísimo” o “inverosímil”, en aquella voz finísima que detallaba la llegada de la Virgen, de la Santa, o la del temporal de Santa Rosa, siempre con el mismo e incesante tono tenue pero ominoso, como si lo pronunciado estuviera en el límite de lo que se puede decir, allí donde lo familiar deviene inefable, peculiar, hermoso, provocador, difícil. Pienso, también, en la deliciosa espiritualidad de ambas escrituras, en cierta beatitud que nos entregan como una ofrenda; en los detalles que nos reservan porque anticipan el tamaño de nuestros deseos, y el de nuestros miedos también. Pienso en un tipo de erotismo que sucede en la observación minuciosa y lenta de los cuerpos, en un ejercicio más ético que estético.. Pienso que quienes lean a Franchesca Portugal no podrán dejar de pensar en que escribir es una manera de ser. Hipnotiza su escritura, la forma en que las palabras también se cortejan, buscan su apareamiento, se acoplan a la posibilidad de un decir tierno y amoroso, como quien deja caer su agüita sobre el insecto o el animal que mira, sin inundar su desnudez, sin abandonar el compromiso con un nuevo color en el ojo; como si las palabras supieran que también van a desaparecer e intentaran, en el gesto de su apareamiento, detener algo, dejarnos algo; heredernos estos frutos, estos cortejos, estas oraciones. Quizás estas “oraciones” (tanto en un sentido gramatical como religioso), nos lleven hasta la palabra “amor”, a las delicadas formas en que una descripción puede subrayar el gozo y el dolor; a una escritura excéntrica, en el mejor sentido del término, al margen de, disidente y, en este sentido, quizás, mujer. Pienso, finalmente, en una manera de leer mujer; esto es, una manera de hacerlo lenta y pausadamente, atravesando lo solo, lo vulnerable, lo sutil, lo tenue, lo que da (a) luz, lo que empuja, lo que sale, para dar espacio y tiempo a los seres.
Silvia Goldman es poeta, docente e investigadora. Es doctora en Estudios Hispánicos por la Universidad de Brown y enseña en la Universidad de DePaul en Chicago. Publicó “árbol y otras ansiedades” (2021), “miedo” (2020), “De los peces la sed” (2018) y “Cinco movimientos del llanto” (2008). En el 2020 obtuvo un accésit en el Premio de Poesía FILLT 2020. Fue finalista del VI y VII Premio Internacional de poesía “Pilar Fernández Labrador” y del Premio Internacional de Poesía “Paralelo Cero 2020”.