Territorios diVersos # A partir de mis fuentes
texto y fotos de Miguel Cuerdo Mir
No es exagerado hablar de vida cuando nos referimos a las fuentes. Si no en el sentido estricto de la biología, sí en el de la poesía ¿No es pura vida la observación de Lope de Vega cuando dice que las fuentes riénse tirando perlas a las florecillas? Lo que es indudable es que donde hay fuentes hay un bendito chismorreo. Rosalía de Castro oía y amaba el sonido de las campanas igual que oía y amaba “el murmurar de la fuente”. Emilio Carrere estaba convencido de que una fuente es un “sonoro cristal” donde la luna se confunde con una moneda de plata. Góngora escuchaba a Filomena sobre el chopo de la fuente cuando buscaba conchas y caracoles entre la menuda arena (… y ríase la gente). Es la fuente donde se dormía el Alvargonzález de Machado con el arrullo del agua y donde moría a manos de sus hijos, pero también es la de Machado cuando la fuente “solloza intermitente” y tiene una “quimera” donde “el agua brota y brota en la marmórea taza”. Visión pesimista que comparte Francisco Villaespesa cuando ve que en la fuente el agua “solloza desolada” al salpicar el mármol, porque es un alma condenada a llorar eternamente. Si no nos podemos acercar a ellas, por lo menos hablemos de ellas, aunque solamente sea porque de ellas, como dice Darío, salen “himnos de amores” y es el lugar de juego preferido de ninfas desnudas e inspiradoras. La fuente, cualquier fuente, nos da un sonido para el recuerdo, una remembranza y un sitio, un encuentro posible con los otros, gracias a sus propiedades inmanentes: agua, música y propicio lugar de encuentro. En muchos lugares de España es lo único que suena ya alrededor de un silencio turgente. Echando la vista atrás, el acceso al agua, uno de los derechos humanos reconocidos hace poco tiempo, se encontraba muy antiguamente en asentamientos en las orillas de los ríos; luego, ya con las grandes obras de infraestructura ideadas por los romanos y en su propia evolución, la población se pudo alejar del agua corriente y disponer su acceso a través de las fuentes públicas, situadas en lugares precisos. Un antiguo adagio alemán decía “tadtulft macht frei” (el aire de la ciudad te hace libre), modernizado por García Montero en uno de sus sonetos con ese “aire de la plaza compartida”. Sin duda es así: favorecer esa inclinación natural a la libre interacción sin cortapisas; pero también hay que decir que ya con fuentes urbanas todo era más fácil. Desde el siglo IV antes de Cristo se relatan fuentes, fuentes urbanas. Cuánta deuda con esos caños cómplices, liberadores. Allí donde había una fuente había un centro de reunión, de noticias, de novedad, de idas y venidas, de intercambio de pareceres, una puerta de salida de los estrechos y aisladores hogares a menudo cavernarios. La fuente como social network. Madrid, sin ir más lejos, es más de fuentes que de ríos. Nos recordaba la historiadora Rosario Martínez Vázquez de Parga que algunos sostienen que es más Matrice (arroyo madre) que Magerit, más Ma’yrit (“lugar donde abundan las aguas”) que fluvial. Los árabes madrileños pinchaban bolsas subterráneas de agua y con sus “viajes de agua” la distribuían por la ciudad a través de fuentes y caños. Son esos mismos viajes de agua los que hacen florecer un neoclasicismo madrileño a base de fuentes politeístas. La Cibeles
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