Domingo

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El copyright de los textos publicados corresponde a los autores, quienes responden a la autoría de los mismos. Todos los autores que participan de esta edición digital nos autorizaron a publicar sus obras. Esta edición es de distribución gratuita. Diseño de tapa e interior: Corina Vanda Materazzi deamorlocuraymuerte@gmail.com


DE AMOR LOCURA Y MUERTE CICLO DE LECTURAS


Domingo Marina Sosa




Lecturas a la sombra

Domingo “Nunca se me ocurrió ir al psicoanalista. Mis tormentas personales las fui resolviendo a mi manera, es decir, con mi máquina de escribir y ese sentido del humor que me reprochan las personas serias.” Julio Cortázar

Marina Sosa

Domingo. La caja de veneno para ratas. El frasco de calmantes sobre la mesada. — Algo está pasando. Decime… Decime ahora que . pasó la tormenta… Decime ahora que aclaró… Decime si somos hermanos. Entonces él la miró con ojos de infinita conmiseración. La miró como si estuviera por ser la víctima de un descuartizamiento. La miró con lástima y sentenció: “Ya no te amo. Quiero hacer mi vida con otra persona. Te quiero muchísimo, muchísimo pero ya no te amo.” Ella, semisentada en el sofá cama del departamento de un ambiente. Él sentado junto a ella, sobre el sofá extendido, hecho cama en esa mañana de domingo de franco. Y entonces volvieron escenas de la vida en común. Ella y la facultad, él y su trabajo de maletero de Aerolíneas que entendía como un puesto en la NASA. Ella esperando la hora de verlo, ella dando clases particulares para comprar 7


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los apuntes de las clases en Puan, ella caminando de su mano en una tarde de jazmines y soles. Sentados en la escalera caracol de San Isidro y entonces él pensando en un hijo futuro con la cara de ella y las pasiones de él. Ellos cruzando distraídos la Avenida Córdoba y la canción de Calamaro trayendo cada vez el recuerdo que terminó en risa, en abrazos, en besos. Nueve años. Nueve años sin que nada cambiara, sobre todo el afán de él por amarrocar aún a costillas de los demás. Todos lo sabían, hasta ella. Se escapaba al baño cuando había que llevar a los amigos para no gastar nafta, llegaba más tarde para que la comida lista fuera la excusa de eso que no se compró porque se pasó la hora, incluso la entrada de cine de ella que el hermano pagaba a escondidas para que no viera que él sólo había sacado una. — Bueno. Está bien. Hablemos. ¿Quién es? ¿Cuánto tiempo hace? ¿Es aquella mujer que acompañaste a su casa porque según vos estaba descompuesta? ¿Es esa mujer de las fotos? ¿Esa mujer que carga un chico de unos cinco años y que tiene un marido? — No. Está en Chile. No pensaba decírtelo hoy. Vos te pusiste así y me presionaste. Pensábamos dejar todo para junio y separarnos tranquilos pero vos te das cuenta de todo. Llovieron improperios, acusaciones falsas, exageraciones respecto al funcionamiento de los órganos sexuales. — Muy bien. 8


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Él permanecía estático. — Te cagaste en mi hijo muerto. Ahora te vas. Mirá bien la puerta del lado de adentro porque no la vas a ver más. Tomó la última valija que habían comprado. La colocó sobre el sofá cama todavía extendido. Él, amablemente, le pidió que lo dejara hacer. “No” le dijo ella y se volvió al vestidor donde se sacó la ropa de dormir y a escondidas de él como de un extraño, se vistió con pudicia rápidamente, con la ropa con la que se recibiría a cualquier desconocido que de improviso golpeara la puerta. Luego, comenzó a cargar la valija. Pantalones, remeras, ropa interior. Todo. En un momento pensó en la cajita de juguetes, en el enterito blanco, en el babero, en la mamadera que él mismo había comprado, todavía demasiado pronto, unas semanas antes de que ese hijo de diez semanas de gestación muriera en las entrañas de ella que no sabía, que tenía vergüenza de ir al médico, que había tenido contracciones que desconocía. Decidió que allí se quedarían esos objetos y los envolvió en una vieja remera gris de él. Sí, se fue el anillo. Ella arrojó el anillo que tenía el nombre de él y una fecha que no alcanzaba los tres años. El carnet de la obra social de él, los CD. Hubiera querido meter el equipo de audio, la tele que era de él, la cocina que era un regalo de su madre, un par de muebles, una lámpara horrible, regalo de casamiento de una prima segunda de 9


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la madre de él que nunca había visto en la vida, excepto la noche de la fiesta de casamiento. Tomó el título de propiedad del auto que tenían en común y lo anexó. Le pidió las llaves del departamento. “El celular, llevalo” le dijo. — ¿Por qué no me fuiste a buscar nunca al trabajo? ¿Por qué no quisiste irte a Gesell en lugar de a San Clemente, a la casa de tu tía? ¿Por qué no quisiste ir al Parque Rivadavia conmigo? — Dijo él. — Somos distintos. Yo sé que de esto me voy a arrepentir toda la vida, como de no haber terminado el secundario. Vos podés encontrar un muchacho que te quiera. Vas a ser muy feliz. — Llevá las cosas al auto, te preparo un café. Vamos a despedirnos bien. (Recordó entonces las últimas llegadas tarde de él. Se vio meses antes sentada en la puerta de la clínica horas enteras esperando que él viniera a buscarla mientras su hermano agonizaba en su neumonía atípica y su hepatitis farmacológica. Y después de volver sola, el llanto en casa, mientras solo él la veía, pensando en dónde conseguir un hígado. Y entonces las palabras necias de él diciendo: “Tu hermano no se va a morir. No llorés más, querés”. El dolor durante la última sesión de la cura del HPV por el iodo mientras él se negaba a entrar. Los años de tratamiento. El alta por fin para buscar aquel hijo que había muerto pero que volvería a sus entrañas. Las últimas llamadas de pronto reiteradas, tan poco frecuentes antes de él diciendo que 10


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la amaba. El empleo que por fin había llegado a su vida para tapar los actos de avaricia de él). El agua ya se había calentado. Dos, tres, un número de cucharaditas. — Gracias. Está muy rico… Perdón. — Me vas a hacer falta. — Susurró ella apenas. — Me voy a acostumbrar. ¿Te acordás cuando las ratas caminaban como locas en el entretecho? — Ya no va a pasar más. — La calmó él. — De todas maneras, tenés a tu papá y a tu hermano. — Claro. Él dejó la taza en la bacha de la cocina, sonrió y la besó en la mejilla mientras las lágrimas no dejaban de caer por su rostro de mármol. Ella cerró la puerta con llave. Echó a sonar a Mozart, tomó los calmantes y se tiró a dormir para no pensar.

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Lecturas a la sombra 1. Miguel Angel Silva

Cap74 de Cuadros

2. Claudia Aboaf

El rey del agua de El rey del agua

3. Eduardo Vardé

La que baja casi corriendo

4. Graciela De Mary

Y sin embargo se mueve

5. Celina Abud

Música de rieles

6. Miguel Ángel Di Giovanni Los sueños, los viajes 7. Diego Rotondo

El pendenciero de Mamá no me odia

8. Victoria Mora

Basural

9. Marcos Tabossi

El otro mundo de El otro mundo

10. Fabiana Duarte

Viento norte

11. Inés Keplak

Adolfo

12. Lucas Gelfo

Andy Warhol y la difícil

13. Marcelo Rubio

El caracol

14. Jada Sirkin Deja que esas manos te toquen de Yo, cuento (y otros cuentos) 15. Marcelo Filzmoser

Vecinos

16. Cristian Acevedo

La adivinanza


17. Daniel Ibaña

Mirar el fuego

18. Javo Santos

Milagro en la bailanta

19. Margarita Dager-Uscocovich Sortilegio en el rincón de los suspiros 20. Eugenia Zuran

El baile de los condenados

21. Sebastián González

Ella y él

22. Pamela Prina

La culpa es de Dolina

23. Floreana Alonso Desdibujándonos 24. Ezequiel Márquez

Intruso

25. Rosario Martínez

El aniversario

26. Valentina Vidal

La ventana cerrada

27. Ana Sofía Rey

Marea baja

28. Celina Aste

La criada

29. Emilia Vidal

La mama

30. Sandra Patricia Rey No hay agua capaz de apagar tanto fuego de Matrioshkas 31. Cristian Bernachea

El horrible olor de papá

32. Hernán Domínguez Nimo

Estimado vecino mío


33. Laura Galarza El asiento de adelante de Cosa de nadie 34. Alejandra Decurgez

Tal vez florezcas

35. Pablo Laborde Acecha 36. RaĂşl Astorga

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