La mama

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DE AMOR LOCURA Y MUERTE CICLO DE LECTURAS


La mama Emilia Vidal




Lecturas a la sombra

La mama Emilia Vidal

Mis primos y hermanos éramos la cuarta generación, la última, la ropa tendida. Eso significa que no nos explicaban las cosas porque mucho no entendíamos y uno de esos temas que no se hablaban era que mi bisabuela, la mama, se estaba yendo. La verdad es que no nos unía una relación muy afec. tuosa. Para cuando mi memoria empezó a guardar sus mentiras y baratijas, ella era una viejita intransigente que andaba con la paciencia en números rojos. Si apenas habíamos dejado de gatear y ya nos chamuyaba con historias que no entendíamos, que la tenían de reina de la milonga, de incendiaria o de justiciera urbana. Bastante seguido nos mandaba a la reputísima madre que nos parió, o sea su nieta, cuando se avivaba de nuestras jodas. Por ejemplo, cuando nos pedía que cambiemos el canal en la Hitachi, la perilla tenía unos doce o trece canales y hacía un trac trac estridente cada vez que se pasaba de uno a otro, si ella nos pedía que le pongamos el diez íbamos hasta el once y le preguntábamos ¿ahí mama? Nooo, el diez, el diez te dije nene. Ah, bueno, tracatraca al nueve, ¿ahí? ¡El diez!, ¡el diez te dije, 7


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te pasaste! Y volvíamos al once y luego al siete y después se hartaba y nos mandaba a todos a la mismísima mierda, mocosos insoportables. En los últimos tiempos no se levantaba de la cama y a nosotros ya no nos hacía tanta gracia hacerla rabiar así que la agarramos de cómplice para joder a la abuela, le enseñábamos cosas para que las repita a la hora de los medicamentos o de las comidas. La mayoría eran tonteras del tipo achalay my brother con tonadita del pago o rapear el tema de MC Hammer, que ella cantaba cantachdis, cantachdis. Con eso lográbamos que la abuela deje de fruncir la cara, haga un paréntesis en su enojo crónico y por dos segundos se ría. Fuera de esas pausas, la cosa andaba un poco tensa, tomate esto mamaá, pero mirá lo que hiciste, tiraste todo, te dije que no lo limpies, ¡dejá! Una vez nos pasamos un poco de la raya y la abuela se enojó feo. Habíamos conseguido un video de La Chicholina, le pusimos una etiqueta con el título “Oscarcito en la bandera” y se la dejamos en la mesita de luz de la mama. Ella nos miraba y aplaudía. Le dijimos que en cuanto venga la abuela le pida ver eso. Siii, claro mijo, ¿vos quién sos? Otra vez, nos lo preguntaba a cada rato y siempre le contestábamos lo mismo: Juan, Oki, Beto, el colo y Sebas. ¿Se acuerda de pedirle eso mama? Si si, claro. De ahí salimos a pelotear al patio. Cuando escuchamos la puerta de entrada, con Juan nos metimos en el cuarto para escondernos detrás del biombo de mimbre, los demás tuvieron 8


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que esperar afuera. Nunca pensamos que la abuela se iba a atragantar así con la tostada. En cuanto escuchó nuestras risas, cazó la chancleta de goma celeste y supimos que teníamos que correr. No le gustó ni medio la broma. En lo que la mama se iba apagando, la abuela empezó a arrastrar más los pies y a resoplar más seguido. A nuestro modo de ver, ella también estaba perdiendo la gracia. Una mañana llamaron a la ambulancia y entraron dos tipos de uniforme con una camilla con rueditas al cuarto de la mama. Nosotros nos asomamos con los ojos, de lejos, para no estorbar. Para eso teníamos un sensor de precisión, sabíamos muy bien cuando el clima estaba caldeado y cuando el castañazo se disparaba solo. Estábamos calladitos y con las caras largas, un poco por miedo a la chancleta de la abuela y otro poco, creo, que se nos había contagiado el ánimo. Cargaron a la mama en la camilla, no se movía mucho, tenía la boca entreabierta. Corrí junto a los tipos de uniforme, me intrigaba saber cómo era una ambulancia por dentro, me la imaginaba con máquinas relucientes y vaporosas, cositas con luces, tubos de colores. Durante el tramo hasta la calle, el cuerpo de la mama se zangoloteaba por las baldosas desparejas, pensé que se iba a romper. Los tipos pararon junto a la parte trasera de la ambulancia, uno de ellos abrió las puertas de par en par y subió a hacer algo. Ahí pude, cabeceando, mirar para adentro. Esa fue una gran desilusión. La parte de atrás de la ambulancia tenía un piso acana9


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lado con la pintura levantada en varias partes, había cosas de metal pintado de blanco, otra camilla con la cubierta rajada en la que se podía ver algo de goma espuma seca y oscurecida. El resto era un desorden de papeles, bolsas y unas mangueritas transparentes. En ese momento, justo antes de que la suban, la mama me miró como si me reconociera, me sacó la lengua y eso me hizo reír. Lástima que abuela me pescó riéndome ahí, toda su cara era un reproche. Me cazó de una oreja y me mandó a que entre a la casa, a los tirones, luego volvió para irse con la mama en la ambulancia. Después de unos días, la abuela volvió sola y creo que un poco más chiquita. Era eso o que nosotros habíamos crecido.

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Lecturas a la sombra 1. Miguel Angel Silva

Cap74 de Cuadros

2. Claudia Aboaf

El rey del agua de El rey del agua

3. Eduardo Vardé

La que baja casi corriendo

4. Graciela De Mary

Y sin embargo se mueve

5. Celina Abud

Música de rieles

6. Miguel Ángel Di Giovanni Los sueños, los viajes 7. Diego Rotondo

El pendenciero de Mamá no me odia

8. Victoria Mora

Basural

9. Marcos Tabossi

El otro mundo de El otro mundo

10. Fabiana Duarte

Viento norte

11. Inés Keplak

Adolfo

12. Lucas Gelfo

Andy Warhol y la difícil

13. Marcelo Rubio

El caracol

14. Jada Sirkin Deja que esas manos te toquen de Yo, cuento (y otros cuentos) 15. Marcelo Filzmoser

Vecinos

16. Cristian Acevedo

La adivinanza


17. Daniel Ibaña

Mirar el fuego

18. Javo Santos

Milagro en la bailanta

19. Margarita Dager-Uscocovich Sortilegio en el rincón de los suspiros 20. Eugenia Zuran

El baile de los condenados

21. Sebastián González

Ella y él

22. Pamela Prina

La culpa es de Dolina

23. Floreana Alonso Desdibujándonos 24. Ezequiel Márquez

Intruso

25. Rosario Martínez

El aniversario

26. Valentina Vidal

La ventana cerrada

27. Ana Sofía Rey

Marea baja

28. Celina Aste

La criada



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