La conversación del miércoles Ciclo 2011: El mundo en que vivimos La responsabilidad social y política de los intelectuales
Boletín marzo
¿Qué es La conversación del miércoles?
La conversación del miércoles es un espacio de formación ciudadana destinado al encuentro con el otro a partir de la palabra, que tiene como foco el desarrollo de un tema o problemática. Dicho espacio tiene cuatro momentos: el primero es el grupo de estudio que se realiza el último miércoles de cada mes en el que se lleva a cabo una conferencia preliminar acerca del tema que nos convoca teniendo como referencia un libro en particular del pensador de nuestro tiempo elegido para cada ocasión. Luego de ésta, se lleva a cabo una conversación en la que, teniendo como base un fragmento leído previamente, precisamos líneas de abordaje, de desarrollo o dificultades a la hora de pensar el tema que nos convoca. El segundo momento, una semana más tarde, se realiza la conferencia central de La conversación del miércoles, ofrecida por Carlos Mario González, quien, tomando insumos de lo dicho en el grupo de estudio, elabora una conferencia en la cual desarrolla unas hipótesis y tesis que permiten abrir el diálogo con los asistentes. Siendo fieles a la palabra conversación, el tercer momento corresponde a la tertulia que se lleva a cabo en el deck del Claustro de San Ignacio el segundo miércoles de cada mes; ésta abre un espacio de discusión para que las preguntas y planteamientos que surgieron a partir de lo dicho en la conferencia puedan tener un lugar en el cual pronunciarse. Por último con este boletín pretendemos construir una memoria escrita del trabajo realizado en los momentos anteriores, para que cada uno pueda recoger las preguntas y reflexiones que allí surgieron y construya así su propia posición.
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Grupo de estudio Miércoles 23 de febrero de 2011 Auditorio CorpoZULETA
Conferencia preliminar LA RESPONSABILIDAD SOCIAL Y POLÍTICA DE LOS INTELECTUALES
“Quizá el intelectual sea una especie de memoria antagonista, con un discurso antagónico propio, que no permita que la conciencia mire hacia otro lado o se adormezca.” Edward Said
En la forma misma de nombrar el tema de este mes se insinúa el problema fundamental: existe una relación necesaria de responsabilidad entre el ejercicio intelectual y los ámbitos social y político. Hay que reconocer entonces, que en aras de ampliar las posibilidades para la realización de una vida con sentido, es menester conocer y tratar de comprender el mundo que habitamos, conocernos a nosotros mismos en lo que nos hace humanos, en la historia de la cual somos actores principales y reconocer que nuestra participación en ella ha estado en relación con las determinaciones que cada época le imprime a los individuos -valores y contextos-. Lo anterior, en resumida cuenta, son los elementos sobre los que el saber humanístico se ocupa y, en este sentido, hay que hacerse entonces las siguientes preguntas: ¿para qué le es útil al ser del presente hacerse a este saber? ¿Cuál es su relevancia actual, política y social? ¿Qué actitud debe caracterizar a quien se pone en la tarea de construirlo? ¿Por qué es entonces requerido, y con cuánta premura, la figura del “intelectual” en estas nuestras sociedades contemporáneas? El “intelectual humanista” debe entonces pensarse desde su relación con el saber, incluso más allá de que dicho saber pertenezca o no al campo de lo social y humano. Es la posición que esta figura adopta, armado de conocimientos y con el pensamiento como herramienta, en su sociedad, de cara a ella y al heterogéneo y complejo mundo en que actualmente vivimos. Sin embargo, otra ha sido la postura de los abundantes “intelectuales academicistas” expresión con la que nombramos a aquellos que, dedicados al pensar y a la construcción de saber en diversas disciplinas, independientemente de que ellas pertenezcan a lo que se ha dado en llamar humanidades, carecen de la conciencia del presente, del afuera y del otro; seres para quienes el conocimiento es un bien en sí mismo y que viven con la cabeza escondida con la « actitud del avestruz» para no ver lo que a su alrededor acontece, de espaldas a la sociedad, herméticos, acomodados, pasivos, colmados de una jerga especialista y separatista; estos son los eruditos individualistas que hacen del saber objeto de distinción narcisista. En contraposición a esta figura del académico y teniendo como telón de fondo el mundo en que vivimos, un mundo que adolece de injusticias y desigualdades, de guerras sin otro argumento que la dominación y la voluntad de imposición de quienes creen ser “los mejores representantes de lo humano” en el variopinto mundo contemporáneo, de gobiernos entregados a la conquista de los intereses particulares de una clase y no a favor del pueblo. Pero de lo que más adolece nuestro mundo es de la pasividad en la que se encuentran sumidas las mayorías afectadas, pasividad que se origina en la ignorancia, el adormecimiento, en la comodidad que promueve la ideología dominante y que tiene como consecuencia la incapacidad para organizarse que genera la ausencia de fuerza para actuar. Decía pues, que en este presente que habitamos, se hace entonces necesaria y urgente la configuración de un “intelectual humanista” armado con un lenguaje claro y transparente y con un espíritu creativo que genere alternativas y posibilidades para la participación democrática, combativo, pensante, racional y filosófico que lo constituya en el articulador entre esas mayorías sin voz y el mundo en que habitan, y así contribuir a elevar el nivel y la capacidad de intervención que tenemos los seres humanos que nos asumimos como protagonistas de nuestra historia. Diana Marcela Suárez Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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Grupo de estudio Miércoles 23 de febrero de 2011 Auditorio CorpoZULETA
Discusión
“En un debate seriamente llevado no hay perdedores: quien pierde gana, sostenía un error y salió de él; quien gana no pierde nada, sostenía una teoría que resultó corroborada. Ésta es una disputa muy distinta a la que se presenta en las guerras, en las que el que pierde, nunca gana.”
Estanislao Zuleta Dos tareas tiene este grupo de estudio dentro del proyecto de formación ciudadana que intitulamos La conversación del miércoles: avanzar un ejercicio pedagógico que pone en algunos jóvenes el reto de realizar una conferencia sobre el problema en cuestión, y concretar una experiencia de pensamiento que desprendiéndose de cualquier autoridad intelectual, permita el ir y venir de la palabra haciendo preguntas y apostando respuestas y conceptualizaciones a la luz del problema de cada mes. Así pues, nuestra conferenciante de la ocasión tuvo que hacer frente a un respetuoso comentario crítico que insistía en que un buen expositor es aquel que se atreve a ponerse en riesgo ofreciendo al auditorio tesis fundamentadas que son producto de su singular interpretación de un problema, lo que implica romper con esa malformación académica que hace del estudiante un ser hiperformado –como diría Nietzsche— en el sentido de la escucha y que teme contradecir o refutar esos valiosos autores que nos dejaron tantas enseñanzas como es el caso, en esta oportunidad, de Edward Said. Pero el comentario crítico que suele evaluar la exposición de la sesión aprovechó para abrir fuegos en la discusión recogiendo uno de los problemas que ofrecía la charla: los intelectuales tienen, por definición, que asumir una pregunta por el poder. Afirmación que fue refrendada por intervenciones posteriores, dejando en el ambiente algo que pareció ser un acuerdo: los intelectuales se ocupan de pensar críticamente las relaciones de poder concretas que se dan en una sociedad. Estos planteamientos introductorios que buscaban provocar la discusión fueron complementados por quien insistió en el deber de conceptualizar, y para el caso que nos ocupaba era menester intentar diferenciar el intelectual de parientes cercanos suyos como el académico, el erudito, el escritor, etc. Alguna se atrevió a proponer, diciendo que el intelectual es “aquel que entendiéndose como un individuo dentro de una colectividad toma posición mediante el pensar ante lo que acaece en el mundo, y del lado de la igualdad y del reconocimiento del otro, hace de lo que ha pensado una posibilidad para que ese otro también tome posición frente al mundo. Es una palabra que posibilita palabra”. Fue esta definición un esfuerzo valioso para un espacio que se propone someternos al pensamiento, además permitió una nueva crítica, a saber: una definición debe dar cuenta del conjunto de circunstancias y debe evitar a toda costa caer en ideales o moralizaciones, ello porque la definición propuesta nos deja en el riesgo de poner al intelectual en el trono del justo, del bueno, del héroe o del santo. Este ir y venir de la palabra que se negaba a detenerse en afirmaciones terminadas dejó la idea de intelectual algo borrosa, pues hubo quienes recordaron que la derecha está dotada de prestantes y valiosos intelectuales, entre los cuales se mencionaron nombres como Louis Ferdinand Celine, Raymond Aron o Mario Vargas Llosa e incluso se llegó en nuestro grupo de estudio a afirmar que el nazismo contó con intelectuales. Aquí prendió una de las expresivas inquietudes, pues se dijo que a nombre de que un intelectual es quien está inmerso en el mundo de las ideas y ejerce una función, podríamos terminar en que un posmoderno que orienta hacia la acriticidad o un periodista que produce opinión son figuras intelectuales. Ojo, se respondió de otro lado, no son sólo las ideas sino las ideas en el marco de un saber rigurosamente fundamentado. Como suele ocurrir, este espacio nos dejó más preguntas que respuestas pero garantizó que todos los asistentes saliéramos con el problema planteado en el alma y con el interés de hallar alguna respuesta a las muchas preguntas formuladas, pero, sobre todo, alguna justificación contundente que nos permita defender el intelectual tan frontalmente descalificado por el discurso posmoderno, discurso que pareciera morderse la cola porque orienta al decir que no se oriente y critica para decir que no se ejerza la crítica. Sesgo paranoico de la palabra: suponer que la palabra que el otro enuncia para interpretar es conminatoria y desigual combate para el intelectual que sólo cuenta con su voz y con su inteligencia, mientras los poderes cuentan con muchas otras herramientas. Sandra L. Jaramillo Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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Conferencia Conferencia Miércoles 2 de marzo del 2011 Auditorio Comfama San Ignacio
LA RESPONSABILIDAD SOCIAL Y POLÍTICA DE LOS INTELECTUALES La conferencia partió de situar la diferencia que en nuestro tiempo marca a dos figuras, la del académico y la del intelectual, en sus relaciones con el saber. El académico es alguien que cultiva el saber según los cánones institucionales y adscrito a las rejillas de control y legalización que sobre ese saber instaura el Estado. El tiempo y espacio de su labor con el conocimiento están determinados por la escuela o por los eventos oficiales –de ahí su gran interés y valoración por todo lo que tiene que ver con títulos, premios, becas y reconocimientos institucionales-, al tiempo que ese saber que cultiva lo destina sólo a sostener procesos de profesionalización o especialización de estudiantes debidamente matriculados, a comunicarse con sus pares en congresos y seminarios o a través de publicaciones, o simplemente al goce narcisista que le depara la erudición que ostenta ante los demás. De otra parte, el intelectual es alguien que también labora cotidianamente en el campo de las ideas, pero lo hace inscribiéndolas siempre en el telón de lo social, lo político y lo cultural que conciernen a la realidad y refiriéndolas al pasado, presente y futuro de la sociedad en que vive. El intelectual, fuere cual fuere el objeto de saber sobre el que despliega su labor, lleva a cabo una ontología del presente y acomete sin cesar una hermenéutica de la realidad, siempre de cara a la ciudad y transmitiendo sus ideas al amplio público de la polis, sin discriminación alguna y sin el requerimiento de títulos o avales institucionales para ello. Así las cosas, el académico, para poner un ejemplo gráfico, asume que de Dostoievski, de la historia de Colombia, de política, de Platón, etc. sólo se habla en la carrera correspondiente o en el postgrado del caso, ante oyentes legalmente matriculados, durante el tiempo que marca el cronograma académico, en los espacios escolares o afines, siguiendo los procedimientos oficiales estipulados (currículo, clase, examen) y bajo el criterio rector de que el aprendiz se acredite para la obtención de un diploma. Si eventualmente cambia su tarea de “profesionalizador” o “especializador”, lo hace para dirigirse a sus pares, generalmente en los mismos espacios académicos, de tal manera que de Dostoievski o Platón le habla a especialistas en Dostoievski o Platón, de historia le habla a historiadores, etc. En fin, el académico actúa de tal manera que por fuera de los espacios, tiempos, agentes, procedimientos y dispositivos institucionales se silencia, amoldándose al curioso imperativo que le traza que eso que dice amar sólo puede circular en los circuitos y formas oficiales y que más allá de estos no hay destinatarios avalados para su discurso. Por el contrario, el intelectual asume, defiende y promueve que Dostoievski, Platón, la historia, la política, etc.,es decir, eso que ama y profesa, no está destinado únicamente a la escuela, sino que un obrero, una obrera, el hombre o la mujer de la calle, la gente llamada “del común” bien pueden acceder a esos saberes, contribuyendo así a elevar el nivel de reflexión y de crítica de la sociedad, y acceso para el cual sólo se requiere el compromiso de quienes siendo detentadores de esos saberes crean para éstos condiciones de transmisión, discusión y organización diferentes a los de la institucionalidad escolar. Frente a la elitización del saber que promueve el académico y ante el monopolio, muchas veces esterilizante, de los mejores logros del espíritu humano que hace el dispositivo escolar, el compromiso del intelectual es con el carácter social y político del saber y, en este sentido, con su propagación amplia y no necesariamente institucional, labor que acomete sin dejarse confundir por el mandarinazgo académico que lo quiere desacreditar como alguien que quiere fungir de orientador y conductor de los demás y como alguien carente de una relación rigurosa con el saber, pues él sabe que lo que hace no es dirigir o llevar “la luz de la verdad”, sino crear condiciones sociales para poner el saber en diálogo con otros seres humanos, al margen de su escolaridad, y que el rigor en la producción, tratamiento y circulación del saber no se reduce a lo que hace el mundo académico y, por tanto, puede darse bajo formas diferentes a las que promueve, por ejemplo, la institución universitaria. En todo caso, para el desarrollo de éstas y de otras proposiciones avanzadas en la conferencia les invito a escuchar el audio de ella en la página web de la Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA. Carlos Mario González Profesor Universidad Nacional – sede Medellín Departamento de Estudios Filosóficos y Culturales Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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Tertulia Miércoles 9 de marzo del 2011 Deck del Claustro de San Ignacio
En el Deck del Claustro, nos reunimos poco más de 20 personas para indagar y debatir los planteamientos de la conferencia central del miércoles anterior. Sabemos que bajo currículos y expectativas de diplomas no se forman intelectuales sino académicos cauterizadores de la potencia del saber. Ante esto un asistente formuló: “¿de dónde surgen entonces aquellas figuras que llamamos intelectuales?, ¿hacia dónde o hacia quiénes está dirigido su trabajo?” Tratando de responder planteamos que, contrario a lo que hace la escuela y sus lógicas de producción de funcionarios, la pregunta es atinada al afirmar que los intelectuales se forman y no se producen. Para hacernos con un significante común que oriente la conversación, entendimos por intelectual, tentativamente, hombres y mujeres que hacen del saber y las ideas, las herramientas con las cuales intervienen en su sociedad. Otras personas agregaron que el lugar en que estas figuras se desempeñan es la Polis, y, por tanto, han construido una relación con el saber que no habita las estructuras y los modelos de la escuela. De igual forma, como sociedad civil, tendríamos que aspirar a una ciudadanía intelectual que promueva y establezca el saber y el pensamiento como una fiesta de la que todos podemos ser partícipes. Muchos se plantearon la idea del intelectual como líder haciendo algunos matices sobre ello, por ejemplo el hecho de pensarlo como figura organizativa que une fuerzas, ya sean personas u organizaciones, para crear una red que trascienda las luchas particulares de las minorías y que busque un cambio estructural en la sociedad. El intelectual hace de la reflexión y del pensamiento un bastión fundamental en su despliegue en la sociedad, tiene una posición racional y argumentada que propone a los demás, desechando esa perniciosa idea posmoderna del “todo vale” y ese atrincheramiento dogmático del “sólo esto vale”. Así mismo, si bien todo intelectual tiene una historia subjetiva en la relación que ha construido con el saber, no por ello es válido decir que existe una historia en particular o un único camino que se atribuya, como si se tratara de una técnica, la garantía de una formación intelectual o, como agregó otra persona, la “producción” de intelectuales. Alguien nos confesó que tenía un interés particular en la conferencia pues el título le sugería que podía llamar a los intelectuales a rendir cuentas, pero con la conferencia reformuló su opinión planteando que quizás podríamos pedirles cuentas argumentando un “deber ser” del intelectual, y que la responsabilidad social y política puede ser algo pactado en el vamos de la formación y de la relación que vaya construyendo con el saber y el poder. Ésta posición fue interpelada con una pregunta: “¿estos rasgos que hemos atribuido al intelectual nacen de un ideal o de una caracterización de los intelectuales existentes?” Quien expuso esta pregunta explicó que, llegado el caso en que respondiéramos lo segundo, habría que preguntar concretamente por los intelectuales que intervienen en el mundo hoy, valga decir Alfredo Molano, William Ospina y otros que, aunque ya no viven, su pensamiento es una herramienta para entender e incidir en la sociedad como Estanislao Zuleta o Luis Antonio Restrepo. Terminamos nuestra tertulia recordando que los intelectuales no son en sí mismos la verdad, el bien o la garantía de una mejor existencia, pero son figuras imprescindibles en la construcción de una vida que valga la pena vivirse, en lo individual y en lo colectivo. Tendríamos que decir que necesitamos más y mejores intelectuales que nos ayuden a los ciudadanos de a pie a entender mejor el mundo en que vivimos, para ubicarnos en él y poder cambiarlo. Vincent D. Restrepo Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA 6
Pensador de referencia "La función del intelectual consiste en desenmascarar y esclarecer...desafiar y derrotar, allá donde sea posible y cada vez que pueda, tanto un silencio impuesto como la calma chicha de los poderes en la sombra.(...) Porque hay cierta equivalencia social e intelectual entre esta masa de intereses colectivos dominantes y el discurso empleado para justificar, disfrazar o mistificar su actuación, con el fin al mismo tiempo de impedir que broten las objeciones o las posiciones que las desafían.” Humanismo y crítica democrática Edward Said
Nació en 1935 en Jerusalén. Como activista palestino, Said defendió los derechos de los palestinos en Israel y los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania. En sus escritos de 1980, Said anticipó una eventual política de agresión por parte de los Estados Unidos en el Medio Oriente. Su lucha por los derechos de los palestinos continuó a lo largo de toda su vida, y unos días antes de morir se le vio arrojando piedras a tanques israelíes mientras éstos destruían una parcela. Debido a su activismo pro-palestino, fue acusado por sectores proisraelíes de antisemita y hasta de terrorista. Contrastando con esas acusaciones, Said, en 1999, junto con su amigo, el músico argentino-israelí, Daniel Barenboim fundó la Orquesta Diván Este-Oeste, una iniciativa para reunir cada verano a un grupo de jóvenes con talento de Israel y de los países árabes. Por ello, recibieron ambos el Premio Príncipe de Asturias en 2002. Edward Said murió el 2003, a los 67 años en Nueva York.
Próxima conferencia: En defensa de los libros, la lectura y los lectores Texto de referencia: Pasión intacta: ensayos 1978-1995 George Steiner Miércoles 6 de abril 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso) Boletín de La conversación del Miércoles Edición del 16 de marzo del 2011 Revisión editorial: Alejandro López Sandra Jaramillo Diana Suárez Vincent Restrepo Diagramación: Vincent Restrepo
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Informes: Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Web: www.corpozuleta.org e-mail: info@corpozuleta.org Tel: 234 36 41 Dirección: Cll 50 No. 78a - 89
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