La conversación del miércoles De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Ciclo 2012
Boletín abril
La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Grupo de estudio
Conferencia preliminar Miércoles 28 de marzo de 2012 Auditorio CorpoZULETA
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bordar el tema de la ética y clarificar posiciones frente a ella y frente a las múltiples posibilidades desde las que puede ser pensada es la tarea a la que nos convocó La Conversación del miércoles en este mes. En este sentido, y buscando precisar los hilos que generan el entramado del ciclo de De la cultura que tenemos a la cultura que queremos, se hizo necesario plantear la concepción de cultura que anima nuestro accionar y visibilizar en él la importancia de la ética. La cultura es entendida entonces, como todo aquello que hombres y mujeres inventan tanto en el orden material como espiritual y que le dan un sí afirmativo la existencia. De igual forma, ubicar temporalmente el problema permite precisar la historicidad de la ética y enmarcar claramente la pregunta en un momento preciso con unos rasgos particulares y con unas tensiones propias. Dos fueron entonces los rasgos fundamentales que se enunciaron como propios de la modernidad tardía, tiempo en que nos ubicamos: 1. El modo de producción capitalista como determinante de las relaciones económicas, políticas y sociales que en ella se dan. 2. La promoción de la democracia como el modelo para el trámite de nuestros conflictos. Contando con estos elementos y partiendo del reconocimiento de la historicidad que tenemos los seres humanos en las formas de valorar, nos preguntamos entonces si hoy es posible encontrar una ética que deje atrás, que supere, que desconozca incluso, el orden del deber. Si entendemos la moral como un conjunto de prescripciones que regulan nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos y si entendemos la ética como la posibilidad de reflexionar y fundamentar racionalmente nuestro proceder en relación a ese conjunto de preceptos, el problema de una ética como superación del deber nos abre a una pregunta sobre el lugar de este como rector de los procedimientos con nosotros y los demás. Dicho de otra manera, más que la pregunta por el deber como una obligación absoluta, es menester preguntarnos por la fundamentación de ese proceder, por los tipos de deber desde los que actuamos. En este punto vale la pena señalar algunas palabras que aparecen como malditas para nuestra época y que seguro si se toman por fuera de un conjunto de relaciones y de las
implicaciones que tienen, ligeramente y sin crítica podrían despacharse sin considerarse las posibilidades constructivas que también pueden llegar a tener; entre otras palabras podríamos mencionar obligación, sacrificio, renuncia, falta. En buena lógica, y considerando los rasgos propios de los seres humanos, es necesario reconocer que precisamente y por múltiples razones son los límites de muy diverso orden aquello que nos constituye, por tanto, es menester contar con esta condición de tal manera que desde allí construyamos la mejor vida posible. A una perspectiva que considere que efectivamente puede vivirse con una ética del posdeber, es decir, sin obligación con nadie, ni falta alguna respecto a sí mismo y a los demás, le podríamos hacer entonces la pregunta por el tipo de relaciones y de vínculos que con los otros, en sociedad, se estaría construyendo, o las posibilidades de alcanzar conquistas y construir deseos que vayan más allá de una propención al goce y a la satisfacción inmediata. Seguramente, si analizamos el contexto en el que estamos y la propuesta que desde la concepción capitalista de la vida se hace a los individuos contemporáneos, vemos que la exaltación de esa satisfacción inmediata, de un consumo por el consumo y de un goce sin deber es lo que prima, pero también hace falta ver entonces los resultados que por está vía se producen, y las consecuencias que para una gran parte de la población tienen. No se trata de una invocación a una ética que imponga unos deberes que desconozcan el sujeto a nombre de la comunidad, la sociedad o en todo caso la colectividad, se trata más bien de reconocer la tensión que entre individuo y sociedad existe y de posicionarse crítica y afirmativamente en la diferencia y reconocer el espacio democrático como el mejor escenario posible para tramitar las diferencias que de allí surgen y de esta manera entonces, construir unos acuerdos mínimos que nos permitan vivir de cara a los deseos que como sujetos tenemos, pero reconocernos así mismo como seres en sociedad y que entonces somos también sujetos del deber. Alejandro López Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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Discusión Miércoles 28 de marzo de 2012 Auditorio CorpoZULETA de hecho podemos verlo en nuestra cotidianidad: cuando vamos a un supermercado compramos ayudas para los “menos favorecidos” del mundo, algunas valen mil o dos mil, y con ello podemos decirnos “he ayudado”. De seguro también recibiremos nuestras compras en bolsas que nos aseguran ser biodegradables, es decir, no contaminan el medio ambiente, problema muy en boga desde hace un par de décadas. ¿Con estas dos acciones, la de la “ayuda” de mil pesos y la bolsa, intentamos quitarnos el mal sabor de boca que nos deja este sistema económico que al tiempo que vende productos no contaminantes, deja un continente entero (y el territorio va en expansión…) en las peores condiciones de pobreza, miseria e indignidad? Otro problema que emergió fue el de los imperativos, las normas, los mandatos o las prohibiciones, asuntos que nos fundan como cultura. ¿Qué sería del mundo si no existiera el NO, esa barrera que nos impide hacer lo que nos plazca? En el horizonte moral hay que aclarar que no todo imperativo configura un sistema moral, y a este respecto podemos pensar en los que esta época nos ofrece como acciones imperativas para pautar nuestras vidas; están en la forma de consumir que establecemos, en el tipo de amor que sostenemos y en las realizaciones que alcanzamos o queremos alcanzar. Podemos ser abordados, por ejemplo, con sentencias que dicen “¡Compra!, ¡consume!, ¡plácete!, ¡vive el momento allende a las consecuencias”, pero ello no configura por sí solo una moral o un sistema de valoraciones y conductas, más allá de que ostente ideas e ideales. Por último habría que poner un gran interrogante al imperativo del placer como algo posible de alcanzar para todos, pues, en un mundo con tanto sufrimiento, pobreza y dolor, ¿cómo vamos cotejando lo real de nuestra cotidianidad (la nuestra y la del mundo entero) con una época que te demanda buscar placer inmediato las veinticuatro horas del día? ¿Es posible que el imperativo del placer conviva con el de la necesidad inmediata en un contexto de carencias y desigualdades?
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e nuestro nutrido encuentro surgieron preguntas, tantas y tan variopintas, que tratar de registrarlas todas sería, por lo menos, algo ilusorio. Sin embargo esta memoria ofrece lo que a su suerte tuvo en poder anotar y dar un orden que —esa es la intención— el lector o lectora encontrará de suficiente altura para su interés y entendimiento. Sabemos que aquello a lo que decimos moral está inexorablemente relacionado con las formas de conducta que uno acoge, la posición propia frente a un “deber hacer”, la manera en que se debe actuar. Hemos pasado de una moral totalizada, grabada en rocas milenarias inmutables e incuestionables, a la posibilidad de inventar y vivir acorde con otra moral que consulte con la subjetividad de cada quien y que abandere como causa suya el bienestar del individuo. Siguiendo a este primer comentario alguien dijo luego que bien podía un bienestar de este tipo conseguirse apostando a la defensa de unos intereses comunes que, si bien no son los intereses de absolutamente todos, son los que la mayoría reclama. Ante esto piénsese en los últimos años: un problema económico, una incertidumbre por el tema social y el educativo ha convocado a las personas a unirse y a reclamar públicamente aquello que consideran un derecho inalienable y un deber del Estado. Sin embargo hay que tener en cuenta que si abogamos por un sentido de la democracia y la igualdad como la concebía Zuleta (en la que la diferencia sea una señal de la diversidad humana y no un aspecto negativo de ella, además de velar porque dichas manifestaciones de lo humano tengan un lugar en el mundo), debemos preguntarnos también por la forma en que esas morales, la religiosa y la laica, entran en discusión. Otra intervención mencionó algo central para nuestro problema: ¿de dónde surge lo ético?, ¿qué es lo que configura una forma de actuar, de vivir nuestra experiencia en la cultura, en la sexualidad, etcétera?, ¿qué, quién o quiénes se dan la potestad de establecer el bien y el mal obrar? Imaginarse, por ejemplo, al capitalismo como la fuente ética de esta época es fácil,
Vincent Restrepo Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Conferencia central ¿ES POSIBLE UNA ÉTICA QUE SUPERA EL DEBER? Miércoles 11 de abril de 2012 Auditorio Comfama San Ignacio
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deber”, una ética ajena a la obligación, al compromiso y a la sanción,una ética indolora. Es decir, bien en la línea de su cruzada contra la política y contra la ética, ahora, rayando casi en el delirio, los posmodernos avizoran una humanidad “más allá del deber”. Una ética sin deber es algo tan desatinado como decir que tengo un cuchillo sin hoja y sin empuñadura, es decir, es un oxímoron que no hace más que ratificar que con las palabras se puede nombrar hasta lo que es contradictorio en sí mismo. “Ética sin deber” es una formulación traída de los cabellos, cuyo origen radica en una errónea y maniquea concepción que poseen los posmodernos sobre el lugar y la función de la ley en el ser humano. Veamos. La criatura humana llega a ser tal porque tiene escrito en su corazón: “No todo es posible”, lo que señala que para ella, bajo el mismo golpe de la prohibición, algo queda vedado y algo queda permitido. Constituida como un ser-en-falta, ella no sólo es, sino que debe responder a un deber-ser, lo que a su vez advierte que en su caso, y a diferencia del animal, la conducta apropiada no se da de suyo. Precisamente, la ética es una exigencia que pesa sobre el proceder que se despliega respecto al otro y respecto a sí mismo, no siendo infrecuente que las obligaciones para con el semejante entren en contradicción con las que se tienen para consigo. Además, y es algo decisivo del dominio moral, las reclamaciones que ésta exige arraigan en lo inconsciente del sujeto, determinando que cuando éste trasgrede esa normativa con la que se identifica más allá de su voluntad y de su conciencia, el resorte que inmediatamente se dispara es el del sentimiento de culpa. La moral es una forma del compromiso con el otro y del compromiso consigo mismo, susceptible de ser reflexionada, criticada y revisada –es esto lo que en propiedad constituye la tarea de la ética, pues si la moral atañe a mandatos que nos rigen, la ética es el esfuerzo por proveer una fundamentación o una refutación, racional en cualquier caso, a éstos-, de tal manera que reclama conductas acordes con aquellos valores e ideales con los que se identifica el sujeto. La moral busca ordenar, como propósito principalísimo
n manido y reiterado discurso inunda nuestra época: “la crisis de los valores”. A toda hora y en todo lugar se oye, las más de las veces con voz de lamento, esta expresión, al punto que el reclamo por la ética ha llegado a ocupar el lugar de la política. Si en los años 70 “todo era política”, en nuestros días “todo es ética”; si hace cuarenta años la ética quedaba subsumida en la política, hoy por hoy la política se subordina a la ética. Tal vez, dicho sea de paso, va siendo hora de reivindicar la especificidad de cada una de estas dimensiones, de reconocer su respectivo e inalienable valor y de establecer relaciones entre ellas que no impliquen la difuminación de una en el dominio de la otra. A propósito de la ética, una variante del discurso posmoderno, expresada, por ejemplo, por Gilles Lipovetsky en su libro “El crepúsculo del deber”, ha venido a formular una proposición que, si no fuera porque los posmodernos nos tienen habituados a la ligereza de sus formulaciones, causaría estupor por absurda: invocar una ética “pos-
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suyo, nuestras relaciones con la pulsión erótica y con la pulsión tanática, no estando de más decir que hay mandatos morales que se dan en todas las culturas, tales como la prohibición que pesa sobre matar, sobre el incesto y sobre el mentir. Cae de suyo que el deber como moral es consustancial al ser humano, a este peculiar ente que en tanto sujeto de la ley deviene de manera inextricable sujeto del deseo y sujeto del deber. En su acepción primera la ley no es otra cosa que el límite que se instaura en la avanzada del goce, límite que traza para el sujeto el campo de lo que se debe hacer y el campo de lo que no se debe hacer. Este trazo del “no todo vale” que hace la ley, cobra formas diferentes, existiendo para cada una de éstas un tipo de sanción particular y pertinente. Por lo menos se podrían enunciar cuatro formas que adopta la ley: la jurídico-política, que cuando no es respetada se replica con la pena legal; la consuetudinaria, es decir, la atinente a las costumbres, cuya violación se sanciona con la pérdida de la estimación que depara el otro o con el sinsabor en el propio sujeto; la artificial, por ejemplo la que nos inventamos en ese dispositivo de la actividad reglamentada que es el deporte, en la cual el desacato es causa del castigo que pesa sobre el infractor; y la éticomoral, la que al ser trasgredida desata de inmediato ese mecanismo sancionatorio que es el sentimiento de culpa. Agréguese a todo esto que ninguna forma de la ley es de origen ultramundano, al igual que tampoco
proviene de la naturaleza, siendo todas ellas formas históricas, lo que es tanto como decir que son variables en el tiempo. Dicho grosso modo, y esto con referencia a nuestra cultura, la occidental, se puede bosquejar una historia de la moral, más allá de Grecia y de Roma, que señala tres momentos: la Premodernidad, en la que la moral cobró expresión religiosa y tuvo como criterio decisivo suyo a Dios y sus mandamientos; y la Modernidad, la cual se desdobla en la modernidad temprana (del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX) y en la modernidad tardía (de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días), siendo en ambos decursos una moral laica, pero denotando en la primera variante una modalidad que doy en llamar “rigorista”, caracterizada por el peso aplastante de los ideales colectivos (patria, partido, familia, pareja, gran causa, etc.) erigidos a costa del sujeto y de su singularidad, mientras la segunda variante, que denomino “subjetivista” (lo que no quiere decir, necesariamente, individualista), incluye al sujeto y, por tanto, su deseo, sus intereses, sus concepciones y su libertad. Esta última manifestación “subjetivista” es la que ha dado lugar a la emergencia de muy diversas morales y de muy diversas éticas, abriendo esta instancia de la ley a la reflexión, la argumentación y la controversia, superando así el imperio de una moral única. Lo anterior nos pone de cara a la necesidad de promover morales no fundamentadas en Dios, en la
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naturaleza, en lazos sociales insuperables o en hipotéticos paraísos terrenales, sino en una nueva versión del humanismo que, más allá de la renacentista, conciba al ser humano, en tanto agente y destinatario de la ley moral, caracterizado, por lo menos, por los ocho rasgos siguientes: 1. Humano es, únicamente, todo aquel que es ser-del-lenguaje; 2. En tanto lo anterior, los humanos se reconocen como semejantes, valga decir, como cruzados por algo que es común a todos ellos; 3. Simultáneamente a la semejanza que se instaura entre los humanos, resalta, como efecto de su inscripción en el lenguaje, la diferencia que proviene de su constitución en tanto sujeto y, por ende, en tanto singularidad irrebasable; 4. La pluralidad, que advierte que hay muchas formas de ser humano, aunque no se pueda tomarlas de manera indiferente; 5. El ser humano como criatura facultada para disponer y proceder con una razón instruida; 6. Hay dignidad indefectible en todo existente humano por el mero hecho de ser humano; 7. En lo humano no hay jerarquías innatas ni eternas; y 8. El ser humano debe asumirse como una criatura humilde y modesta en relación a su lugar y papel en el universo, reconociéndonos como un simple accidente evolutivo, habitantes de un planeta pequeño e insignificante, que deambula precariamente en un rincón cualquiera del cosmos, de tal manera que, superando el envanecimiento narcisista que
caracterizaba al humanismo renacentista, aceptemos que la vida del ser humano, en la escala del universo, no es de mayor importancia que la vida de una hormiga, siendo nosotros importantes sólo para nosotros mismos y reconociendo, eso sí, que frente a otras formas vivas somos la única que puede y debe hacerse cargo de sí. Es menester defender un mundo caracterizado por la pluralidad de sus morales y la pluralidad de sus éticas, donde las diferencias entre éstas se respeten confrontándose mutuamente y donde se propicie el debate abierto y racional, por ejemplo, entre las éticas monológicas y las éticas dialógicas, entre las éticas de la convicción y las éticas de la responsabilidad, entre las éticas universalistas y las éticas relativistas; en todo caso, éticas que, como tal, asuman que lo que hay que superar no es el deber –afirmación ésta absurda e irresponsable, pues el deber es condición necesaria de la humanidad misma-, sino que lo que hay que rebatir y superar son aquellas formaciones morales y éticas que inscriben el deber en un registro que desconoce al sujeto y su dicha de vivir, que no apropia la conquista de un humanismo pertinente a nuestro tiempo, que niega el diálogo y la deliberación y que no acepta que no hay morales o éticas que sean únicas, absolutas e indiscutibles.
Carlos Mario González Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Profesor Universidad Nacional sede Medellín
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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Tertulia Miércoles 18 de abril del 2012 Deck del Claustro de San Ignacio
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arde pasada por agua lluvia. Anochecer frío. Jornada laboral culminando. Ciudad congestionada. Calles atestadas de habitantes ocupados en transitar a lo suyo. En un salón encaramado en un piso alto de un edificio del centro, algunos ciudadanos y ciudadanas reunidos para darle curso a la palabra y a la escucha. Allí se ofrece la síntesis de una conferencia, se enuncian proposiciones, ideas transitan, se dan malentendidos, emergen dudas, se cruzan aclaraciones, hay confusión, priman la inquietud, el desconcierto, las ganas de hacerse a entendimientos, irrumpe también la comicidad. El tema: la moral, un asunto primordial al ser humano. A continuación una redacción de lo que allí se dejó escuchar. La vida humana se realiza entre límites ético–morales; jurídico–políticos; consuetudinarios (hábitos y costumbres de fuerte raigambre); los naturales; aún otros. Sucede que por eso es precisamente por lo cual el ser humano tiene entre sus más preciosas posibilidades la experiencia del reconocimiento de un otro existente, la experiencia de la libertad, la experiencia del deseo. Las acometidas que hoy emprenden algunos discursantes de la posmodernidad contra 'el deber' tienen en común un mal entendimiento del concepto de ley y de la función de ésta en la condición humana. ¿Qué sería de la criatura humana sin la ley? ¿Sería posible la vida humana si estuviese vaciada de la ley? La criatura humana tiene que vivir con algo: con la dificultad de que no todo le es posible, de que no todo le está dado, de que es limitada, y no poco. Es ese uno de los principios de su condición, y aquí otro: su comportamiento está determinado por un 'deber ser', esto significa que en tanto es, al ser humano le resulta insatisfactorio eso que es, y que hay en su proceder acciones no apropiadas. Es la que hace el ser humano con la ley una relación fundante: ingresar en la humanidad implica, entre otras cosas, ingresar en un sistema de leyes, de preceptos, de mandatos que regulan el comportamiento, que determinan la conducta, leyes, preceptos, mandatos, limitaciones éstas que no son inmutables, que son históricas; estar en la humanidad es ser sujeto de una moral. Además
de afirmar que la relación del ser humano con la ley no ha sido siempre la misma, y que la ley es también histórica, que las prohibiciones que impone no han sido las mismas siempre y en todas la latitudes, a excepción de las que tratan del asesinato, la mentira y el incesto que se encuentran en todas las comunidades humanas, hay que decir también que la relación con la ley es de a uno, o sea: que acontece también subjetivamente. La inscripción en las prescripciones de una moral está ligada a la interacción del sujeto con lo otro, todo aquello que encuentra en el mundo, y a la interacción del sujeto consigo mismo, con las proyecciones ideales de sí, interacciones éstas en la dimensión del super yo y en la dimensión del ideal del yo al decir del psicoanálisis. Se dice del Hoy que en él reina la crisis: los referentes absolutos se descomponen, provocan hastío y pocos son los individuos en quienes aún tienen influencia sin que les causen alguna indigestión anímica. Es la tendencia que la diversidad se imponga e incluso en ella la moral encuentra expresión: hay diversidad de
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posibilidad de experimentar el sentimiento de culpa?, ¿cómo dar con morales que se funden en una perspectiva dialógica, esto es, que no desconozcan la actuación de lo histórico, el inconsciente, la subjetividad, lo colectivo, en la relación de los sujetos con la ley?, ¿la imposibilidad del goce en tanto que la vida se realice en condiciones de pobreza material extrema, como ocurre en muchos rincones del planeta, menoscaba la relación de los sujetos con la moral?, y, claro, la que guió la indagación de la conferencia '¿es posible una ética que supera el deber?' La moral es imposible sin 'el deber'. No ocurre en el Hoy un crepúsculo de 'el deber' sino, más bien, una necesidad de él cada vez mayor y más urgente. Lo que está llamado a ser superado no es 'el deber' como tal, sino la vigencia de morales que con sus mandatos borran al sujeto, la subjetividad, la singularidad, que atentan contra la pluralidad. Eso lo propone el discurso ofrecido en la conferencia que además recupera la importancia de la política llegando a ésta por la vía de la reflexión de la moral y de la ética. La lucha por una sociedad democrática, más justa, plural, equitativa, organizada y respetuosa, que acoja la existencia de morales diversas que contemplen preceptos comunes de validez universal, es una lucha propia del combate de las ideas. Que la humanidad haya alcanzado el reconocimiento de que al interior de ella ocurren cosas aberrantes, como es por ejemplo el que hayan personas que mueran de hambre, y la convicción de que eso es intolerable, es un acontecimiento que hay que saber estimar y entonces no desanimarse en la búsqueda de otros presentes y realidades para la humanidad: no hay porqué desfallecer en la creencia del valor de la ética. Y a la difícil pregunta ¿cómo construir nuevas valoraciones normativas en el relacionamiento con el otro en función de los nuevos contenidos de la vida humana, que la van haciendo más compleja?, en el orden de su aparición, dos contestaciones apresuradas pero no por ello desprovistas de alguna verdad, la primera que obliga a sonreír a causa de la titánica exigencia que guarda: ¡instaurar un Estado Asambleario de corte permanente!; la segunda que extiende la duración de la sonrisa y recuerda una ocurrencia disparatada de Ulrich, el hombre sin atributos del escritor austríaco Robert Musil: ¡que se funde un ministerio de la moral!
morales. Entre ellas, hegemónicas y de gran longevidad, la moral laica rigorista y la moral religiosa, tienen en común que están fundadas en una perspectiva sacrificial: la del sujeto en tanto ser singular, el sacrificio de él en función del bienestar del otro en la primera de ellas; el sacrificio de él en función de unos mandatos arrojados alguna vez desde el cielo, en la segunda. Dados a habitar en el mundo actual, donde el fenómeno de la diversidad reclama mayor espacio cada vez para darle mayor cabida a los sujetos en tanto seres singulares, resulta imprescindible superar la perspectiva sacrificial, es menester dar con sistemas normativos que no sean causa de la reducción de la singularidad a la expresión de su extinción. Este es el esfuerzo de que trata la ética en cuanto intento racional por fundamentar el acatamiento o no de unas prescripciones morales, en cuanto intento de dar contestación a estas, entre otras, preguntas: ¿cómo sería una moral que no implique la fulminación del sujeto en tanto ser singular?, ¿existen preceptos de validez universal, para fundar en ellos morales que le den cabida a la diferencia de quienes se vean sujetos por éstas?, ¿cómo hacer que la participación en ellas, el acatamiento de sus preceptos, la aceptación de los límites que impongan, de ser posible que se actúe así respecto de los límites, sea deseable para los individuos participantes e integrantes de una sociedad, regulados por ellas?, ¿cómo ocurre que en un sujeto se instale la
Santiago A. Gutiérrez Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Pensador o pensadora de referencia «El advenimiento de la sociedad de consumo de masas y sus normas de felicidad individualista han representado un papel esencial: el evangelio del trabajo ha sido destronado por la valorización social del bienestar, del ocio, del tiempo libre, las aspiraciones colectivas se han orientado masivamente hacia los bienes materiales, las vacaciones, la reducción del trabajo. » El crepúsculo del deber Gilles Lipovetsky
Gilles Lipovetsky (París, 1944) es un filósofo y sociólogo francés. Es profesor agregado de filosofía y miembro del Consejo de Análisis de la Sociedad y consultor de la asociación Progrès du Management. En sus principales obras (en particular, La era del vacío) analiza lo que se ha considerado la sociedad posmoderna, con temas recurrentes como el consumo, el hiperindividualismo contemporáneo, la hipermodernidad, la cultura de masas, el hedonismo, la moda y lo efímero, los “mass media”, el culto al ocio, la cultura como mercancía, el ecologismo como disfraz y pose social, entre otras. Entre sus obras más conocidas se encuentran La era del vacío (1983), La tercera mujer (2002), El crepúsculo del deber (2005).
Boletín de La conversación del miércoles Edición del 25 de abril del 2012 Revisión editorial: Alejandro López Vincent Restrepo Diagramación: Vincent Restrepo
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Próxima conferencia: ¿Tiene sentido propender por el sentido de la vida? Texto de referencia: Del sentido de la vida Jean Grondin Miércoles 2 de mayo, 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso) Informes: Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Web: www.corpozuleta.org e-mail: info@corpozuleta.org Tel: 234 36 41 Dirección: Cll 50 No. 78a - 89
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