Boletin de La conversación del miércoles - abril 2013

Page 1

La conversaci贸n del mi茅rcoles La pareja: incertidumbres modernas de esta relaci贸n Ciclo 2013

Bolet铆n abril


La conversación del Miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Grupo de estudio Miércoles 27 de marzo de 2013 Auditorio CorpoZULETA

Conferencia preliminar

S

tempranas del matrimonio es que el amor no sólo no era una razón válida para casarse, sino que era algo indeseable al interior de la pareja de esposos. Para una institución con fines utilitarios, la pasión, encarnada en la forma del amor, no tenía lugar alguno. Por otro lado, el sentimiento amoroso tuvo por mucho tiempo una significación divina y se encontraba rodeado de unos aires de misticismo que pueden ser difíciles de entender en nuestros días. Esta posición frente al amor proviene de una tradición hereje que difiere en gran medida de las formas que el cristianismo terminará dando al amor. Con la instauración de la religión cristiana en Occidente, surgió una mirada diferente y nace una nueva concepción del amor, el ideal del amor por el prójimo, ese amor cristiano, el amor ágape. Pero la nueva iglesia tardaría siglos en consolidar su poder político, y por ende su capacidad de influenciar a la sociedad y masificar una manera de pensar muy particular. Pero como dice nuestro intelectual de referencia muy tajantemente, la Iglesia Cristiana ganó, y con esa victoria comienzan a darse cambios. Uno de tantos tiene que ver con la preocupación que sienten los teólogos cristianos frente a los estragos que la pasión amorosa puede llegar a tener en la vida de un “buen cristiano”; por eso se decide que la mejor forma de mantener un ser moral es la de emparejarle con el objeto amado, con ese otro que hace emerger los más oscuros deseos; deseos ocultos en el alma de todos nosotros.

entarse en un salón universitario a estudiar, llegar a la oficina y comenzar una extensa jornada laboral, entrar en la institución matrimonial porque se ama a alguien. ¿Qué tienen en común estas tres situaciones? Las hermana el hecho de que son “inventos” de la humanidad, es decir, que no siempre fueron lo que son ahora, y por lo tanto, pueden llegar a ser algo más. En esta oportunidad quiero enfocarme en el tercer caso mencionado, casarse por amor. Ya nos habló Kant sobre la insociable sociabilidad del ser humano; ese rasgo fundamental de la existencia que nos empuja a juntarnos con otros, a ser sociales; rasgo que se ve enfrentado a lo que podríamos llamar un dogmatismo propio del ser, o en otras palabras, a la visión que cada uno de nosotros tenemos del mundo. Y es justamente ese conflicto el que complejiza cualquier tipo de relación humana, llámese familiar, afectiva, laboral o amorosa. La fórmula es simple, juntad dos o más seres y el resultado siempre será de una forma u otra, el desacuerdo, la diferencia, y por ende, la confrontación. El amor y el matrimonio han tomado diferentes significados, dependiendo no sólo del momento histórico, sino también de las configuraciones particulares de una sociedad. El lugar que ha tenido el Estado, la sociedad y el individuo mismo ha influenciado la vivencia que éste último hace del sentimiento amoroso y de la institución matrimonial. No es mucho lo que hay por decir de la institución matrimonial a través del tiempo, por lo menos hasta antes que la Iglesia Cristiana llegara a ocupar un lugar de poder en la sociedad occidental. A pesar de que existieron un sinnúmero de variaciones en las formas de concretarse, el matrimonio no cambia mucho en su rol utilitario y continúa sirviendo como herramienta para formar alianzas políticas y para el enriquecimiento de élites, pues es ésta una de las pocas maneras de extender las posesiones -otra forma es a través de la guerra-. Esta sería la constante por muchos siglos, inclusive durante el siglo XVIII era aceptada la idea de que “el único tipo de desviación familiar prohibido es aquel que pone en riesgo el patrimonio de la familia”. Otra cosa que queda clara de las formas

2

«En Occidente surgió una nueva concepción del amor: el ideal del amor por el prójimo, el amor ágape.»


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Antes de continuar, debo hacer un paréntesis. Es necesario entender que antes existían, de la misma manera que pasa hoy en día, mandatos oficiales y normas sociales y culturales, o en otras palabras, leyes, costumbres y tradiciones que hacían parte de la cotidianidad de toda sociedad. El lugar que se les da a cada una de estas normas depende mucho de la legitimación que tienen, o no, por parte de la comunidad; por ejemplo Colombia -dice su constitución- es un país laico, sin embargo las formas de gobierno se siguen basando en la moral cristiana. Menciono todo esto para tratar de entender la diferencia que había entre el matrimonio, que no era más que un mandato oficial, no siempre legitimado, e incluso burlado por algunos, y la relación amorosa, que era regida por tradiciones y costumbres muy arraigadas y difíciles de modificar. Para poder imponer ese modelo de amor cristiano que exige un proceder de acuerdo con las santas escrituras, fue necesario de parte del cristianismo elevar el matrimonio al nivel de sacramento, efectivamente convirtiéndolo en una imposición a todo creyente que no tome el camino eclesiástico; esto lo que logra es darle un peso simbólico altísimo a la unión conyugal, que los clérigos creen suficiente para desactivar cualquier capacidad de la pasión amorosa para inducir al hombre al pecado. Vivimos en una sociedad que ha querido institucionalizar ese sentimiento tan potenciador de

la vida, esa enfermedad del alma, ese sufrimiento dichoso, que puede llegar a darle un alto sentido a nuestro recorrido por ese camino finito del existir. La nuestra, esta sociedad -en gran parte- heredera de una tradición cristiana europea ha sido clara en el argumento de base para enlazar a dos (y sólo dos): debéis amaros el uno al otro. ¿Qué cambios se han dado en nuestra época que han llevado a la institución matrimonial (y, acaso, a la concepción misma del amor) a una crisis? Son varias las dificultades que hoy enfrenta ese modelo de pareja que se nos propone bajo el significante MATRIMONIO. Una de esas dificultades es ese rasgo muy de nuestra época: el individualismo. Por siglos, fueron los intereses de las familias los que primaron a la hora de tomar decisiones que afectaban la vida de un ser, como la de juntarse con un otro para forjar una vida común; no importa si la razón era política o económica, las decisiones se tomaban teniendo como prioridad necesidades comunes, dejando a un lado intereses personales. Las cosas han cambiado y ahora los seres se reconocen en su individualidad. Y aquí uso el término para designar no solamente la singularidad del individuo, sino también el rasgo individualista, egoísta, del que se identifica con la ideología capitalista. No únicamente reconocemos las diferencias con nuestros padres y con muchos otros, sino que también ha primado la idea del beneficio propio a la hora de tomar cualquier

Tomado de: http://www.zawaj.com/askbilqis/wp-content/uploads/2010/05/sexless-marriage-drawing.jpg

3


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación decisión que afecte nuestra cotidianidad, inclusive en aspectos espirituales como en la experiencia amorosa. Este individualismo también se manifiesta en un rechazo cada vez mayor a los preceptos sociales, o mejor dicho, a las tradiciones, cuando éstas no se amoldan a nuestros deseos (y aquí habría que preguntarse precisamente qué es eso que deseamos); optamos más bien por un actuar que depare, en lo posible, en una gratificación personal. De la mano del individualismo podemos preguntarnos también el lugar que se le da a la ética y a la política en nuestros días. Se nos ha tratado de convencer que la vida que vivimos es la que nos hemos forjado nosotros mismos, todo bajo el postulado de la superación personal, ignorando completamente el peso y la influencia que ejercen sobre nuestras decisiones los ámbitos políticos y sociales en los que nos movemos.

rencia del amor cortesano, que era exclusividad de la nobleza, el amor romántico ha encontrado un lugar en el general de la población. El término pareja no deja de ser equívoco para nombrar la relación que ha existido entre hombres y mujeres a través de muchos siglos. La mujer rara vez ha sido el par del hombre en cuanto a relaciones se refiere; su palabra ha sido acallada por siglos, su posición determinada por la sociedad, -sea esta familia, iglesia, escuela o Estado-, no por ella misma. Afortunadamente eso está cambiando y con lo que nos encontramos es un ser tan complejo como diferente, de lo que es el hombre. Un ser que reclama el derecho a su propia mirada del mundo, que reclama a gritos la soberanía de su cuerpo. Un ser que le exige al hombre preguntarse por quién es él y cómo relacionarse con un igual. Es muy fácil mantener cierto orden cuando el otro es forzado a actuar bajo estrictas órdenes; los campos de concentración nazi no tenían problemas de holgazanería, simplemente, el que no obedecía era eliminado. Lo mismo ha pasado con la mujer, a quien históricamente no se le ha preguntado que desea sino que se le ha informado lo que debe querer ser. Esto me lleva a ese otro tema, tan escurridizo como el amor mismo... la libertad. El gran reto de la pareja moderna es inventar cómo se le da cabida a las subjetividades de aquellos que se reconocen como diferentes. Si lo deseable es una relación de iguales, y esos iguales reclaman la libertad de desplegar una multiplicidad de formas de vivir, entonces esta época se debe hacer una pregunta que hombres y mujeres de antaño definitivamente hubieran encontrado extraña: ¿puede fundarse una relación de dos, o más, en la libertad que cada individuo exige para sí? En nuestro mundo actual la relación amorosa es legitimada por el matrimonio, el cual a su vez es legitimado por la familia, o en otras palabras, los hijos. Este es otro de esos cambios de mentalidad que se han producido con el tiempo. Es verdad que en tiempos pasados se casaba la gente para tener descendencia, pero la razón era puramente utilitaria; los hijos en épocas anteriores eran mano de obra para trabajar, inicialmente, en los campos y luego, con la revolución industrial, en las fábricas. Hoy por hoy es difícil argumentar una necesidad utilitaria de los hijos y el argumento de cuidar de los padres en edad anciana es cada vez más

«Se nos ha tratado de convencer que la vida que vivimos es la que nos hemos forjado nosotros mismos.» Otro punto fundamental para pensar esa extraña pareja amor-matrimonio es el tema de la felicidad. Ésta se ha convertido en un ideal imperante en la sociedad actual. Atrás han quedado las épocas en que se le daba un lugar a la desdicha; en el reino de la positividad no hay cabida alguna para la angustia, la melancolía, la tristeza, la nostalgia, o cualquier otro semblante del ser humano que pueda considerarse “negativo”. Al individuo moderno se le ha trazado una senda que, según algunos, si se sigue al pie de la letra llevará a un paraíso terrenal; y el emparejarse es uno de los lugares imprescindibles de transitar en esa búsqueda interminable por la dicha propia. Valga también mencionar un cambio histórico en relación a este tema. En lo que podríamos llamar una “democratización” del ideal, en nuestra época se puede encontrar como común denominador entre diferentes clases sociales el deseo de ser feliz; a dife-

4


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación falaz. Habría que preguntarse entonces el significado que cobran los hijos hoy en día, pero eso es tema para otra oportunidad. Otro aspecto que no se puede pasar por alto a la hora de pensar por qué la institución matrimonial, como la conocemos hoy en día, ha dado muestras de desgaste, es la manera en que habitamos el territorio. Las ciudades modernas influyen en nuestras relaciones afectivas. Atrás han quedado las preocupaciones por sostener pequeños poblados rurales, por el contrario, uno de los grandes problemas modernos es la sobrepoblación de nuestras urbes. Es muy interesante pensar ese fenómeno actual en donde, a pesar de vivir cada vez más juntos y apretados, vivimos cada vez más solos. Hay un miedo en el mundo actual: confrontar otras humanidades, esas que sin duda desarmonizan vidas y destruyen rutinas monótonas; por eso nos lanzamos, sin pensarlo dos veces al modelo de parejas de similares, que termina encerrándose en sí misma, aislándose del resto con la falsa esperanza de que así podremos encontrar tranquilidad, paz y armonía. Para concluir, sólo quiero comentar algo

Cine en conversación Michael Haneke. La progresiva glaciación emocional

Libertad guiando al pueblo [fragmento] - Eugène Delacroix La Humanidad - Cristina Alejos Cañada

Programación abril:

sobre el lugar que se le da a la pasión en nuestro tiempo. No nos son desconocidas las terribles consecuencias que acarrea un culto exclusivo de la pasión, pero lo mismo puede decirse en torno a la razón; sin embargo, hoy vivimos en una sociedad que cree ciegamente en la racionalidad inhumana de la ciencia, que de alguna manera la inquietud eterna que ha generado el amor en el ser humano se verá solucionada por algún avance técnico, o por esa “fórmula mágica”, escondida quién sabe donde. Parece irónico que el matrimonio, ese al que se le puede llegar a acusar de una frialdad financiera, dado los intereses económicos que le regían en ciertos momentos, en la actualidad parece ser el falso refugio en donde muchos tratan de buscar algún esbozo de pasión. Es como si el matrimonio fuera el iglú que protege a la pareja y a su familia (¡por supuesto!) de ese mundo glacial de lógicas financieras; un mundo que hizo del dinero y la ganancia su nueva religión. Si las dichas del amor son la presencia, la palabra y el erotismo, es válido entonces preguntarse ¿cómo amar en una sociedad donde somos esclavos de trabajos estupidizantes y cada vez más inhumanos? -puede que no en un sentido del esfuerzo físico, pero si en un sentido espiritual-, por lo que nuestro tiempo de presencia frente al otro casi que desaparece. ¿Cómo amar en una sociedad donde la dicha de la palabra, es decir la conversación, se reduce a la comunicación de eventos y sucesos anecdóticos de cada uno, sintetizado en la pregunta eterna del cónyuge ¿cómo te fue en el trabajo? cuya respuesta termina importando poco después del paso inexorable del tiempo? ¿Cómo amar en una sociedad donde la erótica, esa forma del arte que se hace cuerpo, ha sido reemplazada por una ciencia del sexo llena de manuales que no dejan nada a la imaginación? Es muy difícil esculpir un ser-amante en una sociedad que busca ensamblar en serie al ser-productivo.

Álvaro Estrada Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

Abril 13: El Séptimo Continente - 1989 Abril 20: El video de Benny - 1992 Abril 27: 71 Fragmentos de una cronología del azar - 1994 Mayo 04: El castillo - 1997

5


La conversación del Miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Grupo de estudio

Discusión Miércoles 27 de marzo de 2013 Auditorio CorpoZULETA

L

la soberanía de tiempo, espacio y cuerpo, existe una creciente desconfianza en torno a los ideales (como casarse y tener hijos) y la fe que otrora se vendían como las únicas vías para alcanzar la soñada felicidad. Entonces ¿es posible envasar la fragilidad propia al amor en un marco de regulación social? Y si reconocemos la relación del amor con la libertad, con la imposibilidad de ser impuesto ¿por qué se trata de envasar? ¿Acaso este sentimiento se presenta sólo al interior o por el contrario, por fuera, de dichos marcos de regulación, es decir, se ama sin importar lo social, o más bien surge el amor porque estamos en una sociedad? Sigue siendo difícil plantear el tema del amor, ya que éste lo referenciamos en lo ideal pero lo asumimos, gozamos y sufrimos también en lo real. Para finalizar, la discusión demuestra que no se puede despachar el asunto en una sesión, de ahí la necesidad de considerar la validez y la forma en que se dan hoy en día las uniones (desde las tradicionales heterosexuales, las homosexuales, hasta las virtuales,

uego de escuchar la conferencia preliminar, en la cual el expositor recogió esos problemas propios al intento de emparejar deseo y deber, se inició la discusión. En principio se recordó una característica en la que no se suele profundizar: el lugar antinatural del vínculo matrimonial, y sumada a ésta, la lógica del matrimonio que genera un lazo, paradójicamente, antisocial y antipolítico, que riñe con vínculos como el de la amistad. Igualmente, las rutas que toma en nuestra sociedad el dicho vínculo, genera a su alrededor espacios de socialización de las familias, también naturalizados, que aíslan a cónyuges hijos de la vida política y los ubican en estructuras ficcionales de felicidad como ocurre generalmente con los centros comerciales. Ya tenemos pues el ejemplo de un conflicto entre un ideal y una realidad que no se acomoda del todo a aquél. Y es que el matrimonio, entendido como un mecanismo de regulación establecido sólo en, y por, la cultura, no se corresponde necesariamente con las dinámicas históricas de la humanidad, de ahí la incuestionable crisis que se le atribuye, y a la cual se le dan en la teoría y en la práctica múltiples salidas. Sin embargo frente a lo anterior no deben perderse de vista preguntas importantes: ¿cuál es el poder instituyente? ¿Quién da la bendición más allá del sacerdote o el notario? ¿Cuáles son las regulaciones que se establecen? ¿Qué efectos tienen, en lo individual y en lo social, dichas regulaciones? ¿Cuáles son los intereses de la alianza? Además, si reconocemos lo histórico del vínculo matrimonial ¿qué se mantiene y cuáles son las rupturas que en el presente no permanecen? Quizás el carácter camaleónico de la institución está en mostrarse siempre acoplada a los tiempos, así sea de modo imperfecto. Y es que aún se tiene en cuenta el matrimonio como un mecanismo para darle lugar al sentimiento del amor y para acceder a reconocimiento político, por eso no es gratuito el reclamo de las parejas homosexuales. Sin embargo, estos dos últimos temas no solucionan el traspié de lo que se intenta canalizar con tal institución, ya que si recordamos aquella unión como una forma de delegar

«¿es posible envasar la

fragilidad propia al amor en un marco de regulación social?» etc.) y atender a su vez al reconocimiento social y cultural que pueden permitir el amor y el matrimonio en un mundo como el del presente, el cual reclama el respeto a la libertad individual pero también la vulnera; por ende, hay que recordar siempre la importancia del diálogo, de la ética y de lo político para tramitar mejor esas diferencias y angustias que siempre surgirán al abordar estos temas que, como la rosas, están llenos de pétalos y espinas.

Eduardo Cano Uribe Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

6


La conversación del Miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Conferencia central Miércoles 3 de abril de 2013 Auditorio Comfama San Ignacio

Un extraño invento moderno: fundar el matrimonio en el amor

Hercules Lifts the Skin of the Sea and Stops Venus for an Instant from Waking Love - Salvador Dalí

E

institución –la del matrimonio- que, como tal, apunta a la estabilidad, sino en llegar al extremo de hacer de aquél el fundamento, la base, el sustento de éste, operación que, lógicamente, no podía dejar de producir muchos de los efectos que hoy por hoy tienen en crisis la pareja. Hay dos momentos en el devenir de Occidente que son clave para entender el matrimonio de hoy, sus contradicciones y sus impases: los siglos XI-XII y los siglos XVIII-XIX. A su vez, en aquellos dos siglos medievales mencionados tiene lugar un

s un invento porque no tiene nada de natural y porque es una forma constituida por la acción humana en el tiempo; es extraño porque es una singularidad, porque a ninguna otra cultura en la historia de la humanidad se le ha ocurrido tal cosa; es moderno porque su generalización apenas data de poco más de doscientos años, precisamente en la época que llamamos modernidad. Lo extraño de este invento moderno consiste no sólo en pretender juntar un sentimiento –el amor apasionado-, del cual, por principio, nada garantiza su perpetuación, con una

7


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

par de acontecimientos que marcarán profundamente la historia occidental de la pareja y cuyas consecuencias aún resuenan entre nosotros signando la mentalidad con la que asumimos la experiencia amorosa y la conyugal. Estos dos acontecimientos fueron, de una parte, esa revolución psíquica que trajo consigo la instauración del amor apasionado en su versión de amor caballeresco y, de otra, la Reforma de la Iglesia que le permitió consolidar la hegemonía del poder religioso sobre los poderes profanos, siendo uno de sus más eficaces instrumentos la reglamentación que hizo del matrimonio y la voluntad de ponerlo bajo su tutela. Entre los siglos XI y XII se presenta, en algunas regiones de esa matriz histórica de Occidente que es Europa, la aparición del amor cortés, forma del sentimiento amoroso que, como lo evidencia su misma forma de nombrarlo, acaece en el mundo de las cortes y tiene a los caballeros y a las damas de la nobleza como sus protagonistas por excelencia, pues si bien la pasión amorosa puede tener otros escenarios de manifestación, tal como lo podemos reconocer en un clérigo como Abelardo y en una mujer que no es de la nobleza, como Eloísa, la expansión de esta pasión se escenificó principalmente entre los hombres y las mujeres del orden nobiliario. Lo peculiar de ese amor profano que cobra forma de pasión es ser un amor atravesado por el deseo, lo que lo diferencia del amor religioso que promueve la Iglesia, amor éste que se manifiesta como ágape, como comunión y respaldo. Quien ama con pasión declara que algo esencial le falta y que siente reencontrarlo en un ser concreto que se ha puesto ante sus ojos, mientras que el que ama al estilo cristiano, esto es, como amor-ágape, antes que reconocer una falta se percibe como habitado por un exceso, tanto que por eso está en condiciones de donarle al otro su amor. El que ama con pasión demanda, el que ama como ágape dona. El amordeseo abre a la desmesura a partir del reconocimiento de que se está en falta y de que alguien suscita la esperanza de suturarla, por el contrario, el amorágape es sobrio, pues él no va más allá de dar al otro lo que se tiene. De ahí que el amor-deseo, es decir, el amor apasionado, por lo esencial que él concita en el amante, constituya una búsqueda no exenta de angustia y sufrimiento, aunque dadora también de nuevas riquezas para el ser, en tanto el amor-ágape

expresa una mesurada y tranquila entrega que no acarrea ninguna puesta en juego de lo más propio de quien ama. Primera expresión generalizada del amor apasionado, el amor caballeresco, ese amor de élite (no hay que dejar de mencionar que nada sabemos a ciencia cierta acerca de los afectos entre las clases oprimidas, particularmente entre los siervos de la gleba, pues, como se sabe, la historia la escriben los poderosos y los ganadores, quedando así irremisiblemente sesgadas las fuentes con las que después queremos rehacer el itinerario histórico), tiene como signo distintivo la valoración de la mujer en tanto ser amado, la exaltación de ella como ser de trascendente importancia para el hombre. No es poca cosa este acontecimiento, ya que por primera vez en la historia de Occidente la mujer deja de ser un mero objeto para la reproducción o para el goce carnal y se la eleva al lugar de objeto idealizado. Sin embargo, claro está, este nuevo lugar de la mujer no fue conquista de ella, sino fruto de los mismos hombres que inventaron con el amor un juego de distinción y, ¿por qué no?, de gobierno de sí. No hay que pecar de anacronismo: en los siglos XI y XII no hubo ni de lejos un movimiento feminista que permitiera una fuerza reivindicadora

«(...) este nuevo lugar de la mujer no fue conquista de ella, sino fruto de los mismos hombres» por parte de las mujeres, pues aunque existieron algunas talentosas (Eloísa, Hildegarda, Leonor de Aquitania, etc.), fueron casos excepcionales y aislados que en nada determinaron el universo hegemónico que se habían construido los hombres y que le impusieron a ellas. En todo caso, y así sea el caso de unas cuantas, la mujer accede a un nuevo lugar en el que el trato de los hombres se suaviza para con ella y su propia decisión se hace crucial con respecto a las pretensiones que animan a su galán. Es una nueva ética del proceder que exige al caballero al dirigirse a su amada formas delicadas y seductoras, en lugar de

8


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación la tosquedad y de la violencia que habían sido lo normal y lo habitual. El sentido persistente y que llega hasta nosotros de expresiones como “caballero”, “cortesía”, “galantería”, etc., proviene de la época que mencionamos, en la que se pule y se refina la aproximación de ciertos hombres a ciertas mujeres. El caballero busca el consentimiento de su amada, incluso infringiendo la misma moral feudal, pues no es inusual que su deseo se dirija a la esposa de su Señor o a la de otro caballero, incurriendo así en esa grave falta que es la felonía. Lo que el caballero persigue, merced a sus juegos retóricos y galantes, es la aprobación de una mujer que él expresa que es tanto más amada cuanto menos pretende poseerla sexualmente, aunque esta separación amor-sexualidad no sea definitoria del amor pasional que el medioevo nos deparó, tal como lo testimonian Abelardo y Eloísa, quienes hicieron de su pasión no sólo un goce espiritual, sino un goce carnal. La clave que dirime el juego amoroso del caballero es su capacidad de seducción, esto es, el don de que hace gala para ganar un lugar en el sentimiento de aquella que tanto peso cobra para él, al punto que no duda en llamarla “mi Señora” y “mi Soberana”. Pero no nos confundamos, el emparejamiento medieval cuyo lazo es el amor apasionado, es muy diferente a los vínculos que la misma pasión de amor suscita en nuestra época, así existan, como he dicho, algunos trazos comunes a aquel tiempo y al nuestro. Pero veamos. La dama es encomiada por el caballero en gracia a su belleza y a su virtud, pero ella sigue siendo una mujer inactiva, objeto de reverencia pero no sujeto de acción, razón por la cual más allá de las alabanzas que se le ofrendan y de las noticias que se le informan, no hay una palabra

Carlos Mario González, conferencista central de La Conversación del miércoles

9

entreverada con ella que permita configurar una conversación que pueda tener como objeto la intimidad suya y la de su amante. Pero es que en la Edad Media no hay discursos que se dirijan a esa dimensión de lo humano que llamamos lo “íntimo”, pues aún se está muy lejos de ese logro moderno que nos ha permitido reconocernos como seres de un fuero interior, muchas veces enigmático y nada fácil de comunicar. En consecuencia, para la Edad Media no vale aquella archiconocida formulación de Nietzsche que dice que “si queréis un amor duradero, preparaos para una larga conversación”, pues con las mujeres no se conversa, se las halaga; con ellas no se dialoga, se las encomia. La seducción del caballero no busca desatar en la amada su deseo de ser, aspira a ganar los favores de ésta mediante el expediente de afirmar su narcisismo. Declarándose su vasallo, testimoniando, muchas veces en los hechos, de su capacidad de sacrificio y de sufrimiento, suavizando las palabras y las conductas para con ella, ratificándole que no es la sexualidad el “leitmotiv” de la aproximación que hace, refrendando la espiritualización del vínculo que pretende, atribuyéndole condición de “única”, con todo esto el amante caballero aspira a ganar el sí de su amada soberana, asumiendo por principio la tragedia de una relación que, ni en el mejor de los casos, podrá dejar de ser clandestina y jamás podrá consumarse más allá de algunos circunstanciales momentos de jubiloso encuentro. El amor caballeresco no está hecho para que los amantes hagan una historia compartida, valga decir, para que materialicen su amor en una obra existencial tallada por los dos. El amor caballeresco se resuelve en el ojo y en el oído: en el ojo del caballero fascinado con la belleza de su dama, en el oído de la mujer halagada en su narcisismo por la palabra y la retórica del hombre. Que algunas mujeres en el medioevo hayan sido enaltecidas por el amor, no quiere decir que la concepción general que sobre ellas tenían los hombres se haya modificado en forma esencial, pues se


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación seguía considerando a la hembra –ahí estaba Eva para recordarlo- como inconstante, lujuriosa y diabólica, como alguien que siempre cernía sobre el hombre el peligro de una concupiscencia sin término, lo que configuraba para la mujer un estigma supremo, pues nada fue más despreciado y virulentamente atacado por el cristianismo desde sus albores que el goce de la carne. Pero un rasgo del amor caballeresco marca una diferencia antagónica con esa otra versión del amor apasionado que germinará a lo largo del siglo XVIII y del siglo XIX, al que llamamos amor romántico: hacemos referencia al matrimonio. Para decirlo de manera directa, el amor cortés está en las antípodas del matrimonio, pues se consideran de naturalezas contrapuestas: el sentimiento es un llamado del deseo del sujeto, la institución es la instauración de un deber social. En palabras simples, para un caballero o una dama del medioevo el amor y el matrimonio no sólo no se enlazaban, sino que se repelían como el agua y el aceite. La regulación del vínculo, incluido un asunto como el de la fidelidad, la establecía el mismo poder del sentimiento, sin que a nadie se le ocurriera buscar el recurso de una institución y menos de la matrimonial. Si la gente amaba, no se le ocurría casarse, si la gente se casaba no se le ocurría hacerlo por amor. Amor y matrimonio eran dos cursos de la experiencia humana que no se tocaban ni se destinaban el uno al otro. Tendremos que esperar hasta nuestra época para que tal invento se lleve a cabo. En el período feudal –previo a la Reforma de la Iglesia- el matrimonio es una institución que no para mientes en esas formas etéreas del sentimiento humano, pues él no es más que el recurso social por el cual se establecían alianzas basadas en el interés político y social y en el cálculo material, siendo, ante todo, la forma de garantizar el linaje y, con éste, la transmisión del abolengo y de la herencia, impidiendo, por el cautiverio al que se sometía a las esposas, que la descendencia familiar quedara impregnada por la mancha de cualquier bastardo. Por esto, por la necesidad de estabilizar, prolongar y expandir los poderes familiares es por lo que no solamente no se permitía que el amor rigiera el vínculo conyugal –uno se puede enamorar de cualquiera-, sino que se le consideraba un grave peligro, siendo por tanto prohibido y perseguido. Estamos, pues, ante una realidad bien diferente a la nuestra, pues si entre

nosotros un matrimonio no suscitado por el amor apasionado es inconcebible, para aquella época medieval lo inconcebible era que a alguien le diese por casarse a nombre de estar enamorado. Pero en esos siglos XI-XII se presenta otro hecho que será de indiscutible importancia para la historia por venir de Occidente: la Reforma de la Iglesia. En sus dos mil años el cristianismo ha tenido, por lo menos, cuatro momentos decisivos, en los que su propio destino estaba en juego, encontrando en su seno, no obstante, los pensadores y hombres de acción que supieron leer el momento e implementar las decisiones y los cambios del caso. En sus comienzos, cuando era una secta más entre decenas de sectas que pululaban en el Imperio Romano y cuya existencia estaba destinada como la de las demás a ser efímera, el cristianismo supo salir del riesgo de su desaparición merced al papel de hombres como San Pablo que entendieron que el asunto no era sólo doctrinario, sino que se requería la edificación de una política concreta y material, expresada en organizar las fuerzas, conectarlas y jerarquizarlas, de tal manera que se constituyera una Iglesia que obedeciera a principios comunes y dispusiera de una forma de operar centralizada, tanto en la producción de las órdenes como en la transmisión de las mismas. Otros dos momentos cruciales en los que el cristianismo ha sentido crujir el piso bajo sus pies, fueron el de la Reforma Protestante del siglo XVI, que produjo una escisión que, sin embargo, gracias a la política efectiva que pusieron en marcha los respectivos dirigentes de los bandos en litigio (Lutero, Calvino, Zwinglio, etc., de un lado, y Paulo III, Julio III, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, etc., de otro) no significó el colapso del cristianismo, sino más bien su manifestación en las dos sólidas manifestaciones que de allí en más fueron el catolicismo y el protestantismo; también se puede decir que en

«(…) para aquella época medieval lo inconcebible era que a alguien le diese por casarse a nombre de estar enamorado.» 10


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación nuestros días el cristianismo atraviesa por un momento de crisis, habida cuenta del fuerte proceso de descristianización que ha cobrado carrera desde el siglo XVIII, pero que se acentúa hoy tanto en los planos doctrinario y moral, como en los de la ritualidad y la escatología. Sin embargo, la crisis que ahora nos interesa y la resolución que se le dio, fue la del primer milenio, cuando la Iglesia, amenazada de ser absorbida por los poderes profanos del emperador, los reyes y los príncipes, además de los propios peligros internos que padecía, manifestados por la corrupción y liberalización de sus clérigos y sacerdotes, todo ello en el marco de una notoria descohesión ideológica y práctica, encontró entre los suyos esas figuras que supieron interpretar políticamente el momento y supieron proceder en consonancia para deslindar el poder eclesiástico del poder laico y para subordinar éste a aquél, de tal manera que se reconfigurara un orden en el que prevaleciera lo celestial sobre lo terrenal. Enfrentando, pues, peligros como el primado del poder mundano sobre el religioso, tal como lo expresaba el Simonismo, encarando el libertinaje y atomización de los curas, manifestado por el Nicolaísmo, confrontando esa exacerbación de la castidad que se traducía en una verdadera negación de la vida y que estaba testimoniada por el Catarismo, grandes dirigentes de la Iglesia como

Gregorio VII, Urbano II y San Bernardo de Claraval, entre otros, introdujeron cambios sustanciales en la organización de ella y supieron modificar a favor de la misma el tablero donde se dirimía el poder económico, social y político, consiguiendo subordinar a ésta a los poderosos del mundo profano. Ahora, un asunto central en la Reforma de la Iglesia de fines del primer milenio, lo fue su posición frente al matrimonio y la sexualidad. Precisamente por ser el matrimonio un instrumento de concertación de poder que permitía alianzas políticas y económicas, a través de él se jugaban y resolvían buena parte de los destinos de las colectividades. La Iglesia Romana que hasta entonces no le había dado una importancia preponderante al matrimonio como para tomarlo decididamente bajo su mando, entendió en ese momento que esta institución era una pieza estratégica en la lucha en que se embarcaba. Si bien San Pablo había formulado que el matrimonio era un recurso para regular la sexualidad e impedir que la concupiscencia se desplegara por el mundo, también es cierto que una figura tan importante como San Jerónimo había sentado doctrina en el sentido de que, por concernir con asuntos alusivos al ejercicio de la sexualidad, la Iglesia no debería distraerse con el tema del matrimonio, ya que su posición frente a la carne era clara: exaltar la virginidad o, en cualquier caso, la continencia, acordando, eso sí, con San Pablo en que la sexualidad nada tenía que ver con el goce,

El matrimonio de la virgen - Nicolas Poussin

11


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación estando destinada únicamente a la reproducción. resonancia en la historia de la vida personal en Mejor dicho, los cristianos, más allá de diferencias Occidente: declaró que el matrimonio era indisoluble de matiz, negaban la sexualidad en el único terreno y que sólo en casos excepcionales y con la exclusiva en el que ésta existe, el goce, para situar en su lugar anuencia de Roma podría disolverse. En síntesis, con simplemente órganos genitales en plan reproductivo. la Reforma de comienzos del segundo milenio, y a la Entonces los reformadores del siglo XI y XII luz de su proyecto de retomar la hegemonía que los decidieron intervenir el matrimonio para someterlo a poderes laicos le habían usurpado en los últimos sus principios morales, relativos a la denegación del siglos y cuya expresión más lograda estaba goce carnal, y a sus intereses materiales, alusivos a su encarnada por Carlomagno y sus sucesores en el hegemonía sobre la tierra en representación del cielo, Imperio Carolingio, quienes tenían la atribución de con miras a lo cual decidieron –y nótese lo tardío de intervenir no sólo en las decisiones eclesiásticas, sino ello, pues sólo lo harán en el siglo XII- asignarle el en el nombramiento y remoción de sus figuras estatuto de sacramento. Su propósito, a nombre del jerárquicas, lo que la Iglesia hizo, entre otras cosas, cual encauzaron sus baterías, fue constituirse en la fue tomar el matrimonio como pivote para regular lo única fuente legitimadora del matrimonio, colectivo y lo personal, para garantizar sus poderes regulándolo, controlándolo e impidiendo el primado terrenales y para arraigar su moral en la mentalidad familiar sobre su contracción o su disolución. Se de un Occidente que desde entonces asumiría la puso en marcha, así, una verdadera política institución conyugal de acuerdo a los cánones fijados por ella. matrimonial por parte de la Según el interés que nos Iglesia, bajo el lúcido entendido «Los cristianos negaban la de que esta institución jugaba un sexualidad en el terreno del anima por tratar de entender ese extraño invento moderno que rol central en el ordenamiento de goce, para situar en su es el matrimonio fundamentado las cosas del más acá y de los deberes con el más allá. Como lugar simplemente órganos en el amor, un segundo hito histórico que se nos impone atinados y arriesgados jugadores genitales en plan reconocer como determinante en el ajedrez político, conjureproductivo» para el entramado afectivo y gando concepciones ideológicas social que constituye el vínculo con la capacidad de pasar a la conyugal que hoy nos rige, pero que también está en acción práctica, esos dirigentes de la Iglesia de medio de una innegable crisis, es el surgimiento en el aquellos días fueron ganando poco a poco la partida, siglo XVIII aproximadamente de esa otra versión del hasta llegar al cabo de unos doscientos años a amor pasional, es decir, del amor-deseo, que llamaestablecer el modelo matrimonial que de ahí en mos amor romántico. Hermano del amor cortés el adelante regiría en Occidente y que apenas en romántico, no obstante, vivirá otras vicisitudes nuestros días ha venido a ser puesto en entredicho. El históricas que lo conducirán a jugar un papel bien ámbito conyugal fue entonces delimitado, prescrito y diferente al que desempeñó el amor de los caballeros regulado por la instancia eclesiástica en función de en la Edad Media. En el siglo XVIII ya no estamos en esa particular manera de ver las cosas que tiene el la sociedad feudal, en la sociedad de las relaciones cristianismo. Antes que nada lo definió como un feudo-vasalláticas, ya nos encontramos es en el seno vínculo heterosexual, monogámico y destinado a la de la sociedad y de la civilización que instaura el reproducción familiar. Después afinó otras tuercas capitalismo triunfante, esto es, estamos en el corazón estableciendo un control rígido y severo sobre el de un orden social regido por el mecanismo que incesto, el adulterio y el ritual de legitimación, que destina, de forma cada vez más compulsiva, a la ahora debería contar con la función protagónica del reproducción ampliada del mismo capital, al acresacerdote. También se estipuló, aunque esto sólo se centamiento de la plusvalía y de la ganancia, un fue alcanzando progresivamente, que el vínculo orden social que, de un lado, impondrá el trabajo debería contar con el consentimiento de los enajenado y enajenador y, de otro, elevará el dinero al contrayentes y no remitirse únicamente a pactos lugar de instancia suprema de los seres humanos, entre familias o linajes, de la misma manera que se erigiéndole consecuentemente un culto que exigirá introdujo uno de los cambios de más honda

12


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación sacrificar la existencia de las personas a este nuevo Dios. El amor romántico, pues, nacerá y se desenvolverá en un nuevo modelo social, radicalmente diferente al precedente, del cual se pueden destacar algunos rasgos distintivos. Las coordenadas socioeconómicas y políticas de esta época están dadas por la Revolución Industrial y por la Revolución Francesa, lo que define el espacio de una producción para el mercado y de unas modalidades de Estado y de gobierno que se deslindan de los absolutismos precedentes. Como causa y efecto de lo que se acaba de señalar está la Ilustración, en tanto primado de una racionalidad que no acepta ninguna forma revelada para la verdad y que amplifica su aplicación desde el ámbito natural hasta el de los asuntos humanos y sociales. Pero también esta época le réplica a la Ilustración exaltando, con el Romanticismo, el valor y el sentido de los sentimientos, en tanto ellos denotan una experiencia decisiva de la condición humana. Es también el tiempo del acento puesto en la individuación, lo que permite hacerse a la certeza de una vida propia, única e irrepetible. De ahí que sea también un período histórico que resalta el deseo subjetivo como camino singular que lleva al goce, lo que, a su vez, abre lugar a un valor que siempre se destacará en primer plano entre todos los que constituyen una vida hecha con sentido: la libertad. Racionalidad, sentimiento, individuación, deseo y libertad forjan la trama en la que el individuo de nuestros días dibuja su ideal de una vida feliz, es decir, que gratifique sus búsquedas y sus apuestas esenciales. ¿Cómo no resaltar, entre los rasgos distintivos de la modernidad burguesa, la emergencia de la mujer a la palestra de la historia? ¿Y cómo no reconocer, también, que el nuestro es un ámbito delimitado y agotado, en lo fundamental, por el trabajo y el hogar, en el que la ciudad se reduce a ser lugar de tránsito o de ocio? Tampoco se puede desconocer que el nuestro es un tiempo de disciplinamiento subliminal, en el que, más allá de la percepción de la conciencia de las personas, se ponen en marcha procedimientos de control y domesticación que marcan la conducta, la sensibilidad y las concepciones de los individuos. De igual forma, ¿cómo no relevar que la nuestra es una sociedad proclive al espíritu de masa y que ella promueve lógicas gregarias en vastos sectores de la

13

El matrimonio de la virgen - Raphael

población? Empero, de todos los rasgos que se acaban de mencionar -y de otros no traídos a colación-, y hablando en función de lo que ahora nos interesa, el más importante que exhibe nuestra época es el de esa secuencia, presentada como fatal, o sea como ineludible, que lleva del amor apasionado al matrimonio y de éste ora al amor-ágape, ora a la ruptura. En todo caso, la operación por la cual la modernidad enchufa el amor apasionado al matrimonio, no sólo delinea el horizonte vital de las personas, sino que acarrea profundas consecuencia sobre el ser de éstas. Del modelo medieval que hace del matrimonio una máquina de concentración de poder de los linajes, se ha pasado a un dispositivo matrimonial que a nombre y a costa del amor ejerce la tarea de disciplinar a los individuos, mediante el


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación simple expediente de autorizar a cada uno para la regulación, control y sanción de su partenaire, no más éste insinúe el más mínimo desbordamiento de lo que se espera de él. A esta insólita articulación del amor apasionado al matrimonio, cuyo efecto generalizado es la desvitalización del amor y la autorización a un otro para que funja como garante de la disciplina del individuo, hay que agregar que nuestra época popularizó lo que en la Edad Media era asunto de élites: el amor; pero también popularizó lo que en aquel tiempo era práctica de unos cuantos: el matrimonio. Todavía más, nuestra época generalizó esa integración de amor y matrimonio, al punto que hoy por hoy quien no ama cree haber fracasado con respecto al sentido de la vida, y quien no se matrimonia siente que no ha estado a la altura de algo esperado e imprescindible. De la misma manera, en nuestros días quien ama sin matrimoniarse es considerado incurso en traición a un destino obligatorio y quien se matrimonia sin amor es tomado por alguien que es esclavo del vulgar interés. No está de más volver sobre algo que en otra oportunidad formulaba: la palabra “matrimonio” no nombra lo mismo en la Edad Media, cuando significaba compromiso vinculante entre familias,

en función de intereses económicos, sociales y políticos, que lo que nombra en nuestro tiempo cuando denota la delegación mutua de soberanías entre dos individuos que proceden así a nombre del amor apasionado que los embarga, pero que están obligados a seguir sosteniendo esta actitud incluso cuando ya la pasión de amor no los habita más. En este sentido, decía en aquella ocasión, no es sustancial para la definición del matrimonio el ritual o el ceremonial que se implemente o la autorización conferida por un sacerdote o por un juez, puesto que basta el simple consentimiento mutuo, explícito o implícito, mediante el cual un miembro declara propiedad sobre el otro con consentimiento de éste, y viceversa. No se puede dejar de advertir que esa relación amor-matrimonio, ese extraño invento moderno, toma el amor como condición para el matrimonio, pero no como elemento sustancial, pues cuando el mismo matrimonio se ha ocupado de doblegar al amor se suele invocar el deber de persistir en el acatamiento de todas las prescripciones de esa institución (en materia de sexualidad, sentimiento, tiempos, espacios, compañías, conductas, etc.), restándole importancia a la pasión, la cual queda de

Próxima Conferencia:

14


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación «(...) no se considera legítimo un amor que no derive al matrimonio, sí considera lícito un matrimonio en el que la pasión de amor se ha apagado y ha conducido a una comunión de seres que se aprecian.» hecho vetada para que retorne por vía de un tercero, y situando el amor compañeril, si es que acaso éste se ha logrado, como la razón suficiente para descartar cualquier nueva experiencia que ponga en juego la emergencia del deseo por otro ser humano. Es evidente que la modernidad ha hecho del amor un pretexto y del matrimonio la finalidad suprema, pues si bien no considera legítimo un amor que no derive al matrimonio, sí considera lícito un matrimonio en el que la pasión de amor se ha apagado y ha conducido a una comunión de seres que se aprecian, siendo tan notorio que es el hecho de matrimoniar a la gente lo que importa que, repito, si el amor apasionado que otrora fue exaltado, ahora, ante la circunstancia matrimonial imperante, es denostado. Si no fuera la matrimonialidad como ejercicio mutuo de apropiación de otro lo que importara, entonces el amor-ágape al que han derivado los cónyuges no tendría por qué confrontar y desautorizar la emergencia de un sentimiento de carácter distinto como es el de una (nueva) pasión amorosa. Es muy simple: si los esposos han terminado por ser amigos –y esto si no se sostienen en una irritante rivalidad cotidiana-, ¿por qué se autorizan a repeler en el otro la eventual aparición de la pasión amorosa por un tercero? No es muy difícil responder: porque lo que importa es el matrimonio como institución disciplinante en la que un individuo siempre debe responder de su proceder ante un testigo permanente suyo, autorizado para aprobarlo o desaprobarlo, para avalarlo o sancionarlo. Fuere lo que fuere, parece difícil negar que la institución matrimonial no constituye un domino amable para con la libertad y para con el deseo de los individuos enlazados por ella, dejando en claro que deseo y libertad no son tomados en esta reflexión como algo ligero y carente de la capacidad de compromiso y, por ende, de la capacidad de forjar una obra y una historia compartidas. Pero es tal el peso de la mentalidad que nos gobierna que basta con interrogar la pertinencia del vínculo conyugal para que inmediatamente se asocie esto con la promiscuidad o la invocación de

una vida y de una relación con el otro tomadas a la ligera. Esto es del mismo tenor de quienes proclaman que fuera del capitalismo y la propiedad privada no quedan sino la barbarie y el totalitarismo, sólo que en este caso se diría que fuera del matrimonio no resta sino la disolutez. Esa relación amor apasionado-matrimonio que instauró nuestra época alimentó la esperanza de alcanzar así una dicha paradisiaca en forma de pareja, pero rápidamente la maquinaria liquidadora del enigma, afirmadora de la seguridad y aplanadora del deseo que es el matrimonio, lo que suele generar es una fuente de malestar cotidiano, al que los individuos le responden o con un orden de camaradería sin deseo de por medio, con un estado de conflicto y tensión o con la desviación de las fuerzas vitales hacia terceros, por ejemplo los hijos, que terminan siendo el sentido de los otrora enamorados. Pero en esa arquitectura de la pareja que promovió la modernidad hubo una falla garrafal: se erigió una institución con pretensiones de duración como es el matrimonio sobre una base hecha de arena movediza como es el deseo, pues si hay algo claro es que el deseo no se puede garantizar a futuro por ninguna voluntad y por ninguna conciencia. El asunto se complica aún más cuando recordamos que el edificio consta en realidad de tres pisos: amor-matrimoniofamilia, lo que explica los denodados esfuerzos moralizadores de quienes, aun reconociendo que el amor apasionado se ha extinguido, chantajean con la familia a los que, consecuentes con lo que viven, consideran que su matrimonio ya no tiene razón de ser. Quienes hablan de la metamorfosis del amor apasionado en amor “maduro”, lo que realmente promueven es el mantenimiento del vínculo conyugal como sostén de la familia, aterrorizados ante la eventualidad de que la disolución del lazo matrimonial equivalga al acabose de la familia. De ahí que sea tan importante sostener el esfuerzo por diferenciar tres cosas que tienen cada una su entidad propia e independiente: el amor, el matrimonio y la familia, asuntos que pueden vincularse pero también

15


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación línea que ya le había asignado la Iglesia en los siglos XI y XII en relación a la sexualidad: como un aparato de normalización y adaptación. Pero es indiscutible que el empalme amor-matrimonio no las trae todas consigo y que la institución hoy hace agua por todas partes, comenzando a insinuar que ella no es una pieza clave e infaltable del edifico social. La vieja definición medieval del matrimonio como contrato socioeconómico es anacrónica para nosotros, pero la definición moderna que lo asume como delegación de soberanías es resistida por los sujetos desde esos lugares que son el deseo y la libertad, dos valores que, mal que bien, la gente de nuestros días reconoce como infaltables en una vida que quiera tener sentido y saber algo de la dicha. Asistimos, pues, al ocaso paulatino de la noción moderna de matrimonio y a la declinación progresiva de su moderno significado social, asomándonos, de manera por el momento tímida, a una nueva y radicalmente diferente forma de pactar los vínculos y compromisos que ponen en juego el deseo personal y a una relación alternativa de los sujetos con el amor, con el cuerpo y con la vida.

deslindarse, sin que en ningún caso amenace a la humanidad, por principio, la catástrofe. Que amor apasionado y matrimonio no son un invento muy atinado -cosa que con tal de no entregarse a la resignación del deseo es fácil de constatar en los síntomas del malestar que evidencia la pareja de nuestro tiempo-, es algo que también puede ser rastreado, por ejemplo, en esas tres grandes novelas que nos legó el siglo XIX –siglo de tal invento- y que llevan por título “Madame Bovary”, “Rojo y Negro” y “Ana Karenina”, no siendo gratuito que quienes desnudan la miseria del matrimonio en materia amorosa sean precisamente tres mujeres. Pero sí diagnosticar que, en buena medida, la pareja de nuestros días tambalea en sus más caras ilusiones, precisamente por haberle dado forma matrimonial a su amor, la pregunta difícil que nos queda se puede enunciar así: ¿por qué inventó la modernidad esta fórmula de fundamentar el matrimonio en el amor? Un esbozo de respuesta bien puede ser éste: no es otra cosa que la aplicación laica al amor de la misma exitosa estrategia que el cristianismo, vía paulina, había emplazado contra la sexualidad y que se había consolidado en la Reforma de la Iglesia de los siglos XI y XII: someter el deseo al imperio de la institución, sofocar su peligroso deslizamiento mediante el recurso a un dispositivo de control como lo es el matrimonio. En síntesis, la institución conyugal en los siglos XVIII y XIX fue llamada a operar con respecto al amor en la misma

Carlos Mario González Miembro Fundador Corporación Cultural Estanislao Zuleta Profesor Universidad Nacional

Seminario de literatura El amor, la vida y la muerte a través de la gran literatura Sexta selección: cuentos norteamericanos Informes: www.corpozuleta.org

16


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Tertulia Miércoles 10 de abril del 2013 Salón cuarto piso Comfama San Ignacio

S

ituar preguntas e interrogantes puede derivar en la angustia del ser frente a la no explicación de lo que vive, esto sin duda es cosa de aplaudir pues significa darle un lugar a la dificultad y lo complejo en la existencia. Sin embargo, también es de resaltar que con el movimiento anterior enunciado, tal cual se busca y propone en estos espacios de diálogo, no es nuestro cometido el de enjuiciar, dilapidar o vituperar formas que encuentre cada quien para desenvolverse como mejor pueda, por ejemplo en asuntos como la experiencia amorosa. Tampoco estamos proponiendo un ideal alternativo que se establezca como un dogma a seguir, más bien buscamos procurar elementos para que, desde lo singular, creativamente, puedan construir los individuos sus formas propias de relacionarse con otros en marcos éticos y democráticos; estamos interrogando modelos hegemónicos, modelos que creemos surgen de entendimientos de la misma sociedad contando con lo que ella es capaz para la reflexión de su existencia pero que también reconocemos como brotes de las más perversas intenciones de un sistema, el capitalista, y de la consonancia de sus necesidades con lo que se le propone al ser como vías para sus realizaciones. “Algo se aclara pero todo se complejiza” fue el decir de un participante que encontró una identificación general entre los acompañantes de este tercer encuentro del año donde se dieron cita, además de

la palabra, palomitas de maíz y maní, entre interrogantes y extrañezas, entre nuevos y no tan nuevos integrantes de esta comunidad tertuliante. Dos asuntos resaltó la persona encargada de la moderación para suscitar la palabra: lo histórico del ser humano; las lógicas y actualidad nuestras en relación a este asunto: la institución matrimonial. Y entrelazados con ellos, el ser angustiado, el ser enredado en vivencias de apariencia cristalizada, el ser en movimiento difícil, costoso, en franca batalla contra sí mismo, contra eso que se ha condensado pesadamente: las formas del relacionarse con otros, y seguido de esto, del amar en toda su amplitud posible. Así dimos comienzo pues a nuestra conversación: la humanidad es histórica, aunque nos cueste creerlo, matrimonio y amor no siempre han estado unidos, el amor y la pasión amorosa se realizaban en escenarios muy distintos al desposamiento. Ya desde el siglo XVIII se comenzaron a vivenciar las propuestas capitalistas para el relacionamiento de los individuos en las sociedades: a la manera en que la Iglesia Católica lo hizo con la sexualidad -imponiendo la regulación, el control y la prohibición- así mismo ha hecho este sistema con el deseo, con el amar, sirviéndose también de la institución matrimonial. Hoy, la misma proposición capitalista actúa como una máquina aplanadora del ser: no piense, no proponga, no rete, no discuta, no fume, haga ejercicio, cásese, compre una casa, compre un carro, estudie esto, sea aquello... todo un despliegue de múltiples dispositivos de disciplinamiento del ser. ¿Asistimos pues al ocaso del ser deseante y, en consecuencia, del apasionamiento amoroso? El capitalismo comanda nuestro 'mirar al otro' en tanto tiene cooptado y al servicio suyo el ideal actual del amor: el objeto de amor hoy es entonces un objeto de consumo, uno que se desluce rápidamente y que arroja entonces la mirada hacia otros destinos, hacia otros objetos con suma rapidez; objetos de consumo sólo proponen vínculos voraces de consumismo, no se sabe qué es lo que el otro nos significa por lo cual no hay un encausamiento ni un cultivo del sentir. ¿Hacia dónde orientar hoy los sentimientos? ¿Será entonces que asistimos al ocaso de la institución matrimonial y de ello pueda derivarse la emergencia del ser deseante

Sergio Giraldo, asistente a la Tertulia

17


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación de nuevo? ¿Estamos entonces frente a un llamado histórico y una ocasión excepcional para la creatividad, para la expresión de la subjetividad? En medio de esta marea de preguntas desde lo histórico del ser, un reconocimiento, una propuesta y una precisión emergieron en la tertulia: el primero tiene que ver con las mujeres, en cómo cuando éstas pudieron reconocerse como seres del deseo, capaces de hacerse cargo de su propia existencia, es cuando el matrimonio comienza a fracasar pues ya no entienden el porqué de sus renuncias al interior de dicha institución, además de gozar de la posibilidad de rehacer su vida, su amar, su apasionarse una vez terminada una vinculación tan fuerte como la matrimonial. La propuesta tuvo que ver con el vínculo amoroso y dos formas para entenderlo o intentar una comprensión histórica suya: la primera, ubicarle en la línea del tiempo de la historia de la humanidad y ver cómo se caracteriza según unas determinaciones especificas, una cosa es la vivencia del amor en la Edad Media, otra fue en el siglo XVIII y otra es la del hoy. La segunda forma, ceñirse a una época, el hoy por ejemplo y, estrechando la mirada a un vínculo en particular, a su propia historia, amores que cada quien ha tenido, mirar cómo ocurre que se inicia con el apasionamiento, se llega al matrimonio y se desemboca en el ocaso/muerte del amor, y de allí extraer más elementos para la reflexión: ¿no hay escapatoria a tal lógica? ¿es ésta la secuencia que dictamina 'lo normal' a ocurrir? La precisión fue la siguiente: en tanto no conocemos las formas del amar de otros tiempos en otras esferas sociales queda una sombra de duda sobre si ese aplacamiento del deseo que reconocemos, por ejemplo, en las aristocracias y noblezas de antes donde se matrimoniaban para consolidar un poder político o hacerse a una fortuna y no por un sentimiento amoroso, fue compartido por el conjunto de la sociedad o sólo vivenciado en las altas esferas. Este detalle supo llevar el encuentro al clímax de sus preguntas al situar lo estructural del ser humano en el plano de una dominación de largos alcances: si hemos aceptado que el deseo es algo estructural del ser humano, que el apasionarse hace parte de lo más constitutivo del ser humano, entonces se preguntó alguien: ¿cómo ha sido posible suspender por siglos algo tan esencial del ser? ¿Cómo ha sido posible aplacar el amor/deseo? Y a las anteriores se sumaron las siguientes: ¿qué vínculo seremos capaces de construir dado que no podemos escapar del vincularnos? ¿Hasta dónde tenemos fuerza para poner en interrogación los ideales con los que hacemos y hemos hecho la vida? ¿Es la nuestra de hoy una 'experiencia prosaica vital'? Si es el amor una experiencia tan inusual, “el amor es un mila-

gro”, y en contraposición, el matrimonio una vivencia que obliga la constancia, ¿cómo osar unir tan disímiles propuestas? El sentimiento amoroso como se ha propuesto en estos espacios es de una exigencia muy alta ¿alguna vez ha sido así el amar de los seres humanos más comunes y corrientes?- y al momento de expresarse en el decir social “me caso pues amo” no parecen entonces tan disímiles las experiencias (matrimoniarse y amar) puesto que no se trata de un amar como el que en estas reflexiones nuestras se ha propuesto. Buscando el fin, uno que aparentemente cerrara el encuentro puntual de esta reunión más no así el de las indagaciones desatadas, se dijo que “el amor siempre será una vivencia muy singular”, tanto que incluso no es posible saber cuánto logran comunicarse los sujetos que participan de una vinculación sobre su propio sentir; que cada cual se haga cargo de su existencia; que si bien el matrimonio es un registro particular del sentimiento amoroso el cual hemos crecido vivenciando: es que el matrimonio ocurre a nombre del amor, esto aún puede soportar hondas interrogaciones, ¿si será tanto así? -ya ha corrido el tiempo en la vivencia de la crisis de dicha institución y muchos de los allí presentes podían dar cuenta en sus propias familias de este declive-; que es muy difícil rastrear la historia de un sentimiento, mucho más complejo que rastrear experiencias concretas que dejan rastros claros; que las formas creativas para el relacionarnos hoy que estamos proponiendo deben encontrar las vías posibles de concretarse en la pluralidad, como producto de lo singular de cada sujeto y de cada vínculo, esto es, seguir la lucha por ampliar las posibilidades para la diversidad.

Diana Marcela Suárez Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

18


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Cine en conversación Sábado 6 de abril de 2013 Auditorio CorpoZULETA

Película: Maridos y esposas Director: Woody Allen Año: 1992

C

omo si se tratara de un juego que realiza alguna desocupada divinidad, o para ser más escépticos, un obsesivo director de cine, delgado, de anteojos grandes y torpe andar, vemos que ante nosotros se lanzan un par de dados. Sin embargo estos dados no tienen grabados en cada una de sus caras los puntos que determinan las cifras, sino más bien la imagen de rostros humanos. Recordemos un poco cómo se mezclan ante los ojos del espectador los resultados del juego que ha comenzado el director. Comencemos con dos caras, Judy y Gabe, quienes seguramente no habían pensado cuánto les iba a cambiar el rumbo de la vida la noche en que la querida pareja de amigos, Jack y Sally, les anuncian que iban a separarse. La noticia del divorcio de esos viejos amigos estremeció con fuerza los soportes de su relación. Tiempo después, también otro nuevo resultado en el juego de los dados, Jack les presenta a Judy y a Gaby a su nueva pareja: Sam, una atractiva joven instructora de aeróbicos; en tanto Sally termina saliendo con Michael, el compañero de trabajo de Judy, luego de que ésta se lo presentara. Más o menos hasta aquí en este turno del lanzador. Al poner los ojos sobre la primera pareja, la situación no deja de presentar conflictos, y no precisamente por consecuencia del azar: Judy y Gabe necesitan decirse que están bien, así el rompimiento del matrimonio de sus amigos se haya convertido en una especie de premonición. Gabe, un escritor y profesor de literatura, empieza a sentirse atraído por Rain, una estudiante que le abrirá las puertas de su mente y de su corazón; y Judy se da cuenta de que se ha ido enamorando de Michael, el mismo que anda buscando afecto en Sally. Curiosamente, Sally y Jack regresan para acalorar en

las noches sus soledades, en cambio Judy y Gabe terminan separados, cada uno persiguiendo sus fantasmas o tal vez huyendo de ellos. Judy se relaciona con Michael, y Gabe, solitario, antes de finalizar la película pregunta casi de manera simbólica: « ¿Me puedo ir? ¿Esto se ha terminado?» Acaso Gabe no intuye que tal vez le espera otro lanzamiento de los dados por parte de un dios, del director o de ese interrogador tras la cámara a quien nunca le vemos el rostro, quien también curiosamente juega al escondite. Esta película, la cual le exige al espectador especial atención a los diálogos, nos ubica ante personajes que actúan entre sí y a la vez le hablan a un entrevistador invisible, de modo que vamos sumergiéndonos en los matices de unas vidas que, generalmente, se tornan grises. ¿Por qué? En primer lugar habría que preguntarnos el porqué ellos (y nosotros) se emparejan. ¿Qué se mueve en el matrimonio? Ideal y real. Y hay que recordar que los ideales no son espontáneos, se deslizan a través de todo el entramado social. Casarse hasta que la muerte los separe, alcanzar la felicidad, la unidad, etc. Mas ¿es el matrimonio una salida? ¿Cómo tratar de que el peso de tantos ideales no nos aplaste? Es evidente que cualquier selección genera un riesgo, ya sea vivir con o sin el otro. ¿Si sostenemos que el matrimonio es un problema, que es la tumba del amor, el fin del deseo, entonces, el no concretar el matrimonio en cualquiera de sus formas es la salida y la garantía de alcanzar una mejor relación? ¿Es pues más conveniente la lejanía y la soledad para sostener el amor y el deseo? Desde cualquier punto que se le mire se encontrarán problemas, ya que el sólo hecho de compartir espacio y tiempo anuncia el choque de

19


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

Imagen: Maridos y esposas - Woody Allen

es posible asegurar que lo que le ocurre a la mayoría es la ley y por lo tanto que la vivencia se reduce a etapas. ¿Decimos que pasamos por etapas en el amor para explicar los hechos, o más bien encubrimos la incapacidad para hacernos cargo de nuestras propias vidas en múltiples aspectos y sólo lo reducimos a llenar un ideal común con una pareja? ¿En qué radica la crisis, en la incapacidad, en el agotamiento del ideal, en la ligereza de asumir la vida con una única respuesta? Acaso las dificultades que evidenciaron Gabe, Judy, Sally, Jack, Michael y Rain y el resto de personajes que pasaron ante nuestros ojos seanlas de una sociedad y de unos individuos que no soportan el hastío de seguir conductas convencionales pero que al no tener más alternativas en el imaginario, no les queda otro camino que recorrerla senda que antes se las había hecho insoportable. Quizás esas últimas preguntas que hace Gabe « ¿Me puedo ir? ¿Esto se ha terminado?» son las mismas que haríamos nosotros, los espectadores; sin embargo, no olvidemos que igualmente nos comportamos como ese entrevistador invisible que interroga y trata de comprender el curioso juego de los dados, y quien al apagar la cámara sabrá con toda razón que en este tema del amor nunca se podrá afirmar: «La función se ha terminado».

las subjetividades y evidencia el conflicto de cómo, si media el amor, se trata muchas veces de resolver las faltas de uno con la presencia del otro. Ahí es que los ideales se tornan peligrosos, al convertirse en falsas presencias que ocupan el vacío que a cada quien le corresponde más o menos llenar. Y es que al parecer siempre tendremos una falta vital que nadie nos colma durante toda la vida. Pues lo que en un momento fue primordial, tiempo más tarde quizás no le es. Cambiamos. Así es que ¿la decisión tomada en un momento de pasión debe sostenerse durante toda la vida a pesar de tantas transformaciones en el ser? ¿Es posible mantener permanentemente el deseo? Tal vez se trate de intentar que el ideal dure lo que más se pueda, y cada cual lo hace según sus propias posibilidades y sus propias expectativas. Pero si no se logra… surge el desencuentro. ¿Y qué salida hay para darle trámite a las diferencias, al desamor, al fracaso, a la certeza de descubrir que el otro no lo es todo? Hoy en día se recurre con suma frecuencia al psiquiatra, habrá quien comprende que la palabra le revela las verdades tanto como las mentiras, y como Sally, están los que prefieren esconder los problemas debajo de la alfombra. Sin embargo, más allá de lo aprendido, de lo reflexionado y de lo vivido, la experiencia en sí misma no es una garantía para alcanzar la felicidad, si es que la felicidad plena puede alcanzarse. Entonces ¿sobre el amor puede aprenderse algo, existe al menos un esperanza de vislumbrar una educación sentimental? ¿Qué es en este caso educar? Si bien no hay nada dicho, tampoco

Eduardo Cano Uribe Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

20


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Pensador de referencia «Según la tesis admitida oficialmente, el amor cortesano nació de una reacción contra la anarquía brutal de las costumbres feudales. Sabemos que el matrimonio, en el siglo XII, se había convertido para los señores, pura y simplemente, en un medio de enriquecimiento y de anexión de tierras dadas en dote o esperadas por herencia. Cuando el "negocio" iba mal se repudiaba a la mujer. (...) Frente a estos abusos, generadores de infinitas querellas y guerras, el amor cortesano opone una fidelidad independiente del matrimonio legal y fundada sólo sobre el amor. Llega, incluso, a declarar que el amor y el matrimonio no son compatibles: es el famoso juicio de una corte de amor celebrada en los dominios de la duquesa de Champaña.» Amor y Occidente Denis de Rougemont

Denis de Rougemont (1906 - 1985) fue un escritor y filósofo suizo. Hijo del pastor Georges de Rougemont y de Anne Sophie, nacida en Bouvet. Asistió a la escuela primaria en Couvet y al gimnasio de Neuchâtel (sección científica). En 1923, escribe un primer artículo sobre "Henry de Montherlant et la morale du football", publicado en la Semana literaria de Ginebra. Hacia 1925 estudia en la Facultad de Letras de la Universidad de Neuchâtel. Fue discípulo de Jean Piaget y de Max Niedermann, así como estudioso de la lingüística de Ferdinand de Saussure. En 1930, obtiene una Licencia en Letras (francés, alemán, historia, psicología, filosofía) como fin de estudios. Dentro de sus obras se puede encontrar Los daños de la instrucción pública (1929), El campesino del Danubio (1932), El amor y Occidente (1939, edición definitiva 1972) y Vivir en América (1947). Información e imagen tomadas de es.wikipedia.org/wiki/Denis_de_Rougemont

Boletín de La conversación del miércoles Edición del 19 de abril de 2012 Revisión editorial y diagramación: Vincent Restrepo

Informes: Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Web: www.corpozuleta.org e-mail: info@corpozuleta.org Tel: 444 35 84 Dirección: Cll 50 No. 78a - 89

También apoya:

Próxima conferencia: Un ideal en declive: la pareja como paraíso Miércoles 8 de mayo 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso) Organiza:


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.