Boletin de La conversacion del miercoles - mayo 2012

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La conversación del miércoles De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Ciclo 2012

Boletín mayo


La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Grupo de estudio

Conferencia preliminar Miércoles 25 de abril de 2012 Auditorio CorpoZULETA

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i se tuviese que destacar un o una protagonista de esta presentación que ahora es texto, sin duda tendría que nombrarse un verbo, que participa tanto en la forma de abordar la cuestión como en el contenido de la misma: dudar, indagar, preguntar. El tema se enuncia de por sí con una pregunta y es una que sabe abrirse a otras conduciendo a quien se ha arriesgado a meter sus narices en ellas, a la maravillosa y angustiante bifurcación de los pensamientos y las interrogaciones. El ser humano, esto lo hemos escuchado en repetidas ocasiones, es el único ser que está en capacidad de pensar esa vida suya, y ello le es posible en tanto reconoce y sabe que ésta se acaba, que tiene un fin que es la muerte. Arrojado a la vida como está, de la cual no comprende ni domina ni podrá jamás explicarse el todo que ella es, no le queda sino preguntarse por el 'para qué' de esa vida, y es ésta una pregunta, la del para qué, la que lo conduce a enunciar, en una primera instancia, la expresión sentido de la vida. Decir, pues, que la vida tiene un comienzo y un final, lo cual permite entenderla entonces como un recorrido, un 'ir desde, hacia un para', propone la emergencia de preguntas –las protagonistas-: ¿es ese recorrido una línea recta? ¿Es sinuoso horizontal y verticalmente (como una montaña rusa y de ahí el

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vértigo que es ineludible sentir cuando se está en ella, la vida)? ¿Se trata de uno que se sigue como montado en una locomotora que va por unos rieles que son unos que guían? ¿Se trata sólo de un juego de rieles y una locomotora? ¿Se puede intervenir en el direccionamiento de esos rieles (como el maquinista que se baja y hala de una palanca y en seguida cambia el rumbo que llevaba esa locomotora)? Porque hay que aclarar algo, y es que si hablamos de 'vivir', entonces sí vamos como en una locomotora, pero cuando ya hablamos de existir entonces el o los sentido(s) de la vida cobra(n) su lugar. Si a este recorrido, comandado por el orden de lo biológico, de lo corpóreo que somos los humanos (del nacer al morir), logramos esquivarle, en un batallar diario (pues es una conquista diaria) la idea de absurdidad que fácil y lógicamente se deriva de él, estaremos tan lejos de afirmaciones absolutas como cerca de más cuestionamientos en torno al fundamento y ser de nuestra existencia: ¿es el sentido de la vida un dictamen a seguir, uno que hay que encontrar y develar, uno que preexiste en tanto se incluye en la pregunta por él, ó éste se construye, se elabora, se inventa? ¿Se encarga cada sujeto de esto, o quien lo hace? Y, a todas estas, como si fueran pocas, más protagonistas: ¿qué sentido tiene entregarse a estas interrogaciones que a medida que se enuncian van transformándote el rostro en expresión de la confusión, de la angustia del sin-sentido, de la no claridad, de la ausencia de respuesta, afirmación o certidumbre posible,

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siendo que lo que está en juego es el para qué de tu levantarte diariamente, de tus convicciones, de tus sueños, de tus motivaciones, de tu actuar? La pregunta, y las que de ella se derivan, por el sentido de la vida nos conciernen a todos los seres humanos, pero pocos le dan la cara y más fácil se escabulle el espíritu de la angustia que hacer de cuestionamientos, problemas; y entonces el síntoma cobra lugar y, con él, las expresiones suyas tales como la necesidad de la psicología, de la bioenergética, de la meditación, de toda una “filosofía” parapetada en la pretensión de responderlas antes que profundizarlas. Estamos ante dos posibilidades: la de pensar y reflexionar, sin garantía alguna, ese sentido de la vida, propender por él, inclinarse hacia él no como un acercamiento develador de algo que preexiste ó la de no pensar en él ni preocuparse por él en tanto nos está dado y no hay sino que disponerse a sentirlo, a vivenciarlo. Hoy, la crisis en que estamos sumidos, la general tendencia de no asunción de preguntas angustiantes, ni de problematizar nos arroja a los sentidos construidos, respuestas concretas, como esa de que hacemos parte del cosmos (lo cual es cierto, pero es claro que no somos lo mismo que una piedra en el universo) y que entonces compartimos con el universo un sentido de la vida confundiéndose con un 'sentido del mundo' como afirman algunos teóricos contemporáneos. Hay quienes viven así: como si tuviesen un instinto de conservación

automático, y pueden hacerlo pues no se han formulado (o la están evadiendo) la pregunta por el sentido de su vida, y entonces viven como robots en pos de unos ideales que no han consultado con su deseo —es probable también que no sean seres deseantes o que su deseo y sus sueños estén enredados en la telaraña de los ideales del sistema, en este caso, del capitalista— y que no sienten culpa o falta por ello, en tanto desear no es algo que suela incluirse en las acciones a transmitir: que tu vida alguna cosa valga, que te depare realizaciones, que sueñes que te arriesgues, que transgredas, que elijas, que te equivoques, que lo intentes, que fracases; no siendo esos, hoy son otros los objetivos a conseguir. Tenemos, pues, la gran necesidad de retomar esta pregunta si es que queremos volver a hacer de la filosofía una compañera vital no garantizadora de facilidad, comodidad, ni seguridad, sino como posibilidad de enriquecimiento, de dichas más duraderas con lo cual se puede ir, por ejemplo, encontrando el sentido de un día a día, con realizaciones significativas no sólo para el sujeto sino también para el conjunto de la sociedad en que habita, potenciadas en tanto él, en aras de ampliar eso logrado para sí a ese conjunto, logra una trascendencia de sí. Que se haga de la propensión por el sentido de la vida una posibilidad para cualquier ser humano: ¡un empoderamiento de la existencia como posibilidad para todos! Diana Suárez Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA 3


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Discusión Miércoles 25 de abril de 2012 Auditorio CorpoZULETA humano tiene un contexto, circunstancias externas e internas, y siempre el individualismo que se promueve a diestra y siniestra en nuestra época aparece como un obstáculo, el sentido de la vida no debería terminar en uno mismo porque vivimos en un mundo en el que continuamente se puede luchar por algo más, esto lo han demostrado, por ejemplo, las reivindicaciones de género, en especial el de la mujer, y la defensa de los derechos humanos. Ante el panorama anterior surgió la inquietud en gracia a una definición propuesta del sentido de la vida como una valoración trascendente de ésta, sin embargo en toda conceptualización es necesario sopesar variables comunes en el lenguaje: ¿qué es la vida y qué la existencia? ¿Acaso defender la vida por sí misma no se complejiza estando frente a temas como el aborto, la eutanasia o el suicidio? Quizás la existencia propende por una vida con significado que aborde el complejo asunto de quién es uno, quién puedo o debo ser sin eliminar la necesaria participación de otro, ni la conciencia de que hay un camino histórico del sentido de la vida y que por lo tanto cualquier apuesta está enmarcada en el presente, siempre y cuando se consiga gracias al deseo, el cual es, a fin de cuentas, el principal factor movilizador de una búsqueda.

«Juego mi vida, cambio mi vida, la llevo perdida sin remedio. Y la juego, o la cambio por el más infantil espejismo, la dono en usufructo, o la regalo...: o la trueco por una sonrisa y cuatro besos; todo, todo me da lo mismo: lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto, lo malo...»

León de Greiff

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uego de escuchar la exposición preliminar fue inevitable volver a dos preguntas recurrentes: ¿qué se entiende por sentido? y ¿tiene sentido preguntarse por el sentido?, enmarcadas en una interrogación por nuestro tiempo, principalmente en el entorno cultural. Aquellas preguntas podrían caer en la suerte de señalar que hay un camino para construir un sentido de la vida y pone al pensamiento como un motor para conseguirlo efectivamente. Sin embargo hay que tratar de ir más allá de lo que se entiende por sentido dado y construido. ¿Hay una tercera opción? De ahí la importancia de reconocer el sentido e interpretar la existencia, sin olvidar el tema del futuro, ya que se trata de vivir el presente con el pasado y con el porvenir a la vista. Tomado de: http://cnho.files.wordpress.com/2011/03/vida.jpg Igualmente se resaltó la necesidad de valorar los pequeños sentidos para la vida; es decir, a los seres humanos nos mueven muchos factores, individual y colectivamente hablando, por eso cabe pensar: ¿qué papel juego como persona en el conjunto de la sociedad? El ser

Eduardo Cano Uribe Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Conferencia central ¿TIENE SENTIDO PROPENDER POR EL SENTIDO DE LA VIDA? Miércoles 2 de mayo de 2012 Auditorio Comfama San Ignacio

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a vida es un asunto biológico, es algo que concierne a muchas formas de la materia, allí donde ésta ha alcanzado su condición orgánica; a su vez, la existencia nombra algo que no es común a todas las expresiones de la vida sino que es propio de lo humano, pues la existencia no es otra cosa que la vida atravesada por el problema del sentido. El sentido de la vida, por tanto, es algo que como interrogante sólo es pertinente al ser humano, siendo éste el único que entre todas las criaturas vivas se puede reconocer desplegando una existencia. El animal no tiene ningún problema con el sentido de su vida -de ahí que carezca de una existencia-, pues él tiene UNO, fijo y común a todos los miembros de la especie. Problema con el sentido de la vida sólo lo tiene una criatura –la humanaque carece por principio de él y esta conminada a adoptar una posición ante esta falta. Carecer por principio del sentido para su vida abre para cada ser humano tres vías de resolución: 1. Dotarse de UNO; 2. No tener ninguno; 3. Hacerse a varios que sean relativos y que coexistan. Teniendo en cuenta esto, se puede decir que la aguda crisis que con respecto al sentido de la vida se observa en la sociedad contemporánea, crisis denotada por la propagación de la angustia y el hastío que hoy gobierna en buena parte de la humanidad, tiene que ver con la pérdida de esas garantías de sentido absoluto que proveía la religión y que en términos generales abolía la incertidumbre, pérdida que, a su vez, ha encontrado una desesperada respuesta en esas actitudes que proclaman que el ser humano ha de desentenderse por completo del problema del sentido y que la vida ha de vivirse al golpe del instante y como acontecimientos sin conexión y, mucho menos, dirección, actitudes que han encontrado su legitimación académica en el discurso posmoderno. Sin embargo, entre el sentido absoluto de corte religioso y el “nada de sentido” de los posmodernos, es posible establecer para la vida una salida que la comprometa con la dotación de sentidos, escamoteando, eso sí, la pretensión de que sea único y común. Antesala imprescindible en el examen de esta cuestión, es advertir que nuestra condición de seres de lenguaje nos hace criaturas conscientes –así no lo

queramos recordar- de nuestro destino mortal, es decir, el lenguaje sitúa para nosotros el supremo asunto del tiempo, lo que al delimitarnos entre el nacimiento y la muerte nos enfrenta a interrogantes básicos y esenciales como son los de nuestra proveniencia y nuestro destino. Pero, también, entre nacer y morir reconocemos una porción de tiempo que nos es dada en suerte para vivir y que al enlazar sus diversos momentos puede trazar una trayectoria y forjar un destino, valga decir, delinear un sentido. El sentido no es otra cosa que la articulación de los elementos o eslabones de una vida, de tal forma que ésta se despliegue como por un cauce, no necesariamente lineal y sí sinuoso y con meandros y brazos muertos, incluso con regresiones y redireccionamientos, de tal forma que ese cauce por el que ha fluye la vida constituya una elección –consciente o inconsciente- que opera no sólo como eliminación de muchas otras elecciones posibles, sino como una apuesta por un destino específico, no escapando jamás, por ende, el asunto del sentido de la vida a las connotaciones del riesgo y de la incertidumbre. Cuando Nietzsche planteaba que “vivir es estar en riesgo”, quería decirnos que la vida es una materia plástica, que tiene muchas formas posibles de hacerse, pero que no todas valen lo mismo, razón por la cual no puede ser indiferente el sentido que le asignamos a esta vida única, irrepetible e irreversible que nos ha sido donada. De ahí también que frente al absurdo irracionalismo que hoy propagan los discursos posmodernos y las metafísicas

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ingenuas, sea menester reivindicar el valor, la necesidad y la urgencia de pensar la vida para asignarle los mejores sentidos que estén a nuestro alcance, pues si bien somos hechura de los sentidos recibidos por parte de otros (padres, amigos, maestros, amores, conciudadanos, etc), también es verdad que somos hacedores y por tanto responsables del sentido o del sin sentido del que sepamos dotar a nuestros pasos por este mundo. El sentido, pues, es un problema que debe asumir una criatura como la humana que cobra consciencia que viene de la nada y se dirige a la nada, que sabe que su vida es un camino ineluctable a la muerte, que es un ser abierto a identificaciones que lo renuevan y es un ser trascendente, ya que el interés y el destino de sus acciones incluyen al otro, en fin, una criatura que se pregunta ¿quién soy? ¿Qué valor tiene mi vida? Pero, además, es un ser que, más allá del absurdo que introduce la muerte con respecto a su obrar, puede esforzarse por darle dirección a su vida y por asignarle valor, advirtiendo, eso sí, que dirección y valor no quieren decir acá logros necesariamente loables o encomiables, pues también el sentido puede representar la trayectoria de una vida hacia lo peor, cosa esta nada excepcional ya que el ser humano no está impelido necesariamente por el propósito de una buena vida, existiendo algo en él que lo empuja a escamotear este propósito. Carentes de sentido por principio y habitados por fuerzas repelentes al logro de lo mejor, cuando no directamente reñidos con la buena vida como hechura de sí, fácilmente se precipita nuestra existencia en la angustia, máxime en una época que tiene que arrostrar seis heridas narcisistas que socavan las certidumbres que poseía el ser humano en lo atinente a su destino personal y colectivo. Seis heridas ha debido soportar el narcisismo del ser humano de la modernidad: 1. No

somos el centro del universo; 2. Somos una pieza de la evolución de la vida; 3. La conciencia no nos garantiza ser dueños de nosotros mismo; 4. Carecemos de sentido innato; 5. Somos frágiles, vulnerables y estamos desamparados y 6. El conocimiento no salva, pues él nos advierte que de todas maneras el final no será feliz. En síntesis, nunca habíamos sido más menesterosos y nunca habíamos estado más requeridos de afrontar la vida como constructores de sentidos que le den a ésta esa razón de ser que no tiene por sí misma. Y digo que nunca como hoy el ser humano ha estado obligado a dotar de sentidos el sin sentido que él constituye, pues nuestra época, a más de la sempiterna conciencia de nuestra finitud que desde siempre nos acompaña, nos ofrece los maravillosos logros de la ciencia (astrofísica, biología, química, etc.) que, a diferencia de las ilusiones de la Ilustración del siglo XVIII, hoy nos trae malas noticias en lo referente a la precariedad, azarosidad y fragilidad de nuestra presencia en el universo y en la vida; nos depara la reflexión filosófica que nos advierte que Dios ha muerto y que hay un ineludible absurdo en el fundamento de nuestra existencia; nos obsequia con la literatura, por ejemplo la de Dostoievski, la conciencia de que estamos sumergidos en una masa gris que se mueve inercialmente, casi como impelida por el mero propósito de sobrevivir, o la de Kafka, que desnuda que todo piso sobre el cual creemos edificar sólidamente nuestra vida no es más que algo imaginario que nos hemos ingeniado; nos arroja a las brutales incertidumbres y desestabilizaciones que trae consigo la moderna y feroz sociedad del capitalismo salvaje. Algunas imágenes, creo, pueden contribuir a aclarar este tema del ser humano y el sentido de su vida que trato de presentar: 1. Nuestra puesta en escena: somos actores que simplemente ingresamos al proscenio, saludamos y nos despedimos; 2. Náufragos:

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Cuales seres perdidos en altamar, instalados en una frágil barquilla y sin esperanza de una salvadora línea costera, los humanos estamos puestos y abandonados en un minúsculo e insignificante planetita, arrojado a un rincón cualquiera de la galaxia, ínfimo en la escala del universo y sin significación mayor en los macroprocesos de éste, razón por la cual, precisamente, es más maravilloso el verde de nuestro planeta, el prodigio de la vida y la proeza de nuestra humanidad, lo que debería acentuar los lazos de solidaridad, respaldo y afirmación entre los humanos con los que compartimos, finitos y quebradizos, el insólito hecho de ser; 3. La locomotora y los rieles: Vivir puede asemejarse a una locomotora que es timoneada en función de la trayectoria que le trazan los rieles, pero es posible también que esa trayectoria no sea fija e imperativa y que, a la manera del guarda agujas, en múltiples encrucijadas el timonel pueda reorientar la locomotora en función de sus propios designios; 4.Viajeros y aventureros: A la manera de quien lanzado a ese dominio de lo imprevisto e insólito que es la aventura, viaje que ha emprendido no de cualquier manera sino preparándose para encarar mejor el advenimiento de lo inesperado, la vida no sólo puede sino que debe disponer de algunos elementos preparatorios y de alguna carta de navegación que garanticen las mejores posibilidades de alcanzar el puerto que se anhela, aunque preparativos y carta de navegación no eximan de la emergencia de lo inesperado ni exoneran de las necesarias reorientaciones que se impondrán a partir de los acontecimientos mismos; y 5. Fiesta gratísima: La existencia es como una gratísima fiesta de la que uno sabe que tiene que retirarse a una hora precisa, pues algún compromiso lo reclama, pero de la cual uno se va agradecido del buen tiempo que allí ha pasado y

deseando sinceramente que los que pueden aun permanecer en ella, o algunos que llegarán después de la partida propia, encuentren la alegría y la dicha que ella sabe conferir. Que la fiesta debe continuar sin uno, que otros se merecen encontrar en ella el goce que a uno también le fue dado, incluso aunque en la fiesta haya habido algún momento de malestar o desencuentro con otros asistentes, es algo por lo que debemos propender, no sólo por la gratitud que nos obliga por haber estado en ese festejo, sino porque nuestra condición humana se calibra por la capacidad de darle lugar al otro en nuestro propio ser, esto es, por la capacidad de trascender las fronteras de nuestro propio yo, haciendo las cosas de tal forma que para otros sea posible la dicha que a uno le fue dada. Pero no está de más decir que, puestos de cara al problema del sin sentido que como principio nos caracteriza y nunca deja de planear sobre nuestra vida, no siempre los seres humanos tenemos el coraje de ser constructores a riesgo de los sentidos que encaucen nuestro tiempo y que permitan superar el vacío que siempre nos ha rondado y nos ronda, inclinándonos muchas veces a entregarnos a líneas de fuga que nos distraen del compromiso que guardamos con nuestro ser. Nuestra época y nuestra cultura son duchas en generar verdaderos mecanismos de enajenación que permitan eludir la conciencia de la finitud y la tarea de dotar a la vida de sentidos y valor, mecanismos tales como las creencias metafísicas, el arrobamiento del poder, el señuelo de la fama, la fascinación del dinero, la manía del entretenimiento, la obsesión en el trabajo, la compulsión a la droga, la entrega al consumismo, el culto a la tecnología, la absorción en el deporte o la exaltación desmedida de la pareja y de la familia, constituyen tristes recursos modernos de denegación de la vida como aquello que puede ser lo mejor posible. Pero, precisamente por esto, porque más que nunca el sentido de la vida se nos ha hecho difícil, debemos encarar nuestra responsabilidad para con nosotros y para con los demás, superando nuestra tendencia a evadirlo y construyendo con él una relación que lo defina como plural y relativo, esto es, que la existencia sea un dominio en el que puedan coexistir sentidos varios, pero de alguna forma articulados, alcanzando de esta manera un valor especifico en tanto ser, al igual que permitiéndonos asumir una posición trágica ante la vida, valga decir, que seamos capaces de afirmarla decididamente, desplegando lo mejor de ella y aceptando que al cabo la tenemos irremediablemente perdida. Carlos Mario González Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Profesor Universidad Nacional sede Medellín

Tomado de: http://www.aerocivil.gov.co/SiteCollectionImages/plan_navegacion.jpg

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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Tertulia Miércoles 9 de mayo del 2012 Deck del Claustro de San Ignacio

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n un salón del cuarto piso del edificio de Comfama San Ignacio nos reunimos para conversar a propósito de algo de lo que nadie se excluye: la pregunta por el sentido de la vida. De la conferencia alguien recogió lo siguiente: hay tres posibilidades en lo concerniente con el sentido de la vida: 1. Propender por UN sentido de la vida, constituirse en garante de un supuesto camino único por el cual se arguye que debe transitar y pautarse la vida de todos, evaluando, juzgando y castigando al otro en función de la desviación o alineación que hace con ESE ÚNICO sentido de la vida que uno ostenta. 2. No propender por ningún sentido de la vida y entregarse a la desdicha y a la negación de cualquier aventura o empresa humana pues, estando todos los seres condenados inapelablemente a la muerte (sabiéndolo o no, omitiéndolo o no), no habría el menor sentido en apostar nada, todo está perdido desde el inicio. 3. Defender la posibilidad de crear sentidos nuevos, poder concretar la vida desde otras perspectivas que abran mundos posibles para la realización de ese ser. Ahora bien, la pregunta por el sentido de la vida no puede olvidar que hay un tiempo concreto y específico en que se vive, un “instante de setenta años” en los que uno es lo que es, y sería en cierta forma arriesgado afirmar que uno puede vivir cada instante de ese tiempo en que SE ES, es decir, en que se EXISTE, buscando un sentido de la vida. Alguien que en las postrimerías

de su vida diga “busco el sentido de mi vida” se está enfrentando a una situación profundamente trágica: su tiempo de vivir corre ahora más rápido y de seguro ya no tiene el abanico de posibilidades que otrora se le presentaba. En este punto alguien tomó la palabra y puso en duda la capacidad de todas las personas para toparse, en algún momento de su vida, sea cual sea, con la pregunta angustiante: “¿cuál es el sentido de mi vida?” ¿Qué decir por ejemplo de una vida que desde su comienzo está siendo inundada de sentidos, desbordada en propuestas que no consultan con un deseo propio? ¿Cuándo podrá ese individuo detenerse y hacerse la pregunta si desde niño se “tapona” la posibilidad de crear un sentido propio para una vida que sólo él vivirá? Tocando otros temas de la conferencia alguien lanzó una hipótesis: las heridas narcisistas (no somos el centro del universo, no somos creaciones divinas, no somos todo-conciencia, no tenemos sentido innato para vivir, somos profundamente frágiles y vulnerables y el conocimiento no garantiza en absoluto nuestra salvación) son aquellas que pueden minar esos sentidos que nos imponen. El hecho de saber que moriremos no hace sino devolvernos la pregunta (que la atendamos o no es otro asunto) ¿mientras me muero… qué? Un ser puede decir “yo me dedicaré a trabajar veinte o treinta años y luego tendré tiempo para salir al mundo y buscar el sentido de mi vida”, pero ahí tenemos el mismo problema que mencioné arriba: el tiempo de la vida se agota, y quizás luego de todo aquel “trabajo” lo que quede sea el cierre de posibilidades pues ya no se tiene todo el tiempo que se desearía para emprender otras empresas, estas sí, existenciales. Para terminar esta memoria es necesario escribir aquí una hermosa imagen aportada por uno de los asistentes con la 8


La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos El pensador - Rodin

belleza de los inodoros… en fin, ¿qué pasa si se le va el tiempo admirando el baño? ¿No es acaso algo parecido a lo que podría pasarle a uno en la vida, en donde el tiempo de existir es el tiempo para estar en el Louvre y las miles de obras son nuestras posibilidades? Pero supongamos que sale del baño sin perder mayor tiempo: ¿hacia dónde ir?, ¿qué obras visitar?, ¿en qué salas quedarse y en qué otras pasar de largo? ¿Y si al salir del baño nos quedamos paralizados ante esta realidad: «no podré verlo todo»? Alguien pasa y nos da una guía del museo, incluso una que dice «Guía para el Louvre para visitantes de diez de la mañana a cinco de la tarde», ¿se apostaría uno a seguirla?, ¿qué tal si no contiene en el recorrido una obra en particular que se desea ver con mucho detenimiento? Parece pues que una opción ante este escenario es precisamente hacerse a una guía propia, a un recorrido por las obras que a UNO le interesen más que otras, y no simplemente aceptar la guía que alguien más ha trazado para nosotros”. Con esta bellísima e inagotable imagen, termino esta memoria. cual quiso transferirnos su punto de vista sobre lo que para él era el problema del sentido de la vida: “supóngase que uno se encuentra en Francia, en el museo del Louvre. Suponga también que por cualquier razón ha de partir hacia Colombia a las cinco de la tarde y usted ha llegado al museo a las diez de la mañana para gozar de toda la producción artística de la humanidad que se ha guardado allí. Pues bien, usted decide ir al baño y luego emprender un recorrido, recorrido este que ha de ser sesgado desde el principio pues no tiene tiempo de recorrer las miles y miles de obras expuestas: ¡ha de elegir!, ¡ha de escoger un conjunto de obras despreciando inapelablemente otras! Pero qué pasa si usted allí, en el baño, descubre la maravillosa configuración de los adoquines, la extraordinaria calidad de los azulejos, la increíble

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Vincent Restrepo Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

The persistence of memory - Salvador Dalí


La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Pensador o pensadora de referencia «Si la pregunta por el sentido de la vida nos parece trágica es porque la pregunta resulta más evidente que la respuesta. En cierto sentido, acaso brutal, la pregunta parece arruinar toda posibilidad de respuesta (…) Le corresponde a cada cual, suspiraba Max Weber, encontrar los demonios que sostendrán los hilos de su existencia. La vida es una interrogación sobre sí misma. » Jean Grondin Del sentido de la vida. Un ensayo filosófico

Jean Grondin (1955) estudió en las universidades de Montreal, Heidelberg y Tubinga (Ph.D. 1982). Entre 1982 y 1990 enseñó en la Universidad Laval (Quebec) y 1990-91 en la Universidad de Ottawa. Desde 1991 es profesor titular de Filosofía en la universidad de Montreal. Becario del Conseil de Recherches en Sciences Humaines du Canadá y de la Fundación Alexander von Humboldt. Doctor honoris causa de la Universidad del Norte Santo Tomás Aquino (UNSTA) de Tucumán (Argentina) y nombrado miembro de la Fundación Killam. Dirige, entre otros, proyectos de investigación relacionados con la historia de la metafísica y con la hermenéutica, y es un reputado estudioso de la obra filosófica de Martín Heidegger y de Hans-Georg Gadamer. Entre sus textos más reconocidos están Introducción a la herméneutica filosófica (1999); Del sentido de la vida (2003); Introducción

a la metafísica (2006) y ¿Qué es la Hermenéutica? (2008) Información tomada de http://www.herdereditorial.com/section/891/

Boletín de La conversación del miércoles Edición del 16 de mayo del 2012 Revisión editorial: Vincent Restrepo Diana Suárez Diagramación: Vincent Restrepo

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Próxima conferencia: La vida actual: entre el consumismo que hastía y el hastío que consumimos Texto de referencia: La sociedad del hastío Roland Nitsche Miércoles 6 de junio 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso) Informes: Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Web: www.corpozuleta.org e-mail: info@corpozuleta.org Tel: 234 36 41 Dirección: Cll 50 No. 78a - 89

Organiza:


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