La conversación del miércoles De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Ciclo 2012
Boletín junio
La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Grupo de estudio
Conferencia preliminar Miércoles 23 de mayo de 2012 Auditorio CorpoZULETA
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sin el consumo de algún recurso natural. Sin embargo, nuestra especie se diferencia del resto en el hecho de que no le es suficiente la satisfacción de unas necesidades mínimas, imprescindibles para el funcionamiento de un cuerpo biológico. Nos es necesario satisfacer otro tipo de necesidades. Con el transcurrir de la historia los seres humanos hemos desarrollado —en parte gracias a los cambios suscitados por la técnica, pero también a razón de las singularidades que cada sociedad va acogiendo en la relación con su entorno— nuevas necesidades, que se pueden denominar de orden cultural; es necesario añadir que la manera de satisfacer tales necesidades se modifica, a su vez, paralelamente con los cambios socio-culturales. Esos cambios en las sociedades lleva invariablemente a un desarrollo en el campo de las ideas; ideas —algunas de ellas— que se convierten en ideologías, es decir, se vuelven parte de la conciencia colectiva de una comunidad y pasan a ser forjadoras de eso que llamamos realidades. Diferentes ideologías exigen diferentes modelos de sociedad. Existe una ideología dominante en nuestro mundo (aunque no es la única, pues existen otras): el capitalismo. Este sistema económico que nos ha llevado a adoptar un modelo de producción soportado en el consumo excesivo, se ha hecho predominante en gran parte de nuestra sociedad. El desarrollo tecnológico, cada vez más acelerado, ha creado una dificultad para el sistema de producción vigente: la capacidad de producción ha superado, ampliamente, las necesidades de consumo de nuestra sociedad. ¿Entonces por qué no simplemente limitar la producción? Lamentablemente, este sistema se rige por un objetivo fundamental: la ganancia, y en concordancia con el modelo de más es mejor, nunca se gana lo suficiente, lo que lógicamente implica aumentar los niveles de producción y de eficiencia. Hoy por hoy, el ser humano naufraga en medio de una inundación de objetos y servicios, creados muchas veces para necesidades que ni siquiera existían, pero que terminan por imponerse como imprescindibles con el tiempo, gracias en gran parte al papel que juegan el mercadeo y la publicidad, industrias que generan la mayoría de las ganancias de
stamos viviendo una época que busca la facilidad en cualquier lugar, por lo tanto no ha de extrañar que se le esté dando prioridad a lo cuantitativo sobre lo cualitativo, todo bajo el eslogan favorito: “más es mejor”. Siguiendo este pensamiento lineal, no sorprende entonces que se aplique de manera similar una mirada al tiempo donde se mira con desmedro lo presente o pasado. El futuro nos depara —dicen muchos— ese mundo donde todo funcionará en gran armonía (promesa eterna jamás cumplida) y todo se lo deberemos al desarrollo tecnológico, el cual encontrará, eventualmente, la solución a cualquier problema que enfrentemos. Hay algo claro en el existir de cualquier especie en nuestro planeta: la necesidad de consumir algo, sea luz solar, minerales, plantas, etc., no se puede pensar en la existencia de formas complejas de vida
Tomado de: http://1.bp.blogspot.com
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Tomado de: http://www.theprisma.co.uk
mantener la tradición, el status quo y se oponen a nuevas alternativas, las cuales califican de simples ilusiones transitorias. El panorama parece desolador, pero existen maneras de proponer otros mundos, de buscar unos modelos de producción más éticos y humanos, que traten de encontrar ese difícil equilibrio entre lo deseado y lo posible. Entre ellas podemos mencionar cambios a los sistemas políticos existentes, que nos lleven a formas democráticas mucho más participativas, que propendan por una vida más digna para todos; pero para que esto ocurra, es necesario una revolución cultural —en la cual el papel del arte es fundamental—, que cuestione los modelos de educación actuales y los intereses que le empujan, y que ayude a formar a seres reflexivos y críticos que intenten, por lo menos, llegar a preguntarse “¿qué es lo que realmente deseo?”.
nuestros medios de comunicación. Muy sutilmente se nos convence de que esas angustias, o inquietudes inherentes al ser humano, que muchas veces no terminamos de comprender bien, serán aliviadas con la adquisición de algún objeto o el goce efímero de un servicio. Pero debemos recordar que este sistema busca como objetivo la ganancia financiera (de una élite muy reducida) y no el bien común del individuo, por lo tanto no es problemático para el capitalismo sacarle ganancia a la debilidad humana, es decir, aprovecharse de los miedos e incertidumbres que siempre nos acechan: la muerte, la soledad, la tristeza, el deseo de socializar con otros, de identificarnos y ser parte de un colectivo, etc., en pocas palabras, de todo eso que nos ayuda a crear nuestra propia identidad. Si a todo esto le sumamos el hecho de que el sistema político en general se ha rendido a los pies de los grandes intereses financieros, podemos entender por qué muchos pueden llegar a sentirse desolados, sin esperanza alguna de otras posibilidades. Algo que se dificulta aún más si tenemos en cuenta que la gran mayoría de los ciudadanos parecen ser unos sonámbulos, seres que funcionan sin reflexionar en lo que hacen, que simplemente se resignan a aceptar las condiciones brindadas por unos pocos y a la vez, ayudan a
Álvaro Estrada Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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Discusión Miércoles 23 de mayo de 2012 Auditorio CorpoZULETA
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mpezando esta memoria de la discusión es necesario plantear varios aspectos importantes de este problema: la pregunta por el consumismo y el hastío no está ligada simplemente a un asunto económico; si vale la pena hacerse la pregunta es precisamente porque nos pone de cara a otros temas variopintos tales como el sentido de la vida, la relación y relaciones que construimos con otros, el reconocimiento de la falta existencial que tenemos incrustada en nuestro ser, e incluso se dijo en nuestra reunión que también es un tema político, puesto que el problema de la producción, circulación, distribución y consumo no es algo en lo que puede incidir el individuo en su poca o mucha capacidad de actuar. La pregunta que surge entonces es esta: ¿cómo solucionar el asunto del consumismo? ¿Es la respuesta la simple sentencia “¡NO CONSUMAS!” en contraposición a la muy repetida pero no menos vigente sentencia “¡CONSUME!”? ¿Qué nos implica el dejar de consumir? Y para poner ejemplos más precisos, los cuales emergieron de la conversación, ¿qué significa hoy para cualquier ciudadano de a pie no usar celular, computador, internet, etcétera? Desde una perspectiva personal seguramente el gasto monetario se reduciría considerablemente, pero aquí surgen las consecuencias de quedarse incomunicado y abstenerse a contar con la velocidad comunicacional que estos objetos permiten: seguramente los resultados serían contraproducentes respecto al bienestar laboral o social del sujeto. Ahora, desde lo político y económico podríamos decir que en “salidas” como estas lo que más de las veces hallaríamos serían falsas rebeliones, pues si la intención es constituirse fuerza actuante en contra de imperios productores y fomentadores del consumismo el capitalismo nos respondería algo parecido a esto: “haced lo que queráis, con lo que otros individuos consumen hay suficiente plusvalor para sostener toda la estructura que hoy ostentamos”. Luego, en la conversación, alguien
también afirmó que era necesario dejar de consumir símbolos, es decir, no adquirir un objeto por su funcionalidad sino por lo que significa poseerlo: la prueba de la posibilidad económica de acceso a él, la ostentación que se puede hacer de su posesión, el enaltecimiento fútil de la persona que lo adquirió, etcétera. Ante esto otro asistente nos recordó que también el consumo reproduce las lógicas de una clase, que dentro del valor de uso de la mercancía el solo hecho de la adquisición se puede constituir en una razón de consumismo. La tenencia o no de los objetos y la posibilidad y concreción del acceso a ellos también tienen que ver con la identificación que uno hace con otro, quizás una forma de dicha identificación puede ser aquella en que un individuo se reconoce en otro que tiene más y le instituye como ideal del yo. Nada de diferente hay cuando, por ejemplo en un anuncio publicitario, un hombre se regocija de felicidad en su automóvil último modelo y su lado una mujer (quizás también último modelo) que quieren transmitir el mensaje: “¡este podría ser usted!”. Sin embargo, teniendo en cuenta lo anterior, parecería que no se pudiera hacer nada ante un problema estructural y que ninguna acción es eficaz frente a la realidad consumista a la que asistimos. ¿Nos volvimos completamente escepticistas? Podemos pensar, como lo dijo quien tomó la palabra antes de terminar nuestro grupo de estudio, que es más fácil un cambio estructural desde personas que hacen que desde personas que NO hacen. Es necesario ser escéptico, sí, pero lo que sería completamente impotente sería un escepticismo que no actuara, que no hiciera, que no emprendiera un quehacer; en otras palabras: necesitamos ser escépticos actuantes, no sólo en lo individual sino también en eso tan necesario que es lo social teniendo siempre como mira al horizonte a la política. Vincent Restrepo Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Conferencia central LA VIDA ACTUAL: ENTRE EL CONSUMISMO QUE HASTÍA Y EL HASTÍO QUE CONSUMIMOS Miércoles 6 de junio de 2012 Auditorio Comfama San Ignacio
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ntes que nada hay que señalar que la palabra “consumo” no puede ser objeto de satanización, pues el acto de consumir, es una obviedad decirlo, es un requerimiento de la vida, siendo lo realmente importante, más bien, el examen de las formas y las características que éste adopta en la época del capitalismo desarrollado. No se trata de hacer lo que cierta mirada moralizadora gusta de llevar a cabo, esto es, lanzar diatribas contra el placer de la vida, la riqueza de los objetos, la proliferación de necesidades o la configuración del presente, por el contrario, lo que es menester es defender estos aspectos en tanto constituyen rasgos afirmadores de la existencia, claro está, atendiendo la pertinencia de interrogarlos allí donde la lógica capitalista los destina a la insulsez, al despilfarro o al daño irreparable del medio ambiente. En lo relativo al placer de vivir corresponde hacer una crítica simultánea, de un lado, al cristianismo que le dice no a la búsqueda y consumación de la vida como goce y, de otro, a la tontería capitalista que anuncia que la dicha de vivir se compra. Impugnar el consumismo, no el consumo, no es rechazar el goce de vivir, sino cuestionar en qué consiste este goce y qué lo confiere, de la misma manera que impugnarlo significa reivindicar el tiempo concreto de nuestra existencia como el único dominio para llevar a cabo una buena vida. Respecto a los objetos hemos de reconocer que nunca una sociedad como la nuestra dispuso de más objetos materiales y espirituales, los mismos que si bien en algunos casos son objetables por superfluos o dañinos, en muchos otros nos facilitan y gratifican nuestro cotidiano vivir, siendo también nuestra sociedad la que más ha propiciado la ampliación del acceso a ellos, contribuyendo de esta manera a que ganemos en calidad y disfrute de la vida. Los objetos, en tanto hechura humana, son plasmación de ingenio, creatividad y estética. Basta pensar en cuántos objetos hay en el mundo y con cuántos entra uno en cotidiano contacto para darse cuenta que, por principio, no es válida para todos los casos la crítica que señala el carácter pasajero de ellos, carácter que los destina al derroche infructuoso, tal como lo promueve la lógica capitalista; en este sentido, de la misma manera que con los amores y con los amigos, con los objetos nos es factible establecer
relaciones duraderas e inscribirlos en nuestra historia personal. Un ejemplo es el de esa maravilla que es el objeto-libro, el cual al ser comprado en una librería es retirado del circuito mercantil e incluido en un vínculo que a través de la biblioteca personal, lo destina a acompañarnos por siempre. Pero muchos otros objetos que contribuyen a definir los términos de la vida que hacemos en el día a día, son también investidos por nuestra afectividad de tal manera que se convierten en huella de la trayectoria de nuestra existencia, no destinándolos, por tanto, a ser parte de lo que se desecha de manera anodina. Incluso, varios de los objetos, que deben dar paso a la aparición de otros que potencian sus funciones, no dejan por esta razón de pertenecer a un pasado que ellos nos facilitaron, lo que queda probado por la dificultad con la cual, muchas veces, nos desprendemos de su compañía. No siempre se cumple que la característica del derroche que estipula el frenesí capitalista, sea la que rija nuestra relación con los objetos, pues, en tanto que somos sujetos, podemos hacer de ellos rasgos de nuestra historia. En todo caso, uno se realiza en la vida y disfruta con ella contando con los objetos, teniendo en cuenta que junto a las funciones que nos prestan y al afecto que nos suscitan, son también signos que hablan de nosotros y estética que nos hace más gustosa la vida. El mundo de los objetos nos acompaña desde que somos sapiens-sapiens, y si es cierto que hay formas deleznables de hacernos a ellos y de utilizarlos, como es el caso de lo que promueve el consumismo burgués, también es cierto que ellos pueden ser condición de nuestro buen vivir y marca de nuestra historia personal. Algo parecido acontece con el asunto de la muchas veces defenestrada necesidad. Sin desmedro del requerimiento de diferenciar entre necesidad, demanda y deseo –cosa que trataré de hacer en la próxima conferencia—, he de decir que si bien se presentan necesidades insulsas y en ocasiones dañinas, causantes del empobrecimiento y la enajenación del ser humano, también hemos de reconocer que en la amplitud, diversificación y cualificación de ellas tenemos un indicio de la riqueza humana. De manera taxativa se podría expresar: “Decidme cuáles son vuestras necesidades (y vuestros deseos y demandas) y os diré qué
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que llamamos consumista, adoptada en la sociedad capitalista tardía y la cual es consumismo desaforado. Tenemos, entonces, que de ese consumismo desaforado deriva, en gran medida, el hastío que corroe a muchos seres en nuestra época y el cual frecuentemente se encubre tras las máscaras de múltiples expresiones de entusiasmo vacío. Lo primero es reiterar que el consumo es una función constituyente de nuestra condición humana, pues nuestra articulación como sociedad reclama cuatro niveles imprescindibles respecto de los objetos y de los bienes: producción-distribucióncirculación-consumo. De aquí que sea un error decir “sociedad de consumo”, pues todas lo son y nunca pueden dejar de serlo, es decir, en todas las sociedades se consume. En este orden de ideas, conviene advertir de ese tan acentuado gusto contemporáneo por los eufemismos: apelamos a expresiones que velan la verdad de lo que hablamos. En el caso de la sociedad nos encanta acudir a epifenómenos que nos distraigan de la obligación de nombrar lo que en lo esencial la define, explicando esto esa proliferación de nominaciones que cernimos sobre la realidad social en que vivimos hoy por hoy: sociedad “industrial”, sociedad “de la información”, sociedad “del conocimiento”, sociedad “de masas”, en fin, sociedad “de consumo”. Adjetivamos de esta manera con algo contingente el sustantivo sociedad, escamoteando calificarlo con el nombre de aquello que la especifica porque atañe a su estructura y que hace a su esencia: capitalista. Sí, así de sencillo: la nuestra es una sociedad capitalista, y nombrándola de esta forma la identificamos por lo que constituye el
riqueza encierra vuestro ser y la calidad de vida que encarnáis”. El problema no es que el ser humano cree necesidades nuevas, el problema es qué necesidades crea. En la misma línea me puedo referir al presente que vivimos. Parodiando a Borges he de decir que todas las épocas de la humanidad fueron difíciles y que la nuestra no es una excepción en lo relativo a la dificultad, en consecuencia, nada asegura que sea la peor o la más difícil, siendo claro, en todo caso, que si atravesamos por serios problemas, también poseemos más herramientas intelectuales y materiales para encararlos, de tal forma que pesimismos y derrotismos no son justificables. Si en algo vale mi opinión diré que puesto a escoger en qué época preferiría vivir, no dudo un segundo en responder que en ésta, pues vivimos un presente que si bien deja aún mucho que desear y muchas realizaciones por alcanzar, es, sin embargo, un tiempo de indiscutibles logros en lo social, en lo individual, en lo intelectual y en lo relativo a los objetos que nos acompañan, constituyendo todo esto un difícil pero maravilloso universo de la pluralidad que posibilita, en este abanico de opciones, las elecciones personales, de tal manera que –sin desconocer las determinaciones sociales, económicas y políticas que entran a imposibilitar, muchas veces y para muchas personas, la singularidad y afirmación de una vida— cada uno puede en consonancia con la particularidad de su deseo y con las modalidades de su goce, hacer una obra y una estética propias con su existencia. Pero hablemos del consumo y de la forma suya 6
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soporte de su existencia y la condición de su funcionamiento: la relación trabajo asalariado-capital, destinada a la producción de mercancías y, por ende, al primado del mercado. En la línea de lo anterior, el problema al que nos tenemos que abocar, pero que debo posponer, por asunto de tiempo, para la próxima conferencia (la que se llevará a cabo el miércoles 4 de julio, a las 6:30 p.m. en el auditorio de Comfama, y que llevará por título “Avatares del deseo, la identidad y el aburrimiento en la edad del consumismo”), es el del consumo que nos hastía y el hastío que consumismo, lo que no es sino una manera de nombrar la forma de consumo que va imponiendo progresivamente la sociedad del capital, consumo hipertrofiado y devenido consumismo, siendo esta modalidad del consumo la generadora del hastío y el tedio que, más allá de la voracidad incontinente y de los entusiasmos vacíos, se cierne hoy sobre nuestras sociedades. Proseguir el examen de este tedioso consumismo y de este consumo atediante me exigirá en aquella oportunidad llevar a cabo el siguiente derrotero:
impotencia. 4. La impotencia del sujeto ante la crisis de identidad que lo signa, impotencia que lo hace fácil presa de la identidad-mercado y la identidad-masa, en otra palabras, de la identidad-moda. 5. En qué consiste el deseo (precisando sus diferencias con la necesidad y la demanda), eso que siendo lo más propio del sujeto y soporte de una identidad suya que lo singulariza y lo historiza, se diferencia del simple y errático anhelar que es la moneda de curso común en nuestra sociedad. 6. Por qué el capitalismo para preservar su lógica y sostener su dinámica, requiere obturar la emergencia del sujeto del deseo y promover el individuo del anhelo. 7. Cómo el atrapamiento del individuo en la asfixiante malla del consumismo, olvidado de su deseo y arrojado al anhelo, termina por abrir las puertas del tedio y por atentar contra la dicha del vivir, desatando incluso fuerzas peligrosamente hostiles contra la vida misma, y ya no sólo contra la humana sino contra la del planeta todo. 8. Necesidad de una ética del consumo que sepa sumarse al enfrentamiento político del devastador modelo productivista-consumista que, cual aprendiz de brujo, desató el capitalismo. Entonces, seguiremos…
1. Qué caracteriza el consumismo como fase fatalista del consumo y cuál es el individuo-consumidor que demanda y sostiene al capitalismo. 2. Por qué el capitalismo no puede no calentar, y cada vez más, el consumo. 3. La crisis central del sujeto en nuestra época no es que no sepa qué desea, sino que no quiere saber qué es lo que desea, lo que lo sume no sólo en una gran incertidumbre respecto al logro de una identidad propia, sino que lo hunde en una angustiante
Carlos Mario González Miembro Fundador Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Profesor Universidad Nacional sede Medellín
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Tomado de: La historia de las cosas - Annie Leonard
La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Tertulia Miércoles 13 de junio del 2012 Salón cuarto piso Comfama San Ignacio
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uando de tertulias y conversación se trata, las derivas y caminos por los que tome el encuentro alrededor de un tema que se presenta como centro y unas líneas que se proponen para la reflexión, serán tantos como palabras se enuncien, pensamientos afloren y diversos entendimientos emerjan a la hora de entregarse a ser, pensar, debatir y, aunque sea un ideal, dialogar con otros. Tal fue el caso del encuentro de hace ocho días, en el edificio de Comfama, al reunirnos en torno al tema del consumismo y el hastío en el presente nuestro, en donde la discusión se orientó por dos caminos no excluyentes entre sí y se enriqueció como fruto de las interpretaciones de varios participantes que enriquecieron la conversación. El primero de ellos tuvo que ver con todo lo que implica la relación de los seres humanos con los objetos, 'la ineludible relación de la naturaleza con la cultura' por expresarla desde un plano más general, aquello que pone una interrogación por las necesidades del ser humano, por los hábitos de consumo que históricamente se han configurado, por la relación de éstos con la cultura, el contexto, la geografía, las condiciones mismas del ser humano como ser del lenguaje y ser deseante: por ejemplo, situó una participación, no se satisface el hambre con suplementos vitamínicos que serían suficientes para vivir, al contrario, se dedican horas para lograr una comida que estimule el gusto y se disfrute placenteramente. En todo lo anterior se dejan ver determinantes así reconocidos de esa relación nuestra con los objetos y con lo que consumimos, de la significación que podamos o no tejer alrededor de ellos, del entendimiento de ellos –los objetos- como posibilidad pero también como límite, la primera para el mejoramiento de la calidad de vida y el segundo como lo necesario en una sociedad, como la actual del capitalismo, que nos inscribe ya no en un consumo mínimo y necesario sino en un consumismo desaforado. “Estamos inundados de objetos”, dijo un participante, y ello nos situó en la pregunta por los móviles de esa creciente necesidad de consumir. En un plano individual, la tertulia se detuvo en el problema de una identidad en crisis que además necesita de cuánta cantidad de objetos para la individuación y la singularización del ser, de lo cual podría extraerse una reflexión sobre el tipo de humanidad que se forma y promueve en la ideología actual que es, precisamente, el objeto de estudio de la próxima conferencia pero que ya en la tertulia la resaltaban: ésta es una sociedad que
oferta objetos desechables e incita a comprar algo nuevo, mejorado, más funcional o meramente estético, antes de que el anteriormente adquirido cumpla su ciclo, incluso haciendo suyos, para la promoción del consumismo, significantes como el signo, la identificación y el deseo. Pero también está el plano social, y esto nos conecta con el segundo camino que tomó la tertulia, en tanto estas relaciones del individuo con los objetos están enmarcadas en un contexto social, en un tipo de sociedad especifica, le pone en relación con los otros (a cada uno de nosotros que también somos otros), con la humanidad entera, con el planeta, con los estilos y formas de vida y consumo de otras culturas, de donde el tamiz de la mirada democrática en este asunto se hará muy necesario, así como una alternativa política al asunto: promover una ética del consumo, una ética del mercado y un sujeto que sepa posicionarse en relación con los objetos, '¿Qué objetos realmente necesitamos?' se preguntaba un tertuliante... El segundo camino que tomamos, muy conectado al anterior, nos llevó a la indagación de las posibilidades de este planeta en que vivimos para resistir la producción de los objetos que estamos demandando, y cuál es nuestro papel en ello. A partir del reconocimiento de lo valioso de muchos objetos con que hoy en día contamos, que hace imposible una denegación de ellos o una aspiración a volver el tiempo atrás y vivir como sociedades de hace muchos, muchísimos años, 'el reciclaje', 'una desmaterialización de la economía' y un 'consumo responsable' se plantearon en la tertulia como alternativas para la sostenibilidad del planeta, uno que es finito y que acabará, pero que no es dicha finitud un impedimento para plantearnos formas de vida que no recrudezcan el problema ambiental. Por último decir que por los caminos que tomamos llegamos al reconocimiento de una doble dimensión del problema del consumo en la sociedad actual, y es que éste afecta la relación con los objetos tanto a nivel individual como colectivo y, además, está vinculado tanto al contexto social y cultural, incluso de la 'humanidad de la era del capital', si puede llamarse así, como a los asuntos de la subjetividad y la particular relación que sepa construir cada quien con el mundo, con la vida, con la humanidad.
Diana Suárez Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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La conversación del miércoles Ciclo 2012: De la cultura que tenemos a la cultura que queremos Pensador o pensadora de referencia
«Sin embargo, ese progreso ha relegado los valores inmateriales de la vida y, consecuentemente, la Humanidad dista más que nunca de alcanzar una felicidad óptima para los más numerosos. No nos dejemos engañar al respecto por el creciente rendimiento de la técnica y la economía, pues posiblemente sus éxitos hayan generado una eficiencia máxima de todo cuanto es rentable, pero tan sólo una medida ínfima de los valores humano realizables. » Roland Nitsche La sociedad del hastío Roland Nitsche expone sus teorías acerca de las inquietudes de la juventud de la segunda mitad del siglo XX, de sus movimientos, de los conflictos universitarios y de los desórdenes estudiantiles en general. Ha hecho análisis y balances tan imparciales como interesantes sobre las revueltas juveniles. Sostiene la tesis de que la sociedad debe enseñar a los jóvenes su experiencia y a adoptar una actitud democrática. Otro título publicado por Roland Nitsche es El dinero (1971).
Próxima conferencia: Avatares del deseo, la identidad y el aburrimiento en la edad del consumismo. Miércoles 4 de julio 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso)
Boletín de La conversación del miércoles Edición del 20 de junio del 2012 Revisión editorial: Vincent Restrepo Diagramación: Vincent Restrepo
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