La conversaci贸n del mi茅rcoles La pareja: incertidumbres modernas de esta relaci贸n Ciclo 2013
Julio
Bolet铆n #24
HABLAR DE LA PAREJA EN TIEMPOS DEL GOCE DE LA MUJER
La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Grupo de estudio
Conferencia preliminar
Miércoles 26 de junio de 2013 Auditorio CorpoZULETA
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pasa por el orden existencial, de construir una significación de su vida del orden trascendental como pieza fundamental en la construcción de la sociedad a la cual pertenece. La mujer, en cambio, estuvo destinada –en ese orden social determinado por los hombres– a aceptar que su trascendencia estaba en entregarse a otro: al hogar, al esposo, a los hijos, de un modo que se reducía a satisfacer las necesidades de otros. Esas posibilidades para darle un sentido a su vida, reducidas a un hogar, no le permitían a ella reconocerse como parte fundamental y activa de la sociedad. La mujer sólo podía reconocerse en tanto el hombre, como esposo o hijo, le dirigía su mirada, lo cual generaba un vínculo de dependencia aún más fuerte de ella con él, pues no sólo se limitaba a una dependencia en lo económico, sino también en el sentido existencial de su vida. En la historia de la humanidad es el hombre quien asume un papel activo en el mundo. Es él quien se reconoce como ser pensante: quien posee la capacidad de construir unos conocimientos, transmitirlos y aprenderlos. También es él quien se sabe con la fuerza física necesaria para el sostenimiento y desarrollo económico de una sociedad y quien puede definir un orden político para la misma. Tres esferas de la sociedad: la educación, el trabajo y la política que le fueron negadas a la mujer desde
e trata ésta de una época que le da lugar a unas posibilidades para el goce de la mujer, afirmación de la cual se sigue que épocas anteriores no dieron lugar a ese goce. Una consideración que es fundamental para intentar delimitar eso que entendemos por mujer y tener presente que se trata de un ser histórico, cuya historicidad también ha afectado las relaciones de pareja transformándolas. En todas las sociedades se ha dado un reconocimiento del hombre como lo esencial y de la mujer como lo Otro, como lo inesencial. El hombre, género que hasta hace poco estaba asociado al ser barón, al igual que el de la mujer al ser hembra, siempre ha tenido la posibilidad de construir una relación con el mundo que
«La mujer sólo podía reconocerse en tanto el hombre, como esposo o hijo, le dirigía su mirada (...)» la antigüedad hasta muy entrada la modernidad. Sin embargo los cambios culturales que tienen lugar en el renacimiento ofrecen las condiciones de posibilidad para que algunos hombres y mujeres reconozcan a las del bello sexo como seres deseantes e inteligentes, capaces de interpretar y leer el mundo en las diversas formas que éste se presenta. Un reconocimiento que fue necesario para que algunas de ellas accedieran a la cultura y la educación en los salones: espacios que daban lugar a la conversación entre hombres y mujeres, y que se empezaron a consolidar entre la aristocracia europeadurante el periodo de la
Amedeo Modigliani - Desnudo sentado en un diván Tomada de: http://prints.encore-editions.com/
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Las dos Fridas - Dos desnudos en un bosque (La tierra misma) Tomada de: http://www.fridakahlofans.com/c0300.html
ilustración. También el capitalismo, con todo lo criticable que es, por las condiciones laborales que le impuso a la mujer en una discriminación de ella por su sexo, posibilitó la salida de las mujeres de sus hogares para contribuir al sostenimiento económico de estos; un paso fundamental para la conquista de una autonomía en relación con los hombres. Estos nuevos mundos que empezaron a abrirse para la mujer, hicieron posible que algunas de ellas se replanteasen su lugar en el mundo y emprendieran una lucha por el derecho que debían tener las mujeres a ser partícipes activas en esas tres esferas que son la educación, el trabajo y la política, pero también el derecho a ser reconocidas en su singularidad: poder darle lugar al goce en el amor, la maternidad y la sexualidad según el reconocimiento que pudieran hacer de su deseo. La lucha de la mujer por conquistar esas posibilidades para su vida se ha dado en muy diversos campos de lo social, y en buena medida ha estado dirigida a la transformación de las relaciones entre hombres y mujeres en la pareja. Ha sido necesario entonces que el hombre dé lugar a una realización de la mujer por fuera del hogar, que ella pueda gozar con otros y de otras cosas. De modo que hoy, para algunas personas, reconocerla singularidad del Otro es una exigencia en las relaciones de pareja que se entablan. Exigencia que pasa por que cada uno se haga cargo de los sentidos que ha de construir para su vida y no –como mucho tiempo sucedió con la mujer, que también puede sucederle al hombre– que el sentido de la existencia de uno recaiga en el otro, ni tampoco se termine reclamando ser el sentido único de la vida de la pareja. Allí tiene un lugar fundamental la autonomía, pues
¿cómo hacerse cargo de la propia existencia si se depende económicamente de alguien y por tanto no se puede actuar sin que antes ello pase por la consideración de éste? Pero, además del hacerse cargo de la existencia y de la autonomía, para que un sujeto le dé lugar al goce es necesario que pueda expresarse en su singularidad. Algo que hoy es difícil conquistar cuando a hombres y mujeres se les ofrecen prototipos para asumir sus relaciones de modo que sean exitosas, en vez de proponerles esa difícil aventura que es enfrentarse a una relación compleja con otro que no es un todo, que no es algo dado, que se modifica, que es perdible. Por último, es importante reconocer que esta época no ofrece unas posibilidades para el goce a todos los seres humanos; el que esa posibilidad tenga lugar depende de unas determinaciones de la historia personal: no se trata de un asunto de voluntades que los sujetos gocen, o que lo reconozcan en otro. La historia personal determina a un sujeto por su formación en unos ideales, unos valores y una moral determinada, pero también por las condiciones socio-económicas en que crece. Factores que influyen en la posibilidad que tiene éste para reconocer un objeto de deseo pero también para darle lugar a una relación con este, pues una persona no puede gozar, más allá de reconocer su deseo en una vocación, sino puede darle lugar a su ejercicio por unas imposiciones sociales o económicas.
Aura Rendón Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA 3
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Discusión
Miércoles 26 de junio de 2013 Auditorio CorpoZULETA
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Hoy ha cambiado en buena medida el referente de la mujer y ella se ha situado en lugares dominados anteriormente, y con exclusividad, por el hombre como el trabajo, la educación y la política así falte luchar por lograr igualdad en todos aquellos campos mencionados y por hacer que se sobrepase la idea, aún difundida, de realización de la mujer sólo en los lugares de amante, madre y esposa; por lo cual el contexto sigue demarcando las posibilidades, y el goce no es ajeno a esto. Así pues ¿Qué tan democrática es la entrada al goce propio? Dos mujeres de estratos sociales diferentes tienen accesos distintos, igual que si nacen en un país distinto, no comparten el mismo tipo de origen étnico o nivel educativo; sin olvidar el sistema operante: ¿Qué significa gozar en el capitalismo? Se genera entonces una tensión en medio de las inevitables contradicciones sociales, faltas de oportunidades, inequidad, etc; y asimismo cuando se logran superar barreras de ese tipo aparecen otras más recientes que condicionan o confunden lo que entenderíamos como el deseo, por ejemplo los estereotipos: la mujer siempre bella, consumidora, destinada a la frivolidad y al ornato etc. Y ¿Qué pasa cuando se deja el goce sólo para el cuerpo, en lo estético, en dónde queda esa búsqueda permanente de la libertad que trasciende? ¿Qué le puede aportar seriamente la mujer de hoy a las que llegarán en el mañana? Y también ¿Qué posición se les está pidiendo a los hombres en este caso? Hay que tener en cuenta que las exigencias son para unos y para otras. Finalmente hay que volver a recordar el bello título del libro de Virginia Woolf: Una habitación propia, que las mujeres logran hacerse a su independencia en lo privado y a una profunda conciencia de lo público que también las posibilite y les permite no una concentración en simples esencias, sino también en lo singular, y seguir hablando mejor de las mujeres y de los goces de las mujeres.
uego de la conferencia preliminar quedó el problema de atender esos enunciados específicos en torno al goce y al deseo, resaltándolos como conquistas siempre en proceso, que por lo tanto no se cierran en un tiempo en específico. Sin embargo es necesaria la reiteración de una pregunta: ¿qué entendemos por el goce y por el deseo? Este nudo genera dos perspectivas, en donde el deseo convoca, regula y concentra; mientras el goce implica una relación de libertad casi que ilimitada. El título mismo de la conferencia complejiza, ya que se dirige al reconocimiento de las mujeres deseantes y parte de unos supuestos que no conforman necesariamente el sentido común. ¿Qué es gozar para una mujer? ¿De qué goza?¿En qué sentido las mujeres del hoy se reconocen como deseantes que gozan de ser? Si bien esta época abre esa posibilidad habría que ser más preciso al decir el tiempo del goce de los sujetos. ¿En qué medida? Recordemos que estamos inscritos en la historia, determinados por hechos que se han transformado.
Eduardo Cano Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
Las dos Fridas - Frida Kahlo Tomada de: http://www.fridakahlofans.com/c0290.htm
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Conferencia central Miércoles 3 de julio de 2013 Auditorio Comfama San Ignacio
Hablar de la pareja en tiempos del goce de la mujer Para Oscar Restrepo, amigo entrañable “Cansada de sus quiméricos esfuerzos, nuestra época descansa a ratos en completa indolencia. Su condición es la del que se queda en la cama por la mañana: grandes sueños, luego adormecimiento, finalmente una cómica o ingeniosa idea para excusar el haberse quedado en la cama” Sören Kierkegaard
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endemos a dar por evidente lo que, no obstante, deteniéndonos un poco en ello, tenemos que reconocer que, estrictamente hablando, lo ignoramos. Damos por sabido aquello que visto más de cerca resalta, más bien, que lo desconocemos. Creemos saber lo que no sabemos y, como en general gustamos vivir de espaldas al pensar, nuestra vida navega en un mar de supuestos y de prejuicios. Un botón de muestra: si se pregunta qué es una mujer, la inmensa mayoría no vacilaría en dar por entendido el objeto por el que se le pregunta. Ahora, si se le insta a que enuncie lo que cree sobreentender, entonces veremos que rápidamente, tras haber dicho un par de generalidades que para nada especifican aquello por lo que se le pregunta, terminará balbuceando equívocamente, cuando no acudiendo a referencias empíricas que le permiten señalar “esta es una mujer”, “este es un hombre”. Basta que nos detengamos a tratar de decir qué es una mujer para constatar que no sabemos de lo que se nos pregunta, pese a que la vida cotidiana la desenvolvemos contando con su existencia. Pero es como el que todos los días al llegar la noche enciende la luz de su casa: ahí está ella, la luz, pero él para nada sabe en qué consiste. Lo que quiero decir es que lo normal en nuestra vida es que la llevemos adelante ignorando, más allá de la función práctica, en qué consiste el mundo de objetos y de seres en el que existimos. ¿Sabemos, de verdad, qué es una mujer? Permítanme, antes de que ustedes respondan, acudir a algunas escenas que nada tienen de insólitas, pero que, estoy seguro, invalidarán cualquier respuesta rápida sostenida sobre la evidencia inmediata. Escena 1. Estoy participando en un panel que versa sobre las relaciones de género en nuestros días y, en
un entreacto, converso con un par de bellas mujeres que son también expositoras en el evento. Digo bien “bellas mujeres”: en facciones, gestos, vestimenta, movimientos, en fin, en todos esos rasgos prominentes o sutiles que le dan a uno la certeza de estar ante alguien que se manifiesta como mujer. De pronto una de ellas, por el rumbo que había tomado la conversación, me dice “yo tengo pene, pues nací como macho y como tal en mi casa me asignaron la imagen de hombre, pero yo desde muy temprano me identifiqué con la de mujer, de tal forma que tras haber superado la represión familiar, escolar y social, decidí darme a mí misma y presentar ante los demás el semblante propio de mujer. Pero quiero permanecer con mi pene y no me someteré a ninguna operación transexual. Amo y deseo a los hombres, y mi amante me ama en tanto soy una mujer con pene. Yo me asumo como heterosexual, pues no me atraen otras mujeres, y en la relación sexual no gozo de ser penetrada, sino de penetrar. Sobra decir que hoy por hoy hago una vida dichosa en lo afectivo, lo sexual, lo intelectual y lo social”. Al punto la segunda mujer con la que me encontraba interpeló: “Yo también tengo pene y tuve que sortear igualmente todas las discriminaciones y conminaciones ejercidas por las instancias sociales, pero yo sí quiero dejar de tener pene y contar con una vagina, estando mi goce, tanto amoroso como sexual, en función de un hombre que me tome como mujer y que, en lo concerniente al erotismo, me penetre”. Así hablaron las dos mujeres con quienes me encontraba en esa ocasión. Pregunto: ¿se puede negar que
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación eran mujeres? Sin duda que no. Entonces, ¿qué impediría que lo fueran? ¿Qué tuvieran pene? Si se contestara así, estaríamos reduciendo el género a un mero asunto de órganos. Pero tampoco son los posicionamientos del cuerpo en el trance sexual –en la escena mencionada el hecho de que una goce penetrando en tanto la otra en ser penetrada– los que definen la condición de mujer. Hablando en román paladino, puede haber mujeres con pene y mujeres sin pene, mujeres que gozan de ser penetradas y mujeres que gozan de penetrar. Visto esto, en qué queda aquello que algunos consideran certeza indiscutible, que quieren asociar mujer a hembra y hombre a macho para plantear según una “lógica natural” que así como macho y hembra se acoplan en la reproducción, hombre y mujer deben vincularse en la sociedad para constituir la “pareja natural”. Escena 2. Un hombre que hace un trabajo de análisis con un psicoanalista, al cabo de su labor analítica decide realizar lo que ha sido un deseo reprimido para él: someterse a una operación quirúrgica que le permita disponer del cuerpo de hembra que quiere para sostener en él la representación de mujer que anhela. Pues bien, tres meses después de su intervención quirúrgica, y ostentando todos los emblemas de mujer, acompañada de su amante se dirige adonde su psicoanalista a darle las gracias y la buena nueva de la dichosa experiencia que ahora puede vivir. Llegada al consultorio le presenta a su amante: ¡una mujer! Es decir, se trata de alguien que viene de ser un macho-hombre para ser una hembra-mujer y cuya elección de objeto es la de otra hembra-mujer, consumando una expresión de deseo y de goce de carácter lésbico. Alguien, arraigado en la concepción “naturalista” de las elecciones de deseo, se sorprendería y diría: “pero, si al fin y al cabo su destino era una hembra-mujer, ¿por qué no se dirigió a esta desde el principio, evitándose el sinuoso periplo que le condujo a la operación transexual? A esta persona hay que contestarle que la elección de deseo en la vida de este sujeto, y desde el comienzo, era de corte lésbico, razón por la cual sólo podía alcanzar su dicha amorosa y sexual desde esa posición de hembra que reclamaba para sí y que la naturaleza no le había deparado y desde ese lugar de mujer que la sociedad le había negado. Otra vez vuelvo a preguntar: ¿qué define a una mujer? ¿Un origen natural? Esta escena niega esta respuesta; ¿acaso, entonces, la mujer está definida por la elección de objeto que hace? Pero esta es también una respuesta falsa, pues es tan mujer una heterosexual como lo es una lesbiana. En consecuencia, volvemos a lo ya dicho: la pregunta por qué es una mujer no se responde
como si fuera algo del orden de lo evidente. Escena 3. Un hombre y una mujer, que se aman, le cuentan a un tercero la para nada natural historia de su amor. Comienza por contarle que ellos dos se conocen desde niños y avanzaron un largo trayecto de sus vidas sin que hubiese, más allá de la amistad que los unió durante muchos años, ningún amor entre ellos: pero un día, siendo adultos y habiéndose dejado de ver durante varios años, se volvieron a encontrar y, “en el instante de una mirada”, el amor prendió entre ellos. Pero este intenso y novísimo amor estuvo antecedido por dos hechos de carácter inverso: quien había nacido macho y fungido como hombre devino, operación transexual de por medio, hembra y se presentaba ya como mujer, en tanto a quien natura había designado hembra y había sido inscrita en la condición de mujer, devino, por una operación quirúrgica equivalente, macho, asumiéndose ante sí y ante los demás en la imagen de hombre. Es, pues, tras estos dos hechos que se reencuentran y que beben el elixir del amor. Aquí lo peculiar es que el amor y el deseo sexual entre ellos sólo podía prender a partir de las nuevas posiciones que alcanzaron, de tal manera que si nunca se hubieran reconfigurado o, por lo menos, uno de los dos no lo hubiera hecho, el lazo amoroso y sexual no se hubiera tendido entre ellos. En esta escena estamos ante una historia heterosexual, pero en la que, nuevamente, la
«(...) puede haber mujeres con pene y mujeres sin pene, mujeres que gozan de ser penetradas y mujeres que gozan de penetrar. » condición de mujer no está asignada por la naturaleza, es decir, no depende de los órganos originales, aunque también sabemos, como lo presenté en la escena 1, que tampoco los órganos recién adquiridos bastarían para designar a alguien como mujer ya que, vale la pena recordarlo, puede haber mujeres con pene. Escena 4. En mi adolescencia, en tono confidencial, un amigo nos contaba a otro y a mí lo que para él había sido un acontecimiento casi tenebroso que recién le había sucedido. Ocurrió que había entrado a una sala de cine y poco antes de que apagaran las luces alcanzó a ver a una hermosa mujer que le dirigió una seductora mirada y tomó asiento cerca de él, cosa que lo dejó muy perturbado. No bien estuvo en penumbra la sala las
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Jackson Pollock - El Rehilete Tomada de: http://elrehilete.files.wordpress.com
miradas de ella lo siguieron buscando hasta que nuestro amigo no resistió más y se pasó a su lado. Muy pronto dieron comienzo los besos apasionados y las caricias fogosas, pero siempre retenido nuestro amigo en su empuje erótico por la acción contenedora de la muchacha que no le permitía acceder a los senos o posar la mano en su entrepierna. En fin, que en los avatares de estos cuerpos entreverados por el deseo, ella perdió el control y finalmente la mano de él encontró lo que se le vedaba. ¡Sorpresa y pánico!: allí, en ese lugar tan anhelado, en vez del significante denotador de la hembra que anunciaba esa mujer, se encontró con un pene enhiesto. De manera fulminante nuestro amigo se levantó, espetó un par de improperios a la “engañadora” y literalmente huyó de allí embargado por un sentimiento de repugnancia y de culpa, que lo acompañaba desde entonces y fue, en buena medida, la razón que lo llevó a hacernos esta confidencia. Pero la sorpresa del relato no terminaba aquí, pues el tercer amigo de pronto dijo: “yo hubiera seguido”. He ahí, explicitado en esta trivial anécdota personal, el complejo universo de las elecciones de objeto, las posiciones de sujeto, los empujes del deseo y las formas del goce que son propias de los seres humanos y que para nada son atribuciones que nos confiere la naturaleza. En el modesto
relato de nuestro amigo lo que saltó ante los ojos de los adolescentes que éramos fue el hecho de la heterosexualidad y la bisexualidad. El amigo que relataba buscaba ese “otro-mujer” (¿u “otro-hembra”?), ese otro que le sostuviera la alteridad y que pudiera darle curso a su goce; pero el amigo del comentario, lo que testimoniaba era la prevalescencia del goce desde la indiferenciación del objeto. Obviamente, aquí no se trata de “normal” o “anormal”, se trata, simple y llanamente, de la diversidad, de derivas que cobra el deseo en el ser humano, sin que ninguna de ellas pueda definirse ni como la “verdadera” ni como la “debida” y, menos, como la “superior”. Para concluir con esta escena, vuelvo a mis preguntas: la repelencia que la mujer de la penumbra de la sala suscitó a uno y la atracción que produjo en el otro, es decir, la renuencia del heterosexual y la disposición del bisexual, ¿en qué lugar anclan? ¿El giro brusco de 180° del deseo y del goce del amigo que salió desalado del teatro por haber encontrado un pene donde esperaba una vagina, impugna el estatuto de mujer de la seductora de las sombras? ¿O lo único que allí se expresaba era el fantasma deseante de él, no articulable con el cuerpo similar al suyo que terminó por encontrar? Si, jugando con la suposición, él hubiese visto a alguien con trazos de hombre y, por algún motivo
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación un adminiculo plástico que representa un pene erecto, se lo sostiene con una correa en su cintura y a continuación penetra con él un largo rato a su compañera, derivando todo esto a un éxtasis orgásmico que las deja colmadas de dicha. ¿De qué corte es esta relación? ¿Lésbica por ser dos mujeres? ¿Lésbica por ser dos hembras? ¿Heterosexual allí donde el goce proviene de la puesta en juego de órganos disimilares, así sea recurriendo al artilugio que simula el pene? Son dos mujeres, dos hembras que en un momento dado gozan de ser hembra y macho, por tanto ¿qué son según las clásicas tipologías de heterosexual y lesbiana? En cualquier caso, la lista de escenas se podría prolongar sin fin, como expresión de la inmensa versatilidad del deseo humano y de la pluralidad de sus goces, pero las que he enunciado son suficiente para que, por los menos, hagamos tambalear algunas certidumbres que poseemos, pero las que sólo se pueden mantener cuando miramos las cosas superficialmente, pues basta penetrar un milímetro en el espesor de nuestra estructura anímica y los goznes empiezan a saltar y las cosas a salirse de las tranquilizadoras cuadrículas que nos permiten mantenerlas, para su mejor dominación, en rígidas clasificaciones. Lo que estas escenas nos ayudan a poner en entredicho no es sólo que no es tan claro y categórico lo que respondemos cuando se nos pregunta qué es una mujer, sino que tampoco es tan evidente qué es aquello de heterosexual, homosexual o bisexual. Mejor dicho, así como para lo referido al deseo y a sus manifestaciones en la sexualidad y en el amor, como para la caracterización “hombre” o “mujer”, lo que se nos impone es reconocer la no existencia de identidades fijas y rígidas, esto es, que no hay formatos pétreos para definirnos y que la vocación por estar clasificando cuerpos, sentimientos, sujetos, objetos y prácticas en lo concerniente al deseo y al goce, no responde sino a una voluntad de dominación que es la que autoriza a algunos a pretender que hay formas legítimas por “naturaleza” y otras que son ilegítimas y, por tanto, merecedoras de descrédito y sojuzgamiento. De cualquier manera, es en el contexto anterior que cobra pleno sentido mi indicación del comienzo relativa a la necesidad de precisar qué es lo que nombramos cuando decimos “mujer”, sin seguir creyendo que la respuesta es evidente de por sí. Precisar esto es clave, no sólo para delimitar mejor el asunto de los géneros, de su diversidad y de sus relaciones, sino porque se requiere para entender lo que nos proponemos: qué es la pareja en estos tiempos en los que la mujer, de forma cada vez más decidida, asume el goce, en todas las
se hubiera visto en los contactos corporales mencionados, pero habiendo descubierto en esta ocasión bajo la figura de hombre la anatomía de una hembra, seguramente la repugnancia inicial hubiese devenido atracción, siempre y
«(...) dos mujeres, dos hembras que en un momento dado gozan de ser hembra y macho, por tanto ¿qué son según las clásicas tipologías de heterosexual y lesbiana?» cuando, eso sí, hubiese sido un objeto para su deseo, pues bien sabido es que no se desea a cualquiera. ¿Nuestra condición heterosexual, homosexual, bisexual o plurisexual, cuenta con el género para su determinación o es asunto de órganos? Si soy un hombre heterosexual, ¿deseo a alguien porque es mujer o porque dispone de una anatomía de hembra? La continuidad que la naturaleza y la sociedad sostienen cuando ésta destina a ser hombre a un macho y ser mujer a una hembra, bien puede ser contradicha por la asunción que alguien hace para sí, como ya lo he dicho, de ser una mujer con pene o de ser un hombre con vagina. Todo esto va al mismo vertedero: entonces, ¿qué es una mujer? Escena 5. En esta ocasión estamos ante dos parejas: una heterosexual y otra lésbica. Veamos la primera. Se trata de un hombre y de una mujer que se desean fervorosamente y ponen en juego sus cuerpos a efecto de gozar de ellos y con ellos. En un momento dado, esa relación encuentra una veta de erotismo en una relación anal. ¿Este goce es de qué tipo para el hombre? ¿Heterosexual, en tano él se relaciona con una mujer? ¿Homosexual, en tanto el órgano del goce del otro no representa una alteridad frente a sí mismo? ¿Se goza sexualmente, en el caso heterosexual, en función de la alteridad de género o de la alteridad de órgano? En la mencionada relación hombre-mujer, sobre cuerpos de macho y hembra, estamos ante una alteridad de género y ante una similitud de órganos, entonces ¿hablamos de heterosexualidad por la alteridad de género o de homosexualidad por la similitud de órganos o, incluso, de un encuentro heterohomosexual en el mismo acto? Pero pasemos a la segunda pareja, la de dos lesbianas entregadas a destilar todo el goce que sus cuerpos les depara. Tras el disfrute de cuerpos que son el uno el espejo de otro, de pronto una de ellas echa mano de
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación manifestaciones de éste, como algo suyo. Evidentemente, en el punto de partida debemos complejizar la noción de “identidad”, mínimo en un doble sentido: que ésta no atañe a una expresión única, fija y, menos, natural, lo cual quiere decir que ella constituye una referencia básica y lábil, fluida y transformable, por lo que carece de sentido, para poner un ejemplo, la pretensión de una “verdadera” identidad”; pero también se impone indicar que las referencias identitarias del ser humano anidan en tres dominios, separables para el efecto del análisis, pero entreverados en la realidad concreta, estando cada uno de estos campos de la identidad expuestos, como he dicho, a procesos de transformación. Así pues, son éstas las tres referencias de la identidad: la biológica, que nos distribuye, por asignación de la naturaleza (por lo menos hasta el presente), en machos, hembras y hermafroditas, siendo el criterio de diferenciación el tipo de órganos reproductivos que posea el individuo; la social, que nos reconoce como hombres, mujeres e y, indicando con esta “y” a quienes socialmente pendulan entre su manifestación como mujeres y como
hombres, sin que se sostengan de manera definitiva en ninguno de los dos polos, y expresión triple (por lo menos) de la identidad social que tiene como criterio de diferenciación el semblante, valga decir, la imagen, los gestos, las expresiones del cuerpo, los modales, el vestuario, etc., con los que el individuo se representa ante sí mismo y ante los otros; finalmente, la identidad sexual, la que con respecto a la relación sujeto-objeto nos distingue como heterosexuales, homosexuales y bisexuales, y con respecto a la relación deseo-goce nos diferencia en términos de lo masculino y lo femenino. En función de lo anterior, ¿qué es una mujer? Antes que nada, como acontece con todo lo referido al asunto de género, es una identidad del orden social, que se expresa como una representación o un semblante con el que el sujeto se identifica gozosamente, sin importar para esto la anatomía, ya que diversas formas anatómicas pueden sustentar la expresión “mujer” o, dicho de otra manera, el número de mujeres no se corresponde por principio al número de hembras, de la misma manera que, al no adscribirse un sujeto de forma fija y necesaria a una expresión de género, no hay una equivalencia que permitiese decir que a cada sujeto le corresponde un género, pues en un sujeto pueden darse varias expresiones de género. El género, al igual que cualquier otra identidad, no se precisa en términos absolutos, siendo una referencia de sí variable, al punto que podríamos insinuar la proposición “no hay seres con identidad, lo que hay son actos y manifestaciones identificables”. Entonces, ¿quién es mujer? Quien asume ese semblante como una forma gozosa de sí, proponiéndose ante él mismo y ante los demás. En este sentido, como dice Judith Butler, el género es un performativo, es algo que resulta por efecto del significante, es decir, éste nombra y con esto da forma, por ejemplo, cuando al nacer un bebé o al hacer una ecografía se dice “es una niña”, estas palabras trazan ya un derrotero para el tipo de relaciones, prácticas y valores que se transferirán a la criatura, esperando que ésta se identifique con el destino que se le asigna. Lo que sucede, en ocasiones, es que el niño o la niña, por efecto de los fantasmas que resultan del vínculo interpersonal con quienes lo acogen en el mundo, resista la identificación ofrecida y refrendada por la sociedad,
Pablo Picasso - Mujer ante el espejo Tomada de: http://panamarte.net/2012/06/obra-mujer-espejo-picasso/
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación «(...) la imagen de sí con la que gozosamente se identifica alguien, imagen arraigada en lo inconsciente del sujeto, no está determinada por la anatomía de éste ni por la prescripción directa que le traza su entorno, siendo entonces legítima toda identificación gozosa del sujeto con una representaciónde sí, al margen de su anatomía.» siempre de las vicisitudes de la historia personal, particularmente la que se vivencia en los tempranos años de la vida. Ser mujer –lo mismo se puede decir del hombre o para cualquier otro género- es, en gracia a la elección inconsciente, un efecto mimético por el cual el sujeto toma lugar en el campo de las diferencias, escenificando ante el espejo y ante los demás quién es ese “él”, ese “ella” o ese “él-ella” con el cual se siente plenamente a gusto. Ser mujer es asumir los trazos de un semblante que caracterizan y expresan a alguien en el amplio mundo de las diferencias posibles. Plantearse las cosas de esta manera es contraponerse a dos paradigmas explicativos que no dejan de tener acogida en nuestro tiempo: el de los “creacionistas” que sostienen que lo que somos en materia de identidad de género o de identidad sexual, obedece a una causa divina y a un orden por ésta estipulado, y el de los “naturalistas”, que constituyen una versión renovada de la fe, que buscan en un supuesto origen natural y en un imaginario orden que la naturaleza trazaría, la determinación inviolable e inmodificable de lo que somos en tanto género y en tanto seres sexuados. Como se deducirá este no es un debate más a librar en el estéril campo académico, sino que es una confrontación a desplegar en el dominio político, pues aquí están en juego para el ser humano su libertad y sus posibilidades de ser.
deslizándose hacia formas disonantes frente al modelo hegemónico y alcanzando la identificación con una imagen que trasgrede a aquella que le han pautado. Por eso, quien ha nacido macho no necesariamente se identifica con la imagen de hombre que le ofrecen o quien ha llegado a la vida como hembra no se asume indefectiblemente como la mujer que se le propone que sea. Enfatizo, la imagen de sí con la que gozosamente se identifica alguien, imagen arraigada en lo inconsciente del sujeto, no está determinada por la anatomía de éste ni por la prescripción directa que le traza su entorno, siendo entonces legítima toda identificación gozosa del sujeto con una representación de sí, al margen de su anatomía y todas las elecciones por las que se inclina el sujeto en materia del tipo de objeto que privilegia y de las modalidades de goce que lo fascinan, no siendo posible objetar sus elecciones y preferencias sino en aquellos
«(...) Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto.»
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casos en los que se objeta a todo ser humano, al margen de si es heterosexual, homosexual o bisexual: cuando la relación con su objeto acude a formas de coacción o violencia o implica una degradación en la dignidad de éste. En pocas palabras, el ser humano tiene múltiples formas de ser y de manifestarse, existiendo un mismo rasero prohibitivo para todos: que la imposición y la agresividad no rijan el vínculo con el objeto de deseo o las modalidades de goce que con éste se alcanzan. De aquí en más el ser humano dispone del disfrute de una inmensa versatilidad en las formas y las realizaciones a las cuales se puede entregar, siempre y cuando, como he dicho, con éstas se identifique. Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto, sino que esta imagen está configurada en ese más allá de la conciencia que es el inconsciente y que resulta
La pregunta que se impone, aceptando la versatilidad identitaria de la criatura humana, se puede formular así: ¿por qué la opresión universal, esto es, en tiempo y espacio, que se ha ejercido sobre la mujer? ¿Qué explica que en las más disimiles culturas y a lo largo de todos los tiempos la mujer haya estado subordinada a los hombres, allende que, en algunas ocasiones, se le haya hecho algún tipo de reconocimiento? Las relaciones de género y el poder puesto en ejercicio sobre ellas, tienen características singulares, no compartidas con otros segmentos humanos que han sido o son objeto de sojuzgamiento. Los negros, por ejemplo, han sido oprimidos, pero no a lo largo de todos los tiempos ni en todas las sociedades; los homosexuales hombres han sido objeto de marginación y vejación durante siglos, pero no siempre ni en todas las culturas se les ha reprimido. Pero
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación metáforas que nunca hemos dejado de decir: la llama del amor, el fuego de la pasión, la incandescencia del deseo, etc. Pues bien, volviendo al asunto que nos incumbe, por qué los hombres siempre han tendido a sofocar y someter a las mujeres, tal vez pueda comenzar a responderse a partir de esta hipótesis: porque hay algo en la mujer que espanta y angustia al hombre, algo que a éste se le hace insoportable, razón por la cual tiende a aplacarlo y sojuzgarlo. Ese algo es la feminidad, mejor dicho, el goce femenino. Si bien es cierto que, por principio, decir mujer no equivale a decir goce femenino, también es cierto que en general las mujeres tienden a hacer primar el goce femenino. Por qué esto es así, es algo que también reclama una explicación, aunque no es éste el momento de abocarse a ella. Aceptemos, pues, por el momento que en líneas generales los machos devenidos hombres recalan en la hegemonía del goce masculino, mientras que las hembras
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El goce femenino es la insatisfacción activa, el que quita quietud y certeza, el que lanza a hacer de la vida dicha diversicada y búsqueda entusiasta.
se acogen a la femineidad no les queda otra cosa que lo que han hecho siempre: amarrarla y sofocarla. Y si bien lo femenino y lo masculino no son dos valores morales, donde uno sería el bueno y el otro el malo, uno el superior y el otro el inferior, no cabe duda de que la condición humana, en lo que pudiéramos dibujar como un ideal suyo, debiera conjugar el empuje del “más, más, más…” con el imperativo del “¡detente para poder obrar!”. Arriesgada esta hipótesis, sólo me queda para decir en este punto que valdría la pena explorarla y tratar de traducirla a hechos y formas sociales y culturales, de tal manera que la historia se pueda leer también en clave del goce, más exactamente, de la lucha entre goces. III Si el goce femenino es el goce de ser, el develamiento y la conquista que la mujer ha ido haciendo en la modernidad, con énfasis a partir de la segunda mitad del siglo XX, es el de su particular “goce de existir”. La mujer ha comenzado a salir de la larga noche a la que fue condenada por la angustia de los hombres hecha poder y ha principiado a efectivizar su “goce de vivir”. Lo que a la mujer se le había conculcado o, por lo menos, gravemente restringido, era la vida misma, no entendida ésta como mero asunto biológico y reproductivo, sino como la complejidad y riqueza de realizaciones y dichas que puede deparar “el instante de setenta años” en que le es posible al ser humano de nuestro tiempo reconocerse como inmerso en el pálpito de aquello que Jaime Sabines tan grave y poéticamente llamó “la bella vida”. “Entre más se es más se vive”, decía Rilke, pero a las mujeres quitándoles la vida como complejidad y diversidad de dimensiones y detalles, lo que se les había arrebatado era su ser. Minimizadas en la vida, se las condenaba al empobrecimiento de su ser, con lo cual se instalaba la paradoja de que el ser más hecho para gozar de ser padecía de un déficit de ser. Empero, se ha vislumbrado un ajuste histórico, y a él asistimos: las mujeres con sus luchas en todos los frentes han decidido ponerse a la altura de ese goce que las habita: el de ser, traduciéndolo a la única forma de materializarlo: gozando de existir. Donde hay poder hay resistencia, decía hace muchos años Foucault, y, derivando esto al tema que nos ocupa, hay que afirmar que siempre, de una manera o de otra, las mujeres trataron de resistir el peso que pretendía inmovilizarlas. El asunto es que hay una historia de esta resistencia de las mujeres que muestra las diversas y no siempre eficaces modalidades de lucha que implementó. Sobre todo, esta lucha durante muchos siglos fue
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asumidas como mujer suelen derivar a la primacía del goce femenino; aunque, es menester repetirlo, también los lugares de macho o de hombre puede estar regidos por la feminidad, en tanto los de hembra y mujer pueden serlo por la masculinidad. No obstante, por lo común pasa aquello de que los hombres “gozan de tener”, mientras las mujeres “gozan de ser”. Los hombres juegan sus cartas a la seguridad del poseer, las mujeres lo apuestan todo a la infinitud de ser. Arraigados en su dominio de seguridad los hombres no pueden sino angustiarse con esa peligrosa compañía que no deja de incitar a desbordar las fronteras, a avanzar más allá, a desbordar los límites. ¿Qué han hecho, entonces, los hombres ante esta compañera “loca” que no deja de susurrarles al oído “la vida es otra cosa, sólo seremos en tanto no nos centremos ni nos detengamos, es decir, en tanto no nos detengamos en el espejismo del tener”? ¿Qué han hecho? Simple: le han puesto cadenas en el cuerpo y en el alma a ese ser volátil y peligroso para su sueño de ser “dueños de sí”. El goce femenino es la insatisfacción activa, el que quita quietud y certeza, el que lanza a hacer de la vida dicha diversificada y búsqueda entusiasta. En este sentido, si los hombres no 11
La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación o de razonamientos lógicos, que era, simple y llanamente, efecto del goce erótico que, vía una expresión metafórica, inducía a un ser humano a permanecer de manera ociosa y durante un tiempo más o menos extenso, en una práctica funcionalmente absurda en principio, como era la de friccionar un palito en un agujero o la de rozar dos piedrecillas. El ser humano que hacía esto no estaba partiendo de la hipótesis del que al cabo le esperaría el fuego, sólo buscaba, insisto: metafóricamente, gozar de ese presente en el que penetración, fricción y roce, a la manera de los cuerpos que copulan o de las pieles que se contactan, deparan ese calor que caracteriza al erotismo. El asunto, escueto y simple, es que un goce metafórico de corte erótico guardaba para el final un evento insólito: la aparición del fuego, dejándonos para siempre esas otras
«(...) Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto.» ese no es el caso con la mujer, pues con ella se puede decir que hasta bien entrado el siglo XX todas las sociedades dieron prevalecencia al hombre sobre ella, arrojándola a la condición de “segundo sexo” y de ser humano de “segunda categoría”. ¿Qué explica este universal de la relación entre los géneros que ha exaltado la hegemonía de los hombres sobre las mujeres? Esta es una pregunta que estamos en mora de atacar para que con la respuesta que consigamos entendamos mejor los términos del desequilibrado vínculo hombre-mujer que ha dominado la historia de la humanidad, pudiendo así implementar con mejor conciencia las transformaciones que efectivamente nos pongan a la altura de algo que nuestra época ha comenzado a esclarecer: que los géneros, sean los que sean, son iguales en tanto expresión de la misma condición humana y que lo deben ser en materia de posibilidades y oportunidades, sin que ello tenga que refutar la diferencia entre los mismos. Una vez más hay que decir que debemos y podemos ser, al tiempo, iguales y diferentes, sin que con esto incurramos en una contradicción, pues lo que se opone a igualdad es desigualdad, mientras que diferencia se opone a semejanza. La pregunta por la razón de la universalidad del sometimiento al que los hombres han condenado a la mujer, a lo largo del tiempo y en las más diversas expresiones sociales y culturales, parece señalar hacia un origen más profundo que el de los meros intereses y beneficios que depara el sojuzgamiento de otro, señala, probablemente, a un fantasma hacia el que tiende el hombre inmerso en la masculinidad, fantasma que es necesario precisar para que la sociedad presente y la futura pueda dirigirse a su superación. Tal vez la explicación deba buscarse menos en hechos históricos puntuales, que en la configuración psíquica propia del hombre gobernado por la masculinidad. Me voy a explicar, pero antes quisiera evocar a favor de esta hipótesis la respuesta que en su momento formuló Gastón Bachelard a la pregunta de cómo el ser humano pudo dominar la producción del fuego, momento crucial de la cultura y de la suerte de la humanidad misma. Dijo que ese no era un asunto de eventos empíricos, de descubrimientos fortuitos
Remedios Varo - Mujer saliendo del psicoanalista Tomada de: http://culturacolectiva.com/mujer-saliendo-del-psicoanalista-1960/
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación impotente porque fue individual y descohesionada. Hubo mujeres en la Antigüedad, por ejemplo, Aspasia de Mileto capaces de resaltar un cara a cara con el hombre, en este caso con Pericles, en el que la palabra y la inteligencia la igualaba con él. Pero las Aspasia eran absolutamente excepcionales, igual que lo fue una creadora artística como Hildegarda von Bingen en la Edad Media o una Eloísa, filosófica y profunda, pero casos de mujeres para nada generalizables. Se puede decir que la resistencia atomizada que las mujeres de la Antigüedad y de la Edad Media hicieron se sostenía entre tratar de mostrar que en ellas también se daba la misma capacidad de hacer y pensar que ostentaban los hombres. En el Renacimiento comienza a presentarse, también de manera individual, una reflexión de las mujeres que reivindicaba, en abstracto, la igualdad de ellas con respecto a los hombres, siendo un ejemplo de esto
los hombres más brillantes de su época. Ya para fines del siglo XVIII y comienzos del XIX las mujeres dan un paso crucial pasando de la ostentación intelectual y de la reivindicación filosófica y educativa para su género, a lo que es el escenario jurídico-político, tal como lo testimonian los esfuerzos públicos que asumieron mujeres como Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft, quienes le exigieron a la Revolución Francesa que no fuera sexista y que el asunto de los derechos no concerniera sólo a los hombres, sino que integrara a las mujeres, iguales a aquéllos en su condición humana. Pero es en el correr del siglo XIX y sobre todo a partir de la segunda mitad del XX que la reivindicación de las mujeres deja de ser un asunto individual y pasa a integrarse como expresión colectiva, derivando al movimiento social y político que conocemos como feminismo, el cual ha sido agente fundamental en la ampliación de esas condiciones de vida sociales, políticas y culturales que le permiten a las mujeres, efectivamente, hacer suyo el “goce de existir”. Entonces, hoy nos encontramos los hombres ante un escenario de profundas resonancias en el conjunto de la vida, lo que, obviamente, incluye las formas y sentidos de la pareja. Todavía más, el decidido ingreso de la mujer a la palestra de la historia replantea el asunto de la pareja no sólo en lo concerniente al modelo heterosexual, sino en lo atinente a esa nueva expresión del emparejamiento que cada vez reivindica más en su legitimidad: la pareja lésbica. A lo largo del tiempo las mujeres tuvieron que padecer un sinfín de humillaciones y degradaciones, tales como la minimización de sus calidades intelectuales, el impedimento de su participación social, la denegación de su juicio, la violación de su cuerpo, la conminación a la prostitución, el aherrojamiento al madresolterismo, la denigración del lesbianismo, en fin, la marginación a la que se la condenaba. A efecto de esta dominación que cruzó planos como el educativo y cultural, el del orden económico, el de la configuración jurídica, el de la política, etc., se implementaron los más diversos dispositivos de control y reducción de la mujer, tales como el matrimonio, en el cual fungía como propiedad del hombre; la familia, en la que se le destinaba a la maternidad y a la prestación de servicios domésticos; la sexualidad, en la que se la disponía a ser cosa del placer del hombre; el amor, en el que se exaltaba la abnegación romántica de su ser; el espacio, delimitado por las meras fronteras del hogar; la profesión, llevada al mero ejercicio de ama de casa; la espiritualidad, reducida al imperio religioso; el lenguaje, para no seguir con la lista, en el cual habitó ocupando el lugar del silencio. No debe extrañar
Olympe de Gouges Tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Olympe_de_Gouges
Christine de Pisan quien ya en el paso del siglo XIV al XV trataba de hacer una sustentación filosófica sobre el valor de las mujeres, atribuyendo el atraso de éstas única y exclusivamente a la educación que se les ofrecía y advirtiendo que “todo llega en el momento oportuno. Como muchas otras cosas que han sido toleradas largo tiempo, la opresión de las mujeres será derribada”. Mediando el siglo XVII y comienzos del XVIII, en los que merced al recurso epistolar algunas mujeres, por ejemplo, Madame de Sevigne, fueron interlocutoras de tú a tú con
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación que cada uno de estos dispositivos que acabo de mencionar son tanto más eficaces, con respecto al propósito del sometimiento de la mujer, cuanto más se les ha enaltecido y propuesto como emblemas de lo que debe ser la mujer ideal: aquella que delega su autonomía en el hombre, la que se concentra en ser madre y esposa, la que rinde su cuerpo al hombre en gracia al débito que la obliga, la que sueña con el príncipe azul y la vida armoniosa, la que hace del hogar su suprema realización, la que es ejemplo de abnegación en el cumplimiento de sus funciones domésticas, la que acata la resignación que la religión le pide y la que guarda el debido silencio ante la palabra indiscutible del hombre. Esta fue la mujer que constituyó la cultura occidental, imagen enfatizada, en particular, desde finales del siglo XVIII. Pero la progresiva toma de conciencia que las mujeres fueron haciendo del destino que se les asignaba, su expresión social y política comenzaron a minar los barrotes de la férrea jaula a la que había sido reducida. Paulatinamente, las mujeres fueron ganando y construyendo todo aquello que les había sido denegado: su inteligencia, su saber, su pensamiento, su palabra, su acción, su deseo, su goce, su singularidad, su autonomía, su libertad. Todo esto que le había sido vedado lo fue conquistando y modelando según su propia sensibilidad y singularidad, atravesando por luchas a cual más costosa pero más necesaria: su autonomía económica, su libertad sexual, el recurso al divorcio, la opción por la contracepción, su elección personal acerca del aborto, su expresión social, su participación política, etc. Esa mujer que hoy comienza a perfilarse cuando no ha concretarse, es la que por primera vez en la historia de este planeta mira cara a cara al hombre y le dice: “No cabe duda de que podemos estar juntos, pero contando de tu parte y de hoy en más con la certeza de que yo pienso, yo siento, yo deseo, yo hablo, en síntesis, que yo soy sujeto y estoy dispuesta a asumir en el tiempo, sin claudicación, el goce de existir que todo esto me depara”. Evidentemente, una mujer que habla así nos pone a los hombres, cuando de hacer una pareja con ella se trata (y a las mismas mujeres cruzadas por el deseo lésbico), de cara a una ineludible transformación de vastísimo alcance, pues no sólo comprende dominios como el social, el económico y el político, sino que acarrea radicales modificaciones en nuestras formas de subjetivación y en
Mary Wollstonecraft Tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Wollstonecraft
la mentalidad que gobierna nuestras representaciones y prácticas respecto de la mujer. Lo que sí es indudable es que la pareja no queda incólume a partir del profundo cambio que ha introducido la mujer en nuestra sociedad y en nuestra cultura, siendo imperativo que quienes quieran hacer algo junto a ella se pongan a la altura de los requerimientos que provienen de esta nueva realidad humana y social. Un botón de muestra para el caso de los hombres. Históricamente nosotros hemos consignado a la mujer en dos lugares opuestos pero simétricos: el de santa y el de prostituta. Santas mi madre, mi esposa, mi hermana y mi hija, prostitutas todas las demás. Como ha dicho Estanislao Zuleta, de lo que hemos sido incapaces los hombres, pero a lo que hoy nos obliga el presente, es a hacer de la mujer una amiga. Y bien sabemos que la amistad, ese vínculo del sentimiento y de la experiencia, esto es, la amistad verdadera –de la que, paradójicamente, cada vez sabe menos nuestra época, y digo “paradójicamente” porque nunca como ahora hemos estado requeridos de esa forma de estar junto a otro que llamamos “los amigos”- sólo se teje en función de dos atributos: contar con una compañía que comparte causas
«(...) es indudable es que la pareja no queda incólume a partir del profundo cambio que ha introducido la mujer en nuestra sociedad y en nuestra cultura, siendo imperativo que quienes quieran hacer algo junto a ella se pongan a la altura (...)» 14
La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación esenciales de la vida de uno y tener otro con el cual sostener una conversación sin fin. Es en esta época, en la que los individuos poco quieren saber de comprometer su existencia en función de algo que asumen como crucial y en la que la palabra ha perdido la senda de la conversación para derivar a la de la habladuría, en la que tenemos que acometer el reto de saber tomar a la mujer como compañera de nuestras causas vitales y como interlocutora en el diálogo con el que intentamos aproximarnos y compartir con otro ser humano. La pareja, pues, está llamada, si es que quiere sobrevivir y no condenarse al infierno cotidiano, a implementar todas las transformaciones que el nuevo lugar histórico y social de la mujer demanda, transformaciones que han de conducir al hombre a una nueva forma de estar junto a la mujer, tanto en la vida personal como en la colectiva. Por último, no está de más decir que estas transformaciones son de hondo calado y de muy difícil realización, pues enfrentan la durísima roca de la mentalidad, esa cristalización no consciente y automática de formas de juzgar, sensibilizar y proceder que rigen nuestras relaciones con el otro, con la vida y con el mundo, de tal manera que la única corroboración de la consumación de tal cambio en cada uno de nosotros es la que se concreta en los hechos de nuestra vida cotidiana, no bastando que nos llenemos de bellas palabras libertarias, que hacen las veces de ensoñación, sino traduciendo
nuestra convicción en el trato efectivo que tenemos con la mujer en el día a día de nuestra existencia, sea en magnas obras de ésta o en lo que es más común, en los asuntos nimios y habituales de la vida. Si no somos capaces de llevar a los hechos las promisorias palabras que pronunciamos, cosa muy frecuente en una época que no vacila en promover en el lenguaje lo que contradice en los actos, entonces estaremos condenados a lo que Kierkegaard decía en el epígrafe de este escrito y lo cual, por la contundente verdad que enuncia, me permito repetir para ponerle cierre a esta reflexión:
“Cansada de sus quiméricos esfuerzos, nuestra época descansa a ratos en completa indolencia. Su condición es la del que se queda en la cama por la mañana: grandes sueños, luego adormecimiento, finalmente una cómica o ingeniosa idea para excusar el haberse quedado en la cama” Sören Kierkegaard
Carlos Mario González Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Profesor Universidad Nacional
Amedeo Modigliani - Recostándose desnudo con pelo flojo Tomada de: http://spain.intofineart.com/htmlimg/image-25512.htm
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Tertulia Miércoles 10 de julio del 2013 Salón cuarto piso Comfama San Ignacio
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l tema dificulta quedarse callada. Y si se trata de conversar, pues resulta muy difícil hacer eso cuando por ejemplo se hace una intervención muy extensa, privando a otros de la oportunidad de ser en la palabra hablada, o cuando se pretende agotar los asuntos que se quieren conversar haciendo proposiciones que buscan ahuyentar la dificultad que implica permanecer en interrogación y sin respuestas absolutas que todo lo iluminen, o cuando se trae a la conversación desarrollos teóricos, conceptualizaciones, nociones que los otros participantes de la conversación, por ejemplo de una tertulia como ésta, desconocen con lo que ocurre que se reduce a cero la posibilidad del pensamiento que se pretende. Eso, antes que nada, es muy importante tenerlo en cuenta cuando se va a participar de un encuentro en la palabra que se habla. Bien, decía que el tema obliga a decir algo: indagar por las causas del sometimiento que ha marcado la existencia de las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad, más allá de la cultura, el continente y la época que sean; el responsable de la conferencia se encargó de mostrar cómo ese sometimiento ha sido una constante: ¿por qué es que la mujeres han sido históricamente sometidas por los hombres? A las mujeres, históricamente, se les ha negado: la inteligencia, la vivencia del cuerpo como horizonte para el erotismo, el pensamiento, la palabra, la explosión de la risa, la autonomía, la posibilidad de elegir realizaciones para la vida. ¿Por qué? Yo trabajo en un banco y allí, el 90% de los empleados somos mujeres, pero sucede que menos del 5% de los cargos directivos están en nuestras manos, ¿por qué sucede eso? La lucha de las mujeres entonces no se reduce sólo a la pregunta por el acceso al trabajo sino que también ha de incluir la pregunta por el tipo de trabajo a que pueden acceder: ¿por qué ocurre aún que los cargos en los poderes públicos por ejemplo, en
Desnudo - Débora Arango Tomada de: http://www.galeriaelmuseo.com/archives/614
los poderes del Estado, parecen destinados a ser ejercidos —si bien con muy contadas excepciones— por los hombres? Aunque tampoco se trata de pensar que, porque sean mujeres las que estén a la cabeza de esos poderes, lo que hagan será necesariamente distinto a lo que han hecho hasta el presente los hombres: según como he oído decir está el ejemplo de la señora Thatcher que siendo mandataria del Reino Unido no tuvo embarazo en arrasar con cientos de jóvenes argentinos en la guerra de Las Malvinas. El goce, entendido como el júbilo de ser que fue como propuso entenderlo el conferenciante para la reflexión que hizo y que nos ofreció, es para el hoy que éste sea una causa para luchar por el reconocimiento de la diferencia y por el establecimiento de igualdades que sean condición para que la mejor existencia posible pueda darse. En nuestros días en muy diversos lugares, un salón de clases por decir uno, es común que nos encontremos que hay hombres silenciados y achicopalados, que la única vía que tienen para la
«La lucha de las mujeres entonces no se reduce sólo a la pregunta por el acceso al trabajo sino que también ha de incluir la pregunta por el tipo de trabajo a que puden acceder (...)”» 16
La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación relación con las mujeres es la del sometimiento, la del ejercicio violento de la fuerza física o de cualquier otro poder con que cuenten, para intimidar a ese otro que es la mujer, y esto no sólo se reduce al ámbito de la pareja, de la familia o de las relaciones laborales incluso, sino que también se puede observar en el estatal y público, veásele ahí diciendo lo que se atreve a decir —o mejor: lo que puede decir, seguramente porque no puede pensar más— al procurador general de nuestra nación. De ahí que sea urgente que nos avoquemos a reinventar las representaciones que tenemos del mundo, de lo otro y de los relacionamientos entre los géneros. Se trata entonces de generar fuerzas que contrarresten la violencia que los hombres ejercen contra las mujeres, pero para hacer eso es necesario que se haga de las reivindicaciones de las mujeres una expresión pública y colectiva que también incluya otras reivindicaciones y la comunidad en la lucha con otros sectores oprimidos. Hay que hacer una transformación muy amplia de la sociedad para organizar las condiciones que le den lugar, sostén, horizonte a las demandas y realizaciones que, por ejemplo, el goce de ser que las mujeres desean para su existencia, reclama. Y esto se hace en muchos frentes y con prácticas muy variadas que introduzcan la palabra y el diálogo, como son una
«Hay que aceptar que existan géneros (...) pero lo que no hay que aceptar es la dominación de un género sobre cualquier otro.» conferencia, un grupo de estudio y una tertulia y un boletín; uno de los tertuliantes ha dicho: que la conferencia le cambió la vida a propósito de una relación que tenía con una mujer, que él entendió que debía dejar gozar a esa mujer y que por ello lo que le corresponde a los hombres es adaptarse a esos cambios que las mujeres están exigiendo. Es muy probable que ese júbilo de ser, el goce, que las mujeres reclaman para la existencia de ellas, suscite temor en los hombres en tanto que éste pueda desbordar las formas conocidas y socialmente avaladas del relacionamiento entre los géneros, y que les imprima modificaciones, y que incluso cambie algunos rasgos del aspecto de la humanidad —que no sabría decir muy bien cuáles—, y que por eso mismo sea la fuerza transformadora de éste una de las causas por las que se ha dado el sometimiento de las mujeres, —si se asume que en la generalidad, la feminidad, que tiene que ver con esa forma del goce, a diferencia de la masculinidad que tiene en la tenencia y
el ejercicio del poder su forma privilegiada del goce, si se asume que la feminidad ha estado más del lado de las mujeres que de los hombres—. Hay “achicopalamiento” de ciertos rasgos de los hombres que seguramente tienen que ver con el sometimiento de las mujeres. Hay que aceptar que existan géneros, esa diferenciación al interior de la humanidad, pero lo que no hay que aceptar es la dominación de un género sobre cualquier otro. Un asunto muy interesante para una indagación como esta de la tertulia se presenta en la forma de esta interrogación: ¿la opresión a la que han estado sometidas las mujeres, las ha obligado a preguntarse por las potencias de su ser cuyas realizaciones les han sido negadas, a preguntarse por la inteligencia, la sexualidad, el pensamiento, la palabra, la elección?, y ¿sucede con los hombres que, porque no se les han negado, no se ha suscitado en ellos la necesidad de interrogarse por las posibilidades de realización de esas potencias? El hecho de que para ellos no estuviesen restringidas esas potencias, lo que es evidente en muchos escenarios de la vida pública y privada, no los hace los exponentes más conscientes o afirmadores de esas potencias. Si bien el contenido de la conferencia se quedó en deuda con el asunto de la pareja y lo que el júbilo de ser puede significar para esa forma del relacionamiento humano, se podría decir que aunque éste puede ser una forma de ese goce, como el júbilo de vivir compartiendo con otro, no hay que desconocer que ese júbilo también puede darse en la soledad. Las relaciones de pareja se complejizan mucho cuando los participantes de ella reivindican el derecho al goce, y cuando además reconocen que el goce no se limita a la relación con ese otro con quien hacen pareja. El júbilo de ser, ¿lo que significa eso qué es?, ¿cómo se concreta?, ¿dónde se ve?, ¿hay en el mundo de la civilización capitalista, lugar para que se dé eso?, ¿o bien: qué júbilos de ser propone la civilización capitalista? Esa posibilidad para el ser de las mujeres es en el tiempo presente todavía postergada, reprimida, imposibilitada, esa posibilidad aún suscita mucha violencia de parte de los hombres y de algunos representantes de la sociedad. Esto que aquí aparece, discutido en la tertulia, es pues la prueba de lo que dije primero: que no había cómo quedarse callada, o callado.
Santiago Gutiérrez Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Cine en conversación Sábado 6 de julio de 2013 Auditorio CorpoZULETA
Película: La pasión de Camille Claudel Director: Bruno Nuytten Año: 1988
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a bella Camile Claudel (Isabelle Adjani) se dirige a una trinchera de alguna calle de Paris para recolectar arcilla con sus propias manos y guardarla en una maleta. Esas mismas manos se mezclan después con aquel material en apariencia sucio para darle forma en su taller a la cabeza de un hombre. ¿No es acaso maravilloso que mediante el modelado se configure la presencia de un ser? ¿Yno es igualmente mágico el arte de la escultura, el cual mediante tallas, cincelados, vaciados y demás técnicas logra situar en el espacio lo que antes se escondía en la rígida o informe apariencia de una materia? La bella Camile sabía de ese encanto, para su época reservado principalmente a los hombres, de ahí que su inclinación y su talento fuese paradójicamente alimentado por el lado de su padre y
rechazado en cambio por su madre. Aun así Camile persistió, decidida a ganarse el reconocimiento del más grande maestro de los escultores vivos, el monumental y casi que escultórico Auguste Rodin (Gérard Depardieu). La joven recibe la atención del artista gracias al talento que le demuestra y también a la irreverencia y al carácter que la identifican. Pronto se convierten en amantes, y ella en la musa que el escultor necesita para alcanzar las más altas cimas creativas. Sin embargo Rodin está ligado a otra mujer así el arte lo una a Camile. Comienza pues la atribulada ruptura de los amantes, a la par que el prestigio de Camile en la sociedad francesa de finales del XIX oscila entre la admiración y el descrédito. Y es así que la vida de Camile, entre pasión y sufrimiento, se derrumba como si se tratara de uno de
Escena de la película “La pasión de Camille Claudel” en Cine en Conversación
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación inspiración; cuando la artista se volcó sobre la primera: destrucción, si estuvo sobre la segunda: creación. Esa dualidad no fue presentada de modo gratuito pues la biografía de la escultora se mueve en esas tensiones: vida- muerte, belleza- fealdad, cordura-locura, creación-destrucción. Camile fue una mujer además muy bella, llena de vida lanzada a un exilio injusto en un sanatorio, un lugar sumido en la demencia, no en la locura que inspiraban a los griegos las musas. Es extraño que al conocer al menos una parte de la vida de Camile Claudel resaltan las características que solemos asignarle al romanticismo: amor fallido, locura, ruinas, un ser con genio, acaso inevitables cuando se trata de caracteres con semejante fuerza, con seres con tal potencia que no se pueden mantener un en único lugar, en un solo sistema pues ellos mismos piden siempre la mirada que vaya más allá, de ahí la inevitable exclusión social. Finalmente destacan la actuación de Isabelle Adjani, quien de principio a fin cautiva a la audiencia, las imágenes de un Paris que se modernizaba, con la Torre Eiffel apenas en etapas iniciales de construcción, y sobre todo la presencia permanente de ese oficio pocas veces meditado, la escultura, un arte que se presenta en el espacio como una sólida fugacidad de esto que es la vida.
sus estudios en yeso que ella misma destruye con un martillo: cada golpe devasta una parte imprescindible y sin embargo la pieza se resiste hasta que finalmente es reducida a un conjunto de ruinas. En eso consistió el declive de Camile: en una serie de golpes fatales provocados por ella misma, por las insolubles circunstancias y por la sociedad dejándola solitaria, al filo de la locura, apenas legando para la historia una muestra de su profunda obra y de su aún desconocida memoria. Luego de cierto silencio se inició una charla sobre esa mujer que le puso un reto a la época en que le tocó vivir, muy específica: Francia, segunda mitad del siglo XIX, momento en el que la figura de la mujer independiente se estaba esbozando; no es posible decir que Camile Claudel nació en el tiempo equivocado ya que de una u otra manera las circunstancias permitieron que se diese alguien como ella, con fuerzas a favor y en contra: la madre de Camile jugó en contra, fue conservadora y timorata, en cambio el padre vio en su hija talento y confió en ella; Paul Claudel, el hermano poeta, juega un papel extraño, parece de uno u otro lado, mas es él quien al final la abandona. Puede ser que ese contexto haya marcado el carácter de la escultora, porque si bien en el aspecto creativo es independiente y logra volar muy alto, en el personal parece desarmada ante los tropiezos, lo vimos así en particular en su relación con Rodin. De ahí esa línea por la que Camile camina, al filo de la locura y de la
Eduardo Cano Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA
El Comité interinstitucional del Plan Municipal de Lectura es la articulación de 36 entidades pública y privadas e iniciativas independientes cuya labor tiene que ver con la lectura y la escritura en la ciudad con el fin de actuar como ente asesor, consultivo y articulador que velará por el cumplimiento de la filosofía, las orientaciones y el enfoque de la política de lectura y escritura en Medellín con el propósito de diseñar e impulsar acciones y estrategias que contribuyan a la formación de una ciudad lectora y al posicionamiento del valor social de la cultura escrita en todos los ámbitos.
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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Pensador de referencia «La mujer que se ha olvidado de sí misma, que se ha entregado por completo y se ha sacrificado, se sentirá mucho más trastornada por la súbita revelación: «Sólo tenía una vida que vivir, y he aquí cuál ha sido mi suerte; ¡heme aquí!» Ante el asombro de cuantos la rodean, se produce entonces en ella una transformación radical, porque, desalojada de sus refugios, arrancada a sus proyectos, se encuentra situada bruscamente, sin recursos, frente a sí misma. Traspuesto ese límite, con el que ha tropezado de improviso, le parece que ya no hará sino sobrevivirse; su cuerpo carecerá de promesas; los sueños y deseos que no haya realizado quedarán para siempre irrealizados; se vuelve hacia el pasado desde esa nueva perspectiva; ha llegado el momento de trazar una línea, de hacer cuentas; y hace su balance. Entonces se espanta de las estrechas limitaciones que le ha infligido la vida. Ante aquella breve y decepcionante historia que ha sido la suya, vuelve a encontrar las actitudes de una adolescente en el umbral de un porvenir todavía inaccesible: rechaza su finitud; opone a la pobreza de su existencia la nebulosa riqueza de su personalidad.»
El segundo sexo Simone de Beauvoir
Pensadora y novelista francesa, representante del movimiento existencialista ateo y figura importante en la reivindicación de los derechos de la mujer. Su libro El segundo sexo (1949) significó un punto de partida teórico para distintos grupos feministas, y se convirtió en una obra clásica del pensamiento contemporáneo. En él elaboró una historia sobre la condición social de la mujer y analizó las distintas características de la opresión masculina. Analizó la situación de género desde la visión de la biología, el psicoanálisis y el marxismo; destruyó los mitos femeninos, e incitó a buscar una auténtica liberación. Sostuvo que la lucha para la emancipación de la mujer era distinta y paralela a la lucha de clases, y que el principal problema que debía afrontar el "sexo débil" no era ideológico sino económico. Sus abundantes títulos testimoniales y autobiográficos incluyen Memorias de una joven formal (1958), La plenitud de la vida (1960), La fuerza de las cosas (1963), Una muerte muy dulce (1964), Final de cuentas (1972) y La ceremonia del adiós (1981). Información e imagen tomadas de http://es.wikipedia.org/wiki/Simone_de_Beauvoir
Próxima conferencia: ¿Parejas sin individuos o individuos sin pareja?
Boletín de La conversación del miércoles Edición del 21 de agosto de 2013 Revisión editorial: Sergio Giraldo Vincent Restrepo Diagramación: Vincent Restrepo
Miércoles 14 de agosto. 6:30 p.m. Auditorio Alfonso Restrepo Moreno Comfama San Ignacio (cuarto piso)
Evento apoyado por el Ministerio de Cultura - Programa Nacional de Concertación Cultural
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