Boletín de La conversación del miércoles - septiembre 2013

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La conversación del miércoles La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Ciclo 2013

Septiembre

Boletín #26

La fidelidad o la pretensión de disciplinar el cuerpo y el corazón


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Grupo de estudio

Conferencia preliminar

Miércoles 31 de julio de 2013 Auditorio CorpoZULETA

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mujeres, éste asunto no estará en el centro de esta exploración, apareciendo acaso como inevitable e importante que és y, sin embargo, con la urgencia de atender lo que se me pronunció con más fuerza para la indagación tuve que suspenderlo hasta otra oportunidad de abordarlo.

omencé la indagación de este asunto preguntándome por los dos significantes que componen, jugando a dar vueltas en su orden, el título del mismo, esto es, por el individuo y por la pareja pues tal como nos ha sido propuesto a lo largo de las conferencias y las conversaciones que hemos sostenido, no es posible concebir una única forma de relacionarnos, amorosamente, los seres humanos. Bien lo expresa de bella Ana, la Karenina, cuando afirma: “Yo pienso –contestó Ana, jugueteando con uno de sus guantes– que si hay tantas opiniones como cabezas, hay igualmente tantas maneras de amar como corazones”. Qué individuo llega al emparejamiento y qué pareja se proponen configurar los individuos, fueron las preguntas que primero me asaltaron y así me dispuse para arrancar encontrando las vías que acá se ofrecerán. Una advertencia quizás sea necesaria antes de comenzar: si bien el asunto de los géneros se impone para ser interrogado en una época como la nuestra, hoy, cuando experimentamos transformaciones legales, cotidianas y vivenciales de otras formas de relacionarnos hombres y

Una posibilidad para el ser: el ser individuo ¿Cuándo es que al ser humano le es posible asumirse como individuo? ¿Cuáles son las implicaciones de ello? Ha sido un logro histórico la configuración del individuo moderno y ello ha acarreado consecuencias que se orientan a la ampliación de las posibilidades para ser del ser humano. El yo, que reivindica una identidad en el seno del grupo concretada en la enunciación del “yo soy” abre así compuertas para realizaciones tan gratificantes como demandantes a las aspiraciones de cada quien. Y es que ese “yo soy” tiene que ver con esa exigencia de una “mayoría de edad” que, en palabras de Kant, significa hacer uso del propio entendimiento con plena libertad; tiene que ver con la personalidad del ser, aquello que son como los ropajes que le caracterizarán y que serán suyos propios; tiene que ver con la libertad y la autonomía, con un responder de sí que implica decidir, pensar y asumir las decisiones tomadas; tiene que ver con el sentido de la vida como responsabilidad de la cual se hará entonces cargo el ser. Es de precisar que, aunque la bella y singular Ana enuncie un “yo pienso”, no ha sido ésta una expresión que

«La mujer sólo podía reconocerse en tanto el hombre, como esposo o hijo, le dirigía su mirada (...)» las mujeres hayan podido realizar a la par que los hombres pues luego del momento en que para ellos se hace posible, todavía tendremos que esperar un largo tiempo para ganar, tras valiente lucha, el mismo derecho; disputa en la que aún nos sostenemos. Una derivación de la anterior posibilidad que es más exigente: la de ser sujeto Y todavía más puede ensancharse el ser: ese “yo soy” que se enuncia además de brindarle una identidad como individuo frente al grupo, puede llegar a particularizarlo, es decir, que entre numerosas Auguste Renoir - The Promenade Tomada de: http://www.renoirgallery.com/gallery.asp?id=171

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Auguste Renoir - Le Moulin de la Galette [Fragmento] Tomada de: http://www.renoirgallery.com/gallery.asp?id=149

repeticiones de formas del “yo soy” que se producen y reproducen -como le es necesario al modelo social que nos rige hoy, que elabora moldes para el ser como en fábricas para el consumo- tengan lugar las expresiones diversas, diferentes, únicas, transgresoras de eso esperado. El ser humano, gracias a los aportes del psicoanálisis para su comprensión, puede concebirse también como sujeto. Ser sujeto tiene que ver con las determinaciones del inconsciente, es decir, que no somos dueños absolutos de cuanto hacemos ni de lo que pensamos, mucho menos de lo que sentimos; tiene que ver con el reconocimiento de que no se es todo ni se está acabado, lo cual implica el movimiento de situarse el individuo en la condición de no-todo; tiene que ver con el deseo y el entendimiento de que por no estar acabados es que nos ponemos en la movida de buscar ese quién soy, hacia dónde es que quiero echar a andar o comprender por qué voy por donde voy. En estos movimientos actúan fuerzas no voluntarias del ser que lo disponen también para la acción y en ellos la realización y la dicha también son horizontes posibles. Entonces, una serie de preguntas se agolparon frente a estas dos posibilidades para el ser: ¿se trata de niveles en los cuales va primero el ser individuo y luego el ser sujeto?, ¿todo individuo es sujeto y todo sujeto es individuo?, ¿es de todo ser humano el reconocerse en estas formas que le son posibles?, ¿no parece, a veces con mucha contundencia, que se vive en esta sociedad nuestra, “medievalmente”? Un hombre y una mujer de la Edad Media encontraban su lugar en el mundo desde el momento mismo de nacer, lugar en el que permanecerían hasta su muerte. Solemos seguir guiones prefabricados de sentidos para la vida, y es que esto es lo más cómodo, no

hacernos cargo de la existencia y mejor seguir esquemas clarificadores del orden del nacer, crecer, estudiar, trabajar, producir, reproducirse, vacacionar y morir. La necesaria vida en común Un reconocimiento de estas dos posibilidades de ser se hace necesario: que ambas comparten la pregunta por la identidad, por el yo. Cuando uno enuncia “yo soy”, ¿qué esta queriendo decir? En principio, tendrá que ver con un intento de unidad, de sentir que se és, que uno es uno, que uno es algo: ¿somos los seres humanos unidades precisables? No sólo no somos una unidad, sino que además estamos en constante movimiento, transformaciones que, en parte se deben a movimientos que se originan en nuestro ser, en parte al contacto con otros seres. Sólo se es con otros, sólo se puede ser con otros. Es que, al decir de Todorov, “el ser humano está hecho de las relaciones que mantiene con sus semejantes y es al mismo tiempo capaz de intervenir completamente solo en el mundo: es doble, no uno”, lo cual nos pone frente al cotidiano reto de juntarnos con otros cuidándonos de la disolución del ser propio. Este vincularnos, que no es elección, también hace posible experiencias tan enriquecedoras para el ser humano como el reconocimiento y la realización, como la ampliación de universos posibles para el yo. Necesitamos del otro para el reconocimiento de quién somos hasta donde nos sea dado configurar un conocimiento de sí, y también de otros. De la vida en común, una forma: el emparejarse De ese necesario encuentro con otros, una forma que es la que estamos indagando en el ciclo de este año: la pareja, siendo el emparejamiento una versión a dúo de la

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación respuestas y seguridades, ninguno de los dos encontraría dicha. La pregunta del título no parece entonces hacer referencia a seres que se reconozcan como individuos o como sujetos hoy. El encuentro entre sujetos es algo difícil, escaso, que plantea muchos retos y dado que esto no ocurre mucho, ¿qué resonancia tendría una pregunta por el encuentro de sujetos para la dicha compleja del amar apasionadamente, en una sociedad donde no se promueve ni se posibilita el desear, el pensar ni mucho menos el hacerse, cada quien, cargo de su existencia?, ¿cuáles son los retos que debe enfrentar un encuentro que se proponga esa dicha? En esta indagación hemos llegado a un tema que tendrá lugar en un mes por venir: las nuevas posibilidades para la forma amorosa del vínculo humano cuando éste se reconoce como sujeto, tema en el cual deberán abordarse, entre otros asuntos, el cómo participan “hombres” y “mujeres” en ese emparejarse actual, también la pregunta por unos mínimos acuerdos que le den lugar a la libertad, la autonomía y el deseo de cada ser en la pareja. En algo ya se adelantaba la hermosa Ana -según como se citó al inicio- y ello ha sido reiteración en las conversaciones de este año: reconocer que será una labor de cada pareja, y de cada ser que a formarla se dispone, el configurar su vínculo como mejor pueda, eso sí, contando con el otro.

comunidad y también, para el caso de esta propuesta de reflexión, el encuentro entre quienes le apuestan a la “experiencia del amor”. Dos asuntos se imponen de inmediato: por un lado, la pregunta por ¿qué experiencia del amor se proponen vivir unos emparejados? Dado que se ha abordado como centro en otro momento de este ciclo, sólo enunciar dos posibles configuraciones de la experiencia amorosa: el amor oblativo -como lo llama la autora de referencia para este mes- consistente en satisfacer las necesidades del otro en detrimento de las propias, una exigente demanda de reciprocidad en el vínculo en donde los participantes de este emparejamiento enuncian algo del orden de “enamorado ferviente, renuncio a mi yo para fusionarme mejor con el otro, no soy más que una emanación de ella o él; hay una única identidad, la del otro.” (Una forma ésta del amor que coincide con el entendimiento que de la pareja impera hoy en dos expresiones hasta contradictorias: o bien se delega la autonomía o bien “el imperio del yo” hace fiesta con tres acciones a la cabeza: amarse, realizarse y disfrutar, sostenidas en un conócete a ti mismo y quiérete a ti mismo. Es en este punto donde la distancia con la autora de referencia emergió en esta reflexión que propongo, pues allí donde hay quienes se preguntan por quiénes son entonces nos propone que haya afirmación absoluta de sí, que el encuentro de dos ocurre entre seres que no guardan misterio entre sí, y por esta vía, llega a la anulación y estigmatización de la pasión logrando que se anhele el encuentro entre cómplices de mucha ternura, dichoso y muy provisional pues en cuanto el yo se sienta intimidado o perturbado, mejor huir). Muy contrario al amor oblativo se ha propuesto este año, desde el entendimiento del amor y la sexualidad como dos fuerzas disolventes del yo, el amor apasionado donde el sujeto sale de sí, donde se és con el otro en tanto es promesa de posibles para el 'yo', que a su vez es responsable de sostener su particularidad. Por otro lado, aparece también la pregunta por ¿cómo son esos 'yoes' que llegan al emparejamiento? Los hay autosuficientes, también los que buscan un complemento o los que se reconocen como sujetos singulares. Es decir, unos muy cultivados de sí que nunca podrán relacionarse con otro sin devorarlo, otros que andan por el mundo buscando su 'media naranja' con la cual fundirse y también los que, tratándose de 'yoes' singulares, sujetos, deseantes, de afirmaciones provisionales, buscan potenciar su ser y el del otro. Para finalizar, de la mano de lo anterior, enunciar simplemente algunas inquietantes preguntas: entonces, ¿cómo hacen historia dos 'yoes' singulares que se encuentran para amar?, ¿cómo plantearse un encuentro entre 'yoes' singulares?, ¿sería sostenible o posible el encuentro entre un 'yo' singular y un 'yo' no sujeto? Me atrevería a afirmar, según esto, que allí donde el uno se sostiene en preguntas y angustias y el otro anhela

Diana M. Suárez Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

Auguste Renoir - Young Women Talking [Fragmento] Tomada de: http://www.renoirgallery.com/gallery.asp?id=211

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Discusión

Miércoles 31 de julio de 2013 Auditorio CorpoZULETA

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na vez adentrados en el tema gracias a la conferencia preliminar, el valiente grupo que permaneció y le dio curso a la conversación reconoció la fuerza del tema de la fidelidad principalmente en el orden moral incluso por encima del político. Solo basta con recordar los sinónimos habituales para fidelidad: lealtad, confianza, probidad, obediencia. Para iniciar la conversación se volvió al amor, pues bajo el efecto fuerte del enamoramiento es difícil pensar en la infidelidad, sin embargo tal efecto no es permanente en todos los enamorados por igual, de ahí que el fantasma y la realidad del divorcio (real y metafórico) hace presente la manifestación de una crisis, no sólo amorosa sino en diferentes ámbitos del emparejamiento, al punto que se debe sostener aun con dolor que el otro ser es prescindible. Teniendo en cuenta lo anterior en el mundo actual, proclive a relaciones vacías o débiles para transformarse y pensarse, ¿qué mundo y qué organización es necesaria para que se den otros modelos de pareja? Esta pregunta conduce a pensar una posición ética con el amor y con el desamor una vez este último se hace presente desde alguna de las dos partes, o de ambas. Según dichos

lugares, amor y desamor, surgieron varias observaciones: el amor asumido desde la pasión es el amor por el objeto perdible, el que se presenta en una constante amenaza de “no ser más”. Y en segundo lugar se reflexionó más extensamente la manera en que una vez se genera la relación ya sea efecto o no de amores pasionales. En principio se da el acuerdo o contrato y las posteriores formas de organización de la pareja, y así en teoría todo parecería marchar hacia el futuro sin mayores inconvenientes. Sin embargo ciertos obstáculos no se hacen esperar: en primer lugar la misma cultura genera lógicas de aburrimiento y paulatinamente recuerda que pareja y amor no son necesariamente equivalentes. Así la solución ante la angustia por la pérdida del ser amado es asegurarlo más, hacer más fuerte la prisión. No es extraño pues que la fidelidad esté ligada con el honor, con el reconocimiento y el sentido de la vida que se ve amenazado. Mas el problema comienza desde antes de iniciarse la relación, en los imaginarios que hemos recibido ya que convencionalmente la fidelidad es una interdicción promovida por la cultura en la que todos los demás vigilan lo que sucede en la intimidad, y como consecuencia el matrimonio, institución culmen de una “etapa” de la vida es el más sensible a los reparos. Y como en un panóptico todos nos volvemos vigilantes. No obstante las piezas en torno a la pareja y a la fidelidad nunca cazarán del todo armoniosamente: de ahí que se enunciaron en el grupo las preguntas sobre lo que significa la fidelidad con relación a lo masculino y a lo femenino, lo primero en tanto el “goce de tener” y lo segundo referenciado al “goce de ser”, sin embargo en este asunto no puede globalizarse y terminar pensando que los infieles siguen las mismas razones ya que problemas como el machismo, la insatisfacción o la venganza también entran a jugar en las múltiples razones que pueden agravar la crisis en la relación. De ahí la insistencia en cuál es la ética que le corresponde a la angustia individual y compartida, el trato que tendrá la fidelidad al interior de la pareja y en el escenario público, el cual no se circunscriba sólo al ámbito religioso.

Eduardo Cano Miembro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA

Pierre Paul Prud'hon - La inocencia prefiere el amor que la riqueza [Fragmento] Tomada de: http://www.semperfiat.com/?p=2952

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Conferencia central Miércoles 4 de septiembre de 2013 Auditorio Comfama San Ignacio

¿Parejas sin individuos o individuos sin parejas? Para Oscar Restrepo, amigo entrañable “Cansada de sus quiméricos esfuerzos, nuestra época descansa a ratos en completa indolencia. Su condición es la del que se queda en la cama por la mañana: grandes sueños, luego adormecimiento, finalmente una cómica o ingeniosa idea para excusar el haberse quedado en la cama” Sören Kierkegaard

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endemos a dar por evidente lo que, no obstante, deteniéndonos un poco en ello, tenemos que reconocer que, estrictamente hablando, lo ignoramos. Damos por sabido aquello que visto más de cerca resalta, más bien, que lo desconocemos. Creemos saber lo que no sabemos y, como en general gustamos vivir de espaldas al pensar, nuestra vida navega en un mar de supuestos y de prejuicios. Un botón de muestra: si se pregunta qué es una mujer, la inmensa mayoría no vacilaría en dar por entendido el objeto por el que se le pregunta. Ahora, si se le insta a que enuncie lo que cree sobreentender, entonces veremos que rápidamente, tras haber dicho un par de generalidades que para nada especifican aquello por lo que se le pregunta, terminará balbuceando equívocamente, cuando no acudiendo a referencias empíricas que le permiten señalar “esta es una mujer”, “este es un hombre”. Basta que nos detengamos a tratar de decir qué es una mujer para constatar que no sabemos de lo que se nos pregunta, pese a que la vida cotidiana la desenvolvemos contando con su existencia. Pero es como el que todos los días al llegar la noche enciende la luz de su casa: ahí está ella, la luz, pero él para nada sabe en qué consiste. Lo que quiero decir es que lo normal en nuestra vida es que la llevemos adelante ignorando, más allá de la función práctica, en qué consiste el mundo de objetos y de seres en el que existimos. ¿Sabemos, de verdad, qué es una mujer? Permítanme, antes de que ustedes respondan, acudir a algunas escenas que nada tienen de insólitas, pero que, estoy seguro, invalidarán cualquier respuesta rápida sostenida sobre la evidencia inmediata. Escena 1. Estoy participando en un panel que versa sobre las relaciones de género en nuestros días y, en

un entreacto, converso con un par de bellas mujeres que son también expositoras en el evento. Digo bien “bellas mujeres”: en facciones, gestos, vestimenta, movimientos, en fin, en todos esos rasgos prominentes o sutiles que le dan a uno la certeza de estar ante alguien que se manifiesta como mujer. De pronto una de ellas, por el rumbo que había tomado la conversación, me dice “yo tengo pene, pues nací como macho y como tal en mi casa me asignaron la imagen de hombre, pero yo desde muy temprano me identifiqué con la de mujer, de tal forma que tras haber superado la represión familiar, escolar y social, decidí darme a mí misma y presentar ante los demás el semblante propio de mujer. Pero quiero permanecer con mi pene y no me someteré a ninguna operación transexual. Amo y deseo a los hombres, y mi amante me ama en tanto soy una mujer con pene. Yo me asumo como heterosexual, pues no me atraen otras mujeres, y en la relación sexual no gozo de ser penetrada, sino de penetrar. Sobra decir que hoy por hoy hago una vida dichosa en lo afectivo, lo sexual, lo intelectual y lo social”. Al punto la segunda mujer con la que me encontraba interpeló: “Yo también tengo pene y tuve que sortear igualmente todas las discriminaciones y conminaciones ejercidas por las instancias sociales, pero yo sí quiero dejar de tener pene y contar con una vagina, estando mi goce, tanto amoroso como sexual, en función de un hombre que me tome como mujer y que, en lo concerniente al erotismo, me penetre”. Así hablaron las dos mujeres con quienes me encontraba en esa ocasión. Pregunto: ¿se puede negar que

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación eran mujeres? Sin duda que no. Entonces, ¿qué impediría que lo fueran? ¿Qué tuvieran pene? Si se contestara así, estaríamos reduciendo el género a un mero asunto de órganos. Pero tampoco son los posicionamientos del cuerpo en el trance sexual –en la escena mencionada el hecho de que una goce penetrando en tanto la otra en ser penetrada– los que definen la condición de mujer. Hablando en román paladino, puede haber mujeres con pene y mujeres sin pene, mujeres que gozan de ser penetradas y mujeres que gozan de penetrar. Visto esto, en qué queda aquello que algunos consideran certeza indiscutible, que quieren asociar mujer a hembra y hombre a macho para plantear según una “lógica natural” que así como macho y hembra se acoplan en la reproducción, hombre y mujer deben vincularse en la sociedad para constituir la “pareja natural”. Escena 2. Un hombre que hace un trabajo de análisis con un psicoanalista, al cabo de su labor analítica decide realizar lo que ha sido un deseo reprimido para él: someterse a una operación quirúrgica que le permita disponer del cuerpo de hembra que quiere para sostener en él la representación de mujer que anhela. Pues bien, tres meses después de su intervención quirúrgica, y ostentando todos los emblemas de mujer, acompañada de su amante se dirige adonde su psicoanalista a darle las gracias y la buena nueva de la dichosa experiencia que ahora puede vivir. Llegada al consultorio le presenta a su amante: ¡una mujer! Es decir, se trata de alguien que viene de ser un macho-hombre para ser una hembra-mujer y cuya elección de objeto es la de otra hembra-mujer, consumando una expresión de deseo y de goce de carácter lésbico. Alguien, arraigado en la concepción “naturalista” de las elecciones de deseo, se sorprendería y diría: “pero, si al fin y al cabo su destino era una hembra-mujer, ¿por qué no se dirigió a esta desde el principio, evitándose el sinuoso periplo que le condujo a la operación transexual? A esta persona hay que contestarle que la elección de deseo en la vida de este sujeto, y desde el comienzo, era de corte lésbico, razón por la cual sólo podía alcanzar su dicha amorosa y sexual desde esa posición de hembra que reclamaba para sí y que la naturaleza no le había deparado y desde ese lugar de mujer que la sociedad le había negado. Otra vez vuelvo a preguntar: ¿qué define a una mujer? ¿Un origen natural? Esta escena niega esta respuesta; ¿acaso, entonces, la mujer está definida por la elección de objeto que hace? Pero esta es también una respuesta falsa, pues es tan mujer una heterosexual como lo es una lesbiana. En consecuencia, volvemos a lo ya dicho: la pregunta por qué es una mujer no se responde

como si fuera algo del orden de lo evidente. Escena 3. Un hombre y una mujer, que se aman, le cuentan a un tercero la para nada natural historia de su amor. Comienza por contarle que ellos dos se conocen desde niños y avanzaron un largo trayecto de sus vidas sin que hubiese, más allá de la amistad que los unió durante muchos años, ningún amor entre ellos: pero un día, siendo adultos y habiéndose dejado de ver durante varios años, se volvieron a encontrar y, “en el instante de una mirada”, el amor prendió entre ellos. Pero este intenso y novísimo amor estuvo antecedido por dos hechos de carácter inverso: quien había nacido macho y fungido como hombre devino, operación transexual de por medio, hembra y se presentaba ya como mujer, en tanto a quien natura había designado hembra y había sido inscrita en la condición de mujer, devino, por una operación quirúrgica equivalente, macho, asumiéndose ante sí y ante los demás en la imagen de hombre. Es, pues, tras estos dos hechos que se reencuentran y que beben el elixir del amor. Aquí lo peculiar es que el amor y el deseo sexual entre ellos sólo podía prender a partir de las nuevas posiciones que alcanzaron, de tal manera que si nunca se hubieran reconfigurado o, por lo menos, uno de los dos no lo hubiera hecho, el lazo amoroso y sexual no se hubiera tendido entre ellos. En esta escena estamos ante una historia heterosexual, pero en la que, nuevamente, la

«(...) puede haber mujeres con pene y mujeres sin pene, mujeres que gozan de ser penetradas y mujeres que gozan de penetrar. » condición de mujer no está asignada por la naturaleza, es decir, no depende de los órganos originales, aunque también sabemos, como lo presenté en la escena 1, que tampoco los órganos recién adquiridos bastarían para designar a alguien como mujer ya que, vale la pena recordarlo, puede haber mujeres con pene. Escena 4. En mi adolescencia, en tono confidencial, un amigo nos contaba a otro y a mí lo que para él había sido un acontecimiento casi tenebroso que recién le había sucedido. Ocurrió que había entrado a una sala de cine y poco antes de que apagaran las luces alcanzó a ver a una hermosa mujer que le dirigió una seductora mirada y tomó asiento cerca de él, cosa que lo dejó muy perturbado. No bien estuvo en penumbra la sala las

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Jackson Pollock - El Rehilete Tomada de: http://elrehilete.files.wordpress.com

miradas de ella lo siguieron buscando hasta que nuestro amigo no resistió más y se pasó a su lado. Muy pronto dieron comienzo los besos apasionados y las caricias fogosas, pero siempre retenido nuestro amigo en su empuje erótico por la acción contenedora de la muchacha que no le permitía acceder a los senos o posar la mano en su entrepierna. En fin, que en los avatares de estos cuerpos entreverados por el deseo, ella perdió el control y finalmente la mano de él encontró lo que se le vedaba. ¡Sorpresa y pánico!: allí, en ese lugar tan anhelado, en vez del significante denotador de la hembra que anunciaba esa mujer, se encontró con un pene enhiesto. De manera fulminante nuestro amigo se levantó, espetó un par de improperios a la “engañadora” y literalmente huyó de allí embargado por un sentimiento de repugnancia y de culpa, que lo acompañaba desde entonces y fue, en buena medida, la razón que lo llevó a hacernos esta confidencia. Pero la sorpresa del relato no terminaba aquí, pues el tercer amigo de pronto dijo: “yo hubiera seguido”. He ahí, explicitado en esta trivial anécdota personal, el complejo universo de las elecciones de objeto, las posiciones de sujeto, los empujes del deseo y las formas del goce que son propias de los seres humanos y que para nada son atribuciones que nos confiere la naturaleza. En el modesto

relato de nuestro amigo lo que saltó ante los ojos de los adolescentes que éramos fue el hecho de la heterosexualidad y la bisexualidad. El amigo que relataba buscaba ese “otro-mujer” (¿u “otro-hembra”?), ese otro que le sostuviera la alteridad y que pudiera darle curso a su goce; pero el amigo del comentario, lo que testimoniaba era la prevalescencia del goce desde la indiferenciación del objeto. Obviamente, aquí no se trata de “normal” o “anormal”, se trata, simple y llanamente, de la diversidad, de derivas que cobra el deseo en el ser humano, sin que ninguna de ellas pueda definirse ni como la “verdadera” ni como la “debida” y, menos, como la “superior”. Para concluir con esta escena, vuelvo a mis preguntas: la repelencia que la mujer de la penumbra de la sala suscitó a uno y la atracción que produjo en el otro, es decir, la renuencia del heterosexual y la disposición del bisexual, ¿en qué lugar anclan? ¿El giro brusco de 180° del deseo y del goce del amigo que salió desalado del teatro por haber encontrado un pene donde esperaba una vagina, impugna el estatuto de mujer de la seductora de las sombras? ¿O lo único que allí se expresaba era el fantasma deseante de él, no articulable con el cuerpo similar al suyo que terminó por encontrar? Si, jugando con la suposición, él hubiese visto a alguien con trazos de hombre y, por algún motivo

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación que respondemos cuando se nos pregunta qué es una mujer, sino que tampoco es tan evidente qué es aquello de heterosexual, homosexual o bisexual. Mejor dicho, así como para lo referido al deseo y a sus manifestaciones en la sexualidad y en el amor, como para la caracterización “hombre” o “mujer”, lo que se nos impone es reconocer la no existencia de identidades fijas y rígidas, esto es, que no hay formatos pétreos para definirnos y que la vocación por estar clasificando cuerpos, sentimientos, sujetos, objetos y prácticas en lo concerniente al deseo y al goce, no responde sino a una voluntad de dominación que es la que autoriza a algunos a pretender que hay formas legítimas por “naturaleza” y otras que son ilegítimas y, por tanto, merecedoras de descrédito y sojuzgamiento. De cualquier manera, es en el contexto anterior que cobra pleno sentido mi indicación del comienzo relativa a la necesidad de precisar qué es lo que nombramos cuando decimos “mujer”, sin seguir creyendo que la respuesta es evidente de por sí. Precisar esto es clave, no sólo para delimitar mejor el asunto de los géneros, de su diversidad y de sus relaciones, sino porque se requiere para entender lo que nos proponemos: qué es la pareja en estos tiempos en los que la mujer, de forma cada vez más decidida, asume el goce, en todas las manifestaciones de éste, como algo suyo. Evidentemente, en el punto de partida debemos complejizar la noción de “identidad”, mínimo en un doble sentido: que ésta no atañe a una expresión única, fija y, menos, natural, lo cual quiere decir que ella constituye una referencia básica y lábil, fluida y transformable, por lo que carece de sentido, para poner un ejemplo, la pretensión de una “verdadera” identidad”; pero también se impone indicar que las referencias identitarias del ser humano anidan en tres dominios, separables para el efecto del análisis, pero entreverados en la realidad concreta, estando cada uno de estos campos de la identidad expuestos, como he dicho, a procesos de transformación. Así pues, son éstas las tres referencias de la identidad: la biológica, que nos distribuye, por asignación de la naturaleza (por lo menos hasta el presente), en machos, hembras y hermafroditas, siendo el criterio de diferenciación el tipo de órganos reproductivos que posea el individuo; la social, que nos reconoce como hombres, mujeres e y, indicando con esta “y” a quienes socialmente pendulan entre su manifestación como mujeres y como hombres, sin que se sostengan de manera definitiva en ninguno de los dos polos, y expresión triple (por lo menos) de la identidad social que tiene como criterio de diferenciación el semblante, valga decir, la imagen, los

se hubiera visto en los contactos corporales mencionados, pero habiendo descubierto en esta ocasión bajo la figura

«(...) dos mujeres, dos hembras que en un momento dado gozan de ser hembra y macho, por tanto ¿qué son según las clásicas tipologías de heterosexual y lesbiana?» mencionada relación hombre-mujer, sobre cuerpos de macho y hembra, estamos ante una alteridad de género y ante una similitud de órganos, entonces ¿hablamos de heterosexualidad por la alteridad de género o de homosexualidad por la similitud de órganos o, incluso, de un encuentro heterohomosexual en el mismo acto? Pero pasemos a la segunda pareja, la de dos lesbianas entregadas a destilar todo el goce que sus cuerpos les depara. Tras el disfrute de cuerpos que son el uno el espejo de otro, de pronto una de ellas echa mano de un adminiculo plástico que representa un pene erecto, se lo sostiene con una correa en su cintura y a continuación penetra con él un largo rato a su compañera, derivando todo esto a un éxtasis orgásmico que las deja colmadas de dicha. ¿De qué corte es esta relación? ¿Lésbica por ser dos mujeres? ¿Lésbica por ser dos hembras? ¿Heterosexual allí donde el goce proviene de la puesta en juego de órganos disimilares, así sea recurriendo al artilugio que simula el pene? Son dos mujeres, dos hembras que en un momento dado gozan de ser hembra y macho, por tanto ¿qué son según las clásicas tipologías de heterosexual y lesbiana? En cualquier caso, la lista de escenas se podría prolongar sin fin, como expresión de la inmensa versatilidad del deseo humano y de la pluralidad de sus goces, pero las que he enunciado son suficiente para que, por los menos, hagamos tambalear algunas certidumbres que poseemos, pero las que sólo se pueden mantener cuando miramos las cosas superficialmente, pues basta penetrar un milímetro en el espesor de nuestra estructura anímica y los goznes empiezan a saltar y las cosas a salirse de las tranquilizadoras cuadrículas que nos permiten mantenerlas, para su mejor dominación, en rígidas clasificaciones. Lo que estas escenas nos ayudan a poner en entredicho no es sólo que no es tan claro y categórico lo

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación gestos, las expresiones del cuerpo, los modales, el vestuario, etc., con los que el individuo se representa ante sí mismo y ante los otros; finalmente, la identidad sexual, la que con respecto a la relación sujeto-objeto nos distingue como heterosexuales, homosexuales y bisexuales, y con respecto a la relación deseo-goce nos diferencia en términos de lo masculino y lo femenino. En función de lo anterior, ¿qué es una mujer? Antes que nada, como acontece con todo lo referido al asunto de género, es una identidad del orden social, que se expresa como una representación o un semblante con el que el sujeto se identifica gozosamente, sin importar para esto la anatomía, ya que diversas formas anatómicas pueden sustentar la expresión “mujer” o, dicho de otra manera, el número de mujeres no se corresponde por principio al número de hembras, de la misma manera que, al no adscribirse un sujeto de forma fija y necesaria a una expresión de género, no hay una equivalencia que permitiese decir que a cada sujeto le corresponde un género, pues en un sujeto pueden darse varias expresiones de género. El género, al igual que cualquier otra identidad,

no se precisa en términos absolutos, siendo una referencia de sí variable, al punto que podríamos insinuar la proposición “no hay seres con identidad, lo que hay son actos y manifestaciones identificables”. Entonces, ¿quién es mujer? Quien asume ese semblante como una forma gozosa de sí, proponiéndose ante él mismo y ante los demás. En este sentido, como dice Judith Butler, el género es un performativo, es algo que resulta por efecto del significante, es decir, éste nombra y con esto da forma, por ejemplo, cuando al nacer un bebé o al hacer una ecografía se dice “es una niña”, estas palabras trazan ya un derrotero para el tipo de relaciones, prácticas y valores que se transferirán a la criatura, esperando que ésta se identifique con el destino que se le asigna. Lo que sucede, en ocasiones, es que el niño o la niña, por efecto de los fantasmas que resultan del vínculo interpersonal con quienes lo acogen en el mundo, resista la identificación ofrecida y refrendada por la sociedad, deslizándose hacia formas disonantes frente al modelo hegemónico y alcanzando la identificación con una imagen que trasgrede a aquella que le han pautado. Por eso, quien ha nacido macho no necesariamente se identifica con la imagen de hombre que le ofrecen o quien ha llegado a la vida como hembra no se asume indefectiblemente como la mujer que se le propone que sea. Enfatizo, la imagen de sí con la que gozosamente se identifica alguien, imagen arraigada en lo inconsciente del sujeto, no está determinada por la anatomía de éste ni por la prescripción directa que le traza su entorno, siendo entonces legítima toda identificación gozosa del sujeto con una representación de sí, al margen de su anatomía y todas las elecciones por las que se inclina el sujeto en materia del tipo de objeto que privilegia y de las modalidades de goce que lo fascinan, no siendo posible objetar sus elecciones y preferencias sino en aquellos casos en los que se objeta a todo ser humano, al margen de si es heterosexual, homosexual o bisexual: cuando la relación con su objeto acude a formas de coacción o violencia o implica una degradación en la dignidad de éste. En pocas palabras, el ser humano tiene múltiples formas de ser y de manifestarse, existiendo un mismo rasero prohibitivo para todos: que la imposición y la agresividad no rijan el vínculo con el objeto de deseo o las modalidades de goce que con éste se alcanzan.

Pablo Picasso - Mujer ante el espejo Tomada de: http://panamarte.net/2012/06/obra-mujer-espejo-picasso/

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación «(...) la imagen de sí con la que gozosamente se identifica alguien, imagen arraigada en lo inconsciente del sujeto, no está determinada por la anatomía de éste ni por la prescripción directa que le traza su entorno, siendo entonces legítima toda identificación gozosa del sujeto con una representaciónde sí, al margen de su anatomía.» II

De aquí en más el ser humano dispone del disfrute de una inmensa versatilidad en las formas y las realizaciones a las cuales se puede entregar, siempre y cuando, como he dicho, con éstas se identifique. Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto, sino que esta imagen está configurada en ese más allá de la conciencia que es el inconsciente y que resulta siempre de las vicisitudes de la historia personal, particularmente la que se vivencia en los tempranos años de la vida. Ser mujer –lo mismo se puede decir del hombre o para cualquier otro género- es, en gracia a la elección inconsciente, un efecto mimético por el cual el sujeto toma lugar en el campo de las diferencias, escenificando ante el espejo y ante los demás quién es ese “él”, ese “ella” o ese “él-ella” con el cual se siente plenamente a gusto.

La pregunta que se impone, aceptando la versatilidad identitaria de la criatura humana, se puede formular así: ¿por qué la opresión universal, esto es, en tiempo y espacio, que se ha ejercido sobre la mujer? ¿Qué explica que en las más disimiles culturas y a lo largo de todos los tiempos la mujer haya estado subordinada a los hombres, allende que, en algunas ocasiones, se le haya hecho algún tipo de reconocimiento? Las relaciones de género y el poder puesto en ejercicio sobre ellas, tienen características singulares, no compartidas con otros segmentos humanos que han sido o son objeto de sojuzgamiento. Los negros, por ejemplo, han sido oprimidos, pero no a lo largo de todos los tiempos ni en todas las sociedades; los homosexuales hombres han sido objeto de marginación y vejación durante siglos, pero no siempre ni en todas las culturas se les ha reprimido. Pero ese no es el caso con la mujer, pues con ella se puede decir que hasta bien entrado el siglo XX todas las sociedades dieron prevalecencia al hombre sobre ella, arrojándola a la condición de “segundo sexo” y de ser humano de “segunda categoría”. ¿Qué explica este universal de la relación entre los géneros que ha exaltado la hegemonía de los hombres sobre las mujeres? Esta es una pregunta que estamos en mora de atacar para que con la respuesta que consigamos entendamos mejor los términos del desequilibrado vínculo hombre-mujer que ha dominado la historia de la humanidad, pudiendo así implementar con mejor conciencia las transformaciones que efectivamente nos pongan a la altura de algo que nuestra época ha comenzado a esclarecer: que los géneros, sean los que sean, son iguales en tanto expresión de la misma condición humana y que lo deben ser en materia de posibilidades y oportunidades, sin que ello tenga que refutar la diferencia entre los mismos. Una vez más hay que decir que debemos y podemos ser, al tiempo, iguales y diferentes, sin que con esto incurramos en una contradicción, pues lo que se opone a igualdad es desigualdad, mientras que diferencia se opone a semejanza. La pregunta por la razón de la universalidad del sometimiento al que los hombres han condenado a la mujer, a lo largo del tiempo y en las más diversas

«(...) Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto.» Ser mujer es asumir los trazos de un semblante que caracterizan y expresan a alguien en el amplio mundo de las diferencias posibles. Plantearse las cosas de esta manera es contraponerse a dos paradigmas explicativos que no dejan de tener acogida en nuestro tiempo: el de los “creacionistas” que sostienen que lo que somos en materia de identidad de género o de identidad sexual, obedece a una causa divina y a un orden por ésta estipulado, y el de los “naturalistas”, que constituyen una versión renovada de la fe, que buscan en un supuesto origen natural y en un imaginario orden que la naturaleza trazaría, la determinación inviolable e inmodificable de lo que somos en tanto género y en tanto seres sexuados. Como se deducirá este no es un debate más a librar en el estéril campo académico, sino que es una confrontación a desplegar en el dominio político, pues aquí están en juego para el ser humano su libertad y sus posibilidades de ser.

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación mujeres lo apuestan todo a la infinitud de ser. Arraigados en su dominio de seguridad los hombres no pueden sino angustiarse con esa peligrosa compañía que no deja de incitar a desbordar las fronteras, a avanzar más allá, a desbordar los límites. ¿Qué han hecho, entonces, los hombres ante esta compañera “loca” que no deja de susurrarles al oído “la vida es otra cosa, sólo seremos en tanto no nos centremos ni nos detengamos, es decir, en tanto no nos detengamos en el espejismo del tener”? ¿Qué han hecho? Simple: le han puesto cadenas en el cuerpo y en el alma a ese ser volátil y peligroso para su sueño de ser “dueños de sí”. El goce femenino es la insatisfacción activa, el que quita quietud y certeza, el que lanza a hacer de la vida dicha diversificada y búsqueda entusiasta. En este sentido, si los hombres no se acogen a la femineidad no les queda otra cosa que lo que han hecho siempre: amarrarla y sofocarla. Y si bien lo femenino y lo masculino no son dos

El goce femenino es la insatisfacción activa, el que quita quietud y certeza, el que lanza a hacer de la vida dicha diversicada y búsqueda entusiasta.

Donde hay poder hay resistencia, decía hace muchos años Foucault, y, derivando esto al tema que nos ocupa, hay que afirmar que siempre, de una manera o de otra, las mujeres trataron de resistir el peso que pretendía inmovilizarlas. El asunto es que hay una historia de esta resistencia de las mujeres que muestra las diversas y no siempre eficaces modalidades de lucha que implementó. Sobre todo, esta lucha durante muchos siglos fue impotente porque fue individual y descohesionada. Hubo mujeres en la Antigüedad, por ejemplo, Aspasia de Mileto capaces de resaltar un cara a cara con el hombre, en este caso con Pericles, en el que la palabra y la inteligencia la igualaba con él. Pero las Aspasia eran absolutamente excepcionales, igual que lo fue una creadora artística como Hildegarda von Bingen en la Edad Media o una Eloísa, filosófica y profunda, pero casos de mujeres para nada generalizables. Se puede decir que la resistencia atomizada que las mujeres de la Antigüedad y de la Edad Media hicieron se sostenía entre tratar de mostrar que en ellas también se daba la misma capacidad de hacer y pensar que ostentaban los hombres. En el Renacimiento comienza a presentarse, también de manera individual, una reflexión de las mujeres que reivindicaba, en abstracto, la igualdad de ellas con respecto a los hombres, siendo un ejemplo de esto Christine de Pisan quien ya en el paso del siglo XIV al XV trataba de hacer una sustentación filosófica sobre el valor de las mujeres, atribuyendo el atraso de éstas única y exclusivamente a la educación que se les ofrecía y advirtiendo que “todo llega en el momento oportuno. Como muchas otras cosas que han sido toleradas largo tiempo, la opresión de las mujeres será derribada”. Mediando el siglo XVII y comienzos del XVIII, en los que merced al recurso epistolar algunas mujeres, por ejemplo, Madame de Sevigne, fueron interlocutoras de tú a tú con los hombres más brillantes de su época. Ya para fines del siglo XVIII y comienzos del XIX las mujeres dan un paso crucial pasando de la ostentación intelectual y de la reivindicación filosófica y educativa para su género, a lo que es el escenario jurídicopolítico, tal como lo testimonian los esfuerzos públicos que asumieron mujeres como Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft, quienes le exigieron a la Revolución Francesa que no fuera sexista y que el asunto de los derechos no concerniera sólo a los hombres, sino que integrara a las mujeres, iguales a aquéllos en su condición humana. Pero es en el correr del siglo XIX y sobre todo a partir de la segunda mitad del XX que la reivindicación de las mujeres deja de ser un asunto individual y pasa a integrarse como expresión colectiva, derivando al movimiento social y político que conocemos como

valores morales, donde uno sería el bueno y el otro el malo, uno el superior y el otro el inferior, no cabe duda de

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación mujer no equivale a decir goce femenino, también es cierto que en general las mujeres tienden a hacer primar el goce femenino. Por qué esto es así, es algo que también reclama una explicación, aunque no es éste el momento de abocarse a ella. Aceptemos, pues, por el momento que en líneas generales los machos devenidos hombres recalan en la hegemonía del goce masculino, mientras que las hembras asumidas como mujer suelen derivar a la primacía del goce femenino; aunque, es menester repetirlo, también los lugares de macho o de hombre puede estar regidos por la feminidad, en tanto los de hembra y mujer pueden serlo por la masculinidad. No obstante, por lo común pasa aquello de que los hombres “gozan de tener”, mientras las mujeres “gozan de ser”. Los hombres juegan sus cartas a la seguridad del poseer, las

«(...) Ser mujer es una elección inconsciente, queriendo con esto decir que nos son ni el yo ni la conciencia el origen de la imagen de sí que colma al sujeto.» expresiones sociales y culturales, parece señalar hacia un origen más profundo que el de los meros intereses y beneficios que depara el sojuzgamiento de otro, señala, probablemente, a un fantasma hacia el que tiende el hombre inmerso en la masculinidad, fantasma que es necesario precisar para que la sociedad presente y la futura pueda dirigirse a su superación. Tal vez la explicación deba buscarse menos en hechos históricos puntuales, que en la configuración psíquica propia del hombre gobernado por la masculinidad. Me voy a explicar, pero antes quisiera evocar a favor de esta hipótesis la respuesta que en su momento formuló Gastón Bachelard a la pregunta de cómo el ser humano pudo dominar la producción del fuego, momento crucial de la cultura y de la suerte de la humanidad misma. Dijo que ese no era un asunto de eventos empíricos, de descubrimientos fortuitos o de razonamientos lógicos, que era, simple y llanamente, efecto del goce erótico que, vía una expresión metafórica, inducía a un ser humano a permanecer de manera ociosa y durante un tiempo más o menos extenso, en una práctica funcionalmente absurda en principio, como era la de friccionar un palito en un agujero o la de rozar dos piedrecillas. El ser humano que hacía esto no estaba partiendo de la hipótesis del que al cabo le esperaría el fuego, sólo buscaba, insisto: metafóricamente, gozar de ese presente en el que penetración, fricción y roce, a la manera de los cuerpos que copulan o de las pieles que se contactan, deparan ese calor que caracteriza al erotismo. El asunto, escueto y simple, es que un goce metafórico de corte erótico guardaba para el final un evento insólito: la aparición del fuego, dejándonos para siempre esas otras metáforas que nunca hemos dejado de decir: la llama del amor, el fuego de la pasión, la incandescencia del deseo, etc. Pues bien, volviendo al asunto que nos incumbe, por qué los hombres siempre han tendido a sofocar y someter a las mujeres, tal vez pueda comenzar a responderse a partir de esta hipótesis: porque hay algo en la mujer que espanta y angustia al hombre, algo que a éste se le hace insoportable, razón por la cual tiende a aplacarlo y sojuzgarlo. Ese algo es la feminidad, mejor dicho, el goce femenino. Si bien es cierto que, por principio, decir

Remedios Varo - Mujer saliendo del psicoanalista Tomada de: http://culturacolectiva.com/mujer-saliendo-del-psicoanalista-1960/

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación feminismo, el cual ha sido agente fundamental en la ampliación de esas condiciones de vida sociales, políticas y culturales que le permiten a las mujeres, efectivamente, hacer suyo el “goce de existir”. Entonces, hoy nos encontramos los hombres ante un escenario de profundas resonancias en el conjunto de la vida, lo que, obviamente, incluye las formas y sentidos de la pareja. Todavía más, el decidido ingreso de la mujer a la palestra de la historia replantea el asunto de la pareja no sólo en lo concerniente al modelo heterosexual, sino en lo atinente a esa nueva expresión del emparejamiento que cada vez reivindica más en su legitimidad: la pareja lésbica. A lo largo del tiempo las mujeres tuvieron que padecer un sinfín de humillaciones y degradaciones, tales como la minimización de sus calidades intelectuales, el impedimento de su participación social, la denegación de su

maternidad y a la prestación de servicios domésticos; la sexualidad, en la que se la disponía a ser cosa del placer del hombre; el amor, en el que se exaltaba la abnegación romántica de su ser; el espacio, delimitado por las meras fronteras del hogar; la profesión, llevada al mero ejercicio de ama de casa; la espiritualidad, reducida al imperio religioso; el lenguaje, para no seguir con la lista, en el cual habitó ocupando el lugar del silencio. No debe extrañar que cada uno de estos dispositivos que acabo de mencionar son tanto más eficaces, con respecto al propósito del sometimiento de la mujer, cuanto más se les ha enaltecido y propuesto como emblemas de lo que debe ser la mujer ideal: aquella que delega su autonomía en el hombre, la que se concentra en ser madre y esposa, la que rinde su cuerpo al hombre en gracia al débito que la obliga, la que sueña con el príncipe azul y la vida armoniosa, la que hace del hogar su suprema realización, la que es ejemplo de abnegación en el cumplimiento de sus funciones domésticas, la que acata la resignación que la religión le pide y la que guarda el debido silencio ante la palabra indiscutible del hombre. Esta fue la mujer que constituyó la cultura occidental, imagen enfatizada, en particular, desde finales del siglo XVIII. Pero la progresiva toma de conciencia que las mujeres fueron haciendo del destino que se les asignaba, su expresión social y política comenzaron a minar los barrotes de la férrea jaula a la que había sido reducida. Paulatinamente, las mujeres fueron ganando y construyendo todo aquello que les había sido denegado: su inteligencia, su saber, su pensamiento, su palabra, su acción, su deseo, su goce, su singularidad, su autonomía, su libertad. Todo esto que le había sido vedado lo fue conquistando y modelando según su propia sensibilidad y singularidad, atravesando por luchas a cual más costosa pero más necesaria: su autonomía económica, su libertad sexual, el recurso al divorcio, la opción por la contracepción, su elección personal acerca del aborto, su expresión social, su participación política, etc. Esa mujer que hoy comienza a perfilarse cuando no ha concretarse, es la que por primera vez en la historia de este planeta mira cara a cara al hombre y le dice: “No cabe duda de que podemos estar juntos, pero contando de tu parte y de hoy en más con la certeza de que yo pienso, yo siento, yo deseo, yo hablo, en síntesis, que yo soy sujeto y estoy dispuesta a asumir en el tiempo, sin claudicación, el goce de existir que todo esto me depara”. Evidentemente, una mujer que habla así nos pone a los hombres, cuando de hacer una pareja con ella se trata (y a las mismas mujeres cruzadas por el deseo lésbico), de cara a una ineludible transformación de vastísimo alcance,

Olympe de Gouges Tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Olympe_de_Gouges

juicio, la violación de su cuerpo, la conminación a la prostitución, el aherrojamiento al madresolterismo, la denigración del lesbianismo, en fin, la marginación a la que se la condenaba. A efecto de esta dominación que cruzó planos como el educativo y cultural, el del orden económico, el de la configuración jurídica, el de la política, etc., se implementaron los más diversos dispositivos de control y reducción de la mujer, tales como el matrimonio, en el cual fungía como propiedad del hombre; la familia, en la que se le destinaba a la

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación pues no sólo comprende dominios como el social, el económico y el político, sino que acarrea radicales modificaciones en nuestras formas de subjetivación y en la mentalidad que gobierna nuestras representaciones y prácticas respecto de la mujer. Lo que sí es indudable es que la pareja no queda incólume a partir del profundo cambio que ha introducido la mujer en nuestra sociedad y en nuestra cultura, siendo imperativo que quienes quieran hacer algo junto a ella se pongan a la altura de los requerimientos que provienen de esta nueva realidad humana y social. Un botón de muestra para el caso de los hombres. Históricamente nosotros hemos consignado a la mujer en dos lugares opuestos pero simétricos: el de santa y el de prostituta. Santas mi madre, mi esposa, mi hermana y mi hija, prostitutas todas las demás. Como ha dicho Estanislao Zuleta, de lo que hemos sido incapaces los hombres, pero a lo que hoy nos obliga el presente, es a hacer de la mujer una amiga. Y bien sabemos que la amistad, ese vínculo del sentimiento y de la experiencia, esto es, la amistad verdadera –de la que, paradójicamente, cada vez sabe menos nuestra época, y digo “paradójicamente” porque nunca como ahora hemos estado requeridos de esa forma de estar junto a otro que llamamos “los amigos”- sólo se teje en función de dos atributos: contar con una compañía que comparte causas esenciales de la vida de uno y tener otro con el cual sostener una conversación sin fin. Es en esta época, en la que los individuos poco quieren saber de comprometer su existencia en función de algo que asumen como crucial y en la que la palabra ha perdido la senda de la conversación para derivar a la de la habladuría, en la que tenemos que acometer el reto de saber tomar a la mujer como compañera de nuestras causas vitales y como interlocutora en el diálogo con el que intentamos aproximarnos y compartir con otro ser humano. La pareja, pues, está llamada, si es que quiere sobrevivir y no condenarse al infierno cotidiano, a implementar todas las transformaciones que el nuevo lugar histórico y social de la mujer demanda, transformaciones que han de conducir al hombre a una nueva forma de estar junto a la mujer, tanto en la vida personal como en la colectiva. Por último, no está de más decir que estas transformaciones son de hondo calado y de muy difícil realización, pues enfrentan la durísima roca de la mentalidad, esa cristalización no consciente y automática

Mary Wollstonecraft Tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Mary_Wollstonecraft

de formas de juzgar, sensibilizar y proceder que rigen nuestras relaciones con el otro, con la vida y con el mundo, de tal manera que la única corroboración de la consumación de tal cambio en cada uno de nosotros es la que se concreta en los hechos de nuestra vida cotidiana, no bastando que nos llenemos de bellas palabras libertarias, que hacen las veces de ensoñación, sino traduciendo nuestra convicción en el trato efectivo que tenemos con la mujer en el día a día de nuestra existencia, sea en magnas obras de ésta o en lo que es más común, en los asuntos nimios y habituales de la vida. Si no somos capaces de llevar a los hechos las promisorias palabras que pronunciamos, cosa muy frecuente en una época que no vacila en promover en el lenguaje lo que contradice en los actos, entonces estaremos condenados a lo que Kierkegaard decía en el epígrafe de este escrito y lo cual, por la contundente verdad que enuncia, me permito repetir para ponerle cierre a esta reflexión:

«(...) es indudable es que la pareja no queda incólume a partir del profundo cambio que ha introducido la mujer en nuestra sociedad y en nuestra cultura, siendo imperativo que quienes quieran hacer algo junto a ella se pongan a la altura (...)» 14


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación

“Cansada de sus quiméricos esfuerzos, nuestra época descansa a ratos en completa indolencia. Su condición es la del que se queda en la cama por la mañana: grandes sueños, luego adormecimiento, finalmente una cómica o ingeniosa idea para excusar el haberse quedado en la cama” Sören Kierkegaard

Carlos Mario González Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Profesor Universidad Nacional

Amedeo Modigliani - Recostándose desnudo con pelo flojo Tomada de: http://spain.intofineart.com/htmlimg/image-25512.htm

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Tertulia Miércoles 18 de septiembre del 2013 Salón cuarto piso Comfama San Ignacio

¿

Cuál es la pareja que está en crisis? ¿Se trata de una forma particular del emparejamiento la que está en crisis? ¿O es ese vinculo humano que realizan dos individuos, sea la forma que sea que los emparejados le impriman a la vinculación suya? Esta la interrogación que dejó la exposición de la conferencia en la tertulia, sobre la que predominó el interés general de los contertulios. Y está anclada a una expresión como la siguiente, que es una observación también compartida por muchas de las personas que asistieron a tertuliar, respecto de lo escuchado ocho días antes: la conferencia fue muy satisfactoria, por densa y por rica en definiciones, pero ¿cómo es posible esa reflexión ofrecida, para pensar un emparejamiento en el que no se dé que ocurra el sentimiento del amor entre los emparejados? Al parecer de muchos, era del centro de la reflexión de la conferencia la pareja por amor, aquella donde los integrantes la han conformado porque se aman –o se amaron alguna vez–, que no es este el caso de todas las parejas, de las múltiples razones por las cuales se da el emparejamiento entre los seres humanos. Alguien se atrevió a decir, recordando lo que había pensado cuando ocho días antes estaba en alguna de las sillas del auditorio: “Huau, ¡se la fumó verde el conferencista!... la pareja por amor fue el centro de la reflexión que realizó y ofreció...”. De esa opinión general emerge pues la pregunta, según el título de la conferencia: ¿Pareja sin individuos o individuos sin pareja?, por cuál es la pareja que está en crisis. ¿Qué potestades a nombre del amor se dan los individuos cuando se emparejan? Tu, amor, puedes interrogarme por todo cuanto se te ocurra que de mi parte no encontrarás negación ninguna a contestarte, y así harás tú conmigo, tu amor, a toda interrogación mía. Has conmigo amor tanto como harías con algo que te pertenezca, que yo por mi parte así también haré contigo amor, que me perteneces. Propongámonos amor ser una

Alejandro López - Moderador de la tertulia en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura Fotografía cortesía de Corpozuleta

claridad sin tregua para el otro, tú para mí amor, que yo para ti amor. ¿De qué individuos se trata los que así se emparejan? ¿Y cuál es el individuo concreto en la actualidad? ¿O los tipos de individuos? Aquí dos formas de la individualidad actual, que corresponden a procesos de individuación distintos, y que el conferenciante sitúo y diferenció, y que se retomaron en la tertulia: el individuo individualista y el individuo solidario. El primero es el individuo que hace la civilización del sistema de producción capitalista, es sujeto del discurso, de los ideales, de las formas de pensar que produce y reproduce el capitalismo: riqueza, acumulación, ganancia, competencia, beneficio personal, despersonalización, son algunos de sus rasgos, y predomina en la sociedad nuestra pero también de otras latitudes. El segundo se da a pesar de la hegemonía de la civilización capitalista, este es sujeto de un esfuerzo del que participa su voluntad y su consciencia: la producción de un discurso, de un pensamiento, de unos ideales más propios, con los cuales se identifique, pero es también sujeto de una difícil realización de la que el individuo individualista no quiere saber, que desprecia, ignora, desestima: del deseo, de la

«La lucha de las mujeres entonces no se reduce sólo a la pregunta por el acceso al trabajo sino que también ha de incluir la pregunta por el tipo de trabajo a que puden acceder (...)”» 16


La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación pasión. ¿A cada forma de ser individuo, individualista –

«Hay que aceptar que existan géneros (...) pero lo que no hay que aceptar es la dominación de un género sobre cualquier otro.»

tenía como eje de su preocupación la pregunta por la nominación de una relación como ésta, la que harían dos individuos solidarios: “¿Hablamos mejor de encuentros amorosos allí, cuando y donde hay lugar para las singularidades, y no de pareja?”, consideración ésta que se conecta con otra en la cual su oferente, una joven mujer atribulada por el presente, el pasado y el futuro, se preguntaba por la defensa de la nominación pareja para el vínculo amoroso que hacen dos individuos: “Yo estoy muy embolatada! –dijo– ¿La definición de pareja ofrecida por Carlos Mario, sirve para moverse a lo largo de la historia humana de ese vinculo así realizado entre dos, o por dos? ¿Cuándo aparece el término pareja como significante en la historia de Occidente? ¿Por qué hay que renunciar al término pareja, a ese significante, por más dificultades que afloren de ese vínculo humano en la actualidad?”. Otras observaciones, con conexión diferencial con lo anotado hasta aquí, se dejaron escuchar, y con su anotación pertinente o casi pertinente, termina la memoria de esta tertulia: “La inmensa mayoría de nosotros le hace el quite a pensar el asunto de la pareja.”, “La individualidad permite que se dé el reconocimiento de que hay diferencias entre los seres humanos.”, “Es inevitable que ocurra una tensión entre los individuos cuando se apuestan a hacer una pareja.”, “Lo mínimo para que pueda darse una pareja es: la tolerancia, el afecto, el diálogo.”, “Atentan contra el emparejamiento: la represión, la rutina, la caída del deseo.”, “Hay que

pregunta por los ideales que animarían a los así emparejados no faltó: “¿Cuáles son los ideales que se Santiago Gutiérrez ponen en interrogación para hacer pareja, pero también Miembro para ser un individuo que se empareja con otro Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA individuo? ¿La pregunta por el amar? ¿La demanda de la exclusividad? ¿Es ésta demanda estructural al sentimiento amoroso occidental?”. Otra consideración Club de Lectura Internacional Medellín-Barcelona es un proyecto de la Alcaldía de Medellín en asocio con la Corporación Cultural Estanislao Zuleta. Apoyan Biblioteca EPM, Museo de Antioquia y Red de Bibliotecas Área Metropolitana. Esta novedosa experiencia surge para promover la obra de autores de Barcelona en Medellín y de Colombia en Barcelona, mediante la lectura compartida entre los lectores de ambas ciudades como una forma de generar intercambio literario y cultural.

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La conversación del miércoles Ciclo 2013: La pareja: incertidumbres modernas de esta relación Pensadora de referencia «Un desafío triple: conciliar el amor a sí mismo con el amor al otro; negociar nuestros dos deseos de libertad y simbiosis; y por último, adaptar nuestra dualidad a la de una pareja, intentando ajustar constantemente nuestras recíprocas evoluciones.» El uno es el otro Elisabeth Badinter

Jean Gondonneau (1939) es pedagogo especializado en la educación de los adultos, ensaya una respuesta a los interrogantes de la vida conyugal y el amor desde un punto de vista histórico, económico y psicológico. Temas y preguntas de los que cada día se habla con mayor insistencia: la crisis de la institución matrimonial, la aceleración tecnológica, el pluralismo cultural, etcétera. ¿Es la fidelidad una actitud más natural o más moral que la infidelidad? ¿En qué medida depende la vida conyugal de la percepción de los roles masculinos y femeninos? ¿Qué podemos entender hoy por amor, fidelidad, familia, matrimonio, comuna o amor libre? Estos y otros interrogantes son abordados en su libro La fidelidad, la infidelidad. Es también una invitación a un nuevo diálogo entre hombres y mujeres. Diálogo lúcido y osado, que no suprime el gran enigma de la ternura. Información e imagen tomadas de: GONDONNEAU, Jean. 1974. La fidelidad, la infidelidad. Barcelona, España. Editorial Kairós.

Informes:

Boletín de La conversación del miércoles Edición del 9 de noviembre de 2013 Revisión editorial: Sergio Giraldo Vincent Restrepo Diagramación: Vincent Restrepo

Corporación Cultural ESTANISLAO ZULETA Web: www.corpozuleta.org e-mail: info@corpozuleta.org Tel: 444 35 84 Dirección: Cll 50 No. 78a - 89

Evento apoyado por el Ministerio de Cultura - Programa Nacional de Concertación Cultural

También apoyan:

Organiza:


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