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Enrique aguilar y su pluma de trotamundos

Por Arnold Tejeda Valencia

Los Romanceros De Izq. a Der. Jorge Valle, Alberto González y Enrique Aguilar, junto al Presidente M Foto. https://acme-cali.jimdofree.com/melomania/asociados/

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Al escuchar esa sorpresiva y osada melodía de la Orquesta de Pacho Galán, inmediatamente pensé que el bello arreglo allí contenido no era más que otra de las pinceladas sonoras del maestro de maestros, nacido en la tierra de las butifarras.

Su personalidad ante el pentagrama estaba flotando en cada uno de sus compases. Pero qué equivocación la mía. La Sinfonía Nº 40 de Mozart, convertida en cumbia, fue un trazado melódico y rítmico de la pluma de Enrique Aguilar, a quien conocía apenas por las referencias del guitarrista

Ángel Monsalvo, integrante del Cuarteto del

Mónaco, que se hizo célebre con la maestranza Las

Cuatro Fiestas, del compositor Adolfo Echeverría.

Y todo, por haberle pedido referencias sobre el trío Los Romanceros.

Después pude identificarlo, por sus casi dos metros de estatura, en la carátula de un LP. de la Orquesta Los Trotamundos, aquella agrupación que fuera una copia de la Billo’s Caracas Boys. Eso era lo que sabía de Enrique Aguilar. Nunca pensé que fuera uno más de los tantos músicos surgidos en Colombia por lo que realizó con la obra de Mozart. Algo me decía que detrás de ese corpulento hombre debía existir un halo muy llamativo con su arte. El día que la joven Mariana Pajón ganó la primera medalla de oro en unos juegos olímpicos, año 2012, conocí al doctor Alberto Burgos, que, con su pausado hablar, en su residencia de Envigado, le hizo una explicación de su libro Antioquia Bailaba Así, al grupo de amigos del Club de la Sonora Matancera que lo visitaba. Al tener el libro en mis manos, mi atención se centró en lo tratado sobre Enrique Aguilar. El azar me hizo encontrar lo que buscaba. Hasta el día de hoy, es poco lo que aparece en Internet de este músico colombiano.

Por esta importante fuente, me enteré que nació en Barranquilla el 14 de noviembre de 1931. Y que, por cuestiones laborales, su padre, Eduardo Rafael, se trasladó con su familia a Sincelejo. En

esa ciudad, el joven Enrique conoció al guitarrista Sebastián Lánez, su primer maestro en los pasos apremiantes de verse al buen instrumentista que añoraba ser porque ya su voz era afinada, medida y agradable por puro don natural. De regreso a Barranquilla, con Gustavo Fortich y Eladio Barrios, integrantes del trío Gustavo Fortich y sus Muchachos, pudo avanzar en sus conocimientos con la guitarra y hacer las tres voces en un trío, sobre todo la segunda voz, que fue su especialidad por su timbre.

Enrique Aguilar y Su bajo Foto. https://acme-cali.jimdofree.com/melomania/asociados/

Años después, Sincelejo nuevamente se convirtió en la morada familiar y en el despegue de Enrique Aguilar como músico profesional al fundar el trío Los Panchitos, en honor al grupo mexicano que le sirvió de modelo en su reportorio y estilo. Uno de sus guitarristas fue Nono Narváez, que también hacía la voz prima. El otro miembro fue Julio de Orta. El primero de ellos, logró escalar las cotas más elevadas en el campo artístico como cantante, compositor y guitarrista en los diversos ritmos del folclor Caribe del país.

El bucólico Sincelejo fue el trampolín. Transcurrían los años 50, años gloriosos de la discografía colombiana por la cantidad de artistas que surgieron y grabaron para darles unos testimonios al mundo y a los linderos patrios con sus cantos orgullosos por su multiplicidad geográfica y cultural. Medellín era, entonces, la capital de ese movimiento artístico. Enrique Aguilar, por tanto, veía en el sur de su entorno sabanero el norte artístico de su carrera. Allí llegó con su trio, que tuvo buena acogida por combinar la música romántica con los ritmos bailables de Cuba y de la costa norte macondiana.

Pero sucedió algo inesperado. Sus dos compañeros de aventura regresaron a sus cálidas tierras y entonces se unió con Jhonny Ferrer y el futuro gran artista Tito Ávila para conformar el trío Los Caribeños En esas andanzas lo conoció Jorge Valle, director del trío Los Romanceros, al que también pertenecía Alberto González (el Ronco). Fueron siete años de esplendoroso trabajo en los mejores sitios de Medellín. La estrella de la providencia entonces lo acarició para que iniciara ese proceso de enriquecimiento académico en la música para conversar con Mozart y con todo aquel que lo entusiasmara en su camino de convertirse en un gran artista. El trompetista y profesor del conservatorio de la Universidad de Antioquia, Manuel Cervantes, propició ese agradable periplo del saber, ya que Enrique Aguilar todo lo hacía con el Dios de la empiria. Otro que también pasó por ese notable proceso fue Edmundo Arias, quien le enseñó los secretos del bajo. Su perfecta segunda voz fue apetecida para muchas grabaciones, entre ellas las realizadas con la Orquesta de Lucho Bermúdez. En la cumbia Colombia Tierra Querida, le hizo un bonito dúo a Matilde Díaz. En esos ajetreos discográficos, también asimiló los conocimientos que le aportaron Luis Uribe Bueno, Juancho Vargas y León Cardona.

Con ese quinteto de calificados instructores, el músico barranquillero alzó un vuelo desproporcionado hacia la ionosfera artística, en el que también tuvo mucho que ver un condiscípulo suyo, Álvaro Rojas, otro de los grandes músicos de Colombia. Sus permanentes preguntas a esos eminentes formadores en la cultura de las sonoridades tuvieron las virtuosas respuestas para consolidar las buenas bases de la relación entre la teoría y la práctica, ese proceso de provechoso aprendizaje que en estudiantes disciplinados como Enrique Aguilar redondearon las importantes materias en los conocimientos de la madre de las artes.

Formado con la rigurosidad académica intra y extrainstitucional, Enrique Aguilar dio el paso más contundente con su pluma: el ser arreglista, esa especialidad profesional con el pentagrama que amalgama la teoría, el solfeo, la armonía y, como corolario, la orquestación para llenar de belleza la obra que un compositor aspira escuchar. Su amigo, el cantante y compositor Henry Castro, al conocer cuánto había aprendido en el universo de la música el alto joven costeño, le entregó una de sus inspiraciones, el paseaíto Quítate el Saco, que grabado con la mayoría de los músicos de la extinta Orquesta Sonolux, se convirtió en un tremendo éxito bailable en Colombia. Tanto fue el batazo, que la Billo’s Caracas Boys lo grabó con su estrella vocal Cheo García y el lucimiento en la trompeta del colombiano Edmundo Villamizar.

Enrique Aguilar junto al boricua Daniel Santos con músicos que grabaron en Medellín Foto. https://acme-cali.jimdofree.com/melomania/asociados/

Su glorioso estreno como arreglista, le permitió que todas las casas disqueras de Medellín se fijaran en el hasta entonces desconocido músico barranquillero en esa nada fácil misión artística. Pero hay algo que en nuestro Caribe poco se conoció: en el llamado sonido orquestal antioqueño, despectivamente conocido como el “chucuchucu”, de gran aceptación nacional e internacional, tuvo en Enrique Aguilar un buen padre en lo rítmico y lo melódico al combinar perfectamente el tumbao sonoro venezolano con la cadencia terrígena de los cantos nacidos en las breñas del país paisa. Aquellos grupos que tanto sonaron, como Los Hispanos, Los Graduados, Los Monjes y Los Grecos, tuvieron de arreglista de cabecera al músico de Curramba. Los Golden Boys, Los Black Stars y El Combo de las Estrellas, fueron otros grupos que la pluma de este joven maestro les escribió esplendorosos arreglos.

Ese encomiable trabajo le sirvió a Enrique Aguilar para ser artista exclusivo de Codiscos con un llamativo contrato. Primero organizó un grupo pequeño para interpretar música romántica internacional que la empresa hizo conocer como Los Trotamundos. Algunos comentaristas de la farándula han considerado que este formato orquestal permitió en Discos Fuentes el nacimiento de Los Diplomáticos. Luego Codiscos montó una big band de estudio con la dirección y los arreglos de su joya artística. Luego vinieron sus trabajos con los cantantes Carmenza Duque, Mariluz, Ángela Suárez y Leonardo Álvarez, lista que fue ampliada con los internacionales Leo Marini, Julio Jaramillo y Daniel Santos.

Como ejecutante del bajo, Enrique Aguilar, por ser un músico que vivía prácticamente en los estudios de grabación de Codiscos, acompañó a cuanto grupo orquestal por allí pasara. Edmundo Arias cómo gozaba con sus triunfos. Fueron tantas las cosas hechas por este alto y generoso hombre en la música que se necesitaría de un trabajo mayor para recoger su notable carrera artística. Por último, aquellas producciones de Los Violines Vallenatos también fueron producto de su ingente creatividad con músicos formados en el Conservatorio de la Universidad de Antioquia. Eso explica su profundidad académica de no quedarse solo en lo simple, sino abordar también lo complejo.

Ahora, como la palabra trotamundos significa “ser aficionado a conocer otras tierras”, en el lenguaje de la retórica Enrique Aguilar lo hizo apoyado en los diversos pentagramas de tantas tierras rítmicas y melódicas. En eso basó su gloriosa vida artística.

Arnold Tejeda Valencia. Investigador, integrante de la Asociación de Melómanos y coleccionista de la Sonora Matancera

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