Julio Ramón Ribeyro. Dibujos y notas 1978 - 1992

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Julio Ramón Ribeyro Dibujos y Notas

Dibujos e ilustraciones de Julio Ramón Ribeyro, Propiedad de Julio Ramón Ribeyro Cordero. © 2019 Grupo Editorial COSAS Creación, Diseño, Producción y Edición Editorial Letras e Imágenes S.A.C. para su sello Editorial Grupo Editorial COSAS Av. Alberto del Campo 411, Magdalena del mar, Lima, Perú Impresión Industria gráfica CIMAGRAF S.A.C Psje. Sta. Rosa 220 - Ate Primera Edición, Noviembre 2019 1600 ejemplares Prohibida la reproducción total o parcial de este libro. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2019-16010 ISBN: 978-612-47725-2-8


JULIO RAMÓN RIBEYRO DIBUJOS Y NOTAS 1978 - 1992 FUNDACIÓN BBVA UNIVERSIDAD DE LIMA

GRUPO EDITORIAL COSAS


Julio Ramรณn Ribeyro


INTRODUCCIÓN

NARRAR CON DIBUJOS Fernando Eguiluz Lozano Consejero Fundación BBVA Perú

¿Cuántas veces habremos imaginado los espacios donde transcurren las escenas que pueblan los cuentos y novelas que nos conmueven? ¿Cuántas de esas veces habremos soñado que conocemos a sus personajes y protagonistas, y que nos adentramos en esas historias que cautivan para siempre? De eso se trata la inspiración de un autor que da vida, colores y aromas a momentos que logran trascender el papel impreso y se transforman en una experiencia que luego habrá de narrarse de otra forma: a través del dibujo y la pintura. Julio Ramón Ribeyro fue uno de esos escritores que construyó un universo propio. Uno que configuraba una colección de personajes unidos por un mismo entorno y hasta probablemente por un mismo destino. A veinticinco años de su fallecimiento, “Julio Ramón Ribeyro. Dibujos y notas” es el libro que nos permite un acercamiento al genio creativo del autor desde una perspectiva diferente, para conocer con

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mayor cabalidad las características de su vida y obra. La Fundación BBVA es partícipe de esta faceta poco conocida del autor, que pone de manifiesto en esta serie de dibujos que constituyen toda una revelación. Un pasaje casi inédito en la personalidad artística de quien por muchos años se convirtió en un referente de lo que se conoce en Perú como la “generación del cincuenta”. Como institución abocada a promover y difundir la educación y la cultura, la Fundación BBVA trabaja con el firme convencimiento de que un país se forja poniendo en valor su cultura y su patrimonio y acercándolos a más personas. El legado de Julio Ramón Ribeyro es parte de esa tradición y esa herencia, que con orgullo compartimos con más peruanos.

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INTRODUCCIÓN

LA MIRADA DEL MUDO Óscar Quezada Macchiavello Rector Universidad de Lima

Los primeros seres humanos buscaban descifrar y entender el mundo mediante la magia o la religión. Con el tiempo, el hombre desarrolló el arte y adquirió otra manera de ver y de explicarse la creación, e incluso de recrearla. Cuando nos sentimos atraídos por un artista, es porque nos empezamos a enamorar de su mirada, de su forma de ver las cosas, plasmada en su obra. La mirada de Julio Ramón Ribeyro era franca y escrutadora, discreta pero profunda, cáustica a veces, nostálgica o taciturna otras, pero siempre original y enriquecedora. En una de sus “Prosas apátridas” se habla de las mujeres que tienen “buen lejos” y “buen cerca”, y ante la pregunta de cuál es la mejor distancia para apreciar la belleza de una persona, una voz responde: “La distancia de la conversación”. Lejano en obra y espíritu del fenómeno literario del boom latinoamericano, aunque contemporáneo de este, Ribeyro no era de personalidad avasallante como sus célebres colegas novelistas, y a pesar de que escribió tres novelas, fue el cuento la forma literaria que mejor calzó a su personalidad de perfil bajo y aguda mirada. En este género, es considerado con justicia uno de los escritores ineludibles para apreciar el relato corto latinoamericano. Pero, ahora se sabe, esa mirada tan particular que lo distingue en ya clásicos cuentos como “La insignia” o “Silvio en El Rosedal” solía recurrir al dibujo para relajarse y despejar la mente en los intervalos que le concedía la literatura. Ribeyro no fue el único escritor que cultivó el dibujo o la pintura: García Lorca, en España, y José María Eguren, César Moro, Luis Hernández y Jorge Eduardo Eielson en el Perú, son algunos otros. Pero en Ribeyro no hubo pretensión artística alguna, nada de exposiciones. El dibujo fue para él una práctica muy personal, un divertimento, una forma de hacer apuntes, de tomar aire, de aguzar

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el filo de su mirada crítica y de comunicarse con sus más íntimos. En un poderoso estudio, Wolfgang Luchting nos habla de Julio Ramón Ribeyro y sus dobles. Y nos advierte de no cometer el error ingenuo de confundir a nuestro escritor con sus personajes, casi siempre seres marginales, por mucho que nos sintamos tentados de hacerlo. Que recordemos que son solo otras voces de Ribeyro, pero no el auténtico. Imaginemos al escritor sentado en una habitación cuyos muros estén cubiertos de espejos. En ellos veremos reflejados a los protagonistas de sus obras, como ecos del autor, pero en el centro de la habitación siempre estará el verdadero Ribeyro. Cada personaje es un fragmento de esa mirada original, distorsionada, acaso embellecida, pero inevitablemente afectada —como el propio Ribeyro diría— por la escritura y sus circunstancias. Sin embargo, en sus dibujos y pinturas, recientemente descubiertos, y a los que accedemos ahora, reunidos en este bello volumen, tenemos la impresión de contemplar a un Ribeyro más sencillo y cotidiano, ya sin máscara literaria alguna, pero siempre reconocible. Después de posar nuestros ojos en estas coloridas páginas, probablemente desearemos volver a aquellas otras, en blanco y negro, que ya lo han establecido como una figura permanente de nuestras letras. Y sentiremos la emoción y el privilegio de gozar nuevamente de una charla silenciosa con la palabra de este ya para siempre mudo pero elocuente escritor. Porque en literatura no caben el “buen lejos” ni el “buen cerca”; para apreciar el verdadero valor de un autor, la lectura es la única posible e inevitable distancia de la conversación.

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PRÓLOGO I

LOS DIBUJOS DE JULIO RAMÓN Jorge Piqueras Y Christine Graves París, Setiembre De 2019

Pensar en Julio Ramón siempre me lleva a los años en que nuestro amigo en común, Morros Moncloa, vivía en París, en la rue Delambre. Irónico nombre para la calle (si lo pronunciabas en español), dadas las circunstancias en que la frecuentábamos. A Morros le gustaba cocinar chupes y otros platos peruanos, y nosotros nos deleitábamos —allí, en su cuartucho que daba sobre el cementerio de Montparnasse—, dando gritos de alegría al saborear los platos peruanos, por supuesto, acompañados de hartas cervezas. Años después, tanto Julio Ramón como yo nos encontrábamos en Lima. Ya habían pasado muchos años desde esos memorables almuerzos donde Morros. Julio Ramón había hecho su nombre como escritor, y yo, como escultor y pintor. En ese entonces, yo acababa de publicar un pequeño volumen de escritos míos, gracias a la insistencia y el apoyo de mi mujer y de mi amigo Jorge Villacorta. Nunca tuve pretensiones literarias, ni pensaba de ninguna manera publicar un libro. Pero allí estaba este volumen —“Crónica de un viaje desde en hacia hasta”—, que contenía una serie de reflexiones que yo había comenzado a escribir en París, en la parte de atrás del bar La Palette, y había terminado después en Lima. Era un flujo de imágenes e ideas que yo iba apuntando, un poco como uno apunta sus sueños, o como la llamada escritura automática. Dejé el librito a Julio Ramón, curioso por saber si él compartía el entusiasmo de mi mujer y mi amigo. Cuando nos volvimos a encontrar, le pregunté su opinión. Fue breve y tajante su respuesta: “No, a los pintores la pintura”, me dijo, y no se habló más. Así que fue con cierta sorpresa que descubrí —cuando Julio, su hijo, me visitó en mi atelier en París— que Julio Ramón dibujaba, pintaba. Julio había traído fotos de las páginas de los cuadernos de su padre, donde había dibujos y acuarelas, una especie de diario íntimo. Imposible saber

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la intención de Julio Ramón al hacerlos. No creo que tuviera él ninguna pretensión artística. Y recordando nuestro encuentro con motivo de mi librito, pensé que seguramente le habría sido muy incómodo pensar en publicarlos, y quizá aun en enseñarlos. Por eso no viene al caso, creo yo, evaluar esta obra desde el punto de vista de una creación artística. Más bien, miro los dibujos como lo que creo que son, apuntes irónicos de un voyeur que retrata las figuras humanas en plena cotidianidad. Y también, paisajes más bien nostálgicos de lugares que fueron clave para él, como el monte Solaro de Capri, o las lomas peladas de la costa peruana. Son los apuntes de un observador, que nos cuentan seguramente mas de él que de aquello que él retrataba. Escribe Ribeyro en la parte superior de uno de los dibujos donde se ve la costa peruana en toda su árida belleza: “Alguien critica el paisaje desértico de la costa peruana. A mí en cambio me fascina. En él no hay lugar para los excesos sentimentales. Salustio y Nemoroso hubieran enmudecido entre los médanos y sus musas se hubieran muerto de irisipela”. Y así es: los desiertos peruanos de Ribeyro son mudos, silenciosos, despojados de explicaciones y leyendas. Dejemos la cosa así, entonces. Recordemos a Julio Ramón a través de estos dibujos que nos dicen tanto de su persona y de su manera de ver —y de escribir— el mundo. Ellos son, como lo diría él, la palabra del mudo.

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PRÓLOGO II

IMÁGENES DE VIDA JULIO RAMÓN RIBEYRO CORDERO

Recuerdo a mi padre cuando compraba lápices y pinceles y me mostraba, feliz, sus nuevos juguetes. Creo que le gustaba genuinamente dibujar sobre pequeños cuadernos u hojas sueltas, con el único motivo de relajarse. Mi padre solía mandarme mensajes por intermedio de un garabato con texto que dejaba pegado sobre la puerta de mi cuarto. Confieso que como hijo, de muy joven, nunca tomé su afición por el dibujo o la acuarela muy en serio, y estoy seguro de que él tampoco. A pesar de ello, el año pasado, cuando una amiga vio los dibujos y preguntó si habíamos contemplado reunir y publicar toda su obra en un libro con textos, pensé que podía ser una idea válida de explorar. Al juntar gran parte de su producción, me puse a escrutar lo que iba a ser el contenido de este libro. Me sorprendió su gran variedad y su agudeza en la parte escrita, acuarelas, pasteles, retratos, paisajes y caricaturas. Muchas veces el material venía acompañado de un texto, de una frase muy afilada, muy divertida y muy característica tanto de su humor como de su espíritu cáustico y observador. Otras piezas se fueron sumando, casi de casualidad. Mientras revisábamos los diarios inéditos, aparecieron páginas con dibujos. Algunas veces era una escena de vida, otras, un personaje o un garabato, un poco como una extensión de la palabra. Decidimos incluir muchas de esas páginas y, de esa manera, unir sus dibujos con su literatura. También conocía de su pasión discreta por la pintura. Recuerdo un viaje que hicimos a Italia, para celebrar sus cincuenta años, los tres, con mi madre, donde nos sorprendió por su conocimiento de obras que pensábamos iba a descubrir. Leo con frecuencia el maravilloso texto “El pacto con las tinieblas”, sobre el pintor del Renacimiento italiano, Caravaggio, una declaración de amor al arte y a un artista cuando “viola las normas”. No sé si puedo hablar con mucha pertinencia de la calidad de su pincel, pero sí de algunos de los espacios y de los momentos que están allí dibujados. Esos son lugares e instantes que hemos podido compartir. Para empezar, el parque Monceau: un espacio donde el tiempo estaba suspendido en otro siglo y donde los transeúntes se paseaban en cámara lenta. En aquella época, el parque no era muy conocido. Uno podía caminar, sentarse en sus banquitos de madera para descansar o soñar, en su caso, dibujar, durante un tiempo indefinido. Vivimos en una calle contigua al parque durante cinco años, muy tranquilos. Después de este periodo, mi padre se fue al Perú para no volver. Del Perú, hay paisajes de la costa peruana desértica, que le fascinaba tanto, escenario de muchos partidos de fútbol y cebiches

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en familia, y de su famoso cuento “La casa en la playa”. Solo recordaré otros dos lugares: Capri, la famosa isla italiana donde pasábamos solos algunos días en setiembre, a finales de los años ochenta, y donde conversábamos durante horas de temas tan profundos como superficiales. Ese mes correspondía al final del verano y, a ese momento, la isla se vaciaba de un día para otro y se transformaba en un lugar virtualmente desértico que le permitía salir a la playa sin sufrir las miradas impúdicas de los desconocidos. Por fin, recordaré los dibujos de Montreux, una pequeña ciudad suiza muy conocida por su festival de jazz, pero también por su clínica, lugar donde fue a recuperarse después de una de sus numerosas alertas médicas, y donde lo visitamos con mi madre en noviembre de 1985 para disfrutar momentos intensos y exclusivos. Hablé con mi madre, quien compartió conmigo dos anécdotas significativas. Una vez lo interrumpió, mientras dibujaba en su escritorio, para preguntar por qué lo hacía en lugar de escribir. Mi padre respondió que, en ciertos momentos, le permitía hacer un paréntesis con la literatura para volver con la mente más suelta. Cuando supo que se iba a operar, en 1973, mi padre fue a serenarse al museo de arte de París, delante de una escultura de Brâncuși. ¿Por qué? No lo sé. ¿A la manera del periodista Philipe Lançon, que pasó un año en el hospital después de los atentados de Charlie Hebdo? Mi padre, probablemente, encontró en la cultura y en el arte un refugio, en esos momentos difíciles que tuvo que afrontar. O como él mismo lo dice en una de sus “Prosas apátridas”: “La escritura es la prolongación de los juegos de infancia”. ¿Y el dibujo? Un mismo juego, una distracción u otra cosa, no creo que importe, solo conviene apreciar al artista en sus diferentes facetas. Un amigo suyo, pintor de gran talento, me dijo que mi padre nunca pensó que este material sería publicado. Tiene toda la razón, mi padre nunca tuvo la ambición de ser pintor, pero creo que su pasión por la pintura o el dibujo merece ser vista como una extensión natural de su literatura.

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COMENTARIO

JORGE COAGUILA

Ribeyro Y Sus Dibujos

La relación de Ribeyro con los dibujos se inicia a temprana edad. De pequeño, por ejemplo, creaba historietas con su hermano Juan Antonio. A ocultas, ambos guardaban en su habitación unos calendarios de escritorio en los que escribían cada hecho que pasaban cada día, con dibujo incluido. “Una vez que mis padres viajaron a Tarma, encontré un dibujo: mi mamá con un gorro y mi papá todo abrigado”, me contó en cierta ocasión su hermana Mercedes. En su diario personal, en 1957, Ribeyro anotó acerca de este calendario: “Era una especie de diario público del cual nos servíamos todos, hasta nuestros amigos. Sus pequeñas páginas nos obligaban a ser breves, escribíamos en sentencias, muchas veces en clave, o nos servíamos de dibujos para resumir una situación. Cuando murió mi padre, en 1946, dibujé un ataúd con cuatro cirios”. Hay que anotar que algunos de sus primeros cuentos fueron ilustrados por él mismo. Cuando Ribeyro residió en Europa, conoció a varios pintores. Michel Grau fue uno de los que viajaron con él a España desde el Perú, en 1952. Sin embargo, el núcleo de artistas plásticos residiría en París: Benjamín Morros Moncloa, Alfredo Ruiz Rosas, Emilio Rodríguez Larraín, Carlos Bernasconi y Herman Braun. Ellos pueblan el diario personal con algunas aventuras. En la ficción, tenemos algunas presencias de la plástica. En el breve cuento “Doblaje”, fechado en París, en 1955, el protagonista viaja a Australia en busca de su sosías, alguien que se le parezca. No lo halla. Al volver a casa en Londres, sin embargo, observa que, misteriosamente, la madona que “dejara en bosquejo estaba terminada con la destreza de un maestro y su rostro, cosa extraña, su rostro era de Winnie”, la novia de su doble. Su gran amigo Emilio Rodríguez Larraín, pintor limeño, figura como Ernesto en un cuento. “La casa en la playa” refiere la búsqueda inútil de un lugar solitario para alejarse de la gran urbe. Acerca de las grandes ciudades, el narrador apunta: “No soportábamos su ajetreo, la estridencia de sus medios artísticos y la sofisticación de su vida social”. En “El libro en blanco”, un misterioso objeto castiga con desgracias a quien lo posee. Una parte es risueña. Un pintor que cultivaba el arte abstracto cierta vez sufre un robo en su domicilio. “Siempre pensé que

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lo que más dolió a Carlos —dice el narrador— no fue que destruyeran sus cuadros sino que no se los llevaran, desdeñándolos por los sofás, el televisor o la refrigeradora”. Así, en resumen, la pintura y sus artistas fueron útiles para algunas creaciones de Ribeyro. Por otro lado, hay ciertas observaciones acerca de la plástica. En “La juventud en la otra ribera”, hay una opinión acerca del actual mercado artístico. El pintor Paradis comenta que, en nuestra época, para triunfar en el arte es necesario comportarse como un boxeador o como un payaso. Como es natural, los pintores muchas veces piden a sus amigos escritores que se encarguen de algún comentario para algún catálogo de una exposición próxima. Así, Ribeyro escribió cuatro textos acerca de artistas plásticos amigos: Juan Manuel de la Colina (“Colina o la búsqueda de la luz”, 1966), Emilio Rodríguez Larraín (“Rodríguez Larraín, un arte astral y terráqueo”, 1982), Herman Braun (“Herman Braun”, 1981) y Carlos Enrique Polanco (“Polanco y la secreta belleza de Lima”, 1994). Además, su larga residencia en París lo vinculó con la pintura.

En «El pacto con las tinieblas» (1993), Ribeyro confiesa su poética, su modo de ver: «El arte no es tanto cuestión de motivos o de técnica, sino de mirada». Es difícil, casi imposible, no interesarse por este arte en la capital francesa, poblada de galerías y museos con los más destacados cuadros. Recordemos, además, que la esposa del escritor, Alida Cordero, es marchante. Con el citado Braun, la relación también fue estrecha. Él diseñó la portada de la primera edición de “La palabra del mudo” (1973). Asimismo, dos de sus cuadros ilustran las tapas de sus libros “Dichos de Luder” (1989) y “Prosas apátridas” (edición de Carlos Milla Batres, de 1992). Es más, Ribeyro fue modelo para algunos

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óleos de este pintor, que falleció hace unos meses. Por otro lado, un texto del posible libro “Proverbiales”, breves historias acerca de personajes históricos, se centra en el pintor italiano Caravaggio, insociable, violento, de carácter hosco. En este texto, “El pacto con las tinieblas” (1993), Ribeyro confiesa su poética, su modo de ver: “El arte no es tanto cuestión de motivos o de técnica, sino de mirada”. Esta frase calza bien con la pretensión literaria del cuentista limeño. ¿Qué tenemos ahora? En 2019, cuando celebramos noventa años de su nacimiento, nos llega este volumen con sus pasteles, acuarelas y dibujos de 1978 a 1992. Una grata sorpresa para sus lectores. De este libro, destacan ilustraciones de 1986, dedicadas al parque Monceau, próximo a su casa de avenue Van Dyck, París. Otras fueron creadas en la clínica Valmont, a orillas del lago Lemán, ante las montañas de Dents du Midi, en Montreux, Suiza, en 1987, donde se recuperaba de un mal pulmonar. En un momento sombrío, dibuja el mausoleo familiar, ubicado en el cementerio Presbítero Maestro, donde quiere que reposen sus cenizas, y anota un breve testamento. Otras imágenes corresponden a Capri, Italia, lugar tan frecuentado por el autor y cuya presencia es importante en “Prosas apátridas”. En un extracto de su diario personal, afirma que en setiembre de 1990 se mudará a Lima. Así, la isla italiana se convertiría para él “en un mito”. Hay otra anotación, esta del 12 de setiembre de 1993, precisamente cuando escribe uno de sus últimos cuentos, “Nuit caprense cirius illuminata”. Todos estos apuntes vienen ilustrados. ¿Qué interesa a Ribeyro en estas ilustraciones? El paisaje rural. Estas van acompañadas de observaciones. Una de ellas lo lleva a comparar una gran nube sobre el monte Solaro con un mapa de Europa. Es algo habitual en Ribeyro: extraer significados de cosas sencillas. ¿Recuerdan el rosedal de uno de sus cuentos? En “Silvio en El Rosedal”, trata de otorgar un significado a un conjunto de flores. Asimismo, hay un extracto de “Dichos de Luder” con ilustración. El conjunto parece una serie de imágenes creadas para “matar el tiempo” (era común que Ribeyro viviera solo, en silencio, encerrado, aislado) o extender su expresión artística, ya no a base de palabras. Su ilusión de vivir lejos de la gran urbe queda anotada el 3 de diciembre de 1990.

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¿Qué interesa a Ribeyro en estas ilustraciones? El paisaje rural. Estas van acompañadas de observaciones. Una de ellas le lleva a comparar una gran nube sobre el monte Solaro con un mapa de Europa. Es algo habitual en Ribeyro: extraer significados de cosas sencillas. Desea una parcela autosostenible en el Perú para vivir. En la sección de personajes, resalta su amiga, la narradora Patricia de Souza, mientras posa, en ilustración de junio de 1992. También se observan caricaturas de gente pintoresca, como un “Flacote sin complejo” de Via Tragara, Capri. En otro momento, queda sorprendido por la delgadez de una mujer que sufre de anorexia, atendida en la clínica Valmont. Otros sujetos son un “solitario poeta leyendo”, en un parque de Barranco, y un “Tablista rumbo al mar”, ambos de 1992. Como lector de Ribeyro, estoy encantado con este libro. Espero que sea un disfrute para otros seguidores del eterno Flaco de la literatura peruana.

Página anterior Monjitas. Corregir y pintar. Esta página Dents du Midi en atardecer nuboso.

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Esta página Recreación de una portada de “La guerra y la paz”, del autor ruso León Tolstói.

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Libros y Arte

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Página anterior Ilustraciones que nos remiten a los cuadernos de anatomía de Leonardo da Vinci. Destaca la figura central, alusión al Hombre de Vitruvio. Esta página Izquierda: Carlos Salinas de Gortari, expresidente de México. Derecha: Albert Cohen, escritor suizo.

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Página anterior Gato dibujado por Ribeyro luego de un curioso sueño.

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Esta página Tomate muy parecido a las manzanas de René Magritte. Página siguiente Representación de un cuadro de Diego de Rivera.

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NAVEGADOR

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Pรกginas 22 y 23 Gabinete del doctor Fausto, en referencia a la obra de Christopher Marlowe. Pรกgina anterior Via Tragara, Capri, Italia.

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Pรกgina anterior Monte Tuoro, Capri, Italia. Esta pรกgina Colina Castiglione. Transcripciones en pรกgina 36.

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Esta pรกgina y la siguiente Dos paisajes de la isla de Capri, Italia.

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Transcripciones en pรกginas 36 y 37.

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Transcripciones en pรกgina 37.

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TRANSCRIPCIONES

Pág. 26 Burdeos no, pero sí cuaderno, de modo que pude escribir cuatro páginas de “Nuit caprese...” y me detuve en una bifurcación técnica o argumental, como mi personaje en una topográfica. Aparte de ello, luminoso día dominical y al atardecer hermosas nubes naranja en el poniente que se desplazan majestuosamente de oeste a este.

Pág. 27 Vista parcial de la colina del Castiglioni a las 5 p.m. desde la ventana del living.

Monte Tuoro, con los farallones al fondo, visto del living.

Pág. 34 Rostros: distingo entre los caminantes vagas réplicas de mi hermana Meche y mi hermano Toño. Nuestra herencia italiana, legado de nuestra abuela paterna Josefina Bonello. Con los años parece que este componente italiano se hace más visible o tiende a dominar a los componentes gallego (Ribeyro), vasco (Zúñiga) e indio-judío (Rabines)

Pág. 30 Termina mi temporada caprense, pues debo partir pasado mañana. No me puedo quejar, a pesar de no haber hecho nada (pero ¿qué cosa es hacer algo?). Me he sentido físicamente mejor que otras veces, he ledído una quincena de “polars”, he dormido bien y comido poco pero con apetito. No he tenido una sola conversación (¿con quién, además?). He bebido poco, solo una botella de whisky en todos estos días (mezclada con agua, o naranjada o Coca-Cola), pues los vinos italianos me resultaron insoportables. En fin, he pensado ciertas cosas que ya anotaré en París… Y como el monte Solaro luce frente a mí, crepuscular, lo hago constar acá, rápidamente.

Pág. 35 Un cuarto creciente de luna, muy vertical y amarillo, se eleva debajo de Venus, al costado del ya oscuro monte Solaro. Concierto Nº 2 para piano de Brahms interpretado por Pollini. Desazón y tristeza.

Formaciones nubosas sobre el Monte Solaro. Las primeras en los seis días que llevo acá. Una de ellas me deja “sideré”: es la reproducción exacta del mapa de Europa. España e Italia perfectamente dibujada, una parte de la costa francesa e Inglaterra! El sol, por detrás, irisa e inflama por partes este plano espectral. ¿Fue un anuncio?

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Pág. 31 El monte Solaro no era una mole homogénea como lo veía de cara en tiempo soleado y luz uniforme. Bastó la tormenta de hoy con sus sucesivas ráfagas de lluvia, de bruma, de luminosidad, para interponer como filtros que me han permitido distinguir diferentes volúmenes y formas yuxtapuestas e independientes, que yo tendía a fundir en una sola masa. Cinco, al menos, de lo próximo a lo lejano: la pendiente que baja del pueblo de Capri, donde está la Cartuja; el empinado pico en cuya cumbre se yergue el Castillón; el declive que lleva a MARINA PICOLA; el Monte Solaro, stricto sensu; y atrás, un acantilado rocoso. Algo por el estilo: (Dibujo inconcluso).

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Pág. 32 Rompió el sol en la tarde y hubo animación en Via Tragara. Un par de jovencitas que me sonrieron, no porque me encontraron simpático, sino por su educación oriental. Traté de empezar NUIT CAPRENSE CIRIUS ILUMINATA, pero no pasé de las primeras líneas. ¡Cuidado! El primer atracón es el insuperable. Renuncié de inmediato, convencido que no es este el momento de escribir ficción. Este viaje, como el anterior, es solo para entrar en confianza, ir dejando mis marcas con miras al futuro, cuando pueda regresar por más largo tiempo. Me dediqué a leer policiales y terminé una estupenda, LE DOGUE, de Mickey Spyllane. Tan buena que podría, ortodoxamente, considerarse como una mala novela policial, pues es muy larga, ambiciosa, por momentos literaria, al punto que uno no sabe si se está leyendo un “polar” o una “novela” a secas (¿Hay diferencia?). Lindo atardecer. Plaza al pincel.

Pág. 33 Mirar bien, mirar bien todo lo que te rodea. Pues no lo volverás a ver más. Presentimiento de que jamás regresaré a Capri. ¿Para qué, me pregunto, además? Si como espero, en Setiembre próximo me iré a vivir a Lima, no tendrá sentido volver acá. ¿En busca de sol? Mejor lo tengo allá. ¿De Paz? Si puedo encontrar más cerca. ¿De amistades? No tengo aquí ninguna. Este viaje es una despedida. Quizás es mejor así. Capri se convertirá para mí en un mito. Solo entonces podré escribir sobre él. ¡Y tenebrosas nubes se ciernen sobre el Monte Solaro!

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Transcripciรณn en pรกgina 50.

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Esta pรกgina y las tres siguientes Impresiones de la costa peruana.

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Transcripciones en pรกgina 50.

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Esta página y las tres siguientes Dibujos realizados por Ribeyro durante su estadía en Montreux, Suiza, en 1987.

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TRANSCRIPCIONES

Pág. 39 Alguien critica el paisaje desértico de la costa peruana. —A mí en cambio me fascina— lo interrumpe Luder. En él no hay espacio para los excesos sentimentales. Salustio y Nemoroso hubieran enmudecido entre los médanos y sus musas se hubieran muerto de irisipela.

Pág. 44 Nostalgias agrícolas, catonianas, virgilianas. Poéticas, en suma. Surrealistas. Pero persistentes, seductoras. Aparte de mi estudio barranquino —y eventualmente en lugar de mi estudio barranquino— un terreno cercado en Lurín, Pachacamac o Cieneguilla, con casa de adobe, huerta y corral: tubérculos, legumbres, frutales y aparte de ellos, conejos, aves de corral, un par de ovinos, un caballo o una vaca. Vivir allí, trabajar allí, regando, sembrando, abonando, cosechando y alternativamente leyendo y escribiendo, un rebuscado equilibro entre las actividades materiales y espirituales… Este último sistema sería en realidad el más adecuado en caso de que mi capital sufra fuerte desmedro y tenga así que recluirme en el campo para subsistir autárquicamente de la producción de mi parcela.

Pág. 45 Y escucho a todo volumen los dos primeros actos de LA BOHEME (versión Callas y Di Stefano, 1956, la que prefiero), un poco en homenaje a mi primo Jeffri, que vivió seis años en esta casa y que tan tristemente terminó su vida en Lima hace un año, luego de haber sido el niño mimado de Capri. Cruel destino de un hombre que tenía todas las cartas en la mano para haber sido feliz. Decisión de dejar mi máquina de escribir aquí. Abandonada. Gesto simbólico, por ello ambivalente. ¿Querrá decir que no quiero escribir más? ¿O que guardo aún la esperanza de regresar alguna vez a buscarla? ¿O que he resuelto sustituirla por otra e iniciar una nueva etapa en mi vida literaria? ¡Tonterías! La abandono porque está malograda y porque pesa mucho. No hay nada más ligero que una pluma. Y como de costumbre a contracorriente. En esta era de máquina electrónicas, computarizadas, etc. Regresar a la escritura manual, al texto único, irreproducible, el viejo pergamino medieval, con guardillas y dibujos llegado el caso. Bellas florecitas y alegres avecillas.

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Esta página Clínica Valmont —en Montreux, Suiza—, en copia libre de Camille Pissarro.

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Esta página y la siguiente Vistas del parque Monceau, en París, Francia.

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Esta página y la siguiente Dents du Midi, cadena de montañas en Suiza.

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Transcripciones en pรกgina 64.

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Transcripciones en pรกginas 64 y 65.

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Transcripciones en pรกgina 65.

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Transcripciones en pรกgina 64.

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TRANSCRIPCIONES

Pág. 56 Finalmente, Alida y Julito vendrán a pasar la Navidad conmigo. Esta noche llegan de París y les he tomado un cuarto junto al mío. Se quedarán hasta el domingo, los pobres, pues no tienen un avión de regreso antes. ¿Qué se van a hacer en tres días aquí? Yo estoy entrenado para este tipo de vida —soledad, encierro, silencio, aislamiento, etc.—, pero ellos, que son móviles, sociales, vehementes, se van a morir de aburrimiento. Para recibirlos en buena forma, esta tarde hice nueva excursión por el chemin forestier hasta el pequeño manantial que se llama “source de vie” y donde me humedecí las manos, así como llamo “source d’énergie” el viejo Platanus orientalis del parque Monceau, que acaricio siempre en mis paseos.

Pág. 57 Puesta de sol sobre el pico sur (no sé su nombre), el más alto que se ve en mi terraza. Probablemente mi último apunte alpino, vano intento de “retener” este crepúsculo majestuoso, wagneriano.

Pág. 62 La momificación —embalsamamiento— no tenía por objeto prolongar [...] simbólicamente la vida del difunto sino perpetuar realmente la ocupación de un espacio. (desarrollar). Pensamientos sombríos durante mi paseo matinal, a pesar del tiempo radiante. ¡Me sorprendo en pleno chemin forestier haciendo mi testamento! Asunto sencillo además: lego todos mis bienes a mis herederos legítimos, es decir, mi mujer y mi hijo. Y un segundo punto: que mis restos sean incinerados en privado y colocados en privado en el mausoleo de mi familia en Lima.

Pág. 63 Esta mañana paseo por el parque del hotel Righi, en Glion. Paseo fantasmagórico, a causa de la niebla. Los tilos de la alameda, todos de la misma talla, con sus ramas peladas y retorcidas, emergiendo de la bruma como un ejército de gigantes mutilados, mostrando sus muñones. Al fondo, los altos y extraños ejemplares de sapins: el rojo, el azul, el de España (con su corteza anillada) y los cipreses romanos y, antes, la araucaria o araucana, originario tal vez de América del Sur. Y por todo sitio sentadas en las bancas, o surgiendo repentinamente por un caminillo neblinoso, los viejos: solos o en parejas, con bastón, bufanda, gorra y abrigo, los viejos moribundos de los palacios alpinos… Y esta noche, coctel, cena y baile en la clínica con participación de pacientes, clientes y personal. ¿Cómo prever que iba a recibir el Año Nuevo así?

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Pág. 58 Los nubarrones del atardecer lluvioso se desgarran y dejan ver detrás, por un agujero, un cielo luminoso y bicolor (celeste y naranja), detrás del cual a su vez hay un tercer cielo ligeramente verdoso. Los crepúsculos son en consecuencia un palimpsesto, detrás de cada cual hay otro diferente y detrás de este otro… Cada cual lo ve desde su ubicación. Relativismo de las puestas de sol. Para mí sombría, veinte kms. más allá radiante.

Julio Ramón Ribeyro


Pág. 59 La enfermedad es como la prisión: una pena, un castigo que nos obliga al enclaustramiento y nos priva de libertad. El enfermo no sabe a cuánto tiempo de encierro está condenado, mientras que para mí se trata de toda la vida o solo meses o años. La estela de un Boeing traza una línea naranja en el poniente sobre los Dents du Midi que emergen de la bruma lacustre. Me hago subir media botella de un añejo Chateauneuf-du-Pape para celebrar no sé qué, pues no tengo nada por celebrar. La Navidad ya la celebré con Alida y Julito (que ayer regresaron a París) y el Año Nuevo aún no ha llegado. Quizás quiera celebrar al fin dicho fasto oculto, pues aún no...

Pág. 60 En el chemin forestier un letrero indica que la clínica Valmont se encuentra a 660 metros sobre el nivel del lago. ¿Nada más? Al ver de mi terraza los techos de Montreux y las aguas del lago juzgaba que estábamos por lo menos a 1000 metros de altura (con relación al lago). Error de apreciación en el cálculo de alturas, distancias y sus causas. Dents du Midi a mediodía con un poco de luz. Hasta ahora falta de sol radiante.

Pág. 61 Esperando que se disipe un poco el frío matinal para mi paseo cotidiano. Esta noche Alida vendrá aquí por una o dos horas, aprovechando su paso por Ginebra. Pesada de ayer: 4 kilos aumentados desde mi entrada aquí (sin trampa como en SOLO PARA FUMADORES). Sensación de estar cambiando de cuerpo, no lo reconozco al tacto, lo siento grasoso, como hinchado. Acontecer, verbo que utilizo poco al escribir. Acontece que, aconteció, el acontecer de las cosas. “Escribir es poner un poco de orden al confuso acontecer del mundo”, equivalente a la frase de Cézanne, con relación a la pintura: “He querido anudar las manos errantes de la naturaleza”. El sol se pone tras los Dents du Midi.

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Esta pรกgina Viejo felliniano en Stazione Termini.

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Personajes

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Esta pรกgina La gorda monumental de Via Tiberio.

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Transcripciรณn en pรกgina 90.

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Esta página Viejo calvo en la plazoleta. Joven pelucón y barbón sentado en un café de la plazoleta. Página siguiente Flacote sin complejos. Chanchito calvo y peludo tratando de correr.

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Esta página Señora elegante y su marido que la guía y la aburre. Par de viejas. Turista boludo. Página siguiente Lugareña gorda con traje floreado. Turista tabagista.

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Esta página Turista camina ensimismado. Guapa tostadita. Página siguiente Cura y policía-mujer en la placita. Solo, con mi alma a cuestas. Tratoria “La Apotelle”.

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Esta pรกgina Lectora en la terraza del hotel La Brunella. Pรกgina siguiente Vejete con chompa roja amarrada a la cintura y mocasines verdes interpelando a unos negros en Stazione Termini.

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Esta pรกgina y la siguiente Autora amiga retratada en 1992.

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Pรกgina anterior Prueba de colores con acuarela Winsor and Newton. Ver diferencia de calidad. Prueba lรกpiz dibujo. Esta pรกgina Mujer desnuda en el balcรณn de al lado (pose irreal).

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Transcripciones en pรกgina 90.

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Transcripciones en pรกgina 91.

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Transcripciones en pรกginas 90 y 91.

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Transcripciones en pรกgina 90.

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Pág. 69 Las ruinas de VILLA JOVIS, una rubia y otra castaña, en diferentes lugares, andan solas, y que no abordé por desidia, pero que me sugirieron solución para mi relato caprense. De regreso, visión en Via Tiberio de una gorda monumental q’ trepaba la cuesta, pero a quien solo pude observar bien por detrás.

Pág. 82 Atardecer soleadísimo en mi terraza. En la terraza inferior veo a la “dama esquelética” tendiendo ropa en una silla. ¡Pero qué placer es esta mujer!, me digo. Ayer la vi también —esta vez en pantalones largos— caminando ágilmente por el malecón. Me pregunto ¿cómo puede moverse? Pues veo que no tiene un solo músculo: hueso y pellejo. Claro, le quedan los tendones, que se ven a flor de piel, como un complicado sistema de alambres fijados a sus huesos. Lo que me fascina en esta mujer es su serenidad, su estoicismo. Si yo llegara a un estado de flacura como ella sin duda me moriría de espanto de mí mismo y de recusación total de existir de esa manera. Me pregunto qué comerá, qué régimen le recomienda el discutible sistema BIOTONUS. Averiguaré mañana con mi diététicienne.

Pág. 83 Noche inenarrable: aparte de tos y mucosidad bronquial, esofaguitis aguda y para rematar un dolor de muelas infernal. Lucha simultánea en tres frentes físicos, aparte de los morales. ¡Por qué sobran tus frentes, mon Dieu, si uno es ya intolerable! Alguna ventaja obtuve de mi doloroso desvelo, pues divisé de mi terraza una espléndida noche de luna llena sobre las crestas nevadas y lago Leman. Retrospectivamente cobro esta ganancia, pues anoche, en plena crisis, ese paisaje lunar me llegaba al hueso. Lo descubrí al fin, pajarito negro negro de pico amarillo amarillo que se come mis uvas que dejo en la terraza, excluyendo pepas y ollejo, como yo.

---------------La palomita de ojos naranja viene a la terraza por su ración. Esta vez le doy solo un pedazo de tostada, ¡glotona!

Pág. 87 Vinos extranjeros: 4 Bd. Malesherbes. ----------------Un buen cammenbert = soneto de Ronsard. ---------------Se le veía enano, como un árbitro en una final de basquet URSSYugoslavia. ---------------Verdes aproximativos de la Costa Verde que veré de mi balcón barranquino. ---------------“Verdes” más aproximativos. Profesor Schwartzenberg a la TV. negándose a atender al criminal de guerra Barbie.

Pág. 88 Desde 50 metros a la redonda una veintena de patos lacustres nadan aceleradamente hacia el cacho de pan que un buen paseante ha lanzado al lago. Pero antes de que lleguen a él, una gaviota pica desde el aire y desaparece llevándose el precioso alimento. Los habitantes del hotel acostumbran a poner pedazos de pan o tostadas en los balcones a la hora del desayuno. Ello origina un revoloteo de gaviotas que van y vienen del lago al hotel nadando estrepitosamente y disputándose la pitanza. En las aguas del lago, los patos que no vuelan, miran el espectáculo con resignación e ironía.

Pág. 89 Las cuatro viejitas centenarias, del brazo, con sus abrigos de piel. Me cruzo nuevamente con ellas, deben estar alojadas en un hotel de Glion. Siempre muy sonrientes y parlanchinas y andariegas. Hace unos días sentí unas risas y al levantar la cabeza vi a las cuatro viejitas en el borde de un altísimo promontorio, al cual no sé cómo habían subido, tal vez jalándose unas a otras. Reían de su proeza como unas muchachitas.

El amor llevado hasta el extremo de la identificación vestimentaria: La parejita que vi en el malecón florido: Su única diferencia es la talla, al punto que dada la altura de el y la pequeñez de ella, me pasó por la mente una imagen obscena.

Camisa de seda color turquesa. Jean crema. Zapatillas azules.

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Pág. 84 ….eléctrica no a mano), que ha sido desmembrada o deshilvanada a raíz de mi última enfermedad. Como decía al comienzo de este diario suizo, esforzarme en buscar nuevos hábitos o estrategias de escritura. Autrement, je suis perdu.

Pág. 85 No soy más que un poco de mierda olvidada en los aposentos de un palacio.

Ayer, en el comedor de la clínica, escena entre mi vecina de cama y el griego, nuevo paciente o cliente. Recordar diálogos. Su media cara.

El dr. Cohen, en vísperas de mi partida, me anuncia que tengo sangre en la orina, incluso en la aparentemente normal o transparente, y que me debo someter a tres exámenes: urografía, cistoscopia y biopsia a los riñones. Le respondo que lo haré en París. Me dijo que no olvide de hacerlo. Punto. Cuando se va quedo un momento preocupado y me pregunto: aparte del cáncer al estómago, de la tuberculosis pulmonar —pruebas ya superadas—, ¿qué nueva enfermedad me prepara ahora “el diosecillo de aceradas flechas”?

A un marino peruano que sufría de la misma deformación, a raíz de un accidente, le llamaban CACHETADA DEL DIABLO.

+

Pág. 86 La “Dama esquelética”: no sufre de SIDA, de cáncer, de tuberculosis u otra grave enfermedad de naturaleza infecciosa o en todo caso física. Sufre de anorexia, es decir, del rechazo de toda forma de alimento, por causas de origen sicológico. Yo sabía de la existencia de esta enfermedad mental, pero ignoraba que sus víctimas podían llegar a casos de flacura insoportables y sobrevivir a ella. La enfermera que me informó sobre su caso me dijo que era alimentada por perfusión (suero) y que a veces comía solo un poco de helados. Le pregunto si con ese régimen puede seguir viviendo y me responde con esta frase inconclusa: “Oui, mais il arrive un moment….”.

+ Observando el sistema de propulsión de los patos lacustres: 1- Las patas extendidas hacia atrás (y no a mitad del cuerpo o hacia adelante, como yo creía). 2- Mueve una pata y luego otra, nunca las dos juntas. 3- Para voltear mueve solo una pata y la otra se mantiene inmóvil. 4- Si se trata de un giro más pronunciado, la pata inmóvil adopta una posición vertical, como el “timón” de una lancha. Pata que se mueve. Pata fija y vertical.

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Pรกgina siguiente Pareja en el malecรณn. (Gringote pelucรณn enamorando a una nativa).

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PERSONAJES

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Esta página Muchacha en el malecón, pensativa. Heladero D’Onofrio. Página siguiente Amigo leyéndole el periódico a otro en el malecón.

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PERSONAJES

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Esta página Parejita discutiendo en el malecón de Barranco. Página siguiente Amigos contándose chistes. Parque Barranco 92. Convenciéndolo.

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PERSONAJES

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Esta pรกgina Tablista rumbo al mar. Pรกgina siguiente Solitario poeta leyendo.

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AGRADECIMIENTOS Alida de Ribeyro Julio Ramón Ribeyro Cordero Jorge Piqueras Christina Graves Jorge Coaguila Beyker Bances Milena de la Puente Gonzalo de la puente Lucy de Ribeyro Elizabeth Dulanto de Miró Quesada Óscar Quezada Macchiavello Giancarlo Carbone Rosa María Melero CRÉDITOS Dirección Editorial Adriana Miró Quesada Diseño gráfico Te Mata Diagramación Fernando Aliaga Asistencia gráfica Alexandra Carcausto, Paula Virreira Corrección y leyendas Mariano Orosco Coordinación editorial Dolca Velarde Preprensa y coordinación de imprenta Óscar Chaca Coordinador de Retoque digital Javier Neyra Retoque digital Jonathan Fernández


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