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Bajo el signo de Marte

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Paris

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La guerra de Ucrania ha marcado un año ominoso para Europa, que ha constatado su fragilidad energética y dado pasos atrás en su esfuerzo por enfrentarse a la crisis climática. Tras dos años de pandemia, el debilitamiento de las redes logísticas ha obligado a redimensionar la globalización, y la fractura geopolítica creada por el conflicto ha reducido aún más el comercio y la prosperidad. Como ha señalado Emmanuel Macron, «la era de la abundancia ha terminado». Este declive, que se acentúa ahora pero comenzó con la crisis de 2008, y que ha estado en el origen del surgimiento de movimientos populistas en el continente, afecta de manera más dramática a buena parte de África, donde la crisis alimentaria se ha sumado a la explosión demográfica para provocar flujos migratorios incontenibles. América ha tenido sus propios problemas, con la inestabilidad política y económica de Latinoamérica y la profunda división social en Estados Unidos, que todavía no se recuperan del impacto de la presidencia de Trump, mientras en Asia China ha experimentado un menor crecimiento como consecuencia en parte de su aislamiento para intentar infructuosamente controlar la covid-19 y la India ha abordado su auge poblacional con políticas étnica y religiosamente divisivas.

España ha sufrido también un incremento de la fractura social y una erosión de las instituciones, con un descrédito de la política que no ha aliviado la celebración en Madrid de una cumbre de la OTAN, un aumento de la desigualdad que se ha procurado abordar mediante la solidaridad de una Unión Europea que a través de los fondos ha neutralizado parcialmente la deuda, y una ruptura del pacto generacional que perjudica gravemente a los jóvenes, que se enfrentan a un mercado laboral esclerótico, a unas estructuras educativas deterioradas y al menosprecio del mérito y el esfuerzo. Esas viejas virtudes parecen haberse refugiado en el territorio del deporte, donde el país ha podido celebrar con orgullo los éxitos de sus tenistas, los 22 títulos del veterano Rafael Nadal y el primer puesto en el ranking del joven Carlos Alcaraz, y ha visto surgir con alegría el fútbol femenino, donde el Balón de Oro de Alexia Putellas la ha convertido en una referencia de excelencia. Y pese a sus actuales tribulaciones, el país conserva una bien tejida trama de vínculos familiares y sociales que son fuente de apoyo mutuo, y un patrimonio urbano y paisajístico que lo hacen más habitable, por más que a todos inquiete el despoblamiento interior que ha sido protagonista de las mejores películas del año.

En un año que vio las desapariciones de Gorbachov, Isabel II, Pelé y Benedicto XVI, nuestra propia historia sufrió la pérdida de Jonathan Brown y John Elliott, mientras los arquitectos lamentábamos la muerte de Ricardo Bofill o Arata Isozaki y celebrábamos el Pritzker de Francis Kéré, el Princesa de Asturias a Shigeru Ban o el doble galardón español de Carme Pinós. Pero más allá de premios y pérdidas, más allá de la devastación física y social de esa Ucrania que ha monopolizado las pantallas, y más allá incluso de las guerras olvidadas de Etiopía, Yemen, Siria, el Congo o el Sahel, este año de estíos extremos e inviernos inclementes ha estado señalado por un cúmulo de noticias científicas que abren ventanas de esperanza. Las imágenes extraordinarias obtenidas por el telescopio espacial James Webb o la primera representación de un agujero negro inauguran una era en la astronomía, mientras se prepara el viaje a Marte y se ensaya el impacto en un aerolito para proteger a la humanidad de una catástrofe, y mientras los resultados en el terreno de la inteligencia artificial, la computación cuántica o la fusión nuclear delinean futuros inéditos. Estamos viviendo un tiempo bajo el signo del dios de la guerra, pero no dejamos de mirar hacia arriba, hasta el planeta Marte y más allá.

The war in Ukraine has marked an ominous year for Europe, which has felt its energy fragility and lost ground in its effort to face the climate crisis. After the pandemic, globalization has receded, and the geopolitical fracture caused by the conflict has reduced commerce and prosperity even further. As Emmanuel Macron has pointed out, “the era of abundance is over.” This decline has triggered populism in Europe and provoked uncontainable migration flows from Africa, a continent in the midst of a food crisis and a demographic boom. America has suffered its own problems, with the political and economic instability of Latin America and the deep social conflict in the United States, still recovering from the impact of Trump’s presidency, while in Asia China has experienced a lower growth partly as a consequence of its zero-Covid strategy, and India has tackled its population explosion with ethnically and religiously divisive policies.

Spain has also suffered a deepening of the social fracture and the erosion of its institutions, with a discrediting of politics that the NATO summit in Madrid did not help alleviate, an increase in inequality that has been addressed through the solidarity of the European Union, and a gray panorama that affects the young, who face a sclerotic job market, a deteriorated education, and the contempt for merit. This old virtue seems to have found shelter in the field of sports, where the country has celebrated with pride the success of its tennis players, the veteran Rafael Nadal and the young Carlos Alcaraz, and has seen the rise of women’s football, where the Golden Ball for Alexia Putellas has turned her into a symbol of excellence. And despite current troubles, the country preserves a well-knit fabric of family and social ties that provide support, and an urban and natural heritage that make it more inhabitable, even though rural depopulation remains a major concern.

In a year that saw the disappearances of Gorbachov, Queen Elizabeth II, Pelé, and Benedict XVI, Spain suffered the loss of Jonathan Brown and John Elliott, while architects mourned Ricardo Bofill or Arata Isozaki and celebrated the Pritzker of Francis Kéré, the Princess of Asturias Prize to Shigeru Ban or the double Spanish award of Carme Pinós. But beyond distinctions and disappearances, beyond the devastation of Ukraine, and even beyond the many forgotten wars of the world, this year has also been marked by scientific events that open windows of hope. The images taken by the James Webb or the first representation of a black hole inaugurate an era for astronomy, while the journey to Mars is in preparation and rehearsals on the impact of asteroids are carried out to protect humankind, and while the results in AI, quantum computing or nuclear fusion outline new futures. We are living under the sign of the god of war, but continue looking up, to planet Mars and beyond.

Architecture

Solid Tradition

Küppersmühle Museum by Herzog & de Meuron

Lyric Ceramic

Z33 House by Francesca Torzo

Global Theater

Taipei Performing Arts Center by OMA

Deep Cut

Jinyun Quarries by DnA

Building on Buildings

Paredes-Saavedra House by Tuñón y Albornoz

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