Revista Corpus Litterarum Séptima Edición

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Número 07

mayo 2014

La revista literaria de las Nuevas Voces

POESÍA • CUENTO • ENSAYO

ENSAYO

NADA

Giselle Bermudez

TRIVIA

Curiosidades Literarias

Carlos Vázquez Cruz

entrevista

Libros

NUEVOS


¡H

EDITORIAL

ola a todos! Nos disculpamos con el corazón en la mano con los que creyeron que no volvíamos. Aún poniendo en esto todo el esfuerzo, y a veces más, regresamos. También los hemos extrañado a ustedes. Les aseguramos que esta edición de verano valdrá la pena la espera. Bueno, séptima edición. Pasamos la barrera del primer año, y todo gracias a ustedes. Agradecemos a los que se dieron cita en nuestra actividad de aniversario, nuestra primera vez en verlos a muchos de ustedes; fue una experiencia maravillosa compartir las letras, la picadera y las risas. Esperamos que se apunten para la siguiente actividad. En esta edición, les traemos las acostumbradas selecciones de cuentos, poemas y ensayos. Incluimos la entrevista que le hicimos a Carlos Vázquez Cruz, autor de la colección de cuentos Malacostumbrismo, que nos regaló una velada encantadora. Les traigo una reseña del libro desglace, del poeta mexicano Jorge Posada, que tuve el honor de conocer durante el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico. En la sección Desde el escritorio, les presentamos un cuento por E. J. Nieves. Y, además, algo muy especial: Editorial Corpus, ese pequeño proyecto editorial que se estrenó con la publicación de mis Bagatelas, las Miradas de balcón de Julio A. García Rosado y La investigación de la muerte de Rosalía de la Paz de E. J, ha dado otro gran paso. A finales de este año, presentaremos bajo nuestro sello, el libro de Carmen R. Marín, Cosmogonías y otras sales. Saldrá a luz durante el Festival del Libro Independiente y Alternativo. Nos emociona emprender la ruta hacia convertirnos en una editorial independiente de la mano de una autora tan maravillosa. Junto con este libro se acercan muchos cambios positivos que les estaremos avisando cuando se hayan concretado. Les agradecemos, lectores, por la paciencia y por siempre recordarnos por qué hacemos lo que hacemos. Gracias a los colaboradores, por sus voces. Gracias al resto del equipo. Gracias a Carlos Vázquez Cruz y, de modo especial, a Carmen R. Marín por creer en esta editorial recién nacida. Prometemos dar lo mejor y emplear todo nuestro esfuerzo al servicio de su libro, para recompensar la fe que nos ha brindado junto con su talento. Con ustedes, desde los cayos de nuestras manos y el amor de nuestros corazones, la Séptima Edición (¡wow séptima!) de Corpus Litterarum: la Revista de las Nuevas Voces. Sandra Beatriz Valentín Medina, Editora

Editores Editor y Diseñador Gráfico Editor y Relaciones Públicas Diseñador de Medios Web Investigación

E. J. NIEVES SANDRA B. VALENTÍN MEDINA JULIO A. GARCÍA ROSADO RAYMOND P. MELÉNDEZ-MIRANDA E. J. NIEVES SANDRA B. VALENTÍN MEDINA

es una revista que tiene como fin proveer un espacio de publicación para la producción literaria de las nuevas voces, tanto de estudiantes universitarios como también del público general que desean darse a conocer en el mundo literario. PUEDE ENVIARNOS SUS PREGUNTAS Y COMENTARIOS A: Email: revistacorpuslitterarum@gmail.com Blog: www.corpuslitterarum.weebly.com

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12 especial de corpus entrevista

Reescribiendo mitos con Carlos Vázquez Cruz

E.J. Nieves, Raymond P. Miranda, Sandra B. Valentín Medina

ensayo Nada

Giselle Bermudez

desde el escritorio Esta mañana

E. J. Nieves

Reseña

«desglace» de Jorge Posada Sandra B. Valentín Medina

secciones

Trivia: Curiosidades literarias Libros: Lo nuevo en vitrinas

cuentos La semana que viene

Luis A. Rodríguez Cruz

Fin de la espera

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Alexis G. Pedraza Díaz

Desconexión

Luis Cintrón

El ruido del bostezo del pueblo

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Jeffrey Ramos

El Río Grande en Yuíza Cyn Obé

poemas 4 6 7 8 10

Ave Fénix

Bienvenido Vega

Tiempo

Ricardo A. Vega

IX

Cyn Obé

Convergencia

Betzabeth Pagán

Palabras calladas Amalia Avilés

Hay que tener ganas Zulma Oliveras Vega

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La semana que viene Luis Alexis Rodríguez Cruz —Señora, señora; tengo los plátanos a noventa chavos. ¡Aproveche! ¡Coja pa’ acá! —le gritó Pedro, con entusiasmo, una sonrisa perlada, los ojos negros y llamativos a una doña que se encontraba mirando las verduras del quiosco de al lado. La mujer miró y sonrió, haciendo un ademán de querer comprarle, pero optó por pagarle uno con veinticinco al compatriota puertorriqueño. Eso no le cambió las expresiones a Pedro, al contrario, continuó promocionando sus precios y viandas a viva voz con su peculiar acento dominicano. Por cierto, el único quisqueyano en la Plaza del Mercado de Río Piedras. El «dominiqui», así le decían a ese negro de seis pies, calvo y de nariz afrocaribeña. 4

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—Bori, bori, ¿cómo tú estás? —saludó a don Javier, un taxista del área metro, fiel cliente de Pedro. —To’ bien, mijo, ¿y tú? —respondió el viejo, de pelo grisáceo (escondido bajo la boina color mostaza), bigote espeso y barriga de cervecero. Le cambió el semblante pálido mientras palpaba los aguacates. —¡Oye, estos están grandecitos! —le dijo a don a Pedro con cara de niño sorprendido mientras sostenía el aguacate en la mano izquierda como si fuese un trofeo. —Son del patio de mi casa, allá en Puerta de Tierra. —¡Ajá! Parece mentira... Doña Ruti vendiendo aguacates de la república y tú del suelo borincano. Ambos se echaron a reír. Tuvieron que alzar el


volumen de las risas, pues el mercado estaba lleno en pleno mediodía; la mayoría viejos, uno que otro cuarentón y vecinos del área. Pedro pesó tres aguacates, dos plátanos verdes y uno amarillo, una mano de guineos y la mitad de una calabaza. —Me hizo muy feliz que la señora saliera inocente en el caso —le dijo don Javier a Pedro mientras intentaba sacar los billetes de uno de su cartera maltratada. —¡Gracias a Dios! Son seis cincuenta, don. —¿Na’más? —Usted sabe cómo es. —¿Tú sabes qué...? —comenzó a decirle el viejito riopedrense con mirada y tono serios, acercándose

un tanto a Pedro, como queriendo decir un secreto—. Si la comunidad no hubiese estado tan presente como lo estuvo en los medios y, este... Tú sabes, haciéndose sentir y creando... Ay, creando… —¿Conciencia? —dijo Pedro como niñito que corrige al maestro. —¡Exacto, exacto! Si la comunidad dominicana no hubiese creado esa conciencia o si no hubiese gritado la verdad; o sea, que aquí la gente y el gobierno los echan a un lado, quizás esa señora estuviese presa ahora mismo. Pedro asintió con una sonrisa y miró al cliente de oro con gratitud, como a alguien que estaba de su lado. Bueno, no de su lado, sino del lado de lo justo. El propietario del quiosco más pequeño de la Plaza del Mercado le entregó a Don Javier lo que este compró, no antes de haberle dado las gracias. El señor tomó el bolso con las dos manos, lo dejó balancearse frente a él y, mirando a Pedro a los ojos, le preguntó: —¿Tú te has sentido marginado, mijo? ¿Eres feliz aquí? —Yo creo que me marginan más por negro que por dominicano —evadió Pedro entre carcajadas—. Óigame, don, yo no estoy pendiente a eso. Yo me tiré pa’ Puerto Rico pa’ trabajar, pa’ mandarle unos cuantos pesos allá a mi vieja. No ha sido lo que yo pensé, ¿pero qué vamo’ a hacer? —Total, tanto que nos las echamos los boricuas y somos chatarra. —Don Javier alzó los hombros, cambió la mirada diagonalmente e hizo un ademán de vergüenza—. La economía se encogió cuatro por ciento, lo que por el contrario, creció la de Dominicana. Ah, este, yo a veces no entiendo por qué la gente aquí mira al negro como si fuese cosa rara… El vendedor de hortalizas asintió sonriendo como respuesta a la digresión del viejo. —¡Sí, bendito, nosotros somos más satos que Debbie! —¿Quién es Debbie? —La perrita sata salchicha-puddle epiléptica de mi mujer —respondió el viejo picarón, poseedor de un buen sentido del humor. Pedro se disfrutó cada momentito con don Javier; le recordaba a su difunto abuelo. No se acercaron clientes; la gente pasaba y pasaba. El quiosco parecía haberse tornado transparente. A Pedro no le importó mucho; no era ostentoso. Era feliz con lo poco que tenía, aunque su felicidad real estaba al otro lado del Canal de la Mona, de donde se fue para encontrar un «mejor porvenir». —A veces es mejor morir de hambre en la patria que de soledad y tristeza en tierra ajena —añadió, filosófico, don Javier. —A mí no me queda mucho tiempo aquí, ya mismo me voy. —¿Ajá? —Sí, don. Ya prontito me voy. Mire qué cosa... Llegué en yola y me voy en avión. —Rió con ironía. —¿Y cuándo te vas? —La semana que viene. Corpus Litterarum

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Fin de la espera Alexis G. Pedraza Díaz

El turno había cambiado. Ya era poco más de las 7:00 de la mañana, y el enfermero con el que tanto se había encariñado pasó a verla tan pronto entró, tal como lo venía haciendo desde aquel día que llegó al asilo seis meses atrás. Llegó con un cupcake de Red Velvet cubierto de frosting de queso crema, con velita encendida incluida; y comenzó a cantarle HappyBirthday, imitando a la Marilyn cuando le cantó al presidente, con tonito sensual y todo. Al observar la silueta borrosa del joven remeneando las caderas lentamente pero con sabrosura, se acordó de su juventud y sonrió con nostalgia. Aquellas caderas que Fico tanto le celebraba y le fascinaba ver cómo se tongoneaban cuando bailaban salsa los sábados en la noche en El Nuevo Xanadú en Cataño, con la música de la Orquesta de César Concepción sonando en la vellonera. Las mismas caderas que se habían paralizado con su abandono, cincuenta años atrás, para fugarse con aquella americana que había quedado forrada de chavos tras la muerte del marido treinta años mayor que ella, y con la que se casó poco menos de un año después. Ahora todos lo llamaban don Federico Sotomayor, pues Fico no sonaba bien para un hombre que ahora tenía tanta clase y que aparecía a menudo en las páginas sociales. ¡Qué ironía! Con ella nunca había querido casarse porque supuestamente no creía en el matrimonio, y a ellos el papelito no les hacía falta para ser felices. —Feliz cumpleaños, Mela. Mamita, son ochenta, y no pueden pasar por debajo de la mesa. Hay que celebrar —dijo el enfermero dándole un beso en la frente, seguido de un fuerte apretón. Ella volvió a sonreír. —Gracias, mijo. ¿Me trajiste el periódico? —preguntó ella con dificultad mientras se aflojaba un poco la máscara del oxígeno. —Sí, mami, pero cógelo con calma. Vamos a comer6

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nos el bizcochito primero. Mira que tú estás malita y no sabemos si este es el último cumpleaños que te celebramos. Además, esa manía tuya con las esquelas. Voy ahora, chica. Aquello era una especie de ritual desde el primer día. Todos los días él tenía que encargarse de traerle el periódico y leerle las esquelas, sin importar el turno que trabajara. Si era el de 11:00 de la noche a 7:00 ella lo esperaba despierta. Ya su vista casi no funcionaba, ni siquiera con los gruesos espejuelos que a veces usaba. Además, él era el único que la complacía. Los demás siempre le contestaban que estaban demasiado ocupados. Él se limpió el frosting de los labios y agarró el periódico. —Dale, mami. Empiezo —comenzó a leer—: «Lucía María Domínguez, viuda de Torrecillas, 19202012. Augusto Torres Soto, 1940-2012. Federico Sotomayor Fernández, 1927-1912»—. A ella se le agitó la respiración; le apretó la mano y lo miró. —¿Qué fue, mamita? ¿Estás bien? —Ya está bien, mi’jo, no sigas. Quiero dormir un rato. —Yo te veo como agitaíta. Déjame cogerte la presión, mamita. ¿Conocías a alguno de esos difuntos; eso es? Vengo ahora, déjame buscarte un vasito de agua. Fico se había ido. Pasaron por su mente los ocho años que habían vivido juntos, como si fuera una película. Los poco más de cincuenta años que había pasado esperando confiada en que algún día regresaría ahora se sentían como un instante. Ya no había por qué esperar. Ya sabía que no volvería. Cerró los ojos y se fue en un sueño profundo del cual sabía que ya no despertaría. Ya no tenía motivos para hacerlo. La espera había terminado.


Desconexión Luis Cintrón Vio en el suelo la piel mudada de un cuerpo borracho que yacía recostado en el mueble con el celular sobre su estómago. El eco de los ronquidos del cuerpo entorpecía el coraje que aún permanecía vestido con su armadura. Hacía seis horas, habían revivido lo que durante meses se había tornado en costumbre: reyertas, vajillas incompletas, paredes desesperanzadas, entre otros asuntos. Ella se acercó y la curiosidad la llevó a revisar el celular. Encontró cuatro mensajes de texto de una tal Faenna. Mensajes que evidenciaban la noche que quería tener: «arrancarle los labios, deshilar cada poro de su piel». Ella comenzó a llorar, pero en breves momentos desintegró el malestar y caminó anestesiada, arrastrando los pies, hasta la cocina. Cogió el palo de escoba y casi flotó hasta el cuerpo borracho y se lo sembró sobre el rostro. Él brincó con la nariz hecha escorrentías de fango rojizo; recibió dos y tres golpes más antes del próximo, el mortal. El cuarto golpe lo conectó por el lado derecho de la sien. Él perdió el ba-

lance que le quedaba y, con la parte trasera de la cabeza, enterró los latidos sobre el zócalo de la pared. Ella le gritó, lo pateó, brincó sobre el charco de sangre con olor a alcohol inocente que brotaba desde su oprimida tranquilidad que con el palo de escoba había causado. Caminó de manera insensata, dando vueltas por la sala, hasta que el celular sonó: —¡Hello! —Perdona la hora, Miriam, es Len. Estaba buscando mi celular y parece que Marlon se llevó el mío sin querer cuando salimos del billar. Dile por favor que mañana pasaré a buscarlo. De nuevo, perdona la hora, que descanses. —Pero, pero Len... ¡¿Este celular es tuyo?! —Sí...

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El ruido del bostezo del pueblo Jeffrey Ramos «Hufff…», suspiré desganadamente. Aquí de nuevo. Si solo pudiéramos seguir haciendo nuestro trabajo sin pausas innecesarias. Especialmente, si ya sabemos lo que tenemos que hacer. Pero pues… ¿Qué se puede hacer? Aquí viene… «Ciudadanos y ciudadanas, hermanos y hermanas, compatriotas de ¡Slerrp!». «¡Pffft!». Solté un poco de risa involuntaria. ¿Es en serio que cometió un error? ¿Tan rápido? Comoquiera tengo que mantener la risa bajo correa, o si no, no salgo de aquí. «Estoy aquí reunido con todos ustedes en esta tarde con el propósito de comunicarles en detalle sobre la ¡Oughk...!». ¡¿Pero qué dia…?! «La tormenta que se avecina a nuestro querido pueblo... Una terrible situación que represente una amenaza para nuestros Heaphhhhh…. Fuuuuuhhhh… Y por lo tanto, para nuestra ¡Hiff!». ¡¿Otra vez?! No puede ser. Miré apuradamente hacia la izquierda, buscando algo con la capacidad de producir esos ruidos raros. Al final de la fila de asientos del ala izquierda, los tres policías uniformados de cuero blanco, que siempre se paran en la esquina, estaban en posición. Armados como siempre con pistolas en mano, abrazadas con ambos brazos y con amor, puestas frente a sus pelvis sugestivamente. Esto último

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es algo que siempre me llena de felicidad frívola en estas reuniones. Ellos estaban callados, rectos, con caras impasibles, y nada en su estructura corporal se acercaba a ser capaz de emanar esos sonidos. Me viré hacia la derecha, moviendo mi margen de visión gradualmente desde el hombre con apariencia gruñona sentado a mi lado hasta el segundo grupo de guardias al extremo de mi fila, y no había nada. Me levanté un poco de la silla para torcer mi columna vertebral y explorar cada vertiente, cada ángulo irregular de la parte posterior de la sala. De la nada siento que una voz profunda me toca el hombro: «¡Eh...!». Y al regresar con las manos vacías de mi viaje exploratorio a la parte de atrás del salón de conferencia, encuentro uno de los guardias frente a frente. Este mueve la cabeza hacia atrás exclamando en silencio mediante gestos de seriedad: «¡Pendiente!».


«Disculpe», le dije, embarazoso. Y mi mirada se trancó de nuevo en el anunciador como una nevera, propensa a abrirse a cualquier hora del día, especialmente si la familia tiene hambre o si los ruidos esos siguen chavando. «Tenemos que unirnos. Unirnos para Trrrrac y Tic. ¡De esta manera podemos luchar!». Sin pensarlo, planté los ojos en el piso para intentar engañar al fabricante del sonido. De ahí zarpé desesperado hacia ambos lados con la vista, solo para chocar con otro intento de 360 grados, otro intento de vuelta a la línea de comienzo del círculo, y sin concepción de lo que estaba ocurriendo. Me rindo. «¡Tenemos la capacidad! ¡Tenemos la fuerza! ¡Sin límites más allá de nosotros mismos! Con las virtudes como nuestros sabuesos podemos surgir y llevar a nuestros enemigos. ¡Rrreaghh! a la ¡FRUGH!». Y, oficialmente, estoy escuchando voces extranjeras entre los surcos de mí ser… «¡¿Quiénes somos?!». «¡Sleeerrrp!», exclamó la audiencia y ni siquiera logré entender lo que dijeron gracias a las voces. Hasta mi respuesta en voz alta, o mejor dicho, a gritos ensordecedores, quedó inaudible y fusionado a ellas. «¡¿Y quiénes son ellos!?».

«¡Oughk… Oughk!». Y la contestación de la muchedumbre fue seguida por un reino imponente de aplausos mientras la gente se levantaba de las sillas en pares sincronizados. De esta forma la cuarta manifestación semanal con la comunidad finalizó y las masas empezaron a irse. Levitando de un rostro a otro, notaba que muchas personas estaban sonrojadas. Otras estaban sudando con facciones nerviosas complementadas por un temblequeo rítmico. Las mujeres frente a mí parecían tigres preparándose para destrozar a su presa, o hasta cazadores profesionales, ya que la furia facial venía emparejada con una sonrisa. ¿Porque están así? Digo… Además de que probablemente estoy loco, yo estoy bien… ¿Que habrá pasado? Muchos tratan de perderse en algo que, al parecer, está más abajo del suelo. Debería intentar algo. Tal vez debería ayu-¡Bomp! Me tocaron la espalda, simultáneo al sonido. «Chico, ¿todo bien?». Y a mi lado apareció una figura conocida. «¡Eh! ¡Marco! ¿Como estas?». «¿Todo bien verdad, chico?». «¡Sí! ¡Súper bien! De vuelta a la lucha». «Ah sí, te entiendo. Estamos en las mismas entonces. ¿Estás listo, al menos?». «Más o menos. ¿Qué cosa tenemos que matar esta vez?».

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El Río Grande en Yuiza Cyn Obé Cuenta la leyenda que a orillas del Río Grande se escucha una mujer cantando, o lo que parece ser, recitando versos entre risas. Solo asusta a los transeúntes que toma por sorpresa. Los locales la apodaron Loaiza, Loíza o Yuíza, como la cacica que derramó su sangre defendiendo su amado Río Cayrabón, hoy el Río Grande. La leyenda comienza describiendo 1o que fue la vida de aquella mujer sufrida... Yuíza fue una mujer miserable. Llevaba muchos años casada con un hombre igualmente miserable. Nunca nadie, la gente, el pueblo, se valió de ponerle nombre a ese hombre; no lo merecía. Yuíza pasaba los días cumpliendo los deseos de su hastiado marido; atenta a su ropa, su comida y a que el hogar luciera siempre impecable. Después de todo, ese era el papel de una mujer casada; al menos, era lo que la sociedad esperaba de ella. Entre las cosas que la atormentaban estaba no haber procreado un hijo para su esposo. Siempre tuvo la esperanza de verse madre, más aún, hacerlo padre. Nunca quisieron averiguar porque no podía procrear. Él siempre la culpo a ella; ella no lo refutaba. Sin duda era una de las razones principales de su angustia. Aquel hombre pasaba todo el día en el trabajo; decían que era albañil, otros que trabajaba la tierra. Lo único en que estaban todos de acuerdo era que nunca paraba de hablar mal de su esposa y de los ovarios podridos que le imposibilitaban el único deseo de cualquier hombre: tener herederos. Yuíza no salía casi al pueblo pues sabía lo que hablaba su marido y la manera en que la atormentaban las miradas cuando se atrevía. Sentía que su vida tenía un propósito que no había alcanzado. Amaba al esposo; eso creía. Quería ser madre, pero dominaba en sus entrañas el deseo intenso de ser libre, ser otra, partir y nadar el ancho mar. Dice la leyenda que, una tarde, quiso sentir el tibio sol en la piel, el cabello libre en el viento, respirar por un momento el aire fresco de un otoño en su isla. En su paseo se topó con un poemario de Julia de Burgos. Cómo se dio el encuentro varía de acuerdo a quien lo narre, pero el impacto que dicho libro provocaría en ella sería ineludible. Al culminar el paseo, regresó a la casa, contenta de haber inhalado del oxigeno de 10

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libertad, y de sentir en las piernas el cansancio de una caminata sin restricciones. Su felicidad fue de corta duración pues en la casa la esperaba el marido, hambriento y de muy mal humor. —Que lo único que tienes que hacer es asegurarte que yo tenga mi casa limpia, mi ropa limpia y que tenga mi plato de comida en la mesa cuando llegue de arduamente ganarnos el pan —le reprochó—. Y tú ni para eso sirves. Intentando remediar el aparente error, Yuíza tiró a un lado el libro y, rápidamente, se metió a la cocina. Pidió perdón y le reafirmó tener razón, intentando apaciguar la ira del hombre. Después de todo, él siempre tenía la razón. Como buena ama de casa sirvió la comida con bastante ligereza, limpió la cocina y preparó la tina con agua caliente y espuma para que el marido trabajador pudiera liberar la tensión con un rico baño caliente. Sin conciliar el sueño, Yuíza se escurrió de la cama y buscó el libro que había tirado. Salió al balcón. Disfrutó los coquíes, saboreó aquel clima de otoño y aprovechó la luz de luna para comenzar a leer. Tú eres de tu marido, de tu amo; yo no; yo de nadie, o de todos, porque a todos, a todos en mi limpio sentir y en mi pensar me doy. Un escalofrío violento la dejó sin aliento; estaba convencida de que Julia le habló, que escribió aquello para ella. La leyenda dice que Yuíza, o Yoiza o Loíza —recuerden, así la llamaba la gente del pueblo; nunca se supo su nombre real— sentía la libertad hervir en sus adentros. El amor por su marido y el peso de la sociedad la ataban a aquellas cuatro paredes que solo la truncaban. No pudo continuar leyendo; puso el libro a un lado y observó la luna. Cerró los ojos y sintió que la leve brisa que le rozaba las mejillas era un presagio de que su vida no sería la misma. Se adentró en la casa, en la cama con el marido y supo que las cosas jamás serían igual. Tú eres dama casera, resignada sumisa, atada a los prejuicios de los hombres; y no; que yo soy Rocinante corriendo desbocado


Continuó leyendo en el balcón, ahora su cómplice. La lumbrera azul parecía acomodarse solo para ella. El danzar del viento y la armonía misteriosa de los coquíes la acompañaban. Alzaba la vista y miraba al horizonte. Una gran montaña adornaba la lejanía, una tierra que perdía historias, gentes y sus destinos al apreciarse desde aquel diminuto espacio. Creía escuchar el río, sentir el barrunto de humedad de la tierra. Juraba escuchar la voz de Julia misma leyéndole, instándola a perderse en la inmensidad de la naturaleza, a no ser la dama casera que todos creían. Yuíza quería llegar al río, navegarlo, ser una con é1. Una tarde, mientras compartía la cena con el esposo, le pidió que la acompañara al río. El hombre, en tono burlesco, le dijo que no se le había perdido nada allí. Pero ella, sin saber cómo explicar la necesidad que la invadía, la creencia de que Julia le hablaba y su deseo intenso de ser libre y saber que solo se cumpliría cerca de la inmensidad del río, calló y continuó comiendo. En mí no, que en mí manda mi solo corazón mi solo pensamiento; quien manda en mí soy yo. Con una sonrisa de complacencia en el rostro, Yuíza sabía que este era su destino. Que solo ella podía llegar a donde quería. Pudo observar, a través de las lágrimas, que la Luna ya no alumbraba igual. La brisa, esa noche, era distinta; adagio en complicidad de saber que jamás le enredaría el cabello de igual manera, y los coquíes, melancólicos, se despedían de ella. Decidió que, a la mañana siguiente, encontraría el río. Caminaría a él, descubriría su viril naturaleza y penetraría los terrenos de tantos pueblos sin esfuerzo. Ese río que la esperaba detrás de la montaña en el horizonte. Yuíza acurrucó al esposo, le acarició el pelo y le besó la espalda, y sonrió ante los incesantes murmullos airados de su somnoliento amor. La leyenda asegura que lo amaba, aún en su miseria como pareja. Él había sido un galán, gracioso y varonil. En la época de su conquista, un caballero que había prometido llevarla a una vida llena de felicidad, prosperidad y muchos hijos. Sueños pronto marchitos ante su imposibilidad de procrear. Él se perdió en el alcohol y el exceso de trabajo. No

eran prósperos, no eran felices, pero algo más allá de la costumbre los mantenía unidos. Ella, en su alma, sentía que él la amaba; muy a su manera, la amaba. Después de todo siempre regresaba. Le justificaba las peleas y los arrebatos por la frustración de jamás haberse visto padre. Por su culpa, claro, y por el deseo de ahogar la pena en la bebida y los amigos. Ella, por su parte, sentía amarlo también. Aunque miserable, aprisionada y sometida a sus deseos y reproches, estaba segura de que lo amaba. Pero Julia, Julia le habló; y descubrió el deseo de saberse libre y escapar de un cuerpo que no producía, que la aprisionaba. Temprano en la mañana, encontrró el camino a Loíza. Al fin halló el río. Río Grande de Loíza... Azul. Moreno. Rojo Espejo azul, caído pedazo azul de cielo; Allí, ante ella, El más grande de todos nuestros llantos isleños. Y ella, envuelta en el pudor de quien la mira desnuda por primera vez, se emocionó; estiró los brazos y... Esta parte de la leyenda nunca ha estado clara. Unos dicen que se convirtió en ave, otros aseguran que se ahogó, y unos cuantos soñadores, —como yo— dicen con certeza que, simplemente, se volvió parte del río. Se estrechó desde San Lorenzo, Gurabo, Trujillo Alto, Canóvanas, Carolina... hasta llegar a Loíza. Allí se diluyó en el vasto mar que se adentraba en la confluencia entre el salado horizonte sin fronteras y el dulce sangrado de la isla. En lo que todos concuerdan es que aún se le escucha riendo a carcajadas. Especialmente, algunas mujeres aseguran escucharla recitar en el viento. Ya definido mi rumbo en el presente, me sentí brote de todos los suelos de la tierra, de los suelos sin historia, de los suelos sin porvenir, del suelo siempre suelo sin orillas de todos los hombres y de todas las épocas. (en el orden según citados) A Julia de Burgos Río Grande de Loíza Yo misma fui mi ruta Corpus Litterarum

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ENTREVISTA Por E.J. Nieves Sandra B. Valentín Medina Raymond P. Meléndez Miranda Carlos Vázquez Cruz es de San Lorenzo. Se graduó de la Universidad de Puerto Rico con bachillerato en Educación Secundaria en Español. Luego estudió Escritura Creativa en Español en NYU. Fue miembro del colectivo literario El Sótano 00931 (2001). Es conocido por su trabajos Inimaginado (2003), 8% de deskuentos (2006) Dos centímetros de mar (2008) Sencilla mente (2010) y Malacostumbrismo (20012). Sandra B.: Sabemos que escribes tanto cuentos, poemas y ensayos. ¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Es distinto para con cada género? Carlos Vázquez: Primero, el proceso de escritura es «procesos de escrituras», porque si uno se repitiese como escritor, las cosas fuesen fáciles. El caso es que nuestras preguntas son distintas y, a veces, lo que queremos escribir nos exige un género. Uno no sabe cuál es el género por el cual se opta hasta que comienza el proceso. Pero sí es distinto. Hay gente que dice que escribe todos los días, que está cuatro horas al día escribiendo; yo no soy así. Mi preocupación mayor es trabajar como todo el mundo trabaja, vivir como todo el mundo vive para poder escribir las cosas que la gente común puede entender porque soy una persona común. Mi principal trabajo como escritor es leer, como dice Diamela Eltit: «No es pensable un escritor sin lectura». Y eso es cierto; uno se vuelve una máquina de lectura. No estoy hablando de veinticuatro horas con un libro en la mano, sino que, como decía Paulo Freire: «La lectura del mundo y la lectura de la palabra». Hay una lectura de la realidad. Yo no pienso el mundo como otra gente; en esa manera de pensar el mundo estoy pensando el texto de la vida que se abre ante los ojos. Veo una palabra y me muestra otras cosas. Dentro de esas posibilidades de todos los lenguajes es que empiezo a escribir. No es que sea un proceso desorganizado. Quien ve un trabajo artístico, editado, corregido,

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Reescribiendo mitos


Carlos con Vázquez Cruz

sabe que ahí hay un orden, hay unos órdenes posibles. No puedo decir que cada proceso es estándar y que yo te lo pueda marcar con unos hitos que lo hagan fácil de definir. Ahora, cuando me meto a escribir, me vas a ver barbudo porque hay algo, quizás, en esa imagen romántica que te permite adentrarte en el proceso personal. E.J.: A veces, cuando un escritor se dedica a varios géneros literarios, suele preguntársele cuál se le da mejor o cuál le gusta más escribir. ¿Cómo es en tu caso? ¿Piensas que no tienes que elegir entre los géneros? Carlos Vázquez: Bueno, yo te puedo decir cuáles me quedan mejor. A mí la crítica literaria me queda muy, muy bien. La narrativa me queda muy bien, y creo que la poesía me queda menos bien. Sin embargo, no puedo decirte que la poesía me queda mal, porque son búsquedas. Y la poesía me permite crear con la palabra unos elementos, o sea, llegar con ella a unas técnicas, asir unos recursos, pensar y repensar la conceptuación de otra manera. Incluso creo que los momentos más altos de mi narrativa los hace la poesía cuando entra. Yo creo que soy, ante todo, menos poeta. Pero creo que dentro de esa poesía hay unas propuestas de «formas de decir» que son más complejas y que, al menos, enriquecen lo que, precisamente, siento que está perdiendo la poesía puertorriqueña contemporánea. Y son juegos con las formas. No digo que no están. Che Meléndez es una maravilla. Eso lo nutre más en mí una tradición suramericana, lecturas de Juan Gelman, Oliverio Girondo, Néstor Perlongher y otros escritores de los que aquí prácticamente no se habla. Igual que en la narrativa pienso en Macedonio Fernández, Nicolás Peyceré, Severo Sarduy. Me gusta también, por esto, inscribir lo que escribo dentro de toda una tradición. Quizás por eso hay gente que piensa que desencajo más; y es precisamente porque tengo unas lecturas distintas con las que voy a dialogar. Raymond P.: Sabemos que ofreciste recientemente unos talleres literarios, en conjunto con Xavier Varcárcel y Karen Sevilla, a jóvenes que el Departamento de la Familia retira de sus hogares a temprana edad por problemas de violencia en el núcleo familiar. ¿Nos puedes contar sobre esa experiencia? Corpus Litterarum

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Carlos Vázquez: La experiencia fue maravillosa, gracias a los compañeros, al apoyo del Departamento de la Familia, los trabajadores sociales y, obviamente, a los estudiantes, que son a los que me referí primero, y al trabajo con Xavier, con Karen y con Mayra. Mayra fue la que nos convocó; tremendo apoyo. El caso es que yo trabajo mucho la violencia familiar, sobre todo, en mi narrativa. Es una preocupación grande porque el país es la suma de esos individuos y Puerto Rico es la suma de todas esas pequeñas violencias. Por eso es que explota y se catapulta en una agresión que ya aprendemos a justificar, que ya no tenemos ni que ver de una manera solapada, sino que aprendemos a fluir con ella y paseamos; y nuestras preguntas son otras porque nuestras violencias ya están dadas. Hemos aprendido a congeniar con ellas. Entonces, si yo propongo la violencia familiar y lo expongo, por ejemplo, en Malcostumbrismo, para concienciar, ¿de qué manera yo voy a trabajar con las víctimas de esa vio-

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lencia? Creo que la oportunidad de los talleres me ayudó a descentralizar, a romper con el mito de que la inteligencia está en la universidad, de que la propia literatura está en la Universidad. En la medida en que las instituciones aprendan a secuestrar las leyes como hace el Capitolio, a secuestrar el saber como lo hacen las universidades, a secuestrar el dinero como hacen los bancos, nosotros vamos a seguir pensando elitistamente. A mí no me importa la opinión de los otros, sino que me entrego a mis luchas, esas por las cuales opté. Siento que, en la medida en que la palabra se extienda a todas esas personas que puedan acceder al alfabeto —y al que no sepa el alfabeto hay que enseñárselo— todos aprendamos a lidiar con lo que es Puerto Rico como país, porque Puerto Rico va a explotar de una manera u otra. Yo estoy en camino de que Puerto Rico explote por saber y no que explote por no saber. El desconocimiento genera violencia. Pues yo quiero que la gente explote expresándose. Por eso fue una experiencia maravillosa. E.J.: En «Malacostumbrismo» trabajas precisamente eso, las malas costumbres de la sociedad puertorriqueña: la violencia, el abuso físico y sexual, la prostitución, las violaciones, etc. ¿Se trata de un discurso político, una denuncia social o un poco de ambas? Carlos Vázquez: Malacostumbrismo es un proyecto estético, un proyecto social inscrito en una tradición literaria, que es el costumbrismo. Por todas esas cosas es un proyecto político. La persona promedio va a entender «político» como politicopartidista, pero nosotros sabemos que político implica una relación entre todos los elementos que integran la polis. Nosotros no podemos estar... La literatura no puede estar desligada de su momento histórico, aunque la finalidad sea divertir. Ese era el compromiso político del que hablaba Eduardo Galeano en Defensa de la Palabra. Así que, por ejemplo, el primer cuento de Malacostumbrismo empezó gracias a Marta Aponte. Ella me recomendó que enviara un cuento sobre la violencia en América Latina y mandé el primero, La gran familia puertorriqueña, para denunciar que la familia es el núcleo y vamos a

reproducir lo que aprendemos. El segundo cuento, Cómo se pela un huevo, resultó finalista en la primera ronda de un certamen de literatura gay en Canarias, y también me lo pidieron para publicarlo en una antología en España que va a salir próximamente. Entonces, ya seguí elaborando la propuesta. Tiene que ser político el proyecto porque estoy basándome en el costumbrismo en la literatura, estoy empezando con la cita de El gíbaro. Independientemente de aquellas estampas que tenemos en El gíbaro y de aquel costumbrismo también violento que tenía el naturalismo de La charca, aun cuando haya temas parecidos, estamos hablando de otra gente. Esta gente pertenecía a otra escala social, a otro poder adquisitivo, con otra facultad de pronunciarse públicamente, y estaba autorizada por su clase y su profesión. Entonces, ellos estaban escribiendo al otro. Escribían sobre lo que veían del otro. Yo estoy diciendo: «No, yo quiero que, ahora que ese otro tuvo acceso a la escuela, escriba sobre sí mismo». En vez de las costumbres, quiero hablar sobre las malas costumbres. Porque ellos estampaban un costumbrismo generado en el otro. Yo quiero, con el mismo título, plantear que ellos identificaban ese costumbrismo como mala costumbre. Era un juicio de valor sobre la persona que no pertenecía a su escala social. Eso no los eximía de tener sensibilidad o compromiso social en el momento. Ya Zeno Gandía lo diagnosticó; dijo que era un mundo enfermo. Y él, médico al fin, pasó juicio sobre eso. Yo no quise pasar juicio. E.J.: En tu obra narrativa se nota una comparación entre la vida en el campo y la vida en la ciudad. En cuanto al mundo queer, ¿cuáles dirías que son los contrastes entre el campo y la ciudad? Carlos Váquez: Dentro de la vida gay yo no te puedo decir cuáles son esas diferencias entre campo y ciudad, sino dentro de la vida de este gay. Muchas veces, la gente que viaja del campo a la ciudad cree que va a encontrar, en esa ciudad, la liberación. Pero ¿qué hay de los gays que nacen, viven, crecen y se desarrollan en esa ciudad y ven la esclavitud ahí? No pueden irse al campo a encontrar la libertad. Hay otros que se comCorpus Litterarum

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pran una casa por Jayuya porque sienten que allá son más libres que acá, aun cuando esto es la ciudad y hay un signo «libertario» en el hecho de la urbe. Entonces, ¿qué hacemos con los desplazamientos cuando se vuelven desarraigos para huir de aquello que te vas a encontrar comoquiera en el otro lugar? O que otros ya tienen en otro lugar y tienen que irse al lugar de donde tú vienes. Son desplazamientos, a veces, bastante falsos y nociones de libertad que nosotros encontramos solo para vagar y asumir nuestras búsquedas importantes. Así que, yo no te puedo establecer las diferencias para ellos, sino para mí. ¿Como yo lo he hecho? De San Lorenzo a San Juan, a Nueva York y a otros lugares. Precisamente, porque cada oportunidad de viaje le permite a la gente ser, en otro lugar, lo que ellos creen que en realidad son.

de las delicias, de Marco Denevi. Estamos revisitándolos a través de la historia porque se tienen que ir amoldando para no morir. Hasta el psicoanálisis se nutre de ellos. Nosotros miramos la literatura a través de esos filtros. ¿Qué está pasando en Puerto Rico? ¿Cuáles son los mitos nuestros? Tenemos Relación acerca de las antigüedades de los indios, de Fray Ramón Pané. Corretjer va a sacar de ahí: Inriri Cahuvial, y llegamos hasta Las mujeres creadas por los pájaros, de Abdiel Echevarría Cabán, que rescata el mito. Revisitamos

Carlos Vázquez: En realidad pienso que sí, cada poema, por lo regular, recurre a escenas. Precisamente, porque lo que me interesa con esa poesía no es solo el lugar común. Muchas veces te dicen: «Evita los lugares comunes porque el cliché te va a joder la literatura». Yo lo que hago es eso. ¿Tú quieres que yo los evite? Yo no los voy a evitar. Una vez que coja el cliché, ¿en qué lo voy a convertir? Eso es lo que pienso como escritor. Puedo tener un libro de diez páginas o de setecientas, pero al final de cada libro, cuando suelte el lenguaje, no lo

porque la literatura nace también de la literatura. No podemos romper que signa nuestra identidad.

puedo dejar como lo cogí. Porque mi materia prima es el idioma con todos sus recursos, efectos y posibilidades y hasta con su carácter de rozar lo imposible. Entonces, si tomo un texto que, al final, me deja igual en cuestión de lenguaje, el escritor hizo todo su trabajo con la historia, con las escenas, con el humor, pero se olvidó de la palabra. Ahí pierde poder ante mí como escritor que lee. En los lugares comunes lo que quise fue eso. La cuestión del microcuento te dice que tú vas a condensar esa

Raymond P.: En «Malacostumbrismo» adoptas las palabras de Manuel A. Alonso ¿Qué otros autores han influido en tu obra? Carlos Vázquez: Mis influencias son la Biblia, toda la tradición espiritista: Allan Kardec, Madame (Helena Petrovna) Blavatsky. Para mí el espiritismo ha sido una base muy fuerte. Tanto como la Biblia, los mitos griegos y toda la tradición de libros sagrados. Ahí están las grandes mitologías; y nosotros, a la larga, estamos creando mitologías. Así como aquel Cristo de un momento, ahora se está leyendo desde otra manera; ya no es el hombre que vieron los judíos, sino un dios. Así mismo, nosotros estamos gestando cánones de los cuales tampoco queremos huir porque nos dan una piedra angular para la identidad. Todos estamos escribiendo nuestras propias mitologías. Analizamos nuestras familias. Volvemos al animismo y el totemismo, dándoles personalidad a todos estos elementos invisibles cuya actividad sentimos para poder afianzar una literatura. Me interesa mucho la reescritura mitológica: La metamorfosis, de Ovidio; Ulises, de James Joyce; Electra Garrigo, de Virgilio Piñera; Fuegos, de Marguerite Yourcenar; La pasión según Antígona Pérez, de Luis Rafael Sánchez, y El jardín

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Sandra B.: Los microcuentos son referentes literarios trastocados de la cultura popular. La tercera parte del poemario está repleta de lugares comunes: cuentos de hadas, la gramática, el zodiaco y el cuerpo. Háblamos de la relación entre el género del microcuento y la poesía de la parte intencionalmente titulada «Sin un tornillo: lugares communes».


trama, todo ahí, pero que los lectores van a construir a partir de esas claves. Tú les estás dando mucho poder, ¡y qué bueno! Estás reconociendo capacidad en esos lectores, pero tienen que ser lectores informados también. Porque si presumes unos saberes específicos que no se tienen, no va a funcionar. El lugar común nos ayuda a que, no empece lo que quieras hacer con la poesía, estás en terreno conocido. Eso es un punto de partida para que nos encontremos y pisemos tierra. A partir de ahí, explotar las posibilidades, tomar el cliché y lle-

Carlos Vázquez: En realidad, a mí eso no me interesa. Independientemente del apellido que tenga la literatura, tiene que ser literatura sobre todas las cosas. Trate de amores, de desamores, de straights o gays. Y yo le temo mucho a que un sello rapte mi literatura y me prive de la oportunidad de competir contra el resto de los escritores y las escritoras con igualdad de condiciones porque ya tengo una jaulita en la que me van a encerrar para que me deprede con los míos. Que la gente escriba de lo que quiera, pero que entregue literatu-

una postura ante mi trabajo. Y sí, en cierto sentido, lo propongo, pero para mí más que para otros escritores. Cada uno tiene el derecho legítimo de irse por donde quiera, de explorar su posibilidad. Yo no quiero que tú escribas como yo. A mí no me interesa escribir como tú. Lo que sí me interesa es que cuando tú me digas: «Aquí hay un libro» —y yo lo abra— sea literatura, no un TV Guía for gays. En ese sentido, esa propuesta está y va a estar en todos mis trabajos literarios. Yo no necesito revindicar al gay, que el gay quede bien ni que muera. Yo necesito que, en función de la literatura, este personaje cumpla su cometido; sobre todo, con un lenguaje que, dentro del terror y lo asqueroso, sea bello. E.J.: ¿En qué estás trabajando actualmente? Planes futuros.

varlo a lo que no es, para transmutar y cumplir otro efecto que quiero alcanzar con la poesía. Raymond P.: En la primera parte del poemario, trabajas las relaciones homoeróticas y las defines en virtud de obstáculos como el desamor, los celos, la infidelidad y la indiferencia, que no son obstáculos propios de la homosexualidad, sino de cualquier tipo de relación. ¿Propones un llamado a los escritores para que rompan con la tendencia literaria de victimizar al homosexual?

ra. Quiero, como gesto de afirmación y visibilidad, que se sepa que soy un escritor gay y que trabajo el tema gay en la literatura. Eso sí que me interesa porque es una cuestión de identidad, de lucha y progreso. Pero no quiero entrar en la jaula y escribir desde ahí. Así como yo me he encontrado como gay dentro de Madame Bovary, y otras literaturas maravillosas, creo que otra gente que no sea gay se puede encontrar en mi literatura. Quienes no me quieren leer se hallan porque tienen que asumir

Carlos Vázquez: El proyecto que viene por ahí se titula Ares. Fue mi tesis en NYU. Es un poemario en tres partes. La primera se titula: Enfermo de palabras, y es más poesía conceptual. Primero trabaja con el lenguaje, se mueve a la homoerótica y después el cuerpo del hombre se convierte en el cuerpo de la patria para empezar a compararlos y transmitir el desencanto que ambos me provocan. La segunda parte se titula: Galería de —arte, diez poemas basados en pinturas. Desde el principio hasta el final lo que transmiten es el progreso y decadencia de una sola relación amorosa. Y los títulos van desde encontrarte, analizarte, domesticarte, amarte, extrañarte y olvidarte. La última se titula: Disco-grafía, poemas basados en música popular. Desde el título hasta el final, son frases de las canciones sin ninguna palabra mía. Las páginas están dividas Lado A y Lado B, como el disco de vinilo. Trabajo el concepto de que la poesía es música. Además, escribo una novela basada en cartas dirigidas a alguien a quien todavía desconozco. Creo que a mi papá.

__________________________ Fotos de la entrevista: © Julio A. García Rosado

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Ave Fénix Bienvenido Vega Desde que tus ojos... Desde que tus ojos son mi guarida, desde que mi tiempo es tu mástil o tu silencio la barca que me reclama, desde lo que siento, como reloj lejano de recuerdos, que suaviza mi gélida soledad para darle montura a mis sueños, desde que, con tu ancestral presencia, presente estás, desde el presente, hasta lo que se arraiga eterno. Desde que el mar, cómplice nuestro desde el aquí o desde el allá, un convite inopinado a este corazón, que la desesperación flagela su alma. la desesperación de amarte, en este largo interregno, voy recorriendo caminos, desde que tus ojos son mi guarida.

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Tiempo Ricardo A. Vega Intangible y aún te escurres por entre dígitos que numeran, cual condenado en espera, del inevitable final. Ansioso intento la prisa, mas las letras, celosas de sus secretos, obligan la espera. Paciencia demanda la palabra, mesura exige la oración, mientras la multitud que habita el librero lanza, incesante, caminos a mi mente. ¿Quién emocionará con verdades ocultas? ¿Quién deslumbrará con claridades que no vi? El llanto derrocha lo poco que queda. Mejor sostener el minuto en mi palma, abrigándolo mis dedos, calentándolo la mirada. Evidenciando en el papel, la conciencia de mi jornada.

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Cyn Obé Entre sales derramando seducción Yemayá fue triunfante en este duelo al orgasmo de espuma y alga huelo es Céfiro mi óbito, mi adicción Cortesana del engaño de Crono rendida caí ante tu sonrisa y mi ánima enredada en tu prisa lapsus de Venus tu boca, mi trono Tentáculo que en tu fauna se esconde a mi vientre palpitante humedece se deslizan la conciencia y el alma Es Caronte que a mi grito responde torcida tu sonrisa me ensombrece la lujuria de nuestra muerte me calma

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Convergencia Betzabeth Pagán Hay más, mucho más, que una masacre en los silencios. Tus ojos agigantan las caricias que, sublime, brindas aún ausente, aún lejano. Entre resquicios de tiempo detenido mi sombra converge con la tuya, desafiando el péndulo insistente. Recogiendo en mis labios la humedad que estalla entre los tuyos, que trae consigo murmullos de otros silencios que yacen en las calles. Nada detiene el lenguaje de tus manos entre las mías, ni el desvelo que causa tu danza sobre mi vientre. La mudez del tiempo se crece en esta entrega; caen los gemidos incendiados con cada aliento, y se hace imprecisa la línea que divide nuestros cuerpos.

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Palabras calladas Amalia Avilés

¿Por qué tanto silencio en las caras, tantas cabezas bajas? ¿Por qué hay miradas esquivas, tanto silencio en las almas? Se visten de gritos, se calzan de ganas; pero sigue faltando esperanza y palabra. Se llenan las casas, se vacían las camas. Corren sin rumbo vidas, vidas espantadas. Están desoladas las calles que antes no callaban. Necesitamos que boca grite y salve morada. En el transcurrir comprendo, Tal vez, en medio de tanto y tan fuera de poco, que cada ser enfrenta su fenómeno, de contienda airosa y contraposiciones abstractas. Coincidimos, pues, en el valle, en la cueva, también en el mar. No tanto así en la tierra. Constéstame: ¿Qué mejor dicha que la de ser anónimo y aliado del Viento? Vivir en la punta de la brisa y conceder la apariencia anhelada. Espectador del espejo devorador soy; eterno reflejo que oscila entre los manjares de mis delirios cristalinos. ¡Ay, de nosotros que fuimos engendrados en la vesania hermética de los seres en potencia! Aquellos que, presenciando la diáspora, confiaron en su destino.

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Hay que tener ganas Zulma Oliveras Vega Vuelo doce horas en pájaros mecánicos aterrizo en Accra vacuno el autoestima con marfil de elefante al enfrentar letreros: el primero, bienvenidos sean los de buena voluntad, el segundo, los pedófilos serán cruelmente penalizados y los desviados sexuales, sexo diversos y bestialistas encarcelados Donde están los castigos para bestias que dejan sus hijos hambrientos dormir en aceras de orín y quebranto? El racismo se sonríe al perderme entre la minoría aguas sin cause se tragan el orgullo Boricua por ser yo una cara pálida. Ghana encarcela homosexuales Johannesburgo hace violaciones correctivas pero esta noche me como a mi mujer en una cama africana tormenta del desierto moja la tierra Ashanti y yo gozo embarrando su frondosa montaña de pubis clavamos gritos entre truenos de sabanas africanas Niños sin hogar nadie dice nada apresan indecentes en mi patria líderes religiosos se auto flagelan con el silencio como policías corruptos en código de lealtad se esconden Tan cobardes como gobiernos que dejan niños realengos tan cobarde como los depravados que se hacen pasar por reverendos ejemplares tan cobarde como los jefes que despiden por emails mientras vacacionan en Europa tan cobarde como lanzar bombas de fósforo a comunidades Palestinas tan cobarde como la homofobia que mata Hay que tener ganas para combatir los fundamentalistas en Ghana hay que tener ganas para guerrear en Ghana hay que tener ganas para meter mis dedos en las entrañas de mi mujer en tierra de placeres prohibidos hay que tener ganas de obtener libertad y derechos universales que beneficien a todos más que a los perros y caballos. Ghana o en Puerto Rico

los escupo con asco dos tierras sin voluntad de igualdad Pero al menos aquí Este ejercito que hoy se reúne frente a mí vamos a cambiar eso.

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ENSAYO Por Giselle Bermudez

Una novela de Carmen Laforet Ganadora y merecedora de la primera edición del Premio Nadal, en 1944, Nada se convierte en el despertar de la mirada de la mujer en la década del 40 en España. La primera novela de la escritora Carmen Laforet fue la puerta al éxito de su carrera. Con apenas veintidós años, en una representación cotidiana fuera del ámbito militar, Laforet explorara el ambiente que impera después de una guerra. Además de ser una novela embaucadora, nos permite transportarnos a otra época para mostrar la sociedad desde los ojos de la clase baja. Con aire aventurero, Nada narrara el inicio de la vida universitaria de la joven Andrea. Esta joven, un poco insegura de sí misma y de sus metas, llega a Barcelona llena de sueños y expectativas. No toma mucho tiempo para que sus ideas se desmoronen por la realidad consumidora que encuentra tan pronto llega a casa de su abuela. Entre gritos, insultos, arranques, hambre, secretos y locura, Andrea se ve sumergida en un mundo triste y oscuro, con el cual nunca soñó. Comienza su lucha por sobrevivir este estado precario que limita su libertad y juega con su sensatez. Para analizar esta obra es necesario ubicarla en el tiempo y espacio en el que se da. De lo contrario, estaríamos

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haciendo el análisis de una novela de la vida básica de una joven más en España. No se precisa con exactitud en qué fecha llega Andrea a Barcelona, pero su llegada se ocurre luego de la Guerra Civil de España en el 1940, a comienzos del franquismo. Desde el inicio de la novela comenzamos a ver los estragos que deja en la vida de los españoles la guerra civil. Andrea, que en algún momento en su vida tuvo una familia compuesta por padre y madre, se encuentra ahora huérfana, cobijada por el seno de familiares. La representación del rompimiento de una familia por las luchas armadas de las guerras no tarda. Esta ruptura lleva a la protagonista a una nueva vida en Barcelona. El desarrollo de la novela, que sucede en su mayoría en la casa de la calle Aribau, en casa de la abuela de Andrea, es el punto de análisis más profundo en cuanto al corolario de la guerra. Laforet utiliza la sencillez de una familia común y corriente por medio de la cual representa una transición cruda y bruta de la vida antes y después de la guerra. Antes, una familia próspera que poseía un hermoso piso en la calle Aribau, complementado por hermosos muebles, cocina próspera y una familia feliz.


Después, una familia arropada por la oscuridad, la miseria y la falta de todo, incluyendo la cordura. La locura de estos seres que, en algún momento, fueron «normales» es producto, en totalidad, de la guerra. Dos hombres que, luego de batallas y retenciones por medio de soldados, perdieron sensibilidad. Una pareja que, por la irremediable separación a la que la guerra induce, pierde su vínculo. Pero Laforet no se detiene en el aspecto de la guerra. Representación de modo nítido las clases sociales de la época. Contrasta delicadamente las repercusiones que tuvo la guerra en la clase alta con las que tuvo en la clase baja, y con aquella que, en algún momento, fue alta y luego quedó en pobreza. Nos permite, por otra parte, encontrarnos con el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad. La peculiaridad de la novela no se da tan solo por su contexto histórico ni por su excelente representación cotidiana de la realidad de la posguerra. La singularidad de Nada cae sobre la voz que la narra: una mujer. Las representaciones de la vida luego de la guerra se han dado en mayoría por voces masculinas. Se da de esta manera pues fueron los hombres en mayoría, los que tuvieron un papel activo y directo en la guerra. Sin embargo, Carmen Laforet presenta las consecuencias de la misma en la vida de la mujer. Esta tarea no puede pasarse por alto sin mencionar su genialidad. Laforet produce con esta escritura un acto casi revolucionario y feminista en lo que se refiere a su época. Nos encontramos con la voz de una figura que antes era invisible cuando se paseaba por las calles de Barcelona. Narra con corazón abierto esta época desde otra perspectiva. Se representa cabalmente el avance de una cultura en que la mujer tenía derecho a educarse. Por otra parte, vemos como impera el machismo sobre todas las normas, y cómo es la mujer sin espacio a cuestionamiento, «la culpable» y castigada por todas las difíciles situaciones de la posguerra. Se plasma con crudeza la difícil situación económica de la época. Ésta muestra un contraste entre la familia de Andrea, que carece de alimentos (algunos que, como ella menciona varias veces, son «difíciles de conseguir»), con la de sus amigos de clase alta, que tienen comida en abundancia. Mientras la familia de Andrea sufre de demencia, hambre y desventura, sus amigos, realizan bailes repletos de alimentos y bebidas junto a sus familias. No es esto tan solo una representación de la desigualdad social, sino una imagen de en qué se convirtió, por esa época, la vida de muchas personas, una lucha por sobrevivir. El titulo Nada ofrece espacio para el cuestionamiento. No existe otro título tan perfecto para esta obra. «Nada...» Es eso lo que ocurre en el transcurso de los días en la calle Aribau. «Nada» es el pensamiento que circula en el pensamiento cuando se lee la novela. No ocurre «Nada» con la vida de Andrea y sus familiares. Los días pasan y la cotidianidad surge. La locura, la oscuridad, el hambre, el miedo. Sus vidas permanecen estáticas en la espera de algo. No ocurre nada; pero, cuando analizamos con detenimiento, nos percatamos de que ocurre todo. Esta novela es un grito para salir de esa «Nada» en que se encuentran estas personas. Es una representación y un análisis crítico de una sociedad que intenta salir a flote luego de un difícil periodo de guerra y el comienzo de un periodo de dictadura. La novela atrapa al lector en su mundo; lo ahoga con sus problemas, lo estremece con su hambre, lo sumerge en su locura. Sobre todas las cosas, la novela lleva al lector a comprender la profundidad de la «nada» en la que se encontraba la sociedad de la época. El uso del lenguaje, la viva descripción y, sobre todo, la voz que narra hacen de la novela una travesía única por el pasado. No solo es un despertar de la voz femenina, sino una representación de las cicatrices de muchas mujeres cuya historia nunca fue escuchada. Corpus Litterarum

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DESDE EL ESCRITORIO DE

Esta Mañana E. J. Nieves Despiertas despavorido pero, más que todo, desorientado. Estás tirado en la cama sin saber dónde te encuentras. Te preguntas: «¿Dónde estoy?», y ninguna respuesta arriba a tu cabeza. Permaneces en blanco, en el vacío un largo rato. Retornas a dormir. Sueñas. Recorres por un oscuro castillo de frías paredes y grises ladrillos. Persigues fantasmas (o quizás ellos te persiguen a ti) vestido con ropa de muñeco animado 26

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color verde. Todo tiene aspecto de un juego de Nintendo 64. Abres los ojos una vez más. No sabes quién eres. Las dudas te entran por las fosas nasales como aire. De momento, no sabes si eres aquel personaje narizón y bigotudo que te acompañó en la niñez o si, simplemente, eres alguien más. Haces un esfuerzo por recordar… Pasan uno, dos, cinco minutos, diez minutos y nada. De momento, el recuerdo arriba como


un meteorito que se estrella en tu mente y produce un cantazo eléctrico con el impacto. «Mi nombre es Carlos Federico, y estoy en mi cuarto», te dices. Te quieres levantar de aquí, pero el miedo que tienes de caerte es más fuerte. A caer de este colchón hacia la oscuridad, lo interminable, lo desconocido, y nunca volver. Caer perdiendo la razón, lastimarte, romperte un hueso o dos, o quizás una costilla. Quedar tendido sobre el piso, morir y ser olvidado. Sufres una crisis existencial momentánea. Poco a poco vas arrastrando el cuerpo hasta el borde de la cama, decidido de una vez y por todas a salir de entre las cálidas sábanas que te cubren. Llegas al borde; tu mano siente el precipicio. «Mi nombre es Carlos Federico, y me voy a levantar». Tu cerebro tarda en procesar tanta información, en hacer eso que le ordenas. Debe de ser el efecto de tanta droga. Las malditas pastillas que te hacen alucinar y perder la noción de lo que haces. Buscas en la mente los sucesos de la noche anterior. Nada. Tan solo una densa bruma que imposibilita cualquier mirada. Lo último que recuerdas es lo sucedido antes de salir de tu casa. ¿A dónde fuiste? ¿Qué pasó? Preguntas que, en el momento, son importantes y no hayas contestación. Finalmente, lanzas los pies al precipicio. Los recibe una helada corriente de agua. A cada paso que das el agua se hace más profunda. Tu cabeza es testigo de una serie de síntomas: dolor, mareos, vértigos… El

piso parece estar a millas luz de distancia. Todo alrededor emana un aspecto onírico. Caminas por un bosque oscuro, entre interminables filas de árboles ancestrales. Trotas jadeando incesantemente, dando encontronazos con todo lo que te topas en el camino. Entre vaivén y vaivén llegas gateando hasta el baño, un fortificado castillo custodiado por una veintena de guardias. Mojas tu rostro con agua y observas el reflejo distorsionado ante ti. La imagen parece una pintura dadaísta. En vez de boca llevas unos grandes ojos brotados, y en el lugar donde van los ojos afloran unos gruesos labios. La nariz, la única parte de tu rostro que permanece en su territorio, se alarga y achica simultáneamente. Mientras te lavas los dientes pierdes el sentido de orientación. Pensando que te encuentras en la cocina buscas la nevera. La hallas imaginariamente en el aire y ejecutas el movimiento para abrirla. Caes hacia atrás, dándote un golpe en la cabeza contra la pared. Aún con pasos descoordinados sales de entre las fortificaciones y te adentras en el bosque oscuro en busca de alguna luz que alumbre el camino hacia las afueras de la vereda creada por el agua. Caminas sosegado hasta encontrar la luz y comienzas a descender la montaña de rocas escalonadas. Abajo encuentras un restaurante, que aún permanece abierto. Pides una mesa y te sientas. Una mesera de pelo rubio vestida con un traje rosado te atiende. Le ordenas lo que quieres. Esperas sentado a que llegue el café. Abres la nevera, sacas la leche y enciendes la cafetera. Llega el café. Todo este tiempo has esperado sentado aquí. «Mi nombre es Carlos Federico…». El primer sorbo te apacienta un poco. Por primera vez todo comienza a volverse más claro. «… y anoche pasó algo». Baño… Gritos… Agua… Gritos… Gritos… Gritos… Cuarto… Charco… Cuerpo… Inodoro… Anoche… Cama… Gritos… Asfixie…. Morado… Gemidos… Fuerza… Manos… Manos… Manos… Golpes… Agua… Condones… Anoche… Escaleras… Piso… Sueltas la taza de café. Se rompe contra el piso. El líquido lodoso se riega por debajo de la mesa. Subes las escaleras más rápido que un superhéroe. Un charco de agua sale del baño, formando una línea de agua por la habitación. Inspeccionas el inodoro tapado de condones. «Alguien estuvo aquí anoche», piensas. Por primera vez sabes algo con certeza. Caminas hasta el cuarto y te quedas mirando el fino camino de agua. Allí la ves. Asomándose por uno de los lados de la cama. Una mano. Una mujer… Le dabas golpes… que brincaba… con una tabla… en la cama… Ella lo disfrutaba… La sujetabas… y tú también… debajo de ti… La penetrabas… con tus manos… asfixiándola… en su cuello… ella gemía… Hacía fuerza… y lo disfrutaba… para que la soltaras… Estabas a punto… Su cara… de venirte… se puso morada… Dejó… Cuando terminaste… de hacer fuerza… no se movía… «Mi nombre es Carlos Federico y anoche…», no puedes terminar la oración. Corpus Litterarum

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Escritor, queremos que formes parte de la Revista de las Nuevas Voces. Contáctanos y podrías publicar en nuestra próxima edición. ¿Aficionado de la literatura? Aquí conocerás a los grandes escritores del mañana.

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RESEÑA

DESGLACE

Poema-Juego, poema-imagen y poema-recuerdo Por Sandra Beatriz Valentín Medina La primera tirada de «desglace» fue de cincuenta ejemplares. ¡Qué honor! Yo fui una de las últimas en agarrar uno. Se estuvo vendiendo durante el Festival del Libro Independiente y Alternativo. Fue publicado bajo el sello Ediciones Aguadulce y fue escrito por el poeta mexicano Jorge Posada; «Como el jugador», añadió cuando me lo presentaron. Imagino que añadió el epíteto cansado ya de que se lo pregunten. Yo no conozco al jugador, así que solo reí. No solo tuve la dicha de conocer a Jorge Posada unos días antes de que dejara la Isla, en el Festival Internacional de la Poesía en Puerto Rico, sino que pude escucharlo recitar en una de las actividades. Además, tuve la oportunidad de coser mi propio ejemplar. Jorge Posada (San Luis Potosí, 1980) también es autor de «La belleza de los aeropuertos vacíos» (Liliputienses, España, 2013), «Adiós a Croacia» (Zindo y Gafuri, Argentina, 2012) y «Costa sin mar» (UAM, México, 2012). La poesía es otro idioma. Esto lo aprendo más de reseñarla que de escribirla. Ella

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por sí sola es un vehículo para la comunicación. El idioma en el que se escribe «desglace» es poema-juego, poema-imagen y poema-recuerdo, no necesariamente en ese orden. Poema-juego, aunque no sé si esa sea la palabra que mejor se puede emplear, porque los encabalgamientos se sitúan justo donde rompen palabras y los silencios se sientan donde convierten una idea en dos distintas. Además, un poema siempre es un juego con la estructura de la oración y los usos del lenguaje. Poema-imagen por la brevedad de cada texto, da tiempo solo de tomar una foto con el celular antes de que el poema se le haya escapado a uno de los dedos. Esta fugacidad apremiante de retratar resulta una de las cosas que más deliciosas me parecieron de este libro. Recordé que mi padre siempre me habla de cómo la vida es solo un suspiro de los dioses. Las imágenes están hasta cierto punto fragmentadas, pero el pedazo que se nos presenta habla tan bien del resto de la imagen que casi parece que nunca ha sido rota. Como si uno pudiera re-


construir la historia entera de alguien con los pedazos que se encuentran de un álbum viejo. Poema-recuerdo es solo algo que mi lectura personal de «desglace» me heredó. Ha de ser culpa de que yo cosí el mío, pero me pareció que los pedazos de fotos que yo estaba interpretando venían de un álbum muy conocido: el mío. Las imágenes dan al lector un aire de pérdida que a todos nos debe parecer familiar. Los poemas huelen a niñeces rotas, paternidades y maternidades fallidas, olvidos necesarios. Leerlo me hizo sentir como que yo también había perdido algo. No sé bien si es porque son retratos de lutos universales o son imágenes maleables que se ajustan al luto que va corriendo en la mente del lector al momento. De cualquiera de las dos que se trate, ambas hablan de la maestría de la pluma de este poeta. El elemento individual que más me impactó de este libro fue la foto-marcador que lo acompaña. Estra-

tégicamente estaba colocado en la página del último poema. En ella aparece un grupo de muchachos con uniforme. Me gusta mirarla al mismo tiempo que leo el poema, que hace una clara referencia a la foto. Pero cuando ya veo asomarse esos últimos versos, «hombres a los que nos dieron el futuro // y que desaparecimos antes de cumplir 30 años», la foto misma me ordena que la voltee. El puño y letra del autor me preguntan: «¿Dónde está Jorge?» Un escalofrío me recorre cada vez que lo leo. No es la clase de emoción a la que uno puede acudir hasta gastarla. Si cien veces corridas leo la pregunta, cien veces corridas siento que hay alguien parado en mi tumba. Sospecho que hasta que no la conteste, el escalofrío no se va a calmar. Le auguro un futuro brillante a este hermoso poeta. Que siga adelante y que no pare de escribir hasta que Jorge Posada, el jugador, se tenga que presentar: «Jorge Posada, sí, como el poeta».

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TRIVIA

CURIOSIDADES LITERARIAS 1. ¿Qué escritor era tan pobre orador que en el mensaje de aceptación cuando recibió el premio novel del año 1949 le ofrecieron solo un cortés aplauso, ya que resultó casi ininteligible para la audiencia? Jacinto Benavente Albert Camus William Faulkner 2. ¿Qué escritor le quitó la vida a su esposa jugando «Guillermo Tell» cuando trataba de dispararle a un vaso que ella tenía en la cabeza? Allen Ginsberg William S. Burroughs Juan Rulfo 3. ¿Qué tienen en común Jorge Luis Borges, John Milton y James Thurber? Solo escribieron cuentos Padecían de ceguera Fueron grandes amigos 4. ¿Qué escritor era conocido por escribir sus manuscritos con un lápiz número 2? Felisberto Hernández Octavio Paz Ernest Hemingway 5. Tras asesinar con cinco tiros al músico John Lennon, Mark David Chapman permaneció en la escena del crimen y se sentó a leer tranquilamente una novela que lo tenía fascinado. ¿Cuál es el título y el autor? John Milton, Paraíso perdido J. D. Salinger, El guardián entre el centeno Robert Bloch, Psycho 6. ¿Qué escritor contemporáneo, de nacionalidad española, acostumbra hacerle un guiño u homenaje a Shakespeare en todas sus novelas? Javier Marías Mario Vargas Llosa Luis Rafael Sánchez 32

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7. ¿Qué escritor tuvo que vestir ropa de niña durante su infancia porque esa era la voluntad de su madre? Ernest Hemingway Truman Capote Haruki Murakami 8. ¿Cuál escritor que murió a los cincuenta y dos años de una borrachera monumental tuvo problemas, gran parte de su vida, para escribir correctamente su nombre?


9. ¿Cuál escritor de gran atractivo físico se acostó (durante apenas un año) con más de doscientas cincuenta mujeres (de las que guardaba un vello púbico) tenía un pie deforme? Ernest Hemingway Arthur Rimbaud Lord Byron

RESPUESTAS: [1] William Faulkner [2] William S. Burroughs [3] Padecían de ceguera [4] Ernest Hemingway [5] J. D. Salinger, El guardián entre el centeno [6] Javier Marías [7] Ernest Hemingway [8] William Shakespeare [9] Lord Byron [10] Edgar Allan Poe [11] Charles Dickens [12] J. R. R. Tolkien [13] 1958 y 1963 [14] Once

Miguel de Cervantes Saavedra William Shakespeare Antonio Machado

10. ¿Cuál escritor fue educado en un cementerio, donde aprendió a sumar y restar a partir de las fechas que figuraban en las lápidas? Enrique Vila-Matas Aldous Huxley Edgar Allan Poe 11. ¿Cuál escritor sentía curiosa obsesión por los suburbios parisinos, por donde solía caminar y examinar días enteros cadáveres de vagabundos ahogados y demás infelices que nadie reclamaba? Pio Baroja Víctor Hugo Charles Dickens 12. ¿Cuál escritor sabía más de diez idiomas? J. R. R. Tolkien Umberto Eco Dante Alighieri 13. A lo largo del historial de entrega de los premios Nobel solo dos escritores han rechazado tal reconocimiento. ¿En cuáles años ocurrió? 1948, T. S. Elliot, autor de La tierra baldía; 1963, Camilo José Cela, autor de La colmena. 1958, Boris Leonidovich, autor de Dr. Zhivago; 1963, Jean Paul Sartre, filósofo francés. 1999, Dario Fo, autor de Coppia aperta; 1963, Günter Grass, autor de El tambor de hojalata. 14. ¿Cuántos escritores hispanos han recibido hasta el presente el premio Nobel de Literatura? Nueve Siete Once

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Hemisferio espejo Betzabeth W. Pagán

LO NUEVO EN VITRINAS

Hemisferio de la sombra Ángel Antonio Ruiz Laboy

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María Madiba Miriam Lozada Pérez

Dicen que los dormidos Sergio C. Gutiérrez Negrón Morirás si da una primavera Daniel Torres

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Ciencia imperfecta Jannet Becerra

El oneronauta David Caleb Acevedo


1 de julio Lectura de poesía en vivo «De pieles y otras carnes» Por Ángel L. Matos (Youtube Live Event) https://www.youtube.com/watch?v=kRT3LZI471Q 7:00 p.m. a 8:00 p.m.

5 julio, 2do. encuentro nacional de poetas Coliseo Aymat Cardona 5:00 p.m.

PRÓXIMAS ACTIVIDADES

2 de julio Noche de poesía erótica «(re)Calentando el verano» El Mirador Pub & Café (enfrente de UPR, Cayey) 8:00 p.m. 3 de agosto Feria de Libros Independientes y Alternativos Calle Loíza, Santurce 2:00 p.m. a 10:00 p.m.

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