Revista Corpus Litterarum

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Número 04

octubre 2013

La revista literaria de las Nuevas Voces

POESÍA • CUENTO • ENSAYO

Ensayo

MAX CHÁRRIEZ

La reEvolución del cuento

Consejitos

DE REDACCIÓN Y ESTILO

LUIS NEGRÓN

entrevista

Libros

LO NUEVO EN VITRINAS L IA C PE AL S E A N AD TO IÓ IC N IC ED UE ED D C


EDITORIAL

E

n Corpus Litterarum celebramos la creatividad, el esfuerzo, la memoria, la sensibilidad. En esta edición especial ¡celebramos los Cuentos! La vida está llena de cuentos, la vida que vivimos. Es una historia… La nuestra, la de todos, la personal. En ella caben aventuras, secretos, misterios, miedos, tristezas, alegrías, amores y desamores. Contar es una actividad natural del ser humano; me atrevo a asegurar que está codificada en nuestro adn. No podemos vivir sin contar, sean anécdotas o chismes o cuentos. Escribimos cuentos porque rescatamos de la memoria la semilla sensorial de tantos momentos de la vida, propia o ajena. Los cuentos no son otra cosa que momentos. Y así como existen vidas que apenas son momentos, no por cortas dejan de ser significativas. El escritor Juan Bosch resaltaba la importancia del momento privilegiado a la hora de contar. Pues aquí estamos para volver significativo este instante, este encuentro con ustedes los lectores en este soporte cibernético que nos difunde. Como en los editoriales nunca faltan los agradecimientos, felicito a los escritores que nos enviaron sus historias, incluidas en este número con mucho gusto. Los felicito por la variedad, la sensibilidad, los sustos, la inocencia, las sorpresas; sobre todo, por el torrente creativo que los llena, y que alienta la esperanza de salvar el futuro. El mañana literario siempre estará lleno de escritores y escritoras. Nuestro equipo de Corpus se lanzó a la tarea de entrevistar al escritor puertorriqueño Luis Negrón. ¡Qué honor! ¡Qué lujo! Tuvieron una velada divertidísima, llena de risas y sorpresas. Gracias, Luisito, por permitirles a mis querendones E.J., Sandra y Raymond entrar en tu espacio de más humanidad para que los tres te bombardearan con sus preguntas. El mundo será cruel, pero se goza. Me alegra mucho la participación de escritores de experiencia: Yolanda Arroyo Pizarro y David Caleb Acevedo, que engalanan estas páginas con sus cuentos; y Max Chárriez, que nos ofrece en su ensayo una interesante visión reEvolutiva sobre el cuento. ¿Qué más se puede pedir en un solo volumen? ¡Teníamos que celebrar! A ustedes tres va todo el jardín de gracias de Corpus… Gracias por la agradable visita, el cariño, la solidaridad, la inspiración. Con igual candor felicito a mis mosqueteros E.J., Sandra y Raymond, que se esmeran aún con el ajetreo de estudio y responsabilidad laboral individual, por traerles una revista con buen contenido. Nos resta entonces vivir los cuentos. La vida nos deparará infinidad de momentos, semillas para historias. Mientras, disfruten las que incluimos aquí en nuestra revista, su revista, tanto de las nuevas voces como de aquellas con más bagaje. Y, por supuesto, también de ustedes, amigos lectores. En la superficie de nuestra piel, justo en la punta de los dedos, existe una llama invisible. En ocasiones relumbra de color ámbar. Algunos la vislumbran azulosa; otros, verduzca. Sepan que es la chispa de un cuento que late por salir. Así que, la próxima vez que experimenten tal corriente, agarren papel y lápiz y dejen salir ese momento significativo. Me muero de ansias por leerlos. ¡Vamos, cuéntame tu cuento! Julio A. García Rosado, Editor

Editores Editor Asistente y Diseñador Gráfico

E. J. NIEVES SANDRA B. VALENTÍN MEDINA JULIO A. GARCÍA ROSADO

Diseñador de Medios Web

E. J. NIEVES

Investigación

SANDRA B. VALENTÍN MEDINA

Relaciones Públicas

RAYMOND P. MELÉNDEZ-MIRANDA

es una revista que tiene como fin proveer un espacio de publicación para la producción literaria de las nuevas voces, tanto de estudiantes universitarios como también del público general que desean darse a conocer en el mundo literario. PUEDE ENVIARNOS SUS PREGUNTAS Y COMENTARIOS A: Email: revistacorpuslitterarum@gmail.com Blog: www.corpuslitterarum.weebly.com

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12 CUENTOS rojos 04 Labios Melanie Ortiz Reyes relojero 05 El David Caleb Acevedo Sessions 06 Chamaleon Michael Baez placer de una noche 08 El Kritzia Liz Adorno Rodríguez los ojos amarillos 09 Con Juan Carlos Fret-Alvira gato 10 El Amsel Arnau Torres prearreglo funeral 14 El Alexandra Pagán Vélez voz 16 La Yolanda Arroyo Pizarro de dominó 18 Noche Ana G. López saladas 25 Letras H. Roberto Llanos

26 Melissa Padilla 29 Esmeralda Amaury «Amún Fig» Figueroa Bienvenidos

38 20 pantalones de José Alberto 30 Los Sandra Beatriz Valentín Medina de gallo 31 Misa E. J. Nieves día cualquiera 32 Un Julio A. García Rosado patito feo 34 El Raymond P. Meléndez-Miranda

ENSAYO

reEvolución del cuento 12 La Max Chárriez

ENTREVISTA

Negrón: Lo humano 20 Luis del mundo cruel

E.J. Nieves, Sandra B. Valentín, Raymond P. Meléndez

COLUMNA 36

Consejitos de estilo

Julio A. García Rosado

SECCIONES 38 39

Lo nuevo en vitrinas Próximas Actividades


Labios rojos Melanie Ortiz Reyes

Ahí estaba ella, como era su rutina, comenzando a peinarse exactamente una hora y quince minutos antes de que empezara la película. Ya sabía cómo se iban a mover sus manos pecosas, y cuántos segundos iban a pasar antes de que estas decidieran tomar un pinche de pelo para apoyar lo que estaban creando en el cabello. Era el tercer viernes del mes, por lo tanto, se vestiría el traje verde, que le quedaba grande en el área del busto. El escote invitaba a ojos ligones a admirar el tradicional sostén de color blanco de mi mujer. Como siempre, se pintaría los labios de color rojo con el lápiz labial que tanto me distrae. Lápiz labial que ya sus manos conocían y comenzaban a extrañar los fines de semana, ya que estos dos días gloriosos no era necesario usarlo porque no salíamos. Era el mismo lipstick que tantas camisas me había dañado y que tantas veces se que quedó marcado en mi mejilla. Como es costumbre, le tomó quince minutos terminarse el pelo de color chocolate. Mientras ajustaba la corbata que me regaló para nuestro pasado aniversario, ella fue bajando los brazos a la vez que me miraba a través del espejo. Debo admitir que mi mirada ya esperaba la suya. Me mostró su sonrisa mientras yo se la contestaba falsamente. Señalé mi reloj para apurarla cuando note que aún no se había pintado los labios. Por un momento sentí algo crecer en mí, algo que no había sentido hace tiempo. Pienso que era emoción, pues mi sangre se calentaba y una sonrisa sincera se dibujaba en mi rostro gracias a la anticipación de salir con ella teniendo los labios como debe ser, desnudos. Nuevamente señalé mi reloj y, automáticamente, se levantó, se dirigió hacia el clóset. Por un momento pensé que algo andaba mal. Siempre estaba completamente maquillada antes de vestirse y, por alguna extraña razón, esta vez llevaba los labios naturales. Luego de par de minutos, me pidió que cerrara los ojos, como si estuviera segura de sorprenderme. Con ellos cerrados, la imaginé con los zapatos que tanto ha deteriorado por las veces que los usa. La imaginé con el famoso traje verde que ensanchaban sus caderas más aún, con el sostén blanco asomándose sobre sus senos, el cual, seguramente, yo le quitaría esta noche. Se lo quitaría con ganas si llevaba los labios desnudos. Con el deseo corriendo por mis venas, besaría y, con gusto, contaría las pecas que le decoraban la piel, que aparenta nunca haber sido saludada por el sol. Poco a poco enredaría mis dedos en su cabello y, rápidamente, le dañaría el peinado que a sus manos le ha tomado quince minutos crear. La miraría a los ojos y atra-

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vesaría su mirada para así descifrar los deseos enredados que escondía su mente. Utilizaría este conocimiento para hacerle las cosas que ella siempre ha querido, pero que su boca nunca se atreve expresar. Finalmente, me comería sus labios expuestos y con sabor a ella. Recuerdo los tristes momentos en que se los pinta con el lápiz labial que tanto odia. El color rojo me enfurece. Maldigo la hora en que mi madre se lo regaló de cumpleaños y maldigo el momento en que le dije que le quedaba hermoso. Pero sobre todo, la maldigo a ella por haberme creído. He pensado en esconderlo e incluso botarlo, pero se siente tan preciosa con él que, personalmente, no sabría cómo hacerla sentir mal. Su voz fue la señal para que yo abriera mis ojos y la admirara. Decidí comenzar desde abajo, como debe ser. No me sorprendí al ver los zapatos manchados y casi rotos que siempre usa. Mi mirada llegó a sus rodillas y se encontró con el ruedo del traje verde de los terceros viernes. Seguí subiendo y encontré los paréntesis creados por sus caderas y, un poco más arriba, con los paréntesis inversos que forman su diminuta cintura. Más arriba me saludó el sostén. Admiré su cuello frágil, y mi mirada supo que le esperaban los labios más hermosos que han visto. Cerré los ojos, preparándolos para lo que le esperaban. Con asia los abrí y me encontré con una boca horrenda atacada por el condenado lipstick. Sentí cómo se me calentaba la sangre, esta vez por rabia. No supe qué hacer y mi cuerpo por sí solo se acercó a ella. Vi cómo mis brazos se amarraron a su cintura y cómo mi boca intentó comerse la suya. Mis labios rozaron fuertemente los suyos, buscando de alguna manera borrarle el rojo asqueroso. Ella intentó alejarse, pero yo no lo permití. Minutos luego, se acabó el episodio y admiré sus labios sin color. Ella me miró de una manera distinta y solo se me ocurrió observarla mientras intenté tomar aire. Vi cómo se me acercó; curiosamente, lo hizo sin despegar la mirada de mis labios. Me miré en el espejo y noté que quien llevaba los labios pintados era yo. Intenté quitármelo con la manga de la camisa, pero ella colocó su mano pecosa sobre mi brazo, gesto con que me pidió no quitarlo. Comenzó a besarme de una manera distinta. Esta vez quería comerme los labios. No fuimos al cine esa noche y, con sus labios expuestos, me pidió que le hiciera todo aquello que antes escondía dentro de su cabeza. Yo con mis labios rojos lo hice con ganas. Ahora quien usa el lápiz labial soy yo, como debe ser.


El relojero David Caleb Acevedo El reloj marca las doce de la medianoche. Ya la gente está reunida. Todo el pueblo de Sechelle. Mi abuelo, como es costumbre, se encierra en su cuarto luego de prohibirme que me quede en la sala, donde el reloj-abuelo acaba de marcar las doce. El pueblo entero en la sala de mi casa. Esperando por el reloj. Quince años atrás, mi abuelo Charles Bulova, un gran artesano, hace su más grande y magnánima obra de arte: el reloj-abuelo de nuestra sala. De corte barroco dorado con maderas preciosas, el reloj se va formando ante sus ojos en oro blanco, rojo y amarillo, sus piedras preciosas en cada número, las manecillas hechas de puro lapislázuli. Lo más intrigante, aquello que nunca veo ni entiendo, es cómo mi abuelo logra crear la rueda numérica; cada número con un círculo de frente que se abre cuando llega su turno y revela figuras que se mueven representando escenas cada doce horas. Un cuento distinto cada doce horas, cuentos que no se repiten nunca, cada doce horas. Al mediodía, los cuentos tratan de príncipes azules que rescatan plebeyas enamoradas sin solución en sus

vidas, fábulas para niños de animales que se resisten a abandonar su humanidad, mitos de cómo el mundo comenzó... A la medianoche, los padres dejan a sus niños en la cama y se reúnen atentamente alrededor del reloj-abuelo para ver las escenas eróticas que aparecen durante toda una hora,. Escenas de «Caperucita Roja» y cómo esta se desnuda frente al lobo feroz disfrazado de su abuela, para poder rescatarla de sus entrañas; de cómo a «Blancanieves» el príncipe la despierta insertando su pene erecto en la vagina virgen y dormida de la niña; de cómo Lot seduce a los ángeles en un memorable trío que trae la destrucción a Sodoma; de cómo la amistad de David y Jonatán los lleva a besarse una vez en el río... Son las doce. El reloj-abuelo comienza a hacer su cucu cucu, y yo me escabullo de mi cuarto porque no quiero perderme la escena. Del reloj sale una figura que todos reconocen como mi madre. Luego, otra figura que muchos aciertan como el abuelo mismo. El abuelo se clava a mi madre y, luego, ante la vista estupefacta de todos, mi madre me da a luz. Corpus Litterarum

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Chamaleon Session Michael Baez The glass doors to the Chameleon Hospital for the clinically insane awaited Kaleb. Some would have said the highlight of his morning was the dry and tasteless turkey tossing and turning in his stomach, but he begged to differ. Kaleb’s gut rumbled in disbelief; he couldn’t find it in him to refuse one of his wife’s meals, but they always ended up ruining his morning. All Kaleb’s problems vanished once he pushed through the front door. The many nurses crowding the small corridor smiled at him. He had never seen them frown. They didn’t cry in front of the mirror when they were alone, nor they imagined they were someone else entirely, unlike Kaleb. They all had it so easy, Kaleb was certain as he scowled at their bright red lips and pale complexion. He wanted to fail, to know that he wasn’t perfect. The session room was closer, and with each step, his 6

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smile broadened. Kaleb could barely think about his family when he was with a patient. Inside that small room his job mattered more than his personal life. Kaleb pushed the heavy metal door only to find the familiar yellow walls staring back at him. His shoulders, tense as can be, loosened; his head felt heavy and his legs wobbly like the first time one falls in love. Kaleb made his way to the table facing the window at the far end of the room. As he was getting comfy, the door opened with a thud. He tossed his notepad on the table from the fright. Lucie trotted inside, with neither handcuffs, nor a guard. “Where is your escort, dear?” Kaleb said. Lucie made her way closer without a word, swaying her hips from left to right. The door closed behind her, but through the glass Ka-


leb caught a glimpse of the guard. He nodded, reassuring himself that he was safe, before motioning Lucie to her chair. She smiled elegantly. “How are you today, Lucie?” Lucie winked before sitting down. Her eyes shimmered pink, catching the reflection of her nails. She slowly moved her leg up Kaleb’s until it was rubbing against his thigh. The tip of her shoes grinding against his crotch. As ecstasy inducing as it was, he cleared his throat trying to keep his composure. Her pearly whites contrasted with her slick black locks. He could swear she wanted more out of this session...But he couldn’t! He shouldn’t. Kaleb pulled his pen from his shirt pocket and uncapped it. “Let’s get to it. I bet you have a lot of things to do today.” Lucie shook her head. A green haze shrouded her iris as she stared at the pen. It must be the reflection of the trees, Kaleb told himself as he began transcribing her name into print. “Stolen anything from the nurse lately?” Kaleb’s eyes stuck to the notepad. Lucie kicked back on the chair and chuckled. “How do you expect me to answer such a horrible assumption of my persona?” The table was shaking so hard he could feel the vibration rise up from his shoes to his thigh. She’s nervous, he told himself as he charted it down. Her sight still clung to the pen in his hand. “Any visits from Mr. Bayle?” Kaleb slipped the pen back inside his shirt pocket. Lucie shot forward, her jalapeño lips inches away from Kaleb’s. “Let’s not talk about him.” “I think you’re dodging the topic.” Kaleb pulled back his chair avoiding the heat she was venting. “It’s never a good idea to pile anything up.” Lucie blinked, and Kaleb could have sworn her eyes shone as yellow as a bee’s stripes. His eyes darted to the window and caught a glimpse of a sunflower as it turned toward the rays of light. He still had his sanity. She slouched back on the chair. “He hasn’t come back.” “Is that why you’ve been locked up in your room?” Kaleb said. As she bit her lip and clenched her fists, Kaleb was sure she was about to spill everything, but he couldn’t let her. If she did it would mean the end of their session, which meant the end of his job. Kaleb knew how unethical that sounded, but it was his life. He didn’t have much patients to start with, and he wasn’t about to let one of the few go. Lucie nodded, massaging her wrists. “I’ve been doing it again.” “I know, but you shouldn’t,” Kaleb said. Her arms were tarnished. It was the only clear scar he could manage to see from where he was sitting. “It’s the only way I can cope—well, that and sleeping.” “Apart from eating, that is?” Kaleb said. Lucie stared into his eyes and licked her lips before leaning forward. Her iris rippled light blue for an instant. Drool slowly seeped out of her mouth. “You don’t even know, Hun.” Kaleb grabbed a napkin from his shirt pocket. “Need some help there?”

“I’m good. Thanks.” “I’m guessing you enjoyed your little fiasco in the cafeteria yesterday.” Kaleb rested his pen on the table and leaned forward to catch a closer glimpse of her mannerisms. She nodded in between giggles. “Why try choking yourself with food, isn’t a bite enough?” “Are you kidding? The smell alone, but the taste…” Lucie licked her excess saliva. “It just drives me nuts. How it all crams down your throat....It’s wonderful!” “You know you gave us all a fright especially that nurse—um, what’s her name again?” “Claudia.” “Ah, yes. She had to pump your stomach. That’s a horrible thing to go through.” “Aww, that’s sweet. The poor old psychologist would have missed me if I ate myself to death?” Lucie batted her eyes, and as they twirled to the back of her head and came back, Kaleb could’ve sworn they shone purple. “Why would you worry about me when you have it all: a beautiful wife, a loving family, a great job, money?” “That’s not all a human being needs.” Kaleb’s forehead thickened with sweat. “Yes it is! That is what I want; what I need.” She slammed her fists on the table. “You have everything I am supposed to have.” “I have nothing special, just a wife and kid.” Kaleb said. “That might be true, but that’s not what you really want. I can bet you really want me.” Kaleb chuckled. “You? You are my patient. That is it. Even if I did that would be unethical.” “So is keeping me here after I’m fine.” Lucie winked. “Now that the cat is out of the bag, admit it, I’m one of your favorites.” Lucie leaned back on her seat, smiling, her pupils dilated and her iris silver now. They didn’t shift back to normal, taunting Kaleb between insanity and reality. “Your crappy wife is nothing compared me.” “What do you think you know about my wife?” Kaleb’s blood was steaming, his forehead acid hot. Lucie got to her feet, twirling a strand of hair around her index finger. “I’d do things to you no other woman would dare. Let’s face it, I’m the best.” “Look you...” Kaleb inhaled trying to contain his rage. “...Psychopath, you are here because you are deranged. Guys like me would never be with something like you.” Kaleb tried to stop himself, but couldn’t. It was too late. Lucie lowered her head, a wicked grin curling on her lips. “You know what? At least your wife has good tastes in pens.” Her eyes shone burgundy. “Thank you for letting us out.” Kaleb glanced at the table, his pen was gone. His sight darted back to Lucie, but it was too late. The pen was coming down on him. She pushed it right through his neck, popping the main artery; blood splattered all over the table like a hose. Kaleb’s vision faded, but before he could let go, he saw her eyes once more. They twirled like a kaleidoscope with all the seven colors he had thought he’d imagined. It was then that he realized he should have been at peace with his boring life. 7 Corpus Litterarum


El placer de una noche Kritzia Liz Adorno Rodríguez Una sola noche es lo que me pides. Esta que te concedo será tu salvación o perdición. Sí, es lo que necesitamos, una sola para que despedaces lo que queda de mi podrida alma. Esta en donde tenemos hasta el amanecer para que devores a oscuras cada parte de mi carne. En esta cama, donde han estado un centenar, daremos rienda suelta a la pasión, al desenfreno. Sentiré tu sangre correr con frenesí por tus venas, te escucharé gritar de placer o dolor como nunca lo has hecho. Ven, entra. Te demostraré que soy más fuerte y feroz de lo que crees. Puedo llegar a ser tu peor pesadilla o tu fiel amante. ¿Qué esperas? Empecemos de una vez con lo que decidas. Sí, te doy la opción de que tomes control. ¿Por qué te detienes? ¿Miedo? ¿Acaso tu alma también padece ese mal? Mal que me asedia, mal que torturo y veo sufrir sin oxígeno hasta matarlo. Enciérralo; esta es tu noche, nuestro momento. Eres tú quien solo pide una noche. ¿Qué harás? Nos enredamos entre las sábanas y decides lo acostumbrado: besos, caricias y, entre todo, me percato de que eres diferente. Son tus besos lentos y sensuales. Tus manos rozan cada escondite menudo de mi cuerpo sin brusquedad; descubren mis senos, mis piernas. Con cada latir descubro yo tu cuerpo. Sigo el juego; noto como si esto fuera nuevo para ti, como si buscaras más que satisfacción carnal. Al saberte así siento más que pasión… Amor en algún recóndito lugar de mi corazón. ¿Amor? Pensarás que soy incapaz de eso, pero las mujeres podemos amar y ser amadas. Nadie nunca se molestó en probar mi amor. Luego de un rato te detienes y repites los besos aún más lento, tus dedos por mis caderas, tus labios de carmín recorriendo terriblemente mi piel, y reclinas la cabeza sobre mi pecho. Veo caer tus lágrimas. ¿Qué sucede? No vinimos a sentimentalismos. Tú, al parecer, buscas algo más; lo temí desde el principio. Buscas algo que no te puedo ofrecer. ¡Olvida las lágrimas! Decide rápido; ¿qué harás? El tiempo se agota. Me atormenta el sabor de tu piel, que ya no me apetece. Tu cuerpo es 8

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uno de tantos. A pesar de todo, tus manos me tocan y siento asco, dolor. El tiempo corre. Mis piel se cansa y ruega el fin de esta agonía, tu agonía. El amanecer empieza arroparnos; me desespero. No quiero tus besos. Siento que caigo en tu juego; los deseo no por placer. El miedo me inunda. Ese miedo encerrado que dejas en libertad. ¿Por qué tú? ¿Porque mi corazón te escoge a ti solo por una noche? ¿Porque me invade la confusión, la inseguridad jamás experimentada? Tratas de hacerme entrar en razón, pero... ¡No! No pensaré en tonterías. Ahora es el momento; te toca decidir. Decidir si matarme de placer y dolor o terminar yo primero con tu pobre vida. Me miras extrañado. No sabes de que hablo. Me crees enferma, que el mucho trabajo me agobia; y hasta te atreves a ofrecerme una vida mejor. ¿Qué tienes tú para ofrecerme? ¿Desilusiones y problemas? Una vida que de la que vengo huyendo desde niña. Ahora piensas que estoy desquiciada por preferir la que tengo a la que me ofreces. Esto escogí yo. Al final cada momento lo disfruto. No tomas la decisión, solo vanas proposiciones. Entonces, yo regreso a mis sentidos, tomo la decisión. Me levanto de la cama, camino hacia la media luz que entra por la ventana. Tú observas perplejo mi exuberante cuerpo que yacía a oscuras. Te martirizo con mi belleza. De un segundo a otro mis ojos te atraviesan el alma. Veo tu sangre correr por las sábanas blancas, por el suelo. La luz se tiñe de rojo intenso. Es ahora cuando lo disfruto. Sí, disfruto el placer de verte sufrir, de tragar secamente tus besos ensangrentados y de gritar por ayuda y suplicar por tu vida. Tratas de escapar, pero ya es tarde; no te quedan fuerzas ni para respirar. Tus pulsaciones son agitadas, incongruentes, tu respirar es cada vez más lento, gimes de dolor, entras en pánico, lloras, pronuncias con la fuerza de un último suspiro: «Te…odio…». ¿Me odias? ¿Por qué? Me pediste una noche, y una sola noche es lo que recibes.


Con los ojos amarillos Juan Carlos Fret-Alvira Con los ojos amarillos como filtros de cigarrillo, por lo visto; con el amarillo en la piel, no reflejo del sol, sino, tal vez, por excesos de amor. Allí la vi, en el banquillo del andén, en espera de no sé qué; una pierna sobre la otra, un pequeño mover, los brazos cruzados ante el frío, o frente a las miradas de los que por allí pasaban y también esperaban no sé tampoco por qué. Pude jurar que sus ojos estaban vidriados, estáticos, mirando la vía donde ni trenes ni autobuses pasaban, y que un pestañeo era el signo esperado por mí para hacer o comprender algo que desconocía. Yo también he visto sombras, unas más grises, otras más oscuras, algunas más claras, en variedad de dimensiones, a cualquier hora. Sería eso lo que observaba en el banquillo o uno de esos llamados fantasmas que han perdido el camino y erran por donde anduvieron, por donde nacieron, se criaron o murieron; a saber qué es qué en estos planos y espacios. Escucho entre los murmullos que no cesan y no tienen hora de dormir o despertar, líneas de viejas canciones que salen como de entre escombros de antiguos terremotos, antes, durante y después de que los rescatistas lleguen; y antes, durante y después de que los cuerpos se pudran y las esperanzas les hagan coro. Los rostros a mi alrededor, y sus formas, son casi tan variados como cabellos y pensamientos hay en cada cabeza, como los tantos que pueblan mi interior, y no sé si salen de mí para habitar el exterior o si de afuera entran en mí. Los miro de pasada o con detenimiento. Sus celajes o detalles me hablan de vidas pretéritas y de sufrimientos presentes, de heridas con autores ajenos y propios, de futuros que se repiten más allá de la esperanza. La sigo observando, sentada todavía; una mano sobre la mejilla. Esta vez, la otra, oculta entre las piernas buscando calor, y no distingo su aroma del resto de seres, cosas y residuos. Olor a excreciones desperdigadas por las moléculas del aire compartido, a aceites fritos por días, a sucio acumulado y a monedas tocadas y guardadas, movidas entre los dedos, gastadas por el uso, y que vuelven con los recuerdos de personas, espacios, sucesos; o es al revés, y las memorias recrean los olores de acontecimientos, ámbitos, individuos. Pitidos y llamamientos en la distancia y cercanos se escuchan, las respuestas también. Voy pasando las manos por los asientos, tocando y llevándome en la piel el polvo acumulado, el sudor ajeno, las células muertas de otros, rastros de comidas y bebidas ya añejas o recientes, y voy dejando mis huellas en el trance. ¿A qué lleva todo esto? Lo ignoro. Un sabor a saliva remota, acumulada por tiempo indefinido, depositada en la garganta seca que apenas tragaba, da una sensación imprecisa, metáfora de los devenires, símil del presente, repetición de lo ocurrido. De la salida de aquí nadie sabe muy bien, pero dan direcciones y las toman los que andan y los que se sientan. Tú los ves de arriba abajo sin cesar, y alcanzas a confundirlos y no sabes si ya los habías visto o

si son todos diferentes, y llega el momento, ha llegado, en que no sabes si estás sentado o parado, impartiendo direcciones o recibiéndolas, detenido o caminando, observando o siendo observado, dando todo igual, si eres sombra o fantasma, tú mismo, yo o aquel de más allá, con la piel amarilla o de cualquier color. Va siendo hora en las manecillas del reloj que no existe.

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El gato Amsel Arnau Torres El siseo del gato resonó distinto el tercer día. Fui a chequearlo a la misma hora que las dos veces anteriores. Quería asegurarme de que todo estuviera en orden dentro de aquella casucha que el monte se estaba tragando con el pasar del tiempo. Yo solo esperaba que durara en pie al menos otro día. No necesitaba más nada. Allí me sentía seguro porque la gente del barrio ni se acordaba del lugar. Nadie vendría aunque se me ocurriera gritar con toda la fuerza de mis pulmones. Los anteriores sonidos del gato, aún con todo y el nerviosismo que lo descontrolaba, habían sido más amigables. Tan pronto abrí la puerta, intentó dar un brinco. Supongo que, como cualquier tipo de gato, esa sería la reacción más obvia después de despertarse ante el menor ruido, pero lo único que consiguió fue arquear la cabeza y pegar el hocico al pecho. Se quedó así por un rato mirándome mientras yo permanecía quieto en la entrada. Luego, cuando caminé hacia él, empezó a temblar. No sé por qué, ya que ni pizca de frío hacía, sino todo lo contrario, la mañana estaba jodidamente calurosa. El temblequeo me pareció gracioso cuando me di cuenta de que, en realidad, no era eso lo que lo sacudía encima de la mesa. Lo que quería era zafarse del grueso tape que le impedía escapar. Pero por más que lo intentara, por más que estirara el cuerpo o lo encogiera, no lo conseguiría. Yo le había puesto muy bien el tape, le había dado individualmente varias vueltas a cada extremidad. Aún así, me acerqué y verifiqué una de las patas por si no se había aflojado. Le sonreí tranquilo. Él echó la cabeza hacia atrás, golpeando la mesa. Me miró de reojo, igual que el primer día, cuando todavía tenía lengua para relamerse. Relajó un poco los músculos. Aunque, suavizar la respiración le seguía costando trabajo. Lo observé atentamente sin pestañear. Eso lo aterrorizaba; me había dado cuenta de ello desde el principio. Me pareció que allí tendido horizontalmente y con las extremidades separadas parecía muy vulnerable. Debía de ser alguna característica de los gatos exhaustos que, cuando alguien los acorrala, se amogollan en una esquina a esperar lo que sea. Pero este gato pertenecía a una especie distinta, era medio bravucón. Por eso me extrañaba. Soltó un quejido alargado a la vez que se ahogó con su propia respiración. Me dio entre pena y asco que los 10

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mocos le embadurnaran desde los pelitos del bigotito hasta los dientes. Alejé la vista a un lado y agarré el paño que tenía en la pancita y lo limpié un poco. Por un segundo entreví manchas rojas y creí que sangraba, pero por la nariz solo le siguió saliendo moco. La sangre fresca emanaba del área abdominal. Chequeé bien y, en efecto, la herida allí yo la había olvidado. Reconocí que había olvidado otras, así que revisé por completo el cuerpo desnudo. Las incisiones que tenía en las patas cubrían más extensión. Líneas largas y paralelas como códigos de barra apenas dejaban espacio sano en la piel. No me sentí tan culpable porque no eran profundas. Seguí chequeando y encontré unas cuantas uñas sueltas sobre la mesa. Verifiqué las extremidades y ratifiqué que ya no le quedaba ninguna en los dedos. ¡Qué pena! Arrancárselas una a una con el alicate lo había hecho gritar mucho al pobre. En el área genital la sangre estaba medio seca. Recordé que, el segundo día, fue por ahí por donde empecé


a cortar. Le hubiera hecho trizas toda el área con las tijeras, pero lo más seguro se habría desangrado por completo a esta hora de la mañana. Estaría muerto y, lamentablemente, yo no hubiera podido cumplir a cabalidad mi propósito. Menos mal que se me ocurrió lo de quemarlo por los costados con la varilla ardiente. Las ronchas que le quedaban no lucían bien, pero esa era la idea. A pesar de todo lo demás, de tanta costra oscura y tanta sangre, la peor herida era la abdominal. Esa sí que era profunda. No podía asegurarlo, pero tal vez aquello que se movía dentro era el intestino. Aunque yo no hiciera nada adicional y dejara así al gato, por lo menos un día más sin atención médica, no sobreviviría. El gato empezó a ronronear. Un ronroneo leve, estirado como el sonido ventoso que saldría cálido de una flauta. Escucharlo de aquel modo continuo, como si flotara encima de mí, me conmovió. Y así sin más, yo lo empecé a sobar con ternura durante un rato. Y si no comprendí lo primero, mucho menos le encontré razón a lo segundo. Creo que, al cabo de un rato, se durmió

el pobre. Pasaron creo que diez minutos en que solo lo miré de pie junto a la mesa. Por más raro que parecía, como que, de súbito, no tuve idea alguna de cómo poder continuar. Obviamente, había planificado lo que iba a hacerle; sin embargo, mis brazos no quisieron reaccionar. Pensé en lo que el gato había hecho y la frialdad me volvió al cuerpo. Agarré un galón de agua que reposaba en la tablilla, lo destapé y se lo vertí encima por completo. El pobre diablo despertó chillando, resoplando y retorciéndose como un engendro brujo. Se esmeró por zafarse entre cabezazos y golpeteos de todo tipo con sumo ingenio. El maldito era agilicísimo, estaba que me habría aniquilado de haberse soltado, pero confié en las ataduras. No dejó de mirarme con ojos saltones. No dejó de rabiar por entre aquellos dientes que, sin duda, me despedazarían como yo lo había despedazado a él. Arrojé al piso el galón vacío y tomé una bolsa de clavos que yacía en el fondo de un cubo. Tomé de paso el martillo que colgaba de la pared y me acerqué a la mesa. Entonces le hablé con el tono pausado de antes. Me gustaba ver qué cara ponía cuando le anticipaba lo que estaba a punto de hacerle. —A ver, a ver… Aquí estamos otra vez, gato. No necesito recordarte por qué estamos aquí, ¿o sí? Emitió un ahogo perturbador. —¿Qué dijiste? ¡Ay, qué pendejo soy! No sé ni por qué pregunto. ¡Ni que pudieras hablar! Yo creo que hoy terminamos con esto, ah. Pues, gato, hoy sí que no te aseguro que no vaya a doler. Sea como sea no te va a doler tanto como me dolió a mí lo que le hiciste a mi novia. Posiblemente creas que exagero, pero mano, cada cual encuentra la manera que puede para resolver sus asuntos. Es que tú siempre fuiste un cabrón, ah. Te tiraste a mi novia. Mano, te tiraste a cuanta jeva hay en el barrio, sin que te importe un carajo que tenga novio o no. Eso te sube a grandes ligas. Y, ok, sé que ella estuvo de acuerdo. Ambos son unos putos cabrones. Ya resolveré ese asuntito más adelante. Por el momento, se te acabó la guachafita; ahora hay que resolver el problema que me toca resolver. Vamos a jugar a los carpinteros. Oh, pero antes que se me olvide… Cuando venía de camino por la cuesta de Fela, me encontré con tus dos hermanos. Te andaban buscando; hace tres días que no apareces. Les dije que no se preocuparan, que lo más seguro estabas por ahí metiendo mano. Corpus Litterarum

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La reEvolución Max Chárriez Los paleontólogos teorizan que el lenguaje humano evolucionó hace unos 100,000 años antes de nuestra era. Resultó ser un gran brinco «tecnológico» que tuvo como consecuencia el surgimiento de la cultura humana y la invención de la escritura. ¿Qué lo provocó? Poco se sabe. Algunos piensan que la necesidad del lenguaje vino como consecuencia de los cambios climáticos, tal vez la necesidad de adaptarse a los nuevos procesos de cacería o la casi extinción de la especie humana. El lenguaje facilitó entonces la planificación de la caza y la transmisión de información valiosa para la supervivencia de la especie. Luego, la escritura abrió la puerta al comercio y la formación de los primeros gobiernos centralizados. Tengo otra teoría. Estoy convencido de que el lenguaje surgió, tal vez por la misma fecha, pero provocado por la necesidad imperante de poder contarle a otros cómo el compañero de caza resbaló y se dio con una piedra; como el pajarito le hizo una gracia mientras trataba de encender la hoguera, como el mastodonte los corrió por el prado o, tal vez, lo divertido del sexo con la cavernícola de la cueva de al lado. Así, estuvimos miles y miles de años hasta que nacieron esos cuentistas profesionales que iban de cueva en cueva, de campamento en campamento contando las historias de lo que a ellos le había pasado y lo que le había pasado a otros. No querían cazar ni recolectar ni mucho menos mojarse el fundillo pescando. Querían vivir del cuento. Entonces, el ego se les subió tanto a la cabeza (porque todos los escritores somos un poco egocéntricos) que no bastó contarlos una y otra vez; fue necesario que la gente los escuchara aunque no estuviesen presentes, aunque ya no existiesen… Así nació la escritura. Una vez el cuento se puso de moda, lo demás es historia: Eva y Adán (porque sospecho que ella era el personaje principal); de Gilgamesh a Homero a Mauppasant, a Poe, a Chejov y sus pistolas, a Quiroga, Borges y Pepito. 12

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ENSAYO

del cuento El mito dio paso a los cuentos sobre la creación; historias de dioses y héroes mitológicos y grandes eventos dramáticos y traumáticos. Algunos contados con humor, otros con misterio, y aún otros con reverencia. Todos son los vehículos transmisores de la identidad cultural, informando a la próxima generación de cómo comprendemos el mundo y juzgamos la conducta. La historia de la civilización humana es un cuento. Un gran cuento. Don Horacio Quiroga nos dijo que «el cuento era para el fin que le es intrínseco, una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente en el blanco». Y es que el cuento, además de sus características físicas de brevedad, acción y ambiente físico limitados, pocos personajes y capacidad de impresionar, tiene la peculiaridad espiritual de la individualización. Cada uno de nosotros tiene una lista personalizada de cuentos que nos platican a la consciencia (o al alma). Ese conjunto de narraciones que, igual que una danza ritual alrededor del fuego ancestral, nos habla, nos toca, nos transforma. La mía no es extensa. La he ido acumulando a través de mis tiempos de paz, de guerra y posguerras: el realismo mágico de Moisés, allá en Egipto; el mito del hombre verde de los bosques. Las mil y una noche, Rashōmon, El collar, Juan Darién, En el fondo del caño hay un negrito, La noche de los feos, Pecado de omisión, La noche que volvimos a ser gente… ¡Jum! El rastro de tu sangre en la nieve, Milagros, calle Mercurio, Things of this World, Por Guayama, Brokeback Mountain, Batida de amor, Dos letreros en un baño, Hollywood Memorabilia… Ya lo dijo Cortazar, y me lo creo, el cuento es «esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana». Corpus Litterarum

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El prearreglo funeral Alexandra Pagán Vélez

20 DE JUNIO El día que Gladys recibió al jovencito en su casa pensó que quería venderle un seguro médico. Él comenzó hablándole de la salud, luego de los familiares de ella y cerró ofreciéndole un prearreglo funeral. Le enumeró los beneficios, le recalcó la exclusividad de la funeraria que representaba y remató con una frase perturbadora: «paz mental para su familia en ese terrible momento de dolor». Gladys no aceptó de inmediato. Una vez el joven concluyó la taza de café y las galletas, ella lo despidió con cortesía y acto seguido fue a examinar su rostro en el espejo de su habitación. 21 DE JUNIO Insistió en que su cara no era la de una persona vieja. Recordó que al guiar por las calles de la escuela escuchó a una niña decir: «Mira a esa viejita guiando». Más joven que tu madre me veo, pensaba. Pero lo cierto es que Gladys envejecía inútilmente; ya cobraba el Seguro Social, la pensión de su marido muerto, y siempre le cedían el asiento y el turno en las agencias de gobierno. Vieja, viejita, repasó a sus muertos: su padre, esposo, madre, tías y algunas primas. Le quedaban sus hijas, quienes alardeaban una adultez reciente. Cada cual lejos en empresas distintas: estudios, trabajo, parejas, viajes, hijos….

8.5” x 11” de la sala, la colocó al lado de su rostro, comparó. Sí, ya no tenía cuarenta y cuatro años, era evidente… ¿Pero un prearreglo funeral? ¿Estaría firmando su sentencia a lo «inevitable» (las palabras del joven)? Tener cartas en el asunto póstumo… Pensó en los gusanos comiendo su cadáver. Se convenció. 24 DE JUNIO ¿Dónde rayos puse la tarjetita? Carmen, ¿a tu casa fue un muchachito de una funeraria? ¿¡Qué no!? Yo creía que había ido… ¿Dónde dejé la tarjetita? ¡Es que ni me acuerdo del nombre de la funeraria! Gladys se puso en cuclillas y la vio. Justo debajo de la butaca reclinable. Leyó y llamó de su celular; al otro día iría a firmar los papeles y hacer el acuerdo. 25 DE JUNIO Un prearreglo ajustado a sus ingresos: pagaría cien dólares cada día veinticino por un año y medio. El funeral le saldría con un cuarenta y cinco por ciento de descuento en el prearreglo. Toda una ganga y un alivio para sus hijas, una sorpresa nefasta, pero sorpresa al fin. De la funeraria le dieron un calendario. Cada mes tenía una foto de un paisaje acompañado de un versículo de la Biblia. Al veinticinco de junio le hizo una equis. Salió tranquila, pero presentía un augurio terrible en cada equis que hiciera.

22 DE JUNIO Gladys más que vieja –creencia que le resultaba incongruente– se sabía sola. Entonces, las palabras del joven: «los prearreglos funerales nos aseguran que en nuestro sepelio harán lo que queremos y que dispondrán de nuestros restos como lo exigimos».

27 DE JUNIO Gladys se levantó asustada a eso de las tres de la mañana y se hizo café. Decidió empezar el día muy temprano. Miró insistentemente el reloj y el teléfono, pero nadie la llamó. Se volvió a dormir a eso de la una de la tarde y volvió a despertar asustada.

23 DE JUNIO Gladys rebuscó las fotos en blanco y negro de su juventud y luego vio las fotos que se había tomado en la fábrica donde trabajó por más de una década. Tomó la foto grande que una vez figuró en uno de los marcos

5 DE JULIO Gladys decidió ya no ver más televisión. No entendía eso del sistema digital ni la mierda. Nada entendía. Además, los programas la aburrían. Mejor leía El Vocero, mejor oía la radio, donde ya la conocían como

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Gladys la de Yauco. Los llamaba y les contaba cosas o les pedía una canción en particular. Le gustaba recordar a través de la música del ayer.

Lola, la secretaria, resultó ser familia de Carmen, la vecina. Gladys estaba feliz. Esa noche llamaría a una de sus hijas y le comentaría del prearreglo.

29 DE JULIO Gladys tomó su cartera y le pidió a la vecina que la llevara a la funeraria. Se había retrasado en el pago del prearreglo. Aún no se acostumbraba a ese acuerdo póstumo o préstumo… Se resistía al acuerdo.

1 DE DICIEMBRE Deben venir esta Navidad y quedarse un día. Me avisan con tiempo. Les haré comida. Ok, mi bella, Dios te bendiga.

8 DE AGOSTO La gente de la funeraria recibió a Gladys con mucha amabilidad. Le dieron café, la saludaron con un beso. Le explicaron la vida de una de las difuntas de la Capilla Tres. ¡Qué Capilla tan elegante y espaciosa! Gladys llamó e hizo un pequeño cambio: usarían la Capilla Tres en su velatorio. 16 DE AGOSTO Gladys se compró una Winston y fumó en el balcón de su casa mientras miraba a fuera a los niños del vecindario que le llaman abuelita. Recordó a sus hijas; las quería llamar, pero ellas siempre estaban trabajando. Las quería llamar, pero de seguro estaban haciendo alguna cosa. Las quería llamar... 25 DE AGOSTO Gladys salió con una lista: agua, luz, teléfono, cooperativa, Báez (la funeraria), bacalao, galletas Export Soda, huevos, Coors Light, café, avena, alitas de pollo, arroz. De su celular llamó a su prima Princess, a Andy y a sus hijas. Una vez en su casa acomodó la compra, puso las cervezas en la nevera y aprovechó para hacerle la equis al calendario. 4 DE SEPTIEMBRE Gladys cumplió años. Se levantó a eso de las cinco. Desayunó un huevito hervido y una taza de café negro. A eso de las once la llamaron para felicitarla; luego, como a la una. Estaba contenta. 25 DE SEPTIEMBRE Gladys llevó el pago a la funeraria y conoció a una muchachita nueva que fungía como recepcionista. Tan jovencita, parecía que todavía iba a la escuela. De lo más atenta ella…. 31 DE OCTUBRE Cómo molestaban los niños. Recordó los finaos de su niñez. Se acostó a recordar los finaos y a buscar el sueño. 25 DE NOVIEMBRE Gladys estaba contenta con la maravilla que había logrado. Tenía las deudas en orden y hasta había abierto una cuenta en la cooperativa del pueblo. Hacer las equis, pagar el prearreglo la obligó a crear una agenda, una rutina y un presupuesto. Repasó las equis en el calendario y miró el nuevo calendario que le regalaron los de Báez Memorial. Raúl, el muchachito que le vendió el prearreglo, era el propio hijo del dueño de la funeraria. Eran gente bien buena, con muchas atenciones.

25 DE DICIEMBRE ¡Qué coincidencia! El día de Navidad cerró el ciclo de su prearreglo. Ese día, Gladys recibió a sus hijas en la casa. Nadie habló del prearreglo ni del calendario en la puerta de la nevera. Al despedirse, Gladys lloró como siempre. Pasarían meses hasta que las volviera a ver. 28 DE DICIEMBRE Para sorpresa de Gladys, Báez Memorial no tomaba vacaciones de Navidad. De hecho, tenían a tres personas en Capilla Ardiente: dos jóvenes y una señora más joven que la propia Gladys. Nuevamente la idea de la muerte la puso ansiosa. Al menos pudo saldar el prearreglo. Decidió hasta el ataúd: de roble en mahogany con el interior en terciopelo vino. Gladys suspiró aliviada, saludó con besos a todos. Le dieron un grupo de documentos y le regalaron una agenda con el logo de Báez Memorial en letras doradas. Los documentos debía tenerlos en un lugar seguro. Allí estaba estipulado todo: velatorio, ataúd, entierro, hasta una corona de flores. Una parte íntima de Gladys sintió cierta nostalgia de no tener que regresar a Báez Memorial. La próxima vez que regrese sería de manera funesta. 1 DE ENERO Gladys decidió cambiar el cuarto. Movió los muebles y cambió el juego de sábanas. Retomó la caja de zapatos donde guardaba las fotos viejas y allí trató de acomodar los documentos del prearreglo, pero un correntazo en la espalda le recordó la idea de la sentencia que había firmado. Sin embargo, el timbre del celular la distrajo y fue a contestar la llamada. 25 DE MARZO Nadie supo exactamente el día que Gladys murió, sus hijas no se tomaron la molestia de incurrir en esos detalles. Ellas se cansaron de llamarla. Carmen, la vecina, extrañó que hubieran pasado días sin que la viera, sin que abriera la puerta del balcón como acostumbraba, sin que la llamara para pedirle alguna cosa, o preguntarle algo erráticamente. Carmen llamó y llamó. El vecino forcejeó la puerta. Entraron y el resto se convirtió en un mar de llamadas: hijas, fiscal, amigos…. Cuando las hijas llegaron, Gladys ya estaba en la morgue. Las hijas, confundidas y llorosas, hicieron los arreglos en la Funeraria Vélez. Ajustaron su presupuesto y la velaron una noche, la cremaron y esparcieron las cenizas al mar. Recogieron y botaron todo. Se dividieron las fotos entre ellas y las primas sobrevivientes. Solo conservaron las escrituras de la casa. Del prearreglo con Báez Memorial nadie se enteró. Ni siquiera ellos la extrañaron al pasar de los años. Corpus Litterarum

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La voz

Yolanda Arroyo Pizarro I Karina Reyes alza el rostro, hace una oración en la que exige la sanación de esta alma pecadora y débil, y, de inmediato, la voz de siempre le pide que le empuje la frente, que la presione hacia atrás y hacia abajo, que con todo el esfuerzo de su pesado cuerpo obligue a la feligresa a caerse de espaldas. Y eso sucede precisamente. Se cae. Cantan un himno, mueven las panderetas, todos invocan a Dios y dan crédito al Espíritu Santo. Pero Karina, con ojos cerrados aún, sabe que no ha sido ella. Ha sido responsabilidad de la voz. Continúa el servicio. Karina es llamada a moverse de un lado a otro sobre el altar. Lo hace con gracia y destreza aprendida. Impone sus manos sobre la frente de otra mujer; luego, sobre la de un hombre. A ambos también los empuja. Caen. Ella regresa al medio del púlpito mientras canta un poco desentonada, pero a gritos. Descubre a un joven que parece tener problemas de drogas. No recibe bien el mensaje. La voz ha bajado el tono. Se distrae intentando escucharla. Coloca sus dedos, llenos de sortijas de oro catorce, sobre las cejas perfiladas del muchacho. Él es algo afeminado. Lo escucha hablar, repetir una plegaria, extender los brazos, y Karina empieza a sospechar y, como si fuera médico, a intentar elucubrar un diagnóstico. La voz le pide que a este lo tire fuerte, fuerte, y le saque ese demonio. Así lo hace, pero el muchacho, pérfido en su realidad juvenil, disidente de creencias y dogmas, vestido de gótico, mueve una pierna hacia atrás y hace equilibrio. Entonces, no se cae. Queda de pie, gritando y llorando, junto al resto de la asamblea. Karina hace unos manoteos y, enseguida se acercan tres diáconos y una misionera que deja de lado la caja de contribuciones que sostiene; pero Karina, con los ojos, transmite a la misionera que no suelte la caja y que, en medio de lo que vaya a hacer, continúe pidiendo la ofrenda a los otros. El cuarteto se abalanza al joven e intenta sacarle lo que sea que lleva dentro, mientras a Karina le suena el celular, colocado en el interior del bolsillo de su falda de hilo. Ella levanta un poco más su griterío y toca el celular por encima de la ropa. Deja de sonar, pero continúa vibrando. —¡El Señor está cerca! —asevera, y hace señas para que el auxiliar de Pastor la sustituya por un momento. Deja a los concurrentes en medio del “¡Aleluya! ¡Cristo Jesús, escúchanos!”, y va a la oficina a limpiarse el sudor. Se sienta en su escritorio y, mientras observa la fotografía de la clase graduada de Teología y Divinidad del 2005, saca el teléfono. Lo mira. Es un mensaje de texto. Sabe de quién es y antes de decidir leerlo, la voz le indica: —Cálmate, respira hondo, eres la hija de un Rey Salvador. II Conoce a La voz desde pequeña. La escuchaba dentro y fuera del catecismo, antes y después de recitar los mandamientos, primera y última al estudiar los sacramentos; en la mañana, durante el desayuno, en la noche, al acostarse. En una ocasión, la voz logró abrirle los ojos a la estatua de Santa Rosa de Lima que se erguía a un lado de la sacristía. Ese día lo supo. Podía presagiar quién moriría, quién tendría un accidente, quién estaba embarazada sin decirlo, quién había abortado y 16 Corpus Litterarum

qué niño le había robado la merienda en el recreo. La voz la invitó a ser Hija de María una vez, cuando ella y su familia aún eran católicos. Le soplaba los versos de los cánticos que olvidaba, el orden de las cuentas del rosario cuando se perdía, y la ayudaba graciosamente a hacer tropezar a la gente en las escalinatas, durante la misa. Luego, la presionó a ser líder ministerial del grupo de jóvenes de la iglesia nueva, a la que asistía su mamá después del divorcio. La voz también le había advertido de las correrías de su padre, de las suciedades que hacía con otras mujeres, pero Karina había callado, demostrando una madurez inusitada en una niña de doce años, por aquello de no herir a la autora de sus días. Lo que la voz nunca le mencionó, ni con sospechas, ni con augurios, ni con señales o presentimientos, fue el asunto de Roberto.

III El mensaje de texto titila en la pantalla. Prende y apaga como una luciérnaga. Como faros primitivos o fuegos de leña. Prende y apaga; hierro quemado y piedra incandescente. Como el centelleo de una estrella en el cielo sin nubes, sin nada que la esconda. Nada la esconde. Se queda allí. Visible. Y se le mete por dentro. Por cada espacio por donde le respira la piel. Afuera, el abolengo ruidoso, desbordado de pecado original, continúa. Los lamentos, las alabanzas, los coros. Mi Dios está vivo. Él no está muerto, lo siento en las manos, lo siento en los pies, lo siento en el alma, lo siento en todo mi ser. Karina abre el mueble de archivo gris de la derecha y saca la carpeta con la letra “D”. Diezmos. Honra al dador alegre, mi Dios, hónralo y bendícelo, mi Señor. Y la voz hace un chasquido de lengua. Adentro de la carpeta, hay papeles marcados con tinta roja que dicen “Atraso” en letras grandes. Son aquellos los que no han pagado en meses. No solo no han pagado, muchos de ellos no han regresado a la congregación. Una vez salvo, siempre salvo. Eso dicen. La voz le asegura que no es así, entonces, ella asiente. A veces, tiene el poder de curación y levanta gente de sillas de ruedas, sana sus rodillas, revitaliza sus huesos, cura la demencia senil y abre los ojos a los que tienen cataratas, astigmatismo o miopía; nunca a los ciegos totales o parciales, y


nunca abre los oídos a los sordos de nacimiento. Pero sí les da esperanza y sí cura el cáncer, el sida y el herpes genital o, al menos, aclara los errores de pruebas de laboratorios y rayos X mal diagnosticados, aunque no es ella, es la voz quien lo hace. Y recibe el don de hablar en lenguas y el de interpretación de esa propia lengua que la voz le dicta, una voz que no es inventada, que no es un artificio concatenado y colérico del ánimo y la emoción, sino algo estudiado y comprobado, y hasta científico. Tampoco, jamás ha levantado, aún, a un muerto. Busca entre los papeles y encuentra la ficha de Miguel Pelayo. Registro, dirección, teléfonos. El Miguelo, le decían antes de llegar a su iglesia. Llegó para redimirse, una tarde de junio. Llegó para expiar las culpas de todos los collares que había preparado en su vida, y de todos los baños de pacholí, tártago y alcanfor que había recetado a sus clientes, quienes le acompañaban a la playa de madrugada. Llegó luego de la visita de

la pastora. Una consulta poco usual, sugerida y apoyada, en su totalidad, por la voz que siempre la dirigía. Miguelo, incluso, había escuchado la voz que le hablaba a ella, y hasta habían sostenido conversaciones entre los tres. Botella de sándalo, dedicación de palomas, mano de azabache que cuelga con alfiler escondido entre la ropa. Luego de los resultados, vino el arrepentimiento de la pastora: ojos cerrados, oración e himno. Beso en cada mejilla al hombre que se vestía de blanco, que usaba un tatuaje de la Virgen de la Caridad del Cobre escondido en la espalda y pulsera de caracoles en el tobillo. Karina le cogió cariño, en agradecimiento. Le tomó el pulso de vaticinios, de gestiones en pro del lado oscuro, de querer justificar el mal con bien, bondad con maldad. Aura de color oscuro. Quiso reivindicarlo y reivindicarse. Su desliz, por haberlo consultado, debía desaparecer, su flaqueza había que borrarla, ya que Roberto se había enderezado. Pero Miguelo duró en la iglesia lo que dura la ventisca de verano. Entre ellos no cuajaba, se sentía inadecuado. Viento que sopla fuerte y, luego, se detiene. Silencio y ausencias, a pesar de haber demostrado que tenía el favor del Espíritu Supremo y de la voz, que eran y no eran lo mismo. Debido a que demostró en un servicio que podía agarrar con sus propias manos las serpientes que salían de los ojos y la boca de algunos presentes, fue postulado para dar clases en la escuela

dominical en las mañanas grises de agosto; pero los huracanes no le dejaron hacerlo las primeras veces y, luego, ya no quiso. Miguel dejó de venir y empezaron a atrasarse sus caridades monetarias para con el templo. La Junta Pastoral le envío cartas, como era uso y costumbre con los feligreses morosos. De buenas a primeras, él las contestó enviando un cheque que acallaba las culpas y los reclamos. Su ausencia persistía, pero a nadie parecía incomodar mientras se recibieran las remesas. A nadie más que a Karina y al silencio que escucha, ese silencio que acaricia las sienes de las paredes como punto focal e indoloro. Ese silencio que, a veces, le grita y la hace llevar los ojos atrás, volverlos blancos, o amarillos o rojos. Al final, se detuvo el envío de las ofrendas de Miguel, lo mismo que la necesidad de su presencia. La voz le ha pedido que lo contacte. Que lo llame ahora mismo. Karina va a hacerlo. Hace mucho tiempo aprendió a no irle en contra. Se levanta y le pone seguro a la puerta. IV Miguel Pelayo, qué bueno conseguirlo, necesito hablarle en privado, otra vez… y no se preocupe, no es para un asunto de la iglesia… Sí, sí… Lo mismo que cuando usted vino antes, necesito que se trate este asunto con la mayor confidencialidad, como siempre… igual que la vez pasada, pero es un poco más complicado… Claro que puede hacer su consulta en estos momentos, no voy a ofenderme… es más, hasta lo prefiero… Comprendo que deba entrar en trance y que le estén presentando mi información esos a quienes usted llama sus seres…, usted y yo tenemos cosas en común y bueno… así es, mi esposo Roberto otra vez… Así es, tiene razón, Miguel. En esta ocasión, lleva una semana fuera de casa y, claro, tengo que mostrarme firme ante mi pueblo, pero… No, no puedo demostrar nada… pero duele, Miguelo… espere un momento, usted sabe que a mí también me hablan y debo escuchar esos mensajes divinos, no se vaya de la línea, deme un minuto para respirar… No, no estoy llorando… Es que la mujercita es una arpía, una robamaridos profesional… Mi voz interior me dice que le ha hecho un trabajo… Sí, don Miguelo, hago mis oraciones de siempre, no me cuestione mis creencias de nuevo… Esto es un negocio… Creo en lo que creo, pero le requiero otra vez su intervención en este caso… Quiero descojonarla… Usted sabe que el asunto económico no interesa… Tabaco, ron blanco y alguna gallina negra de esas… Pus y gusanos. Y que pierda a la criatura. Gracias de nuevo… ¿Cuándo espero el resultado?... Tres días… Quedo satisfecha, pase mañana a concluir el asunto y le pago… Recuerde venir solo y tarde… V Karina Reyes, graduada summa cum Laude del Ministerio de Redención, Teocracia y Deidades Trinas de una universidad extranjera, ahora, pastora fundadora de la Iglesia Cristo es la Roca Fuerte, Inc., vuelve a leer el mensaje del celular y le da a la tecla de guardar. Lo lee de nuevo, antes de apagar el teléfono y regresar al altar a imponerle las manos a otro que la necesita ansioso, esperanzado, consciente de que esta mujer tiene el verdadero espíritu del Dios Vivo y Verdadero, en cada poro de su piel. Lo lee. Después, sin mirarlo siquiera, y mientras camina hacia su anhelante feligresía, la voz se lo repite. Este es el mensaje: “Ahora mismo me lo está metiendo”. Corpus Litterarum

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Noche de dominó Ana G. López Noche bella, luna llena iluminando el campo. Allí reunidos alrededor de una mesa de dominó se encuentran: Ángel, Gloria, Luisa, Helena y Don Chito, cobijados por un gran árbol como es ya costumbre. Además de entretenerse y compartir, el juego les sirve de pretexto para recordar todo lo vivido en el pasado. Añorar regresar a aquel tiempo donde todo era lento y no se vivía con el afán y la premura que agobia hoy día. Doña Luisa, como le decimos aquí en el campo, es una viuda de setenta y siete años. Vive sola; tiene cuatro hijos, pero nunca la visitan. Es de esas señoras tachadas a la antigua para las que todo es pecado. Su hermano mayor, Don Chito, vive en la casa de atrás. Señor callado y tranquilo, siempre sonriente. Nunca tuvo hijos. Desconocíamos la razón por la que nunca se había casado, hasta que un día me comentó que se había enamorado, pero que la mujer lo había rechazado por ser pobre. Por lo que percibí de sus palabras, creo que aún espera por aquel amor. Ahora que lo pienso bien, creo que por eso siempre está sentado en su balconcito bien arregladito y perfumadito. Helena, por su parte, tiene el mismo carácter de su prima Luisa, pero evita hacer comentarios, ya que su prima los dice por ella. Gloria, por el contrario, es extravagante, colorida. Dice todo lo que piensa sin medir las palabras y es moderna a pesar de su edad avanzada. Ángel es caso aparte; señor tosco, serio, pero con ideas bien modernas gracias a su nieto, que lo mantiene al tanto de los adelantos. Un día, en que me encontré a Ángel en el supermercado, lo saludé me respondió: «Vaya, ¿qué es la que?». Me asombró el saludo y seguí mi camino; fue raro escuchar a un anciano hablar de tal manera, pero eso era parte de lo que aprendía del nieto. Me acuerdo de una noche especial, aquellas de juego, donde todo cambió de la noche a la mañana. Yo vivía cerca de Helena, era pequeño y me ponía a espiar los juegos de dominó de mis vecinos. Más que por el juego, me gustaba escucharlos hablar, quejarse y comparar tiempos pasados con los nuestros. No lo voy a negar, también me gustaba cuando no se ponían de acuerdo y comenzaban a discutir. Me hubiese gustado vivir en aquellos tiempos que, según Luisa, «se dejaban las puertas abiertas sin seguro»; y añadía siempre: «Ahora no, ahora atrévete a dejarlas sin seguro pa’ que veas». Con comentarios así comenzaban las conversaciones. Don Chito llegó tarde, como siempre acostumbraba para no escuchar las quejas de su hermana. Se sentó detrás de los que jugaban, mirando con entusiasmo a ver quien ganaba. Todos habían escuchado muchas veces las quejas de Luisa y trataban de ignorarla. Gloria pidió que se apresuraran en tirar las fichas; nunca la habían visto tan apurada. Ángel le preguntó: «Gloria, ¿por qué tan apurada?». Gloria le dijo que esa noche transmitirían el final de la novela que había visto por los pasados cinco meses y no quería perdérselo. Cuando Luisa la escuchó, fue como malde18

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cirle la madre mil veces. Se paró de la silla y comenzó a decir que aquello era pecado, que el que ve novelas, no vela. Gloria continuó ignorándola, pues ya estaba acostumbrada a esos arranques de Luisa. Como Luisa continuaba alterada, diciendo lo pecaminosa que era Gloria, Don Chito, con su santa paciencia, tomó a su hermana por el brazo y la retiró un poco del grupo para calmarla. Luisa le dijo que estaba cansada de este mundo que tanto había cambiado. Don Chito le dijo que debían aceptar los cambios y, aunque no todos habían sido beneficiosos, no era necesariamente por los ade-


lantos; que lo que más afectaba al mundo era la actitud de la gente. Luisa se calmó. No importaba cuan vieja ella fuera, él seguiría siendo su hermano mayor y siempre lo respetaría. Helena salió de la casa llevando el cafecito y los pastelillitos de guayaba que ya los invitados esperaban. Ángel se puso contento al sentir el aroma del café que tanto le gustaba; tomó un puñado de pastelillitos de guayaba y se los puso en la falda, velando que nadie los agarrara. Gloria lo notó y comenzó a burlarse diciendo: «Mijo, no te preocupes que no se acaban». Todos toma-

ron asiento y comenzaron el nuevo juego, pues habían perdido la cuenta de a quién le tocaba. Don Chito se sentó en su silla y comenzó a mover las fichas; el clingclingcling era lo único que se escuchaba. Gloria tomó un respiro, se levantó y dijo adiós a todos. Ya era hora de la novela. Luisa hizo un comentario que nadie escuchó. Comenzaron el nuevo juego. Ángel comentó que su nieto estaba por graduarse de la Escuela Superior y que había decidido estudiar para ser maestro. Helena interrumpió y dijo que para qué quería estudiar eso si la paga no era buena, que mejor estudiara para ser abogado. Ángel le respondió que mejor era que fuera maestro porque era lo que le gustaba y no, que fuera abogado y terminara preso. Era claro que Ángel amaba a su nieto Jaime, muchacho brillante, humilde, con grandes sueños. Luisa dijo que no importaba lo que estudiara porque con lo pérdida que estaba la juventud no se podía sacar nada bueno de ninguno. Todos la miraron con indignación y continuaron jugando. En eso, el nieto de Ángel apareció con unos compañeros; saludó a todos y le pidió la bendición al abuelo. Doña Luisa los miró de arriba abajo, mirando sus atuendos, y comentó que eran raros, que en su tiempo los caballeros se vestían elegantes, con trajes y corbatas, con zapatos cerrados y sombreros. El nieto de Ángel le respondió que aquellos eran otros tiempos, que no se fijara en los atuendos sino en los cerebros y en la actitud de las personas. Doña Luisa lo miró con disgusto y enfado mientras que los otros lo miraron bien asombrados. Doña Luisa comenzó a hablar incoherentemente, aturdida por lo que Jaime había dicho. No esperó mucho tiempo para decirle: «Ustedes lo tienen todo fácil hoy día. En mis tiempos nada se pedía, pues no había dinero suficiente. Todo se conseguía con sacrificio, con el sudor de la frente; la verdad es que ustedes tienen suerte». Jaime miró a su abuelo como si le pidiera permiso para hablar y Ángel asintió con la mirada. Jaime, con mucha diplomacia, dijo: «Con el permiso, Doña, no me di cuenta de la suerte que tenía que con solo un chasquido de dedos todo se me aparecía; pero si mal no recuerdo, trabajo he de hacer, sudor me ha salido y nada he pedido. Todos lo días madrugo a repartir el periódico, y en las tardes le ayudo a don Sico en el colmadito. Con lo poco que gano le ayudo a mi mamá y a mi abuelo. Sé que no es suficiente y por eso quiero estudiar para, cuando sea un profesional, poder ayudarles más». Ángel miró a su nieto con orgullo. En todos se dibujó una sonrisa de satisfacción. Luisa mostró una falsa sonrisa y, contrario a lo que hacía siempre, se quedó callada. Todos quedaron perplejos. Cuando Luisa abrió la boca fue pa’ preguntar: «¿A quién le toca?». Miraba las fichas que estaban en la mesa de dominó. Don Chito le sonrió al muchacho y el muchacho le devolvió la sonrisa. Doña Luisa reconoció en su interior que no podía juzgar a todos los jóvenes por igual y que había que aceptar los cambios y ser tolerantes. Desde esa noche, todos los viernes, Doña Luisa solo juega y comenta sus novelas, las que aprendió a ver por el empeño de Gloria. En ocasiones, Jaime se reúne a compartir con todos ellos; juega dominó, conversa. Y Luisa le echa la bendición. Corpus Litterarum

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ENTREVISTA

LO HUMANO DEL MUNDO

Por E.J. Nieves, Sandra B. Valentín y Raymond P. Meléndez

E.J.: Antes de comenzar la entrevis- crueldad sin olvidarse de lo humano. ta siempre hacemos esta pregunta al Esas son mis recetas, mis rituales. autor, ¿quién es Luis Negrón? Sandra B.: ¿Cuál es el mayor reto de Luis: Yo puedo contestar eso en las escribir literatura «queer» en Puerto cosas que yo hago. Yo soy librero. Rico? Trabajo en la Librería Mágica en Río Piedras. También soy curador Luis: Yo creo que hubo un momende cine de Cine MAC, que es el pro- to en que eso era algo bien novedoso, grama de cine del Museo de Arte algo que la gente puso mucha resisContemporáneo de Puerto Rico. Soy tencia, pero ahora hay una apertura. papá, soy abuelo. Básicamente, esos No una apertura total. Por ejemplo, son los roles a los que les doy prio- mi libro no lo enseñan en las escueridad. Y pues escribí un librito ahí, las. Aunque, yo no creo que sea un hace unos añitos, que me ha llevado libro para los niños. Hay gente que a conocer el mundo. Así que, he te- no lo leen porque piensan que tienes nido esa ventaja. Porque hay muchos que ser gay para leer literatura queer. escritores buenísimos que no tienen Yo creo que, poco a poco, puedo romesa suerte. Estoy contento con que a per esa barrera ganando otro tipo de mí se me ha dado de otra forma. lectores. El libro, aquí (Puerto Rico), la primera vez fue publicado por la E.J.: Como parte de nuestras entre- Secta de los Perros; luego, con Libros vistas tenemos una pregunta que AC, y en las siete ediciones que tiene es distintiva, de modo que nuestros el libro ninguno ha sido con alguna lectores sepan cuáles son los diversos editorial que se dedique específicaprocesos de escritura de los escritores. mente a la literatura queer. Es literaNos interesa saber ¿cuál es tuyo? tura humana. Lo queer es humano, y yo no escribo tesis sobre lo que es ser Luis: Como yo estudié periodismo, queer. Simplemente, mis personajes hago muchas notas a mano, ideas lo son. Las historias a veces tienen que tengo. Hago bosquejos de las que ver con eso en un mayor o mecosas que me interesan para escribir. nor grado. Yo no le huyo al tema. Es Como disciplina, escribo a diario. A como cuando alguien ve una pelícuveces, con mucho éxito. A veces son la rusa y puede salir y decirte «yo me cosas que simplemente no me satis- identifiqué un montón con esa pelífacen. Escribo de noche porque hay cula». Sin embargo, es otra cultura, que trabajar, ¿no? Le robo muchas otra geografía, otra sociedad. Si algo horas al sueño para poder escribir. ha beneficiado a mi libro es que los Me levanto bien temprano. Ahora seres humanos tenemos la capacidad mismo estoy escribiendo algo que de sentir empatía incluso por aqueme está gustando mucho. Tú ves que llo que se supone que es diferente a me gasto toda la mañana para poder nosotros. Eso diría yo. Hay gente escribir. También leo a los autores que me pregunta que cuándo voy a que yo sé que me van a despertar el escribir sobre otro tema. Yo les digo: apetito por lo que estoy escribien- «¿Por qué no puedo escribir sobre ese do. Por ejemplo, en estos momentos tema? Es mi tema. Es lo que me gusestoy leyendo mucho a Mendicutti, ta». que es un escritor español, y a Copi, que es argentino. Porque van con lo Raymond P: Como escritor gay, comque estoy haciendo, que es una sátira. prendes la sensibilidad interna de la A mí la sátira me gusta mucho, pero comunidad LGBTT. Pero aun con hay que alimentarla. También la ali- esta compresión, si consideramos que mento con películas que veo. Ayer cada persona es un mundo aparte, presentamos en Cine MAC Muriel’s existe el riesgo de retratar a los persoWedding, que es una película que se najes dentro de los estereotipos conparece a mi trabajo. Demuestra la vencionales. ¿De qué manera ser es-

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Luis Negrón

critor homosexual ayuda o dificulta la tarea de describir la comunidad? Luis: Yo creo que es como lo planteas ahí. Yo soy un individuo. Yo soy parte de una comunidad. Por ejemplo, cuando yo iba a las barras y todo eso, antes el mundo gay era casi exclusivamente dentro de las barras, pues yo no era muy popular que digamos. Yo era el que siempre estaba aislado, porque era tímido. Era más observador que participante y me sentía marginado dentro del margen. A mí me molesta cuando en una película, sale un tipo afeminado y la gente gay dice que eso es un estereo-


Sandra B.: ¿Dirías que en el cuento «Mundo Cruel» se plantea la imposibilidad de la liberación «queer» o todo lo contrario?

CRUEL

«Yo estoy buscando la historia que mejor retrate la experiencia humana, sea como sea; y cuando vienes a ver, casi todos aspiramos a lo mismo. Lo que pasa es que desde diferentes circunstancias y con distintos niveles de éxito.»

tipo de los gays. No es un estereotipo de los gays porque hay hombres que son afeminados. No hay nada malo en ser afeminado. Puede ser hermoso serlo. Puede ser hermoso ser una loca que se enamora de exconvictos y que, después que se los lleve a vivir con ella, la dejen pelá. ¿Por qué no retratar ese mundo? ¿Cuál es el trabajo de los autores? Mirar lo que está a nuestro alrededor y retratarlo. Ese es el tipo de escritor que yo soy. Yo no hago tesis ni manifiestos de cómo debe ser la gente gay por que corremos el peligro de discriminar. Ese es el verdadero peligro. Alguna gente me ha dicho que yo soy homofóbico.

Primero, que vivimos en una sociedad que produce gente homofóbica; el que diga: «yo no soy homofóbico» ya dejó de hacer un trabajo porque la homofobia es algo que tenemos que estar revisándonos constantemente. El hecho de que yo escriba de loquitas o de gays que le gustan los hombres heterosexuales no creo que con eso esté estereotipando a nadie. Yo estoy buscando la historia que mejor retrate la experiencia humana, sea como sea; y cuando vienes a ver, casi todos aspiramos a lo mismo. Lo que pasa es que desde diferentes circunstancias y con distintos niveles de éxito.

Luis: Ese cuento yo lo escribí por joder. Era un poquito como diciéndote que también dentro de nuestro ecosistema existe el prejuicio. Pese a que parece que soy muy cruel con José A. y Pachi, los protagonistas, yo nunca me olvido que son humanos. Por ejemplo, el que se pasa vomitando todo el tiempo, eso es un retrato humano porque es una persona que tiene una incapacidad de ser feliz si no se está constantemente purgando para estar flaco y porque no puede bregar con el dolor. Muchos gays culpan a otros gays de la homofobia. ¿Cuántas veces yo no he escuchado: «Yo no voy a la Parada Gay porque eso no me representa?» Y yo respondo: «A ti te representas tú». Entonces, en el cuento sucede que se acabó la homofobia, y esta gente se resiste porque tienen tan internalizado el discurso homofóbico que no pueden bregar con lo contrario. También hay una cuestión de clases que yo quería meter. Mi libro no se escapa completamente de eso. Pienso que todos los gays estamos en el mismo barco, todos. Algunos piensan que no están ahí; pero si tú tiras piedras a las loquitas más pobres, más desafortunadas, más violentas, más cafres, se va hundiendo. Llegará el momento que el otro grupito, que se cree que no se va a hundir, que está asimilado a la clase burguesa, también se hundirá. Todos nos vamos a hundir porque la gente rechaza la homosexualidad y la rechaza toda, con todas sus caras. Sandra B.: El cuento «Muchos» es un texto transgénico porque en él se desdibujan las fronteras de lo que es el género del cuento y la obra teatral. Podríamos pensar que este es un guiño intencionado a la comunidad transexual. ¿Qué nos puedes pedir al respecto? Luis: Cuando eso se montó en teatro, mucha gente pensaba que era un diálogo listo para ser montado. Hubo que hacer alteraciones porque es un cuento. Hay cosas que ellas dicen que son necesarias para el cuento. Por ejemplo, a mí me gusta mucho que los personajes se expliquen con Corpus Litterarum

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sus propias palabras y que, dentro de esa explicación, surja el ambiente, la acción, las contradicciones, giros y todo eso. Si miras el principio y el final, te das cuenta de que es un cuento. Es un cuento que coquetea con el teatro, pero no pienso que sea una pieza teatral. Yo vengo de una familia pobre; la mayoría es gente poco educada, donde las palabras que tienen son pocas pero bien ricas para explicar tantas cosas. Escuchar a mi hermano decir: «vite, vite, vite» cien mil veces, pero cada «vite» es algo diferente, algo rico, maravilloso que explica algo del ser humano, de como él percibe el mundo. Eso es fascinante.

me vistieron, me prestaron ropa de ellos para ir a una discoteca en la que yo no me metía porque la veía media comemierda. A mí esas cosas no me gustan. Si uno siempre tiene que estar bien vestido para ir, pues yo no voy. Ellos fueron los que inspiraron el cuento. Cuando lo leyeron, me dejaron de hablar. La parte de la bulimia no es cierta; ninguno lo era, pero había uno que no comía después de las cinco de la tarde y era bien estricto para mantenerse flaco. Ser flaco significaba tanto para él. Su esperanza era que si él era flaco, él se merecía, no tan solo el hombre que él quería, sino que merecía ser mejor que los demás. Y duele... Hay

Luis: Yo escribí el libreto de la obra de teatro. Después de ahí fui a verla. Yo en eso no me meto. Me gusta la idea de que la gente use estas historias y las representen de la manera que ellos mejor entiendan. Lo mismo pasó con el cortometraje de La Edwin. La obra estuvo bien divertida. Al público le gusto; fueron nueve funciones. Ahora hay otros proyectos que se están desarrollando. Van a filmar Botella en cine, El elegido la van a hacer en cine. Me da mucha curiosidad como van a lograr eso. Para eso estas historias están ahí. Yo no me meto. Por ejemplo, Junito la acaban de hacer ahora en cine, y la muchacha me dijo: «Tú puedes ir todos los días si quieras». Estuve un

Raymond P.: «Mundo Cruel», el cuento, trabaja con la homofobia desde dentro de la comunidad. ¿La intención es denunciarla con el fin de corregirla o es un intento de, simplemente, retratar a la comunidad?

una cuestión ahí del dolor de ser gay. Entonces, mientras más tú te alejes de la percepción negativa de lo gay, te sientes más a salvo. Así que, aunque es una sátira, yo como autor, les paso la mano a mis personajes. Yo lo puedo desgarrar, descarnar, pero lo que surge siempre es un corazón, es la humanidad.

día allí un ratito porque es enzorroso. Tanto corte, corte, corte. A mí el cine me gusta para verlo, no para estar ahí. No pasa nada, y hay que estar siempre callado. Mejor yo veo la película y ya.

Luis: Sobre el fin de corregirla, no soy tan ambicioso. Creo que en la sátira tú te reconoces. Yo espero que la gente se reconozca y, por lo menos, ponerlos a pensar. Ese cuento yo lo basé en que yo estaba un día en Tía María y conocí a estos dos tipos fabulosos que vieron potencial en mí e intentaron adoptarme. Eran penepés, iban a la iglesia, closeteros como ellos solos… Recuerdo que un día

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E.J.: En «Botella» el protagonista está rodeado de signos premonitorios que establecen paralelos entre el presente y el futuro de sus acciones. El Raymond P.: Del cuento «La Edwin» protagonista primero encuentra a se realizó un cortometraje, y de otros Caneca ahorcado y luego este ahorca cuentos una obra teatral. Cuéntanos al profesor. Relaciones como esta se como fue la experiencia de ver tu establecen a lo largo del cuento. Este trabajo teatralizado. ¿Cuán involu- recurso literario le propone un juecrado estuviste en estas representa- go al lector. ¿Se trata nada más que ciones? de un juego literario o insinúas que nuestra vida real está igualmente


cargada de signos que marcan paralelos entre nuestro presente y nuestro futuro? ¿Cómo autor del cuento cuál dirías que es la función de este recurso literario? Luis: Algunas de estas señales casuales surgieron por la historia misma. Cuando él encuentra a Caneca ahorcado, yo todavía no sabía que él iba a matar al profesor. Pero lo tuvo que matar y yo decidí entonces que lo iba a matar de una forma parecida a en la que matan a Caneca. El personaje de Botella, que no tiene nombre como muchos de mis cuentos, tiene la mala suerte de encontrarse a Caneca muerto; entonces, él huye y trata de borrar unas huellas de un crimen que no cometió. Para la sociedad no importa si él lo cometió o no. La sociedad aplica a esas personas la capacidad de hacerlo. Era una forma de humanizar. Cuando digo humanizar no digo perdonar ni justificar este tipo de persona que existe también dentro de este coro de voces del mundo gay. Había cositas con las que me gustó jugar. La botella de cloro, la insistencia con la limpieza, la mierda. Él no puede escapar del olor a la mierda porque su vida es una mierda. Eso es lo que es él. Por eso él agarra la chancleta al final y huele. Después que hace todo esto, que manda a

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Botella a casa de su herma y todas las cosas que le pasan, él todavía sigue oliendo a mierda. Este es un cuento bien triste para mí; me da mucha pena con ese personaje. De nuevo, yo vengo de una clase social pobre. Yo tengo primos que han estado presos. Yo he hablado con ellos y siguen siendo humanos. La gente es humana, mano. Hasta el más malo. No es que uno justifique sus actos ni que merezcan perdón a veces ni que no haya cosas que pueden enmendar, pero en el caso del cuento Botella yo creo que es un chico con muy mala suerte y pocos recursos para bregar con esa mala suerte.

vo de Luis Negrón? ¿Algún proyecto do. Yo no te enseño una página de lo sobre la mesa con el que estés traba- próximo porque sino la mirada del jando? otro se va a meter ahí. Yo lo termino y cuando digo: «Esto es lo que yo doy, Luis: Sí, hay un proyecto, pero no esto es lo que hay», entonces ahí tenvoy a hablar de él porque se me sala. go mis lectores que son muy buenos Hay algo que viene pronto. Pero y que me dicen lo que opinan. Yo los ¿para qué hablar de eso? Ya ustedes lo escucho con atención. Es importante leerán. Y eso es lo divertido. Yo quie- que el escritor escuche a los lectores ro que salga así como Mundo Cruel. que tengan algo importante que deNadie se lo esperaba y encontró su es- cir. No es al tío o la mamá o al novio. pacio. Sí, sigo escribiendo. No siem- Tiene que ser alguien que sepa, que

Sandra B.: Aunque en el pasado hemos tenido literatura «queer», ¿qué opinión merece la abundante proliferación actual? Luis: Yo creo que mucha gente está ahogada. De momento sintieron que ya había que empezar a juntar historias. Como cuando las mujeres en los setenta empezaron a aparecer en escena... También hubo resistencia en ese momento. Creo que lo queer es algo que llegó para quedarse, y pues a mí me parece bien que la gente escriba de lo que quiera: queer, no queer, literatura que hable sobre afrodecendientes. Yo creo que está muy bien. Igual así como la cultura urbana, que ahora está bien presente en nuestra literatura. Ahí está Francisco Font Acevedo, ahí está Eduardo Lalo hablando de la ciudad y todo eso. Mundo Cruel es un libro que también habla sobre la ciudad. Hay libros queer que hablan sobre el campo, ahí está Carlos Vázquez Cruz con Malacostumbrismo, que habla del centro de la isla, ese otro escenario. La literatura queer no es solamente queer; también puede ser urbana, puede ser gótica. Puede ser literatura fantástica y detectivesca. Por ejemplo, hay literatura queer erótica, que busca despertar el sentido erótico en ti, el deseo sexual, o satisfacerlo también. Yo no creo que mi literatura sea erótica. La gente mete mano, pero yo no me pongo a describir esto o aquello. No porque le huya sino que no ha sido necesario. Y si hay algo que pese la escritura es lo que no es necesario. La literatura tiene que desprenderse de lo que sobra.

pre tengo un proyecto, pero esta vez sí. Tengo un proyecto al que le estoy metiendo mucho tiempo. Lo que te puedo decir es que me estoy cagando de la risa, me divierte un montón. Porque para mí escribir es un goce. Yo me siento en la silla y digo: «¡Qué hijoputa!». El goce de escribir sin la mirada del otro es importante. Ahí tiene que estar ese momento en el E.J: Ya como para ir concluyendo que tú estás solo. Yo no le enseño a ¿Cuándo estaremos leyendo algo nue- nadie nada hasta que esté termina-

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entienda de estructura y que entienda tus debilidades como autor y te ayude a superarlas. E.J.: En nombre de todo el equipo de Corpus Litterarum» te agradecemos el tiempo de habernos concedido esta entrevista. Esperamos leer algo pronto. Luis: Claro, claro. Seguro que sí, gracias a ustedes.


Letras saladas H. Roberto Llanos

Ella tuvo un mal presentemiento cuando abrió la puerta. Encontró un papel en el piso. Hacía meses que no entraba al apartamento de Luquillo. La noche de San Juan estaba cerca y había invitado un par de amigos a la celebración. La nota estaba dirigida a Gilberto, pero la curiosidad la invadió. Abrió el sobre y leyó con detenimiento. Mi querido Gilberto Muchos dicen que el primer aniversario es de papel y así me trataste. En una página intentamos escribir nuestros eventos pero nunca la terminamos de llenar. El día en que nos conocimos en la playa de Luquillo comenzó la historia. Me mirabas con ojos de lujuria pero no cedí fácil. Tu grillete anular te delataba. Mis amigos me advirtieron que no me enamorara de hombres casados pero no les hice caso. Me seguiste a las duchas y nos intercambiamos miradas. Mi corazón latió con fuerza al mirarte en detalles. Un escalofrió me invadió y salí despavorido. Me alcanzaste, te presentaste y me diste tu número telefónico. Dude par de veces en llamarte pero lo hice. Después de varias llamadas, me invitaste a cenar. El mejor plato de la noche fue comernos a besos en la playa y lo demás es parte de nuestra historia. Amor de fines de semana era lo que podías darme. Lunes a viernes eras el padre firme y el esposo ejemplar antes los ojos de Mercedes. Me diste la llave del apartamento de playa para celebrar en privado nuestros encuentros. Estas paredes fueron testigos de nuestros intercambios de savias corporales, según tus palabras. Maduro pero con fuerza, así te catalogue. En tus brazos encontré seguridad y no deseaba que llegaran los domingos en la noche. Me dejé manejar a tu antojo. Me consentiste con regalos y otros lujos. Jugaste con mis anhelos y falsas promesas, las cuales creí y las transformé en mis esperanzas. Rehusé a creer lo que decían mis amigos e ignoré sus reproches. Dejé de salir con ellos para estar contigo. Las

excusas de tus desplantes fueron muchas, siempre te salías con la tuya. Al final llegabas borracho. Llegabas a herirme con tus palabras y desquitabas conmigo el coraje de tu incapacidad para escoger. Por más que te pedí que la dejaras negabas en hacerlo. La última discusión mencionaste estas palabras: «No quiero que la gente me vea con un hombre». Con eso confirmé que no estabas listo. Querías la comodidad de las apariencias. Hice contigo el amor por última vez pero ya no era lo mismo. Después que te fuiste ese domingo, lloré. Recordé lo que mi abuela me dijo una vez: «A veces las apariencias pesan más que la misma conciencia». Pero tome la decisión. Hice mis maletas, dejé la llave en el piso y me dirigí a Nueva York. La ciudad empeoró mi depresión. Sé que me buscaste con mis amigos pero tampoco ellos sabían de mí. Me volví un adicto a las pepas y otras cosas relacionadas, me dio con mezclarlas en par de ocasiones y fue un error. Los intentos fallidos de suicidio me empujaron a la rehabilitación. Aunque caí hondo, me levanté. Todo este tiempo ha sido de aprendizaje. No ha sido fácil estar alejado de ti. Tuve que reconocer que no estarías en mi vida. Fue un proceso arduo pero lo logré. Ahora ayudo a otros para que no pasen por situaciones similares. Volví a la isla para un evento familiar. Decidí pasar por el apartamento y dejarte esta nota. Ya han pasado cinco años desde que te vi ese día en la playa. Espero que seas feliz. Tu Paolo Mercedes dobló la carta mientras se secaba las lágrimas. Gilberto la vio y le preguntó por el motivo de su tristeza. Ella le entregó el sobre. Él reconoció la letra. Se le formó un taco en la garganta, que provocó una fuerte tos. Ella lo miró de frente. —Solo te haré una pregunta ¿Lo amaste? Él se limitó a bajar la cabeza, intentando no verla a los ojos. Corpus Litterarum

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Bienvenidos Melissa Padilla El patio de mi infancia era un mundo paralelo al que vivía dentro de mi casa. En él vi y a aprendí cosas que, como una adulta, aún me acompañan. Ahora, pensándolo bien, los primeros conceptos geométricos y relacionados al tamaño los adquirí allí. El patio era grande y cuadrado; dentro de ese cuadro estaba mi casa, que era más larga que ancha. Detrás de ella, había otra mediana, en la que vivía un señor muy mayor y gordo, que siempre olía a cigarrillo. Al lado de esa, estaba la última estructura, la más pequeña: la casita de herramientas. Al patio se podía llegar de dos formas sin pasar mucho trabajo: por una de las dos puertas de la cocina o por el portón posterior de la marquesina. La tercera manera de ganar acceso era más peligrosa: escalar la verja, engancharse en el gigantesco árbol de pana y saltar al suelo. Solo alguien perseguido sería capaz de cometer esa locura. En esa casita de herramientas pasaba horas con mi papá, aunque mi madre me regañara porque salía con olor a tornillo mohoso y con la ropa y las manos manchadas. Mi papá solía sentarme sobre la mesa de madera que estaba justamente en la pared de la ventana. Yo lo ayudaba a sostener las tuercas en lo que él buscaba los tornillos que le faltaban para terminar de arreglar algo; porque siempre mi madre lo tenía arreglando cosas en la casa. Un día, mientras estaba sentada sobre la mesa, papi me dijo que me volteara para que pudiera mirar por la ventana. Así fue que vi a los conejos por primera vez. Vi unas bolas de pelo blanco que se parecían a los peluches que vendían en la farmacia para la Pascua; eran como cuatro o cinco. Los conejos estaban en una jaula en el patio de la casa de atrás. Unas semanas más tarde, mi papá me tomó de la mano y me llevó por detrás de la casita. Había un pasillo en el que cabíamos los dos, él porque era delgado; yo, pequeña. El corredor llegaba hasta el final de la casa mediana. El piso era en tierra, lleno de hojas secas y musgo; las ramas del árbol de pana formaban un techo natural. La verja que dividía el patio de la otra casa era la mitad en cemento, la otra parte era una vieja red de metal mohosa por la que cabía mi pequeña mano. La temperatura en ese pequeño pasadizo era fresca y, por lo abundante de las ramas del árbol, no penetraba la luz directa del sol. Luego del descubrimiento de los conejos y del pasillo, mis visitas al patio fueron más frecuentes. En él, además de descubrir que los conejos blancos tenían los ojos rosados, vi y olí las panas podridas. Tenía una fijación: arresmillada y aguantando la res piración, me quedaba mirando sin parpadear el fruto lleno de moscas y mimes. Y esa era la imagen que flotaba en mi mente cuando las tenía en el plato de almuerzo, sancochadas acompañando una chuleta. También allí, a fuerza de sentir el espíritu navideño, comprendí el significado literal de esa canción que habla sobre el pobre lechón que muere de repente con un tajo en la frente y otro en el corazón. Al pobre cerdo lo escuché chillando cada tarde del veintitrés de

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A Carlos y Yolanda, porque la vida es bonita


diciembre, como si hubiera presentido su obligada muerte. Al otro día, veía cómo doña Carmen, mientras hablaba con mi madre, a través de la verja, lavaba las tripas del pobre lechón que habían matado en la madrugada. *** A veces, mi papá llegaba con una bolsa llena de comida para conejos. Cuando yo oía el sonido del carro, corría al balcón a esperar que se bajara para ver si la traía. Mi madre, al verlo, refunfuñaba que nosotros no teníamos conejos, que eso traía ratones; pero a mí no me importaba nada de lo que ella pudiera decir. Ya cuando mi padre se acercaba al portón se encontraba con el vecino. Lo saludaba «Bienvenido, ¿cómo estás?». Se quedaban hablando y yo, arreguindada del portón, me desesperaba. Al final de la conversación, mi papá siempre decía: «Bienvenido, te veo. Eso no lo entendía. Es más, no entendía por qué mi papá le decía «bienvenido». Mi mamá, que para mí lo sabía casi todo, me tuvo que aclarar la duda. –Mami, ¿Por qué papi le dice bienvenido al vecino? –Porque ese es su nombre, como tú te llamas Carla; tu papá, Rafael; tu hermano, Jean; y yo, Yolanda. –Mami, pero es que misis Lugo nos dice todos los días cuando entramos al salón: «Bienvenidos a su salón». ¿El grupo se llama como el vecino? – No, Carlita; lo que pasa es que… pues… esa palabra también es un nombre. A lo mejor cuando nació el vecino, su mamá estaba igual de contenta que tu maestra cuando los ve a ustedes, y por eso lo llamó así. Mira, ahí viene tu papá, recíbelo. Así despachó la conversación y por primera vez no le molestó que llegara con la bolsa de comida para los conejos. Mi papá me había prometido que un día me llevaría a la casa donde estaban para que los pudiera cargar, pero tenía que portarme mejor en la escuela y dejar de hablar tanto en las clases. Solo le había hablado sobre los conejos y el pasillo a mi amiga Noelia. Le había contado que los animales eran mágicos porque sus ojos eran rosados y eran así blancos como nosotras. –¿Tan blancos? –preguntó Noelia, asombrada. –Sí, así como nosotras y como mi mamá. *** A veces soñaba que era la dueña de los conejos y que los peinaba y les ponía los lazos de mis muñecas. En las últimas noches, había despertado asustada porque había escuchado ruidos extraños en el patio. Una de la ocasiones, sentí preocupación por mis mascotas. Fui corriendo hasta el cuarto de mis padres y, susurrando, le pedí a mi papá que fuera a ver qué pasaba. Lo seguí hasta la cocina y me quedé esperándolo allí. Él salió, caminó por el patio y se asomó detrás de la casita de herramientas. Vi entre sombras que papi hizo un gesto con los brazos, que no

pude distinguir, y luego caminó de regreso. –Carlita, no hay nada. Ve a dormir, que es tarde. Regresé a mi habitación; como aún tenía miedo, papi dejó la puerta de su cuarto y la del mío abiertas. Así pude escuchar la conversación entre ellos. Oí que mami habló sobre el pasillo, sin embargo, no pude comprender otras palabras que ambos repitieron varias veces: migración, aduana, yola… Volví a pensar en los conejos y así me quedé dormida. Al otro día, desperté un poco tarde. Salí al balcón buscando a mi mamá porque, con seis años, todavía en las mañanas tomaba leche en bibí. La vi, junto a mi padre en la acera, con la misma expresión que le veía cuando nos regañaba a mi hermano y a mí o cuando discutía con mi papá. Hablaban con Bienvenido. Papi lo escuchaba con mucha atención y eso lo sé porque tenía los brazos entrelazados sobre el pecho, las piernas abiertas y movía la cabeza de arriba hacia abajo. El vecino me vio con mi bata rosa de Strawberry Shortcake y mis rizos amarillos alborotados parada en el portón; le hizo un gesto a mami y ella me miró. –¡Váyase a ver muñequitos con Jean! Iba como alma que lleva el diablo, porque cuando mi madre usaba el «váyase» era sinónimo de «prepárese para el regaño». Ese mismo día, más tarde, mi papá estaba preparando unas extensiones eléctricas que conectaba en los receptáculos de la marquesina y las metía por los bloques ornamentales de la marquesina. Yo, como era curiosa, me trepé en la escalera que tenía recostada de la pared y vi a Bienvenido al otro lado acomodando los cables anaranjados que papi le pasaba. Cuando el vecino me miró, me asusté. No supe si decirle: «Hola, Bienvenido» o «Te veo, Bienvenido». Papi me pidió que me bajara; me advirtió que si mami me veía, hasta ahí yo llegaba. Me bajé volando y me fui al patio a jugar con mi hermanito en su cuadro de arena. –Jean, ¿quieres ver algo? –No, no quiero; estoy jugando. –Ven, vamos; dale, vamos. Agarrándolo por la mano, casi lo obligué a acompañarme al pasillo. Le mostré mis mascotas. En lugar de quedar fascinado como yo, salió corriendo mientras gritaba que esos conejos parecían ratones gigantes. Mami nos llamó a comer. Después de almorzar, me dijo que fuera a casa de doña Carmen a comprar limbers. Corrí y regresé con una bolsita con vasos llenos de hielo y azúcar. Mami conversaba con la esposa de Bienvenido, que reflejaba una angustia horrible: tenía el ceño fruncido, sus finas cejas se había deformado y tenía los ojos rojos como cuando a mí me caía jabón en ellos. Yo me quedé al lado de mi mamá, con la oreja como un radar; pero en vano, porque las mujeres, entre un tema y otro, repetían las mismas palabras que ya había escuchado en la conversación nocturna y no entendía. *** En la escuela, cuando la maestra nos saludó como de costumbre, levanté la mano; necesitaba hablar. Ella, mirándome por encima de los espejuelos, me dijo: –Carlita, dime. –Maestra Lugo, es que en casa aprendí que Bienvenido es un nombre. Con cara de asombro me preguntó quién me había enseñado eso. Le expliqué lo de mi vecino, que se llamaba así y que mi madre me había dicho que era porque cuando nació su madre se había puesto feliz. La maestra se rió y me dijo que mi madre era una mujer muy sabia. Corpus Litterarum

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*** En la tarde, fui a darle comida a los conejos y me di cuenta de que habían limpiando todo el pasillo. Las ramas que hacían el techo habían desparecido, el suelo lo habían barrido porque me percaté de que no era de tierra, sino de cemento. Por primera vez, caminé por el pasillo hasta el final, que terminaba con la verja de la casa de Bienvenido. El patio de esa casa también era grande, pero estaba vacío, solo unos tendederos colgaban de lado a lado y los cables anaranjados que salían de mi casa entraban por una de las ventanas. Mi papá había llegado del trabajo y fue a buscarme. Entró al pasillo y corrí a abrazarlo. Le pregunté si había limpiado el pasillo y me dijo que sí. Salimos al patio y no sé por qué se me ocurrió preguntarle qué era migración. Me miró sorprendido y se quedó en silencio. Luego, me preguntó de dónde había sacado esa palabra; le dije. Permaneció callado nuevamente. De pronto, suspiró: –Carlita, ¿a quién habrás salido? –Papi, a ti. –Bueno, vamos a ver cómo te explico. ¿Te acuerdas del día que esperábamos la tormenta? –Sí… –¿Recuerdas que vi

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mos muchos pájaros volando juntos? Te dije por qué volaban así, ¿verdad? –Papi, los changos que se iban a un lugar donde no hubiera tormenta. –A veces, la gente debe ir a un lugar donde se siente más segura, así como los pájaros volaron para no estar en peligro; eso es la migración. Lo abracé y lo besé muchas veces en la frente. Entramos a la casa y nos sentamos con mi hermano a ver el Chavo del Ocho, en lo que mami terminaba la comida. *** En la casa de Bienvenido, en las últimas semanas, entraba y salía mucha gente. En dos noches consecutivas sentí ruidos en el patio; fui a donde mi papá, pero me dijo que no era nada. La tercera vez, me armé de valor y abrí un poco la ventana de mi cuarto que daba hacia el patio. Vi unos celajes; me dio tanto miedo que corrí a la cama, me arropé de pies a cabeza y comencé a orar para que a los conejos no les pasara nada. No pude dormir. Desperté tan cansada, que mi mamá decidió no enviarme a la escuela. Me preguntó porque no había dormido bien y le expliqué que unos espíritus estaban acechando a mis conejos y que los había visto volar por el patio. Ella pensó que había tenido un episodio de fiebre muy alta. Me llevó al doctor y desde esa noche dormí en el mismo cuarto con mi hermano. El pediatra dijo que tenía fiebre de pollo y que todo estaba muy bien. Sé que mi mamá y mi papá tuvieron una conversación seria sobre el asunto, porque a la semana, papi me llevó a la casa donde estaban los conejos. Los pude cargar y ellos comieron de mi mano. El dueño de los animales nos dijo que se los llevarían. Le pregunté si regresarían. Me dijo que sí, pero que no sabía cuándo. A pesar de que les suplicaba a mis padres que me dejaran dormir en mi cuarto, me decían que no se podía porque el techo se estaba filtrando y lo estaban arreglando. En un acto de rebeldía, les pinté color rosa los ojos a todas las barbies. Por el próximo mes, mis padres casi no me dejaron ir al patio y no pude estar sola. Mi madre fue mi sombra. Así aprendí a barrer, a fregar, mapear, doblar ropa con solo seis años de edad. Mientras mami y yo barríamos la acera y esperábamos a papi, una tarde como a las cuatro, vimos unas guaguas grandes que se estacionaron una detrás de la otra frente a mi casa. Unos hombres altos, vestidos de negro, con gafas oscuras se bajaron y caminaron hasta la casa de Bienvenido. Mi mamá me dijo de forma preocupada que entrara, pero ella siguió barriendo. Me asomé por la puerta y vi que ella estaba atenta a lo que hacían los hombres. Verifiqué qué hacía Jean y estaba, como siempre, en su mundo de caricaturas. Corrí a la cocina. Abrí la puerta que daba al patio. Mis pasos se confundieron con los de los celajes que se movían en el patio de la casa de Bienvenido. Como si fueran perseguidos, los cuerpos treparon por la verja. Yo doblaba por la esquina de la casita de herramientas. Allí, en medio del pasillo, nos encontramos: los conejos, tres hombres escuálidos que respiraban de forma agitada y yo. A lo lejos, escuchaba a mi madre llamándome. Aún no sé qué fue lo que me causó más impacto, si el ver nuevamente a mis mascotas o esos hombres colmados de miedo y tristeza. Veintisiete años después, no sé. Ignorante a todo lo que pasaba a mí alrededor, en ese momento solo pensé en los pájaros huyendo a un lugar seguro. Lo único que pude decir fue: –Bienvenidos…


Esmeralda Amaury «Amún Fig» Figueroa Han pasado tres semanas y los medios noticiosos se han concentrado en repetir la noticia una y otra vez. Después de todo este drama que ha arropado la palestra pública, no creo volver a ser el mismo. Me inclino por pensar que es una pesadilla, pero parece ser producto de una espantosa verdad. Según los reportes de prensa, ella se llamaba Esmeralda Rodríguez. Una joven de veintitrés años oriunda de Cuba. Sus amigos la describieron como una joya, hermosa, inteligente y alborozada. El desenlace de su historia surgió hace ya tres años, pero los hechos que tuve que narrarle a las autoridades resucitaron su lamentable desenlace. Para entender lo que ocurrió, tienen que prestar atención porque, en resumidas cuentas, ni yo mismo lo comprendo. Comenzaré por contar lo que pasó conmigo para que comprendan por qué estoy involucrado en la historia de Esmeralda. Cuando nací en 1986, los médicos pronosticaron que no sobreviviría a un mal congénito en mi corazón. Ellos estima-

tantas veces— y decidí buscar respuestas. En ese momento comencé a buscar las piezas del confuso rompecabezas. Intenté conocer a quien le había pertenecido el corazón que hacía apenas un año me habían instalado. El esfuerzo fue en vano. Los meses pasaron y yo continuaba viviendo sueños ajenos. Hasta que otro día, sentado en un bar, conversé con un extraño; le conté con lujo de detalles la extraña alucinación. Culpo al alcohol de que mi lengua contara la loca historia que se repetía en mi mente todas las noches. Narré cómo, repetidas veces, vi los mismos rostros, el mismo lugar, y cómo escuchaba el mismo grito de una joven pidiendo auxilio. Escuchaba nombres, percibía olores y la misma sensación de dolor. Resultó que esa persona que atendía mi cuento era un detective de la provincia que, por meses, trató de probar que una joven llamada Esmeralda Rodríguez había sido violada y asesinada por el novio Emmanuel Rivera, pero no logró reunir la evidencia necesaria para probarlo. Cuando el agente escuchó mi relato, los nombres que men-

ron que no duraría más de tres años porque mi corazón no tenía la fortaleza para sostener mi cuerpo. Para sorpresa de los médicos mi corazón los engañó y ganó la batalla por veintiséis años, pero hace tres meses todo se complicó. Estuve recluido y conectado a máquinas que auxiliaban mi vida. Fueron varias las semanas que estuve encerrado, amarado a esos equipos y alimentándome de la peor comida que se le puede ofrecer a un ser humano. Hasta que apareció un órgano compatible, uno que podía resolver el dilema. De inmediato fui sometido al proceso quirúrgico necesario y entonces todo cambió. Recuerdo que desperté en una habitación de hospital rodeado de cortinas, sábanas y mobiliario blancos. Las máquinas monitoreaban el latir de mi nuevo corazón. Mi despertar fue abrupto porque reaccioné a una pesadilla. La primera de muchas. Al cabo de un año, mi salud mejoró. Las pesadillas continuaron; siempre la misma, como por mandato del más allá. Una noche desperté azorado por el mal sueño —repetido

cioné, la descripción del lugar donde sucedió y cada detalle memorizado del sueño, no salió del asombro. Me pidió mi información y me advirtió que me buscaría para entrevistarme. En ese momento, nada mejoró para mí. Cuando el detective narró mi historia a sus supervisores para lograr la reapertura del caso, todos pensaron que estaba loco. Inclusive se rumoró que yo sabía lo que había sucedido aquellos últimos minutos de vida de Esmeralda porque yo la había matado. Los alrededores de mi casa se convirtieron en un campo de batalla; todos querían entrevistarme. Resulta que lograron probar que Emmanuel, el novio de Esmeralda, La había violado y asesinado. Mi rara confesión llamó la atención del mundo. Jamás se había resuelto un caso criminal de la manera en que se solucionó la muerte de Esmeralda. Varios meses luego del encarcelamiento de Emmanuel, mis sueños cambiaron. Aunque aún veía a Esmeralda en mis sueños, ella no gritaba, no sufría. En las noches lucía sus bellas alas blancas cuando volaba alrededor de mí cuarto. Corpus Litterarum

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Los pantalones de José Alberto Sandra Beatriz Valentín Medina José Alberto se levantó con el sol a las seis de mañana, porque tenía que llegar al trabajo a las siete. Se bañó y vistió como en siete minutos. Se permitió tardarse minuto y medio extra porque era viernes. Y como era viernes, se decidió por fin estrenar el pantalón blanco. Desayunó tres tostadas súper-a-la-ligera. Besó el cachete dormido de su esposa y corrió. Tomó la ruta de la costa, pues sabía que iba tarde y el expreso estaría demasiado ataponado. Llegó a la oficina cinco minutos antes de lo planeado, lo que le dio tiempo de lanzarse a la cafetería por un café para bajar las tostadas que aún tenía en mitad de garganta. Se sentó en su escritorio, a la rutina eterna que gobernaba su día, quejándose, entre otras cosas, del precio del petróleo, la peste de un vertedero cercano y el cumpleaños de la odiosa suegra al día siguiente, así que: cero planes con su esposa el fin de semana. — ¿El cumpleaños de la suegra? No entiendo a este, mijo, no creo que nadie lo entienda —gritó la humeante tacita de café muy molesta—. Siempre está quejándose de que estoy muy caliente o muy fría, que el café está muy negro, que si tiene demasiada leche, que si le falta azúcar, que si quedó soso o si quedo disque salado. ¡Hoy estoy perfecta! ¡Perfecta, maldita sea! ¡Hoy, el muy infeliz no quiere decir na sobre su fokin perfecta taza e café! — ¿Crees que eso es todo? —dijo el resignado cachete, aún dormido, de la esposa—. A Cynthia le hubiera encantado verlo antes de que se fuera, para darle la noticia. Se ha enterado muy tarde anoche; tendrán un bebé. De seguro inventará una excusa para t ra b a jar este fin de semana, porque no quiere ir al cumpleaños de mañana. Supongo que Lourdes, su hermana, será después de todo la primera en enterarse. —No es lo único que aún no nota —dijo indulgente el primer rayo de sol—. Yo lo 30

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despierto cada mañana justo a tiempo para que pueda admirar el amanecer naciendo, las nubes despejándose y el cielo tomando múltiples tonalidades de colores. Sabía que viajaría por la costa; pensé que miraría el hermoso paisaje de palmas, amanecer y mar, y que esto lo haría sonreír al menos. Pero ¿qué podemos hacer? No podemos culparlo por estar demasiado ocupado. —Reír, eso es lo que podemos hacer —carcajeó la silla del escritorio—. Si no sacamos partido para reírnos, nos la pasaremos el resto de nuestras vidas amargadas como estos humanos. Mi gente, este cubículo pudo estar vacío en estos momentos. El Honorable Gobernador y su preciosa ley 7 pasaron por la oficina y arrasaron con ella. Y este caballero no es ningún empleado del año. Aún así conservó este empleo y, si escuchan con cuidado, podrán oír como tampoco lo agradece. —Cheo, ya viene el bono navideño, ¿tienes planes pa’ esos chavitos? — preguntó un compañero que pasaba. —No tantos. Por lo menos espero que me dejen comprar una silla nueva para el escritorio, esta está demasiado incómoda —contestó. La silla del escritorio rompió a reír. Desde la cama, el cachete de la esposa salió del ensimismamiento y sonrió. El primer rayo de sol irradió de una alegría sarcástica. La taza de café tembló, histérica de la risa. Tembló y tembló y tembló hasta caer derramada… sobre los pulcros e impecables pantalones nuevos de José Alberto.


Misa de gallo E.J. Nieves Llevaba dos semanas viviendo allí y aún no me acostumbraba a aquellos sonidos nocturnos que retumbaban por los pasillos del hospedaje. Las hermanas nos advirtieron la primera noche, luego de la cena de bienvenida. No es nada, no se espanten. Es solo el aire que entra por las cañerías. Pero… aquel no era el tipo de silbido que produciría el aire. Parecía más vociferaciones humanas. Salí al pasillo y lo recorrí alumbrando con la pantalla del celular. Me sentí Gretel cruzando sin su Hansel por el bosque oscuro. Los pies me llevaron hasta la puerta que conducía al sótano. Chirrió. En el fondo distinguí una luz amarillenta, y el sonido, que ahora eran gemidos, aumentó. La pared sudaba; la sentí helada ante el roce de mi mano. Bajé. Me hallé en un ahogado cuartillo lleno de tablillas. Alrededor, velas engendraban celajes que se dibujaban en el techo. Y allí…, sobre las tablillas…, una centena de frascos llenos de… Retro-

cedí. Fetos… Cordones umbilicales… Los podía ver flotando a través del cristal, y sentía cómo me miraban. Los ojos clavados en mí. Perdidos, profundos. Pupilas encarceladas en una prisión oscura. Un quejido de porcelana. Grité. Las vociferaciones se detuvieron. Escuché ruidos al otro lado de la pared. Murmullos. Está aquí, está aquí. ¡Shhhhh! No hagan ruido. Se cayó uno de los frascos. Pude ver un recoveco en la pared. El ojo brillante se materializó. Me acerqué. Despareció. Miré al otro lado. Perdona, Padre, que hemos pecado. Perdona, Padre, que hemos pecado. Bailaban alrededor del cuerpo. Se acerca, se acerca. Descuartizaban el cuerpo a tajos. ¡Shhh! Desnudas tocaban sus cuerpos, se bañaban en la sangre, lamían y frotaban. Ahí está, ahí está. El golpe seco de la puerta a mi espalda. Pasos en la escalera. Una brisa que apagaba las velas. Y murmullos, más murmullos: que no salga, que no salga. Corpus Litterarum

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Un día cualquiera Julio A. García Rosado

+17874072251:

hay un hombre en la casa 12/28/11, 3:45 p.m. +17872354653:

12/28/11, 4:12 p.m. +17872354653:

12/28/11, 4:37 p.m.

traquila mi amor

ponle seguro a la puerta. No t muevas 12/28/11, 4:39 p.m. d ahí +17874072251:

cómo q hay un hombre? q estás ha- 12/28/11, 4:15 p.m. esta tratando d abrirl a puerta +17874072251: blando Deja las bromas 12/28/11, 4:44 p.m. Tengo miedo, mi vida. ahora no oigo na 12/28/11, 3:50 p.m. tiene q saber q estoy aquí Esta cerrá +17874072251: 12/28/11, 4:19 p.m. por dentro, sabe qu ay alguien cogí una siesta me despertó un ruido +17872354653: 12/28/11, 4:46 p.m. Me asomé a la ventana. vi un celaje ya estoy en el carro. Arranqué pallá en la puerta d atras recuerdas nuestra primera noche en 12/28/11, 4:22 p.m. casa? Me hiciste prometr q envejece12/28/11, 3:54 p.m. +17874072251: ría a tu lado +17872354653: creo que subió al 2do piso No séw q 12/28/11, 4:50 p.m. mi amor estás hablando en serio? T hacer llamo enseguida lamento no poder cumplir la promesa 12/28/11, 4:26 p.m. 12/28/11, 3:59 p.m. +17874072251:

+17872354653:

cálmate la policía esta d camino llama la policía. Si el teléfono suena va saber q estoy aquí. estoy en el closet 12/28/11, 4:30 p.m. 12/28/11, 4:04 p.m. +17872354653:

+17874072251:

12/28/11, 4:52 p.m. +17872354653:

no digas eso la ayuda va d camino 12/28/11, 4:55 p.m.

te quiero. Sé q no te lo dije mucho. seras una viejita chula, t lo prometo dile a los nenes q los amo Dios mío, me estás asustando. Salgo pallá aho- mis bebés 12/28/11, 4:58 p.m. ra. Bájale el volumen yo sere un viejo cascarrabiaNo vas a 12/28/11, 4:34 p.m. 12/28/11, 4:09 p.m. desaherte tan fácil d mi +17872354653: +17874072251:

oigo ruidos en el piso d abajo Apurate

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voy a llamar a tu hetrmana que los 12/28/11, 5:00 p.m. recoja al colegio aguanta un poco. Saldrás d esto


12/28/11, 5:45 p.m. +17872354653:

12/28/11, 5:02 p.m.

12/28/11, 5:25 p.m.

prometo mejorar Seré buen esposo

maldito hijoeputa Quien eres?

12/28/11, 5:04 p.m.

12/28/11, 5:27 p.m.

cuidaré d ti como debí cuidar siempre

+17874072251:

lo encontrarás donde acordamos Carajo vete Estoy casi doblando la esquina

12/28/11, 5:07 p.m.

tranquilo, tranquilo mi pana. deja d preocuparte… soy yo

12/28/11, 5:49 p.m. +17874072251:

12/28/11, 5:30 p.m.

Hola querido. Si estás en la esquina, podrás ver todas las patrullas q t esperan

los gemelos estarán bien orguloso d 12/28/11, 5:10 p.m.

nosotros

Mi amor

12/28/11, 5:13 p.m. cariño, estas ahí? 12/28/11, 5:15 p.m. Diana contestame 12/28/11, 5:17 p.m. Diana por dios 12/28/11, 5:19 p.m. +17874072251: tu queridita esposita no pyede hablar este momento 12/28/11, 5:21 p.m. ersta ocupada La verdá q esta bin rica 12/28/11, 5:23 p.m. +17872354653:

quien es? Qu le hiciste a mi mujer

el trabajito esta echo Eres hombre libre 12/28/11, 5:33 p.m. +17872354653:

12/28/11, 5:52 p.m. +17872354653:

estás texteando desde el móvil de ella que qué Quien es? jodío imbécil 12/28/11, 5:36 p.m. +17874072251:

los borraré no t preocupes 12/28/11, 5:38 p.m. +17872354653:

12/28/11, 5:54 p.m. +17874072251:

Tu queridita esposita Quien va a ser 12/28/11, 5:56 p.m.

Que tengas un feliz día de los inocentes

Idiota Todo esto se registra Usa tu 12/28/11, 5:59 p.m. móvil y q tte pudras en la cárcel maldito cabrón 12/28/11, 5:41 p.m. sal d la casa q estoy llegando

12/28/11, 6:01 p.m.

12/28/11, 5:43 p.m. +17874072251:

hice mi parte, t toca a ti completar nuestro asuntito

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El patito feo Raymond P. Meléndez-Miranda Su nombre era Víctor Torres. Su familia lo llamaba «Vitito» y también yo. ¡Claro que Vitito era gay! Solo que a él no le llamaban nombres. Será por su novia, la Mariela. Ella es solo un tape. «¡marica, nenita, pato!». Eso me llamaban, así en la elemental, en la intermedia y hasta ahora, que estoy a punto de graduarme. Todos me trataban tan mal, hasta las nenas. Claro, todos menos Vitito. Ay, tan pendejo que soy, pero es mi primer amor. Ese día, de camino a casa, vi a dos universitarios; pero esos sí eran bien locas. Me acerqué lo más que pude para escuchar su conversación sobre un place del ambiente. Vitito y yo habíamos cumplido nuestros dieciocho ese mismo mes. «Tal vez», pensé, «solo tal vez él estaba allí». Esa noche me escapé con una muda de ropa apretada de mi hermanito, un embarre de gel en el pelo, perfume de mi papá, un billete de diez que me dio abuelita y mi id. Cogí el tren urbano y la ama. Hecho toda una diva, llegué a la avenida. Entré a la disco, nervioso, mirando a todos lados para ver si reconocía su carita entre todos aquellos medio hombres. Con esta oscuridad hay momentos en que cualquiera me parece Vitito. Pasaron horas y mi príncipe no dio la cara. Estaba triste hasta que vi su sonrisa a medias que venía a donde mí. Como si tuviera prisa, me sacó de la disco y corrimos hasta una esquina abandonada. Yo estaba tan seguro de que Vitito iba a venir por mí; este era el principio de un amor verdadero. 34

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Vitito me empujó contra la pared y se me pegó mucho. Olía como a madera. Estaba súper prendío; tanto, que podía sentir su bicho parao contra mi pierna. Me estaba apretando los brazos y tenía la boca metida en mi cuello. De repente sentí miedo. Pero era Vitito. Nos amamos y, total, yo estaba tan encharcao que podía sentir el embarre traspasándome el pantalón. Me traía loco. Me haló para un pasillo oscuro y, cuando nadie nos podía ver, le cogí el bicho. Era tan grande y estaba lleno de venas; nunca había visto uno así. Me apretó la mano y la sacó de su bicho como si le molestara. Entonces, me viró contra la pared y pegó a darme chinazos tan duros. Sentía mi cara raspando la pared. Me dolió mucho y me quejé, entonces Vitito me tapó la boca. Con su mano libre me bajo los pantalones, solo la parte de atrás… *** Desorientado, sudaba tanto, y creí oler sangre. Vitito todavía me tenía contra la pared. Sentía sueño, mucho cansancio. Cuando miré abajo, vi gotas de sangre caer de mi cabeza. Cuando decidí voltearme sentí su dedo entrando en mi culo, seco, doloroso. Traté de gritar, pero la voz no salió. El dolor era mucho, y sentí ganas de llorar. Ahora también me estaba empujando la cabeza contra la pared. «¿Qué está pasando?»

Entonces, sin sacar el dedo, me traspasó con aquel bicho; yo lloraba casi en silencio, sin aliento y hasta temblando. Seguía su dedo ahí, sentía que me cortaba. «¿Por qué Vitito me está haciendo esto?». Me sacó el dedo, me tomó por la cintura y me movió para el lado y con una mano en la espalda me empujó para abajo, mis manos terminaron en el piso. Primero, me lo estaba empujando bien duro pero lento. Era como si me hincara. Sentía unas ganas raras de mear. Después, empezó a darme rápido y bruto. Me sentía rendido a punto de caer y lo sentí venirse dentro de mí. Su bicho latía ahí adentro. Entonces me vine, leche a chorros y placer, pero mucho dolor. Me caí al piso y acabó. *** Asesinan a joven después de ser abusado sexualmente. Su cuerpo fue encontrado en la avenida Santa Inocencia con no menos de trece puñaladas. La identificación del cuerpo es imposible por el momento debido a que recibió múltiples golpes en la cara. El Sargento Rodríguez alega el joven buscaba ofrecer favores sexuales a cambio de dinero. No hay rastros del agresor, pero testigos dicen haber visto al joven salir de una discoteca gay acompañado de un hombre aproximadamente de la edad de cuarenta.

Escritor, queremos que formes parte de la Revista de las Nuevas Voces. Contáctanos y podrías publicar en nuestra próxima edición. ¿Aficionado de la literatura? Aquí conocerás a los grandes escritores del mañana.

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COLUMNA

CONSEJITOS DE REDACCIÓN Y ESTILO Por Julio A. García Rosado

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e estilo se trata siempre el asunto cada vez que llega el lector a esta sección. En esta ocasión trataremos otros tipos de estilos, los que aplican más a los recursos narrativos de que dispone el escritor para componer su cuento. Hablaremos sobre los Estilos Dialógicos. ¿Y con qué se come eso? Pues no es con qué, sino cómo. La respuesta clara es: ¡con muchas ganas! No existe una sola manera de contar historias. Son varios los modos de organizar la narración para crear niveles de representación. Esto le otorga al narrador cierta influencia sobre los diferentes sucesos que transcurren en la trama. Esta influencia tiene que ver con la manera como se enuncia. Estoy seguro de que ha utilizado alguno de ellos en una que otra ocasión. Supongamos que por instinto, o digamos que ha leído novelas o cuentos de autores que los usan constantemente. Y como entiende que es el modo que otros utilizan, lo adoptó; quizá sin percatarse (y solo presumo en ello) del enriquecedor matiz que le otorga a su escrito.

ESTILO INDIRECTO En este caso puede ser común que el narrador utilice la tercera persona, y lo que predomina en él es su propio lenguaje, su discurso, con el que alude o presenta de forma indirecta lo que dicen los personajes. Adopta lo dicho, lo asume y lo transmite como si fueran sus palabras. Se vale mucho de la conjunción «que» en36

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tre la oración principal y la subordinada. Al usar «dijo que» o «pensó que» se establece una distancia entre narrador y personaje. Al escribir no se emplean las comillas ni ninguna otra marcación porque el narrador no reproduce textualmente lo que habla el personaje; más bien lo filtra, lo resume según le parece conveniente. Ejemplo: El hombre se acercó nervioso y le dijo que siempre la había querido, que nunca la había dejado, pero que no podía abandonar a su esposa, y que debían separarse.

ESTILO DIRECTO Este caso es bastante usual. El narrador introduce lo que enuncian los personajes por medio del diálogo, aunque este no siempre aparece insertado en un diálogo. Puede escribirse en medio de un párrafo con o sin marcación que introduzca la voz; luego de dos puntos con o sin comillas, o luego de una coma con o sin comillas. Señala directamente quién dijo qué, y se cita con fidelidad al personaje sin que medie intermediario alguno. Ejemplos: El hombre se acercó nervioso y le dijo: «Siempre te he querido. Nunca te he dejado, pero no puedo abandonar a mi esposa, y por eso debemos separarnos».


El hombre se acercó nervioso y le dijo: —Siempre te he querido. Nunca te he dejado, pero no puedo abandonar a mi esposa, y por eso debemos separarnos». Tampoco es necesario utilizar verbos. Bastaría con eliminar «y le dijo:» y reproducir la cita exacta luego de la raya.

ESTILO INDIRECTO LIBRE En este caso ocurre una fusión entre el Estilo Indirecto y el Estilo Directo. Se mantienen las características formales propias del discurso del narrador, pero este monopoliza, asume el control total y refiere por sí mismo lo que otro o él mismo ha dicho o pensado. Esta información resulta independiente en términos tonales y sintácticos como ocurre con el Estilo Directo. La voz del personaje se incluye en el discurso del narrador; se confunden sin verbo introductor u otra marcación. Luce como que el narrador habla tal si fuera el personaje, utilizando su particular tipo de expresión. Un rasgo que, además, lo vuelve reconocible es el uso de exclamaciones e interrogaciones que forman parte de un diálogo, o porque el personaje se refiere a sí mismo. Ejemplo: El hombre se acercó nervioso. Siempre la había querido y jamás la había dejado, pero no podía abandonar a su esposa. Por lo tanto, debían separarse para siempre.

El narrador habla desde dentro del personaje. Semejante cercanía entre ambos brinda un gran enfoque a la historia. Si nos fijamos bien, notamos rasgos lingüísticos en el discurso del narrador que son propios del personaje. El mensaje puede contener ideas, creencias, sentimientos que solo se atribuyen al personaje. Ejemplo: Quería ir a Marte en el cohete. Bajó a la pista en las primeras horas de la mañana y a través de los alambres les dijo a los hombres uniformados que quería ir a Marte. Les dijo que pagaba impuestos, que se llamaba Pritchard y que tenía derecho de ir a Marte. ¿No había nacido allí mismo en Ohio? ¿No era un buen ciudadano? Entonces, ¿por qué no podía ir a Marte? Ray Bradbury, Crónicas Marcianas. En el primer estilo el narrador enuncia nada más que lo que le interesa decir; en el segundo, menciona textualmente todo; en el tercero, se deja poseer por el personaje para expresarse. No debemos confundir el Estilo Indirecto Libre con las técnicas del Monólogo o Monologo Interior; tampoco con la Cesión de Palabra del Narrador al Personaje. La combinación de estos tres estilos en un mismo texto ofrece matices que enriquecen la obra.

Corpus Litterarum

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LO NUEVO EN VITRINAS

Manchas de tinta en los dedos Awilda Cáez

Delirios de pasión y muerte Max Chárriez

Cartas al vacío Lourdes M. Collazo

Scenarium Maleficaron Julio A. García Rosado

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Huesos secos Max Chárriez Corpus Litterarum


Letras para un café y otros poemas José A. Márquez Gomila

Palenque Antología

La caja italiana Julio A. García Rosado

jueves, 10 «Entretelas» Roxana Matienzo 3:00p.m. «Cuentos para no atreverse a contar, pero los cuento» Beatriz Santiago 3:30p.m. «Negro» Benito Massó 4:00p.m. «Cupido: su propia historia de amor» Annesdy Tellado 4:30p.m.

viernes, 11 «¡Pam!» José Rabelo 11:00a.m. «Rita» Jaime Marzán 3:00a.m. «Memorias de un puertorriqueño en Nueva York» Gilberto Gerena 3:45a.m.

sábado, 12 «Estirpe de papel» y «Eslabones de un tiempo muerto» Ana L. Vega Serova 11:00a.m. «Brevísima y verdadera historia del almirante y su primer viaje» María Zamparelli 12:00m. «Manchas de tinta en los dedos» Awilda Cáez 1:00p.m. «La letra A» Ángel Lozada 2:30p.m. «Bugarach» Tina Casanova 3:00p.m. «Aquella manía de quererse en silencio» Miriam Montes 3:30p.m.

domingo, 13 «Herejes» Leonardo Padura 11:00a.m. «Postales» Frank Báez 11:45a.m. «Huesos secos» Max Chárriez 2:00p.m. «San Juan oculto» Fundación San Martín de Porres y Proyecto Ciudad 2:30a.m.

PRÓXIMAS ACTIVIDADES

PRESENTACIONES DE LIBROS FESTIVAL DE LA PALABRA OCTUBRE 2013 Museo de Arte de Puerto Rico (Carpa de Presentaciones)

Corpus Litterarum

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Foto contraportada


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